Jack Tollers, un estimado amigo y comentarista del blog, posee su propia página web destinada a “colgar” material bibliográfico de sumo interés, muchas veces traducido por él mismo y siempre con maestría y calidad literaria. Lo último que leí fue la traducción de la biografía del cardenal Manning escrita por Lytton Strachey. Como Tollers dice: “Se trata de un incisivo, irreverente, irónico, sutil, hilarante y mordaz retrato de un cierto tipo de cristiano”. Y, claro, “posiblemente sólo un inglés agnóstico y reconocidamente homosexual podía calarlo como a osadas otros jamás pudimos”.
Tollers, además, sugiere que Manning sería el super Kukú o, si quieren, el tipo de Karloncho, quien siempre será un anti-tipo. Admito que lo es, siempre y cuando tengamos en claro que la distancia que los separa es sideral, y eso en todos los sentidos.
Por ejemplo, dice Strachey: “De su vida tenemos vislumbres en el que lo vemos como un joven buen mozo, jugando al cricket, o pavonéandose con sus elegantes botas altas alemanas... participaba de alegres excursiones de caza como cualquier caballero que se precie y no se acostaba sin antes despachar sus dos botellas, como corresponde”. Yo, al Karnicero, lo vislumbro a lo sumo jugando al fóbal en un potrero terroso, con zapatillas negras, medias grises, traje de baño azul y anaranjado y remera de boca obsequiada por mercadito “Don Pedro”. Concedo sin embargo lo de las dos botellas que, por cierto, no serían de gin o whiskey, sino de vino “Toro” rosado.
Hay similitudes también en el ofídico modo con el cual se movían ambos en los círculos vaticanos. Manning se había agenciado la amistad del secretario privado de Pio IX, Mons. Talbot, quien logró su extraordinaria promoción a la sede de Westminster y posterior cardenalato, del mismo modo en el que Karloncho logró de Sodano la aprobación de su Instituto en contra de todo el episcopado argentino, afirmando con convencimiento a todo el mundo que esa era la voluntad de Dios. Se lee en Strachey:
“De todos modos” concluía Talbot, “no deje de creer que su elevación a la dignidad episcopal es especial obra del Espíritu Santo”.
Todo parece indicar que Manning pensaba igual.
“Mi querida hija” le escribió a una de sus penitentes, “he sentido durante estas últimas tres semanas como si Nuestro Señor me hubiese llamado por mi nombre. Todo lo demás, lo he olvidado. La vieja y firme convicción que tengo de que el Santo Padre es la persona más sobrenatural que jamás haya conocido se ha acentuado aún más. Siento que he sido traído por la Voluntad Divina, y contra todas las voluntades humanas, a una relación inmediata con Nuestro Señor.”
Y a la Señora Herbert: “En verdad, si ésta fuere la Voluntad de Nuestro Señor, la de cargarme con semejante responsabilidad, no podría haberlo hecho de manera más fortalecedora y consoladora para mí. Recibir el cargo de manos de Su Vicario, y de Pío IX tan luego, quien tomó esta decisión después de largas invocaciones al Espíritu Santo, sin influencia humana alguna y contra el parecer de muchos poderosos, me fortalece para asumir semejante cruz”.
Apostaría a que en la correspondencia de Kukudrilo encontraríamos párrafos semejantes.
Otra de las coincidencias entre los dos personajes es su condición de parvenu. Manning lo fue no tanto en lo social cuanto en los círculos de poder del catolicismo. Convertido a la fe cuando era archidiácono anglicano de Chichester, doce años más tarde es nombrado arzobispo de Westminster, para lo cual Pio IX tuvo que “liberar” al obispo Errington de su cargo de coadjutor con derecho a sucesión del cardenal Wiseman. Pero no fue esta desprolijidad lo más grave: Manning pasó por arriba de los “viejos católicos” ingleses. Tengamos en cuenta que en Inglaterra se había mantenido un grupo importante de católicos, muchos de ellos nobles, que llevaban sangre de mártires de le época isabelina, y que habían sido postergados y excluidos de todos los círculos sociales a los que pertenecían por nacimiento. Una casi perfecta presentación de esta clase es la familia Marchmain, protagonista de la novela más importante de Evelyn Waugh, Brideshead revisited. Ellos esperaban y en cierto modo les correspondía por gratitud, reconocimiento y ¿derecho?, el gobierno del catolicismo restaurado en la Inglaterra victoriana. Manning, un recién llegado, con zancadas de avestruz, pasó por encima de todos ellos.
En Argentina no hay nobleza; apenas si encontramos alguna burguesía ennoblecida por las décadas y, en muchos casos, por la fidelidad a una memoria familiar más o menos ilustre. Hacia ellos se dirigió Karloncho, rondando por la geografía de Bella Vista y de Recoleta, convenciendo a jovencitos con apellidos prestigiosos y, en lo posible, de buen aspecto. Siempre fue una buena estrategia de marketing. Alguno podrá decir: “Todos hacen lo mismo”, y recordar que, por ejemplo, Miles Christi presenta siempre en toda su folletería propagandística, según comentan, la fotografía de un mismo rubito carilindo de legendario abolengo. Puede ser, pero la diferencia es que los Ianuzzi boys son genuinos y se mantienen en lo que son. Los del Karnicero se degradan y regodean con la vuelta a las costumbres plebeyas, y si no lo hacen, son maricas y se tienen que ir.
El libro de Strachey tiene la virtud, además, de retratar la figura del cardenal Newman, y las relaciones que mantuvo con Manning. Ahora que se anuncia su próxima beatificación, será ocasión de rever, por ejemplo, los manejos que hizo Manning para impedirle fundar el Oratorio en Oxford, cuando ya estaba la aprobación de Roma, con todo lo que eso hubiese significado para el catolicismo inglés. Y para rever, también, la actitud de Roma frente al mismo Newman. Escribe Strechey refiriéndose John Henry Newman :
“Ni bien ingresó a la Iglesia de Roma se encontró con que de ahí en más no sería sino alguien de poca importancia, sistemáticamente relegado. Fue recibido en la Corte Papal con una cortesía que apenas si escondía el más absoluto desinterés e incomprensión. Su sutil inteligencia, con sus refinamientos, dudas y perplejidades¾¾su blando y anteojado porte oxfordiano con su quasi-femenina timidez¾¾tales cosas estaban mal calculadas para impresionar a la muchedumbre de los ocupados Cardenales y Obispos, cuyos días transcurrían empleados en resolver detalles prácticos de la organización eclesiástica, absorbidos por las intrincadas y dilatadas cuestiones de diplomacia papal y los deliciosos picoteos de la intriga personal. Y cuando por fin logró algún éxito en impresionar a los que tenía al alcance, la cosa no mejoró; empeoró. Gradualmente surgió una cierta inquietud; las autoridades de Roma comenzaron a caer en la cuenta de que el Dr. Newman era un hombre de ideas. ¿Sería posible que el Dr. Newman no entendía que las ideas en Roma, por decir lo menos, no resultaban apropiadas¾¾que no tenían nada que hacer allí? Aparentemente no se daba cuenta; y eso no era todo: no contento con tener ideas, se lo vio empeñado en divulgarlas.”
Y así nos fue.
Un libro que vale la pena leer.
Y es gratis.
gibelino@hotmail.com
Tollers, además, sugiere que Manning sería el super Kukú o, si quieren, el tipo de Karloncho, quien siempre será un anti-tipo. Admito que lo es, siempre y cuando tengamos en claro que la distancia que los separa es sideral, y eso en todos los sentidos.
Por ejemplo, dice Strachey: “De su vida tenemos vislumbres en el que lo vemos como un joven buen mozo, jugando al cricket, o pavonéandose con sus elegantes botas altas alemanas... participaba de alegres excursiones de caza como cualquier caballero que se precie y no se acostaba sin antes despachar sus dos botellas, como corresponde”. Yo, al Karnicero, lo vislumbro a lo sumo jugando al fóbal en un potrero terroso, con zapatillas negras, medias grises, traje de baño azul y anaranjado y remera de boca obsequiada por mercadito “Don Pedro”. Concedo sin embargo lo de las dos botellas que, por cierto, no serían de gin o whiskey, sino de vino “Toro” rosado.
Hay similitudes también en el ofídico modo con el cual se movían ambos en los círculos vaticanos. Manning se había agenciado la amistad del secretario privado de Pio IX, Mons. Talbot, quien logró su extraordinaria promoción a la sede de Westminster y posterior cardenalato, del mismo modo en el que Karloncho logró de Sodano la aprobación de su Instituto en contra de todo el episcopado argentino, afirmando con convencimiento a todo el mundo que esa era la voluntad de Dios. Se lee en Strachey:
“De todos modos” concluía Talbot, “no deje de creer que su elevación a la dignidad episcopal es especial obra del Espíritu Santo”.
Todo parece indicar que Manning pensaba igual.
“Mi querida hija” le escribió a una de sus penitentes, “he sentido durante estas últimas tres semanas como si Nuestro Señor me hubiese llamado por mi nombre. Todo lo demás, lo he olvidado. La vieja y firme convicción que tengo de que el Santo Padre es la persona más sobrenatural que jamás haya conocido se ha acentuado aún más. Siento que he sido traído por la Voluntad Divina, y contra todas las voluntades humanas, a una relación inmediata con Nuestro Señor.”
Y a la Señora Herbert: “En verdad, si ésta fuere la Voluntad de Nuestro Señor, la de cargarme con semejante responsabilidad, no podría haberlo hecho de manera más fortalecedora y consoladora para mí. Recibir el cargo de manos de Su Vicario, y de Pío IX tan luego, quien tomó esta decisión después de largas invocaciones al Espíritu Santo, sin influencia humana alguna y contra el parecer de muchos poderosos, me fortalece para asumir semejante cruz”.
Apostaría a que en la correspondencia de Kukudrilo encontraríamos párrafos semejantes.
Otra de las coincidencias entre los dos personajes es su condición de parvenu. Manning lo fue no tanto en lo social cuanto en los círculos de poder del catolicismo. Convertido a la fe cuando era archidiácono anglicano de Chichester, doce años más tarde es nombrado arzobispo de Westminster, para lo cual Pio IX tuvo que “liberar” al obispo Errington de su cargo de coadjutor con derecho a sucesión del cardenal Wiseman. Pero no fue esta desprolijidad lo más grave: Manning pasó por arriba de los “viejos católicos” ingleses. Tengamos en cuenta que en Inglaterra se había mantenido un grupo importante de católicos, muchos de ellos nobles, que llevaban sangre de mártires de le época isabelina, y que habían sido postergados y excluidos de todos los círculos sociales a los que pertenecían por nacimiento. Una casi perfecta presentación de esta clase es la familia Marchmain, protagonista de la novela más importante de Evelyn Waugh, Brideshead revisited. Ellos esperaban y en cierto modo les correspondía por gratitud, reconocimiento y ¿derecho?, el gobierno del catolicismo restaurado en la Inglaterra victoriana. Manning, un recién llegado, con zancadas de avestruz, pasó por encima de todos ellos.
En Argentina no hay nobleza; apenas si encontramos alguna burguesía ennoblecida por las décadas y, en muchos casos, por la fidelidad a una memoria familiar más o menos ilustre. Hacia ellos se dirigió Karloncho, rondando por la geografía de Bella Vista y de Recoleta, convenciendo a jovencitos con apellidos prestigiosos y, en lo posible, de buen aspecto. Siempre fue una buena estrategia de marketing. Alguno podrá decir: “Todos hacen lo mismo”, y recordar que, por ejemplo, Miles Christi presenta siempre en toda su folletería propagandística, según comentan, la fotografía de un mismo rubito carilindo de legendario abolengo. Puede ser, pero la diferencia es que los Ianuzzi boys son genuinos y se mantienen en lo que son. Los del Karnicero se degradan y regodean con la vuelta a las costumbres plebeyas, y si no lo hacen, son maricas y se tienen que ir.
El libro de Strachey tiene la virtud, además, de retratar la figura del cardenal Newman, y las relaciones que mantuvo con Manning. Ahora que se anuncia su próxima beatificación, será ocasión de rever, por ejemplo, los manejos que hizo Manning para impedirle fundar el Oratorio en Oxford, cuando ya estaba la aprobación de Roma, con todo lo que eso hubiese significado para el catolicismo inglés. Y para rever, también, la actitud de Roma frente al mismo Newman. Escribe Strechey refiriéndose John Henry Newman :
“Ni bien ingresó a la Iglesia de Roma se encontró con que de ahí en más no sería sino alguien de poca importancia, sistemáticamente relegado. Fue recibido en la Corte Papal con una cortesía que apenas si escondía el más absoluto desinterés e incomprensión. Su sutil inteligencia, con sus refinamientos, dudas y perplejidades¾¾su blando y anteojado porte oxfordiano con su quasi-femenina timidez¾¾tales cosas estaban mal calculadas para impresionar a la muchedumbre de los ocupados Cardenales y Obispos, cuyos días transcurrían empleados en resolver detalles prácticos de la organización eclesiástica, absorbidos por las intrincadas y dilatadas cuestiones de diplomacia papal y los deliciosos picoteos de la intriga personal. Y cuando por fin logró algún éxito en impresionar a los que tenía al alcance, la cosa no mejoró; empeoró. Gradualmente surgió una cierta inquietud; las autoridades de Roma comenzaron a caer en la cuenta de que el Dr. Newman era un hombre de ideas. ¿Sería posible que el Dr. Newman no entendía que las ideas en Roma, por decir lo menos, no resultaban apropiadas¾¾que no tenían nada que hacer allí? Aparentemente no se daba cuenta; y eso no era todo: no contento con tener ideas, se lo vio empeñado en divulgarlas.”
Y así nos fue.
Un libro que vale la pena leer.
Y es gratis.
gibelino@hotmail.com
Este es otro de esos que "creen en los curas pero no en Dios". ¡Qué buena expresión ésta, que la trajo al blog un camarada!
ResponderEliminarBilbo Bloggins