Don Diego propuso una interesante objeción a mi último post y en el mismo sentido escribió Ludovicus. El argumento podría ser expresado del siguiente modo: “El Espíritu Santo siempre ha inspirado a la Iglesia, y resulta ilógico pensar que, luego de su fundación, se haya alejado dejándola sin su asistencia”. Por tanto, el creciente proceso de racionalización que yo señalaba es, sin más, un movimiento provocado por el Paráclito.
Sin embargo, creo que la objeción puede responderse con argumentaciones de distinto tipo. Veamos:
1) La inspiración del Espíritu Santo de la que goza la Iglesia por promesa divina sólo puede darse en las personas concretas que la integran: al papa Tal, a Mons. Cual, al P. Mengano y a los fieles, y no la Iglesia que, aunque entidad real, no es sustancial sino accidental. Los que son inspirados son seres humanos, reales y concretos, en orden a la ejecución de sus acciones libres.
Los actos libres del hombre, según la doctrina de Tomás de Aquino, son sujetos de la inspiración divina a modo de impulsio y nunca como compulsio. Es decir, los hombres son “estimulados” o “incentivados” por el Espíritu pero nunca “empujados” u “obligados” porque, en este caso, el principio del acto sería externo y se perdería la condición de libertad.
Es así, entonces, que no se puede plantear la necesariedad de que todas las acciones de la Iglesia hayan sido o sean inspiradas porque esto conllevaría a eliminar la libertad de los agentes concretos de tales acciones.
2) Si el Espíritu Santo inspiró el proceso de racionalización no pudo haber inspirado el proceso contradictorio por una simple cuestión de oposición: no pueden ser los dos verdaderos. Estaríamos en presencia de una suerte de “esquizofrenia divina”. Y, por cierto, que en la historia de la Iglesia la postura contraria a la racionalización fue siempre la mayoritaria e, incluso, la “oficial”. La teología especulativa de corte escolástico se oficializó en Trento. Durante los mil quinientos años anteriores, la opinión era otra. Una elemental síntesis histórica nos marca lo siguiente:
a. La postura anti-racionalista inicial del cristianismo tiene raíces platónicas que luego pasarán a su corpus a través de Plotino y los neo-platónicos, como Proclo y Dionisio Areopagita. Además de los Padres Orientales, mencionamos en esta línea a San Agustín y a los primeros medievales como Scoto Eriúgena. Pasará luego a la escuela franciscana con San Buenaventura fundamentalmente, y Duns Scott, y se expresará también en Maister Eckardt, los místicos renanos y Nicolás de Cusa. Las zonas heterodoxas de esta línea fructificará en el protestantismo luterano y en mucha de la teología progresista contemporánea.
b. La postura racionalizante puede ser considera de orígenes aristotélicos. Pasará a la cristiandad a través de las obras lógicas del Estagirita mal traducidas y peor aprendidas en la Escuela Palatina de Aquisgrán y en la Escuela de Auxerres, y se desarrollará plenamente con el arribo de todo el corpus aristotélico en la escolástica de los siglos XII y XIII. La expresión mayor es, por cierto, Santo Tomás de Aquino. Pronto comenzará su lento proceso de degeneración con Cayetano y los comentadores y, sobre todo, con Suárez cuyas enseñanzas serán expandidas a través del orbe por la Compañía llegando, por ejemplo, al colegio de La Flèche, pueblo de la turena francesa, donde estudiará Descartes dando comienzo así a la debacle filosófica de la modernidad.
Por cierto que el Espíritu Santo inspiró tanto a San Buenaventura como a Santo Tomás, ambos doctores de la Iglesia, pero no me parece que haya privilegiado a uno sobre otro porque su doctrina era más “ortodoxa”. Si así hubiese sido, no habría inspirado al otro.
3) Si el Espíritu Santo estaba interesado en la racionalización del cuerpo doctrinal católico, ¿por qué permitió que, durante doce siglos, se conociera una lógica mínima y distorsionada? ¿Por qué permitió que las obras de Aristóteles fueran desconocidas durante los primeros mil doscientos años del cristianismo? ¿Es que los católicos anteriores no merecían esa nueva luz?
4) Finalmente, al afirmar que el Espíritu Santo inspira todos los cambios de la Iglesia se afirma implícitamente una suerte de progreso indefinido. La Iglesia se encaminaría hacia la consecución de una perfección que bien podría identificarse con el punto Omega o el Cristo Total de Theilard de Chardin y, por tanto, con la postura progresista.
Por otro lado, esta misma postura haría de imposible cumplimiento las profecías bíblicas según las cuales la Parusía encontrará apenas un pequeño grupo de creyentes (pusillus grex) y muy poca fe sobre la tierra.
Por eso, no descalifico la escolástica tal como la encarnó Santo Tomás, de quien soy humilde discípulo, pero tampoco descalifico a la otra vía. En la casa del padre hay muchas moradas, y el Viento sopla donde quiere.
Sin embargo, creo que la objeción puede responderse con argumentaciones de distinto tipo. Veamos:
1) La inspiración del Espíritu Santo de la que goza la Iglesia por promesa divina sólo puede darse en las personas concretas que la integran: al papa Tal, a Mons. Cual, al P. Mengano y a los fieles, y no la Iglesia que, aunque entidad real, no es sustancial sino accidental. Los que son inspirados son seres humanos, reales y concretos, en orden a la ejecución de sus acciones libres.
Los actos libres del hombre, según la doctrina de Tomás de Aquino, son sujetos de la inspiración divina a modo de impulsio y nunca como compulsio. Es decir, los hombres son “estimulados” o “incentivados” por el Espíritu pero nunca “empujados” u “obligados” porque, en este caso, el principio del acto sería externo y se perdería la condición de libertad.
Es así, entonces, que no se puede plantear la necesariedad de que todas las acciones de la Iglesia hayan sido o sean inspiradas porque esto conllevaría a eliminar la libertad de los agentes concretos de tales acciones.
2) Si el Espíritu Santo inspiró el proceso de racionalización no pudo haber inspirado el proceso contradictorio por una simple cuestión de oposición: no pueden ser los dos verdaderos. Estaríamos en presencia de una suerte de “esquizofrenia divina”. Y, por cierto, que en la historia de la Iglesia la postura contraria a la racionalización fue siempre la mayoritaria e, incluso, la “oficial”. La teología especulativa de corte escolástico se oficializó en Trento. Durante los mil quinientos años anteriores, la opinión era otra. Una elemental síntesis histórica nos marca lo siguiente:
a. La postura anti-racionalista inicial del cristianismo tiene raíces platónicas que luego pasarán a su corpus a través de Plotino y los neo-platónicos, como Proclo y Dionisio Areopagita. Además de los Padres Orientales, mencionamos en esta línea a San Agustín y a los primeros medievales como Scoto Eriúgena. Pasará luego a la escuela franciscana con San Buenaventura fundamentalmente, y Duns Scott, y se expresará también en Maister Eckardt, los místicos renanos y Nicolás de Cusa. Las zonas heterodoxas de esta línea fructificará en el protestantismo luterano y en mucha de la teología progresista contemporánea.
b. La postura racionalizante puede ser considera de orígenes aristotélicos. Pasará a la cristiandad a través de las obras lógicas del Estagirita mal traducidas y peor aprendidas en la Escuela Palatina de Aquisgrán y en la Escuela de Auxerres, y se desarrollará plenamente con el arribo de todo el corpus aristotélico en la escolástica de los siglos XII y XIII. La expresión mayor es, por cierto, Santo Tomás de Aquino. Pronto comenzará su lento proceso de degeneración con Cayetano y los comentadores y, sobre todo, con Suárez cuyas enseñanzas serán expandidas a través del orbe por la Compañía llegando, por ejemplo, al colegio de La Flèche, pueblo de la turena francesa, donde estudiará Descartes dando comienzo así a la debacle filosófica de la modernidad.
Por cierto que el Espíritu Santo inspiró tanto a San Buenaventura como a Santo Tomás, ambos doctores de la Iglesia, pero no me parece que haya privilegiado a uno sobre otro porque su doctrina era más “ortodoxa”. Si así hubiese sido, no habría inspirado al otro.
3) Si el Espíritu Santo estaba interesado en la racionalización del cuerpo doctrinal católico, ¿por qué permitió que, durante doce siglos, se conociera una lógica mínima y distorsionada? ¿Por qué permitió que las obras de Aristóteles fueran desconocidas durante los primeros mil doscientos años del cristianismo? ¿Es que los católicos anteriores no merecían esa nueva luz?
4) Finalmente, al afirmar que el Espíritu Santo inspira todos los cambios de la Iglesia se afirma implícitamente una suerte de progreso indefinido. La Iglesia se encaminaría hacia la consecución de una perfección que bien podría identificarse con el punto Omega o el Cristo Total de Theilard de Chardin y, por tanto, con la postura progresista.
Por otro lado, esta misma postura haría de imposible cumplimiento las profecías bíblicas según las cuales la Parusía encontrará apenas un pequeño grupo de creyentes (pusillus grex) y muy poca fe sobre la tierra.
Por eso, no descalifico la escolástica tal como la encarnó Santo Tomás, de quien soy humilde discípulo, pero tampoco descalifico a la otra vía. En la casa del padre hay muchas moradas, y el Viento sopla donde quiere.
(Pido disculpas a Ludovico, P.L., Pablo de Rosario, Cruz y Fierro y algún otro lector que dejaron sus interesantes comentarios en el post que fue eliminado. El mecanismo del blogger elimina los post y también sus comentarios).
Estimado Wanderer:
ResponderEliminarComo se podrá imaginar no estoy muy de acuerdo con las raíces que Ud. quiere ponerle al racionalismo, pero no opino porque no estoy muy en tema.
Pero lo que decidamente no puedo aceptar es que Ud. pongo a un Zorro y un don Diego de la Vega que no sean Guy Williams y ponga uno moderno!
Un saludo
Amigos Invisible: Su silencio me hacía sospechar su desacuerdo. Pero casi descuento en que no será el caso del próximo post.
ResponderEliminarTiene razón en cuanto a lo del Zorro: el que puse no sólo no es Guy sino que es medio Gay. Unarenovada búsqueda en la web me permitió volver a lo clásico.
Querido amigo Wanderer:
ResponderEliminarNo voy a repetir todo lo dicho en mi comentario anterior, lo que se perdió se perdió.
De todos modos, quiero insistir sobre dos puntos.
Respecto de la acción del Espíritu Santo, es el modo en el que normalmente actúa la Providencia. La inspiración particular es sólo un modo de acción entre tantos otros pero no quiero repetir todo de nuevo.
Con relación al problema, llamado aquí "racionalista", además de lo dicho en el comentario anterior, debo decirle que no termino de comprender el punto. Me parece un poco contradictorio hablar de un racionalismo que tiene origen en Aristóteles, decir luego que existía un combate anti-racionalista en la Iglesia de los primeros siglos y después decir que pasaron XII siglos en la Iglesia hasta la incursión de Aristóteles en el pensamiento de la iglesia.
Con esas premisas debemos entender que cuando ud. habla de una postura "anti-racionalista" no está hablando del racionalismo del que habla después que, dice ud, tiene su comienzo en Aristóteles.
Por mi parte creo que la lucha "anti-raconalista" de los primeros siglos era tanto contra seguidores de Aristóteles como de Platón. De hecho, creo que entre los "racionalistas" contra los cuales se batieron los grandes apologetas de los primeros siglos eran, en su mayoría, platónicos (Celso, Marcio, Gnósticos, etc.).
La explicación de este último punto tiene, a vuelo de pájaro, dos motivos:
El primero es histórico. Efectivamente la obra de Platón era más conocida que la de Aristóteles, que sólo se recibía en su mayoría de segunda mano.
El segundo obedece al modo de enseñar de Platón. Como se sabe, no era muy afecto a la enseñanza mediante la escritura y al igual que su maestro, consideraba (según el método mayéutico), que no había que transmitir las ideas acabadas sino tan sólo el planteo del problema y el encauce de la solución. Este método (además muy literario) dejaba abiertas grandes puertas a la interpretación y a las propias teorías (el ejemplo más claro es el universo gigantesco que se ha formado en torno de su "doctrina no escrita").
Por lo demás, como le decía en el comentario desaparecido, es vano tratar al platonismo como antitético del aristotelismo. El problema está en los seguidores de unos y otros (donde no podemos achacar a uno las desgracias de sus seguidores, porque, además, creo que en ese caso Platón sale perdiendo).
Esta dualidad que ud. señala (que evidentemente ha engendrado dos modos de ver la realidad) no puede ser planteada en ellos. De la línea platónica que ud. reseña se puede apreciar que, por ej, San Agustín, San Buenaventura y Duns Scott, no sólo no desdeñan a Aristóteles, sino que por el contrario lo utilizan como autoridad e investigan mediante el uso y la justificación de la lógica aristotélica.
La falsedad de la dicotomía la contesta San Agustín cuando escribe contra los analíticos (donde le da sin piedad a montones de platónicos): "...no han faltado hombres, de suma agudeza y diligencia, que con sus discursos han mostrado la concordia vigente entre las ideas de Aristóteles y Platón, que sólo los ojos de los distraídos e ignorantes parecen disentir entre sí; así, después de muchos siglos y prolijas discusiones, se ha elaborado una filosofía perfectamente verdadera". También en la Ciudad de Dios, el santo señala a Aristóteles como el gran seguidor de Platón.
Con relación a la preminencia de una u otra línea le recuerdo que la "aeternis patris" de León XIII la proclama magisterialmente (en medio de discusiones al respecto) siguiendo una tradición que se remonta a la época del mismo Santo Tomás.
Por último, y volviendo al tema original, no entiendo cómo se relaciona el tema del racionalismo, la Contrareforma (que prefiero llamarla reforma) y sus consecuencias como tierra fértil para el Concilio Vaticano II. En efecto, creo que las peores cuestiones del concilio (no tanto en sus documentos sino en su espíritu y aplicación) proviene de lo que ud. llama "teología progresista contemporánea" que ubica en el costado heterodoxo del platonismo contrario a la racionalización. Es decir, en sus categorías el CVII sería una contrarreforma de la contrarreforma (¿cuál es la línea entre Trento y el Concilio Vaticano II?).
Un abrazo.
P.L.
Estimado Caminante:
ResponderEliminarSeñalé en mi post anterior una posible deriva del neoplatonismo. Le decía que es algo sobre lo que haya leido lo suficiente como para opinar, y me limité a mencionar la opinión de otro.
Al que sí he leído -y en su peor etapa- es a un hereje (o apoóstata) muy jodido: Raimundo Paniker. La pretensión de Paniker es, basándose en un apofatismo oriental que pretende fundar en el neoplatonismo, atacar la tesis del catolicismo como única religión verdadera. Según Paniker, Occidente habría realizado un etnocidio religioso en Oriente, al amparo del "imperialismo" del principio aristotélico de no-contradicción. Y así, para este cura devenido en gurú del relativismo teológico, Cristo sería una de las posibles manifestaciones de un Dios -tan trascendente que sólo podemos negar sobre Él- en pie de igualdad con Buda, Mahoma, etc. Ilustra Paniker su tesis con el hecho que en la India, China y el África, la fe católica no puede arraigar por el rechazo a este supuesto imperialismo del principio de no-contradicción...
Vemos que el anti-racionalismo tiene sus peligros... como todo en esta vida. Pero, y me anticipo a su posible respuesta, el abuso no prohibe el uso.
Cordiales saludos.
Pablo (Rosario).
"Pronto comenzará su lento proceso de degeneración con Cayetano."
ResponderEliminarTarará, taratará, tarará, tará, tará: Con Ustedes
¡Don Henri de Lubac S.J!
Tarará, taratará, tarará, tará
(Fanfarria "des-inaugural")
Amigo Wanderer,
ResponderEliminardiscrepo en la forma en que plantea el problema, en la forma en la que lo desarrolla y en cómo lo resuelve.
Veamos:
1)Que la Iglesia sea un todo accidental no quita que las acciones que realizan sus miembros no se le atribuyan a ese todo accidental. Así, cuando Pedro emite una definición dogmática, la función docente es ejercida por la Iglesia a través de Pedro. Y no se olvide que la cabeza de la Iglesia es Cristo. Luego, la Iglesia, Cuerpo de Cristo prolongado en la Historia, actúa con y en Cristo.
Por eso, no es el individuo Karol o Giovanni o Joseph que es meramente quien habla cuando habla como Papa y en las condiciones fijadas por su Divino Fundador; es la Iglesia y es Cristo quien habla.
2)Todo lo que es bueno procede de lo alto. La filosofía perenne, en tanto principios metafísicos de observancia universal que reflejan con fidelidad la realidad, son suscitados por la acción de la razón, criatuara predilecta de Dios en el orden natural. La asecución de estos principios, que no son patrimonio de ninguna escuela por venerable que sea, no necesita prima facie ni en forma absoluta de la gracia. Pero se ven iluminados de forma extraordinaria a la luz de la fe. Es el caso de los esfuerzos realizados por los apologistas cristianos desde San Justino, Orígenes, San Agustín, Santo Tomás, y tantos otros. De entre todas estas escuelas, la de Tomás, que en modo alguno se puede entender como "racionalista", sí como racional -y no existe filosofía consistente que no lo sea- refleja con mayor fidelidad la estructura de la realidad, sin perjuicio de que sus principios metafísicos son susceptibles de múltiples abordajes y profundizaciones. En sí misma, la doctrina de Tomás, sin ser ecléctica, es profundamente sintética de las corrientes platonistas, averroístas, e incluso de lo que puede tener de rescatable Scoto Eriúgena.
3)En este orden, la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, ha escogitado una filosofía perenne sobre la base de estos principios metafísicos. Conceptos como creatureidad, contingencia, creación ex nihilo, existencia, hipóstasis, sustancia, persona, transubstanciacion, resultan la materia necesaria de la forma teológica. En ese sentido, puede decirse que la Providencia, al igual que ordena la Historia para el bien de los elegidos (la Iglesia), también ordena los pensamientos humanos para el esplendor de la Verdad. Por cierto que los hombres continúan libres, y por malicia o ignorancia, pueden incurrir en errores u oscurecimientos de tales principios (nominalismo, racionalismo, voluntarismo), por medio de la exacerbación o hipertrofia de un elemento de la realidad. Nadie puede atribuir estos errores u oscurecimientos del ser, para citar a Heidegger, a la acción del Espíritu. Pero sí las verdades que trabajosamente sobreviven en el mundo, en gran parte por acción de la Iglesia, ciertamente todas proceden del padre de las luces, como señala san Pablo.
Bueno, quedo muy largo. Intento en otro comentario la aplicación práctica a esta historia de la filosofía católica tan catastrófica que nos ha propinado.
Gracias por la paciencia, y una felicitación por su humildad y su buena fe.
Ludovicus
P.L.: Gracias por repetir su comentario. No ha sifo mi intención en ningún momento afirmar que el culpable del racionalismo es Aristóteles o Santo Tomás. Lo que digo es que a partir de ellos, por desviaciones y malas interpretaciones, se culminó en posturas racionalistas.
ResponderEliminarPablo: Estoy de acuerdo con Ud. en la apreciación de Paniker, quien pasa por ser "el" filósofo de religión y su postura termina avalando, si se quiere, hasta la religión ecologísta.
Ludovico: Discrepo con Ud. en el primer punto que señala. En el resto, estoy de acuerdo.
Sacristán: Qué quiere que le diga... quizás que sea un poco más católico en el tiempo. La Iglesia no comenzó con la Contrareforma y, también, que abra un poco más su cabecita: aún en Henri de Lubac, en Yves Congar, en Louis Bouyer y en Danielou hay semillas de verdad; a veces poca y a veces mucha.
Ahora sí. Este es el Zorro tradicional.
ResponderEliminarGracias.
Estimado Wanderer: ¿Vale la pena hacer contrahistoria o historia alternativa? Es un ejercicio intelectual interesante pero sería pensar que un resultado depende de una única variable. Aquí es donde, creo, interviene el Espíritu Santo. Por otro lado, reitero lo que señala Don Ludovico respecto a la "Aeterni Patris".
ResponderEliminarEstimado Sacristán: Que el Cardenal Cayetano haya metido mano en su interpretación de la metafísica del Aquinate, no lo dice solamente de Lubac; también Gilson y Fabro, y tengo para mí que Garrigou Lagrange lo sospechaba.