sábado, 28 de junio de 2008

La irresistencia del incienso quemado


El Athonita, quien en un ataque de humildad adoptó el prefijo "pseudo", aceptó el reto de explicarnos el problema del mal.

Destaco dos aspectos: 1) La defición clásica y archi-conocida de que el "mal es la ausencia de bien", es muy linda y muy cierta pero, convengamos, no resuelve el problema. Es una explicación insuficiente. 2) La importancia y necesidad de la literatura para comprender los problemas del hombre y del mundo.





"Mantén tu espíritu en el infierno,
y no desesperes".
San Silvano, el (auténtico) Athonita


El dolor y el horror y la sórdida malicia son presencias reales sobre la faz del orbe.
Que el rimbombante “impossibile est quod malo sit aliquid” con que arranca el Aquinate sus XVI quaestiones sobre el Mal no nos apuren.
El mal está vivo, y si es ausencia, pues será la hiriente y lacerante presencia de esta ausencia. Presencia activa; presencia operante; presencia que en permanente actividad, busca horadar, busca socavar, erosionar, avanzar, como un mar embravecido sobre la tierra firme.
Es que el intervalo que va del Gólgota a la Parusía no es justamente tiempo de calma ni mero preludio o compás de espera a lo Definitivo.
Es batalla. Y batalla campal. Mors et Vita duello... a la sombra y pulso de la Agonía de Cristo, y hasta el fin del mundo.
Sí. Es la muerte misma la que sigue viva, la que –si bien herida de muerte- ronda buscando a quién devorar. El texto petrino sabemos como remata: resistidle firmes.
Pero es propio de la Lectura divina habilitar la danza de la “analogia fidei”, permitiendo que la Escritura entera reverbere y refracte sus armónicos... Y así las cosas, ante el rugido de este maldito León cabe una alternativa a la prosaica resistencia.

Y es la irresistencia.

¿Al león, al mal, al pecado?
No. Al rugido. Al dolor y al horror, y a la viva muerte. Que en el mundo están a causa del pecado –y sólo del pecado- pero que no son el pecado.

¿Qué procura la irresistencia?
Absorber el mal.
Absorberlo, neutralizando sus efectos.
Como un contrafuego detiene el incendio.
Como un paragolpes evita que la fuerza destructiva se traslade.
Como un pararrayos procura “hacerse cargo” de la furia del relámpago.

Así Cristo –y los de Cristo- ante el Malo, ante lo malo y ante los efectos de toda maldad.
Lo del Señor nos suele ser sabido (aunque agravia a la magnitud del Misterio decirlo así). Él murió por nuestros pecados. Y mientras nos arremolinamos en torno al alcance del multis, podemos distraer la densa valencia del diminuto “pro”, que no agota su sentido en ser “en favor de” sino que refiere a la vez a un escalofriante “en lugar de”. (Barrabás significa Bar-Abbá...).
Y en tal sentido dirá san Pablo que Cristo “se hizo pecado por nosotros” (2Cor 5,21).
Cristo, el Chivo expiatorio, cargado con el pecado de todo el campamento, es sacado fuera de la ciudad, para consumir e incinerar en sí el mal de todos (Dionisio el Cartujo).
Los términos más técnicos del caso son: “víctima propiciatoria” y “sustitución vicaria”. (Al margen: para quienes aún crean que esto es invención de Lutero, o peor aun, de von Balthasar: “id y aprended qué significa” el castigo sustitutivo de Cristo, la Ira divina descargada sobre el Inocente en Orígenes, en Gregorio de Elvira, y sobre todo en Juan Crisóstomo. Y si la Patrística asusta, que lo escuchen el Doctor Común: Vere maledictus a Deo (Super Gal C3,1,1.).

Quien más, quien menos, todos “manejamos” este vertiginoso dato de fe respecto a Aquel que por Commercium se hizo Maldito por nosotros (Ruperto de Deutz).

Pero nos llega el turno.
Como Cristo, los de Cristo... repite cual una estribillo la Patrística entera de Saliente a Poniente.
La reducción posible es ponderar aquel completar en nuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo entendiendo “carne” por “cuerpo” en vez de ofrecerle el alcance que tiene en la economía de la Encarnación, donde el Verbo se hace enteramente Hombre. Pero más todavía que esto, puede reducirse este munus, este ejercicio de “involucramiento redentor” como un prolijo ofrecimiento de sacrificios voluntarios que unidos a la Pasión de Cristo redundan en frutos de gracia para el Cuerpo eclesial.

Y esto es cierto, pero incompleto.
Quien se planta en este topos y demarca allí los límites del Misterio redentor, delata el vano intento por domesticar lo divinamente indomable: la Locura de Dios, al decir de los rusos.

Completar en la carne también debe afrontar la doble valencia del “pro”, y tomar parte en este “hacerse pecado” por los demás. Dejar que la Ira divina se descargue sobre nosotros (habría que volver a leer el famoso “De ira Dei” del viejo Lactancio o el “Agnus Dei” de Bulgakov...).

He aquí la irresistencia en cuestión.
La que nos habilita a participar del Misterio más abisal de Cristo que mata en Sí la muerte en la estricta medida en que la asume y la vive (san Ireneo dixit). Y la vive por dentro –sin ficciones tertulianas- hasta los últimos subsuelos del Abismo infernal, que socava y desfonda desde adentro y no por un decreto de amnistía firmado desde la serena diestra del Padre. “¡Ven, Adán, salgamos de aquí! -canta un antiquísimo texto- Yo he pagado tu deuda”.
El Cordero quita el pecado del Mundo, porque el Cordero carga el pecado del Mundo. Y así, Cordero mata a León.

¿Y nosotros qué?
A nosotros se nos concede la inmerecida gloria, el inmerecido honor y privilegio, la desmedida misión de tomar parte en esta sustitución vicaria, para completar en nosotros esta tarea de cargar el pecado, de absorber la malicia, el horror y la muerte rondante.
Hacerlas propias. Apropiarse la pena ajena.
Todo el horror del mundo: en uno.
Comerlo. Comulgarlo.
Y en una suerte de implosión interior (cual un caballo de Troya invertido), ver cómo la piara de cerdos endemoniados se despeña en las propias entrañas...

Claro está: no nos atañe ejercer esto desde la Inocencia del Señor, sino desde la propia miseria. Nuestra es la libertad para aceptar como “añadidura” a nuestros cotidianos atropellos, a nuestros enquistados vejámenes, a nuestras diarias incineraciones, todo el horror del orbe, toda la pestilencia demoníaca. Y beber hasta las heces la negra espuma del pecado del Mundo.
Que lo diga sino Juan de la Cruz: “cuando esta purgación (libremente asumida) aprieta, sombra de muerte y gemidos de muerte y dolores de infierno siente el alma muy a lo vivo, que consiste en sentirse sin Dios y castigada y arrojada e indigna de Él, y que está enojado, que todo esto se siente aquí y le parece que es para siempre.”

El Kyrie Eleison sin orillas en el “in altum” de la oración continua no es más que la prolongación y el eco en el hoy, del infatigable Orante del Madero, buscando aplacar la Cólera divina desde un “yofuismo” tan vicario como genuino.

Tal vez hasta mejor que la misma teología, este Misterio de la sustitución vicaria ha sido magníficamente expresado por algunas joyas de la Literatura cristiana. Se me vienen a la cabeza –o al corazón- una docena de personajes... pero me ciño a dos: Violaine Vercors y William Callifer.

Ella es la protagonista de la obra cumbre de Paul Claudel, “La Anunciación a María”. Ella es la pura, la inocente; pequeña y perfumada como la flor a que alude su nombre. Pero ha aceptado quedar cubierta de lepra hasta la ceguera, y hacerse cargo –por la lepra y el leproso libremente besados- de toda la carroña del Mundo. Y no por una mera coyuntura. Sino por irreemplazable vocación. Se trata de la vocation de la mort, comme un lys solennel, -como se dirá al final de la obra.
Ella es la víctima inocente que inmola su cuerpo y su alma para la salvación de su familia, de su tierra, de su patria y de la Cristiandad (dividida por el cisma). La lepra, la ceguera, la pestilencia y el aislamiento conforman el idioma de la culpa y pena asumidas, que van consumiendo por dentro su ser y cumpliendo allí “toda justicia”...
Ya al final de la obra, agonizante, colocada -cual hostia viva- sobre la mesa familiar, le preguntarán al padre qué es lo que ella ha concebido en su seno. Y él dirá: “todo el inmenso dolor de este mundo en torno a ella, y la Iglesia partida en dos, y la Francia...”

(Marginalia: ya en “La Ville” Claudel le hace decir a Besme: “yo, solo, soporto sobre mí la carga de toda la muerte, la maldición total de todo hombre y de todo ser viviente”. Habría que leer (¡y traducir, amigo Tollers!) de Claudel: su “Introducción al Apocalipsis” y “El libro de Job”...)

Sí. Como Cristo sobre la Cruz, Quien “como levadura inextinguible no cesa de operar sobre las tres medidas de harina”, así este pan bendito de la vida de Viollaine, consumida y quemada por la lepra hasta sus fundamentos. Dios ha hecho de su violeta un ser nauseabundo, portador de la más concentrada pestilencia del mundo... ante quien se esquiva la mirada por su horrorosa deformidad...
Deformidad que se desfonda en sus propias entrañas en aquella escena escalofriante en la cueva de Géyn: su hermana Mara, llena de furia y rabia, le lleva al leprosario a su hijita muerta, a quien Voilaine resucita con la fuerza vital de la muerte que le acecha su hermana, quien la mata por odio y envidia. Y la niña rediviva, que era de ojos negros, resucita con el mismo azul de los ojos de Voillaine, que se cierran para siempre.
Sólo lo de-forme trans-forma (por acá va lo de la belleza salvífica, tan mal entendida...).
Tres frases fuertes en la obra van jalonando el argumento:

“Poderoso es el sufrimiento cuando es tan voluntario como el pecado.”

“Dios es avaro y no permite que ninguna creatura sea encendida sin que en ella se consuma un poco de impureza: la suya o la que le rodea, como la brasa del incensario que se atiza.”

“Y en verdad que la calamidad de este tiempo es grande. No tienen padre. Miran, y ya no saben dónde está el Rey y el Papa.
Por eso, he aquí mi cuerpo en actividad, reemplazando a la Cristiandad que se disuelve.”


¿A qué santo toda esta verba?
A la valiosa inquietud de un anónimo del penúltimo post, la válida y precisa no-respuesta de Pablo de Rosario y el “truco” que me cantó Sir Wanderer.
Y aunque sin cartas, es este mi “sí, quiero”. Y mi retruco, para desafiarnos a todos a “wanderiar” desde el por-qué al y-yo-qué.
Ante el mal, se eclipsa y silencia el por qué. Pero de tal silencio emerge (o desciende) la pregunta que explica estas letras: Y yo, ¿qué puedo hacer?
Si todos quemamos un poco de nuestro incienso en la brasa de la Ira divina, Rocío vivirá, y vivirá para alabar al Dios que sabe hacer del centro de todo Gólgota, la Fuente del nuevo Paraíso.

Ajustando un poco –y otro poco- unos versos de Hölderlin, nos queda algo así como:

¿De dónde proviene el rocío?
¿Lo irrita y destila el cielo
desde su oscura lejanía?
¿O es la no menos sombría
entraña de esta vida
quien la exuda sobre el suelo
a la aurora de cada nuevo día?
Tal vez sea,
que cuando en secreto
cielo y suelo se besan heridos:
vuelve (el) Rocío a la vida.

En fin y al margen: no veo que atente contra el Evangelio pedir la pena capital para Mauro Schechtel. Sí lo vería, si no fuéramos capaces –como la Petit de Lisieux- de privarnos del agua hasta no cerciorarnos que “el Perdido” haya besado el crucifijo antes de su ejecución.

Como asume san Pablo (2Cor 4,12), que en nosotros crezca y opere la muerte, para que en ella crezca y verdee la vida.
Para eso, ante la roja brasa del atizado incensario: irresistamos firmes en la fe.


El Pseudo-Athonita
pd: Creo que mejor a Callifer lo dejamos para otra vez.

sábado, 21 de junio de 2008

Lógica episcopal


El mismo lógico que nos explicó los oscuros y curiosos procesos de la lógica kukú, hace lo propio con la lógica episcopal.


-¿Mentir? ¿se puede mentir?
-Bueno, sí, en materia política, vale, a veces resulta necesario, otras veces es un recurso. A veces no te queda otra... con tal de que algunos te crean.
-¿Y robar? ¿se puede robar?
-Mirá, los políticos siempre han roba...
-¿Trusso, por ejemplo?
-Tendamos sobre él (y Mons. Aguer) un piadoso manto de olvido. También hay que saber perdonar, ¿no?
-¿Pero todos los políticos? ¿Siempre? A mí me parece que en otros tiempos, en otros países no.
-Sí bueno, pero acá los políticos roban, casi todos, y todo el mundo lo sabe, y a nadie le importa demasiado. A menos que los agarren. Y eso no pasa casi nunca. Y en cualquier caso para cuando se demuestra judicialmente por sentencia firme que robaron... ya no son políticos, ni gobernantes, ni nada. Son historia. Y aun así, mirá, no me acuerdo de un solo caso. Mirálo a Menem, mirála a Isabelita. De modo que sí. Se puede robar, se roba y eso porque a nadie le importa demasiado.
-¿Y la verdad? ¿A nadie le importa la verdad?
-Es una pregunta tonta e irrelevante. Por lo pronto vivimos bajo la dictadura del relativismo. Ratzinger dixit. Y eso, imagináte, en un país conocidamente cínico, farisaico y mentiroso. Agregále un poco de relativismo y listo. La verdad no existe, o mejor todavía, como decía Pilatos, ¿qué es eso?
-¿Entonces?
-Entonces hay que dialogar.
-¿Dialogar con los que mienten, roban y creen que todo es relativo? ¿Para qué?
-Es una cuestión de poder. Si sabremos nosotros los obispos de eso... Dialogando cada cual pone sobre la mesa cuántos fierros, o plata, o prestigio, o popularidad, o, en definitiva, poder, tiene. Y luego se juega el partido. Sobre la mesa. Dialogando. Y gana el que más tiene, y pierde el que menos tiene. Y listo. Y nos ahorramos otras formas peores de resolver los conflictos.
-¿Como cuáles?
-No sé, a las piñas, a tiros. Hay que pacificar los ánimos. Y para eso nada mejor que un poco de relativismo.
-¿Billetera mata galán?
-Mirá... se acabaron los valientes. Y se acabaron los galanes.
-¿Y por eso preguntó Stalin cuántas divisiones tenía el Papa?
-Pero, claro. El Papa padecía nostalgias del tiempo en que disponía de ejércitos. Estaba desactualizado. Ahora lo que importa es el diálogo... con divisiones de ejército o cualquier otra cosa que te dé poder. La guita por ejemplo. Y si no tenés, quedás fora na pista.
-Pero el Evangelio no dice nada de esto. Y Cristo se negó a dialogar con Herodes. Y tenía razón. Y lo embromaron con un plebiscito manejado con cinco fariseos. Y lo crucificaron igual.
-Porque los fariseos saben de poder. Y Cristo no.
-Bueno, pero al final resucitó, ¿no? Más poder que eso...
-Sí. Pero no sé. Porque el mensaje después se “espiritualizó” tanto que... no sé. Y cuando no, cuando se encarnó en el Imperio, aparecieron canalladas como las Cruzadas, la Inquisición y no sé cuántas cosas más... Esa no era manera buena de resolver los conflictos. Hemos progresado. Ahora tenemos el diálogo que es la Gran Conquista de Vaticano II.
-¿No me digas?
-Te lo digo. Y permite charlitas como ésta. ¡Qué tanta lógica, dialéctica, retórica, que arguo et redarguo! Por suerte estudiamos poco de eso en el Semi. No: el diálogo es como en un partido de truco. Te fijás en las cartas que tenés. Interviene un cachito la suerte. Y otro poco la picardía, la piolada y los socios que te conseguiste. Y como pasás las señas. Y otro poco cómo jugás las cartas. Y gana el má mejor y chau pinella.
-¿Y si ganan los mentirosos, los que roban, los que cometen injusticias, los crueles, los infames traidores a la patria?
-Ya te dije. No hay tal cosa.
-¿Cómo que no hay tal cosa?
-Es todo relativo. Lo importante es dialogar.
-Pero eso no está en el Evangelio, ché... y ahora me da por recordar las invectivas de Cristo contra los fariseos, y cuando los echó del Templo, cuando dijo que Herodes era un zorro y...
-Mirá. Lo que está en el Evangelio o no es asunto peliagudo por demás. Porque están las interpolaciones posteriores, la fuente única, y no sé cuántas cosas más. Dejá al Evangelio tranquilo, ché. Eso es para hermeneutas y exégetas y no para ustedes los laicos ni para nosotros los obispos. Es para especialistas.
-¿Y entonces, ustedes para qué están?
-Para promover el diálogo, ¿no lo dije antes? En eso, somos especialistas.
-¿Y si K. no quiere?
-Y bueno, que se embrome. Se va a prender fuego todo. Se va a ir a los caños. Y con él, buena parte del país. Porque no quiso dialogar, ché, el muy necio.
-¿Pero ustedes no tienen responsabilidad en eso?
-No. La culpa es de él, que no quiere dialogar. Si el país se hunde es culpa exclusivamente suya. Nosotros, argentinos. No tenemos nada que ver, al contrario, siempre quisimos...
-¿Dialogar?
-Exactamente.
-¿Y en el Juicio Final?
-Dialogaremos con el Juez, ché, ya te lo dije, hablando se entiende la gente. Esa es la Gran Conquista de Vaticano II, loado sea Dios.
-¿La “Gran Conquista”...?-Sí, eso y un poco de relativismo, y buenas noches.


jueves, 19 de junio de 2008

Solemn High Mass at the throne - Recessional

Misa Pontifical según el rito extraordinario celebrada por el cardenal Castrillón Hoyos en la catedral de Westminster.
Nosotros, con Bergoglio y Kristina; ellos, con pontifical y Queen Elizabeth...

lunes, 16 de junio de 2008

Breve apología del porque sí nomás


El Athonita me (y nos) regala una reflexión sobre el blog y el blogger, el hecho de "Wanderiar". Le agradezco los elogios. Sé de quién vienen y me parecen demasiado para mí.

Aclaro que las fotos las envía el mismo Athonita. Es él el único responsable, entonces, de que, através de ella, descubrán quién es este monje, que no habita, precisamente, en el Monte Athos.




Aunque un poco cursi, vaya en el día mundial del blogista, este homenaje a un blog que hace honor a su nombre... como torpemente intentaremos decir.


Not all those who wander are lost

Deep roots are not reached by frost


J.R.R.Tolkien


C'est le temps que tu as perdu pour ta rose
quit fait ta rose si importante.
A. de Saint-Exupéry



Dirá Newman que la Universidad, como hogar del saber, contiene su finalidad en sí misma -podríamos decir: es autoportante- y por eso no necesita ser servil a los intereses externos a ella. Con esto abría un intenso debate, pues aunque los conceptos en juego son tan añejos como el viejo Aristóteles, ya se había instalado en el mercantilismo occidental la idea de las universidades como mercados de compra y venta de datos, compra y venta de profesiones. Las universidades debían ser “útiles” a los intereses de la sociedad... A todos nos recuerda esto lo que los griegos decían de la Filosofía: no sirve para nada porque no es sierva de nadie; es señora. Para Newman el saber tiene un peso y dignidad tal que -aunque sea muy útil- no necesita cultivarse en función de nada ajeno a sí mismo. No es “funcionaria”. Finaliza en sí. Como un monje reza porque sí (aunque sus rezos muevan secretamente al mundo), el pensador estudia, lee, anota, reflexiona y comparte estas reflexiones porque sí, porque sí nomás.

Así como catedral viene de cátedra (y no al revés), cátedra viene de una gran familia de términos griegos, entre los cuales está la silla, la “sede” donde se asienta el saber, donde gravita y reposa el saber. Esto último -reposar- es crucial. Y si seguimos removiendo deep roots, descubrimos que “kathédra”(silla) proviene de “hédra”, que refiere a lo firme, al fundamento, al sostén último. El verbo “katéjo” nos aporta también algo crucial: se trata de conservar, poseer, retener. Y en lo que nos atañe, ‘retener’ hay que entenderlo no como un mezquino repliegue sobre sí, sino como un modo de impedir que el saber se derrame en esa frenética obsesión por mutar los fines en medios. Impedir el desangre instrumental.

La cultura actual es alérgica a los fines y fanática de los medios. Y si en el asfaltado bosque brota por descuido un “porque sí”, con urgencia hay que mutarlo en un metálico “para qué”. Hay que asignarle pronta utilidad si pretende sobrevivir. Es lo que Guardini planteaba ya en la posguerra, en su bella y aguda ética para nuestro tiempo: la necesidad de volver a vivir algunas cosas sin intenciones. El pensar, el saber, es de un modo eminente un caso posible, que clama por recobrar su dis-tensión intencional.
El “amo porque amo, amo por amar” de san Bernardo admite varios formatos: uno de ellos atañe al buen pensar: pienso porque pienso, pienso por pensar. Se trata de un trato de amistad con la Verdad, con la Sabiduría. Y en esto no hay parvedad de materia posible: amistad sin gratuidad no es amistad y casi su contrario.

Vayamos otra vez al subsuelo del lenguaje, donde no llega la helada: “sjolé” en griego -del que proviene el schola latino y la escuela nuestra- significa “ocio”. La negación del mismo, eso es el trabajo; ése, el negocio. (Dicen que Pieper de viejo, cuando lo invitaban a dar conferencias, al modo de un Juan Evangelista, se paraba, sentenciaba en favor del ocio intelectual, y se sentaba...). Y ocio se opone a trabajo no tanto como la acción se opone al reposo (aunque también), sino sobre todo como la gratuidad se opone a la utilidad. La dis-tensión es, tal vez, el término que mejor grafique la actitud interior del que se aboca al saber por el saber mismo.

El caminar (figura tan cara al itineraium mentis, como a la pedagogía) admite tres modos de hacerlo: el que camina hacia el error -errante-, el que camina resuelto hacia la meta -peregrino- y el que camina por caminar, el que pasea. Los peripatéticos griegos hacían esto: paseaban; y algunos milenios previos, eso hacía el primer Hombre con Dios en el paraíso: pasearse en amistad. Es el caminar primordial. He aquí una imagen bella y diáfana de la gratuidad del buen pensante.
Wanderer, que en inglés y alemán aluden indistintamente al peregrino y al paseante, ha preservado en otras lenguas vivas –el holandés por ejemplo- el término sólo para el caminar gratuito: ‘wandelen’ es verbo exclusivo para referir a eso que “hacen” los novios, que “hacen” los contemplativos, que “hacen” los pensadores. Un hacer que es deshacerse en gratuidad. “Cuando observo (en vez de contemplar) apago los colores del mundo" dice Handke.

Si el ejercicio de pensar la realidad -sin desdibujar sus utilidades colaterales-, preservara y protegiera su sustrato o cimiento gratuito, paradójicamente “produciría” mejores frutos que los que alcanza el ávido cazador de verdades. Con cierta dialéctica podemos decir que lo inútil deviene lo supra-útil cuando supera su momento “negativo” de utilidad. Condición para que “no se nos escape la liebre”... que huye del conquistador y se domestica (o nos domestica) ante el hospitalario. Ante aquel que sabe inclinarse cuidadosa y delicadamente, como quien huele una rosa... para disfrutar de su aroma y no para deglutirla como el carnero del Petit Prince. Como dice Sibelius: la rosa es sin por qué; florece porque florece. Y remata Leon Bloy: Dios creo de la nada... y para nada.
Sólo la gratuidad es antídoto del nihilismo. (un ladillo o marginalia: bueno es volver con cierta recurrencia circular al testamento intelectual de von Hildebrand).

Bien. Por eso la figura del Wanderer es tan cristalina, tan fresca, tan saludable: nos entusiasma y reencuentra con el paseo intelectual... tan –vaya paradoja...- tan prometedor. Sí: es que de algún modo sólo quien no-busca, encuentra (Thibón dixit). Sólo quien anda sin ir a ningún lado logra salir del bosque –siguiendo la figura del Wanderer de Tolkien-. Lost rima con frost, wander con wonder, profeta con poeta...
Quien se obsesiona por hallar la salida, probablemente dará vueltas en redondo sin hallarla jamás; quien anda, de rosa en rosa, de raíz en raíz, de contemplación en contemplación, verá the open sun go past. Pues tal vez sea cierto nomás –al decir de Marechal- que de los laberintos se salga por arriba... perdiendo el tiempo mirando las estrellas.

“Miren al cielo y pregúntense: el cordero ¿se ha comido la flor? Y verán cómo todo cambia... ¡Ninguna persona mayor comprenderá jamás que esto sea verdaderamente importante!” termina El Principito.
Tal vez por ello, ninguna persona mayor comprenda la mayoría de los post de este blog... a Dios gracias... y a Sir Wanderer.


El Athonita



miércoles, 11 de junio de 2008

La responsabilidad de Fellay


Un amigo me ha enviado la siguiente reflexión de, según dice, un psiquiatra de Salamanca. Vale la pena...


Las últimas declaraciones públicas de Monseñor Fellay me parecen no desafortunadas, sino desafortunadísimas. No quiere decir esto que un servidor se “enfrente” ahora a la Hermandad Sacerdotal de San Pío X (HSPX), porque ya hay –incluído en el círculo próximo a Monseñor- quien le dirá semejante estupidez, cualesquiera que sean las voces críticas –sensatas o insensatas, fundamentadas o no, cabales o enloquecidas- que puedan surgir alrededor. De mi defensa de la HSPX ya di cuenta desde esta misma atalaya, así que no voy a insistir.Como no soy ningún religioso, ni miembro de ninguna Orden Tercera, ni estoy inscrito en ninguna tenida, ni soy cliente de tugurios y antros de mal vivir, ni tengo sarpullidos aparicionistas ni sarampiones modernistas, ni nada ... y encima soy algo anticlerical, me voy a permitir llamar ciertas cosas por su nombre. Y como quiero a la HSPX, no voy a permanecer callado.
De hecho mi crítica es más por forma que por fondo.
Cierto, en materia de fondo la Hermandad de San Pío X ha mantenido una postura tan sólida doctrinalmente como aburrida y falta de originalidad. La Tradición de siempre, sin virajes ni adulteraciones, ha sido el bastión sobre el que descansa la postura de la HSPX. A Dios gracias. Y que así sea muchos años. Y no menos cierto ha sido que la Jerarquía, Roma misma, ha actuado de una manera tan injusta como cruel en ocasiones contra la Tradición. De esto último las pruebas son contundentes porque la travesía en el desierto durante los Pontificados de esos dos tahúres eclesiásticos de Pablo VI y de Juan Pablo II ha sido durísima.
Sin embargo decir, o insinuar, que en Roma no han cambiado las cosas es no darse cuenta de lo obvio. Si hasta en las formas ha habido cambios. Ahora en los alrededores de Roma se puede entrar en tiendas de objetos religiosos y ver una orfebrería y unas ropas litúrgicas dignas de dicho nombre, por decir algo de menor calibre; cuando estos mismos sitios durante el Pontificado de Juan Pablo II eran antros lóbregos de feísmo. Negar por otro lado que el Motu Proprio no cambia el status quo, no es ya negar: es ser refractario a la realidad.
¿Dónde está el cambio? Pues pura, lisa y llanamente en el Papa. Que Su Santidad Benedicto XVI no es perfecto, ya lo sabemos. Que no es el Papa que en puridad se podría soñar, no lo es menos. Pero es el Papa. Es el Vicario de Cristo y la Piedra sobre la que se edifica la Iglesia. ¿Cree acaso Fellay que el próximo Papa estando como está el mundo va a ser como Benedicto XVI? Que no lo sueñe. Benedicto XVI es lo mejor que le ha podido pasar a la Tradición en los tiempos que corren y sólo pertenece a los arcanos del Espíritu Santo la fortaleza que tuvo que insuflar al Santo Padre para que pudiera acometer el Motu Proprio con la pléyade de enemigos tan formidables que tiene la Tradición dentro de la Iglesia. ¿Cree honestamente Monseñor Fellay que una crisis de 40 años, como poco, se va a resolver en un abrir y cerrar de ojos?
¿Qué pasa con el Santo Padre? ¿Qué sería mejor que optase por una filosofía más escolástica y se dejase de monsergas fenomenológicas? Sin duda. ¿Qué sería mejor –si es que puede y está de su mano, pues Roma está desbocada- que hubiera hecho otros nombramientos de los que ha hecho? Sin duda. ¿Qué sería mejor que fuera más alto, más guapo, más joven, más fornido y con menos problemas de corazón? También; sin duda. Etcétera.
Pero el quicio de esta cuestión no radica es querer un Santo Padre hecho a nuestra medida. El hecho es analizar con realismo, objetividad y un mínimo de frialdad lo que el Santo Padre ha hecho. Para empezar del Ratzinger de 1965 tiene, a Dios gracias, muy poco que ver con Benedicto XVI. Ha habido un camino de Damasco del Santo Padre y él lleva clavadas dos espinas en su haber, espinas de las que tardando no mucho habrá de responderle a Dios: su dudoso comportamiento en Fátima en relación al Tercer Secreto y su participación en la inicua “excomunión” de Lefebvre. Añádase su terca voluntad, como buen teutón. Fellay no puede negar que el Papa mira con simpatía la Tradición. No es sólo el Motu Proprio. Son montones de hechos. Sus libros, queriendo volver a los esquemas de la Liturgia de siempre (p. ej., su insistencia en decir la Misa mirando hacia el Sagrario, lo cual lo ha materializado). Su empeño en mantener un diálogo abierto con la Tradición. Sus Encíclicas, que revelan una fundamentación tradicional y ya no son aquellos tochos infumables escritos por algún plumífero chikilicuatre cuyas únicas referencias eran al Vaticano II (¡malditos tautólogos!). Etc.
Con todo ese bagaje la peregrina idea de Monseñor Fellay de insinuar que las puertas están cerradas con Roma resulta en una afrenta a la razón y una temeridad culpable. Parece participar Fellay de ese sentimiento tan frecuente en la Tradición de que la solución a todo este problema es divina, cuasi-mística. En todo caso, es una solución súbita. Pues no. En primer lugar ayudémonos nosotros mismos, que Dios nos ayudará. La crisis de la Iglesia, mejor comprendida por la HSPX que por ningún otro sector de la Tradición, tiene ya 40 años como poco y pensar que la solución a la misma va a ser fulminante es pueril.
No sé si todo esto obedece a una especie de táctica ad hoc, quizás estrategia, por parte de Monseñor Fellay. Si así fuera, está tensando la cuerda con Roma en exceso. Peligrosamente diría. Tengo para mí que si esto es un juego táctico Fellay está sobreestimando sus cartas. Como los clérigos cuando dicen “caramba” en realidad quieren decir “coño” dar la callada por respuesta equivale a mandar a tomar por saco. Y eso, mi querido Monseñor Fellay, equivale en diplomacia a una declaración de guerra. Estoy seguro que la siempre admirable nación suiza está contentísima de que Monseñor Fellay no decidiera hacer carrera diplomática. A juzgar por los hechos uno acaba por inferir que si Fellay decidiera secularizarse -¡líbrenos Dios!- su status en la diplomacia sería no sólo el de desempleado, sino el de desempleable. Desempleable vitalicio, debiera añadir.
Que nadie se engañe. El Papa es muy listo. Tiene una mente académica privilegiada y penetrante. Y tiene no sólo conciencia de autoridad sino que sabe cómo ejercerla, con autoritarismo incluso. No va a tolerar en asuntos de su jurisdicción directa, y la situación de la Tradición es uno de ellos, que la gente haga lo que le dé la gana, como le dé la gana y cuando le dé la gana. Para eso es Papa y para eso es bávaro.
Han de darse situaciones muy graves, gravísimas, para que uno tenga que optar por desafiar al Papa. A San Marcel Lefebvre (sí, Santo, aunque no lo quieran canonizar por el momento) no le quedó más remedio. Y bien a su pesar. Porque Monseñor Lefebvre, formado como estaba en un Seminario de Roma, y no en un tugurio jansenista de esos que proliferan en Francia, sí tenía absolutamente clara la necesidad de la Romanitas, virtud que en mayor o menor medida debe adornar a todo católico. Sin excepción.
A muchos tradicionalistas nos gustaría que nos explicaran los prebostes de la HSPX cómo es posible seguir con una posición frente a Roma idéntica a la que –muy a su pesar- tuvo que ejercer Monseñor Lefebvre cuando es posible que las peticiones del Santo Obispo de entonces puedan ser atendidas hoy día. ¿Por qué no se hace el saludable ejercicio de ver qué quería concreta y específicamente Monseñor Lefebvre en 1988 –cuando le negaron todo, hasta el aire- y qué se ofrece por parte de Roma a la Tradición hoy día? A ver si va a resultar que lo que el Fundador de la Hermandad de San Pío X quería en 1988 sí es plausible conseguirlo hoy.
¿O es que Monseñor Fellay quiere montar la fiesta por su cuenta? Ya sé que la HSPX no es herética. Ni cismática. Pero maldita la gracia que nos hace a algunos una actitud, una forma, más en concordancia con lo cismático que con lo verdaderamente católico.
Algunos de nosotros estamos ya hartos (y, ¡vive Dios!, que el cuerpo me pide expresar esta idea de un modo mucho más castizo) de que aquí se dé por zanjada la cuestión. ¿No es también tradición de la Iglesia el solucionar mediante el diálogo esta cuestión? ¿Puede decir Monseñor Fellay con el corazón en la mano si ha encontrado acaso una recepción y una disposición por parte de Roma mejor que las actuales no ya sólo durante sus mandatos como Superior de la HSPX, sino durante toda la historia de la HSPX?
De los Obispos de la HSPX no sabe uno ya qué pensar. Monseñor de Galarreta, un hombre de oración y garra contemplativa como pocos, desaparecido en combate. Monseñor Tissier de Mallerais, profundo y con una gravitas que ya quisiéramos para todo el Episcopado, subido en el ficus, como de costumbre. Y Monseñor Williamson (me disculparán si tengo una debilidad especial por éste por lo listo, lo listísimo que es) haciendo de las suyas, de enfant terrible, últimamente más de enfant que de terrible, para orgullo suyo, vergüenza de muchos y desgracia de todos.
Y todos ellos haciendo mutis por el foro.
Y yo sigo preguntándome: ¿Cómo se explica que un hombre de naturaleza afable y que rezuma amabilidad como Fellay se nos haya vuelto autista? ¿Por ventura es mudo? ¿O simplemente su última Carta es un ejercicio de gilipollez sublime? ¿O acaso un farol de póker de poca monta?¡Señores Obispos de la Tradición! ¡Despierten! ¿Nos oyen? Hello! Estamos aquí. Somos fieles de a pie que estamos en la Tradición porque queremos ser romanos, cien mil veces -infinitamente- más romanos que los modernistas, no porque queramos permanecer en el limbo del no man’s land por toda la Eternidad. Si somos católicos, Roma es nuestro sitio. Queremos estar bajo la férula de Roma porque como católicos tradicionales que somos queremos joder desde dentro, no obligados a estar jodidos y fuera.
Me temo que uno no puede dar la callada por respuesta a Roma. Quizás en circunstancias excepcionalísimas. Y ahora no se dan. Por tanto, con el debido respeto (pero si hace falta sin ningún respeto también), me atrevo a invitar a Monseñor Fellay a que hable con quien sea menester y a que se llegue –con todas las seguridades y garantías, que eso es el oficio de Fellay- a una solución para que la Tradición esté regularizada dentro de la Iglesia oficial (pues de la Iglesia Mística algunos se tendrían que preguntar quién está dentro y quién fuera). Y que no sobrestime sus bazas ni minusvalore el poder del Vicario de Cristo.
No habrá muchas posibilidades en el futuro de poder regularizar la situación con Roma. Vienen tiempos duros, de hierro.
Ni Monseñor Fellay ni ningún Obispo ni clérigo de la Tradición puede dejar a los simples fieles tirados. Por culpa de esta circunstancia algunos llevamos padeciendo lo indecible. Lo natural para un católico es estar bajo el manto protector de Roma. Lo contranatural es estar a la intemperie, particularmente si no hay necesidad grave de estarlo.
¡Viva la Hermandad de San Pío X! ¡Viva el Papa!

Rafael Castela Santos


domingo, 8 de junio de 2008

Exorcista se busca

Vobis praecipio, immundissimi spiritus, qui has mulier concitatis, in virtute Dei et Domini nostri Jesu Christi, per merita intermeratae semperque virginis Mariae et per merita omnium sanctorum, ut exeatis ab eis et ea dispergetis, quatenus nocere non possit hominibus, animalibus, fructibus, herbis, arboribus, aut quibuscumque rebus humanis usibus deputatis.