En este post, comentaré
solamente algunos párrafos.
La Santa Coacción
“Si el Señor quería que
obligaran a ir al banquete a personas extrañas, ¡cuánto más querrá que uséis
una santa coacción, una bendita coacción, de amor, con los hermanos
vuestros, ovejas del mismo rebaño de Jesucristo! Esta hermosísima coacción de
caridad, lejos de quitar la libertad a vuestro hermano, le ayuda delicadamente
a administrarla bien. No lo olvidéis”.
Curiosa
interpretación del texto evangélico. Un hombre prudente y santo, quizás, podría
lograr una interpretación aceptable del concepto de “santa coacción”, pero
resulta muy fácil que este mandato del Padre se transforme en una liberación de
la conciencia para que los miembros del Opus ejerzan cualquier tipo de presión
y utilicen cualquier tipo de medios a fin de “cazar” a alguien. ¿Cuál es el
límite para que la coacción sea santa o deje de serla? Más aún, la coacción
psicológica, que no es otra cosa más que la limitación de la libertad, ¿puede
ser santa en alguna ocasión? E incluso, ¿Usa Dios alguna vez la coacción?
Yo soy único
“Tomad vuestras notas, y grabad
en vuestro corazón lo que os digo. Porque no sólo os habla un sacerdote: es el
Fundador, y no hay más que uno. Papas, conoceréis muchos; yo he conocido a
varios. Cardenales, a montones. Obispos, más aún... pero Fundador del Opus Dei
no hay más que uno, aunque sea de tan poco fundamento como yo: ¡uno sólo! Y
Dios os pedirá cuenta si no atendéis mis indicaciones. Por mi boca os habla
especialmente Jesucristo, porque yo especialmente en su nombre soy el buen
Pastor”.
El
Marqués de Peralta establece aquí el fundamento sobre el que puede edificar el
resto de su meditación. Él es único y, para un miembro de la Obra, está más
allá de los obispos, cardenales y aún del mismo Papa. Cada integrante de la
prelatura mantiene un vínculo con él que es mucho más fuerte y significativo -y
que conlleva la sumisión absoluta-, que el que mantiene con cualquier miembro
de la jerarquía eclesiástica.
Pero
sabe el ladino Escrivá que debe tensar aún más la situación a fin de manipular
de un modo más seguro y efectivo: afirma que él es la boca por la que habla
Jesucristo. Es decir, es él quien detenta los mandatos divinos para cada uno de
sus súbditos. Es el mismo Cristo quien lo ha constituido pastor de los miembros
de la Obra; su mandato, entonces, viene de Cristo y, por tanto, saltea las
instancias normales de la jerarquía.
De
este modo, cualquier requisitoria, consulta, orden, etc. que provenga por los
canales ordinarios se ubicará en un estadio inferior a las que haya dictaminado
el Padre y sus sucesores. Y él, representante directo de Jesucristo, podrá
eximir si fuera necesario a sus súbditos de cualquier precepto que contradiga
las disposiciones de las jerarquías ordinarias.
Todo queda entre nosotros
“¿Sabéis quién es, para mis
ovejas, el buen pastor? El que tiene misión otorgada por mí. Y yo la doy
ordinariamente a los Directores y a los sacerdotes de la Obra. Gente que no
conoce el Opus Dei, no está en condiciones de actuar como pastor de mis ovejas,
aunque sean buenos pastores de otras ovejas y aunque sean santos. Para mis
hijos, no son el buen pastor del que habla Jesucristo. ¿Está claro? Sed
fugiunt ab eo!. Seguid el
consejo del Maestro: huir”.
El
Padre delega su función pastoril a los Directores (que son laicos) y a los
sacerdotes, y los demás miembros de la obra solamente pueden recurrir a ellos
para la confesión y la dirección espiritual. “¿Está claro”? Del resto de los sacerdotes, se debe
huir, porque ellos no son buenos pastores. Es más, “ese otro, que no es buen
pastor, al no conocer los remedios oportunos, non venit nisi ut furetur et
mactet et perdat, no viene sino para robar y matar y causar estrago”.
Escrivá no puede ser más claro: cualquier sacerdote que no sea de la Obra y que
ose acercarse a algunos de sus miembros, es un ladrón que a robar y matar, y de
él se debe huir.
Es
verdad que parece demasiado tosco y que -pensamos-, los miembros del Opus no pueden
ser tan ingenuos como para seguir el mandato. Pero si tenemos en cuenta el
fundamento que establecimos recién, cualquiera que lo haya aceptado no puede
más que seguir también esta directiva. Caso contrario estaría desobedeciendo al
mismo Cristo.
Pero,
¿es que no hay sacerdotes apropiados fuera de la obra?, podría preguntar
alguno. El marqués responde: “No. El Señor lo dice terminantemente; quien no
entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que sube por otra parte,
es un ladrón y salteador. ¿Acaso no podrá acudir alguno de buena voluntad a dar
una ayuda, a tomar un hatillo de ovejas y ofrecerles buen pasto, y volverlas al
redil? No. ¡No! Y no soy yo quien lo afirma sino el mismo Señor. Los que no
tienen misión encomendada por los Directores, no son buenos pastores, aunque
hagan milagros”. Para que quede claro. Ni que viniera
a confesar a la residencia el padre Pío o el mismo Cura de Ars debería ser aceptado,
puesto que, al no ser del Opus, no son buenos pastores.
Libertad con sentido común
Algún numerario cabezadura
podría todavía cuestionar la orden: Padre, ¿es que usted me quita la libertad
de confesarme con otro sacerdote, aún extraordinariamente?
“Conviene
que os confeséis con los sacerdotes que están designados. Podéis hacerlo con
cualquier sacerdote que cuente con licencias del Ordinario. De esta manera, yo
defiendo la libertad, pero con sentido común. Todos mis hijos gozan de la más
absoluta libertad para confesarse con cualquier sacerdote aprobado por el
Ordinario, y no se encuentra obligado a decir a los Directores de la Obra que
lo ha hecho. ¿Uno que proceda así peca? ¡No! ¿Tiene buen espíritu? ¡No! Se ha
puesto en camino de escuchar la voz del mal pastor.”
Aunque le parezca mentira.
Léalo nuevamente. Es cierto. Escrivá era bestia aún para coaccionar. “Mire m’hijito,
como pecar, no peca, pero se va al infierno igual”. Y lo dice claramente: Quien
así se comporta “se apartaría voluntariamente del buen camino e iría hacia el abismo; sin
duda, habría perdido el buen espíritu”. ¿Y entonces, seor
marqués? “¿Y peco? No. ¿Y tengo que decirlo a los Directores? No. Pero insisto:
¡ay de ti!, ¡pobre, pobrecito mío!”.
Los trapos sucios
Lo importante,
en definitiva, es manejar las conciencias y, como Gran Hermano, saber exactamente
qué es lo que sucede en el alma de cada uno de los miembros. Y, además, cuidar
el buen nombre y honor de la Obra: Si te confiesas con otro sacerdote, “estarías, además, perjudicando a
los demás. Ese confesor guardará el sigilo sacramental, desde luego: todos los
sacerdotes lo cuidan celosamente, siempre. Pero cuando se le presente otra alma
a pedirle consejo, y le manifieste que está pensando en solicitar la admisión
en el Opus Dei, quizá se lo quitara de la cabeza. Aquel confesor no podrá
evitar el pensamiento: ¿ir al sitio donde está aquel miserable, aquel canceroso
que no se quería curar?
Y para Escrivá,
quien esto hace, no es de Cristo. “Propósito firme: el primer sacrificio consiste en
no olvidar, en la vida, lo que expresan en Castilla de modo muy gráfico: que la
ropa sucia se lava en casa. La primera manifestación de que os dais (a Cristo),
es no tener la cobardía de ir a lavar fuera de la Obra la ropa sucia. Si de
veras queréis ser santos; si no, estáis de más”.
Más claro, echale agua…
sucia de los trapitos lavados. “Si van a confesarse fuera de la Obra, están de
más”.
Y ahora que lo pienso, este
personaje fue canonizado por el Magno. Un disparate. Un tremendo disparate.