lunes, 24 de junio de 2019

¿Hasta cuándo, Señor?


Continúo con algunas notas de lectura sobre la perspectiva de nuestra fe en el mundo:

Muchos cristianos, devotamente clericales, dirán que es verdad que es difícil el diálogo con el mundo, y que no hay que ser ingenuos al respecto, pero que las oposiciones y luchas que vemos se trata de un malentendido pasajero. Si somos pacientes y nos esforzamos, podremos salir del túnel. 

Es verdad que el evangelio dice que la lucha y el conflicto no durarán para siempre, pero también dice que la paz de Cristo no será nunca una paz firmada con este mundo. Estos mismo cristianos dirán: “Por supuesto, estamos convencidos que el mundo no podrá encontrar la solución sin una intervención de Dios”. Pero, precisamente, Dios ya intervino. No tenemos que esperar al Salvador. Él ya vino. Nos queda por hacer la tarea que nos encomendó: actualizar las virtualidades de los tesoros inagotables que nos ha dejado; son los talentos que deben dar fruto. En Jesucristo tenemos todo lo que necesitamos.
Nuestros obispos y los cristianos clericales dirán que este es un discurso desfasado en el tiempo. La Edad Media fue la infancia del cristianismo. Pero ahora estamos ya en la edad adulta, cuando la semilla evangélica dará el ciento por uno. Estamos en la espera de una cristiandad nueva, laica, autónoma, plenamente consciente de sí en la plenitud de su libertad. Trabajemos, entonces, confiados en Cristo y en el mundo, porque nuestra tarea recién comienza. Intervengamos en política, hagamos marchas, peguemos calcomanías y lancemos globos de colores. Compremos el marketing del mundo para nuestras campañas a favor de las buenas causas. No nos desanimemos frente a las dificultades, y de ese modo haremos reinar a Cristo en el mundo. 
No digo que estas acciones sean malas. Son buenas y, a veces, efectivas, pero debemos recordar no es lo que se nos ha prometido en el evangelio. Lo que Cristo y los apóstoles nos han prometido como el porvenir del cristianismo, es que esta situación no es una fase, sino que es el todo. Insisto, el conjunto de textos evangélicos y neotestamentarios no conocen un desenlace bienaventurado de la historia, ni antes ni después de la primera venida del Salvador. Esta primera venida no hizo sino lanzar un conflicto latente y empujarlo hasta el final. Pero en ninguna parte aparece la idea de que lo resolverá. Pretenderlo, es querer conciliar aquello que el Nuevo Testamento unánimemente declara inconciliable.
Pero ¿qué hacemos con las parábolas de la semilla y de la levadura? Lamentablemente, ellas no nos libran de las conclusiones a las que hemos llegado porque no pueden contradecir la parábola del trigo y la cizaña, y porque deben ser leídas en el contexto en el que fueron dichas, y no en el nuestro. Ellas prometen la difusión general del evangelio y aseguran que la humanidad entera será afectada por él. Pero no prometen de ninguna manera la conversión universal y la cristianización integral. No puede concluirse a partir de ellas que la humanidad, a la larga, aceptará el evangelio. 

Es una verdad incontestable que los cristianos de la época apostólica esperaban el retorno de Cristo, y que lo esperaban en un sentido tan real y poco metafórico como su primera venida. “Hombres de Galilea –dice el ángel a los apóstoles-, ese Jesús que habéis visto subir al cielo, volverá de la misma manera en que lo habéis visto subir” (Hech. 1, 11). Y es en su retorno, y solamente en su retorno, en el que esperaban la solución y el triunfo y, también, el juicio: “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos un Salvador, el Señor Jesucristo, que transformará nuestro humilde cuerpo conforme a su cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas” (Fil. 3, 20-21).

La historia permanece en manos de Cristo y no en las nuestras. La Iglesia lo representa pero no lo reemplaza y, con mucha más razón, no puede sobrepasarlo. Su obra consiste en llevar la salvación a los hombres por el Evangelio y los sacramentos. Y la promesa que ha recibido es la de la indefectibilidad en esta tarea. Ella no hará otra cosa que lo que Cristo mismo hizo durante su primera venida. Deberá hacer brillar la luz, Su luz, en las tinieblas. Pero si las tinieblas no recibieron al mismo Cristo, no esperemos que la Iglesia tenga alguna ventaja en este sentido. Es verdad que se prometió que los discípulos harían obras más grandes que el Maestro, pero esto debe ser entendido en el sentido que llevarían el evangelio a todo el universo, mientras que Él sólo lo predicó en Galilea. La salvación del mundo ha sido confiada a la Iglesia, pero el juicio del mundo permanece en manos del único Señor. Es necesario que Él reine, pero no seremos nosotros quienes lo hagamos reinar. El anuncio evangélico es tarea de la Iglesia, pero su efecto definitivo es un secreto del Padre hasta el día que Él ha fijado y que sólo Él conoce. Ese día, el Hijo del Hombre vendrá a su reino y cosechará el campo en el que la Iglesia arrojó la semilla. Es verdad, en ese día asociará a los santos al juicio que hará entre los elegidos y los réprobos, y como ellos han sufrido con Él, con Él reinarán. Pero no es cuestión de ellos –de los santos-, el anticipar el día de su venida y atribuirse el poder de hacerlo reinar. El día de su reino, es el día de Yavé, el día que sólo el Padre conoce. Sería locura pretender la posesión de aquello que ni siquiera el Hijo poseyó. Hasta ese día, los cristianos no podemos sino arrojar la semilla y gritar con toda nuestra voz: “¿Hasta cuándo Señor, Santo verdadero, no juzgarás y vengarás nuestra sangre en los que moran sobre la tierra?” (Ap. 6, 10).

9 comentarios:

  1. Wanderer, estuve pensando en este tema en los últimos días. Concuerdo en que efectivamente el Evangelio señala una contradicción irresoluble (naturalmente) entre Cristo y el mundo. En ese sentido, el intento de "diálogo" con el mundo que indica, por ejemplo, en el documento sobre género y sexualidad es, por lo menos, ingenuo. Dialogar, así, se vuelve algo fútil e incluso peligroso para la misma Iglesia, que en un contexto donde cunde la mediocridad filosófica y teológica no está preparada para discernir qué de bueno puede haber allí afuera.
    No puedo sino dejar de pensar en que, mientras que la ideología de género puede estar irremediablemente alejada de la Verdad evangélica, aquéllos que la sostienen son (al menos en muchos o pocos casos) gente que de buena fe encuentra allí algo que responde a inquietudes profundas. Usted me dirá quizá que esto no puede ser así, y que nadie de buena fe puede pensar que definimos nuestro sexo. Yo le digo que trabajo con gente inteligente, generosa y con vidas personales ordenadas en lo natural que así lo ven. El diálogo personal (no impersonal, a través de un documento, con un interlocutor vago e indefinido) y racional con ellos me permitió no sólo ver que efectivamente estas ideas cumplen ese rol en sus cabezas, sino fundamentalmente mostrarles que la posición católica al respecto es racional e intelectualmente atractiva. Después Dios dirá qué pasa. Yo no soy quizá el mejor católico con el que se podrían haber cruzado para esto. Pero soy el que está. No dialogar con ellos y asumir que están irremediablemente más allá, separados de la posibilidad de comprensión de la Verdad (y el tema género es sólo un caso) no es católico.
    El diálogo es el medio que tenemos para transmitir la verdad. Somos seres racionales, y la fe se apoya, al menos en parte, en el uso de la inteligencia. No apelar al diálogo con los adversarios puede ser una salida fácil y cómoda, pero no es evangélica.
    Entiendo que quizá ya esté de acuerdo en todo o en parte con lo que digo. Pero pienso que la distinción es importante. Una cosa es dialogar con el mundo (o con la "ideología de género"), otra es dialogar con personas particulares, que creen y sostienen posiciones particulares por muchos motivos distintos, y con los cuales, según cada caso, tenemos la obligación de dialogar para ayudarlos como un acto de Caridad.

    Saludos.

    G.

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  2. La iglesia y sus dirigentes estan en una etapa de adolescencia.
    Prefiero a los niños de Francisco de Asis o Tomas de Aquino.

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  3. Estimado G.
    De acuerdo en todo con usted. Cuando hablo de "diálogo con el mundo", me refiero al diálogo institucionalizado y utilizado como herramienta única e infalible de la Iglesia. Es lo que se hizo a partir del Vaticano II. Y no se consiguió ningún resultado. Nada.
    El diálogo personal con hombre mundanos es otra cosa. Y con respecto a eso, cada cristiano tiene un deber que Dios se lo hará conocer como Él quiera.

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  4. Como Católicos y seguidores de Jesucristo y los Apóstoles, "nuestro único" diálogo con el mundo, (sea con insinuaciones, parábolas, pasajes bíblico, vidas de Santos ó nuestra experiencia Católica de Dios) debe ser, el de llevarlos a Cristo, y Cristo Crucificado, para nuestra mutua Salvación y Redención, el resto lo hace Dios Espíritu Santo (si es su tiempo de regreso al Padre Dios).
    N.S. Jesucristo dialogó con la Samaritana en el Pozo de Jacob, pero para decirle la "Verdad".
    Nuestro dialogo Católico, debe orientarse a cumplir y vivir los Mandamientos Divinos, las Bienaventuranzas, y los Consejos Evangélicos...el resto, viene de Satanás.
    Cuando el diálogo se encamina ha aceptar el "pecado cual fuere", como opción válida, caminamos plularmente --en masa-- al Infierno ó un tenebroso Purgatorio...cuando la Vía Caritatis es para seguir revolcándose en un pozo ciego, viene del Demonio.

    He dialogado con varios familiares próximos a "casarse" ó casados en unión sodomítica, ó personas sodomitas, y lo único que desean, es que se les apruebe su Pecado --desde luego, que no lo consideran Pecado--...
    He dialogado con un travesti que aparentemente había sido tocado por Dios, y deseaba encontrar y encaminarse a Cristo...luego siguió con su desviada rutina, no supe más de él. Rezo por él.

    Además, la palabra "diálogo" conduce a la CONFUSIÓN...nosotros, como Cristo N.S. y los Apóstoles, EXHORTAMOS con Amor y Autoridad; con el mismo Amor y la misma Autoridad de CRISTO, porque estamos convencidos de que ÉL ha Resucitado, de que ÉL mora y habla en Nosotros.

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  5. La Iglesia, y nosotros formamos parte de Ella, no dialoga con el mundo: le enseña, y le señala a Cristo. El tal "diálogo" es una necedad, lo menos, o una maldad simple y tosca que desdibujó la misión impuesta por Nuestro Señor a Sus seguidores, porque sin Él nada es posible. Una gran obra del maldito, que envalentonó a los hombres a emprender las cosas por sí mismos, por sus solas fuerzas, sin Dios. En prieta síntesis, todo el Concilio fue solamente eso: creer, pensar y esperar que la obra de algunos hombres, de una generación de iluminados, podría crear una "primavera" por efecto de los meros esfuerzos humanos. La Liturgia "renovada" no fué sino una consecuencia de esta manera de pensar, al punto que muchos católicos -sobre todo sacerdotes- siguen creyendo que es obra de los hombres dedicada a Dios o a la confraternidad natural, y no un regalo del Cielo para agradar y adorar a Dios, Uno y Trino, y así resistir al mundo, el demonio y la carne.
    Era previsible que el resultado, sumado a la inmensa decadencia de los dos siglos anteriores, fuera catastrófico.
    Volver atrás es imposible, pero volver a los principios, siempre se puede.
    Atanasio

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  6. Don Wanderer traigo un punto del Catecismo de la Iglesia Católica que muchos "modernos optimistas" pasan de largo:
    677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).

    Y resalto: El Reino NO se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal

    El sanjua

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  7. No hay ninguna inquietud profunda a no ser asociada al sentimiento de compasión. Esa gente con inquietud profunda encuentra una respuesta equivocada a un falso problema.

    Dice Castellani: “El gran filosofo alemán Josef Pieper observa que si hacemos a Dios un asunto privado (un asunto del interior de la conciencia de cada uno), por el mismo caso hacemos Dios al Estado y a Jesucristo y al Padre Eterno los convertimos en subdioses. En efecto, el Estado es un asunto público, y por tanto, la religión es inferior y debe someterse a él, puesto que lo público es muy superior a lo privado, y lo privado debe sometérsele. En efecto, la Historia mostró pronto que el “laicismo liberal”, o sea la pretendida neutralidad con respecto a la religión, - era en realidad verdadera hostilidad; y acababa por deificar, divinizar al Estado; lo cual pronto se organizó en sistema filosófico monstruoso e idolátrico: la “estatolatría”, el sistema de Hegel y Carlos Marx.

    “No tengo tiempo de hablar sobre la otra herejía que niega la Reyecía de Cristo quizás más radicalmente; el modernismo que nació del Liberalismo; y es la herejía novísima, que esta luchando ahora en el seno del Concilio Ecuménico”.

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  8. Se me presenta una dificultad.

    Dios es omnisciente - al menos en la teología tradicional - y por esa omnisciencia conoce también el día final.
    Si el Hijo desconociera ese dato, aunque fuera sólo por un momento, habría que concluir que no es Dios.

    Si se dice que aquí se aplica la "comunicación de los idiomas" y que el Hijo sólo en tanto hombre desconoce, se presenta la dificultad de entender correctamente los evangelios, porque esa dualidad de lenguaje multiplica las interpretaciones.

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    1. Padres de la Iglesia han dicho que el Hijo por supuesto que lo conoce; más afirma no conocerlo en el sentido de que no lo va dar a conocer al hombre.

      Isaac

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