Dentro de cinco años se cumplirán mil setecientos años del Concilio de Nicea, uno de los más importantes en la historia de la Iglesia. A él asistieron, por ejemplo, Arrio y el joven Atanasio de Alejandría que mucho darían que hablar en las décadas posteriores. Por eso motivo, se están haciendo varios y muy serios estudios acerca de las discusiones cristológicas que ocuparon la centralidad de la agenda de ese encuentro.
Hace algunos meses escuché una conferencia muy interesante. La tesis que sostenía el expositor es que los obispos arrianos, que fueron una enorme mayoría en la Iglesia (“El mundo se despertó con un llanto cuando se descubrió arriano”, escribía San Jerónimo), no se “autopercibían” como arrianos. Ellos estaban seguros de ser católicos. Fue tarea del archiperseguido y calumniado Atanasio de Alejandría mostrarles el error en el que habían caído.
La hipótesis expuesta, que creo probable, puede tener varias lecturas. La primera y más fácil es decir que el arrianismo no fue más que un rótulo que pegó San Atanasio a cuantos enemigos se le ponían enfrente; un modo de salirse con la suya. Pero también hay otra que puede ser usada como hermenéutica de la situación contemporánea. Los obispos del siglo IV eran personajes muy similares a los obispos actuales, y a los obispos de todos los tiempos. Personajes en su mayoría mediocres e ignorantes, que acceden a sus sedes mediante manejos e intrigas, y cuyos objetivos son pasarla bien, haciendo lo que hace todo el mundo, no desentonando y fastidiando siempre a los curas que tienen a cargo a fin de mostrarles quién es el que manda. Los obispos “arrianos” eran arrianos porque era lo más fácil, porque en esa posición estaba la mayoría de sus colegas, porque no había definiciones claras por quien debía darlas y porque no tenían ganas de tener problemas. Casi la misma situación que vemos en los obispos progres actuales, que también son inmensa mayoría. Creo que pocos de ellos son ideológica y voluntariamente progresistas: son personajes menores que no quieren fastidiarse la vida y buscan seguir trepando en la carrera eclesiástica, por lo que cambiarán de postura según sean los vientos que corren.
Con lo cual, y para terminar con la analogía, es cuestión de que aparezca algún Atanasio, o que no aparezca y sigamos penando. Se nos prometió la victoria final; pero no tranquilidad en el tiempo.
Me sugirió esta reflexión un texto que el artista Daniel Mitsui publicó hace mucho en su desaparecido blog (The Lion and the Cardinal) y que fue apareció en español en el recordado blog Cruz y Fierro. Aquí lo dejo:
Entre ciertos católicos existe una suerte de optimismo fácil acerca del futuro próximo de la Iglesia; la expectativa de que si alguna vez las cosas se ponen muy feas, Dios nos dará nuevos santos y héroes y genios para hacer todo bueno otra vez. Es una expectativa de que esto pasará como algo natural.
Pero la promesa contra las puertas del infierno fue sólo una promesa de la victoria final, no de estabilidad y comodidad en nuestro tiempo. Si la Iglesia tiene que sobrevivir, sobrevivirá ocasionalmente como lo hizo en las catacumbas romanas, las cuevas del Líbano, los pozos de los recusantes ingleses o las Islas Goto. Algunas veces sobrevive a pesar de impresionantes defecciones materiales en circunstancias desesperadas. La esperanza no sería una virtud si fuese fácil.
Los optimistas gustan de citar un capítulo de El Hombre Eterno de Chesterton sobre las cinco muertes de la Fe, y su inexplicable resurrección cada vez. La implicancia, por supuesto, es que esto es lo que sucede siempre. Nunca pensé que éste fuese uno de los argumentos más convincentes de Chesterton; si hubiese sido un asirio y no un inglés, hubiese corregido el capítulo, porque en Asiria la fe murió cinco veces sin nunca regresar a la vida.
Aunque decir esto no es exactamente justo; unos pocos asirios fieles aún existen al día de hoy, y unos pocos buenos cristianos existieron en cada era de muerte de las identificadas por Chesterton. Cuando habla de una muerte de la Fe, nunca quiso decir que desapareció, sino que dejó de ser sana, vibrante e influyente. No fue una crisis del Cristianismo, sino de la civilización cristiana.
Es más, nunca se nos prometió que las puertas del infierno no prevalecerían contra la civilización cristiana. En Europa, la civilización cristiana fue resucitada cinco veces; no existe promesa de una sexta. Perfectamente el Cristianismo podría tener necesidad de sobrevivir sin una civilización cristiana, como algo brutalmente perseguido, internamente en conflicto y socialmente irrelevante. Ésta, en realidad, no es más que la situación normal del Cristianismo.
Existe, tanto entre los católicos como en los ortodoxos, un deseo abiertamente expresado de regresar a los principios del Cristianismo del primer milenio. Es un deseo que comparto, en tanto creo que la continuidad con los Padres de la Iglesia es absolutamente indispensable, y que las Iglesias romana y bizantina deben ser una. Pero ese deseo no debe engañarnos acerca de lo que la gran Iglesia del primer milenio realmente era.
En el curso de los primeros dos siglos de la legalización del Cristianismo, la gran Iglesia perdió dos de los antiguos patriarcados; en los siglos siguientes, perdió la mayor parte de su territorio y de su gente a manos de los mahometanos, y nunca recuperó mucho de eso. La historia del Cristianismo del primer milenio es una de continuo fracaso y atrición; la Iglesia sufrió de herejías cristológicas y trinitarias en una sucesión continua, y siendo tan fácil distanciar a la Iglesia de ellas una vez que fueron leídos los anatemas, todas estas herejías permanecieron dentro de la Iglesia. Hubo un tiempo antes de que los anatemas fuesen leídos, cuando cada herejía no había sido aún condenada, en que eran abiertamente profesadas en todos los niveles de la Iglesia.
Vivir como cristiano en el primer milenio, especialmente en cualesquiera de los patriarcados orientales, significaba a menudo tener obispos y sacerdotes herejes, y que la mayoría de los fieles profesaran ellos mismos los errores o fuesen demasiado cobardes o indiferentes para oponerse a ellos.
Durante los sesenta y un años siguientes al Segundo Concilio de Nicea, y aún después por otros 28 años, la Iglesia de Bizancio fue gobernada por emperadores iconoclastas y los sicofantes que ellos lograban colocar en la sede patriarcal; las imágenes eran decoloradas, los monjes torturados y asesinados, las reliquias lanzadas al mar, las devociones del santoral suprimidas. Fue la destrucción de la tradición más violenta jamás ocurrida desde la misma Iglesia; sólo un muy pequeño resto de íconos anteriores a la crisis sobrevivieron, la mayoría de ellos bajo la seguridad relativa del gobierno mahometano. Existe una admirable porción de la memoria histórica del Cristianismo bizantino que la mayoría de sus admiradores y conversos occidentales no conoce aún. La iconoclasia asoma en su mente, y esto puede templar su alarde; ya que hubo un tiempo en que la Ortodoxia oriental también lo perdió todo.
Hay detrás de esto una verdad tan simple que con frecuencia olvidamos: Satanás es más sutil que nosotros. Y es más fuerte que nosotros y es más paciente que nosotros. Si no lo fuese, no tendríamos necesidad de un Salvador. No se nos prometió un paraíso en esta vida, sino un asalto continuo hasta que el Reino venga. Satanás destruiría, dividiría y degradaría la Iglesia en cualquier forma que se pueda divisar. Lo haría con la herejía, el cisma y la guerra, en el merodeo de las hordas bárbaras y en la conspiración de las sociedades secretas.
Obraría a través de la avaricia de los príncipes, la lujuria de los reyes, el orgullo de los emperadores y la estupidez de los papas. Aconsejaría malas ideas a los oídos de hombres de buena voluntad. Traería terremotos, fuego y plaga, sujetaría a su manipulación lo que pudiese de la tierra buena de Dios. Arruinaría la Iglesia desde dentro y desde fuera. Obraría en momentos horribles y en siglos de degradación imperceptible.
Satanás odia a la Iglesia y quiere que nosotros también la odiemos. Y es lo suficientemente sutil, fuerte y paciente para arruinar cada cosa que hace fácil que amemos a la Iglesia. Fue lo suficientemente sutil para arruinar la aparentemente inmortal Edad Media, por lo que, con certeza, es lo suficientemente sutil para arruinar el frágil movimiento tradicionalista de hoy. Y es lo suficientemente sutil para arruinar la ortopraxia y la estabilidad teológica del Oriente cristiano. Si esto no fuese obvio como un dato teológico, debería serlo como un hecho histórico; lo ha hecho antes.
Y la Ortodoxia latina patrístico-medieval en que deseo se convierta el Catolicismo romano, y a lo que dedicaré los esfuerzos de mi vida entera: él es lo suficientemente sutil para arruinar eso también. Esto es lo que necesitan recordar quienes buscan refugiarse del Modernismo en el Catolicismo romano o en la Ortodoxia oriental o en sus propias fantasías historicistas de cualquiera de ellos. No hay refugio en la Iglesia Militante. Si una Iglesia parece haber vencido al Modernismo, simplemente significa que Satanás está esperando afligirla con algún otro error en cuanto pueda. Las antiguas Iglesias son vulnerables y siempre han sido vulnerables.
Al inspeccionarlas, todas ellas portan las cicatrices permanentes del ataque del enemigo; las pérdidas y las rupturas y las traiciones de la antigua tradición. Si hubiese una Iglesia sin ellas, no tendría pretensión creíble de ser la verdadera Iglesia; sería algo tan poco amenazante para el principado de Satanás que ni siquiera se molestaría en prestarle atención. Una Iglesia que no es permanentemente lastimada no es el Cuerpo de Cristo.
Los apóstoles lo entendieron, y vivieron siempre como si el eschaton fuese inminente y el enemigo estuviese cerca. Dudo que cualquiera de ellos esperara que la sociedad de continentes enteros viviera orientada al Cielo durante miles de años. Esto sería algo mucho mejor de lo que tenían derecho a esperar.
La civilización cristiana y todos sus tesoros eran un regalo; un don inmerecido y demasiado generoso. Cuando un niño recibe un regalo precioso de su amado padre, lo cuida y protege, recordando siempre la generosidad de quien se lo dio. Sólo la ingratitud más despreciable lo haría descuidarlo, desfigurarlo, decidir que ya no le gusta y tirarlo a la basura, o convertirlo en algo diferente. Esto es lo que olvidan los apologistas del nuevo catolicismo, quienes constantemente afirman su validez sacramental como si ésta fuese lo único que importa. El problema de la nueva liturgia, de la música banal, las iglesias vacías no es que hable mal de Dios; sino más bien que hablan mal de nosotros.
Pero algo diferente es olvidado por los tradicionalistas que incesantemente se quejan de que los problemas no se arreglan lo suficientemente rápido, o que amenazan con dejar la Iglesia hasta que se arreglen. Si el regalo se rompe, el niño no tiene derecho a refunfuñar y exigir a su padre que se lo arregle o le compre uno nuevo inmediatamente. Porque ni siquiera lo merecía en primer lugar. El padre está perfectamente en su derecho de contener su generosidad hasta que el niño aprenda la lección, o decirle al niño que lo arregle él mismo. No es nuestra prerrogativa exigir que los problemas de la Iglesia sean arreglados según nuestra conveniencia. Ni siquiera son estos problemas necesariamente para que los arregle algún otro.
Dios confió a la humanidad el cuidado de su Iglesia en este mundo hasta la parusía. Es construyéndola en el territorio del enemigo que participamos en la acción de la Providencia en la historia, y que nos santificamos. Dios ciertamente puede asistirnos de maneras extraordinarias; la notable vigorosidad de la Iglesia en algunos momentos sólo puede ser explicada por intervención divina. Pero nada en justicia exige a Dios darnos un nuevo grupo de santos, héroes y sabios para arreglar todas las cosas como si nada. Cuando la Iglesia necesita santos, héroes y sabios, no tiene a nadie más que a nosotros. Y la mayoría de nosotros estamos demasiado malditamente orgullosos de nuestra falsa humildad para aunque sea intentar la santidad heroica.
El estado de la vida cristiana hoy, como siempre, es el de rezar entre ruinas; de rastrillar entre los escombros de una iglesia largamente destruida en busca de pedazos que podamos reconocer; en asirnos a ellos y atesorarlos de una manera que los hombres que los disfrutaron en su esplendor nunca hicieron. Venerar estos pedazos de escombros, y estudiarlos para darnos una idea de la forma en que encajaron y el significado que alguna vez tuvieron. Inducir lo que podamos de los olvidados métodos de construcción y el lenguaje del simbolismo también olvidado, y reconstruir lo que podamos en el tiempo que se nos da. Construir algo bello para Dios, de modo que el recuerdo de la antigua fe pueda sobrevivir para la próxima generación, hasta que las fuerzas del mal destruyan, quemen y sepulten nuestras construcciones.
Y hacer esto creyendo, a pesar de toda tentación para desesperarse, que la victoria ya se ha ganado, y que la liberación está cerca. Nos ha sido dada la tarea de modo que en ella podamos encontrar nuestro propósito, nuestro gozo y nuestra santidad. Y perseverando, heredaremos un nuevo cielo y una nueva tierra, en la cual construir en forma permanente lo que hemos construido en pobre imitación en este mundo roto.
"Y la Ortodoxia latina patrístico-medieval en que deseo se convierta el Catolicismo romano, y a lo que dedicaré los esfuerzos de mi vida entera"
ResponderEliminarY cómo lo hace?
Hablando de San Atanasio, hoy leía algunos tuits de un obispo yanqui "contra mundum", J. Strickland, de Tyler (Texas):
ResponderEliminarBishop J. Strickland @Bishopoftyler
Reflect on the words of this familiar hymn...
“Faith of our fathers, living still
In spite of dungeon, fire & sword,
O how our hearts beat high with joy
Whene’er we hear that glorious word!
Faith of our fathers! holy faith!
We will be true to thee till death” Let us live Faith!
Bishop J. Strickland @Bishopoftyler
We must work to SHUT DOWN PLANNED PARENTHOOD or we will share in the wrath of God this diabolical organization brings upon this nation...it is past time to call out Planned Parenthood for what it is.......Planned Murder & Destruction of Innocents!
Bishop J. Strickland @Bishopoftyler
If you doubt the diabolical agenda of Planned Parenthood watch the movie “Unplanned” and doubt no more! We must defund and shut down this diabolical factory of death!
Me parece el problema más grave será cuando no haya hombres con el Orden Sagrado que administren válidamente los sacramentos, más allá de las barrabasadas que digan o hagan ...
ResponderEliminarMe gustó eso de que no existe una crisis del Cristianismo sino de la Civilización Cristiana, y vaya si es cierto, porque la Civilización Cristiana que un día fue faro del mundo hace rato que ha dejado de existir.
ResponderEliminarPor eso agrega Mitsui que cuando católicos y ortodoxos sueñan con volver al primer milenio, ignoran que entonces la Iglesia de oriente, por ejemplo, tenía habitualmente obispos y sacerdotes herejes y los fieles profesaban los errores que esos prelados enseñaban.
Y que hoy no hay refugio en la Iglesia Militante porque el demonio, que es mucho más sutil, inteligente y paciente que nosotros, siempre tiene mejores planes para arruinar nuestros esfuerzos de vencer al Modernismo.
Sobre esto se me ocurren dos cosas:
1) En los primeros siglos lo más rápido que se conocía era el caballo, y si bien buena parte de la Jerarquía de la Iglesia podía ser corrupta, siempre había pueblitos remotos de campesinos ignorantes y analfabetos donde esa mala prédica tardaba mucho en llegar, o no llegaba, con lo cual la fe sencilla del pueblo a veces podía quedar a salvo.
2) Hoy la cosa es infinitamente peor, porque gracias a internet las comunicaciones son fantásticas y lo que ocurre en cualquier parte del globo se conoce al instante en la otra. Culpa de eso la Iglesia está viviendo la crisis más terrible de toda su historia.
Si a eso le sumamos la sagacidad del demonio para aprovechar esas ventajas, no es difícil imaginar el resultado de la crisis. Prueba de que esta crisis es la peor que se haya cohocido radica en que las señales del fin de los tiempos abundan por todos lados. El que no las ve es porque está mirando otro canal.
Pero como no hay mal que por bien no venga, al ver el abismo que se abre ante nosotros ya podemos ir levantando los ojos al Cielo sabiendo que nuestra liberación está cerca.
Dios quiera que además de testigos podamos ser también protagonistas.
Gracias por su reconfortante y esperanzador artículo. Me hace comprender lo pequeños y frágiles que somos, la necesidad de la gracia sacramental y como dice usted: [...]"y perseverando, heredaremos un nuevo cielo y una nueva tierra, en la cual construir en forma permanente lo que hemos construido en pobre imitación en este mundo roto.
ResponderEliminarGracias de nuevo.
My dear Wanderer: Humildemente, y con lo muy poco que yo pueda hacer, lo acompañaré en sus esfuerzos usque ad finem
ResponderEliminarImpecable esta vez.
ResponderEliminarReflexiones de valor incalculable porque estamos en las visperas de sucesos tremendos.
Dios le pague.
El problema es que hoy, a gran distancia temporal ya de la desaparición de la civilización cristiana -que de todos modos nunca fue universal sino estrictamente europea- debemos padecer además la desaparición de la más simple "cultura" a secas, es decir, el desprecio abierto a la ley natural, al uso recto de la inteligencia, cosa que en tiempos de paganos no se hacía o al menos no conscientemente.
ResponderEliminarLa lucha presente es hace largo tiempo por aquello que podríamos llamar -cuando menos por sus ribetes- civilización greco-latina: el derecho romano y la filosofía del ser, la metafísica y el mismísimo, simple, pedestre y jamás suficientemente apreciado sentido común. Porque de cristiano, casi nada. Y que si se descubriese que algo proviene del cristianismo, ni le digo...
Yo no sé si es conveniente dejar de pensar que Dios nos salvara "in extremis", porque Él dijo que justo cuando viéramos muchos de los signos que tan patentemente nos atosigan por estos días, "levantáramos la cabezas, porque la redención está cerca".
Que la Iglesia parecerá extinguirse al menos tal cual la hemos conocido hasta ahora, casi no tengo dudas. Pero el Cuerpo Místico no puede fenecer. Y fenecería si terminase la Fe en este mundo, de modo que Dios salvará la FE.
Y lo hará -así lo prometió- de una vez por todas, porque su Segunda Venida es una promesa y, si es cierto que nadie sabe cuándo será, es perfectamente posible que sea mañana mismo.
Cordialmente
Una reflexion extraordinaria...nunca habia relacionado tantas situaciones del pasado con lo que estamos viviendo hhoy como cristianos
ResponderEliminarGracias por el texto es muy reconfortante a la manera agria que tienen los sabios de reconfortar nos.
ResponderEliminarMe acordé de algo que creo haber leído en alguna parte. "Las puertas no resistirán" es una promesa que se le hace al atacante, no al defensor. No es que la ciudadela de la Iglesia no será arruinada por las fuerzas del infierno (se puede decir que ha sucedido varias veces ya) sino que la ciudadela del infierno será destruida por la Iglesia. Otra perspectiva.
La Iglesia es indefectible, es una verdad de fe, negarla o ponerla en duda es dejar de ser católico. Los Obispos se hicieron súbitamente arrianos (después del Concilio de Nicea) porque subió al trono un Emperador arriano.
ResponderEliminarNihi novum sub sole
ResponderEliminarNuestra misión siempre fue mantener viva esa llama que nos dió el Señor, ya sea cuando vivíamos en grandes catedrales o en una humilde catacumba.
La misión fue siempre mantener viva esa llama, y lo bueno de está, es que ella vive por si misma; por su propias brasas divinas, no por la pequeña ojarazca que somos nosotros.
Cómo decía una vieja canción irlandesa a San Patricio, aplicable al cristianismo en el mundo:
"Tú pueblo que ahora está exiliado en muchas costas, te ama y venera y lo hará hasta el fin de los tiempos.
Porque el fuego que encendiste en su corazón.
Su calor no se enfría, su luz no morirá"
Dios siempre brillará...
A Fuenteovejuna y su caballo: La protección contra la velocidad de internet está en la indiferencia general. Ya Pablo VI lo sintetizó brillantemente: « El hombre moderno, hastiado de discursos, se muestra con frecuencia cansado de escuchar y, lo que es peor, inmunizado contra las palabras». Así que la culpa no es del caballo, sino de su jinete (es un decir,un chascarrillo). Y ojo que me toca a mi también y contra la imbecilidad solo sabría usar el tranquilizador y efectivo instrumento de satanás: pistolas, bombas y cañones. Pero ¡zaz!, otra vez estoy condenado, ¡caray!
ResponderEliminarRespecto de "preservar la fe sencilla" por la distancia, no olvidemos de "pagano" viene de pagii, es decir campesino; que eran los más resistentes a abandonar sus creencias hoy tachadas de bobas -sí claro, qué fácil para nosotros decirlo y calificarlos así, aunque se lo merezcan-. Así que la viga en el propio ojo que nos toque, siempre no la vemos.
Sobre ser protagonistas, yo creo que estamos como en el año 100, luego el 200, siguió los 500, el mil, el cometa Haley y se difuminó en el reciente 2000. Eso sí, se vivió el "negocio" del "efecto 2000" con las computadoras, que también pasó como una nube sin consecuencias. Sobre la situación, creo que calza perfectamente -ojo, lo digo yo- lo de el imperio austríaco (dejé afuera a los húngaros porque sí): "La situación es desesperante, pero no urgente" (y siga, siga).
Y es justo y muy justo y muy cierto que no se me prometió que va aparecer ningún Santo "ex machina" o a último momento para salvarme de las "papas calientes" - o más bien de la parrilla de San Lorenzo-, pero ¡caray!, tengo derecho hasta ser como esos bobos de los paganos: tengo derecho a tener esperanza en el fondo del corazón, que sí aparezcan y a montones, y de yo en la turba, como el peor de los cobardes, haciéndome el valiente decirle: ¡Ya sabía yo que en la revancha, yo te iba a hacer perder! Gerald.
Excelente entrada!!. No dejaré de releerla hasta aprender toda su riqueza. Gracias.
ResponderEliminarLa teología católica ha sido clara en afirmar por lo menos desde hace 100 años que vivimos en una era apocalíptica. El siglo XVIII y XIX nos dio una era revolucionaria. Hoy es apocalíptica. Recordemos que el siglo XX fue el siglo más sangriento en la historia de la humanidad. Algunos hitos: El genocidio del pueblo armenio, los campos de concentración durante la Segunda guerra mundial, los gulags soviéticos, el aborto de millones de inocentes desde los años 70 en Estados Unidos y bajo el auspicio ideológico de este país en el resto del mundo, guerras en todos los continentes, millones de personas asesinadas por los regímenes comunistas, indiferencia de los intelectuales occidentales ante las atrocidades de los comunistas, y la apostasía de importantes sectores de la iglesia institucional. Vivimos tiempos fascinantes para quienes decimos ser cristianos. De manera rápida eso nos compromete a la coherencia de vida, a dar testimonio de nuestra fe, como decía san Pablo, a tiempo y a destiempo. A orar, a contemplar el mundo y a pedirle a Dios que ilumine el sendero de nuestras existencias, con la ayuda de la Madre de Dios. Puesto que vivimos tiempos apocalípticos, no podemos caer en la desesperanza, y tampoco suponer que sabemos el cuándo y el cómo de la segunda venida de Cristo. La espera puede ser larga ( ya que es una era cósmica e histórica), pero toda nuestra acción como iglesia militante se resume en la necesidad de estar conectados con el presente, en dialogo y aprendizaje con los grandes Padres de la Iglesia Universal. El sentido de lo apocalíptico tendrá que articularse en la educación religiosa de nuestros hijos, en las escuelas católicas y en todo gremio o asociación cristiana, católica y ortodoxa. La educación en la fe tiene que ser realista y darle este sentido al mensaje de sus educandos. La conexión con el sentido de lo apocalíptico es sacramental; una conexión apoyada en la oración, la meditación y en dar un testimonio humilde, sencillo y coherente a quienes nos acompañan; llámense nuestros hijos, amigos, vecinos, muchos de los cuales, supongamos que perdieron y abandonaron la fe. Pero no nos podemos quedar callados. Eso sería lo peor que nos puede suceder. Los tiempos apocalípticos exigen la unión de la teología, del ascetismo y la mística. Nómadas de la fe, de monasterios invisibles y de ermitaños urbanos, donde ya sea desde el silencio, de lo ordinario o extraordinario de nuestras vidas, tenemos a Jesús siempre en nuestro corazón.
ResponderEliminarMagnífico texto. Muchas gracias a nuestro ilustre anfitrión por traerlo al blog.
ResponderEliminarExcelente texto. Al dìa de hoy es inùtil esperar de escuchar cosas semejantes en las homilìas.
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