Estimado Wanderer,
Como sé que a Vd. y a sus lectores les interesa, le mando una breve crónica de mi viaje a Roma.
Yo esperaba, como también lo esperaban el gobierno y los comerciantes de la ciudad, que por esta época Roma estaría colmada de peregrinos que se habrían acercado por el Jubileo, y se unirían a la habitual multitud de turistas. Pues bien, ni lo uno ni lo otro. Roma está vacía y, sobre todo, vacía de peregrinos. Todos coinciden en que al año pasado por estas mismas épocas había mucha, pero mucha más gente haciendo fila por entrar a la basílica de San Pedro o visitando las otras iglesias.
Resulta triste y hasta patético ver en la plaza San Pedro una serie interminable de vallas serpenteantes que fueron colocadas para ordenar a la masa de peregrinos que se acercarían. Y créame, aún cuando estuve diez días en Roma y residiendo a un paso de la basílica, nunca pero nunca vi a nadie en esa serpentina. Yo mismo, las veces que entré a la basílica, o bien no tuve que hacer fila, o bien fue de apenas unos pocos minutos. El año pasado, en cambio, nunca era menos de 40 o 50 minutos. Y nunca tuve que hacer fila tampoco para atravesar la Puerta Santa, ni la de San Pedro ni la de Santa María Maggiore. ¡Y los organizadores vaticanos pretendían exigir inscripciones y códigos QR para ese trámite!
Alguno que otro día vi a grupos de peregrinos —todo ellos de diócesis italianas— que se aceraban a la basílica con devoción, pero eran mucho menos que una multitud. Reconozco que estamos en temporada baja y que es probable que este panorama desolador se revierte cuando comiencen los meses de primavera y verano. Pero no estoy seguro. Es que no hay motivos para que los fieles devotos de la jerarquía se acerquen a Roma por el jubileo. Si la Iglesia ha decidido que su función es proteger a los migrantes, salvaguardar el planeta y refugiar a quienes tienen identidades sexuales en tensión, como decía usted en el post anterior, no tiene mucho sentido ir a Roma a ganar la indulgencia jubilar. ¿Indulgencia? Si eso es una cuestión medieval dado que, como ha dicho el Papa Francisco, el infierno está vacío y el purgatorio, para buena parte de los obispos, no existe. El jubileo perdió todo sentido. Y la imagen que se llevaron los romanos durante la ceremonia de apertura de la Puerta Santa fue esa misma: Francisco abrió sólo dos de las puertas santas, la San Pedro y, como innovación, otra en una prisión, enviando delegados para abrir las otras tres: en Santa María la Mayor, San Pablo Extramuros y en su propia catedral, San Juan de Letrán. En San Pedro, permaneció en silla de ruedas, sin mitra ni capa pluvial, limitándose a tocar a la puerta que se abría desde el interior. Sin embargo, por esos mismos días consagró obispo a uno de sus protegidos y allí sí que se lo vio enérgico y con buena movilidad. Para los observadores resulta claro que el jubileo resulta, para el Santo Padre, un fastidio.
Causó también una impresión negativa que no se haya celebrado oficialmente el segundo aniversario de la muerte del Papa Benedicto. Sí se celebró una misa en San Pedro, oficiada por el cardenal Müller, pero se trató de una iniciativa privada, y obstaculizada por las autoridades de la basílica. En el primer aniversario se celebró con cierta solemnidad, y estuvo acompañada por miembros del coro de la Capilla Sixtina, que prestaron sus servicios gratuitamente, pero esta vez se negaron a hacerlo debido a las críticas que habían recibido.
Uno de los temas que más se comentan en la círculos tradicionalistas es la visita apostólica que está en curso a la Fraternidad San Pedro, sobre la que no se sabe nada y que no augura buenos resultados. Los padres de la FSSP no se caracterizan por su sagacidad y tampoco por su caballerosidad. Echaré un manto de piedad sobre todas las traiciones y actos miserables que han realizado en los últimos meses para con sus amigos con el ingenuo propósito de congraciarse con Francisco, cosa que desde luego no sucederá. El pronóstico es que los sacerdotes serán obligados a concelebrar con el obispo diocesano el Jueves Santo y que deberá celebrarse periódicamente la misa de Pablo VI en sus seminarios. Veremos; por ahora no son más que comentarios.
Otro de los temas que obligatoriamente aparecen en las conversaciones de los círculos reservados, o no tanto, es el próximo cónclave que se avecina indefectiblemente pero que nadie sabe cuándo sucederá. Algunos festejan que el Papa Francisco tenga tan larga vida porque ello ha permitido, en primer lugar, hacer aflorar toda la mugre que estaba escondida en la Iglesia y que se vieran tal cual son los frutos del Concilio, ya no maduros sino podridos. En segundo lugar, porque ha dado tiempo al giro hacia la derecha que está experimentando el mundo y que indudablemente tendrá efecto en los criterios de elección del próximo pontífice. De hecho, el cardenal Burke está siendo visto con interés por sus colegas cardenales, no tanto como posible elegido sino como consejero dada su cercanía con el ambiente conservador americano.
Por otro lado, y tal como en ocasiones Vd. ha explicado en su blog, ciertos analistas consideran que es un error atribuir al Papa Francisco decisiones perfectamente calculadas y con justificación ideológica. Él mismo ha dicho en su última autobiografía que uno de sus defectos es tomar decisiones intempestivamente y sin mucho pensarlas. Y esto se aplica a la selección de cardenales. Es un error pensar que él elige solamente a bergoglianos. Elige, fundamentalmente, a quienes le caen simpáticos, o a aquellos cuya elección fastidia a otros, sin importarle demasiado la concentración de bergoglianismo que poseen en sangre. Y ejemplos hay muchos; le cito sólo uno: creó cardenal al sacerdote que trabajaba en la Secretaría de Estados —un indio de rito sirio-malabar— y se encargaba de organizarle sus viajes: George Jacob Koovakad. Lo conocía, lo veía con frecuencia, le cayó simpático y lo hizo cardenal, a pesar de que era un simple minutante y, además, joven. Algo muy medieval por cierto. Y este sacerdote es más bien conservador y un hombre de fe. Y casos como este hay muchos. Por tanto, y más allá de que el bergoglianismo dejará de existir en el instante mismo en que Francisco exhale su último suspiro, podemos llevarnos algunas buenas sorpresas en el próximo cónclave.
En fin, que para matar las horas muertas de espera en Fiumicino, me puse a escribir esta crónica a mano alzada, que espero que le interese.
Suyo,
Guido della Rovere
No hay comentarios:
Publicar un comentario