jueves, 23 de enero de 2025

Un ejemplo práctico de tradimodernismo

 


por Eck


El camino era largo, seco, caluroso. Sin una sombra ni una brisa. Al bochorno se le sumaba un polvo pegajoso y el hedor de las bestias y hombres que le acompañaban. A pesar de su ímpetu, sus prisas y de su enfebrecido celo, la modorra se iba asentando en su ánimo, la somnolencia se iba adueñando de su cuerpo y su desfallecimiento le iba conquistando. De repente, todo se volvió negro, negrísimo. 

No, no era  el sueño. El golpazo dolía, y dolía mucho en sus huesos. Y, sobre todo, esa voz que hace despertar a los muertos resonaba con infinitos ecos en su cabeza y la pregunta que le hizo era demasiado real:

“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”Respondió él: “¿Quién eres, Señor?” 

Díjole Éste:“Yo soy la  Revelación y el Magisterio eclesiástico a quien tú persigues. (Hch IX, 4-5)

Claro que Nuestro Señor no contestó esto sino: “Yo soy Jesus, a quien tu persigues”, a pesar de lo les hubiese gustado a muchos. Y es que desde sus definiciones, San Pablo era un modernista. Y de los peores. Ya era sospechoso por su uso casi monomaníaco por los protestantes y otras malas hierbas hereticonas, ¿qué decir de su enfrentamiento con el Papa? O, mucho peor, su denuncia en la Carta a los Gálatas de las tradiciones humanas opresivas y su canto a las libertades espirituales del cristiano...

San Pablo basa toda su predicación en su experiencia religiosa, en su encuentro personal con el Otro, en la teofanía de Jesucristo resucitado y glorificado. Sólo después de tres años de meditación en Arabia acudió a San Pedro (Gal. I, 17 y 18). Y aún más, luego de 14 años, acudió a los Apóstoles para con-firmar su Fe y su predicación por si corría en vano (Gal. II, 1-4). Para más Inri esto último lo hizo por una revelación divina personal y con el cuajo de una década y media después de empezar a evangelizar a medio mundo conocido...


Et tradimodernismo: definición

Sé que a muchos les ofende hasta el tuétano el concepto de tradimodernista. No me extraña; lo suelo usar con ánimo polémico, pero, sobre todo, para describir una verdad controvertida que muchos vemos pero pocos asumimos: la asunción de conceptos y concepciones modernistas por parte del tradicionalismo, y antes por la teología ultramontana del siglo XIX, y cuyas consecuencias las estamos sufriendo hoy. Claro está que esta asimilación no fue voluntaria y ni siquiera consciente, pero no por ello menos real. Al revés, fue más efectiva y sus consecuencias más duraderas y profundas. De hecho, podemos afirmar que el triunfo casi universal de esta cosmovisión religiosa después del Vaticano II entre el clero y el pueblo se debió en gran parte a la labor de zapa oculta del tradimodernismo, en especial del ultramontanismo, trocado en ultramontinismo en los sesenta. Mientras la crisis modernista de 1890-1910 no afectó a casi nadie del clero y del pueblo, pues todavía vivían la mayoría en un cristianismo prerrevolucionario y preultramontano, cincuenta años después arrastró a casi toda la Iglesia sin casi resistencia. 

La principal fuente y ocasión de entrada es el agere contra o “¿Qué dicen los modernistas, que me opongo?” Pero y acaso, ¿no es el modernismo como Proteo, según sus detractores, que cambia de forma en cada momento?¿Cómo uno puede oponerse sistemáticamente a lo amorfo sino convirtiéndose en roca? Pero esto es como mirar a la Medusa y con los mismos efectos. Es convertir el Pan de Vida que es y está en la Iglesia en piedra inerte y muerta. O peor aún, volviéndose igual a lo combatido en una reacción en espejo, que cambia según lo hacen los gustos pontificales. Es el peligro de la identidad negativa de la que habló hace ya un tiempo Wanderer: “Se observará que la ortodoxia no pretende ser lo opuesto a la herejía. Si la herejía es lo opuesto a la ortodoxia, lo contrario es falso”. 

Y he aquí  el nacimiento de las otras dos ramas del árbol modernista: el ultramontanismo y el ultramontinismo.


Breve análisis de un texto ejemplar

“Precisamente el P. Cornelio Fabro sostiene que la contaminación más esencial de la doctrina católica por parte de los modernistas «ha sido la tentativa de interpretar la experiencia íntima del individuo (autoconciencia) en continuidad directa con la vida religiosa y la toma de conciencia o experiencia religiosa como esencia de la Divina Revelación y la vida de la Gracia. Por el contrario, toda experiencia religiosa en el ámbito de la vida de la Gracia y de la Fe sólo puede tener un valor secundario, supeditado a la Revelación y al Magisterio eclesiástico»” (voz Modernismo, en la Enciclopedia Cattolica, Ciudad del Vaticano, 1952, vol. VIII, col. 1196).

Dejando aparte de que toda experiencia es, de por sí, íntima, hagamos caso al sacerdote filósofo y vayamos a la Revelación. ¿Y qué nos dice la Revelación? Esto: Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y lo que nuestras manos tocaron, acerca del Verbo de vida, porque la vida ha aparecido, y nosotros hemos visto, y testificamos, y os anunciamos esta vida eterna que estaba con el Padre y se nos apareció”(I Juan 1:1-2)

¿Qué mas experiencia personal que ésta? Pero vayamos con otro testimonio de la Tradición:

“Noli foras ire, in teipsum redi, in interiore homine habitat veritas. Et si tuam naturam mutabilem inveneris, trascende et teipsum. Illuc ergo tende, unde ipsum lumen rationis accenditur”.  (“No vayas afuera, vuélvete a ti mismo, en el hombre interior habita la verdad. Y si encontraras a tu naturaleza mudable, trasciéndete a ti mismo. Tiende, pues, allí a donde la misma luz de la razón está encendida”. (San Agustín, De vera rel. 39, 72) 

Ahora resulta que San Agustín es el archimodernista, aunque pensándolo bien, tiene su lógica. ¿No era Lutero augustino...? Y es que en el ámbito de la Gracia, la Fe sin experiencia religiosa propia, personal, sencillamente no existe. Y por eso, no puede tener un valor secundario frente a la Revelación y la autoridad de la Iglesia sino que es su fin: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn. XVII, 3). Esta confusión entre medios y fines tiene su raíz en la asunción de presupuestos modernistas. Se opusieron tanto al modernismo que acabaron comprando su mercancía averiada, atacaron tanto a esta herejía que aceptaron de matute sus conceptos. En este caso y como una página afirma: “La experiencia religiosa o emocionalismo inmanentista”. Toda experiencia y autoconciencia es un sentimiento o emoción, cambiante, mudable. 

Aceptan sin darse cuenta ni dudarlo lo siguiente

-Individuo frente a persona, es decir, como entidad totalmente autónoma frente a la criatural y comunitaria.

-Experiencia religiosa aceptada en su concepción modernista (emocionalismo inmanentista) frente a la total de la tradición (“Y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón,  y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza” Mc. XII, 30 ) 

Es decir, se aceptan sus corolarios: no hay experiencia religiosa racional puesto que la hemos definido como emoción, por lo que, si la experiencia es real, no puede ser racional. Además imanente, no transcendente, por lo que ataca la base de la Revelación histórica que es la experiencia personal de los Apóstoles. Tras el susto de las condenas de Gregorio XVI y Pio IX por ir directamente contra la autoridad de la Iglesia y viendo que sus enemigos asumían sus presupuestos, bien sabían los modernistas donde atacar a principios del siglo XX, en el punto más débil de sus contrincantes: el método histórico-crítico de las Escrituras y de los testimonios de la Iglesia primitiva.  

Si la experiencia es irracional e inmanente, con afirmar que el cristianismo nació de una experiencia Dios, como lo fue pues nadie lo puede negar,  se sigue que los contenidos de la Fe son irracionales e inmanentes. Todo el edificio teológico católico se hunde en su base y paradójicamente los defensores del tradimodernismo, obnubilados en la defensa acérrima de la jerarquía, su potestad y autoridad, que essu verdadero interés, proclaman inconscientemente una fe fiduciaria, más bien luterana, en el Magisterio de la Iglesia, cuya base está... en el testimonio apostólico hasta el martirio. En cuanto flojee esta fe, adiós. Y así sucedió en el Vaticano II.

Se asumen tantos principios modernistas, aunque en oposición: eadem est scientia oppositorum y el principal es el ontológico de que la cosas, objetivas, están por encima de las personas, subjetivas, dando la vuelta a toda la metafísica y teología tradicional. Esto lo vieron preclaramente Newman, Kierkegord y Castellani, y la actual ciencia cada vez los respalda más. Cuando se abandona el prototipo metafísico de la persona, y que son las de la Santísima Trinidad, es imposible reflexionar adecuadamente sobre este concepto cayendo en la cosificación o en salidas fallidas de ella como es casi toda la filosofía moderna.

Ni siquiera piensan en la etimología de revelación, de descorrer un velo, es decir, mostrar a alguien ¿A quién? A Dios encarnado, a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, Verbo eterno del Eterno Padre, redentor y salvador, vencedor del pecado y la muerte, Vida de los vivientes, que viven en Él, de Él y por Él. Normas y dogmas, a esto reducen la religión; eso es lo importante, el poder. ¿Dónde está aquí la Zarza ardiente ante la que descalzó Moises, dónde está aquí la suave brisa del profeta Elías, dónde está aquí la terrible visión de Ezequiel, dónde la magnifica epifanía de Isaias, dónde está la Luz del Tabor, dónde la oscuridad del Calvario, dónde el fuego abrasador de Pentecostés? ¿Es esta la Fe de la samaritana, la hemorroísa y la viuda de Naím; la esperanza de Marta y María ante el sepulcro de Lázaro? 

Para más Inri esta posición echa en brazos del modernismo a todos aquellos que han pasado a la fe por una experiencia religiosa, una conversión, y que no pueden soportar los constructos religiosos decimonónicos que les imponen para mantener la fachada de iglesia aseada, burguesa y deseada y que no son para nada tradicionales sino fariseos. Dan por su fanatismo el premio a los enemigos y las prendas de la victoria a sus contrincantes, aceptan su marco y sus concepciones con alegría y despilfarro. Y luego lloran amargados que se quedan solos y derrotados.


Conclusión

La da el propio San Agustín en la frase que citamos, que es transcender la experiencia personal hacia donde reside la Verdad y la Razón, a Dios encarnado. Y que la Iglesia con-firma, hace firme, con su autoridad divina la veracidad de toda esta experiencia religiosa de sus componentes por ser ella “columna y fundamento de la Verdad” (I Timoteo, III, 15), siendo ella misma el Cuerpo Místico de Jesucristo (Col. I, 18), estando sus miembros injertados en la Vid (Jn. XV, 5), de la cual reciben su savia, la gracia, por los sacramentos. Es, pues, evidente que la Iglesia participa místicamente de la Verdad pues su vida es Áquel que dijo: “Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida” (Jn. XIV, 6) y que es infalible en la Fe que profesa y que establece como Regla.  Todo, es decir, TODO en la Iglesia está hecho y en servicio de que cada persona se pueda encontrar en persona con Cristo pues sólo en ella se le puede encontrar puesto que ella es Cristo difundido y comunicado. ¿Normas y leyes? Para facilitar y quitar impedimentos al encuentro, ¿Dogmas? Para saber que le encontramos a Él y no a otro, para no confundirnos ¿Liturgia? Preparación del encuentro a través de los Sacramentos en la participación de su Cuerpo y Sangre aquí, y para el encuentro definitivo en el Más Allá y el completo y glorioso en el Último Día. 

La asunción indirecta del marco modernista por una oposición más maniquea que racional ha provocado innumerables desastres en la Iglesia. El Antimodernismo es un modernismo pero invertido, dado la vuelta; no es una defensa de la Fe, compra su marco, sus conceptos y su visión, se vuelve su gemelo, su caricatura de forma inconsciente, el mejor homenaje a un enemigo: un simia modernistarum aunque no lo quieran reconocer. En este sentido es revelador el siguiente pasaje del artículo referenciado: “Por el contrario, toda experiencia religiosa en el ámbito de la vida de la Gracia y de la Fe sólo puede tener un valor secundario, supeditado a la Revelación y al Magisterio eclesiástico”. Tras aceptar los presupuestos y como no pueden negar la experiencia cristiana, creen salvaguardar la Fe supeditando la experiencia “a la modernista” a la Revelación y su verdadero ídolo, el magisterio, es decir, la jerarquía. Vana esperanza: Et in Arcadia ultramontana ego.

lunes, 20 de enero de 2025

El regreso de Constantino

 



por Ludovicus


Es difícil sacar conclusiones tan tempranas, pero parece que el poder está volviendo a los hombres que gobiernan, sin ir más lejos Trump y Putin, cocineros del futuro sandwich europeo. Entiéndase el poder político, corporizado en un gobernante “populista”, con objetivos políticos que hacen a la ejecución del bien del Estado nacional y la voluntad del que gobierna. Todos los anteriores políticos al uso han sido, más o menos, títeres de la banca, de los grupos de poder e interés, en definitiva de las élites que los eligen en un casting humillante. Biden empleado senil, Macron empleado atildado, Sánchez empleado destructor, Merkel empleada hipócrita-cristiana: todos pugnando por ganar el título de empleado del mes en la ejecución de las Agendas —género, inmigración, inclusión, Ucrania y para qué seguir— y controlados por los medios que dominaban la opinión pública. Los medios evangelizaban, los medios controlaban, los medios defenestraban. Atrás de ellos, por supuesto, las élites, la patronal.

Las cosas han cambiado, la irrupción de las redes ha tenido consecuencias realmente imprevisibles y la doxa popular se ha fragmentado alejándola del programa de las elites, que se han pasado de rosca con sus wokismos, sus maltusianismos y sus transhumanismos. Elon Musk hace poco, hablando con Jordan Peterson, describía al gobernador de California como una especie de Guasón creador del caos, legitimador de los robos inferiores a 1000 dólares, repartidor de kits para drogadictos, emperador de las calles repletas de los zombies del fentanilo y de los incendios inapagables, regidor de escuelas donde el porcentaje de niños ¨transexuales¨ llega a las dos cifras.

Los intentos de establecer censura en las redes (objetivo numero 1 de la Unión Europea) van fracasando, y recibieron el golpe mortal con la compra de Twitter que, según confesión del mismo Elon Musk tuvo por motivo el combate contra el ¨virus woke¨. Este virus, dicho sea de paso, que le arrebató un hijo y lo transexualizó, convirtiendo a Musk de un alegre cabeza fresca en un hombre relativamente focalizado en materia ideológica. 

El cambio es copernicano, secular, de consecuencias que todavía no ponderamos debidamente. Pero la vacancia magisterial sobre la opinión pública, o mejor, la desaparición de los medios de formación de opinión de los últimos dos siglos (diarios, radio y TV), además de haber abierto una brecha por la que se han colado tipos antisistema como Milei, Bukele, Meloni o Trump (Putin es otra historia) suscita dos interrogantes. 

En primer lugar, ¿quién adoctrina a las masas? ¿Quién forma opinión, quién editorializa? De acuerdo, el medio es el mensaje. Pero entonces el medio está en manos del sentido común de las redes. Todo lo frágil que se quiera, pero hasta ahora mucho mejor que la ortodoxia dictada en Davos. De todos modos, estamos surcando aguas no exploradas. No hay “filósofos” de la Ilustración, no hay diarios, no hay Iglesia docente, no hay escuela, no hay televisión, no hay pensadores. No hay magisterio. Hay un horror vacui que espera ser llenado.

Segunda cuestión, qué se puede esperar de los nuevos líderes. 

En su biografía de Santa Helena, Evelyn Waugh le hace decir sobre su hijo, “es el poder sin la gracia”. El Constantino de Waugh no es el santo que la Iglesia ortodoxa pinta o escribe en los íconos. Es un férreo animal del poder como todos los césares, un estadista consumado y despiadado que no duda en mandar matar a su mujer y a su hijo porque conspiran contra él. Cuando Helena, de vuelta de Jerusalén, le obsequia los clavos de la Pasión de Cristo, usa uno de ellos para hacer un bocado para su caballo. Es un entusiasta banal de la nueva religión, de la que se considera “obispo exterior” y no bautizado, lo que hoy llamaríamos un cristiano cultural. El propio obispo de Roma, Silvestre, prudentemente no sale jamás de su residencia para no cruzárselo y tener problemas. Constantino es el Imperio, el orden romano, el derecho; en fin, todos los bienes políticos sin la gracia.

Trump, Putin, Milei, un poco Meloni, todos son cristianos culturales que ven positivamente a la religión y por supuesto, se benefician del apoyo de los fieles, pero probablemente sin la fe. Son un poco Constantinos, animales políticos no domesticados, de conducta imprevisible. El debilitamiento de los medios acrecentará su poder, para bien y para mal. Además del combate a la anticristiana agenda woke, pueden ser muy beneficiosos en el apoyo a la reconstrucción de los medios de evangelización. Sería prudente y conveniente que los miembros del clero progre, en particular el Papa, siguieran el ejemplo de San Silvestre y no se les cruzaran en el camino.

viernes, 17 de enero de 2025

El P. Alejandro Gwerder, cancelado

 


Conozco al P. Alejandro Gwerder desde hace muchos años, y doy testimonio que siempre fue un sacerdote entregado completamente al servicio de Cristo y de su Iglesia. Y lo que digo no es una frase hecha; es la realidad más pura. Y destaco la palabra clave: entrega, y la ha sido en todos los órdenes de su vida. Y desde que lo conozco ha tenido la virtud constante de resistir los embates que recibía periódicamente por su entrega. Y lo peor de todo es que, quienes lo atacaban, eran los “buenos”. 

Hay un detalle que es constante en su vida apostólica. Con su dulzura y humildad, y con su fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, siempre atrajo a muchos fieles. Siempre. Sus misas, sus misiones, sus colegios, sus grupos juveniles, siempre eran los más poblados, los más entusiastas, los que congregaban a los mejores de cada uno de los destinos a los que lo enviaban. Y eso despierta envidias, sobre todo en obispos y sacerdotes cuyo ministerio ideologizado apenas si congrega a un puñado de setentosos o de políticos. 

El P. Alejandro Gwerder fue durante años párroco de la Inmaculada Concepción en Rawson, un pequeño pueblo en las entrañas de las húmedas pampas bonaerenses. En su pequeña iglesia neogótica restauró la belleza de la liturgia, celebrando también la misa tradicional. Es desde ese templo desde donde parte anualmente la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad. 

Pero cuando en 2019 fue nombrado arzobispo de Mercedes-Luján Mons. Jorge Scheinig, de lo peor que ha producido el pontificado de Francisco, comenzó la persecución y, pocos años después, el P. Gwerder fue expulsado de su parroquia y dejado sin oficio pastoral, iniciándose un proceso canónico por desobedecer “la nueva corriente eclesial” inaugurada en el último pontificado.  Mientras tanto, siguió ejerciendo su ministerio y congregando en sus misas dominicales, que celebra en una quinta que le facilita una familia, a multitudes. Pues, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de las parroquias de la arquidiócesis, a las misas del P. Gwerder asisten gran cantidad de fieles,  de todas las edades y clases sociales. Y eso enfurece a sus colegas, y despierta envidias. 

Finalmente, ayer se comunicó desde el arzobispado, en un documento sin firma —hasta en eso son cobardes— que el Dicasterio del Clero dimitió del estado clerical al P. Gwerder por delitos contra “la obediencia y la comunión”. Sí, el mismo dicasterio que tarda décadas en condenar a abusadores sexuales o que, una ver condenados, los perdona; el mismo dicasterio que permanece impávido mientras sacerdotes comenten los actos más flagrantes contra la obediencia y la comunión de la Iglesia, que tiene veinte siglos, y predican herejías, celebran las liturgias más disparatadas, bendicen parejas homosexuales y comenten abusos inconcebibles contra la unidad de la Iglesia que es católica también en el tiempo, se atreve a condenar a un sacerdote que ha permanecido fiel a la enseñanza que siempre la Iglesia enseñó. No soy canonista y tampoco soy positivista; por eso mismo, me pregunto qué validez puede tener ese tipo de decisiones.

En tanto, hoy se conoció una carta del P. Alejandro Gwerder (aquí), en la que explica sus razones. Y francamente, pocos serán los católicos sinceros que no reconozcan la voz de un sacerdote y pastor católico, y no acuerden con las razones que allí expone.

No me cabe que el ejemplo del P. Gwerder, como el de otros muchos sacerdotes cancelados como él, terminarán dando mucho fruto; fruto que sus perseguidores, condenados al fracaso, son incapaces siquiera de desear. 

jueves, 16 de enero de 2025

Mons. Carlos Ponce de León, nuevo beato argentino en perspectiva

 


Pasó desapercibido. Una de las primeras resoluciones tomadas por Mons. Marcelo Colombo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, pocos días después de asumido su cargo, fue nombrar una Comisión encargada de estudiar la vida, obra y muerte de Mons. Carlos Ponce de León, obispo de San Nicolás. Se trata, con toda certeza, de los primeros pasos para elevar a los altares a este obispo de izquierdas tal como se hizo hace algunos años con Mons. Enrique Angelleli.

Veamos el estado de la cuestión.


¿Quién fue Mons. Carlos Ponce de León?

Nació el 17 de marzo de 1914 en Navarro, provincia de Buenos Aires. Fue ordenado sacerdote en 1938. En 1966, fue designado obispo de San Nicolás de los Arroyos. Asumió el cargo en un contexto histórico complicado para la Argentina, caracterizado por gobiernos militares y una creciente polarización política. Desde su llegada, Ponce de León se destacó por adoptar una postura pastoral que priorizaba el diálogo con los sectores populares y la denuncia de las injusticias sociales; es decir, un obispo con olor a oveja.

Sin embargo, Mons. Ponce de León no fue solo un pastor preocupado por las injusticias sociales, sino también una figura polémica debido a su estrecha relación con movimientos políticos de izquierda, activistas radicales y figuras ligadas al terrorismo que asoló el país en aquellos años. Su vida y ministerio estuvieron profundamente marcados por su “defensa de los derechos humanos”, pero también por una clara inclinación hacia causas políticas asociadas al progresismo y, en algunos casos, a sectores radicales.

Manifestó abiertamente y en muchas ocasiones su simpatía por los postulados de la izquierda política. Este compromiso no se limitó a declaraciones teológicas o pastorales, sino que se tradujo en acciones concretas, como su respaldo a sacerdotes del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) y su cercanía con militantes de organizaciones como Montoneros. Ponce de León no dudó en utilizar recursos de la Iglesia para apoyar a estos grupos. Por ejemplo, permitió que parroquias de su diócesis fueran utilizadas como refugio para activistas políticos perseguidos por las fuerzas de seguridad. Además, facilitó encuentros entre líderes sindicales y miembros de la Iglesia en busca de apoyo logístico y protección frente a las amenazas del gobierno militar.

Se le acusó de intermediar en operaciones para proteger a militantes montoneros, ayudándolos a escapar del país o a esconderse dentro de su jurisdicción. Un caso documentado es su participación en la entrega de documentación falsa a militantes de izquierda que buscaban evadir la persecución estatal. Estas acciones, aunque presentadas como humanitarias, fueron interpretadas por muchos como una muestra de su alineación con los objetivos de la guerrilla. Este tipo de hechos fueron documentados y presentados en la nunciatura, entre otros, por el Dr. Héctor Hernández, uno de los maestro del pensamiento católico argentino.

Por otro lado, Mons. Ponce de León no ocultó su respaldo a sacerdotes progresistas que desafiaban abiertamente las políticas del régimen militar y las estructuras conservadoras de la Iglesia. Entre ellos, se destacaron figuras como el padre Carlos Mugica, a quien Ponce de León defendió públicamente incluso cuando su activismo en favor de la lucha armada contra el gobierno constituido fue clara. En su diócesis, promovió el trabajo de sacerdotes comprometidos con la teología de la liberación, entre ellos una banda de salesianos altamente politizados.

Murió en un accidente automovilístico el 11 de julio de 1977 mientras se dirigía a Buenos Aires acompañado de un soldado conscripto.


El accidente

Ese día, Mons. Ponce de León viajaba desde San Nicolás a Buenos Aires conduciendo su automóvil, un pequeño Renault 4. Irónicamente, iba a visitar al hospital a un grupo de seminaristas que habían sufrido un accidente de tráfico y a entrevistarse con el Nuncio. Era un día de lluvia y una densa niebla cubría la ruta. A poco de salir, el automóvil fue envestido por una camioneta que venía detrás de un colectivo que, al intentar sobrepasarlo, provocó el accidente que le costó la vida al obispo. 

La camioneta, una Ford F100 último modelo, era conducida por Luis Antonio Martínez, acompañado por Carlos Bottini, ambos productores agropecuarios y empresarios de Entre Ríos. Bottini tenía su empresa, llamada Agripolo, ubicada a pocas cuadras de un batallón militar y, para peor, su hermano mayor era personal civil del Ejército. Estos hechos fueron suficiente para que la izquierda argentina, y algunos eclesiásticos, afirmarán que el accidente de Mons. Ponce de León había sido un atentado.

Pero esta postura deja al descubierto muchas debilidades. Veamos:

1. Si el Ejército había planificado un atentado contra el obispo, ¿por qué permitió que un soldado lo acompañara, poniendo en riesgo la vida de alguien de su propia tropa?

2. ¿Es creíble que los militares hayan convencido a dos empresarios para que provocaran un accidente de esa naturaleza, poniendo en riesgo sus propias vidas? Y, en todo caso, ¿por qué dos personas a bordo de la camioneta? ¿Tiene sentido incrementar inútilmente el número de autores del crimen?

3. ¿Los militares reclutaron también al conductor del colectivo de modo tal que en el lugar apropiado y cuando la niebla era más densa, mantuviera su marcha lenta a fin de permitir el accidente?

4. ¿Habrían sido tan osados los militares en provocar un atentado sobre el que podrían testimoniar numerosos testigos: el soldado, los pasajeros de la camioneta, el chofer y los pasajeros del colectivo?  Nada de esto parece verosímil. El accidente en el que murió Mons. Enrique Angelelli, al menos, no tuvo más que un lejano testigo.

Horacio Verbitsky, un asesino devenido periodista, dedica varias páginas al caso en el tomo IV de su Historia de la Iglesia Católica, y saca de la galera comentarios y dimes y diretes que nunca fueron probados porque era simplemente imposible hacerlo. Y, de paso, acusa del Dr. Héctor Hernández, que era defensor oficial, de haber ocultado el expediente ¡hasta 2004!


¿Qué pretende Mons. Marcelo Colombo?

Recordemos, en primer lugar, que fue Mons. Colombo durante su pontificado en La Rioja, quien llevó adelante la causa de beatificación de Mons. Enrique Angelleli. Tiene experiencia en pesquisar accidente de tránsito episcopales, siempre y cuando los epískopos sean de izquierdas. Al iniciar subrepticiamente los preliminares para una nueva causa de beatificación —la de Mons. Carlos Ponce de León— podemos proponer varias posibilidades, no excluyentes entre sí:

1. Mons. Colombo ha sido contratado por Luchemos por la vida. Asociación civil sin fines de lucro, a fin de concientizar sobre los peligros de manejar en las rutas argentinas y, en vez de pintar estrellas amarillas en el lugar de los accidentes fatales, elevar a los altares a las víctimas del clero muertos en esas trágicas circunstancias. Si así fuera, yo tengo una lista, bastante larga -lamentablemente-, de amigos sacerdotes que han muerto en tales dolorosas circunstancias. Y aprovecho la oportunidad para nombrar sólo a algunos de ellos y pedir a los lectores una oración por el descanso eterno de sus almas: P. Alejandro Laudadio (+1990), P. José Luis Ruani (+1993), y P. David Specchiale (+2024).

2. La intención es, sin más, beatificar a Mons. Ponce de León pero como será mucho más que imposible probar la heroicidad de las virtudes de este obispo, el presidente de la CEA ha optado por la vía rápida de declarar su martirio, dictaminando contra toda evidencia y contra a la doble investigación judicial realizada en 1977 y en 2004.

3. Mons. Marcelo Colombo está empeñado en proponer ejemplos de obispos virtuosos y buenos pastores a fin de edificar al clero y a los fieles. Sería éste un noble propósito, pero no veo el motivo de hacerlo con una figura tan controvertida como Mons. Ponce de León, habiendo en la historia episcopal argentina muchos y mejores ejemplos, varios de los cuales tienen abierta ya su causa de beatificación. Y recuerdo a Mons. José Américo Orzali (1863-1939), primer arzobispo de San Juan de Cuyo; Mons. Jorge Gottau (1917-1994), primer obispo de Añatuya y Mons. Pablo Cabrera (1848-1921), obispo auxiliar de Córdoba. Y, si las condiciones impuestas por Mons. Colombo exigen que el obispo haya muerto en accidente de tránsito, propongo comenzar por Mons. León Kruk (1926-1991), obispo de San Rafael, aunque sospecho que esta última idea no será de su agrado.

Me temo, sin embargo, que el afán beatificador de Colombo no terminará aquí sino que, una vez declarado el martirio de Ponce León, como hizo ya con Angelleli, le siga el de Mons. Alberto Devoto (1920-1984), obispo de Goya, tan de izquierdas como los anteriores y muerto también en un accidente de tránsito, aunque este caso le resultará más difícil porque su deceso se produjo cuando el país ya estaba felizmente en democracia. 


lunes, 13 de enero de 2025

Sí la vimos. Y hace nueve años

 


Hace algunos días publicamos un post titulado “No la vimos. Y la Iglesia tampoco”. Sin embargo, un amigo me advirtió que sí la habíamos visto, y que habíamos dejado constancia de ello hace casi nueve años, en un post escrito por Ludovicus, titulado “El derechismo gramsciano de la Dra. Pignata”, y que ahora publico nuevamente.

Para quienes no sepan quien fue la Dra. Alcira Pignata, aquí pueden ver una semblanza, elaborada hace diez años. Una experiencia muy interesante que permite ver el cambio de época del que hablamos pues adelantaba en una década lo que ahora se ha revelado: las redes sociales han desplazado a los medios de comunicación tradicionales como formadores de opinión y buena parte del mundo, debido a los desastrosos gobiernos que hizo la izquierda, está virando a la derecha.



por Ludovicus


Que la única batalla cultural ganada en esta década perdida por la derecha sea el éxito del blog de la Dra. Pignata es un índice de lo mal que estamos.

El kirchnerismo, parido entre miasmas cleptocráticas y clientelistas, inventó un dispositivo fabuloso para robar tranquilo: blindarse por izquierda. Néstor, agudo observador del gobierno de Menem, advirtió que el gran déficit de su gestión fue la permanente hostilidad de la izquierda argentina. Este hecho no hubiera tenido mayor importancia si el 80% o más de los periodistas argentinos —no los medios— no fuera de izquierda. Asegurarse el flanco izquierdo es asegurarse la tropa del periodismo y consecuentemente de la opinión pública. Cuenta Ceferino Reato en su último libro que ante la requisitoria de Ramón Puerta a Kirchner respecto de por qué se inclinaba tanto a posiciones sobreactuadas de izquierda cuando habían estado toda la vida con Cavallo, el gran cleptócrata le contestó: “Ramón, la izquierda te da fueros”.

Prevemos la objeción del lector, el Lugar Común por excelencia de la menguada cultura política argentina: “la distinción izquierda-derecha está superada”. Pues para nada. Aunque sea provisoriamente, arriesgamos esta definición: derecha es la afirmación de una naturaleza humana, sustancialmente la misma a lo largo del tiempo. En consecuencia, existen derechos inmutables, valores objetivos como la justicia y la libertad, tradiciones y costumbres válidas como modo de decantarse la experiencia de los siglos. Y una Voluntad superior a la humana que ha diseñado esa naturaleza, que debe desarrollarse en su línea de perfección. El buen sentido, el sentido común, es respetar ese orden.

Izquierda es lo contrario: la afirmación de la relatividad de todo valor, la mutabilidad permanente y caótica de lo humano, carente de una esencia determinada. La guerra a toda costumbre por el mero hecho de ser tradición, la afirmación de que no existe voluntad ni ley superior a  la voluntad humana, el desdén por el sufragio callado de los muertos. El sentido común es una trampa burguesa, la red que atrapa las conciencias en el bloque cultural, afirma Gramsci.

Para decirlo de otra manera, existe el tradicionalismo o conservadurismo por un lado, el progresismo por el otro. Cuanto más se afirme un orden objetivo y una ley natural más de derecha será la persona; cuanto más se diga que el hombre tiene el derecho de darse su propia ley y orden, sin respetar naturaleza u orden alguno, más izquierda. En esta línea, por supuesto, el nazismo no deja de ser un progresismo con toques reaccionarios, inscripto en la línea de la exaltación del hombre y de su voluntad prometeica.

El kirchnerismo, que descubrió paulatinamente la coartada de la corrección política progre, fue consecuencia y a la vez causa de la modificación del bloque hegemónico cultural, como diría Gramsci. El desprecio de la cultura del trabajo, la combinación de idiotización cultural y obscenidad televisiva con sobreactuaciones varias en materia de derechos humanos, el establecimiento de una Inquisición progre corporizada en el INADI, la increíble adopción de una ley que sólo exige inventarse oralmente el sexo para cambiar la documentación, la idea de que una minoría de personas productivas pueda mantener a una mayoría tiránica de mantenidos, entre otros cientos de delirios, permitió correr por izquierda a la sociedad argentina, a los medios y sobre todo a una pálida oposición que sólo atinaba a acompañar la mayoría de las iniciativas progres y oponerse nada más que a los más lancinantes latrocinios, privada de una crítica ideológica sistémica, de un pensamiento conservador robusto, de una orgullosa valoración de las tradiciones. La campaña progre dirigida contra los valores, llevó a votar por virtual unanimidad un Código Civil que ya no contempla la obligación de fidelidad como elemento esencial del matrimonio (cabe preguntarse entonces qué es ahora el matrimonio), habla de “personas humanas”—dicho sea de paso, no fueron kirchneristas los que interpusieron un habeas corpus por un orangután—, o exige pedir la opinión a los hijos antes de adoptar (la progresía no estableció todavía análoga exigencia a la hora en que los padres se disponen a cumplir el officium naturae al modo tradicional).

Ante este panorama desolador, ante este espectáculo de pluralistas uniformados por el doble pensar, en el que se podía presenciar una orgía en una universidad pública como actividad extracurricular o burlarse de las religiones,  pero se prohibía expresar dudas sobre la cantidad de desaparecidos, o de pobres, o cuestionar la enseñanza de la homosexualidad o del uso de la marihuana a los niños, surge el fenómeno de la Dra Pignata, un desafío desaforado a la represión del pensamiento y a la soberanía intelectual de la izquierda progresista. Esta soberanía se basaba en una pretendida superioridad moral del kirchnerismo, que identificaba a la derecha con la represión, el latrocinio y la explotación, llevando a los propios derechistas a avergonzarse siquiera de proclamarse “de centro”. Lo sorprendente del kirchnerismo es que aunaba un absolutismo del poder (“vamos por todo”) con un relativismo radical y disolvente.

Toda represión totalitaria (y el kirchnerismo lo fue) genera reacción y humor, como réplicas lúcidas y a la vez demenciales generaba en el bufón la conducta caprichosa del Rey Lear. “Es una linda tarde para recordarles que Néstor sí se murió y que no vive en ningún pueblo”, es el twitt más repetido de la Doctora, desmintiendo la apoteosis del hombre más prosaico y vulgar que se haya intentado divinizar en la historia argentina.

Su sarcasmo desacraliza el dogma progre, delata los pliegues del ladriprogresismo,  destruye los tabúes sexuales del Estado Sacerdote y las hipocresías de nuestros periodistas bienpensantes de sueldos de diez mil dólares y de nuestros estadistas hoteleros. Lo hace con un mecanismo ingenioso: a través de la parodia de una vieja retrógrada, ninfómana y fascista que entre exabruptos varios, critica a la izquierda con fundamentos reales, desnudando su costado hipócrita, disolvente y delincuencial, su locura patológica, su alteración del orden lógico y natural. La Doctora Pignata está loca, pero el kirchnerismo está más loco, parece decir. Y el mecanismo resultó eficaz, y horadó la monolítica caradurez del Modelo y seguramente contribuyó a su derrota política y —ojalá— cultural. Conocemos sólo un ensayo análogo, el facebook de Carlos Maslatón, otra cumbre de la incorrección política, pero esa es otra historia. Wanderer, para los happy few, también ha resistido en la contracultura de derecha, pero sería irreverente comparar su exquisita línea doctrinal con la goliarda Doctora. Esperemos que haya otras iniciativas, cuanto más masivas mejor, que restauren el sentido común en la inteligencia argentina.

Bajo la máscara de una burla a la reacción-porque nadie cree en serio que la Doctora o su autor postula fusilar a los negros o exaltar a Videla y al Falcon verde-, se esconde una sátira aún más revulsiva al progresismo. En la prosa falstaffiana de la Doctora, de entre la ganga y la morralla de mil disparates brutales, surge la verdad inconfundible: el kirchnerismo es una estafa, caricatura de otra, el progresismo, que a su vez es la muerte del hombre y de la civilización. Por eso los intentos de censura, porque el humor dio bajo la línea de flotación de la Inquisición Progre.  Si hasta quisieron yugular el twitter con un proyecto de ley de la inefable Diana Conti. Si buscaron su identidad bajo las piedras, acusando a un ministro macrista que respondió, con picardía pignatesca, delatando como furiosos derechistas a Patoruzú, a Isidoro, a Boggie el Aceitoso y a Susanita.

A no engañarse: la Argentina no es Inglaterra, con su vieja tradición orwelliana, ni la Doctora Pignata Paul Johnson. Pero a pesar y también con la ayuda de sus excesos y procacidades —que son un índice de la decadencia moral del pueblo argentino y que no podemos aprobar—, la Dra Pignata, con una inteligencia inédita en la derecha, desgasta, esmerila, corroe las bases del bloque hegemónico cultural progre, haciendo gramscismo de derecha. Impone el sentido común a través de la transgresión, de lo que no se puede decir, rompiendo con su declamado autoritarismo la paradoja de que los más autoritarios en este país sean los progres: de ahí su éxito. Sólo una vieja loca puede aportar cordura a un país que la ha perdido. 

jueves, 9 de enero de 2025

Conversaciones romanas sobre el cardenal Tucho Fernández


 

Dall’ombra der Cuppolone


Cumpliendo uno de los encargos recibidos de mi comunidad para este viaje a Roma por un par de semanas, días pasados fui a comprar camisas de clergyman para llevar a mi actual misión. Obviamente, allí no se consiguen.

    En el comercio especializado, muy cercano al Vaticano, tuve la alegría de encontrarme con dos sacerdotes argentinos, peregrinos in Urbe. Hacía varios años que no tenía esa oportunidad de modo personal. Muy amables, me invitaron a un capuccino en el célebre café De’Penitenzieri.

    Dos sacerdotes todavía jóvenes, cultos, lectores de amplio abanico, amantes del teatro y de la ópera. Muy viajados y conocedores de la Iglesia romana, de la de otros países y del amplio territorio del nuestro.

    La conversación giró a la situación de la Iglesia en la Argentina. Me comentaron que fueron alumnos del cardenal Fernández. Que no tenían intención de visitarlo, porque no les nacía. Muy distinto, digo yo, a lo que ocurría con el fallecido cardenal Pironio, visita obligada de los clérigos argentinos peregrinos in Urbe.

    Les pregunté cuál era la figura académica de Fernández. Se acordaron de un ya fallecido profesor de la Facultad de Teología, tal vez el más serio y reconocido que allí hubo, quien señalaba el modelo teológico de la saturación antropológica. Un modo de pensar que desliza el objeto de la teología, desde Dios al hombre, y que reduce los pasos de la analogía al primero de ellos. Que no realiza el segundo (la negación) ni menos el tercero (la eminencia).

    Por ello, me decían, Fernández se instala en la periferia del discurso teológico, buscando los márgenes, donde pueda mantener algo del centro de la noción doctrinal, pero se aproxime tanto a lo otro, que ya se difumine el centro. Con esta táctica discursiva, les decía ese maestro insigne, buscan la “salida” al encuentro de lo otro, pero cuando llegan ya no saben quién son.

    También me contaban acerca de un recurso dialéctico de su antiguo profesor  en Buenos Aires y hoy cardenal en Roma. Entre sus alumnos advertían que frecuentemente ridiculizaba la presentación de la doctrina oficial, como algo extremo y pastoralmente negativo. De modo que él aparecía como víctima incomprendida y aportadora de la novedad teológica y pastoral, el que marca un nuevo rumbo.

    Por otro lado, mis connacionales y ocasionales anfitriones recogieron de sus amistades romanas un cierto agotamiento y un reflujo a lo propio, sin entusiasmo por las convocatorias pontificias. También es mi experiencia de estos días.

    Como aprendí en mis años de servicio en la Curia, apenas volví a mi alojamiento tomé nota de lo conversado (ho fatto il verbale), para no equivocarme en las apreciaciones teológicas que me hicieron sobre Fernández. Luego les consulté si era así y aquí va.