miércoles, 29 de diciembre de 2021

Reseña: "De la paz de Benedicto a la guerra de Francisco"



por Candelaria del Solar 

Peter Kwasniewski (ed.), From Benedict’s Peace to Francis’s War. Catholics Respond to the Motu Proprio TRADITIONES CUSTODES on the Latin Mass, Angelico Press, New York, 2021.

Hemos leído con sumo interés una selección de textos publicados a raíz de la publicación del motu proprio Traditiones Custodes, realizada por Peter A. Kwasniewski, un autor prolífico de libros y textos sobre la liturgia y compositor, entre otras cosas.

El libro reúne contribuciones al debate suscitado desde el mismo día de la aparición del motu proprio, el 16 de julio de 2021, hasta el 20 de septiembre. La idea de reunir en un volumen estas reacciones, que desde luego no pretende ser exhaustivo, me parece excelente, y el editor es muy claro al exponer el propósito: “Este libro no es, ni pretende ser, una presentación de ‘ambos lados del argumento’. Ofrece una variedad de críticas a este decreto profundamente imprudente y antipastoral, que adolece de fundamentos doctrinales coherentes, de graves defectos morales y jurídicos, y de implicaciones eclesiológicas imposibles”.

Si bien casi todos los autores de cada capítulo son católicos, se ha dado espacio a un artículo del filósofo ateo francés Michel Onfray. Resulta paradójico que muchas veces quienes no pertenecen a la Iglesia, pero estiman cuanto ha aportado a nuestra civilización cuyo estado moribundo deploran, perciben mejor la dependencia estrecha que mantiene la cultura con el culto. De esto también da cuenta Juan Manuel de Prada.

La situación es gravísima. Los enemigos de la tradición, sabiendo que su tiempo es limitado están apostando todo a un asalto final para eliminar los restos del “viejo catolicismo”. Pero hay muchas razones para ser escépticos con respecto al triunfo de tal empresa. Así como la década de 1970 se reveló incapaz de eliminar la liturgia tradicional, más difícil les resultará ahora, cuando hay muchos miles de sacerdotes más y millones de fieles laicos que aman el tesoro de la tradición católica y que son mucho menos ingenuos respecto a las agendas ideológicas y mucho menos papólatras de lo que eran las generaciones pasadas.

Sin embargo, como señala Maike Hickson, serán necesarias dos cosas.

En primer lugar, resulta imprescindible adquirir la mejor comprensión posible de la base teológica y el fundamento de las posiciones adoptadas por los católicos tradicionales. Este libro es un depósito vital de argumentos positivos, refutaciones de los oponentes y observaciones sobre el estado actual de las cosas.

En segundo lugar, debe existir la voluntad de comprometerse, de resistir cuando sea oportuno, y de tomar las medidas que sean necesarias para el bien de las almas y la preservación de la fe católica en su plenitud. Esto llevará, en algunas diócesis, a misas y sacramentos clandestinos. Habrá sacerdotes suspendidos que, sin embargo, seguirán ofreciendo el sacrificio a Dios y los sacramentos al pueblo, oficio para el cual fueron ordenados. Para ayudar a las conciencias en medio de esta dura y descarnada guerra de guerrillas, el Dr. Kwasniewski ha escrito un nuevo libro, True Obedience in the Church: A Guide to Discernment in Challenging Times [La verdadera obediencia en la Iglesia: Una guía para el discernimiento en tiempos desafiantes], que será publicado por Sophia Institute Press en febrero.

From Benedict’s Peace to Francis’s War contiene sesenta y nueve contribuciones de cuarenta y seis autores de Europa, América, Asia y África. En esta ocasión, presento una breve reseña de algunos de ellos. 

En primer término, destaco un estudio muy completo titulado La subordinación del papa a la Tradición como límite legislativo, que constituye el capítulo 49, y cuyo autor es el editor del libro, Peter A. Kwasniewski. Allí, con abundancia de citas, recorre la historia de la Iglesia para demostrar que el papa no tiene poder para ir en contra de la Tradición de la Iglesia, y recuerda que durante 1500 años, en Occidente,  los papas no intervenían para codificar la liturgia o para definir un libro litúrgico. Si finalmente San Pío V, a instancias de los padres del Concilio de Trento y sobre la base de los trabajos que ellos habían hecho y que no habían podido concluir por falta de tiempo, publicó una editio typica del rito usado en la Curia Romana, y que había alcanzado gran difusión gracias a la orden franciscana, fue más que nada buscando evitar los abusos que se podían dar con la proliferación de las misas votivas y para dar su centralidad al ciclo temporal, que podía verse obscurecido por las celebraciones de los santos.  Recomiendo una lectura atenta, armado de lápiz para subrayar y tomar notas según el talante y el tiempo de cada uno, ante las injustas pretensiones de Traditiones Custodes.

Rubén Peretó Rivas, un intelectual argentino, es autor de dos capítulos. En el primero de ellos, titulado ¿Constructor de paz o pacificador? En torno a Traditiones custodes y el Papa Francisco, analiza el hecho de que con Summorum Pontificum, Benedicto XVI no quiso tan sólo buscar construir la paz con los fieles vinculados a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sino principalmente reconciliar a la Iglesia con su tradición litúrgica. Cuestión ésta que lo preocupaba desde sus tiempos de sacerdote y que buscó solucionar cuando fue elegido Papa. Por cierto, resulta difícil probar la continuidad entre el rito romano tradicional y el nuevo rito elaborado en tiempo récord por una comisión de peritos. Para resolver esto, Benedicto publicó el motu proprio Summorum Pontificum que, mediante un acto de su voluntad, liberalizó la antigua liturgia y quiso establecer una coexistencia pacífica entre las que llamó dos formas de un mismo rito. Si como sostenía Benedicto, ambas expresaban una misma fe, el rito más nuevo no tenía por qué temer la convivencia con el más antiguo. Cabe aclarar que debió confiar en los obispos —a quienes, como afirma Peretó Rivas, el papa Francisco ha recordado acertadamente su papel de custodios de la tradición— para que aplicaran con liberalidad el motu proprio. No fue el caso del por entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien desobedeció o, si se prefiere, no permitió a sus sacerdotes ni a los sufridos fieles porteños la puesta en práctica de Summorum Pontificum en su archidiócesis. De hecho, al cabo de ocho años en el solio petrino, se pretendió investido de una autoridad que le permitiría restringir severamente la celebración del culto divino y los sacramentos de acuerdo con el usus antiquior hasta su erradicación total, con el objetivo de reconducir, en el largo plazo, a los fieles ligados al uso tradicional a aceptar el nuevo rito, y así, abolir la antigua liturgia, hecho sin precedentes en la historia jurídica y litúrgica. De esta manera, se realizaría en la teoría y en la práctica lo contrario de lo sostenido por su predecesor, y sólo quedaría la liturgia reformada como expresión de la lex credendi. Francisco impondría la pacificación manu militari, basado en su poder aparentemente absoluto en una materia que, sin embargo, depende esencialmente de la tradición. En lugar de ser un constructor de paz como el papa Ratzinger, intenta forzar una paz que, en realidad, es una declaración de guerra.

Esta supuesta autoridad del papa por sobre la tradición, o de la identificación del papa con la tradición, que se reduciría a su voluntad, es el tema que propone también Rubén Peretó Rivas en ¿La tradición devorada por el Magisterio? Allí plantea la tesis de que, durante el primer milenio y hasta después de Trento, una verdad teológica era contrastada con la Escritura y los Padres de la Iglesia. El papel del papa y los concilios consistía en autentificar que dicha doctrina remontaba a los Apóstoles y había sido fielmente transmitida. En cambio, a partir de fines del siglo XVI aparece la noción de magisterium, una tercera regla de la fe, que paulatinamente, desplaza a las dos anteriores y se convierte en el órgano que expone las verdades que deben ser creídas por los fieles, quienes creen en ellas porque es el Magisterio quien las propone. Se habría pasado así de una noción objetiva de la Tradición como depósito apostólico, a una noción subjetiva que radicaría en el Magisterio. 

En este contexto donde la Tradición es lo que dice el papa, se llega a aberraciones como éstas: el papa Pablo VI prohíbe el rito plurisecular de la Iglesia romana e impone en su reemplazo un rito fabricado en un laboratorio, el ritus modernus, como lo llamaba el célebre liturgista Klaus Gamber. Y cuando otro Papa intenta reanudar el vínculo roto con la tradición, viene su sucesor y deshace esta obra. Todo esto no puede sino llevar a la pregunta que se formula al final del capítulo: ¿qué legitimidad tiene el motu proprio Traditionis Custodes? ¿no corresponde ignorarlo? Y como recordamos más arriba, ¿acaso no fue esto lo que hizo Bergoglio con el motu proprio Summorum Pontificum cuando era arzobispo? 

Me parece una tesis ésta que merece la atención de los estudiosos competentes, y que arrojaría luz para poder discernir qué actitud debemos tomar los fieles ante la sobreabundancia de documentos publicados por Roma desde hace un siglo y medio, y qué legitimidad tiene para exigir nuestro asentimiento cuando claramente se aleja de la Tradición, en particular, en materia litúrgica.

Habituados como estamos a un mundo dominado por el despotismo y la arbitrariedad, mientras que las enseñanzas magisteriales no presentaban grandes cambios en nuestra vida cristiana, las aceptábamos con mansedumbre. Pero desde que se nos exige en nuestra práctica litúrgica quemar hoy lo que habíamos adorado hasta ayer, sin más autoridad que la voluntad absolutista del Papa, esta cuestión ha adquirido una candente actualidad. Es algo de consecuencias muy prácticas porque no sabemos qué sanciones pueden recaer sobre quienes se resistan a someterse a la arbitrariedad y la contradicción, ni cuál sería su validez o legitimidad.

lunes, 27 de diciembre de 2021

Francisco, el Papa de los tristes destinos

 


por Eck


¡Cuánto pesa esta corona! 

W. Shakespeare, Enrique IV, segunda parte, acto 3, escena 1.


El pontificado de Francisco se encuentra en sus últimos actos y se espera que tarde o temprano baje el telón que acabe con esta Tragedia. Mientras tanto, nos queda por ver cómo se va resolviendo una trama que fatalmente va aplastando en su marcha al propio Francisco, a sus colaboradores y la vida de toda la Iglesia Universal bajo su peso de locura, maldad y estupidez. Parafraseando al Cisne de Avon, esta fábula es un cuento realizado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido.


"Macbeth, tu serás rey."

El peor castigo que se pudo concebir para una persona como Bergoglio fue la consecución colmada de todas sus ambiciones. Paso a paso, traición a traición, escalón a escalón fue subiendo la escalera del Poder eclesiástico poniendo todas sus facultades y toda su persona en ello. Ya llegaba a un puesto y su ambición sin freno ideaba pasar al siguiente, aplastando todo bajo su enorme peso, destruyendo la justicia y el derecho y sacrificando cuanto la Tierra y el Cielo le ofrecían para henchir el alma y el cuerpo de verdadera felicidad. Su espíritu era animado por las fatídicas voces del viento que le susurraban poder al oído y le decían señalándole con sus huesudos dedos: "¡Salve, Jorge, Provincial de los jesuitas; Salve, Jorge, Arzobispo de Buenos Aires; Salve, Francisco, Papa de Roma!"

Persona eminentemente práctica sin atisbos de contemplación ni de imaginación, sin aficiones ni gustos, sin embargo, su inteligencia se movía ligera por los campos de la política y la manipulación de los hombres. En este terreno, para su desdicha y la nuestra, no tenía rival y su genio pudo desplegar todas sus alas en pos de sus conquistas cada vez más elevadas: de Provincial a obispo, de obispo a Primado, de arzobispo de Buenos Aires a finalmente, Papa en Roma tras la caída de su odiado competidor. Quienes menosprecien a Jorge Mario Bergoglio deberían pensar la enormidad de esta su aventura, por muchos comenzada y por muy pocos acabada. Tampoco debemos olvidar que si llegó tan alto fue porque es el vivo ejemplo de toda una generación de sacerdotes que mamaron los resecos pechos de la iglesia postconciliar. Arquetipo del tipo mayoritario del clero ¿Cómo estos no lo iban a alzar viéndose  cada uno de ellos en el trono a través de él?

Durante este largo camino que su ansias le marcaba iba deformando su alma, amputando aspectos esenciales de la persona: Solo acción pura y mera potencia. Ignoramos que hay en el centro de su persona para impulsarle a cometer este hecho horrible. Primero cayó y poco lo lamentó la contemplación de la Verdad y la Belleza, juzgadas como superfluas y sin valor. Luego le tocó a la Justicia y las demás virtudes juzgadas de impedimentos para su carrera. Tras ello se apagó la Caridad, se oscureció la Fe y se corrompió la Esperanza. Finalmente se quedó con el verdadero idolillo de su alma, el Poder puro. Al llegar a la Silla de S. Pedro y ser coronado, summum de sus afanes, la transformación se había completado y casi toda su humanidad, generosidad y curiosidad se había agotado con sus pensamientos, hechos y decisiones interesadas. Es rey pero no reina sobre sí mismo pues no tiene luz interior que le guíe por el laberinto de la vida ni está acompañado por las generosas Verdad, Bien y Belleza: Es en completo desalmado, sin corazón, hueco donde arrecia el eterno frio del desamor y su alma yerma, glacial, se quedó a oscuras como un cielo nocturno sin estrellas y Luna.


La noche antes de Bosworth

La larga noche sin luminarias de tu pontificado se te cierne encima y en la hora crepuscular aparecen las sombras alargadas de tus víctimas. Me refiero a las víctimas de tu alma, psique e inteligencia. Ahora tienes el Poder y ni más arriba no puedes subir ni más allá pasar. ¡Tarde descubriste, Bergoglio, que poder es un verbo transitivo¡ Lo tienes pero no lo sabes usar y ni siquiera sabes para qué sirve. Anibal que vences pero no sabes usar de tu victoria. Rey Midas del Poder que antes todo lo que tocabas lo convertían en medio de tu ambición y ahora tu ambición no tiene objeto, un fin sin fin.

Destruiste la Verdad en tu inteligencia y ahora tus palabras se las lleva el viento; asesinaste la Belleza de tu alma y tus hechos son tan  ramplones y cutres que no tienen ni la grandeza infernal del Mal y asesinaste el Bien y con ello es imposible alcanzar las estrellas e iluminar con su luz a ti y a todos. Tu falta de generosidad, de amor desinteresado por las personas y las cosas te pasa factura, todo te cobra interés recrecido. Nada hiciste gratis, nada se te dará gratis, cosechas lo que sembraste. Sin gustos, aficiones o amigos, no se enciende tu alma por el arte, la música, los hermosos versos ni las historias bien contadas. Te está vedado lo que hace la felicidad de los hombres y te esta vedado lo que hace la felicidad de los santos: la contemplación de Dios. Famélico, hambriento, inútil, inservible te mueves como una peonza, dando vueltas a ti mismo, dañándote y dañando a los demás, triste destino de aquel que no tiene destino su vida ni anhelos.

Como Golum y a imagen y semejanza de éste te aferras al Anillo del Pescador gritando como un poseso desesperado por Santa Marta y las estancias: ¡Mi tesoro!¡ Mi tesoro¡ temeroso de que te lo quiten pero a la vez te destruye por dentro. Ni por un momento te paras en pensar en sacrificarlo para algo grande, generoso, alto, sea equivocado o correcto, produzca loas o escarnios. Egoísta y solipsista, morirás con él en el Monte de la Historia y desaparecerás de la historia sin ningún rastro ni nadie que te recuerde por algo grande o bueno. Polvo, ruido y nada será tu legado.


Desespera y muere

El más desgraciado de los hombres se desespera de que el poder se le escape de sus manos y como un loco hace gestos sin significado, manda contradicciones, habla desatinos. Recurres desesperado a los instrumentos que te sirvieron de escalerilla: teología del pueblo, peronismo, progresismo pero descafeinado porque nunca creíste que fueran más que instrumenta regni y te postras ante los ídola fori de nuestros días para dar contenido a tu pontificado, para dar contenido a tu vida. Habiéndosete negado la capacidad de la construcción, has tenido que recurrir a la destrucción. Ricardo III papal, lo que te sirvió para subir a las alturas ahora te derroca hasta los abismos. En esta larga noche antes del final se te aparecen los recuerdos para gritarte tus crímenes y te muestran tu verdadera imagen y figura en el espejo de tus acciones: 

Becciu muestra tu injusticia; Benedicto tu falta de sabiduría; Pell tu hipocresía al dejar que la mafia manche la Sede Petrina con sus negros negocios, Viganó tu depostismo y tu sometimiento voluntario a los siervos del Principe de este mundo; los Cuatro de la Dubia tu frivolidad con el Tesoro de la Fe, las victimas de Cor Orans y los Franciscanos de la Inmaculada  tu odio por el fin último del hombre: ver a Dios; la Traditionis tu odio por todo lo grande y bello; los miles de martires, santos, doctores y papas insultados y vejados por ti al ensalzar la herejía y la idolatría y finalmente se alzará la memoria del difamado, perseguido, castigado, expulsado de su casa junto a su anciana madre y muerto de pena por la injusticia cometida por ti y tus sayones, Monseñor Liviéres, con el que comenzaste con malos augurios tu nefasto gobierno, mostrando tu verdadera faz. Hasta los paganos antiguos te acusarán porque ellos juzgaban las causas después de haber oído a las partes y haberse podido defender el acusado (Act. 25,16) y tú no lo hiciste siendo sucesor de un condenado sin culpa y representante del Inocente crucificado injustamente.

Dios no se queda con nada, Suprema Justicia de Aquel que gobierna a los pueblos con vara de hierro ahora te manda a las Erinias con los látigos de la desesperación y Sus castigos a la Iglesia que te siguió en tus fechorías sin alzarse en defensa de la Justicia y el Derecho, de la Fe y la Caridad, de la Verdad y la Sabiduría. Del Eterno nadie se ríe por muy alto que se crea, empero, no olvidará tu defensa ardiente de la Santísima Virgen en una ocasión y tus visitas filiales a la Inmaculada y a la Salus Populi Romani.


Orad por vivos y muertos

Todavía pues hay esperanza para Francisco, no para que enderece los caminos de su pontificado sino para que pueda alcanzar aquella misericordia que encontró acomodo en el corazón del ladrón San Dimas y del pecador San Andrés Wouters. Dejemos a un lado el rencor, el asco y el odio que podamos tenerle por sus maldades y empecemos a tenerle misericordia, piedad y lástima porque en el fondo es un desgraciado que para su desdicha y para castigar los enormes pecados de los miembros pecadores de la Iglesia ha conseguido lo que más anhelaba.

Reparemos mediante la contemplación, la oración, la caridad todo el daño y destrozo que cometa en su camino destructivo este Papa malhadado. Medicina amarga que, sin embargo, nos está mostrando a todos, altos y bajos, el verdadero mal que corroe la Iglesia y que pudre su meollo. Innumerables cánceres que no daban la cara mientras mataban la vida sobrenatural silenciosamente se han revelado en toda su purulenta naturaleza con Bergoglio y compañía. Demos las gracias a Dios que se haya revelado lo oculto y podamos enfrentarlo si tenemos la santidad, la valentía y el coraje suficientes

Dentro de poco vendrá la hora en que de nada sirven los cargos, ni las alabanzas ni los improperios, el cetro huya de las manos y la pesada corona caiga de las sienes, el poder se desvanezca como humo en el aire y el miedo se disuelva como la nieve. Quien pretendía predeterminar el futuro no podrá ni influir en el presente. Olvidado por sus servidores en vida, que perderán el calor de su estima junto al de su cuerpo mientras lo buscan en el nuevo sol que se levanta. Su anillo será machacado y creado con él el de su sucesor. En el fondo, toda su vida y final nos habla de nosotros y de los peligros de centrarnos en nosotros mismos:  Acta est fabula et de te narratur!

Entonces podremos decir tras rezar por su salvación eterna y ofrecer penitencias para que alcance el perdón que todos necesitamos:

¡Adios, Francisco de Roma, Papa de los tristes destinos¡

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Los motivos del intento de aniquilación de la liturgia tradicional

 


por Rubén Peretó Rivas


Quienes conocen de derecho canónico, aseguran que Traditiones custodes es un documento muy cuestionable desde el punto de vista jurídico, y más cuestionables aún son las respuestas de la Congregación para el Culto Divino acerca de las supuestas dudas que habrían recibido por parte de los obispos en relación a la aplicación de TC. Pareciera que se trata de leyes dictadas por un tirano que se considera por encima de todo ordenamiento jurídico y, por tanto, con derecho a hacer lo que quiere. Sin embargo, lo más grave de esta situación no es la cuestión canónica sino el enorme daño y dolor que provoca a decena de miles de almas que no son escuchadas y tenidas en cuenta, sino simplemente marginadas y condenadas a una extinción más o menos rápida. 

La pregunta que busco responder en este artículo es por qué lo hacen. Y en primer lugar es necesario advertir quiénes son los autores de esta masacre del mundo tradicional, y aunque el responsable último es el Papa Francisco, los responsables directos son otros. Al pontífice no le interesa la liturgia —reformada o tradicional—, y la prueba está en que durante los primeros ocho años de su pontificado no tomó ninguna decisión restrictiva. Más bien lo contrario. A mi entender, la responsabilidad viene del grupo de académicos de San Anselmo, que junto a la Escuela de Bolonia, son los herederos del “espíritu conciliar” en materia litúrgica. Al combativo y emblemático Prof. Andrea Grillo, que desde 2017 operaba en las sombras de Santa Marta como se comentó en este blog que previó lo que ocurrió en los últimos meses (aquí y aquí), se suma Mons. Vittorio Viola, o.f.m., salido de las entrañas de San Anselmo y Secretario de la Congregación del Culto, el P. Corrado Maggioni, hasta hace pocos meses subsecretario del mismo dicasterio, y varios más (ver aquí). Se trata de un pequeña elite de iluminados que reconocen como progenitores a Mons. Annibale Bugnini y a su secretario, Mons. Piero Marini, responsable de los habituales desmanes litúrgicos que poblaron el pontificado de Juan Pablo II. 

Pero, ¿por qué lo hacen? ¿Por qué embarcar a la Iglesia en una guerra que ya estaba superada? Las razones son múltiples.

1. Como toda elite ilustrada, tienen una fuerte tendencia a la ideologización, y todo ideólogo está absolutamente convencido de la verdad de sus ideas, y lee y manipula la realidad de acuerdo a ellas. Es inútil ofrecerle argumentos, es inútil entablar una discusión, y es inútil mostrarle los datos de la realidad. Si ésta no se amolda a sus ideas, peor para ella. No hay mejor ejemplo para ilustrar este fenómeno que el marxismo. Poco importó que la colectivización y demás medidas que la elite bolchevique ideó como propicias para liberar al proletariado ruso fueran rechazadas por ese mismo proletariado y fracasaran una y otra vez. Las medidas se imponía a como diera lugar, aunque eso significara los gulags donde murieron millones de personas. Para el ideólogo la realidad no cuenta.

Llama la atención que tanto en TC como el documento recientemente emitido se habla una y otra vez de la “riqueza” de la reforma litúrgica del Vaticano II. Este tipo de afirmación es propia de un ideólogo incapaz de valorar la realidad. La tal reforma fue concebida para promover una participación más activa de los fieles en la vida litúrgica de la Iglesia. Cincuenta años más tarde, lo que vemos es que las iglesias están vacías, que la asistencia de los fieles a los oficios litúrgicos disminuyó drásticamente, concentrándose sobre todo en personas mayores, y que los seminarios, donde se formaban los ministros del culto, se vaciaron. Sería una falacia afirmar que la consecuencia de esta catástrofe fue la reforma del Vaticano II. Es probable que si tal reforma no se hubiese producido, las realidad fuera similar o peor de lo que vemos. No lo sabemos. Sin embargo, lo que sí podemos afirmar con certeza en buena lógica, es que la reforma litúrgica promovida por el Vaticano II no fue eficaz para impedir el alejamiento de los files católicos de la liturgia. Y esto no es más que una deducción válida a partir de datos evidentes. No puede ser negada. O bien, los únicos que pueden negarla son los ideólogos que, enamorados de su idea, se demuestran incapaces de compulsarla con la realidad.

2. TC y las Responsa ad dubia, no hacen más que confirmar el fracaso de esa reforma. En efecto, que cincuenta años después de aplicada, se deba a recurrir a medidas draconianas para impedir que decenas de miles de fieles, en su mayoría jóvenes, asistan a los oficios tradicionales, implica que las pretendidas bondades de tales reformas no fueron tales puesto que, si ese hubiese sido el caso, nadie se acordaría ya de la misa tradicional. Que los seminarios y casas religiosas de comunidades tradicionalistas estén llenos a rebosar y, en cambio, que el resto languidezcan y desaparezcan, son signos elocuentes de un fracaso. 

En pocas palabras, el segundo motivo por el que hacen lo que hacen, es su incapacidad de reconocer y aceptar el fracaso; una profunda falta de humildad que provoca que prefieran aniquilar a los fieles tradicionalistas antes que reconocer que aquellas bondades de la reforma eran no más que ensoñaciones provocadas por los vapores surgidos del optimismo fatuo de posguerra. 

3. Más allá de que los ideólogos que están detrás de todas estas medidas sean reconocidos liturgistas, lo cierto es que demuestran una profunda deficiencia en su concepción de los sacramentos. Éstos no son ya entendidos como canales de la gracia absolutamente necesarios e imprescindibles para la salvación de las almas, sino más bien como un lugar privilegiado de ejercicio del poder. Se prefiere dejar a los fieles sin sacramentos que permitirles que accedan a ellos celebrados según el rito que siguieron los católicos durante más de mil quinientos años y que fuera refrendado como válido y nunca abrogado por el Papa Benedicto XVI. 

Lo ocurrido en los dos últimos años bajo la excusa de la pandemia de Coronavirus muestra la preocupante tendencia del episcopado mundial a imponer su autoridad de un modo despiadado, privando a sacerdotes y fieles de sus derechos más elementales como es el acceso a los sacramentos. El “ministerio” episcopal ha quedado reducido a un simple y puro ejercicio de poder, completamente despreocupado de la dimensión espiritual de la función propia del obispo.

4. Una cuarta razón es una concepción positivista de la ley litúrgica. Para los positivistas, la liturgia se convierte en ley por una decisión de la autoridad competente. Y esta es la actitud que vemos no solamente en los legisladores romanos sino en buena parte de los obispos del mundo que, frente al reclamo de sus fieles, dicen: “Es lo que manda el Papa”. Sin embargo, esta no es la concepción católica de la ley, que supone que es sancionada en vistas a la salvación de las almas y encuentra su legitimidad en el uso constante que deviene costumbre. La autoridad, entonces, no crea la liturgia ni la usa, sino que simplemente la purifica para que todos sus elementos sean acordes con la fe. La reforma litúrgica del Vaticano II fue implementada dentro de un marco de interpretación positivista de la ley, y así también lo son TC y las responsa. Y entonces, si la costumbre y el bien de las almas dejan de ser tenidas en cuenta y se apela sólo al peso de la ley, todos los medios serán apropiados para hacer valer la autoridad y aplicar la dureza esa ley.


    Los intentos por aniquilar la liturgia tradicional son, a mi entender, son perpetrados, a mi entender, por una pequeña elite ilustrada que, desde sus laboratorios del Aventino, deciden qué es lo mejor para el pueblo de Dios. Sería conveniente que alguien les advirtiera que el Papa Francisco adhiere a la "teología del pueblo", de corte peronista, según la cual Dios se revela en la voz del pueblo. ¿No sería el caso, entonces, de escuchar la voz de Dios que se expresa en la porción del pueblo que prefiera la liturgia tradicional? ¿O será que esa revelación debe ser escuchada siempre y cuando coincida con los preconceptos de quienes están en el poder?

 Todo esto se parece mucho, como ya hice referencia, a la camarilla de ideólogos que intentó aplicar el marxismo en la Unión Soviética. Fracasaron, aunque hayan sido setenta años de sufrimiento para el pueblo ruso. Y en este caso fracasarán también. Nunca las imposiciones de un grupo de ilustrados podrá contra la piedad y memoria del pueblo fiel.

sábado, 18 de diciembre de 2021

Excepciones a la sinodalidad

 


La iglesia sinodal, que ha hecho estallar la revolución de la ternura, ha dado hoy otra muestra evidente del rumbo que toman sus sinodalidades y sus ternuras, con la resolución de algunas dubias planteadas por los obispos a la Congregación del Culto Divino acerca de la aplicación de Traditiones custodes. Por supuesto, las respuestas a estas dudas que fueron rápidamente resueltas y no como otras que aún esperan ser respondidas, se ordenan todas a sofocar aún más la liturgia tradicional en la Iglesia católica. La sinodalidad, nos explica el Papa Francisco, exige que la Iglesia escuche a todos los hombres, e insiste en el “todos”, sin ningún tipo de excepción. Pero los hechos, que son más elocuentes que las palabras, nos dicen que hay un “colectivo” que no debe ser escuchado sino que más bien, debe ser masacrado: es el “colectivo” de los católicos tradicionalistas.

Ellos son una rémora de la que hay que desembarazarse cuanto antes mejor. 

Hay algunos detalles del documento que provocan expresiones de incredulidad. Por ejemplo, se dice: “Además, dicha celebración [se refiere a la misa tradicional] no es oportuno que sea incluida en el horario de las Misas parroquiales, ya que a ella sólo participan los fieles que forman parte del grupo. Por último, evítese que coincidan con las actividades pastorales de la comunidad parroquial”. Una discriminación documentada, no sea que los fieles “normales” se contagien del virus tradicionalista. Los fieles de ese “grupo” deben permanecer aislados y escudados, evitando cualquier contacto con la gente normal. Y recuerdo que hace cinco días, el Vaticano pidió disculpas por haber causado dolor a la comunidad LGTB al sacar de su página oficial un vínculo a un sitio de ese “colectivo” que defiende los derechos de los homosexuales. Los pobrecitos se habían sentido discriminados. Yo me pregunto si los cardenales de la Curia o el Papa Francisco no perciben el dolor que causan a los fieles católicos que prefieren a la liturgia tradicional y que también se sienten discriminados por disposiciones como estas. No esperamos un disculpa pública como sí la tuvieron los LGTB; mucho menos esperamos que incluyan enlaces de sitios tradicionalistas en la página web oficial del Vaticano. Nos conformamos con que no nos persigan y nos dejen seguir existiendo.

Con respecto al documento en sí, lamentablemente no afectará demasiado a los fieles de España o Hispanoamérica, puesto que en esta porción del globo, estas crueldades ya habían sido perpetradas por los obispos hace muchos años. No se notará mucho. El daño sí podría ser notable y cuantioso en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, donde el movimiento tradicionalista es fuerte y tiene muchos años de historia. La cuestión es ver hasta dónde será obedecido. Tantos parloteos sobre la sinodalidad pueden dar argumentos a los obispos para ponerse firmes o para hacerse los distraídos. Muchos de ellos aprecian sinceramente a los fieles tradicionalistas y a sus sacerdotes, y saben que no son contagiosos ni dañinos, sino que guardan la fe católica. Si son sinceros y actúan movidos por el afán de pastorear a las ovejas que les fueron confiadas, es probable que estas disposiciones sean acatadas pero no obedecidas. Y que mande Mons. Roche a la gendarmería vaticana a hacerlas cumplir.

Como bien lo ha señalado el P. Claude Barthe, el problema más serio y complejo se dará en los seminarios de las comunidades religiosas Ecclesia Dei, puesto que el documento prohibe explícitamente el uso del Pontificale Romanum previo a la reforma litúrgica. Es decir, prohibe conferir los sacramentos de la confirmación y del orden sagrado según el rito tradicional. Y los numerosos seminaristas que pueblan esos seminarios están allí porque desean ser ordenados con ese rito, y desean luego celebrarlo. Prohibir el Pontificale Romanum tradicional es un disparo en el corazón de estas comunidades (se rumorea que en febrero vendrán otros disparos). Frente a esto, el P. Barthe insiste en que el deber es la resistencia hacia una ley injusta. Y estoy de acuerdo. Serán los responsables de esos institutos quienes, aconsejados por los que saben, comiencen la resistencia del modo que pueda ser más efectivo.

Algunas reflexiones finales:

1. La situación de hoy es, por cierto, mucho peor a la de hace un año. Pero es mucho mejor a la que tuvimos durante décadas bajo los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II. Conviene tenerlo en cuenta. 

2. En mi opinión, los fundamentalistas del Vaticano II —como Mons. Viola, secretario de la Congregación del Culto y ejecutor de todas estas maldades, junto a su asesor Andrea Grillo—, se espabilaron demasiado tarde. El movimiento tradicionalista es demasiado numeroso para ser dispersado a fuerza de documentos y los obispos han tenido muchos años para ver los frutos de la liturgia tradicional en sus fieles. 

3. Este documento no hace más que atizar el fuego. La pax liturgica que había alcanzado el Papa Benedicto ha sido rota, y habrá guerra. Y la guerra provoca daños, graves en muchos casos, y ningún obispo con fe católica querrá guerras cruentas en sus diócesis. Habrá que aguantar el aguacero y esperar que Bergoglio muera lo más pronto posible. Guardo esperanzas de que su sucesor, sea el que sea, volverá a la pax benedictina, si no por convicción, al menos para no ver manchado su pontificado de sangre.

4. Cuando hace pocos días el cardenal Burke anunció con bombos y platillos que su regreso a la vida pública sería con una seguidilla de pontificales y ceremonias tradicionales, me llamó la atención. El horno no estaba para bollos, y sin embargo, se animó a hablar y actuar de acuerdo a su conciencia. Un hombre que vio la cara de la muerte y que estuvo a punto cruzar el Leteo, ya no es el mismo (digo yo, que la experiencia no le he tenido. Y conozco a varios que la tuvieron, y siguieron tan malos y pecadores como antes). Pero quizás el cardenal se anime a plantarse y, por ejemplo, celebre una ordenación sacerdotal siguiendo el pontifical tradicional. ¿Qué podría pasar? Que lo suspendieran a divinis. ¿Se animaría a hacerlo Bergoglio, el rey de las misericordias? El mismo que concedió permiso a los sacerdotes de la FSSPX para celebrar los sacramentos del matrimonio y de la penitencia según el ritual tradicional, ¿suspendería a un cardenal de Santa Romana Chiesa por un hecho análogo? ¿Qué ocurriría si tal cosa sucediera? Crearía un nuevo Lefebvre, y eso no le conviene a nadie, y mucho menos a él. 

jueves, 16 de diciembre de 2021

Get Back!. El documental sobre los Beatles de Peter Jackson

 


por Jack Tollers


Hace algunos años, en una caja fuerte de los estudios Apple en Londres, aparecieron unas cintas que habían registrado los últimos días de los Beatles, cuando a principios del año 1969 grabaron básicamente lo que luego sería un disco larga duración, Let it be y partes de otro llamado Abbey Road. En casi medio siglo, nadie había revisado las 150 horas de audio y las 60 horas de vídeo que habían registrado todo eso. Finalmente le pidieron a Peter Jackson (sí señor, el que hizo la película sobre “El Señor de los Anillos”) si no podía hacer un documental con el material encontrado. Jackson aceptó, pero tardó cuatro años en hacer una edición que inicialmente consiguió reducir a 18 horas y finalmente a 6. Luego hubo que convencer a los dos Beatles vivientes, Ringo y Paul, a la viuda de Harrison, Olivia, y a Yoko Ono, para que homologaran el trabajo: el resultado está a la vista y se puede comprobar en el canal Disney.

Imagino fácilmente a los lectores de este blog frunciendo el ceño: ¿y qué importancia puede tener esto, mientras el mundo se derrumba, mientras la Iglesia parece desmoronarse en una sucesión de estupideces, escándalos y sacrilegios sin nombre? Es lo que voy a tratar de hacer ahora, decir por qué es importante en pocas palabras (y que Dios me ayude).

Los Beatles son el ícono, el símbolo, la epifanía más perfecta de la Gran Revolución de los ’60, entre mini faldas, twist, LSD, los acontecimientos de mayo del ’68, la guerra fría (y las calientes de Argelia y Viet Nam), la carrera espacial, los asesinatos de Martin Luther King y de los hermanos Kennedy, el descubrimiento de la píldora anticonceptiva, los hippies, flores en el pelo, amor libre y el Concilio Vaticano II, los años que van, digamos, entre Elvis Presley y el festival de Woodstock; o quizás, para ponerle un punto final apropiado, los asesinatos del clan Manson—años locos, desbocados y, a pesar de todo, progresistas, optimistas por definición: en ese contexto aparece “los fabulosos cuatro”, John, Paul, George y Ringo, unos pelilargos ingleses muy jóvenes, que cantan más que nada sus propias composiciones y cuya música desencadena un frenesí de fanáticos (y, más que nada, de fanáticas), de histeria, de locura entre sus contemporáneos. 

Cuando empezaron a grabar, yo tenía unos 8 años, cuando se separaron 15. Pero entonces, con varios amigos (full disclosure, teníamos una banda que intentaba remedarlos), pensamos, seriamente, pensamos que se había acabado la música (todavía no habíamos descubierto a Beethoven, Bach y Wagner, eso sucedería unos años después). Quizás eso les dé más o menos una impresión aproximada de lo tontos que éramos. O lo fanáticos, porque, como casi todos los de mi generación, nos habíamos contagiado de la “beatlemanía” (dos meses después, un amigo nos trajo de USA un disco de Crosby, Stills, Nash & Young y suspiramos aliviados: el rock tenía futuro y muy poco después, Woodstock parecía confirmarlo).

Mis padres, bastante melómanos, no los podían soportar. Era curioso para mí, porque me parecía descubrir una perfecta continuidad entre el hot jazz que le gustaba a mi padre y estos tipos (después de todo, entre Django Reinhart y George Harrison no hay tanta distancia). Y tocando la guitarra y el piano, se podía demostrar eso, cómo no. Pero no había caso, probablemente por la subversión axiológica que los Beatles representaban, por su desfachatez y general falta de respeto por casi todo. 

Aparecieron en un mundo que cambiaba a toda velocidad, piensen que en 1969 la mayoría de los adultos todavía usaba sombrero y cuando llovía, galochas…

Pero, ahora, me hace gracia. El año pasado hablé por teléfono con una tía mía inglesa que tiene unos 90 años y dimos en tocar el tema de los Beatles. Me sorprendió con su aseveración: “Antes los odiaba y ahora me encantan”.

Ajá. Claro, en los tiempos que corren, si no fuera por la fuerza de su música, estarían perfectamente “cancelados”: imagínense ustedes, cuatro blancos, heterosexuales, con melodías armoniosas y letras que más que nada celebran el amor entre un hombre y una mujer, aunque a veces tratan otros tópicos, como la confianza en una especie de Providencia (Let it be), la nostalgia, (Yesterday), el valor de la amistad (With a Little help of my Friends y Help), la esperanza necesaria cuando se ve todo negro (Here comes the sun), el valor de la patria chica (In my life), una valoración de la vejez, vista desde la juventud (When I’m sixty four) y mucho, mucho más. Pero da la impresión de que nada ni nadie puede contra ellos: los Beatles perduran, no le gustaban a mis viejos, cierto, pero les gusta y les encantan a mis nietos, no vayan a creer.

Yo, como buen fan, he leído una decena de biografías sobre ellos, visto todas sus películas (son muy malas), y oídos sus temas centenares de veces, por lo que estaba sumamente interesado en el proyecto de Peter Jackson. Lo vi entero con enorme gusto: la calidad de la imagen y del audio son impecables y se los ve como nunca pensé posible, en toda su espontaneidad, con la presión enorme de tener que grabar casi una veintena de temas nuevos en tres semanas, encontrar dónde hacerlo, buscar un remate a su historia toda, porque sabían que era la última vez y la sombra de su incipiente separación domina el ambiente—todo eso se ve. Tenían diferencias, George despareció durante dos días y costó traerlo al set de nuevo. La presencia un poco siniestra de Yoko Ono se percibe claramente (su única contribución es una especie de aullido de gato que la hijita de Linda Eastman imita perfectamente) y, de a ratos, John se muestra innecesariamente grosero (que, conociendo su infancia, nos inclinamos a perdonar). Respecto de sus diferencias, los roces que se producen naturalmente entre ellos, pareciera que ha sido todo mucho menos que lo que nos han contado tantos escritores: siguen siendo jóvenes amigos y sus peleas no pasan de meras diferencias rápidamente superadas con una broma o un nuevo riff. Otras cosas se destacan con nitidez, cómo componen, la forma lúdica en que encuentran cómo aparecer con más y más novedades, temas nuevos que se originan a veces en poco más que dos tonos repetidos como sonsonete (y de los cuáles no parece que se pueda sacar gran cosa), los recursos musicales de Paul, de George y de John son a veces verdaderamente asombrosos. Lo poco que se mete George Martin (se nota que no quiere interferir con su saber musical), el humor de los cuatro en los nerviosos intercambios verbales, la enorme contribución de Billy Preston a la convivencia… y a la música, y mucho, mucho más.

Jackson documentó un pedacito de historia, nada más, pero como dije al principio, es importante, sobre todo porque registra el triunfo del mundo sobre la Iglesia cuando se libró, después de la Segunda Guerra Mundial, lo que yo daría en llamar la batalla por el ocio: el progreso tecnológico había suministrado más ocio a los jóvenes y más recursos para llenarlo con discos, con discotecas, con la radio, el cine, y luego con la televisión. Una batalla que los pelmazos que debatían en el Concilio no imaginaban siquiera, enredados como estaban en las estupideces que dejaron por ejemplo estampadas en la Gaudium et Spes, ya te voy a dar a vos… 

Pero, bueno, así es: con un ojo los ’60 bien pueden verse como el tiempo de la estupidez; pero con otro, no tanto (como sugieren John le Carré, Graham Greene, Jean Lartéguy, Vladimir Volkoff y, ¿qué diré yo?, David Lean en Inglaterra, Jean-Luc Godard en Francia y Joseph Losey en EEUU con sus películas, por no mencionar el cine italiano de entonces). 

Get Back no es para todos, pero para los que concurren conmigo, tal vez sí y presumo que les va a gustar, aparte de ver más de una cosa que se me escapó. Como fuere, medio siglo después, ya no estamos para gritar frenéticamente nuestra aprobación: más bien, invitar a que vean y escuchen, no sea que resulten iniciados… Listen, do you want to know a secret

lunes, 13 de diciembre de 2021

Los dos demonios de Mons. Ojea Quintana

 


Mons. Oscar Vicente Ojea Quintana es el obispo de de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, cargo en el que fue impuesto por el Papa Francisco, ya que sus hermanos en el episcopado jamás lo habrían votado. Se escribió mucho en la prensa cuando ocurrió tal acontecimiento en 2017 puesto que, para domesticar a los obispos soliviantados, Bergoglio tuvo que enviar  desde Roma a Mons. Richard Gallagher, un altísimo funcionario de la Secretaría de Estado.

La semana pasada, Mons. Ojea Quintana publicó en el canal de YouTube y en la página de la CEA una serie de tres breves videos con un mensaje a los católicos argentinos. Como era de esperar, una semana después de publicados, los videos no superan las 200 visitas, muestra elocuente de la popularidad de Ojea Quintana; un desinterés absoluto no sólo de los fieles sino de los mismos sacerdotes y religiosas argentinos por lo que pueda decir este prelado opaco y anodino.

Infocatólica dio a conocer el contenido de uno de sus mensajes, y aunque no soy propenso a leer ese tipo de literatura, éste me pareció interesante porque permite analizar qué hay en la cabeza de la cabeza de los obispos argentinos y lidera la “iglesia que peregrina” en este alejado rincón del globo. 

El texto es el siguiente:

«La Iglesia sale a escuchar en un mundo de oídos sordos en el que cada grupo escucha su propio discurso. Ante la propuesta del Sínodo existen diversas reacciones y temores. Desde este lugar de presidente de la CEA que vengo ocupando en estos años he visto con claridad a sectores de una mentalidad secularizada, muy enquistados en algunos medios de comunicación, que no vacilan en usar la desinformación, la calumnia y la difamación para agredir a la Iglesia buscando expulsarla del espacio público».

El obispo también advirtió que «existe un integrismo religioso que no respeta la libertad de los otros y alimenta formas de intolerancia y de violencia añorando una Iglesia que imponga poder. Estos grupos que acabo de mencionar que han constituido un gran obstáculo para que en nuestra propia Argentina el Papa pueda leerse de un modo directo y así poder recibir nosotros su fecundo magisterio. Nuestra gente ha escuchado mucho más opiniones y calificaciones vertidas sobre su persona que lo que el expresa directamente a través de sus palabras y escritos», lamentó.

Un primer comentario está referido a la premisa que sostiene todo el enclenque edificio argumental: Mons. Ojea Quintana asume que los católicos argentinos, como los católicos de cualquier nacionalidad, deben leer de modo directo el “fecundo magisterio” del Papa Francisco. El problema, a mi entender, es la legitimidad de ese deber. ¿De dónde surge la necesidad de estar continuamente leyendo magisterio pontificio? ¿Por qué los católicos debemos estar pendientes de la última palabra que diga el líder del grupo? ¿Por qué esos discursos diarios deben ser nuestro alimento? No son preguntas baladíes, puesto que inquieren sobre actitudes que diferencian a la Iglesia de una secta. Son justamente los miembros de estas últimas los que necesitan para sobrevivir y mantenerse en el grupo nutrirse de la palabra del líder, y el líder necesita para conservar su poder, emitir permanentes mensajes. Los católicos, en cambio, seguimos a Jesucristo, la Palabra que se hizo carne, y que dejó su mensaje de una vez y para siempre en las Escrituras, de modo particular en su Evangelio, el que fue comentado por autores inspirados como San Pablo y, más tarde, por los que conocieron a los primeros discípulos: los Padres. Y a lo largo de toda la historia de la Iglesia fundada por Cristo, los maestros y doctores fueron elucidando ese Evangelio de vida que nos fue revelado. 

El magisterio de los Papas, como tantas veces hemos comentado en este blog, tiene por función precisar aquellos aspectos de la Revelación que en algún momento determinado de la historia pueden parecer confusos. Es eso y sólo eso. Los católicos nos alimentamos de la Palabra de Dios, y no de la palabra del Papa. Y el Papa debería saber que su función no es la de atosigar a los fieles con largas y permanente peroratas. Necesitamos que abra la boca solamente cuando se plantea una duda, o algunas dubias, acerca de cuestiones concretas que hacen a la fe. Y por eso mismo, Mons. Ojea Quintana debería saber que los católicos no tienen ningún deber de recibir y gozar del “fecundo” magisterio de Bergoglio o del Papa que sea. Podríamos ser muy buenos católicos sin siquiera enterarnos de quién es el Papa actualmente reinante, tal como ocurría en buena parte de la Cristiandad hasta entrado el siglo XIX. Es muy curioso constatar la paradoja de que los modernistas del siglo XXI asuman una de las características más distintivas del integrismo ultramontano más enragé del siglo XIX. Conviene recordar la anécdota que se cuenta de uno de ellos, Henry Wilberforce, que anhelada tener todos los días a la hora del desayuno, un ejemplar del The Times y una nueva bula pontificia. El Papa, para este grupo de católicos, debía estar continuamente enseñando, y los fieles continuamente escuchando lo que salía de esa pluma divinamente inspirada. Un completo disparate que nos asemeja a cualquier secta del montón: los adventistas necesitan el magisterio de Hellen White y los mormones el de Joseph Smith para sobrevivir. Los católicos, a Dios gracias, no necesitamos ser nutridos por el magisterio de ningún líder humano, salvo en circunstancias excepcionales. 

Un segundo aspecto que vale la pena analizar en el discurso de Mons. Ojea Quintana, es que cándidamente señala cuáles son las amenazas de la Iglesia en la actualidad, cuáles son sus dos demonios. Y debo reconocer que el prelado describe muy bien al enemigo clásico de la Iglesia, diciendo que se trata de “sectores de una mentalidad secularizada, muy enquistados en algunos medios de comunicación, que no vacilan en usar la desinformación, la calumnia y la difamación para agredir a la Iglesia buscando expulsarla del espacio público”. Este enemigo, que fue mutando a través de los siglos, ha sido siempre una gran amenaza para la Iglesia, y hace muchos años que no escuchábamos hablar de él de un modo tan claro puesto que, desde 2013, el magisterio pontificio nos viene diciendo que ese enemigo no es tal y que en realidad los malos somos nosotros y que nos merecemos todos los ataques que nos infieren. No sé cómo caerá en Santa Marta el hecho de que el presidente de la CEA se haya animado a identificar con palabras tan claras a quienes se oponen a la Iglesia, afrimando además, que lo hacen escudados en los medios masivos de comunicación. Habría que recordarle que uno de los amigos más cercanos de Bergoglio es Eugenio Scalfari, fundador y director hasta hace muy poco tiempo de La Repubblica, uno de los medios más hostiles a la Iglesia en Italia. 

Y asignándole la misma peligrosidad, Mons. Ojea Quintana señala al segundo demonio que —faltaría más—, está integrado por los rígidos de siempre. Se trata de los grupos integristas que no respetan la libertad de los otros y que viven de nostalgias de tiempos pasados. Este servidor se encuentra en ese grupo, y también lo integran la mayor parte de los lectores de este blog. Seamos conscientes entonces de que, para la jerarquía de la Iglesia, somos enemigos, y seremos tratados como tales, con la crueldad que se reserva a aquellos que más se odia. Y para ejemplo basta un botón: hace pocos días falleció en Mendoza el P. Alejandro Casado, víctima de un cáncer imprevisto y devastador. Este sacerdote era uno de los rígidos que, en 2020, se negó a dejar de dar la comunión en la boca a los fieles de su parroquia que así lo deseaban, como le exigía su obispo, Mons. Eduardo Taussig. El sitio Infocatólica publicó un video alojado en Youtube que reproduce el audio del proceso judicial contra el P. Casado —juicio que probablemente haya sido la causa inmediata de su enfermedad mortal—, y muestra la inusitada e indignante crueldad, brutalidad y violencia con la que es tratado por su obispo. Si nos preguntamos cómo es posible que un obispo pueda llegar a estos extremos, es fácil comprenderlo desde la hermenéutica de las palabras de Mons. Ojea Quintana: los rígidos son enemigos de la Iglesia y, en tanto sea posible, hay que dirigir contra ellos todas las armas disponibles, sin parar mientes en los daños colaterales que puedan producirse.

Conviene que seamos, insisto, conscientes de esta realidad. La mayor parte de los obispos nos odian y detestan, más aún de como detestan a los enemigos declarados e inveterados de la Iglesia. Somos sus enemigos, y no dudarán en aplicar contra nosotros la solución final o, para decirlo en palabras que sonarán particularmente sensibles a los oídos de Mons. Ojea Quintana (ver aquí), en “ejecutar las operaciones que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos que actúan en la” la nueva iglesia (ver aquí). 


Una duda: La recomendación de recibir el “fecundo magisterio pontificio” que tanto preocupa a Mons. Ojea Quintana, ¿incluye también la adopción de la nueva tipificación pontificia de los pecados contra el sexto mandamiento, según la cuál estos son “totales y no totales”? Quizás podrían aclararnos en qué tipo de medidas se establecerá la totalidad o semitotalidad de tales faltas: ¿centímetros? ¿hectopascales? ¿bares?

Sería también conveniente que el presidente de la CEA nos esclareciera si entre los gozos magisteriales de los que los católicos no debemos privarnos, se encuentra la nota de puño y letra enviada por el Papa Francisco la semana pasada bendiciendo y alentando a los responsables de la construcción del Parque del Encuentro, en Santiago del Estero, en el que se levantan una iglesia católica, una capilla protestante, un templo budista, una sinagoga y una mesquita, todas ellas en torno a un anfiteatro de la Pachamama, destinadas a educar a los niños en que cualquier religión —incluso el paganismo— es buena para llegar a Dios.

Una recomendación: La lectura de la larga entrevista a Henry Sire, autor de El Papa dictador. La historia secreta del papado más tiránico e inescrupuloso de  los tiempos modernos, en la que se explaya sobre los problemas que enfrenta la Iglesia actual a raíz del pontificado que padece. 

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Sobre las desconcertantes palabras de Bergoglio acerca de Mons. Aupetit

 


[Publico a continuación una entrada del conocido vaticanista de la RAI Aldo Maria Valli, sobre la gravísima situación generada por Beregoglio en su última conferencia de prensa aérea. Me auguro que esto sea un antes y después para muchos de los que aún sostienen a este malandra].

por Aldo Maria Valli

Ante las declaraciones del Papa en el avión sobre el caso del arzobispo Aupetit, uno siente una mezcla de desconcierto y tristeza. Desconcierto por el grado de desequilibrio alcanzado por Bergoglio, tristeza por el nivel al que ha descendido el papado.

En primer lugar, releamos la conversación entre el Papa y la corresponsal de Le Monde, Cécile Chambraud.

Cécile Chambraud (en español)

Santo Padre, hago la pregunta en español para mis colegas. El jueves, cuando llegamos a Nicosia, nos enteramos de que usted había aceptado la dimisión del arzobispo de París, monseñor Aupetit. ¿Puede explicar por qué, y por qué con tanta prisa?

El Papa Francisco

Sobre el caso Aupetit. Me pregunto: ¿qué hizo Aupetit que fuera tan grave como para tener que dimitir? ¿Qué ha hecho? Que alguien me responda...

Cécile Chambraud

No lo sé. No lo sé.

El Papa Francisco

Si no conocemos el cargo, no podemos condenar. ¿Cuál era la acusación? ¿Quién sabe? [nadie responde] ¡Es malo!

Cécile Chambraud

Un problema de gobierno o algo más, no lo sabemos.

El Papa Francisco

Antes de responder diré: haz la investigación. Haz la investigación. Porque existe el peligro de decir: "Ha sido condenado". ¿Pero quién lo condenó? "La opinión pública, los chismes…". ¿Pero qué hizo? "No lo sabemos. Algo..." Si sabes por qué, dilo. Por el contrario, no puedo responder. Y no sabrás por qué, porque fue una falta de su parte, una falta contra el sexto mandamiento, pero no total, sino de pequeñas caricias y masajes que hizo: así es la acusación. Esto es un pecado, pero no es uno de los más graves, porque los pecados de la carne no son los más graves. Los pecados más graves son los que tienen más "angelicidad": el orgullo, el odio... estos son más graves. Entonces, Aupetit es un pecador como yo. No sé si lo sientes así, pero tal vez... como lo hizo Pedro, el obispo sobre el que Cristo fundó la Iglesia. ¿Cómo es que la comunidad de aquella época aceptó a un obispo pecador? Y eso fue con pecados muy "angelicales", como negar a Cristo, ¿no? Pero era una Iglesia normal, estaba acostumbrada a sentirse siempre pecadora, todos: era una Iglesia humilde. Se ve que nuestra Iglesia no está acostumbrada a tener un obispo pecador, y pretendemos decir 'mi obispo es un santo'. No, esto es Caperucita Roja. Todos somos pecadores. Pero cuando los chismes crecen y crecen y crecen y se lleva el buen nombre de una persona, ese hombre no podrá gobernar, porque ha perdido su reputación, no por su pecado —que es pecado, como el de Pedro, como el mío, como el tuyo: es pecado—, sino por el parloteo de los responsables de contar la historia. Un hombre al que se le ha quitado la fama de esta manera, públicamente, no puede gobernar. Y esto es una injusticia. Por eso acepté la dimisión de Aupetit no en el altar de la verdad, sino en el de la hipocresía. Eso es lo que quiero decir. Gracias.


Bergoglio ha desplegado aquí todo su repertorio: imprudencia, ambigüedad, duplicidad, incoherencia, descaro.

Como vemos, ante un periodista que, legítimamente, quiere saber por qué el Papa ha aceptado la renuncia de Mons. Aupetit al cargo (nótese bien: Aupetit no ha renunciado, sino que ha puesto el cargo en manos del Papa, dejándole la decisión), Bergoglio dice "si no conocemos el cargo, no podemos condenar". ¡Pero si en realidad fue él quien condenó a Aupetit! Y si lo condenó, se supone que tenía elementos circunstanciales para hacerlo. En su lugar, dice a los periodistas que investiguen: pero ¿qué tienen que ver los periodistas con esto? Es él quien debe explicar por qué aceptó la dimisión de Aupetit, asumiendo la responsabilidad de la decisión.

Luego, sin embargo, dice algo; pero, como siempre, no con claridad. Más bien lanza una acusación, y lo hace (con mucha malicia) con el aire de quien aparentemente defiende al arzobispo, en esa forma dual y farisaica típica del modelo peronista aprendido en Argentina. Habla de una "falta contra el sexto mandamiento, pero no total, sino de pequeñas caricias y masajes a la secretaria, que solía hacer". La referencia a la secretaria (muy grave, porque pone introduce a una persona que nunca había sido mencionada explícitamente hasta ahora) fue eliminada de la versión oficial publicada por la Oficina de Prensa del Vaticano, pero se mantuvo en la grabación audiovisual.

¿Y qué hay de la idea de que la falta hacia el sexto mandamiento puede ser "no total"? ¿Y que hay "pecados mayores" como el orgullo y el odio? ¿Por qué más grave? ¿En comparación con qué? ¿Y quién lo ha decidido? El estado de confusión es el peor.

Y luego la última perla: un hombre (Aupetit) 'al que le han quitado la fama [supongo que quería decir la reputación] para que, públicamente, no pueda gobernar'. Y esto es una injusticia. Por eso acepté la dimisión de Aupetit no en el altar de la verdad, sino en el de la hipocresía". ¿Pero cómo? De esta manera usted, Papa, declara abiertamente que ha sucumbido a la injusticia y que no ha defendido la verdad, mientras que usted, como Pastor Supremo, debería hacer todo lo contrario. ¡No sólo: después de sus declaraciones, Monseñor Aupetit queda marcado de por vida como el que acaricia y masajea a su secretaria!

En conclusión, lo que se desprende de los enrevesados razonamientos de Bergoglio es una interioridad deteriorada y una espiritualidad enferma, así como un sentido distorsionado de la justicia y de sus deberes. Esto no es sorprendente, ya que hemos llegado a conocer a Bergoglio y su concepto de la moral. Lo sorprendente y desalentador es que todavía haya quien se preste a este juego de masacre, quien guarde silencio haciéndose cómplice de un escándalo que ha llegado a la aberración, quien tolere que una persona completamente inadecuada para el papel que desempeña siga demoliendo obstinadamente lo que queda del papado y de la Iglesia de Cristo. Un papado —hay que recordarlo— que Nuestro Señor instituyó y al que confirió el poder sagrado para que gobernara la Iglesia y no la transformara en una entidad que tuviera la finalidad contraria a la que Él fundó.

Rara vez doy nombres, pero en este caso me gustaría dirigirme a Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, un colega al que conocí, cuando todavía era vaticanista para la RAI, como una persona inteligente, honesta y amable. Querido Matteo, perdona que me meta, pero como me imagino tu malestar, te pregunto: ¿por qué no dejas este aquelarre? ¿Por qué te haces cómplice de esta locura? ¿No ves que cada día que pasa la institución del papado está más herida y degradada? ¿No ves que la auctoritas está cada vez más comprometida? Cuando todo esto termine —porque el Señor no permitirá que la Iglesia sea devastada de esta manera indecorosa— se pedirá cuenta de esta acción devastadora no sólo al principal responsable, Bergoglio, sino también a sus colaboradores, entre los que muchos sufren su excesivo poder sin compartirlo. ¿Quieres también estar —como muchos, demasiados, laicos, sacerdotes, obispos y cardenales— en el número de los que serán señalados como corresponsables y partidarios del tirano?

Fuente: Duc in altum

domingo, 5 de diciembre de 2021

Los descaros del Papa Francisco


 

La situación que estamos viviendo en la Iglesia es tan desconcertante que uno, a veces, comienza a dudar de estar en sus cabales. Porque aquí alguien está loco (y por loco entiendo a aquel que es incapaz de conectarse correctamente con la realidad), y a veces pienso si no seremos nosotros, el minúsculo grupo de católicos tradicionales. Y lo pienso, porque resulta difícil afirmar que todo el resto de los católicos es el que está loco, resto que incluye a los obispos y a la mayor parte de los sacerdotes. ¿Es que nadie con autoridad para hacerlo es capaz de señalar el proceso de destrucción al que está conduciendo la Iglesia el Papa Francisco? Advertirlo, de seguro lo advierten, pero quienes deberían hablar, callan.

Señalo algunos episodios desconcertantes de los últimos días. Apareció un libro titulado Love Tenderly. Sacred Stories of Lesbian and Queer Religious (Amar tiernamente. Relatos sagrados de religiosas lesbianas y queer). Allí, veintitrés religiosas lesbianas y queer (¿qué será una monja queer?) cuentan sus historias de “amor sagrado”. La congregación de las Hermanas de la Misericordia ha expresado que espera que este libro “ilumine las mentes a la sacralidad y a la infinita diversidad de Dios”. Y hasta ahora, la Congregación de Religiosos del Vaticano, no ha dicho nada y las monjitas lesbianas autoras del libro seguirán felices revolcándose en sus amores impuros. 

Paralelamente, el Santo Padre ha aceptado la renuncia al cargo de arzobispo de París de Mons. Aupetit, que había puesto a su disposición luego de que un semanario lo acusara de mantener una relación sentimental con una mujer. A esta acusación, el arzobispo respondió que se trató de una situación ambigua que había ocurrido en 2012, que sus superiores estuvieron siempre al tanto de la situación y que esa relación, aunque inconveniente, no tuvo de ninguna manera una dimensión sexual. A pesar de todo esto, fue expulsado de su sede. Mons Aupetit era un obispo moderado o conservador, sobre todo en algunas cuestiones como la bioética y la homosexualidad, sobre lo que se había expresado con toda la claridad de la doctrina de la Iglesia. Probablemente haya sido esto lo que motivó la rápida aceptación de su renuncia. 

Resulta entonces que el Vaticano —es decir, el gobierno de la Iglesia católica—, permanece callado frente a un escándalo como es la publicación de los amores lésbicos de unas cuantas monjas, y actúa con la mayor dureza ante un caso oscuro y ciertamente fogoneado por sus enemigos, que involucra a un obispo respetuoso de la doctrina de la fe. Y todo al mismo tiempo. ¿No es esto una cosa de locos? Y más cosa de locos es que Bergoglio, en conferencia de prensa regresando de su viaje a Grecia, haya detallado los pecados contra el sexto mandamiento cometidos por Aupetit. ¿Se puede ser tan desequilibrado, o tan malvado?

El 2 de diciembre, reunido en Chipre con los católicos allí presentes, el Papa Francisco dijo: “No hay y no debe haber muros en la Iglesia católica, por favor. Es una casa común, es el lugar de las relaciones, es la convivencia de la diversidad: ese rito, ese otro rito; uno lo piensa así, esa monja lo vio así, la otra lo vio de otro modo. La diversidad de todos y, en esa diversidad, la riqueza de la unidad”. ¿Alguien puede negar el descaro de Bergoglio? Habría que recordarle a este hombre que hace pocos meses, el mismo edificó un muro enorme, con alambradas y vidrios de botellas rotas en los bordes, para dejar fuera de la Iglesia católica —es misma que él afirma que no tiene muros—, a los fieles que prefieren el rito tradicional, a través de un motu proprio llamado Traditionis custodes. No estoy haciendo interpretación; estoy relatando hechos. Resulta que en el término de pocos días se nos dice que estamos en la Iglesia de la diversidad, en la que hasta las monjas lesbianas son consideradas una prueba de la riqueza de la creación divina, pero se prohibe ferozmente la existecia de unos pocos “diversos”: los rígidos de siempre, que se aferran a un rito abrogado, según Mons. Roche. Hay diversos buenos y diversos malos; hay que derribar los muros que nos separan de los musulmanes, de los protestantes, de los homosexuales y de cualquier otra minoría, pero hay que edificar un muro, con empalizada y foso en el que naden cocodrilos y tiburones, para dejar fuera a la indeseable minoría de los católicos tradicionales.

El sábado, el Papa Francisco se reunió con las más altas autoridades de Grecia, país en el que está de visita apostólica. Y allí, muy orondo, hizo una enconada defensa de la democracia, y dijo estar preocupado puesto que “se registra un retroceso de la democracia. Ésta requiere la participación y la implicación de todos y por tanto exige esfuerzo y paciencia; la democracia es compleja, mientras el autoritarismo es expeditivo…”. Yo no sé cuál será la reacción de los líderes mundiales hasta este descarado personaje. El descrédito de Bergoglio debe ser descomunal —espero— en los altos círculos del poder. En primer lugar, me pregunto con qué cara un monarca absoluto se pone a hablar de democracia, y a despotricar contra el autoritarismo. Parece una broma. Uno de los Papas más autoritarios de los últimos tiempos, reclamando consensos y democracias. ¿Qué dirá el cardenal Angelo Becciu que fue desposeído no solamente de todos sus cargos sino también de sus privilegios cardenalicios expeditivamente, en el curso de una entrevista con el Sumo Pontífice? Becciu no es santo de mi devoción, pero todo hombre tiene derecho a un juicio justo. Pues él no lo tuvo. El monarca absoluto decidió su culpabilidad y le aplicó la pena; y todo en diez minutos, y en su despacho. El “juicio” se está sustanciando en estos días a puertas cerradas, pero no muy herméticamente, puesto que se están filtrando los videos que publica diariamente el Corriere della sera. Y, por lo que parece hasta ahora, Francisco autorizó todas y cada una de las opacas y millonarias operaciones inmobiliarias, que terminaron en un desastre, y de las que después culpó a Becciú. 

Pero más importante aún, me pregunto cómo un Papa puede ponerse a pontificar sobre la democracia, y sobre sus debilidades y retrocesos. Pues ahora pareciera que los principios de la Revolución eran los acertados y la democracia liberal que hoy campea en el mundo es el ideal del gobierno de todas las naciones. Y esto es justo lo contrario a lo que la Iglesia enseñó unánimemente a lo largo de los dos últimos siglos. ¿A quién le hacemos caso? ¿Al Papa Francisco o a los Papas anteriores? 

Ya sabemos que el coro de obispos, sacerdotes y fieles se levantará a los gritos a decirnos que debemos estar en todo de acuerdo con el Papa Francisco. Cuidado. Como bien nos alertaban la semana pasada Carlos Esteban y Fernando Beltrán, la Iglesia católica se está convirtiendo rápidamente en una secta. Y cuando esto termine de ocurrir, para lo cual no falta mucho, ya no será la iglesia de Cristo, y las puertas del infierno tendrán el poder de prevalecer sobre ella.


Reflexión ulterior: Resulta asombroso que una institución milenaria como la Iglesia latina no haya previsto mecanismos legales para actuar en casos como el del actual pontífice. Es verdad que en siglos pasados se recurría sin demasiados remilgos a un té debidamente condimentado [caso de Alejandro VI] o a una ventana abierta en las alturas de Castel Sant’Angelo [caso de Juan XIV]. De ningún modo pueden justificarse semejantes recursos, pero, a mi entender, se debería haber previsto algún recurso canónico que permitiera cuanto menos amordazar a un Papa desequilibrado.