El blog de Mundabor es inteligente y siempre vale la pena leerlo, aunque siempre con una advertencia: juega con las exageraciones. Y el lector debe ser cuidadoso en discernirla y tomarlas por lo que son.
En los últimos días publicó una entrada memorable que aquí ofrecemos en traducción de Jack Tollers. Advierto que no estoy de acuerdo en todo lo que allí afirma pero, en términos generales, no deja de ser una hipótesis para tener en cuenta:
Lo que sigue son sólo algunas palabras acerca de un personaje enteramente ficticio, el señor B. Si alguna referencia coincide con alguien real, puede que la coincidencia no sea enteramente casual. En cualquier caso, se trata de una ficción. O llámelo, si quiere, una narración medio real y la otra mitad un intento de darle sentido a las piezas que nos faltan en este rompecabezas que constituye este personaje de novela.
Y con esto, permítasenos presentar al Señor B sin más.
* * *
El señor B ha nacido en la Argentina, de padres humildes, durante los años ’30. Su familia parece inclinarse hacia las izquierdas y su papá (un contador) dice que dejó Italia en razón de su anti-fascismo, no debido a la pobreza. El señor B asiste a una escuela técnica en donde obtiene un título de técnico químico. Comienza a trabajar como asistente en un laboratorio: un trabajo mal pago, un trabajo bastante poco gratificante. Por entonces el dinero no debe haber sobrado, pero el señor B no es un “fifí”. También le va lo de hacer de patovica en un boliche, cosa que dura algún tiempo. Por otra parte le gusta el gotán. Claramente, el tipo no ha salido de una novela de Jane Austen.
Pero a medida que crece y sobrepasa los veinticinco, se pone a reflexionar sobre su situación. La Argentina es un país bastante próspero y para él sobrevivir no es problema. Ahora, esto de proceder de las clases medias-bajas y no tener conexiones hace que no le sea fácil progresar como quiere: quiere más que una vida en las sombras y a fuerza de contemplar las clases medias y altas ha aprendido ahora qué cosa es el resentimiento (capaz que en eso lo ayudó su papá anti-fascista) y ha visto que la cosa no es fácil. Es cierto que de vez en cuando algún compadre se impone, sí señor, ¿pero cuántos son? Las barreras sociales no son moco de pavo y las conexiones simplemente no están ahí. A lo mejor hay otras maneras…
El señor B—en algún momento había que decirlo—es ateo. Su mamá tiene la fe del carbonero, pero a él le importa un belín. Bastante tiene con ver qué se hace con esta vida como para andar pensando en la otra encima. Habiéndose desecho de todo tipo de temor de condenarse eternamente, ahora puede dedicarse por entero a su propio progreso sin molestos escrúpulos religiosos. A lo mejor pueda ayudar a los pobres, que, después de todo, son de su propia clase…
¿Será demasiado tarde para entrar, en una de esas, a un seminario? Una decisión que se las trae, por cierto. Pero seamos realistas: él no quiere seguir siendo el pibe del mismo barrio de siempre, reproduciéndose como un conejo, luchando toda la vida.
Las cosas son como son. El señor B no nació en un medio privilegiado y no hay tutía. Mejor, mirar las cosas de tefrén; renunciar a su familia sería impensable, pero siempre está la posibilidad de buscar refugio entre los pollerudos, refugiarse en la Iglesia, si se puede.
La Iglesia. La única organización que siempre ha permitido que los hijos de carniceros, pescadores y laburantes se abran camino hacia los honores y el poder, incluso el más alto poder. La única organización que no se fija en quiénes son tus viejos. Un club rico, fuerte, poderoso que promete a sus miembros seguridad financiera, respeto y un cierto grado de autoridad sobre la burguesía tan odiada, además de abrir perspectivas de progreso que él no hallaría en ningún otro lado. En. Ningún. Otro. Lado.
Ahí están los jesuitas, por ejemplo. En su país son vara alta. De hecho, lo son en muchos países. Claro que ahora viven una crisis de la gran siete y en los tiempos que corren no hay muchos que piden ser admitidos. Pero a lo mejor lo admiten a él, un rezagado. Estos todavía tienen guita. Más guita que Canaro, tienen.
El señor B miente como un marrano (se ufanará de esto en años venideros; a él y su país pasarse de piolas les parece repiola) y le dice a su vieja que con la guita que le pasa está estudiando medicina lejos de su casa. Pero en realidad está estudiando teología. No que aprenda mucho, desde luego, cosa que por otra parte lo tiene sin cuidado. Pero alcanza como para entrar. Se ordena de cura en 1969, un tiempo en que todo anda más revuelto que nunca. En realidad, toda su carrera eclesiástica ha sido después de la “Primavera de la Iglesia” que nos legó Vaticano II. En realidad, él es, de hecho, uno de los primeros de la nueva era.
Pero desde ahora él es un religioso, un jesuita que, no hay cómo negarlo, aún es “alguien”. Les presento al señor B, el jesuita trepador.
Y ahora las cosas empiezan a moverse en serio. El mundo católico entero está más revuelto que nunca. Por no hablar de los jesuitas. Muchos religiosos cuelgan la sotana, muy pocos piden ser admitidos. De repente aparecen perspectivas brillantes para su carrera…
* * *
En este punto tenemos que dejar al señor B. No sabemos qué será de su vida. Habrá altos y bajos, como en toda vida. Si lo conoceremos… si lo conocemos algo, si le toca la mala aguardará pacientemente y si la cosa pinta bien, ya verá cómo sacarle provecho. Porque el hombre es piola y tiene una mano para la política menuda que no te digo nada. Sin una fe que podría resultarle molesta, puede andar paso a paso según se le antoje.
Creemos adivinar, o saber, cómo lo va a hacer: con populismo, sí señor, pero no siempre. Si a mano viene, con breves arranques de ortodoxia en medio de la confusión. Tan amigo como pueda de los jesuitas zurdos, pero nunca al precio de la enemistad con Roma. Ningún lugar común será demasiado estúpido para él. Y guardar las apariencias de una gran humildad, eso no falla: las masas se verán seducidas por eso. El hijo de un contador sin conexiones está muy contento donde está, por más que, de a ratos, pueda parecer que anda en la mala.
Él puede esperar. Él juega a ganador, pero nadie lo va a apurar.
La falsa modestia, la demagogia, los cuentos para la gilada: ni bien ve que funcionan, le pegará con eso al matungo hasta dejarlo medio muerto. Tendrá paciencia, será más piola que nunca, no se avergonzará nunca de nada. Aquello que querés escuchar, esperáte un poco y él te lo dirá. Si estás con caballo perdedor te hará entender que siente mucho que no estés con la monta ganadora. Se empeñará en no tener enemigos. Uno se pregunta qué clase de amigos puede llegar a tener.
Ahora el señor B está encaminado. Puede que llegue lejos, che. Con suerte, puede que llegue muy lejos. ¿Quién sabe a qué llegará un día?
Mundabor






