lunes, 25 de julio de 2022

La palmada pontificia al Opus Dei

 


En el post publicado hace una semana, hablábamos de una “eclesiología del poder” que se había ido enquistado dentro de la Iglesia desde hace varios siglos y, con un timing impecable, el papa Francisco publicó esos mismos días el motu proprio Ad charisma tuendum con el que decapita al Opus Dei. La única prelatura personal existente deja de orbitar en la Congregación de Obispos y pasa a hacerlo a la de Clero; su prelado ya no será obispo y, como premio consuelo, se le conceden los títulos y oropeles de protonotario apostólico. Deberán rendir un examen anual de las actividades desarrolladas en el mundo y, en los hechos, están a un tris de ser comisariados en cualquier momento. 

Autoritarismo puro, esta vez manifestado sobre “la Obra”, pero que ya se había ejercitado sobre el monasterio de Bose y sobre movimientos tales como el Camino Neocatecumenal y Comunión y Liberación, y un buen número de congregaciones e institutos religiosos. Todo debe someterse a la voluntad omnímoda del papa de Roma. 

Recuerdo que pocas horas después de que conociera la noticia de la elección de Bergoglio al pontificado romano, azorado e incrédulo, hablé con un amigo numerario del Opus Dei. Él estaba enfurecido. No se privó de ningún epíteto para calificar a quien tan bien conocíamos los argentinos. Tres días después, sin embargo, sus furias se habían calmado, y dos semanas más tarde, él y sus compañeros de residencia, eran los seres más felices de la tierra por tener un papa argentino. Las órdenes de Mons. Mariano Fazio, en ese momento vicario regional del Opus para Argentina, habían bajado rápidamente: no más que loas y flores para quien hasta hace un momento habían aborrecido y quien los sigue aborreciendo hasta el día de hoy. La bajeza de Fazio, sin embargo, recién había comenzado a revelarse. En 2014, cuando Mons. Rogelio Livieres, obispo de Ciudad del Este y sacerdote del Opus Dei, fue expulsado de su sede por la misericordia del papa Francisco, quedando literalmente sin lugar donde reposar su cabeza y con un estado de salud extremadamente delicado que la causó la muerte poco tiempo después, Mons. Fazio prohibió que fuera recibido en las residencias que el Opus tiene en Argentina —y que son muchas—, y prohibió además que se lo ayudara de cualquier modo, aún enviándole dinero. Todo era poco para congraciarse con el nuevo y temible pontífice. 

Por supuesto, poco tiempo después sus servicios fueron recompensados y fue nombrado vicario general de la Obra por el prelado, Mons. Javier Echeverría. Los ingenuos pensaba que teniendo a Fazio en Roma, un argentino cerca del pontífice argentino, se minimizarían los peligros. Los arrumacos del Opus con Francisco se incrementaron a límites exorbitados; todo absolutamente previsible y propio de esa institución. Y así, renunciando a cuantos ideales y proclamas realizadas en tiempos juanpablistas y benedictinos fueran necesarios, pensaron que podrían capear el temporal. Sí, fueron tan ingenuos como para pensar que Francisco iba a creer que habían cambiado, que ya no eran tan conservadores y elitistas, y que ahora se habían tragado en serio las versificaciones pontificias sobre el cambio climático, la conversión ecológica y los pobres de la periferia. La semana pasada recibieron la respuesta.

Lo que repugna es la vergonzosa obsecuencia y bobería del prelado, Mons. Fernando Ocariz. Claro que mucho no debía esperarse de él: hijo de un militar antifranquista, se las iba de niño liberal y republicano; en los '80 fue encargado como teólogo de la Congregación de la Doctrina de la Fe mantener conversaciones con la FSSPX sobre temas de libertad religiosa pero, llegados a un punto de objeciones puestas por la Fraternidad, declinó seguir el diálogo con la excusa de que los superiores no le permitían seguirlo. Se trata, como se ve, de una persona de grandes ideales e inquebrantable coraje, y ahora le agradece a Francisco, papa de Roma, la decapitación de la Obra que él tiene a cargo, con estas palabras: «Desearía que esta invitación del Santo Padre resonara con fuerza en cada una y en cada uno. Es una ocasión para profundizar en el espíritu que el Señor infundió en nuestro fundador y para compartirlo con muchas personas en el ambiente familiar, laboral y social. Damos gracias a Dios por los frutos de comunión eclesial que han significado los episcopados del beato Álvaro y de don Javier. Al mismo tiempo, la ordenación episcopal del prelado no era ni es necesaria para la guía del Opus Dei. La voluntad del Papa de subrayar ahora la dimensión carismática de la Obra nos invita a reforzar el ambiente de familia, de cariño y confianza: el prelado ha de ser guía, pero, ante todo, padre». Es tal el servilismo que hasta utiliza el lenguaje inclusivo para seguir haciendo mimos al verdugo que los está escupiendo y golpeando. Más dignidad tuvo Enzo Bianchi, a pesar de su progresía, o el cardenal Becciu, a pesar de sus opacidades financieras. 

        Como aventura Specola, se sospecha con fuertes razones, que en las próximas semanas será nombrado un “cardenal protector” del Opus Dei en la figura del jesuita Ghirlanda. No me extrañaría que Ocariz se ofrezca para lavarle personalmente las medias. 

El Opus Dei había iniciado hace ya algunos años el proceso de lenta desaparición que sufren muchos institutos católicos. Cada vez son más escasas las “vocaciones” de numerarios, y cada vez son más los numerarios que dejan las filas de la Obra. Y sin numerarios, la Obra tenderá al ocaso y a la desaparición pues, entre otras cosas, será imposible mantener sus costosísimos centros y residencias. En Buenos Aires, por caso, el famoso Cudes, ubicado en una de las zonas más caras de la ciudad, languidece y los vecinos apenas observan una que otra luz encendida, cuando hasta hace algunos años, no quedaba ventana sin iluminar, signo de la actividad permanente de allí había. En la misma Pamplona, están alquilando edificios enormes que antes eran ocupados por seminaristas propios o numerarios, al mejor postor. El lánguido declinar del Opus Dei ha recibido ahora, de parte de su idolatrado Francisco, una enérgica palmada que los ha aproximado más rápidamente a los bordes del precipicio. 


Nota bene: Desde hace algún tiempo, las maldades del papa Francisco le están despertando las antipatías de quienes antes eran sus amigos. El para nada tradicionalista Francisco Marhuenda, director de La Razón (España), es un buen ejemplo en este sabroso editorial

jueves, 21 de julio de 2022

La descomposición del catolicismo

 


La descomposición del catolicismo es una de las obras más breves, más conocidas y más emblemáticas de Louis Bouyer. Escrita en 1968, cuando autor ha decidido ya renunciar al Consilium, la comisión vaticana encargada de formular la reforma litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II, en ella expresa toda su frustración y su enojo por la mediocridad con que se han hecho las cosas.
Pero no se trata solamente de una reforma litúrgica a la que percibe anticipadamente fracasada. Se trata de la situación de la Iglesia católica en general, a la cual se convirtió a comienzo de los años '40 y a la que ve postrada e incapaz de solucionar los profundos problemas que la afligen. Si el Concilio había sido para él como para muchos otros una gran esperanza de reforma, el correr de los años le ha demostrado que, lejos de mejorarse, las cosas han empeorado hasta lo impensable.
Es este el drama que Bouyer expone en su libro a través de tres capítulos: Progresismo, Tradicionalismos y Conclusiones. Con el estilo irónico y a veces cáustico que lo caracteriza describe la situación que ha vivido y la que está viviendo dentro de la Iglesia a la que quiso servir, y advierte sobre las consecuencias que sobrevendrán si no se corrige lo que está mal.

Sus previsiones, cincuenta años más tarde, se han revelado proféticas.

Aquí un extracto que revela el carácter del libro: 



Éste es el punto más paradójico de la situación, que en el momento en que se ha perdido todo sentido de la autoridad se ve renacer una especie de neoclericalismo, por cierto tanto de los seglares como de los clérigos, más cerrado, más intolerante, más quisquilloso que todo lo que se había visto anteriormente.

Un ejemplo típico es el del latín litúrgico. El Concilio ha mantenido en términos explícitos el principio de conservar esta lengua tradicional en la liturgia occidental, aunque abriendo la puerta a amplias derogaciones cada vez que las necesidades pastorales impongan un uso, más o menos extenso, de la lengua vulgar. Pero la masa de los clérigos que hasta ahora no podían siquiera imaginar que se hiciera sitio a la lengua vulgar, por lo menos en el anuncio de la palabra de Dios, han saltado inmediatamente de un extremo al otro y no quieren ya que se oiga una palabra de latín en la Iglesia. Según parece, los seglares tienen hoy la palabra, pero, por supuesto, a condición de que en este punto, como en los otros, se limiten a repetir dócilmente lo que se les dice. Si protestan y quieren, por ejemplo, conservar el latín por lo menos en los cantos del ordinario de la misa con que estaban familiarizados, se les replica que su protesta carece de valor: no están iniciados en la nueva teología y por tanto no hay que tener en cuenta lo que dicen... Esto es tanto más curioso cuanto que reclaman precisamente lo que el Concilio había recomendado.

Pero el Concilio tiene mucho aguante: cuando se evoca su nombre, las tres cuartas partes de las veces no se apela precisamente a sus decisiones y a sus exhortaciones, sino a tal o cual declaración episcopal individual que la asamblea no había en modo alguno ratificado; o se apela a lo que tal o cual teólogo o tal o cual chupatintas sin mandato alguno habría querido ver canonizado por el Concilio, y hasta a tal o cual exposición atribuida al Concilio, aun cuando tal exposición lo contradiga palabra por palabra.

Y lo que sucede con el latín se puede decir también de toda la liturgia, lo cual es tanto más grave en el momento preciso en que el Concilio acaba de proclamar el carácter central de la liturgia en la vida y en la entera actividad de la Iglesia. No hace mucho se subrayaba que las Iglesias tradicionales, y en primer lugar la Iglesia católica, con su liturgia objetiva, sustraída a las manipulaciones abusivas del clero, salvaguardaban la libertad espiritual de los fieles frente a la subjetividad fácilmente invasiva y opresiva de los clérigos. Pero esto ha pasado a la historia. Los católicos contemporáneos sólo tienen ya derecho a tener la religión de su párroco, con todas sus idiosincrasias, sus limitaciones, sus rarezas y sus futilidades.

La princesa palatina describía a Luis XIV el protestantismo alemán con esta fórmula: “Aquí, cada uno se hace su propia religioncita”. Hoy día, cada sacerdote, o poco menos, se halla en este caso, y los fieles sólo tienen que decir amén, y todavía tienen suerte cuando la religión del párroco o del coadjutor no cambia cada domingo, a merced de sus lecturas, de las tonterías que ha visto hacer a otros o de su pura fantasía.


Disponible en Amazon, en formato Kindle y soporte papel.

lunes, 18 de julio de 2022

Una eclesiología del poder

 


Hace algún tiempo, remedando a los encuestadores, hice el siguiente ejercicio. En conversaciones informales, pregunté a tres sacerdotes de institutos tradicionalistas —de los más antiguos y serios—, lo siguiente: “Si el papa Pablo VI hubiese promulgado una reforma radical de la misa como la que hizo, pero en sentido católico y no protestantizante ¿la hubiesen aceptado?”. Los tres me respondieron sin dudar afirmativamente, y la razón fue que el papa tiene autoridad para cambiar la liturgia, aún cuando se trate de cambios profundos, siempre que se hagan de acuerdo al espíritu católico. Y la misma pregunta la hice a tres sacerdotes claramente modernistas, que vivían felices con los cambios conciliares. Ellos también, y sin dudar, aceptarían cualquier tipo de reforma de la liturgia, y aún de la doctrina, porque el papa tiene autoridad suficiente para hacerla. Curiosamente, ambos extremos se tocan en un punto en común: la autoridad omnímoda del pontífice romano, la coincidentia oppositorum que diría Nicolás de Cusa. 

Sobre este tema, la primacía del magisterio sobre la tradición, traté en este blog hace un tiempo en un artículo titulado justamente “La Tradición devorada por el magisterio”, que fue reproducido en varios sitios y lenguas. Y ahora vuelvo sobre el tema pero mirándolo desde otra perspectiva. 

La enseñanza católica expresada en los Padres y en los grandes doctores medievales, afirma que la Iglesia ejerce un doble ministerio, aunque profundamente uno: el de enseñar la verdad divina y el de proponer su misterio vivificante en la celebración sacramental; una Iglesia que enseña y que santifica; una Iglesia docente y sacerdotal. No aparecía en este binomio la tercera función de la que habla la teología moderna: la Iglesia regens, es decir, la Iglesia como autoridad, y no porque se le negara tal ejercicio, sino porque estaba unificado con el de enseñar. Explica Santo Tomás, que tanto en el ámbito natural como sobrenatural, no hay ley digna de este nombre que sea distinta de una aplicación concreta a las circunstancias de la ley eterna que está incluida en la naturaleza de Dios y de sus obras. Por consiguiente, hacer leyes justas y velar por su aplicación no es sino una consecuencia de la capacidad de enseñar la verdad. En el ámbito civil y con mucha más razón en el eclesiástico, quienes legislan y quienes aplican la ley deben ser sabios, como ya lo enseñaban los filósofos griegos. En la Iglesia, la función de regir al pueblo de Dios no es, pues, más que un apéndice de la función de instruirlo en las cosas divinas.

Pero hacia fines de la Edad Media las cosas comenzaron a cambiar. Así como a Cristo se le atribuyen tres funciones —regia, doctoral y sacerdotal—, se le atribuirán también a la Iglesia. En principio, no habría problema en esta translatio. La cuestión se complicó, sin embargo, muy pronto con el escotismo y el posterior nominalismo. Esta corriente filosófica, inaugurada hacia fines del siglo XIII, atribuye a Dios la potentia absoluta, según la cual podría, con sólo quererlo, hacer que el mal fuera bien y el bien, mal. Este principio, más o menos rechazado irá, sin embargo, cociéndose lentamente en las facultades de teología, no sin cierto beneplácito pontificio. ¿Por qué no atribuir esa potentia absoluta también a la Iglesia la que, en concreto, sería al mismo papa? Si el poder de Dios es absoluto aún para hacer que el mal sea bien, es decir, no está “atado” a la naturaleza de las cosas, el poder del Romano Pontífice, análogamente, no debe estar atado a la naturaleza docente y santificante de su munus. En otras palabras, la función de gobierno tiene preeminencia sobre las otras dos. Se trata de una nueva eclesiología, que añade este elemento que es el más típico del catolicismo postridentino: ha nacido una eclesiología del “poder”. San Roberto Belarmino, jesuita, decía: “La Iglesia católica es visible como es visible la república de Venecia”. La Iglesia, sin duda, tiene un aspecto visible, aunque no todo sea en ella visible; el problema está en concebir esta visibilidad como la de un poder político, y precisamente de un poder que es la primera especie de dictadura política, como fue la Venecia del siglo XVII. Este fue el espíritu que fue impregnando a la Iglesia de la Contrarreforma.

De este modo, entonces, la autoridad, la Ecclesia regens, se erige por sobre las otras dos funciones. La autoridad ya no está sometida a la tradición sino que es su guardiana, y el paso siguiente será, naturalmente, la exaltación de tal autoridad a punto tal que, de hecho, reemplaza a la tradición. La autoridad pontificia no tiene ya más norma que sí misma, puesto que se ha hecho de ella algo absoluto, y por eso cualquier papa podrá decir: Stat pro ratione voluntas, Baste mi voluntad como razón. Como dijo Pío IX al cardenal Guidi: “Io sono la tradizione” (Cf. K. Schatz, Vaticanum I, vol. III, Paderborn, 1992, p. 312-322). Curiosamente, este es el punto de coincidencia de tradicionalistas y progresistas: la autoridad del papa es suficiente para cambiar aquello que fue recibido por la tradición. Las diferencias —cambios más o menos católicos, o más o menos protestantes—, terminan siendo detalles.

Esta eclesiología del poder, que ha ido creciendo poco a poco, ha permitido no solamente los cambios litúrgicos hechos en nombre del concilio Vaticano II, sino también un derrame de autoritarismo absolutamente impensado en los primeros quince siglos de la Iglesia. El papa los es todo para los obispos, y vemos cómo Francisco expulsa obispos de sus diócesis pro ratione voluntas (y no nos engañemos pensado que esto responde a la maldad de Bergoglio: san Pío X expulsó con los mismos métodos a un tercio del episcopado italiano) o, como en el caso de Mons. Rey, les prohibe ordenar sacerdotes. El obispo lo es todo para sus sacerdotes, y tenemos casos recientes como el de Mons. Taussig en San Rafael, o como el de tantos obispos del mundo que persiguen a sus sacerdotes  por el solo hecho de, por ejemplo, dar la comunión en la boca. El párroco lo es todo para los vicarios, y mejor no entremos en estos lodazales. Y los sacerdotes lo son todo para los fieles, que no tienen derecho ni siquiera a opinar; su papel se reduce simplemente a obedecer, a llenar la canasta semanalmente y a ayudar a mover los bancos del templo y sacar las telarañas. 

De servidora de la verdad y de los miembros de la Iglesia, la autoridad se ha convertido en su dueña. El papa ya no es el intérprete fiel de la tradición; ha sido sustituido por el oráculo que decide su carácter.


miércoles, 13 de julio de 2022

Retractación de Jack Tollers


 

por Jack Tollers



Estimado Wanderer, parece cosa de Mandinga, pero en la mismísima semana que tuvo usted la amabilidad de publicarme el video y presentación del Dr. Jordan Peterson al público de habla hispana, héte aquí que sucedieron dos cosas (insisto, en la misma semana). Una, que detectó Fuenteovejuna y que explica en un comentario, a propósito de una medida de la empresa Tweeter que “canceló” a Peterson por un parecer sobre 

la actriz trans Ellen Page que luego de pasar por el cirujano ahora decidió llamarse Elliot. 

Peterson escribió "¿Recuerdas cuando el orgullo era un pecado? A Ellen Page le acaba de extirpar los senos un médico forense". 

Eso bastó para que Twitter lo prohibiera acusándolo de "conducta de odio".

Hate speech. Bien entonces por Peterson, en su consabida línea de combate contra lo políticamente correcto, los trans, la abominación de la desolación y la mar en coche.

Pero dije que había pasado algo más. Un amigo mío me escribió llamándome la atención pues Peterson acababa de publicar una larga entrevista a su amigo Dave Rubin, homosexual “casado” con otro y que han tomado la decisión de tener dos hijos sustitutos (esto es, mediante vientres en alquiler). La entrevista es para hablar sobre eso y aquí las ambivalencias de Peterson fueron muy de notar, cuando no directamente diabólicas: a fin de cuentas, aquí estamos hablando de una ingeniería que va directamente contra Dios, que excede cualquier pecado que a uno se le podría ocurrir (sin excluir el “grooming”, del que hablan al final, que consiste en “amistar” con el menor del que así disponen para luego abusar sexualmente de él… l.p.q.l.p.). 

Al final de esta retractación pongo los vínculos correspondientes por si alguien quiere meterse en este barro.   

El vídeo de la entrevista tiene casi medio millón de vistas y unos 300 comentarios (la mayoría felicitando a los protagonistas por su conversación, libertad de expresión, tolerancia, comprensión y ya se imaginarán ustedes qué más). Pero unos pocos tienen la sensatez y el coraje de decir lo que es en sí. 

Algunos se muestran justificadamente enojados:

How is Peterson going against lies, deceit and ignorance when he is entertaining the idea of gay marriage?

(¿Cómo puede decirse que Peterson combate las mentiras, engaños e ignorancia mientras se muestra de acuerdo con los casamientos homosexuales?).

Le contesta uno que cree que Peterson está indirectamente defendiendo la tradición y que lo suyo es una exposición de argumentos en contra del marimonio:

I don’t think he’s “entertaining” as much as he’s questioning it. If anything, this interview has solidified my opinion against gay “marriage”.

(No creo que Peterson está “sosteniendo” el matrimonio homosexual, sino que lo cuestiona. Por el contrario, esta entrevista ha reforzado mi parecer en contra de los tales “matrimonios”).

 Ojalá. Uno querría que así fuera, pero a decir verdad, no parece.

Me parecen más ajustados los que se oponen redondamente al modo que tiene Peterson de expresarse (en una línea “bergogliana” digamos, en aquello de que el “ideal” es imposible y que, por tanto… vale todo)

With such an argument, polyamory and more can be justified.

(Con un argumento así, se podría justificar el “poliamor” y más todavía).

Yo tengo para mí que los comentadores más sucintos dan en el clavo:

Felt like I just watched a therapy session for Dave Rubin to feel justified with the selfish decision he made.

(Siento que acabo de contemplar una sesión de terapia de Dave Rubin con el objeto de que crea justificada la decisión que ha tomado).  

Tal cual. Y luego, hay cosas que Peterson no puede ignorar (y si lo hace, trabaja directamente para el diablo): 

Studies point to the mental health issues children have for having same sex ‘parents’ yet Dr. Peterson is not aware?

(Hay estudios que subrayan las consecuencias para la salud mental de chicos por tener “padres” del mismo sexo—¿y el Dr. Peterson no los conoce?).

Uno de los más importantes es el Dr. Stefen Stacey que ya ha publicado su “riposta” a Peterson, escandalizado por la entrevista que comentamos. También puse el link al pie de esta página. 

Otro comentador objeta que Peterson atribuye a “la cultura” el haber homologado los marimonios, señalando que no hay tal cosa. 

Gay marriage pretty much failed at the ballot box, which would be a better indicator of "the culture".

(El marimonio prácticamente falló a la hora del sufragio, lo que sería un indicador considerablemente mejor que “la cultura”). 

Eso en los Estados Unidos. Pero Peterson peca gravemente hablando de cualquier manera y ante cualquiera… de cualquier cosa: eso es el principio constitutivo de la disolución de Occidente. Y como lo señala uno, más prácticamente:

So, if societal/political issues do not interest you personally (and plenty people fall into that bracket) the message that Rubin & Peterson disseminate will only 1 - add another log to the fire of the far left ideologies (ideologues) that are stirring things up, and 2 - fail to reach the masses in a manner that allow them to gauge what's really going on. 

(De manera que si las cuestiones socio-políticas personalmente no te interesan (y son unos cuantos los que pertenecen a esa categoría), el mensaje que Rubin y Peterson diseminarán, solo servirá para, a) agregar más leña al fuego de las ideologías de extrema izquierda que están revolviéndolo todo; y, b) no alcanzarán a ilustrar a las masas para que caigan en la cuenta de lo que está sucediendo realmente). 

Y hay una explicación de todo esto que mucho me temo sea la correcta: 

I suspect this guy agreed to this interviews in large part BECAUSE it is Jordan Peterson, and his never ending twisting of words and meanings, and word salad.

(Tengo la sospecha de que este tipo aceptó la entrevista en buena parte PORQUE se trataba de Jordan Peterson con sus interminables malabarismos retorciendo palabras y significados y haciendo de todo una gran ensalada.)

De modo que, Jack Tollers ¿de qué te retractas? (en cualquier caso el que debería hacerlo es Peterson, no vos). 

Pues aquí va: me retracto, en el sentido de que aposté a un tipo heterodoxo en la lucha contra fenómenos modernos—siendo que él mismo es, finalmente y en el sentido más profundo, modernista. 

Sobre todo, por el desdén que muestra respecto de la tradición de siglos de matrimonios monogámicos e indisolubles, de respeto y protección de los niños, de reverencia por la ley de Dios y el derecho natural, por una estética monolíticamente concorde en que todo esto es, sencillamente, asqueroso. En esto estarían de acuerdo Sócrates, Confucio, Julio César, Carlomagno, Shakespeare, Napoleón, Pascal y Chesterton (por nombrar sólo a unos poquísimos). Es más: ¿quiénes, hasta el s. XXI se animarían a disentir con ese consenso?

En un momento de la entrevista el puto de Rubin dice que: “Lo que se hizo siempre en realidad no es una respuesta”.  Tu abuela que no es una respuesta (aquí acabo de censurar la puteada más larga de mi vida). 

Pero, no, descartando todo ese tesoro, Peterson (aburguesado, con plata, cómodamente instalado en su escritorio) se da el gusto de decir que todo esto resulta “…muy interesante y saludable—escucharte hablar de todo esto y de todas sus complicaciones”.

Y recibe con los brazos abiertos la cloaca de porquerías que lo inundan todo: “Estamos entrando en un mundo nuevo…” 

Peterson lo anuncia tranquilamente, con el ceño fruncido, una mano sobre la otra, apoyadas sobre las rodillas, como un profeta que es del s. XXI. Pero no está asustado, ni le parece mal.

Le produce curiosidad, nada más, tomá mate.

¿Retractactión? Qué sé yo, don Wanderer, a pesar de que el discurso que subtitulé estaba muy bien, por lo que pasó después… me arrepiento. 

(Y Peterson que se vaya a la… pues ya sabe Ud.).


Aquí las referencias: 

El video de la discordia: Peterson y Rubin discuten sobre la posibilidad de que una pareja de homosexuales pueda “tener” hijos. 

Hay una versión abreviada (reduce 40 minutos a 10) en la página de Rubin.

Aquí la respuesta del Dr. Stefen Stacey, especialista en el tema.

Hay un montón de lugares en los que Jordan Peterson en el pasado expuso razones por las que se oponía al matrimonio homosexual (y mucho más, que “tengan” o adopten chicos),

Por ejemplo, hace cuatro años parecía oponerse al marimonio (agregando que está preocupado por el asalto a las instituciones tradicionales como el matrimonio, por su efecto disolvente).

Pero hace un año, ya parecía estar aflojando su posición primera y se muestra menos seguro en sus convicciones.

Hubo un tiempo en el que se atrevía a hacer una encendida defensa del matrimonio indisoluble (y que eso era exclusivamente entre un hombre y una mujer).

No sé ahora (y, como todo lo que dice Bergoglio, ya no me importa). 

domingo, 10 de julio de 2022

Un devaluado Sacro Colegio

 


Una de las consecuencias más graves que dejará el pontificado del papa Francisco será un Sacro Colegio de cardenales, moldeado a su imagen y semejanza, la que bien puede sintetizarse con una sola palabra: mediocridad. Hizo con él lo mismo que con el episcopado argentino y con el episcopado italiano: colonizarlo de personajes oscuros y orilleros, escasamente formados y exudantes de olor a oveja. El agravante en el caso del Sacro Colegio es que de allí surgirá el futuro pontífice romano. Más allá de las simpatías teológicas y el grado de fe católica que pueda detentar el futuro papa, lo que está en juego es la capacidad de gobierno de una institución bimilenaria y planetarias como es la Iglesia católica.

La Iglesia, a lo largo de su historia, ha tenido papas mediocres e incapaces, pero tenían siempre el buen tino y humildad suficiente como para rodearse de colaboradores capaces. Igualmente, han existido cardenales de todos los colores y de todos los vicios, pero el gobierno y las decisiones estaban en manos de aquellos que, más allá de la intensidad de su fe, eran capaces. No ocurre lo mismo en los últimos tiempos. Comentaba el p. Louis Bouyer en sus memorias que si la KGB hubiese querido minar la Iglesia desde dentro, difícilmente hubiese encontrado modo mejor que nombrar al cardenal Giuseppe Pizzardo como prefecto de la Congregación de Seminarios. La cosa viene de lejos. ¡Qué diría el notable teólogo francés si viera la situación actual, en la que el nivel de degradación es tan pavoroso!

Si hacemos un poco de historia reciente, podremos comprobar el proceso de decadencia. Pío IX comenzó siendo un joven tarambana sin objetivos claros en la vida, hasta que un tío monsignorino en la Curia romana lo encarriló en la carrera —y nunca mejor utilizado el término— eclesiástica, y pronto fue obispo liberal y simpatizante de Garibaldi, para finalmente convertirse en papa ultramontano. Los pontificados posteriores vieron una sucesión de brillantes cardenales secretarios de Estado. No se trata aquí de que nos gusten más o menos sus ideas; lo que quiero señalar es su capacidad de gobierno y gestión de una institución como la Iglesia. El cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, acusado de masón quince años después de su muerte y sin ninguna prueba cierta, fue un habilísimo ministro de León XIII, en momentos en que la Iglesia corría el riesgo de desmoronarse a la par de los Estados Pontificios. San Pío X, que no eran un intelectual y, más bien, era un un hombre rústico y sin roce con el mundo, tuvo la intuición de elegir al genial Rafael Merry del Val,  joven obispo de menos de cuarenta años, como secretario de Estado, y entre ambos pudieron sortear con éxito la crisis del modernismo. Benedicto XV era, a mi entender, un hombre bastante limitado y por eso mismo fue elegido papa, como una vía del medio entre Escila —el ultramontano Merry del Val— y Caribdis —el modernista Pietro Maffi, arzobispo de Pisa—. Sin embargo, formado en la escuela de Rampolla, el nuevo papa se agenció al cardenal Pietro Gasparri que fue quien condujo a la Iglesia durante ese pontificado y, también, durante buena parte del de Pío XI: no solamente fue capaz de hacer un papel más que aceptable durante la Primera Guerra Mundial, sino que también logró la firma de los Pactos Lateranenses. 

Insisto en que podremos tener opiniones divididas sobre algunos de los personajes mencionados; sin embargo, creo que todos coincidiremos en que se trataba de personajes superiores, capaces de cargar sobre sus espaldas con competencia el gobierno de la Iglesia. En los últimos años, tenemos que conformarnos con irresponsables como Bertone o con nulidades como Parolin.

El papa Francisco repele a la gente capaz; la aleja y arrincona. Si ponemos el foco en uno de los cambios más rutilantes que prometió hacer en su gestión —el saneamiento de las finanzas vaticanas—, vemos que sistemáticamente expulsó a todos aquellos que tenían la capacidad y fortaleza de poner orden en esos marjales, como el cardenal George Pell o el P. Ángel Vallejo Balda. Ninguno de ellos se avino a las opacidades que los círculos más altos, incluido el mismo pontífice romano, les exigían. Y fueron expulsados de Roma, y en ambos casos de un modo cruel y despiadado. Experimentaron de cerca la misericordia pontificia. 

Bergoglio prefiere más bien rodearse de mediocres a los que puede manejar fácilmente porque éstos saben que le deben todo, y entonces crean lazos de fidelidad difíciles de romper. Es el caso de Mons. Víctor “Tucho” Fernández, una solemne nulidad que fue alzado a rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina, a arzobispo de La Plata y a redactor de encíclicas pontificias. O bien, personajes fácilmente chantajeables, como es el caso del incompetente Edgar Peña Parra, sustituto de la Secretaría de Estado, cuyo escabroso pasado lo persigue desde su época de seminarista. ¿Por qué, podemos preguntarnos, eligió como colaboradores cercanos a Mons. Gustavo Zanchetta, Mons. Giovanni Ricca o al P. Fabián Pedacchio? ¿Por su competencia en los cargos o su sabiduría como consejeros? ¿O más bien, por la colección de cadáveres que guardan en sus armarios?

Es verdad que más pronto que tarde esta situación pasará porque el papa morirá. Pero, ¿qué nos espera? ¿Alguien puede imaginar lo que sería un pontificado bajo Luis Tagle, el simpático filipino, o bajo el oscuro Oscar Cantoni, neo-cardenal de Como?

El Sacro Colegio está tan devaluado como el peso argentino. En este último caso, se recurrirá para solucionarlo a las dolorosas recetas ya conocidas; en el otro, no sé cómo se las arreglará el Espíritu Santo para poner orden. 

miércoles, 6 de julio de 2022

Libros recomendados

 

Louis Charbonneau-Lassay, El vulnerario de Cristo. La misteriosa emblemática de las llagas del cuerpo y del corazón de Jesucristo, Lectio - Alfa Ediciones, Córdoba, 2022.

Louis Charbonneau-Lassay  no tuvo una vida fácil. Fue miembro de una congregación de religiosos enseñantes —Hermanos de San Gabriel— que fue disuelta por el gobierno masónico francés de principio del siglo XX. Vuelto a la vida laica, se dedicó a recorrer iglesias, monasterios y otros edificios medievales, muchos de los cuales no eran más que ruinas, observando las esculturas y bajorelieves que adornaban los capiteles, pórticos, ábsides, etc. y grabándolos en madera. 

De este modo, se hizo con una enorme cantidad de material que constituye un riqueza única. Sus estudios del más alto nivel lo llevaron a publicaron sobre el significado de las figuras que se observan en las construcciones románicas y góticas en las revistas más prestigiosas y, también, a editar varios libros. En 1997, Olañeta publicó en español los dos gruesos tomos del Bestiario de Cristo, en el que analiza el significado de todos los animales que, en la Edad Media, simbolizaban a Nuestro Señor. 

Ahora, las casas editoriales Lectio y Alfa, acaban de sacar una cuidadísima edición de El vulnerario de Cristo, reproduciendo todas las ilustraciones —reproducciones de sus propios grabados— que Charbonneau-Lassay incluyó en la edición original francesa. El libro recorre las heridas que recibió Jesús en su pasión y el modo en que fueron representadas en el Medioevo, con el simbolismo correspondiente a cada una de ellas. De un modo particular, se detiene largamente en el “corazón de Jesús” y la trascendencia que tuvo esta devoción desde los primeros tiempos de cristianismo. Aunque nosotros tengamos a pensar que la devoción al Sagrado Corazón nace con las revelaciones a Santa Margarita María y sigue con el almibarado cóctel que prepararon los jesuitas cuando se apropiaron de ella, lo cierto es que es la devoción más antigua y más profunda, por su contenido teológico, de toda el cristianismo.

El libro es más que recomendable y puede conseguirse en las librerías habituales que pueden consultar acá y en Amazon.


San John Henry Newman,  Newman y las emociones en la vida cristiana, Amazon, 2022.

Las emociones son un factor fundamental en la vida de todos los hombres. Forman parte de su naturaleza, como la razón y la voluntad, y son compartidas por los animales. Su incidencia en la vida religiosa no puede ser ignorada, pues cuentan en la conducta y en las decisiones tanto como las otras potencias del alma.

¿De qué manera un cristiano debe tratar sus emociones? ¿Qué hacer cuando la tristeza o el desaliento lo invaden? ¿Cómo manifestar y experimentar la alegría propia de la vida de Cristo en el alma? ¿De qué modo vivió el mismo Jesús de Nazareth sus emociones? Son todas estas preguntas que aparecen una y otra vez en todo cristiano que procura avanzar en el camino de perfección al cual ha sido llamado, y la voz de los autores espirituales es siempre un consejo necesario.

Este libro reúne ocho sermones predicados por San John Henry Newman en la parroquia universitaria de Oxford en los que reflexiona sobre las emociones, en general y en particular sobre algunas de ellas, y su incidencia en la vida de todo cristiano. Él mismo era consciente, por su propia experiencia, del grado en el que los sentimientos y emociones influyeron en su vida espiritual, en su camino de conversión y, en definitiva, en su santidad.

Newman, ese hombre cuya palabra calaba en lo más hondo de los corazones de los que lo escuchaban, toma nuevamente la palabra, y tranquiliza y lleva a la paz al alma de quienes lo escuchan.

El libro pueden comprarse en formato Kindle en Amazon


Pieter van der Meer de Walcheren, La vida oculta.

La dúctil y profunda prosa de Van der Meer hace cobrar vida a los personajes de esta novela. De simple línea arquitectural, pero de hondo significado, el relato se mueve en el ámbito de lo temporal y lo eterno: este leitmotif de toda la obra del escritor holandés asume en esta obra características distintas a las expresadas en sus ensayos y en su “diario”. La intervención de Dios en el mundo asoma como dominante preocupación en todos los escritos de Van der Meer: Dios es el impulsador de la historia y del hombre mismo y en Él todo se concentra y se resume. No escapa La vida oculta a este pensamiento, girando la trama a su alrededor; patente demostración de ello es la vida sencilla, la vida oculta de Jan Rijcken, instrumento de la Providencia que, por escondidos caminos, conduce a otros hacia Dios. Nada más sencillo y claro que este libro; pero nada más sobrecogedor e inenarrable que el alma de cada hombre, que teje la trama de su vida a impulsos de una Providencia que todo lo gobierna. El trazo breve, el relato sobrio, la fina prosa de Van der Meer obtienen una novela de puros quilates que por su misma simplicidad emociona. El vivo realismo de una tragedia humana torna cierto e inconfundible el aserto de que Dios escribe derecho en líneas torcidas.

El libro puede bajarse gratuitamente en formato PDF y EPUB.


lunes, 4 de julio de 2022

La muerte del papa Francisco

 




Después de leer rápidamente la Carta Apostólica Desiderium desideravi del papa Francisco me pregunté si valía la pena gastar tiempo y energía en leerla detenidamente y escribir algo sobre ella. Y decidí que no. La carta, en términos generales, no está mal en tanto dice lo que siempre la Iglesia ha dicho sobre la liturgia, y algunos párrafos aquí y allá, no son más que las mismas incoherencias y superficialidades ya que conocemos. Además, ya otros —muy pocos en verdad—, han hecho el análisis por mí. Recomiendo al Padre Z y a Luisella Scrosati

Sin embargo, la publicación de la Carta y su escasísima repercusión ha venido a añadir un elemento más que demuestra una realidad que ya es evidente para todos: el papa Francisco está muerto y sólo resta esperar que la parca termine de hacer su trabajo. Curiosamente, la suya es una situación especular a la del presidente peronista argentino, Alberto Fernández, que también está muerto y sólo resta esperar hasta diciembre de 2023 para sus funerales, aunque es posible que el hedor exija que se adelanten.

Y señalo aquí otro hecho que abona mi hipótesis de un pontífice muerto. El viernes pasado se publicó una larga entrevista que le hizo al Sumo Pontífice la agencia oficial argentina de noticias Telam. La entrevista no tuvo repercusión alguna en los medios internacionales y ni siquiera en los medios del país. Hasta donde sé, de los medios de prensa argentinos con alguna relevancia, solamente dos le concedieron un espacio completamente marginal: Infobae y Página 12. Los diarios más reconocidos, como La Nación o Clarín, no se apercibieron del reportaje. Está por verse si el motivo es la completa intrascendencia —o muerte de hecho— de Bergoglio, o por simple piedad, pues es piadoso cubrir las vergüenzas de los ebrios o de los ancianos. Sus declaraciones sobre las Naciones Unidas, sus frases clarividentes como “Porque si no cambiamos de actitud con el ambiente, nos vamos todos al pozo”, o “Es importante ayudar a los jóvenes en ese compromiso socio-político y, también, a que no les vendan un buzón”, indican que Bergoglio está mayor; chochea y, lo peor de todo, se empeña en hacer público su juicio débil y terminal. 

Sus desvaríos muestran, también sus obsesiones y berrinches, que cambian con las estaciones y siempre son incoherentes. Si en un momento eran los curas burgueses y los obispos viajeros; o las monjas solteronas y los fieles pelagianos, ahora su obsesión son los restauracionistas y el indietrismo. El día de San Pedro y Pablo impuso el palio (“estola”, dice el imbécil del locutor) a los nuevos arzobispos y su discurso es desopilante por las insensateces a las que recurre una y otra vez. Advierte sobre los peligros del indietrismo, recurriendo a un neologismo italiano que podríamos traducir al español como volveratrasismo: la Iglesia no debe volver la mirada atrás con nostalgia por los tiempos pasados que habrían sido mejores y más brillantes. Pero esto plantea varias dificultades al interno de su propio discurso, y sin que tengamos que recurrir a discursos de autores restauracionistas. 

En primer lugar, ¿cuál es el punto a quo, desde el cual la Iglesia podría ser mirada? A tenor de sus últimas declaraciones, pareciera que es el Concilio Vaticano II. Sólo podríamos mirar a la Iglesia a partir de ese magno momento y no volver la mirada a tiempos anteriores, con lo cual Francisco suscribe la tesis de la llamada Escuela de Bolonia: el Vaticano II significa una ruptura en la Iglesia y una re-fundación de la misma. Y, consecuentemente, se ubica en las antípodas de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Por otro lado, ¿de qué modo justifica ese punto temporal? ¿Por qué no podemos mirar más atrás con nostalgia y deseos de restauración? ¿Qué motivos teológicos, más que el deseo del papa romano, que es infalible, hay para tamaña decisión? Son preguntas que nunca ha respondido ni responderá, porque no puede hacerlo.

En segundo lugar, el papa afirma que el indiettrismo está muy de moda en la Iglesia actual. Es decir, hay un gran número de católicos, clérigos y fieles, que miran con nostalgia el pasado e, incluso, buscan restauraciones prohibidas. Pero, ¿no acaba de decir en ese mismo discurso y con un énfasis muy marcado que en la Iglesia hay lugar para todos? ¿O será, acaso, que el papa berrea para que los adúlteros y los LGBT tengan su lugar en la Iglesia, pero impide que lo tengan los indietristas? ¿Cómo se explica que el papa de la sinodalidad, que exige “poner el oído en el pueblo”, que es fuente de revelación y manifestación divina, se empeñe en no escuchar y, aún más, en perseguir a una buena parte de ese pueblo —él mismo admite que son muchos— por el simple hecho de mirar atrás en la historia de la Iglesia? Insensateces e incoherencias que ya nadie puede negar.

Fuerza es reconocer que la pasmosa mediocridad que observamos en el Romano Pontífice, no es privativa de él. Los gobernantes que hoy tienen las riendas de los asuntos planetarios asombran por su estupidez. Y para ejemplo basta un botón: durante la cumbre de los países de la OTAN reunidos la semana pasada en Madrid, los asistentes podían elegir, de acuerdo al menú, como plato de entrada “ensaladilla rusa”. Debido a los comentarios y reclamos realizados, los encargados del catering debieron re-imprimir los menús y renombrarla como “ensaladilla tradicional”. Para alivio del bolsillo de los organizadores, el papa Francisco no estaba invitado a la cumbre.