domingo, 10 de octubre de 2021

Don Gabino y los tres linyeras


 

por el Capitán Dalroy


No sé si la primavera se adueñó de San Etelberto o fue al revés, la cosa es que el pueblo se vistió más hermoso que Salomón en su esplendor. La tarde era un licor añoso que nos invitaba una y otra copa de silencio y reflexiones profundas, como si el horizonte y el alma fueran dos notas musicales unidas en la exactitud de la armonía. 

Allí estaba yo, luego de mi oración vespertina, intentando hallar la cifra de una espiritualidad genuina, sin sesgos, ni remaches, ni adornos. Yo, un viejo y católico de a pie, cavilando para encontrar el secreto evangélico, el centro proverbial de la Sabiduría… Una pobreza en el espíritu que nos hace ricos por dentro; y una paz que nos sosiega para la resistencia y el combate. Y un cultivo necesario y bello que nos prepara para la Fe, o nos aparta de ella por la desfachatez de nuestro orgullo. Una comunidad de santos intelectuales y analfabetos, monjes y guerreros, párrocos y pater familias, niños y ancianos que obtuvieron la Corona de Gloria que añoramos; cuyos medios veníamos pensando y conversando trasnochadamente entre amigos (¡Lo bien que le hace a uno!).  

Ensimismado en estos pensamientos, algo cansado por querer llegar donde no podía, vi una estampa que encendió mi asombro: tres linyeras –creí yo, por sus andrajos y sus barbas crecidas y despeinadas– caminando por la callejuela que linda con mi jardín. Algo inesperado en San Etelberto y que causó cierto revuelo, como era de esperarse y me enteraría luego. El asunto que viene a cuento comenzó en el mismo instante en que escuché la campanilla de mi puerta. Allí estaban los tres, casi ancianos, pidiendo algo de pan en nombre del Dios trinitario. 

No sé si fue mi hospitalidad o curiosidad la que me empujó a invitarlos a pasar y convidarles algo mejor que un trozo de pan. Ofrecí mazapán y licor de mandarinas caseros y encendí mi pipa con intención de provocar algún diálogo que resolviera el enigma… Confieso que lo sucedido fue bien distinto de las conversaciones acaloradas con mis habituales comensales. Esta vez el inquisitivo fui yo –a propósito del asunto que me tenía en ascuas– y sus respuestas fueron tan simples como diáfanas, siempre escuetas. 

Eran tres hombres de Dios, eso seguro; pero no logré saber a ciencia cierta sus orígenes ni el motivo de su peregrinación. Poco y nada me dijeron de ellos mismos, y solo contestaron a mis inquietudes religiosas por no incumplir una obra de misericordia espiritual. Sería difícil transcribir nuestra plática, las palabras ahogarían la fuerza del espíritu que me transmitieron. Sus ideas quedaron rondando en mi interior y, con el afán de darles lugar honrado, decidí probar mi afición y ordenarlas en unos versos menores que, al menos, serán una estela del tesoro que me brindaron. 

El primero de ellos, de semblante apacible y como surcado por la penitencia, fue siempre amigo de la discreción. Sus sentencias sobre la fuerza del silencio y el sacrificio en pos del equilibrio interior y la humildad en el espíritu se traslucían de algún modo en todo su ser. Y sus consejos que eran continuación de ese mismo ser, yo traté de condensarlos así:

Escuchar despacio, preguntar con tino,

huir del bullicio al silencio de Dios;

derramar la sangre que libera el alma

para asir su manto y conocer su Voz.


El segundo linyera de Dios, parecía orar cuando hablaba y casi textualmente lo hizo de esta forma:

Perderme en tu mundo viviente y sonoro,

por cada palabra un misterio de luz;

feliz vagabundo del Libro Sagrado

que en todos sus pliegues me dice: Jesús.


Ciertamente, era un “vagabundo del Libro Sagrado”. Su boca era un caudal bíblico y, en cada cita, el mismo Jesucristo latente o patente. Su oración, su estudio y hasta sus pasatiempos –perdón la irreverencia– rondaban en torno a ese Fuego que le daba luz, calor, tonada y sentido a todo su devenir temporal y espiritual. 

El tercer y último peregrino fue el más conversador y no por eso perdió la calma ni la actitud contemplativa que cargaban los tres. Noté ataviada sus mientes de cuantiosas lecturas, quizás de ciertos estudios sistemáticos que marcaron algún pasado académico. Sin embargo, desde esa multiplicidad de saberes sabía llegar a lo esencial y hasta había ido despojándose de mucho para quedarse con la mejor parte. No sé yo qué me causaba más admiración, si su sabiduría o su recogimiento… o cierta semejanza con mis experiencias y deseos. La cosa es que todo este torbellino pude abreviarlo poéticamente así:


La Sacra Escritura, Platón y los Padres,

la Misa de siempre, la guarda interior.

La oración continua, humilde y callada,

la vida acabada sirviendo al Señor.


Hasta aquí mi encuentro y escueta creación poética. Creo haber cumplido con lo que enseña el Eclesiástico: “El sabio recogerá las explicaciones de los varones ilustres”.

Había algo común en los tres, más allá de sus acentos y singularidades: una actitud monástica. No sabría decirlo distinto. No sé. Si hasta se me ocurrió pensar que quizás fueron ángeles enviados a derrumbar mis pronósticos y disputas, y a convidarme de esas aguas profundas que están más allá de las riberas de mi razón cansada… 


9 comentarios:

  1. Esta experiencia mística de los tres sabios linyeras que llaman a la puerta de Don Gabino es muy parecida a la de los tres ángeles que Abraham encontró debajo de la encina.
    Ni Don Gabino ni Abraham sabían que eran ángeles, pero sospechaban...
    Y así como Abraham corrió a pedirle a Sara que preparara unas hogazas de pan y a su criado que preparara un becerro tierno, Don Gabino también les ofreció mazapán y licor de mandarinas caseros. La hospitalidad es lo primero...
    Pero esto también me recuerda aquel pasaje del Libro de los Hechos cuando Pedro, poniéndose en medio de los once, les dijo, "Varones judíos y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, oíd mis palabras. Esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en aquellos días -dice Dios- derramaré mi Espíritu sobre toda carne y sus hijos e hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños".
    Pedro les hablaba de lo que ocurrirá en los últimos tiempos.
    ¿No estaría hablando Pedro de éstos, nuestros tiempos? Porque la confusión y la apostasía que precederán al Anticristo hoy son una realidad. ¿Quién podría negarlo?
    Las iglesias están vacías y en Europa muchas hasta se alquilan o venden para ofrecer recitales de rock o poner un restorán.
    ¡Qué triste es todo esto, si no es el final anunciado le pega en el palo!
    Así como con Abraham y Don Gabino, también el Espíritu podría derramarse pronto sobre algunos de nosotros y tener sueños y visiones de algo extraordinario que podría estar por ocurrir. ¿Quién sabe...?
    ¿Cómo, que todavía no es el tiempo? Yo no estaría tan seguro, señales hay por todas partes...

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  2. Minimo: (La Sabiduria O la Virgen María)
    "eres más hermosa que el sol
    A las estrellas en conjunto las superas
    Y, comparada con la luz
    ocupas el primer lugar. (Eclesiastes)
    Que las hacechanzas del enemigo no nos quiten la paz.

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  3. Estimado, una caricia al alma, gracias por compartirlo!

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  4. No siempre vienen de tres en tres: es difícil verlos. Y aunque nos topemos con alguno, es muy raro que nos paremos a hablar con él, y casi imposible que le escuchemos... hasta que recite su tímido poema. Pero haberlos, hailos.

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  5. ¡No son ángeles! Aunque, por supuesto, vivimos rodeados de ángeles numerosos. Pero estos son hombres mortales. Visibles... para quien los sabe ver. Ni siquiera son santos: más bien penitentes. Y esa semejanza que traen de los ángeles, es porque este mundo visible es reflejo del invisible. Quizá alguna vez alguno de nosotros, ni santo ni sabio, ha sido puesto por gracia de Dios como un linyera peregrino en el camino de otro de los nuestros, que también por gracia de Dios ha acertado a ver un ejemplo, o a oír de él unas palabras que le han edificado. Deo gratias!

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  6. Don Wander:
    A propósito del spot “Don Gabino y los tres linyeras”
    “Había algo común en los tres, más allá de sus acentos y singularidades: una actitud monástica. No sabría decirlo distinto. No sé. Si hasta se me ocurrió pensar que quizás fueron ángeles enviados a derrumbar mis pronósticos y disputas, y a convidarme de esas aguas profundas que están más allá de las riberas de mi razón cansada…” (Capitán Dalroy).
    Tras la lectura del citado spot “Don Gabino y los tres linyeras”, no puedo menos que recordar los inefables modos en que el buen Dios puede hacerse presente en el incesante y peculiar tráfago que supone toda existencia humana. ¡Cómo no recordar –en esto concuerdo con Fuenteovejuna- el inefable pasaje de Génesis de 18, 2:
    “Abraham alzó la vista y vio que tres hombres estaban de pie junto a él”.
    A pie de página, aparece la siguiente nota: “Los tres hombres representan a Dios. Cuando Abraham les habla, a veces lo hace en singular, como si fuese uno solo (v. 3). De ahí que algunos Santos Padres hayan interpretado esta aparición como un anuncio anticipado del misterio de la SantísimaTrinidad; otros, siguiendo la tradición judía (cf. Hbr. 13, 2) entendieron que aquellos personajes eran ángeles”. ¡Maravilloso!
    Lo que, a su vez me recuerda una hermosa nota escrita en el principal diario de la ciudad, por Abelardo Pithod, cuyo título rezaba: “Los mensajeros”, en el cual decía que, a lo largo de la existencia de cada hombre, se puede verificar el sorprendente hecho de que, en las circunstancias más apremiantes, siempre aparece alguien, enviado por Dios, para sacarnos del pantano. Y, ¿saben una cosa? Tengo una multitud de anécdotas personales donde esta enseñanza se pudo verificar. Hoy mismo, por ejemplo, me ocurrió, que tres personas intervinieron para asistirme en un hecho totalmente fortuito, pero no menos providencial. Me detuvieron para avisarme que se me habían caído los anteojos de sol que llevaba colgados de uno de los botones de mi camisa, y luego, cuando los levante, advirtiendo que uno de los lentes, aunque sin romperse, había saltado de su lugar, uno de dichos hombres, me los pidió, -¡Dios sea loado!- con el único objeto, y lo cumplió, de volver a colocar la delicada lente en su lugar.
    Bueno pues, ¿qué duda cabe de que, así como Dios asistió a Abraham en los apremiantes tiempos de su vejez, por difícil que nos parezca, así nos habrá de asistir también a nosotros en estos aciagos tiempos que estamos viviendo? “Para Dios todo es posible” (Mt 19, 26). Pero, claro, para ello hace falta que tengamos la misma actitud de alerta, de ofrenda y de particular esperanza que tuvo nuestro padre Abraham con dichos hombres.
    “-Mi Señor, si he hallado gracia a tus ojos, no pases sin detenerte junto a tu siervo. Haré que traigan un poco de agua para que os lavéis los pies, y descansaréis bajo el árbol; entretanto, traeré un poco de pan para que reparéis vuestras fuerzas, y luego, seguiréis adelante, pues, por algo habéis pasado junto a vuestro siervo” (Gn, 18, 3-5).

    ¡Dios salve a la Iglesia! ¡Alabado sea Jesucristo!

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  7. A propósito de “Don Gabino y los tres linyeras”, de Capitán Dalroy.

    Deseo agradecer su escrito, por su forma y contenido. Una caricia al alma, agobiada por penurias propias; y, harta de escuchar -y leer- sobre cosas nada edificantes.

    El Capitán Dalroy, a quien no conozco (y, es probable, nunca llegue a conocer personalmente), escribe: “… Poco y nada me dijeron de ellos mismos, y solo contestaron a mis inquietudes religiosas por no incumplir una obra de misericordia espiritual…”.

    Sea licencia poética, sea hecho real, lo cierto es que –en esa situación- debe considerarse hombre afortunado. No todos poseemos la fortuna de que se nos contesten inquietudes religiosas, aunque –reconozco- se nos escucha, a veces, por obra de misericordia.

    ¡Dios se deje encontrar por quienes lo buscan, sostenga a quienes lo encontraron y bendiga a todos!.

    ¡Alabado sea Jesús, el Cristo, el Alfa y el Omega!.


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