He terminado de leer la biografía de Benedicto XVI escrita por Peter Seewald. Son dos gruesos volúmenes en la edición inglesa, que es la que leí, y tengo entendido que ya ha salido también la edición española. Se trata de un libro que vale la pena tomarse el esfuerzo de leer pues nos introduce en la figura de un hombre excepcional, cuyo largo rol dentro del gobierno de la Iglesia, primero como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y luego como Sumo Pontífice, evitó grandes males y trajo consigo muchos bienes.
El autor se detiene en relatar minuciosamente la infancia y adolescencia de Ratzinger y su ambiente familiar en la Baviera de pre-guerra. Y el retrato que surge no es solamente el del futuro papa, sino también el de la vida cristiana de esos años y que ahora muchos añoramos. La vida simple de la gente sencilla de poblados católicos, que se regía por la piedad y la liturgia, y donde la fe era verdaderamente el centro de sus vidas. Aparecen detalles curiosos, como que sus padres se conocieron por la sección de citas del periódico local o que el pequeño Joseph nació cuando ellos eran ya grandes. O bien, la precoz inteligencia del niño, que a pesar de su timidez y tendencia a permanecer solo y aislado de su grupo de compañeros de colegio, se fue desarrollando hasta alcanzar las alturas que todos conocemos.
Porque Ratzinger fue y es una de las inteligencias más agudas de las últimas décadas, acompañada de una capacidad de trabajo y producción que deja pasmados a quienes se asoman a su obra. Y se trata de un dato para destacar porque he conocido a gente brillante pero que por un motivo u otro, apenas si tienen uno o dos escritos breves. Ratzinger, en cambio, ni siquiera durante el ejercicio del pontificado romano dejó la pluma, y siguió escribiendo no sólo sus encíclicas, maravillosas piezas de enseñanza magisterial, sino también sus libros, como Jesús de Nazareth, terminado cuando ya era papa.
No en vano, y teniendo apenas poco más de treinta años, era el académico disputado por las universidades alemanas más prestigiosas, lo que le valió no solamente triunfos y halagos, sino también feroces enemigos. Y este es otros de los datos interesantes que presenta el libro: la maldad de muchos colegas teólogos del futuro Benedicto XVI y la guerra declarada y cruel que sufrió, y sigue sufriendo, por parte del progresismo. De modo particular, queda develado el verdadero rostro de Hans Küng, su gran enemigo, personaje oscuro, envidioso y mundano, al que Ratzinger siempre estuvo dispuesto a perdonar a pesar de la malicia y las bajas traiciones del suizo. Y no sólo los teólogos sino también los obispos alemanes fueron siempre sus acérrimos opositores, por considerarlo conservador y “traidor” a la renovación del Vaticano II. Un detalle revelador: el cabildo de la catedral de Münich prácticamente se negó a recibirlo en su toma de posesión en 1977 por sus críticas a la misa de Pablo VI y a la prohibición de celebrar la liturgia tradicional.
El libro muestra también el protagonismo real que tuvo el entonces teólogo Ratzinger durante el Concilio Vaticano II como asesor del cardenal Frings. Era éste el arzobispo de Colonia y, al momento de anunciar el Papa Juan XXIII la convocatoria al Concilio, Joseph Ratzinger acababa de estrenarse como profesor de teología en la Universidad de Bonn. Frings quedó impresionado por una clase que escuchó de él y le pidió que le escribiera la conferencia que debía pronunciar algunas semanas más tarde en Génova, donde el cardenal Siri había organizado unas jornadas de estudios preparatorias al Concilio. El discurso de Frings —un cardenal conservador— causó una enorme sensación pues exponía los puntos centrales de la vida de la Iglesia que el Concilio debía encarar y reformar. Y no es este un dato menor: en un ambiente conservador como era la Génova del cardenal Siri, no hubo oposición sino, por el contrario, un sostenido aplauso de aprobación.
Queda claro también en el libro que tanto el cardenal Frings como su perito Ratzinger, durante las dos primeras sesiones del Concilio, tuvieron roles protagónicos en el grupo del Rin, con sus reuniones paralelas en el Colegio Germánico para urdir las estrategias que los llevarían a tomar el control del Concilio, y que todo terminara como ya sabemos. Hay que decir, sin embargo, que terminada la segunda sesión, ambos —Frings y Ratzinger—, cayeron en la cuenta que estaban siendo utilizados por el progresismo y que el rumbo que tomaban las cosas era sumamente peligroso para la Iglesia. De hecho, el cardenal de Colonia murió con un gran remordimiento por su actuación durante esas dos primeras sesiones conciliares.
De entre los múltiples aspectos que se podrían señalar del libro, señalo uno más: la renuncia al papado. Es un tema que despierta aún controversias no sólo porque algunos siguen sosteniendo que no fue válida por algún motivo u otro —lo cual, a mi entender, no tiene sustento alguno—, sino por su oportunidad o necesidad. Es verdad que, si Benedicto XVI no hubiese renunciado, hoy no estaría Bergoglio en la sede romana, y nos habríamos librado de todas las calamidades que ha traído este lastimoso pontificado, pero ¿quién nos asegura que estaríamos mejor? ¿Quién gobernaría hoy la Iglesia? ¿Gänswein, Bertone, Sodano? Porque, ciertamente, Benedicto no la gobernaría. Estaríamos nuevamente en el estado de “sede vacante”, tal como se conocieron los últimos años del pontificado de Juan Pablo II, cuando nadie sabia a ciencia cierta quién gobernaba la Iglesia, o hasta qué punto las decisiones las tomaba el pontífice romano o su secretario. ¿Cuántos obispos no fueron recibidos por el papa inválido y enfermo y salieron de la entrevista con un papelito firmado con nominaciones episcopales u otras medidas, conseguidas por medios turbios y ladinos? El cardenal Ratzinger vio todo eso de cerca y no quiso repetir la misma historia. Y a eso se sumaban sus debilidades, que él conocía y sabía que no podía contra ellas. Por ejemplo, su indecisión para enfrentar los defectos de sus amigos, aunque estos fueran evidentes. Es el caso de la desastrosa gestión del cardenal Bertone como Secretario de Estado y que, a pesar de que Benedicto XVI era consciente de ello y que muchos se lo advertían, no fue capaz de echar de su cargo a quien era su amigo de años, como no fue capaz de sostener a Ettore Gotti Tedeschi en la limpieza que había encarado en el IOR.
El lector del libro, además, puede observar algunos otros defectos, o al menos, que lo son para mí. Uno de ellos es la obsesión de Ratzinger por el ecumenismo. Soy consciente de que es un problema que a los hispánicos nos cuesta calibrar porque no existe entre nosotros. Sé que en algunas diócesis argentinas, cuando en los ’90 se puso de modo hacer actos ecuménicos, los celosos obispos tuvieron que importar protestantes o musulmanes de otras provincias porque en las suyas apenas si podían conseguir algún Testigo de Jehová o algún mormón impresentables que no estaban precisamente interesado en ese tipo de intercambios cariñosos. En Alemania, la situación era distinta, y se entiende mejor la actitud de Ratzinger pero, igualmente, me parece que es un interés exagerado, teniendo en cuenta, además, que el protestantismo no existe más, y que en la actualidad ha quedado reducido a una presencia testimonial, sostenida por los estados, y que representa a un número cada vez más insignificante de fieles.
Otro defecto surge debido al hecho de que Ratzinger vivió la Segunda Guerra Mundial, y la pasó, además, del lado equivocado. Y la guerra fue un acontecimiento traumático para todos, y mucho más para los alemanes, que quedaron con un sentimiento de culpa colectiva del que no pueden desprenderse. Y así puede entenderse la obsesión del Papa Ratzinger por incentivar las relaciones con los judíos, paralela a su obsesión por el ecumenismo. No se trata, por cierto, de que enfriara las relaciones con el pueblo hebreo, pero parece un poco exagerado el empeño que ponía en ellas.
Y este defecto, que es un defecto alemán, se nota con mucha nitidez también en Peter Seewald, que además de alemán es un hombre moderno. Entonces, a lo largo de todo el libro, trata de mostrar que el Papa Benedicto jamás fue ni siquiera simpatizante de posiciones tradicionalistas, y lo hace con argumentos a veces ridículos. Dice, por ejemplo, que la crítica que recibía porque en las ceremonias litúrgicas utilizaba ornamentos barrocos y tradiciones es falsa porque, realidad, usaba los mismos ornamentos que había utilizado Juan Pablo II… basta mirar un par de fotos para descubrir que no era así.
Y en el mismo sentido, busca siempre respetar la corrección política y presentar a Ratzinger exagerando sus gestos contemporizadores con el mainstream. Es notable que, por ejemplo, a veces dedica tres carillas a relatar el encuentro del Papa con un superviviente del Holocausto, y no dice nada de las visitas o discursos a las carmelitas u otras intervenciones de ese tipo. Es decir, el empeño de la corrección política propia no sólo de un moderno sino también de un alemán acomplejado.
A pesar de estos estos y otros defectos que podrían señalarse, se trata de un libro muy recomendable, que enseña a valorar la enorme figura de Joseph Ratzinger y del impagable servicio que brindó a la Iglesia.
Don Wander:
ResponderEliminar“He terminado de leer la biografía de Benedicto XVI escrita por Peter Seewald. Se trata de un libro que vale la pena tomarse el esfuerzo de leer pues nos introduce en la figura de un hombre excepcional, cuyo largo rol dentro del gobierno de la Iglesia, primero como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y luego como Sumo Pontífice, evitó grandes males y trajo consigo muchos bienes”.
Sin duda la presencia de Joseph Ratzinger, junto al Papa Juan Pablo II, a lo que se agrega el luminoso tiempo de su propio pontificado, (2005-2013), significó el fin de un nebuloso período de la Iglesia, que abarca el alarmante lapso que va desde la muerte del Papa Pío XII (1958) hasta la entronización del Papa Juan Pablo II (1978). Prueba de ello fue que bastó que el Papa Benedicto XVI presentara su inquietante renuncia (2013), para que la Iglesia, como ya había sucedido durante los aciagos años inmediatos del post concilio VII, donde la Iglesia, ferozmente agitada por los tenebrosos vientos de la Teología de la liberación, volviera a caer cruelmente azotada ya no sólo por una suerte de renacimiento de dicha teología, como lo es la actual Teología del Pueblo, sino también de fuera por los huracanados vientos de la perversa cultura de la “ideología de género”. Con lo cual uno se pregunta, si la actual descomposición moral que hoy afecta de raíz a la cultura occidental, no es una natural consecuencia de una descomposición previa a la que, por falta de la buena formación doctrinal de los responsables de turno, no se puso remedio en su debido momento. Y si las cosas siguen así, ¿qué futuro nos espera tanto fuera como dentro de la Iglesia?
¿Qué respuesta puede dar hoy el católico “de a pie” a tales desafíos? Aportes como los proporcionados por Joseph Ratzinger en su fructífera labor intelectual, como lo fue, por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica (1992), y otras obras de incuestionable valor doctrinal, que se suman a los inestimables aportes de los grandes maestros de la Iglesia, contando todos con la sobrenatural luz de la gracia, son, sin duda, una verdadera guía para cada cristiano que lo ayuda a reencontrar el camino para volver a poner las cosas en su lugar.
“El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia los impulsa a actuar como ‘testigos del Evangelio’ y de las obligaciones que de él se derivan. Este testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad (Cf. Mt 18, 15)”.(CIC, n. 2472).
¡Dios, protege a tu Iglesia! ¡Alabado sea Jesucristo!
"fructífera labor intelectual, como lo fue, por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica (1992)" ??? Cómo sería esto?
ResponderEliminarComparto que la renuncia de Benedicto ha disparado muchas controversias, y si bien es cierto que los verdaderos motivos sólo los conoce él, apostaría que uno de ellos -no sé si el más importante- tiene que ver con el Secreto de Fátima.
ResponderEliminarEn efecto, el P. Dollinger -hijo espiritual del Padre Pío- era muy amigo de Ratzinger y en los años '90 se comentó mucho que el Prefecto para la Doctrina de la Fe -que ya conocía el Secreto- le había confiado que Nuestra Señora había pedido que no se cambiase la liturgia, un peligro que se acentuaría en el tiempo culpa de un concilio que causaría mucho daño a la Iglesia.
Pasaron los años y el 15 de mayo de 2016 el P. Dollinger reveló que poco después de la publicación del Secreto -en junio de 2000- Ratzinger le había dicho que una parte del mismo aún continuaba sin publicarse: "realmente allí hay algo más". Si bien le confirmó que lo publicado por JPII era auténtico, agregó que la parte que permanecía oculta hablaba de un "concilio malo" y una "misa mala".
El 21 de mayo la Oficina de Prensa vaticana publicó una desmentida anónima, pero el mismo día Dollinger ratificó lo que Ratzinger le había dicho y ya nadie lo contradijo.
Y hay otra prueba categórica de que una parte del Secreto permanece sin publicar. Es sabido que además de ver y oír a la Virgen, Lucía era la única que hablaba con Ella. Jacinta sólo la veía y la oía y Francisco sólo la veía. Eso es de suma importancia porque en 1924 Lucía dijo que después de revelarles el Secreto la Virgen le había dicho que a Francisco se lo podían contar. Eso demuestra que si bien Francisco -igual que las niñas- había visto a un obispo de blanco que creyeron era el Santo Padre, huir de una ciudad medio en ruinas bendiciendo a los cadáveres que encontraba en su camino hasta subir a una montaña donde murió asesinado, no podía conocer la explicación de la Virgen sobre lo que habían visto porque no la oía.
Lo dicho confirma que además de esa visión que en el 2000 publicó JPII había una segunda parte que aún sigue oculta, aquella donde la Virgen habla de la apostasía y de un concilio malo y una misa mala.
Si a eso sumamos que en 1931 Jesús le dijo a Lucía que la consagración de Rusia finalmente se hará pero será tarde porque a sus ministros les pasará lo mismo que al rey de Francia (Luis XVI) que murió en la guillotina porque hizo tarde la consagración del reino al Sagrado Corazón que no quiso hacer Luis XIV, deberíamos caer en la cuenta que después de la tardía consagración de Rusia que Francisco hizo el pasado 25 de marzo no llegaría de inmediato la conversión de Rusia que la Virgen prometió en Fátima porque antes la Iglesia pasaría por una espantosa purificación.
Conociendo muy bien Benedicto esos detalles, no habría que descartar que eso pudiera influir de alguna manera -no sé si determinante- en su renuncia y en su misteriosa decisión de crear la figura del papado emérito, seguir vistiendo de blanco y quedarse en Roma a pocos metros de Francisco en vez de recluirse a orar en algún perdido monasterio alemán como habría sido el deseo de sus enemigos.
¿Por qué hizo cosas tan extrañas? ¿Acaso oyó voces como Juana de Arco que le decían lo que tenía que hacer?
Y algo más, el P. Kramer -un especialista en el tema- contó que estando en Fátima en 1991 las carmelitas le dijeron que sus hermanas de Coimbra les habían dicho que la Virgen había visitado a Lucía para revelarle que el Secreto sería publicado en medio de una gran guerra.
Dado que cuando JPII publicó en el 2000 la visión que tuvieron los pastorcitos no había ninguna guerra, ¿sería imposible que esa gran guerra fuera esta de Ucrania que podría extenderse a Europa y obligar al Papa a huir de una Roma medio en ruinas hasta morir asesinado?
Hasta ahora hemos visto sólo la mitad de la película, sería bueno no abandonar el cine porque en poco tiempo podría correrse el velo de misterio que rodea la renuncia de Benedicto y ver todo tan claro como en un día soleado...
Se nota que Wanderer ya tiene una opinión formada sobre Benedicto por eso rescata del libro lo que lleva agua para su molino y le parecen "ridículos" los argumentos del autor que muestran al otro Benedicto que W. no acepta.
ResponderEliminarDe más está decir que no he leído el libro, pero esta reseña no es lo suficientemente objetiva como para darnos una imagen certera del mismo.
Estimado, usted envió ayer este mensaje que, por cierto, no publique. Y hoy envía otro en el que me dice que no animo a responder una crítica seria.
EliminarSupongo que será una broma, pero pretender descalificar un libro o una reseña del mismo sin haberlo leído, me excusa de cualquier tipo de comentario, y a usted lo priva de cualquier pretensión de seriedad.
Al anónimo del 28 de marzo 22: 29:
ResponderEliminarNo entiendo la naturaleza de la duda. Si acaso, lo que cuestiona es el valor de su aporte, humildemente le diré que no tengo autoridad para expedirme en ese sentido, sólo hago un acto de fe, en la asistencia del Espíritu Santo durante la redacción del CIC. Si lo que se cuestiona es la participación del cardenal Ratzinger en la elaboración del CIC le contesto con palabras del Para a la sazón reinante.
El, por entonces, card. Joseph Ratzinger participó de alguna manera en la redacción del CIC: "En 1986m confié a una comisión de doce cardenales y obispos, presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, la tarea de preparar un proyecto del Catecismo solicitado por los Padres del Sínodo. Un comité de redacción de siete obispos de diócesis, expertos en teología y catequesis fue encargado de realizar el trabajo a la comisión" (Juan Pablo II Constitución Apostólica Fidei Depositum, Introducción).
¿Asistencia del Espíritu Santo durante la redacción del Catecismo de Juan Pablo II?
EliminarVálgame Dios, ¿por qué razón tendría usted que hacer tan absurdo "acto de fe"?
Hombre, eso es desmerecer la Religión Católica, y su propio intelecto (que es un don de Dios).
tiene Ud mucha razon en el análisis que hace de los motivos de la renuncia del Papa Benedicto...creo que pocas personas lo ven desde esa perspectiva... saludos
ResponderEliminaruna clarificación. el ecumenismo solo es posible entre cristianos de distintas denominaciones como catolicos, ortodoxos y protestantes. cuando se trata del dialogo con otras religiones, judaismo, islam, budismo, se llama dialogo interreligioso, no ecumenismo.
ResponderEliminarLos católicos no integramos el concepto de "cristianos de distintas denominaciones", y los ortodoxos tampoco. El término "denominaciones" se ha reservado siempre para las distintas sectas protestantes, llamando en cambio "iglesias" a la Católica y a las Ortodoxas, visto que en ellas existe sucesión apostólica y en las "denominaciones" protestantes no la hay.
EliminarDisculpe mi corrección, pero estoy persuadido de que no debemos adoptar el lenguaje de los "ecumenistas", que no es otra cosa que una renuncia anticipada a nuestro carácter de partes de la Iglesia verdadera, aceptando en cambio la equivalencia entre los ortodoxos, los católicos y los protestantes, lo cual, desde el punto de vista de la Fe, es inaceptable.
A. H. S.
El ecumenismo sanamente entendido no tiene nada de malo: lo reprochable es, como dice usted, claudicar de la Fe para llegar a un consenso común.
EliminarParece mentira que en 2022 todavía haya que explicar esto; aunque, como bien explica Wanderer, los hispanos no lo entendemos porque en nuestras tierras no existe -o no existía hasta ahora- la diversidad de Iglesias que hay en Europa.
Pero para un alemán es algo básico, y Benedicto ha sido un campeón del ecumenismo ortodoxo.
Hoy salió en Infovaticana un artículo escrito por un ex-obispo anglicano de Rochester, en el que cita a Benedicto 3 veces. Por algo será.
P.D.: Muy buena reseña, Wanderer. Voy a leer el libro.
Excelente entrada. Felicitaciones
ResponderEliminarFavor de corregir: donde dice: "le contesto con palabras del Para a la sazón reinante", debe leerse "le contesto con palabras del Papa, a la sazón, reinante. Mil disculpas y gracias.
ResponderEliminarEs mala idea elegir alemanes como Papa.
ResponderEliminarLos alemanes tiene la lealtad dividida entre la nación y la religión. Ya en el siglo XIX era muy común que si se casaban protestante con católico el hijo varón tuviera la religión del padre y la hija la religión de la madre, lo cual demuestra un grado de indiferentismo religioso muy grande, ponían a la unidad nacional sobre la religión, a la nación por sobre Dios y por sobre la unidad de doctrina. (Por eso también me resulta sospechoso el nacionalismo católico autóctono, esas cosas nunca terminan bien. el montonerismo, deslegitimar la soberanía argentina sobre la Patagonia vía ataques a Roca, y la historiografía a favor de Paraguay en la guerra de la Triple Alianza -un país que invadió Corrientes-, son cosas salidas del nacionalismo católico).
A ese matete, se le sumó otro, que es la culpa que sienten por el genocidio que cometieron contra los judíos. Por eso un Papa alemán siempre va a ser un blando absoluto contra las pretensiones de los luteranos (por unidad nacional) y de los judíos (por culpa o por convencimiento de que no se puede ser firme contra una pretensión injusta de los judíos sin terminar masacrándolos de nuevo) como ejemplo de eso, busquen en internet los cambios que se le hicieron al libreto de La Pasión que se representa hace siglos una vez por década en Oberammergau. Leonard Bernstein, al que no le molestaba conducir obras de Wagner, firmó solicitadas para que la obra de La Pasión de ese pueblito alpino cambié el libreto en todo lo que molesta a los judíos.
Fue el antecedente de la reacción histérica contra La Pasión de Mel Gibson. https://en.wikipedia.org/wiki/Oberammergau_Passion_Play
También es mala idea elegir Papas peronistas, obviamente.
En respuesta a Âνδρέας30 de marzo de 2022, 9:40
ResponderEliminarEstimado Andreas, sepa Vd. que lo aprecio en todas las reflexiones que expresa a través de este medio donde da claras muestras de aprecio de la fe católica. De modo que atiendo atentamente todas las consideraciones que realiza respecto de los distintos temas que se tratan en este blog. Con respecto a su acotación, sobre por qué debo considerar el CIC con cierto grado de fe, le contesto: entiendo que hay una relación directa entre los llamados a dirigir los destinos de la Iglesia y la asistencia del Espíritu Santo para obrar en consecuencia. De otro modo no tendría sentido la elección que Jesús hace de respecto de sus Apóstoles y sus sucesores. Por supuesto, tomo plena conciencia respecto de la posibilidad de que la doctrina del Depósito de la fe católica, no se vea fielmente reflejada en algún punto de esa sucesión, pero, como lo indica el pasaje del Salmo que dice: “Si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los constructores” (Ps. 127, 1), ello no quita que la Providencia de Dios, tome sus debidos recaudos para evitar los derrapes fuera de pista que puedan cometer algunos de ellos: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt, 28, 19-20). Mi muy estimado Andreas, yo no tengo fe en lo que los hombres puedan hacer por sí mismos, -“Sin mí nada podéis hacer” - sino en lo que Dios puede por medio de los hombres. Y si acaso alguno de quienes fueron elegidos para dirigir los destinos de la Iglesia en la tierra, se obstina en hacer su propia voluntad al margen de la divina, no le arriendo ganancia alguna: “Si alguno no permanece en Mí, es arrojado fuera como los sarmientos, y se seca; luego, los recogen, los arrojan al fuego y arden” (Io, 15, 6). De todo lo cual se sigue que, respecto de las cosas de Dios, la fe juega un papel esencial.
¡Dios salve a la Iglesia! ¡Alabado sea Jesucristo!
Pero de lo que usted dice no se sigue para nada que haya que hacer, o siquiera admitir, un "acto de fe" en el Catecismo de la Iglesia Católica.. mucho menos en la versión de Juan Pablo II. Si así fuera, con mucha mayor razón tendríamos que creer en la asistencia divina de todos los documentos magisteriales... como Amoris Laetitia o Querida Amazonia... lo cual es inadmisible.
EliminarNo sé si usted equipara "asistencia del Espíritu Santo" con "infalibilidad" o "inerrancia", pero si así fuera, la cosa toma tintes rocambolescos.
Además, como seguramente usted sabe, una cosa es la gracia - asistencia del Espíritu Santo en este caso (queda por definir qué tipo de "asistencia" es), y otra la disposición subjetiva de las personas que la reciben, o a quienes está destinada - pueden no recibirla en absoluto, u oponer obstáculos a la fructificación, etc. Como en el caso de la "asistencia del Espíritu Santo" a los Cardenales para elegir Papa.
Digámoslo claro: todos los que han recibido el Orden Sagrado, y mucho más los Obispos que lo han recibido en plenitud, tienen una asistencia del Espíritu Santo en orden a enseñar la Verdad, y eso viene con el Sacramento, y no hace falta que el Espíritu Santo les esté dando nuevas asistencias extraordinarias para redactar un catecismo o predicar una homilía. Pero ya vemos lo que pasa hoy: la mayoría de los clérigos son completamente infieles y parece no sólo que no recibieran esa asistencia, sino que sus intelectos (los que muestran tener algo de intelecto) estuvieran informados por el demonio (como dijo San Juan de la Cruz de los herejes).
¿Cuál es mi punto?
No que desprecie el Catecismo juanpablino, pero que trate de reflexionar sobre ese "acto de fe" que usted dice que hace en la asistencia del Espíritu Santo en su redacción, no sea que esté adoptando una posición acatólica e irracional al respecto.
Estaba por comprar la biografía de Joseph Pearce, pero a raíz de este post me decidí por la de Seewald. Agradecido, Wanderer.
ResponderEliminarSaludos
G.
Nuevamente Andreas:
ResponderEliminar“¿Cuál es mi punto? No que desprecie el Catecismo juanpablino, pero que trate de reflexionar sobre ese "acto de fe" que usted dice que hace en la asistencia del Espíritu Santo en su redacción, no sea que esté adoptando una posición acatólica e irracional al respecto”.
Mi estimado Andreas. Me llena de alegría ver el entusiasmo que usted pone en tratar de señalarme los peligros del fideísmo. Y, al respecto, estoy absolutamente de acuerdo con Vd. El dato de fe, aunque no es de carácter racional, no debe entenderse como irracional, porque el dato de fe, para ser recibido antes deber ser objeto de la consideración de la razón, para determinar qué y a quién se debe creer. No obstante, el dato de fe, en razón de su origen sobrenatural, se debe considerar de orden suprarracional. Lo que significa que, aunque debas ser recibido por la inteligencia, no todo en él podrá ser suficientemente comprendido por la razón. De modo que pretender aceptar sólo lo que admite la razón equivale al riesgo cierto de tomar el dato de fe por lo que no es.
Ahora bien, ¿cómo proceder para realizar una crítica de un documento refrendado por el Magisterio de la Iglesia? En orden a qué es lo que se debe creer, se lo admitirá en función del grado de correspondencia con el dato proveniente del Depósito de la fe y de la tradición de la iglesia. En orden a quíén se debe creer, entiendo que lo es en orden al grado de autoridad que se le reconozca al autor de dicho documento. En este sentido valen las palabras de San Agustín: “Vosotros que en el Evangelio Creéis lo que os agrada y os negáis a creer lo que os desagrada, creéis en vosotros mismos mucho más que en el Evangelio” (Contra Fausto, 54, 19; PL 42, 342). En esto parece que coincidimos. Pero, como dice el refrán “nunca tanto que se le vean los sesos”. Esto es, no se debe proceder como si, por regla general se deba poner en tela de juicio todo documento refrendado por quien, por mandato divino, detenta la responsabilidad de constituirse en guía de la Iglesia, sobre todo, si ofrece las garantías de confiabilidad: “Se deben creer como de fe divina y católica todas las verdades que están contenidas en la palabra de Dios escrita y transmitida por la tradición, y que la Iglesia, bien por un juicio solemne o por su magisterio ordinario y universal como divinamente revelado” (Conc. Vat. I, sesión III, c. 3).
¡Señor, Protege a tu Iglesia! ¡Alabado sea Jesucristo!
Estimado Chapado:
EliminarNuevamente se va por la tangente.
Aun no explica por qué cree que hay que hacer un "acto de fe" en un Catecismo (sin duda sabrá que hay muchos, algunos abiertamente heréticos como el tristemente famosos Catecismo holandés de hace ya varias décadas).
En manera alguna lo he acusado de fideísmo.
Sólo le señalo que es absurdo hablar de "acto de fe" (supongo que usted lo entiende como "acto de fe divina", pues también podría ser un acto de fe humana; a juzgar por sus réplicas, es el primer caso) con referencia a un compendio y explicación de doctrinas católicas, sobre todo teniendo en cuenta que en la realización de dicho compendio intervinieron mentes modernistas. Vaya, para eso mejor hacer un acto de fe en la Summa Theologiae, o en el Catecismo de Trento, o el de Astete, o el de San Pío X.
Andres:
ResponderEliminarMi muy estimado Andreas. Gracias, por su preocupación, que, desde luego, no merezco de su parte. Ciertamente el Catecismo Holandés, Deo gratias, ha sido condenado por autoridad competente. Hasta el propio Cardenal Ratzinger lo ha hecho. Y lo propio se podría decir de los Documentos del papa Francisco señalados por Vd. los cuales, en su momento, fueron debidamente cuestionados por autoridades competentes. Pero, lo que, aquí, pone Vd. en tela de juicio es el valor del CIC, que es otra cosa. Sobre cuyo valor hasta hoy no he tenido dudas. Vd. señala que el CIC es cuestionable en función de la “mentalidad modernista de sus redactores”, con lo cual me da un criterio de evaluación crítica, bastante razonable, esto es, la confiabilidad en la ortodoxia de sus autores. Concedo. No obstante, queda pendiente la evaluación crítica en razón del contenido del mismo. Pero, en lo que a mí respecta, nada de esto está a mi alcance. Si ya la evaluación critica de la ortodoxia de sus autores está por encima de mis posibilidades intelectuales, imagínese, lo que me ha de suceder en materia de evaluación crítica sobre afirmaciones de orden doctrinal. Como diría Santo Tomás, no te fijes tanto en quién lo dice sino en lo que dice. Entonces, a menos que haya alguna condena debidamente fundada sobre el contenido de la misma efectuada por autoridad competente, al respecto no me queda más remedio que confiar, de alguna manera, en la evaluación que la misma Iglesia hace respecto de la misma. No le quepa la menor duda, de que, si hubiera en ella alguna afirmación teológicamente cuestionable, tarde o temprano, ésta cuestión terminará por salir a la luz y ser debidamente dilucidada y resuelta. Mientras tanto, aunque no dejo de estar atento a las razonables observaciones que Vd. me hace, no me animo a abrir juicio condenatorio sobre el valor de la misma. Con mi mayor consideración.
¡Dios, proteje a tu Iglesia! ¡Alabado sea Jesucristo!
Bueno, vamos llegando a algo.
EliminarAl parecer ahora ha matizado su acto de fe, aclarando que es de fe humana y no divina, es decir, con sus palabras, no le "queda más remedio que confiar, de alguna manera, en la evaluación que la misma Iglesia hace", o sea, la "autoridad competente"...
En cuanto a los cuestionamientos teológicos sobre el CIC, vea por ejemplo, con la venia de Wanderer, el siguiente link http://hispanismo.org/crisis-de-la-iglesia/27430-herejias-errores-y-novedades-en-el-actual-catecismo-de-la-iglesia-catolica.html (no estoy de acuerdo con todas las comparaciones que hace, aclaro, a veces me parece que ve lo que no hay, pero sirve de ejemplo).
De cualquier manera, mi objetivo lo considero cumplido, pues ahora se ha expresado usted de manera que se entiende "acto de fe humana" y no "acto de fe divina"; lo segundo haría del CIC algo igual a la Sagrada Escritura, algo inadmisible como usted comprenderá.
Acaban de publicar el primer tomo en frances de esta biografia:
ResponderEliminarBenoit XVI, tome 1. De sa jeunesse en Allemagne nazie au Concile Vatican II