lunes, 16 de febrero de 2015

El señor B., un pibe de barrio

El blog de Mundabor es inteligente y siempre vale la pena leerlo, aunque siempre con una advertencia: juega con las exageraciones. Y el lector debe ser cuidadoso en discernirla y tomarlas por lo que son.
En los últimos días publicó una entrada memorable que aquí ofrecemos en traducción de Jack Tollers. Advierto que no estoy de acuerdo en todo lo que allí afirma pero, en términos generales, no deja de ser una hipótesis para tener en cuenta:


Lo que sigue son sólo algunas palabras acerca de un personaje enteramente ficticio, el señor B. Si alguna referencia coincide con alguien real, puede que la coincidencia no sea enteramente casual. En cualquier caso, se trata de una ficción. O llámelo, si quiere, una narración medio real y la otra mitad un intento de darle sentido a las piezas que nos faltan en este rompecabezas que constituye este personaje de novela.
Y con esto, permítasenos presentar al Señor B sin más.
*  *  *
El señor B ha nacido en la Argentina, de padres humildes, durante los años ’30. Su familia parece inclinarse hacia las izquierdas y su papá (un contador) dice que dejó Italia en razón de su anti-fascismo, no debido a la pobreza. El señor B asiste a una escuela técnica en donde obtiene un título de técnico químico. Comienza a trabajar como asistente en un laboratorio: un trabajo mal pago, un trabajo bastante poco gratificante. Por entonces el dinero no debe haber sobrado, pero el señor B no es un “fifí”. También le va lo de hacer de patovica en un boliche, cosa que dura algún tiempo. Por otra parte le gusta el gotán. Claramente, el tipo no ha salido de una novela de Jane Austen.    
Pero a medida que crece y sobrepasa los veinticinco, se pone a reflexionar sobre su situación. La Argentina es un país bastante próspero y para él sobrevivir no es problema. Ahora, esto de proceder de las clases medias-bajas y no tener conexiones hace que no le sea fácil progresar como quiere: quiere más que una vida en las sombras y a fuerza de contemplar las clases medias y altas ha aprendido ahora qué cosa es el resentimiento (capaz que en eso lo ayudó su papá anti-fascista) y ha visto que la cosa no es fácil. Es cierto que de vez en cuando algún compadre se impone, sí señor, ¿pero cuántos son?  Las barreras sociales no son moco de pavo y las conexiones simplemente no están ahí. A lo mejor hay otras maneras…
El señor B—en algún momento había que decirlo—es ateo. Su mamá tiene la fe del carbonero, pero a él le importa un belín. Bastante tiene con ver qué se hace con esta vida como para andar pensando en la otra encima. Habiéndose desecho de todo tipo de temor de condenarse eternamente, ahora puede dedicarse por entero a su propio progreso sin molestos escrúpulos religiosos. A lo mejor pueda ayudar a los pobres, que, después de todo, son de su propia clase…
¿Será demasiado tarde para entrar, en una de esas, a un seminario? Una decisión que se las trae,  por cierto. Pero seamos realistas: él no quiere seguir siendo el pibe del mismo barrio de siempre, reproduciéndose como un conejo, luchando toda la vida.
Las cosas son como son. El señor B no nació en un medio privilegiado y no hay tutía. Mejor, mirar las cosas de tefrén; renunciar a su familia sería impensable, pero siempre está la posibilidad de buscar refugio entre los pollerudos, refugiarse en la Iglesia, si se puede.  
La Iglesia. La única organización que siempre ha permitido que los hijos de carniceros, pescadores y laburantes se abran camino hacia los honores y el poder, incluso el más alto poder. La única organización que no se fija en quiénes son tus viejos.  Un club rico, fuerte, poderoso que promete a sus miembros seguridad financiera, respeto y un cierto grado de autoridad sobre la burguesía tan odiada, además de abrir perspectivas de progreso que él no hallaría en ningún otro lado. En. Ningún. Otro. Lado.
Ahí están los jesuitas, por ejemplo. En su país son vara alta. De hecho, lo son en muchos países. Claro que ahora viven una crisis de la gran siete y en los tiempos que corren no hay muchos que piden ser admitidos. Pero a lo mejor lo admiten a él, un rezagado. Estos todavía tienen guita. Más guita que Canaro, tienen.  
El señor B miente como un marrano (se ufanará de esto en años venideros; a él y su país pasarse de piolas les parece repiola) y le dice a su vieja que con la guita que le pasa está estudiando medicina lejos de su casa. Pero en realidad está estudiando teología. No que aprenda mucho, desde luego, cosa que por otra parte lo tiene sin cuidado. Pero alcanza como para entrar. Se ordena de cura en 1969, un tiempo en que todo anda más revuelto que nunca. En realidad, toda su carrera eclesiástica ha sido después de la “Primavera de la Iglesia” que nos legó Vaticano II. En realidad, él es, de hecho, uno de los primeros de la nueva era.  
Pero desde ahora él es un religioso, un jesuita que, no hay cómo negarlo, aún es “alguien”.  Les presento al señor B, el jesuita trepador.
Y ahora las cosas empiezan a moverse en serio. El mundo católico entero está más revuelto que nunca. Por no hablar de los jesuitas. Muchos religiosos cuelgan la sotana, muy pocos piden ser admitidos. De repente aparecen perspectivas brillantes para su carrera…
* * *
En este punto tenemos que dejar al señor B. No sabemos qué será de su vida. Habrá altos y bajos, como en toda vida. Si lo conoceremos… si lo conocemos algo, si le toca la mala aguardará pacientemente y si la cosa pinta bien, ya verá cómo sacarle provecho. Porque el hombre es piola y tiene una mano para la política menuda que no te digo nada. Sin una fe que podría resultarle molesta, puede andar paso a paso según se le antoje.
Creemos adivinar, o saber, cómo lo va a hacer: con populismo, sí señor, pero no siempre. Si a mano viene, con breves arranques de ortodoxia en medio de la confusión. Tan amigo como pueda de los jesuitas zurdos, pero nunca al precio de la enemistad con Roma. Ningún lugar común será demasiado estúpido para él. Y guardar las apariencias de una gran humildad, eso no falla: las masas se verán seducidas por eso. El hijo de un contador sin conexiones está muy contento donde está, por más que, de a ratos, pueda parecer que anda en la mala.
Él puede esperar. Él juega a ganador, pero nadie lo va a apurar.
La falsa modestia, la demagogia, los cuentos para la gilada: ni bien ve que funcionan, le pegará con eso al matungo hasta dejarlo medio muerto. Tendrá paciencia, será más piola que nunca, no se avergonzará nunca de nada. Aquello que querés escuchar, esperáte un poco y él te lo dirá. Si estás con caballo perdedor te hará entender que siente mucho que no estés con la monta ganadora. Se empeñará en no tener enemigos. Uno se pregunta qué clase de amigos puede llegar a tener.
Ahora el señor B está encaminado. Puede que llegue lejos, che. Con suerte, puede que llegue muy lejos. ¿Quién sabe a qué llegará un día?

Mundabor

sábado, 14 de febrero de 2015

Murmullos en el Consistorio

De nuestro corresponsal en Roma:

La entrega de la birreta y el anillo cardenalicio a Mons. Luis Villalba fue ocasión para que vengan a Roma algunos argentinos, no tantos como se hubiera esperado. Los clérigos argentinos más amigos del nuevo cardenal se debatieron en la alternativa de hacerse presentes en esta singular ocasión y ligarse algún desplante o quedar mal parados con Francisco. Al Papa no le gusta que los clérigos compatriotas hagan ostentación de presencia en Roma, por los gastos que implica. Además el Papa había invitado a los nuevos purpurados a evitar fiestas y agasajos rumbosos, como era la costumbre. 
Entre los que vinieron y los que residen en la Urbe hubo varios momentos de encuentro. En ellos apareció recurrente la cuestión de las relaciones entre Francisco y la Iglesia en la Argentina. Coincidente fue el comentario sobre el factor distorsivo que ejerce el arzobispo Coccolato (como le dicen en Roma) al que los argentinos llaman Trucho. A su afán de comentar con Francisco lo que se conversa u opina entre los obispos argentinos se atribuye el malestar de ánimo que llevaría a Francisco a no visitar Tucumán con ocasión del Bicentenario de la Independencia. Parece que el Papa dejaría colgada la invitación del Episcopado, en cambio optaría por visitar solamente Buenos Aires y alguna pequeña ciudad del interior, de las  más pobres y sede de un obispo muy amigo. La última esperanza es que el nuevo cardenal Villalba, emérito de Tucumán precisamente, lograra persuadirlo de lo contrario, 
Objeto de comentarios son también las desagradables anécdotas de argentinos de paso por Roma, incluso clérigos rasos y algunos con solideo, que no ahorran muestras de mala educación y hasta de prepotencia en los alrededores de San Pedro.
El alto voltaje político de la Argentina también fue tema de conversación. Todos saben que Francisco tiene una fuerte inclinación a estar en acción en ese campo, pero coinciden en que ascéticamente está esforzándose por mantenerse al margen en esta circunstancia. No así su Coccolato.
Según parece estaría muy activo y con cierta ingenuidad en acompañar tanto a Scioli como al presidente de los diputado Dominguez.  Entre los obispos presentes y algunos sacerdotes más cercanos a ellos se ve con malos ojos ese alineamiento de francotirador, unilateral sin medir consecuencias. La gran pregunta es si esas actividades son aprobadas o no por Francisco.  Algunos no lo dudan; otros sí. Pero hay coincidencia en que lo mejor sería que las dé por terminadas. Lo cierto es que nadie quiere malquistarse con el arzobispo Fernandez, pero nadie le tiene afecto ni menos pondría su vida en sus manos. 
La elección de los delegados al Sínodo próximo mostró una cierta independencia de criterio de los obispos argentinos respecto a los miembros de la CEA más cercanos al Papa. Lo mismo ha ocurrido en otros episcopados.
Este corresponsal no conoce a ninguno de la veintena de nuevos obispo argentinos, por ello no tiene criterio propio. Pero ha recogido la observación de que esa cierta independencia todavía ha sido posible porque los nuevos obispos, por ser tan nuevos todavía no pesan, pero pasados un año o dos  harán notar cómo se ha colonizado la Conferencia Episcopal desde Santa Marta.



Dall'ombra der Cuppolone 

martes, 10 de febrero de 2015

La nada in actu exercito

Hace pocos días el papa Francisco nos sorprendió con una noticia que dejaba atrás ya los matices teológicos para entrar de lleno en lo grotesco: recibió en la residencia pontificia a un transexual español con su “novia” –con la que se casará civilmente en pocas semanas- y les aseguró que habían también para ellos un lugar en la Iglesia. Lo más repugnante fue la vía por la cual se llegó a ese encuentro, relatadas por la misma señora/señor, quien previamente le había escrito al Santo Padre una carta: “Poco antes de las dos y media de la tarde, el día de la Inmaculada, mientras cuidaba a su padre enfermo entonces en su casa, recibe una llamada. «Era de un número oculto. La verdad es que no sé muy bien por qué descolgué el teléfono, porque esas llamadas nunca las contesto», recuerda. Esta vez el azar o lo que fuera hizo que Diego Neria respondiera. «Soy el Papa Francisco», escuchó. Y el cuerpo le dejó de responder. No sabía qué estaba pasando hasta que el Santo Padre le dijo que había leído su carta y le había llegado al alma. La emoción apenas le permitió abrir la boca, pero el Papa le pidió que se calmara y le dijo que quería verle, y que le llamaría más adelante para fijar la fecha del encuentro. Ocurrió pocos días después. El 20 de diciembre, mientras paseaba por Sevilla, ciudad en la que reside su prometida. El Santo Padre volvió a telefonear a Diego. Y le propuso, si les venía bien a él y a su mujer, la fecha del 24 de enero, a las cinco de la tarde, en El Vaticano para verse. El Papa agregó que no se preocuparan por el costo del viaje, porque los gastos corrían por cuenta de la Santa Sede”.
No se trata, por cierto, de negar los reales sufrimientos por los que debe atravesar una persona que padece la enfermedad de la señora Neria Lajarraga, y es nuestro deber como cristianos el acompañamiento y la compasión. Se trata de sufrimientos análogos a los que debe soportar un diabético o un celíaco. Pero la solución que nos señala la fe no consiste en comprarle caramelos o una hogaza de pan sino en acompañarlos con el afecto y la oración a fin de que pueda atravesar esta vida, que es un valle de lágrimas, del modo más cristiano posible para que alcance de ese modo la corona que el Señor nos ha prometido. Esto no es ninguna novedad. Es catecismo básico. Pero las novedades pontificias nos sorprenden, si no con chocolatines y pastelitos, con permisos implícitos para la fornicación contranatura.
Frente a esta situación de propio y verdadero escándalo, un católico diría: “El Papa Francisco es progresista y quiere transformar la teología católica, derribando algunos de sus dogmas y preceptos morales”. Pues no es así. Sería ese el caso si el pontífice fuera, por ejemplo, el cardenal von Schonborn, o el cardenal Ravasi o, incluso, el cardenal Scola. Tendrían mucho más estilo y compostura, pero su teología sería claramente progresista, porque esa es su formación. Serían asesinos con navaja, que sabrían muy bien donde asestar los cortes y tajos a fin de extraer limpiamente lo que ellos consideran tumores o  excrecencias producidas por las rémoras de la teología medieval.
Pero volviendo a Roma, ayer el Papa Francisco tuvo otras palabras curiosas. Luego de visitar una villa miseria y rodearse de pobres inmigrantes latinoamericanos y europeos del Este –y una buena legión de fotógrafos-, arengó a los scouts de una parroquia vecina: “¿A quién prefieren? ¿A Jesús o al diablo?”. La respuesta, afortunadamente, fue la correcta. [Recordemos que, cuando el histriónico Juan Pablo II, en 1987, se arriesgó a una seguidilla de preguntas a los jóvenes chilenos que respondían con un ruidoso “¡Sí!” a preguntas: “¿Queréis buscar la vida eterna?” o “¿Queréis seguir a Cristo?”, respondieron en cambio con un rotundo “¡No!” cuando el papa polaco les preguntó: “¿Queréis vivir la castidad y absteneros del sexo hasta el matrimonio?”]
Más de un neocón habrá salido corriendo a festejar con sus amigos que el papa es católico porque habló del diablo a pesar de la contradicción flagrante con sus dichos y actos de la semana anterior. Y muchos creerán entonces, que Bergoglio tiene una teología ortodoxa.
El error está en considerar que Bergoglio tiene algo, sea teología progresista o teología conservadora. Bergoglio no tiene nada. Bergoglio es la nada in actu exercitu, como bien lo afirma un amigo wanderiano. O bien, como alguna vez lo dijimos en esta misma bitácora, Bergoglio es el jesuitismo llevado a su máxima expresión: puro intelecto práctico, con prescindencia absoluta del especulativo, ordenado exclusivamente a obtener el poder y la exaltación de la propia persona, de la Compañía y de la Iglesia, todo esto, por supuesto, ad maiorem Dei gloriam.

Si un cardenal progresista en el papado hubiese sido un asesino con navaja, Bergoglio en el mismo puesto, es un mono con navaja. Y si me dan a elegir entre los dos, prefiero al asesino, porque la capacidad de daño de un simio armado se acerca al infinito.  

domingo, 8 de febrero de 2015

Evelyn Waugh y la Liturgia IV

Siguiendo con la serie, presentamos la carta que dirige Evelyn Waugh, en agosto de 1964, al editor del periódico The Catholic Herald, en esos años, un ardiente defensor de las reformas que estaban siendo propuestas por el Concilio Vaticano II. 



Señor, como todos los editores Vd. justamente afirma no ser responsable de las opiniones de vuestros corresponsales y reclama que se le conceda crédito por establecer un ‘foro’ abierto. Por otra parte escribe cosas como ‘explosiva renovación’ y ‘manifiesto dinamismo del Espíritu Santo’, simpatizando en consecuencia con los innovadores del norte que desean cambiar el aspecto exterior de la Iglesia. Pienso que causa un daño a su causa cuando semana tras semana publica (para mí) fatuas y descabelladas propuestas de gente irresponsable.
El P. John Sheerin no es ni fatuo ni descabellado pero lo encuentro un poco pagado de sí mismo. Si lo interpreto correctamente está pidiendo magnanimidad hacia los vencidos. Los viejos (y jóvenes) carcamanes no deben ser reprobados. Han sido ‘instruidos’ imperfectamente. Los ‘progresistas’ deberían pedir con suma cortesía a los conservadores que reexaminen su posición.
No puedo alardear de suma cortesía pero, ¿puedo sencillamente sugerir que los progresistas reexaminen la propia? ¿Fueron ellos perfectamente instruidos? ¿Encontraron más bien tediosa la disciplina de sus seminarios? ¿Pensaron que estaban perdiendo el tiempo con un latín que les resultaba antipático? ¿Quieren casarse y engendrar otros pequeños progresistas? ¿Piensan ellos, como el Papa actual [se refiere a Pablo VI], que la literatura italiana es una ocupación más deseable que la apologética?
La distinción entre Catolicismo y  Romanità ya ha sido remarcada en el periódico norteamericano Commonweal. Por supuesto que es posible tener fe sin Romanità y Romanità sin la fe, pero la historia nos enseña que las dos se han mantenido siempre muy cercanas. ‘Pedro ha hablado’ sigue siendo la garantía de la ortodoxia.
Seguramente (?) [sic] es un truco periodístico hablar de la era Joánica’. El Papa Juan era un hombre piadoso y atractivo. Muchas de las innovaciones, que muchos de nosotros encontramos detestables, fueron introducidas por Pío XII [se refiere a la reforma de la liturgia de Semana Santa]. La vida del Papa Juan en Bérgamo, Roma, en el Levante, en París y en Venecia tuvo poco contacto con los Protestantes hasta que en su extrema vejez se reunió con educados clérigos de varias sectas, a los cuales saludó, como lo hizo con los ateos rusos, con ‘suma cortesía’.
No creo que tenga idea alguna del verdadero carácter del Protestantismo moderno. Cito de un artículo de la revista Time del 10 de julio:

La manera persuasiva de referirse a Jesús hoy día es como la de un “hombre verdaderamente libre”. Luego de la Resurrección los discípulos súbitamente poseyeron algo de la única y “contagiosa” libertad que Jesús tenía. Al narrar la historia de Jesús de Nazareth, contaron la historia del hombre libre que los liberó . . . Aquel que dice “Jesús es amor” dice que la libertad de Jesús ha sido contagiosa . . . Van Buren concluye que el Cristianismo debe despojarse de sus elementos sobrenaturales . . .  del mismo modo como la alquimia ha debido abandonar sus connotaciones místicas para convertirse en la útil ciencia de la química.

Estas no son las palabras de un chiflado californiano sino las de un clérigo de la “Iglesia Episcopaliana” de los Estados Unidos, cuyas órdenes sagradas provienen del Arzobispo de Canterbury. Estoy seguro que dichas cuestiones no fueron planteadas en el muy publicitado encuentro del Arzobispo y del Papa Juan.
El P. Sheerin sugiere que el conservadurismo católico es el producto de la política defensiva necesaria en el siglo pasado frente al nacionalismo-masónico-secularista del momento. Le pediría que tenga en cuenta que la función de la Iglesia en cada época ha sido conservadora – transmitir en forma no disminuida e incontaminada el credo heredado de sus predecesores. (Hasta donde yo sé) la pregunta en todos los Concilios Ecuménicos no ha sido: ‘¿es ésta la noción a la moda que deberíamos aceptar?’, sino: ‘¿es este dogma (una cuestión en la que estamos de acuerdo) la Fe tal como la hemos recibido?’ No he visto ninguna evidencia de que el Papa Pablo haya tenido otra cosa en mente cuando convocó el presente Concilio.
El conservadurismo no es una influencia nueva en la Iglesia. No han sido las herejías de los siglos dieciséis y diecisiete, el agnosticismo del siglo dieciocho, el ateísmo de los siglos diecinueve y veinte los enemigos de la Fe que la  han apartado de su serena supremacía a la áspera controversia. Todo a lo largo de su vida la Iglesia ha estado en guerra contra los enemigos de fuera y los traidores de dentro. La guerra contra el Comunismo en nuestra época es aguda pero más bien benigna en comparación con aquellas sostenidas y a menudo ganadas por nuestros predecesores.
Finalmente, una palabra acerca de la liturgia. Es connatural a los alemanes armar alboroto. Las vociferantes asambleas de las Juventudes Hitlerianas expresaban una pasión nacional. Es consecuente por lo tanto que esto se canalice en la vida de la Iglesia. Pero es esencialmente no inglés. No buscamos ‘Sieg Heils’. Rezamos en silencio. ‘Participación’ en la Misa no significa oír nuestras propias voces. Significa que Dios escucha las nuestras. Sólo Él sabe quién está ‘participando’ en Misa. Usando una comparación con algo inferior, creo que ‘participo’ en una obra de arte cuando la estudio y la amo silenciosamente. No hay necesidad de gritar. Cualquiera que haya tomado parte en una obra teatral sabe que uno puede vociferar en un escenario con la mente en cualquier parte. Si los alemanes quieren ser vocingleros, allá ellos. Pero, ¿por qué deben perturbar nuestras devociones?
Los progresistas estiman que la ‘diversidad’ es una de sus metas contra la sofocante Romanità. ¿Se la permitirán a los Católicos ingleses?
Ahora soy viejo pero era joven cuando fui recibido en la Iglesia. No fui atraído por el esplendor de sus grandes ceremonias –que los protestantes podían muy bien remedar. De las extrañas atracciones de la Iglesia la que más me sedujo fue el espectáculo del sacerdote y su ayudante en la Misa baja, irrumpiendo en el altar sin mirar cuántos o cuan pocos fieles había en la concurrencia; un artesano y su aprendiz; un hombre con una tarea que él sólo estaba calificado para realizar. Esa es la Misa que he ido conociendo y amando. Por supuesto, dejemos que los bullangueros tengan sus ‘diálogos’, pero que aquellos que valoramos el silencio no seamos completamente olvidados.
Su servidor,
  Evelyn Waugh



viernes, 6 de febrero de 2015

El gran silencio

Es muy llamativo. ¿Cómo es posible que el Santo Padre siempre tuvo algo que decir cuando de política argentina se trataba y justamente ahora que el país está atravesando su peor crisis política en treinta años, con asesinato incluido, permanezca en el más absoluto silencio?  Fuera que se presentara en el Congreso un nuevo proyecto de ley o que se vislumbrara una división en el interior del algún sindicato, la palabra iluminadora siempre veía de Roma. Y ahora, si siquiera la parlanchina Elizabetta Piqué abre la boca. Solamente ayer, periodista del diario Clarín se animó a decir que el papa Francisco había optado por la prudencia y nos invitaba a todos a aprender a leer sus silencios.
Ajá. ¡A papá mono con bananas verdes! Todos olíamos algo raro, y sucio, detrás. Y un amable informante de este blog me acercó lo que parece la explicación plausible del silencio pontificio. Para evitar probables misericordiasiones, evitaremos dar a conocer el nombre de la fuente. Baste decir que se trata de un importe funcionario de una de las curias más influyentes del conurbano bonaerense. 

Finalmente está saliendo a la luz una cosa que yo ya sabía desde hace mucho tiempo y que entiendo es la razón profunda (pero no expresada, obviamente) de la estrategia de seducción que el Bergoglio electo ha desarrollado con Cristina Kirchner. Me explico: el sabía que lo escuchaban [se refiere a escuchas telefónicas ilegales]  desde hace años. Y como desde siempre ha tenido una línea directa cuyo número lo daba a los que él quería (yo mismo lo he tenido y usado: teléfono y fax), resultó que por mucho tiempo (ahí sí sin que él lo supiera, a los inicios) los Kirchner grabaron un sinfín de sus tejemanejes de poder. Sin duda que muchas cosas hoy resultan comprometedoras, sobre todo en cómo resolvía cuestiones de moralidad. Y todos sus vericuetos conspirativos. En esos años yo trabajaba en  una curia vecina a la de Buenos Aires y también nuestros teléfonos estaban intervenidos por la inteligencia estatal. Como sólo tratábamos cuestiones eclesiales, muy seguido, ante ruidos extraños, mandaba saludos a los muchachos de la SIDE. Yo nunca tuve miedo de que se supiesen cosas que eran pastorales, no tenía nada que ocultar. Bergoglio sí. Y fue amenazado de que se divulgarían sus trapitos sucios. De allí ese hielo en las relaciones entre él y los Kirchner por años. 
Pero el 13 de marzo 2013 las cosas cambiaron. Ambos, Bergoglio y Cristina Kirchner, tuvieron unos días para definir estrategias. El gobierno atacó con bueyes idos con su participación en el secuestro de  dos curas durante el gobierno militar. Luego, vista la seductora acogida que Bergoglio le dio en el Vaticano, vino la orden del silencio total sobre ese asunto. Pero los  otros secretos del pasado ahí estaban, como una espada de Damocles. ¿Qué decidió hacer entonces Francisco? Se hizo kirchnerista y llenó a la presidente de progresivas atenciones. Por miedo. Por miedo a la divulgación de sus secretos. 
Ahora que se ha desatado una guerra de espías y un fiscal ha sido asesinado, y ni siquiera la propia Cristina sabe cómo detener las denuncias contra ella misma, ¿no es llamativo el silencio de Bergoglio por los acontecimientos más resonantes de las últimas décadas? Hasta hace unos días él opinaba y mandaba cartas y hacía llamadas hasta de las cosas más nimias.  Muchas cosas pueden salir a la luz...

En definitiva, si Bergoglio habla sobre el caso Nisman, diga lo que diga, siempre le pegará al gobierno de algún modo. El escándalo es demasiado grande para intentar siquiera una mínima defensa de los impresentables kirchneristas. Pero el papa también sabe que, si se pone contra el gobierno, aunque más no sea de resfilón, comenzarán a filtrarse las escuchas que tienen de sus conversaciones telefónicas durante años. Y ese podría ser un escándalo que bien podría terminar con su pontificado. 

miércoles, 4 de febrero de 2015

Cuestión de fe

No es necesario tener demasiados hábitos exegéticos para darse cuenta que, en los primeros capítulos del Apocalipsis, hay un tema particularmente recurrente: la necesidad de mantenerse “fieles a la fe” o de resistir “firmes en la fe”, como dice San Pedro. El mandato es claro pero lo que no siempre lo es tanto es la fe en la cual hay que mantenerse firme. Pareciera que este es un tema zanjado, y de hecho lo es: se trata de la fe católica, cuyo contenido conocemos a través de los artículos que se mencionan en el Credo a lo cual se suma lo dispuesto por los Concilios Ecuménicos y las pocas definiciones dogmáticas pronunciadas por los Romanos Pontífices. En teoría, con respecto a esto no hay duda alguna pero, ¿qué sucede cuando quienes son naturalmente los maestros en la fe –los obispos y el Papa- coquetean continuamente con proposiciones que son contrarias al Depósito o que, peor aún, se pronuncian con declaraciones claramente contrarias a él?
No hace falta dar muchos ejemplos. Comentamos hace poco el caso del obispo de Amberes que pedía que las parejas homosexuales tuvieran un lugar reconocido dentro de la Iglesia. O, más grave aún, el caso del Papa Francisco que promueve la discusión con respecto a si admitir o no a la comunión sacramental a las personas divorciadas y vueltas a casar. Todos sabemos, porque la fe así nos lo enseña, que hay cuestiones que no pueden pedirse y discusiones que es ocioso dar porque la doctrina ya es suficientemente clara al respecto y no hay posibilidad alguna de cambio, sencillamente, porque el depositum no puede ser alterado.
Sin embargo, a nivel de conciencia, no siempre resulta sencillo “resistir” firmes a la fe católica y, a la vez, “resistir” los embates de la fe moderna que pululan los obispos y toca de cerca a la misma sede romana. Y para esta cuestión hay un esclarecedor texto de Ronald Knox. Se trata de una carta que le dirige a Laurence Eyres en 1920. En ella dice que la apostolicidad de nuestra fe, es decir, su origen en el mismo Cristo, se refiere tanto al contenido como al cuerpo que la profesa: “Creo que el problema es el siguiente: ¿tengo que averiguar que es la fides y, de esa manera estar en posición de etiquetar a las personas como fideles o no a discreción? ¿O tengo más bien que averiguar quiénes son los fideles y conocer mi fe a partir de ellos? Si te decides por lo primero, entonces tendrás que cribar cada posible afirmación a la luz de tres o cuatro sistemas religiosos que compiten entre sí. En el segundo caso, deberás encontrar un cuerpo de cristianos que, sin inspeccionar en primer término sus creencias, puedas considerarlo como que desciende directamente de los Apóstoles. Al menos, esta ha sido mi conclusión, y yo no he podido encontrar tal cuerpo de fieles fuera de la Iglesia Romana”.
Para Ronnie Knox, el modo “normal” o más fácil de adherir a una fe determinada es adherir a las creencias de un cuerpo de fieles de origen apostólico. No tenemos duda que tal cuerpo está constituido por los católicos. Pero en tiempos de Knox no ocurría, al menos con la intensidad actual, la situación que ese cuerpo de fieles, con sus pastores a la cabeza, sostiene proposiciones contrarias entre sí. ¿Puedo, entonces, abrazar abiertamente la fe, o las creencias, propuestas por el actual cuerpo de fieles comandados por Mons. Víctor Tucho Fernández, por el cardenal Kasper o por el cardenal Marx? ¿Es ese grupo de fieles propiamente “apostólico”?
La solución que yo encuentro al problema viene de la mano del concepto mismo de “catolicidad” de nuestra fe. Se trata de una “universalidad” que no se da exclusivamente en el espacio sino en el tiempo. El cuerpo de fieles que, de alguna manera, “garantizan” mi fe es universal no solamente porque esté integrado por españoles, ecuatorianos, chinos y esquimales, sino porque también está integrado por fieles del siglo III, de la Edad Media y de los años de la Revolución Francesa. Mi fe adhiere a lo que todos ellos creyeron y no exclusivamente a lo que creen los actuales católicos. Me parece que si los cristianos -fieles y obispos-, de los siglos pasados leyeran el mantecoso e indigerible lenguaje de la encíclica Chantae gaudium o los documentos de la Conferencia Episcopal Argentina, ciertamente no reconocerían en ellos doctrina católica.
Mi fe, entonces, está determinada por la fe de los católicos que nos precedieron desde el siglo I. A ella adhiero y, si esa fe entra en contradicción con lo que los actuales maestros enseñan, estará en mí conciencia decidir a cuál de las dos proposiciones sigo. 

domingo, 1 de febrero de 2015

Payasadas


"Como nuestro Occidente se ha convertido en un payaso, 
su tragedia final bien pudiera ser una enorme payasada".

Jean Dutourd
(1920-2011)