jueves, 6 de diciembre de 2007

El aullido del Lobo (contra Tollers)


Nuestro amigo LUPUS ha lanzado un prolongado y nada despreciable aullido contra Sir Jack Tollers. Que se defienda!



Venía siguiendo atentamente la conversación sobre España, Franco y José Antonio. Venía pensando si tenía algo para aportar o para disentir. Casi llegué a la conclusión de que quizás tenía algo... y paf, Tollers. Su propia facundia me llevó a estar, en principio, sólo medianamente de acuerdo con él. Ojalá lo que digo a continuación sea recibido con el respeto que me anima.
Presumido. Bibliotecario. Es lo segundo que pensé al terminar la lectura de su extenso post. Lo primero lo pensé durante la lectura: brillante, puntual, trata de que no se le escape nada. Dejé pasar un rato, dejé pasar la noche y otro día, hasta que ahora, al borde la nueva noche, creo haber llegado a lo tercero. Anoto ya mismo una duda, una sola, que conservo: ¿preferirá ser entendido o consentido? Prefiero pensar que lo primero. Su página, que también sigo con atención, es excelente, benéfica: las traducciones que realiza, con tanto esfuerzo, no tienen desperdicio; va construyendo, con gran generosidad, un acervo pequeño todavía, pero de a poco indispensable. Un buen amigo de Wanderer. Se me presenta un problema, sin embargo (también con Wanderer), cuando desarrolla sus propios temas: siento que a veces se precipita a las conclusiones. Y hasta las clava en su génesis argumental (como en el caso de este post) para no olvidárselas. Luego, llevado por su conocimiento y su verbo veloz, va levantando temperatura hasta el clímax del desenlace. Dice que nos faltó inteligencia y nos sobró voluntad y que, por eso, ganaron los maricones... Bueno, eso me dejó otra vez la sensación de un pensamiento culto que termina acorralado por el frenesí de la batalla; o mejor dicho, un pensamiento fino que termina encogido, y que debería librarse un poco de tanta electricidad para no ser (perdón, sigo la línea expositiva) recogido.
Pero ¿vas a hablar del tema o de Tollers? Pretendo hablar del tema, pero de modo proficiente: voy a aprovecharme de la abundancia de su post para discernir entre un par de “medianías”. Lo que sigue ahora es lo tercero que pensé y ya no va dirigido al amigo Tollers.
No me atrevo a decir, por lo menos no todavía, que es un estilo constante o generalizado, pero a las pruebas me remito si afirmo que es precisamente a las personas formadas, “bienpensantes”, cultas, de doctrina sólida, a quienes su propia fuerza intelectual las impele a inclinarse hacia el lado del fatalismo, que es la actitud vital del pagano. El cual, de punta a punta de la historia, revive en cada uno de nosotros cuando nos bebemos de un solo trago, en cada encrucijada, el elixir maniqueo de los “dos bandos”.
¿No existen dos bandos? No, aunque sean muchísimas las veces en que los hombres nos dividamos de ese modo. Dios no es Zeus y Cristo no es Manes. Dios es Dios y existe y es. Es Padre, Hijo y Espíritu Santo.Y existen María Reina, los coros de ángeles, la comunión de los santos, los hombres vivos (si se quiere, la Iglesia triunfante, purgante y peregrinante o militante), en fin, el Creador y la entera Creación.
Acá abajo, del lado de la historia presente, toman forma las construcciones humanas buenas, mejores, mediocres y malas. Hay un “otro lado” que es el de los rebeldes, los soberbios, sean ángeles u hombres. ¿Y eso no es otro bando? Que no. Eso no es uno de dos bandos: es una banda, aunque con evidentes pretensiones de ser bando parejo, y que cuenta con nuestro inconsciente aporte para que así lo parezca. Los bandos lo conformamos acá, pero no hay relación de par en el cosmos. Y si no la hay, ¿por qué se conforman tan fácilmente?
“Dime por qué están aquí esas desventuradas, por qué han de sufrir esa miseria tan espantosa, por qué llora ese pobre niño, por qué ha de ser tan árida la estepa, por qué esas gentes no se abrazan y cantan alegres canciones, por qué tienen la piel tan negra, por qué no dan de comer al pequeñuelo...”. Es el sueño que redime a Mitia, en el punto más alto de su tribulación. Sueño en que lo sumerge el amor, acción inconcebible, palabra estropeada que nos avergüenza, primer verbo del Verbo.
Uno de los problemas capitales es la multitud, el grueso de los hombres vivos. Los desorientados, los perdidos, los confundidos, los acarreados, los aplastados, los ignorantes, los tontos, los torpes, los fatuos, los desesperados. Todos esos miserables, esa masa, esa gilada sin nombre que le da un contexto indeseable a nuestras vidas, como diría cualquier bastardo con ínfula. Quien piensa así, quien siente así (por más que pronuncie lo contrario), sabrá mucho, sabrá de todo, pero no es más que él mismo un miserable. Es lo que acusa.
[No puede amar a Dios, a quien no ve...] Cuando dirigimos nuestra mirada a esa realidad humana inmensa, perdida, atrofiada, amorfa, desatendida, nos vemos obligados a buscar otro modo de decir las cosas. Como hacía, por ejemplo, Chesterton. O el mismo Castellani, cuando se aflojaba la corbata. Pero nos cuesta hacerlo, no logramos diferenciarlos. No lo hacemos casi nunca, salvo para esgrimas literarias o para condimentar alguna anécdota. Ese hombre común también somos nosotros. Si miramos a nuestro alrededor no vemos gigantes. ¿Los hay? Lo que vemos son amigos y familiares. A los que no logramos ver es a los “demás”. Escuchamos y leemos el fruto de los esfuerzos intelectuales, a veces notables y luminosos. Pero sólo vemos a nuestros seres queridos y a los maestros inmarcesibles. ¿Eso está mal? Está bien y es absolutamente necesario. El problema son los demás: casi no los vemos, ni les hablamos, no sabemos qué decirles, como si ya formaran parte de la hilera del deterioro terminal y la condenación. Al separar con nuestra razón a los hombres en dos bandos, al discernir la existencia humana mediante esta dialéctica casi visceral, dejamos de buscar (y de querer) un modo de dirigirnos a los tantos “demás” que habitan el territorio geográfico o temporal por el que atravesamos. ¿Qué entienden esos “demás” de lo que aquí se habla? Un pito. O si entienden, o antes de entender, repudian. Me parece que también, sin quererlo, lo provocamos nosotros mismos. Porque por momentos nos congelamos en una postura erudita, como un impecable cartel señalizador de males y falsedades. Allá los malditos, acá los benditos, y en el inmenso medio, en esa frontera que es mucho más grande que los dos supuestos bandos, en esa línea divisoria que es como un mar de niebla, los “demás”. [... quien no ama al prójimo, a quien ve].
Todos acá consideramos un solo arquetipo superior socio-político: la Cristiandad construida imperialmente, o regiamente, con sabiduría y sangre, inteligencia y voluntad, a lo largo de muchos siglos, y que fue luego demolida golpe a golpe, hasta llegar a ese período nefasto de dos centurias (primera mitad del XVIII a la segunda del XX) en que confluyeron, entre tantas otras cosas, dos revoluciones y dos guerras para asestarle un mazazo mortal en cuatro tiempos.
(El nazismo fue sólo uno de los protagonistas, creo que consciente sólo en parte, o en gran parte inconsciente, del papel que desempeñaba, y que además incubaba en su propio seno la larva fatal que no sólo lo destruyó, sino que inexorablemente se adosó como un corrosivo, una pústula implacable de su memoria. Revisarlo es una tarea intelectual sumamente delicada, aunque creo que debemos poner en ello algún empeño. No obstante, sostengo que el mejor modo es no negarle sus pecados, ya no los establecidos por sus enemigos, sino por ellos mismos; sobre todo esa soberbia abisal de la división del mundo en superiores e inferiores, malditos y benditos (¿de quién?, ¿por quién?, ¿la naturaleza evolutiva?) y la crueldad consecuente. No creo posible recusar su deliberada aceptación de tamaño fatalismo y brutalidad. ¿Sentenciamos antes, para mantener el orden, a Lutero, a Calvino y a Fichte? De acuerdo, sigamos trabajando por esa visión integral.)
Lo que vino después es esto que vivimos ahora y que todavía se sigue desenvolviendo o descascarando, y que tan bien y prolijamente describe Tollers, aunque sobrecargado de tensión. Podemos discutir largamente si llamarlo modernismo, progresismo, liberalismo, naturalismo, gramscismo, mundialismo, simplemente materialismo, de acuerdo a la hora, el lugar y el clima, o todo eso junto bajo la etiqueta belloquiana de aloguismo. No sé qué más da ahora, si todavía se está irguiendo. Es un horror que todavía no tiene nombre. No tiene nombre de pila, pero sí un apellido legendario: anticristianismo. Tan obvio y, paradójicamente, tan opuesto a nosotros, a MÍ, que si me toca protagonizar el armagedón puedo dar por cierto qué uniforme llevaré puesto: esta mismísima seguridad tiene un sesgo de vanidad e ignorancia. La niebla, la sombra, se extiende en manos de nuestra vanidad, que es también nuestra debilidad.Es muy importante el esfuerzo de leer la historia también a la luz de las derrotas (la Vendée, la Cristíada) y a la sombra de las victorias (la Guerra Civil Española). Creo que sería un descuido imperdonable resbalarnos hacia una concepción que destaque la guerra y la violencia como el estado habitual de la vida del hombre. ¿Hará falta aclarar que estoy muy lejos de los que dicen “paz, paz”, de los que tiemblan ante la mínima mención de un combate? Lo que sí debo aclarar es que estoy tanto o más lejos todavía de los vampiros, los que paladean sangre, en especial sangre ajena, los que sueñan con gestas épicas... mentales. A la hora de la muerte, muy pocas veces se vio a los doctrinarios en la vanguardia.
El coraje sustancial del cristiano consiste en saber morir, no en saber matar. Se mata a otros, se muere por otros. Y si nos toca, lo que nos toque, mejor que sea en caballo propio y no en carreta ajena. Digo esto por tanto fervor ultramontano que a veces enciende la lengua de los doctrinarios, en especial los más viejos, los que a la hora de la batalla se quedan en el pueblo con las mujeres y los niños. Sé de algunos a los que no les faltarán cojones si hace falta, tengan la edad que tengan. Sé de otros que esgrimirán extraños argumentos, a la hora en que la inteligencia sobra y la voluntad se ausenta.
Claro que sería más grata la vida si pudiéramos dedicarnos a escribir manuales, fabulosos compendios, irrefutables cadenas de argumentos. Todo se resolvería rápidamente si alguien escribiera el libro perfecto, un libro que contenga el misterio de la vida y la muerte, de la felicidad y el dolor, el punto de equilibrio óptimo entre la inteligencia y la voluntad, entre el intelecto y la razón, entre la voluntad y la pasión, entre la doctrina y la emoción. Un libro del cielo y de la tierra que equivalga a mil bibliotecas juntas.
Pero es que ya tenemos todo eso. Tenemos más de mil bibliotecas, tenemos el abecedario completo cargado letra por letra de pensadores enormes. Y tenemos ya un Libro que se abre con un preámbulo riquísimo y extenuante, que se cierra con más de una veintena de cartas repletas de advertencias y consejos para los hombres de todos los tiempos más un apéndice profético de yapa que anticipa de un modo tan velado como preciso lo que va a ocurrir en el final. Con sólo eso, tendríamos de sobra, pero encima le viene insertado, en el centro exacto, no uno, sino cuatro libritos pequeños como nuestro entendimiento e inabarcables como el cielo, los cuales perpetúan la voz y el comportamiento del Dios viviente en carne.
Y aún así, nada quedó resuelto en la historia. Antes bien, a veces pareciera que Cristo vino nada más que a desafiar al bando anticristiano para que salga de su madriguera. Algo hay de eso... pero si sigo esta línea ahora, termino en Marte, o en Plutón... Sí, en alguno de esos dos lugares precisos.
No concluyo, por supuesto, en que ya no hay nada más que pensar ni qué decir. Por supuesto que mientras haya historia por delante y el hombre sea dueño de su verbo, queda de todo por pensar y por decir. Va por mí: muchas veces me sorprendí demorado en las cosas que los hombres hicieron en nombre de Cristo o contra Cristo, olvidado en buena parte de las cosas que el propio Cristo dijo e hizo. En cada uno de los que Él conoció directamente, nos conoció a todos nosotros. Cada cosa que a ellos les dijo, a nosotros nos dijo. Les habló con palabras de Dios, pero en un lenguaje que todos pudieran entender, salvo los que no quisieran entender. ¡No lo entendieron, lo crucificaron!... ¿Ah, no? ¿Y cómo carajo aparecimos nosotros acá? Quizás a veces hasta nos decimos: ¿para qué hablarles, si no entienden? La pregunta debe ser otra: ¿tratamos de hablarles para que entiendan?, ¿queremos que entiendan?, ¿o ya definimos que son todos como aquellos malditos que no “quisieron” entender?
Cristo les habló con palabras suaves, pacientes, amorosas. Sólo en contadas ocasiones se le soltó la cadena: en dos. Específicamente, contra los más duros y solemnes, los que pisoteaban a las viudas y a los pobres. Los que en el final de su vida terrestre se le arrojaron encima con todo el veneno y la crueldad que tenían a su alcance. Es cierto que algunos no le creyeron, no lo entendieron y lo odiaron. Y es cierto que tuvieron y tendrán hijos y choznos que vivirán imaginando trampas escriturísticas más refinadas para tenderle y métodos más sofisticados de dolor para aplicarle. (Los superfariseos finales son por ahora indescriptibles; sólo tenemos borradores.) Pero los que son tan malos son tan pocos. Entiéndase bien: sólo son algunos. Una banda, nada más.
Lo que me pregunto a mí mismo es adónde voy a ir a parar si no hago todo lo posible para que los “demás”, los desarrapados, los inconsistentes, los desorientados, también entiendan, para llegar hasta ellos con una palabra de consuelo, un poco de alegría, un testimonio lo más completo posible de fe, de inteligencia y de amor. No podemos exceptuarlos de nuestra existencia. Inevitablemente los incluye. Los “demás”, los muchos, esos que en cualquier momento pasan a formar parte de una banda porque unos pocos logran convencerlos de que es un bando.
Debo decirlo en este preciso instante, porque sé que quizás parece todo lo contrario: felicito a Tollers. No tengo nada para decir en contra de su potente alegato o descripción. Al contrario. Aprendí y se lo agradezco. Sólo quise agregar estas ideas que, estoy seguro, él custodia en su corazón. Como Wanderer y todos los que venimos acá.
Pero eso sí: si soy acusado de protestante o maricón, no aceptaré que lo merezco y libraré dura contienda.

Lupus

22 comentarios:

  1. Estimado Lupus:

    Gran comentario el suyo. La verdad que habla por mí.

    Jack, lo que usted comentó ya se lo he oido innumerables veces(lo que no es un reproche) y cada vez veo algo que trato de entender, y es eso que Lupus señala sobre "nosotros" y "ellos". No puedo negar que me despierta un eco Kukú. También eso de lo maricones, me hizo acordar al comentario sobre los Kukús y su confusión entre virilidad y patoterismo. Espero sepa disculpar mi falta de argumentos y el llamarlo Kukú, pero lo único que puedo hacer y decir es lo que mi poca inteligencia me permite.

    Todo suyo

    The Seafarer.

    PS: "Hay que tener cuidado al elegir los enemigos porque uno termina pareciendose a ellos" No simpatizo con Borges, pero algo de razón hay en esta frase.

    ResponderEliminar
  2. Y se me olvidó una pequeña nota al pié de página:

    "Ganó el liberalismo, esto es, ganaron los maricones (¿será casual que el gran héroe de las películas de Hollywood sobre la heroica actuación de los yanquis durante la guerra se reveló con los años como maricón?)."

    Sí, estimado Tollers, es pura casualidad, porque si mal no recuerdo Sir Ian Mckellen(actor de Gandalf) es maricón declarado que participa en marchas de orgullo gay etc., creo que eso no lo hace maricón al Gandalf de las películas.


    The Seafarer.

    ResponderEliminar
  3. Estimados: acá va, para lo que pueda servir, el testimonio de un protagonista, un joven francés enrolado voluntariamente en el ejército alemán y que luchó en el Frente del Este, como tantos jóvenes de toda Europa, en defensa de... Europa:

    [...] Sabía que debíamos pasar por aquellos malos momentos para conocer después una Humanidad bondadosa. Por lo menos era lo que nos había dicho nuestro Führer Adolf Hitler. Nada de esto existe. Que descanse en paz. No le guardo rencor como tampoco a los demás grandes dirigentes de este mundo. Por lo menos él nos ha beneficiado con la duda, puesto que no ha tenido ocasión de establecer esos días siguientes a la victoria. En cuanto que los otros, que han organizado su pequeña paz temblorosa en los cuatro rincones del mundo, los otros que, estúpidamente obsesionados por un pánico injustificado y en nombre de una evolución educadora, han dejado a los primates del mundo la ocasión de encender un poco en todas partes amenazadores incendios, esos otros pueden ser juzgados.
    Comeciantes dignos de la horca. Comerciantes que no pudiendo vender negros, han encontrado un negocio casi tan rentable y venden en la actualidad los blancos a los negros. Todo ello arropado en una pequeña política melosa de mujer vieja. Una política que no toma posición.

    ¿Quién sabe? El viento puede cambiar. Evidentemente, en la actitud de Hitler o de Mussolini había otro estilo. Éstos se permitieron decir no a los viejos convencionalismos. A todos los potentados, indistriales, masones, judíos o culos benditos. En aquella época, todos esos indolentes callaban como muertos, locos de inquietud ante sus huchas en las cuales el director de orquesta Hitler se surtía a manos llenas. Esto, evidentemente, les hacía palidecer viendo derrochar todo aquel dinero para relizar una gran ópera. Entonces, los especuladores cagones y atemorizados subieron al escenario y estrangularon al director de escena pródigo. Pero no conocen la paz. Los cólicos los torturan sin parar. Están a merced del primer músico, negro o amarillo, que se arriesgue a hacerles bailar otro baile. Pero ese baile no será europeo y eso no lo entienden. [...]

    Y, también:

    "Demasiadas personas traban conocimiento con la guerra sin ser incomodados por ella. Se lee tranquilamente en un sillón o en la cama la historia de Verdún o Stalingrado, con las nalgas bien caldeadas, sin comprender, y al día siguiente se reanuda el apacible quehacer... No, estos libros hay que leerlos en la incomodidad, forzadamente, considerándose feliz de no verse obligado a escribir a los suyos desde el fondo de una trinchera, con las nalgas en el barro. Hay que leer esto en las peores situaciones, cuando todo parece ir mal, a fin de darse cuenta que los tormentos de la paz no son más que cosas fútiles por las cuales es un error que le salgan a uno cabellos blancos. Nada es verdaderamente agradable en la paz confortable y hay que ser muy tonto para preocuparse por una subida de sueldo. La guerra hay que leerla de pie, velando hasta muy tarde, aunque se tenga sueño. Como lo escribo yo, hasta que amanezca."

    El Emboscado

    ResponderEliminar
  4. Perdón, omití la cita. Es del libro "El Soldado Olvidado", de Guy Sajer.
    El Emboscado.

    ResponderEliminar
  5. ¿Y si el maligno me tendiera la trampa de denunciar al fariseísmo con celo amargo y sutil vanidad? ¿Y si pudiera terminar siendo un fariseo que se dedica a cazar fariseos y se olvida de los hombre comunes?

    Pablo (Rosario)

    ResponderEliminar
  6. Amigos,el comentario de Lupus--voy a tener que leerlo dos o tres veces más, porque juro que en buena parte se me escapa exactamente qué quiere decir y a cuento de qué... exactamente. En lo que entiendo, más bien estoy de acuerdo con él.

    Seafarer es distinto. Releí mi propia "tirade" y no encontré, ni explícita ni implícitamente, una cuestión de bandos, de "nosotros" y "ellos"... a no ser los bandos que se disputaron el siglo XX. Y nosotros estábamos afuera.

    En cuanto a la síntesis de mi trabajo tal como lo formula Lupus, "faltó inteligencia, sobró voluntad, y por eso, ganaron los maricones"-no es del todo justo. Se dice algo parecido por concomitancias o como ilustración de un caso. No, es más fácil que eso. Digo, 1) Que faltó inteligencia. 2) Que sobró voluntad. 3) Que hubo una guerra entre duros y blandos y, 4) Que, contra toda apariencia, ganaron los blandos.

    En ese marco sostuve que la Iglesia, precisamente por defender a "los demás", no puede tomar partido entre blandos y duros justamente porque es y representa ambas cosas y ninguna de las dos.

    Ni Orwell ni Huxley eran católicos, pero cada uno, a su manera dijo media verdad. Me parece que los católicos deben intentar una síntesis (superadora)como a osadas todavía no se ha hecho. Y menos con el nivel de "1984" y "Un Mundo Feliz".

    Quizá el "Breve Relato" de Solvieff anduviera más acertado, pero, claro, tuvo que adivinar mucho de lo por venir... y nosotros ya lo vimos.

    Mis nerviosos (e incompletos) apuntes, eran como una convocatoria a que se hiciera la síntesis pendiente. Y si saliera en forma de novela... mejor todavía. Pero ni Malachi Martin, ni Volkoff, ni Benson, ni Bruce Marshall, ni siquiera el propio Castellani pudieron del todo.

    Quizá porque las cosas les pasaban demasiado cerca, que eran contemporáneos de cosas terribles.

    Ahora bien, como lo recuerda Ratzinger en su última encíclica, eso no quita que todos, más o menos, aparte de escribir lo mejor que podamos, tengamos otras incumbencias, como las que señala Lupus. Más o menos como las que tenía San Agustín (cito al Papa):

    Así describió una vez su vida cotidiana: « Corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles, refutar a los adversarios, guardarse de los insidiosos, instruir a los ignorantes, estimular a los indolentes, aplacar a los pendencieros, moderar a los ambiciosos, animar a los desalentados, apaciguar a los contendientes, ayudar a los pobres, liberar a los oprimidos, mostrar aprobación a los buenos, tolerar a los malos y [¡pobre de mí!] amar a todos »[22].

    Fin de la cita. ¡Ah no, momento! Sigue el de Hipona con otra frasecita:

    « Es el Evangelio lo que me asusta »[23]

    Y sí, señores Seafarer, Lupus, et alios.

    Yo también estoy aterrorizado.

    Jack Tollers

    ResponderEliminar
  7. Estimado Wánderer y estimado Lupus: no comparto en ninguna medida la crítica que Lupus hace a Tollers, y por intermedio de éste a todo nuestro “bando”, que también es el de Lupus. Creo que vamos a coincidir con Lupus en que, al menos en cierto sentido, sí hay un bando (o partido, o bandera o causa o como se lo quiera llamar) cristiano, y otro que no lo es, y eso resulta y es consecuencia de que Nuestro Señor, quien trae la espada, es levantado como Signo de Contradicción. Uno es el bando de los Apóstoles y de los que los siguen; y otro de aquellos que no los reciben, para quienes llegará un día de mayor rigor que para la tierra de Sodoma, como enseña Mateo 10 y creo que hay concordancias al menos en los otros dos no sinópticos. Junto con las expresiones de su Misericordia -y hasta ternura- Nuestro Señor y sus Apóstoles emplean muchas veces expresiones de guerra y combate, y no sólo de combate interior contra nuestra concupisencia. San Pablo habla de los adversarios del Evangelio, y dice a los Corintios (IIda) que recibió contra éstos “armas capaces de arrasar fortalezas” y derrumbar los sofismas y baluartes que se levanten contra el Evangelio. Entonces hay bandos. Claro que, hasta el momento mismo de la muerte, la pertenencia a uno u otro bando no es definitiva. Y claro que no podemos hacer un juicio sobre el corazón de tal o cual. Nosotros vemos lo externo; juzgamos según la carne como los fariseos, lo que no deja de ser peligroso, cierto, pero a efectos jurídicos y políticos es imprescindible. Sólo Nuestro Señor hace el juicio verdadero, y en su momento, no antes. Más aún; Jesucristo mismo lo aclara: ni aún en ése momento Él acusará; sino que seremos acusados por sus palabras. Claro que no todos los que aparecen en un bando son buenos, y no todos los que aparecen en otro son malos. Pero uno es el bando bueno y el otro malo, así nomás, “simplíciter”. Con todo el cinismo que como consecuencia de mis pecados he recogido en los últimos años, no dejo de ver que hay un bando bueno y otro malo, como en las Crónicas de Narnia. Con relación a la Cruzada Española, creo que el Alzamiento Nacional fue justo, y fue justa la guerra sobreviniente. Y que allí también hubo un bando bueno y otro malo, por más que, redundo, ni todos los buenos eran buenos ni todos los malos malos. Y hoy aquí estamos nosotros, y, créalo, Lupus; con nuestras lacras y nuestros prejuicios, y fatuidades y tonteras, con todo y eso, y a pesar de eso, sin merecerlo en modo alguno... somos los buenos. Si fuera por nosotros, medrada estaría la buena causa. Es cierto que a veces somos arrogantes y hostiles al cohete, y eso no es bueno. Pero digamos en nuestra defensa que éso le ocurre a todos los que llevan la carga de una pesada y larga batalla. Reflexionemos sobre nuestras miserias para corregirlas con la ayuda de Dios, como hicieron nuestro mayores; pero evitemos las “autocríticas” al uso al cabo de las cuales parece que mucho daño hizo Israel y mucho bien los filisteos.

    ResponderEliminar
  8. Otro sí digo: por muy por encima de los bandos que tratemos de estar, nuestra vida es más en ésta tierra es más de milicianos que de filósofos. Por mucho que querramos zafar de la dialéctica, ésta nos alcanza. En ése estado, aún los cucús -a quienes, Dios sabe, en tanto que cucús no quiero nada- están "del lado de acá", y aún a ellos debemos defender (sin mentir nunca, claro) frente a los "del lado de allá". No hemos de criticar a K delante de Laguna; éso no es filosofía, sino deserción y suicidio.

    ResponderEliminar
  9. Ay, ay, en qué honduras nos metemos!!! O nos han metido Tollers y Lupus, genialmente atizados por el gran director de orquesta que es Wanderer, que sabe sacar lo mejor de cada instrumentista! Que nos ha regalado un ámbito donde poder oir y ventilar lo que verdaderamente nos pasa, nuestras verdaderas dudas y angustias, y no los discursos con buena intención pero algo adocenados que solemos pronunciar y escribir. Yo creo que esta conversación es la que necesitábamos y no podíamos tener, ni por escrito ni a viva voz. Algunas ideas desordenadas:
    1) Chesterton decía que lo malo de las peleas es que interrumpen la discusión. Y no era un pacifista. Calló frente a A.Crowley, como Jesús frente a Herodes. Pero cuando pudo habló.
    2) Ganaron los maricones, sin duda. Las pruebas están a la vista. Pero no parece a la altura del genio de Tollers la división entre duros y blandos. Genio que brilla como pocas veces en su último post. Martín Fierro decía "con los blandos yo soy blando y soy duro con los duros".
    3) Claro que hay bandos. Pero recordemos lo de Castellani:
    Nosotros somos los buenos, nosotros ni más ni menos.
    Los otros son unos potros
    comparados con nosotros.
    4) Lupus en un grande. Me da bronca en este blog cuando veo escritas -por muchos de los participantes- las cosas que me doy cuenta que pienso y que no articulo en palabras.
    5) A riesgo de ser pesado, vuelvo a decir que debemos releer y meditar la parábola del trigo y la cizaña.
    Gracias a Tollers y a Lupus. Nos hacen bien

    El anónimo normando

    ResponderEliminar
  10. Sr. Gallo:
    Me extraña que, siendo Ud. un ave, caiga en tamaña confusión. A ver si aprende:
    CUCÚ: Avecilla pequeña que habita en casas de madera con tejado a dos aguas. Permanece la mayor parte de su vida dentro de su nido, saliendo del mismo sólo en periodos regulares (por lo general, cada hora, aunque hay especies que los hacen cada media hora o, incluso, cada quince minutos) y emitiendo un trino uniforme.

    KUKÚ: Ave de la familia de las gallináceas, similar a la avutarda, con vuelo rastrero y corto. Habita en muchas regiones del globo debido a su extraordinaria capacidad de adaptación a todos los medios y costumbres de aquellos seres de quienes puede conseguir alimento o cualquier otro beneficio. Su trino no es uniforme ya que también adapta el mismo a los variados gustos de los oyentes.

    CARACTERÍSTICAS COMUNES: ambos pajaros poseen en común la pronunciación de su nombre y el gusto y placer que encuentran en convivir con gente mersa y vulgar: los cucú lo hacen en la plaza de Villa Carlos Paz, y los kukús en todos y cada uno de los nidos que arman.

    ResponderEliminar
  11. Pablo: no sé si va para mí, pero si es así le doy la razón y agradezco la advertencia.

    Lupus

    ResponderEliminar
  12. Estimado Lupus:

    No va para Ud. Me ha costado captar el sentido de su post. Si con mis preguntas estoy bien rumbeado, créame que me las aplico sólo a mí.

    Cordiales saludos.

    ResponderEliminar
  13. Apreciado Wanderer, no dispongo de conexión durante los fines de semana, por lo que llego un poco tarde con estas necesarias aclaraciones.

    Tollers no entiende qué tiene que ver “exactamente” lo que digo con lo que dice, y tiene razón, porque aproveché nada más que el espíritu de su alegato para establecer algunas distinciones anteriores o laterales, como se quiera. Lo que tenía para él quedó dicho en el principio; después hablé de otras cosas que pasaban de ahí. Advertido, volví a aclararlo en el final, pero no alcanzó. Pues bien, lo diré de modo más sencillo: no crea Tollers que todo lo mira a él. Atribuyo la incomprensión a mi falta de claridad. Para no ir coleccionando minucias añadiré que mi preocupación, en todo caso, estriba en lo que falta, lo que se da quizás por sobreentendido, y las consecuencias provocadas por dejar navegar a su aire ciertas consideraciones.

    Traté de poner énfasis en otra cuestión; anterior o lateral, como les guste. Respecto de la cual ahora dejaré hablar a alguien que Wanderer rescató con toda justicia: “Aquí es donde los santos se diferencian de nosotros: en su actitud hacia la humanidad. Ellos aman de verdad a sus semejantes como tales; sienten el mismo placer al ver a cualquier hombre bajando por la calle que el que sentimos nosotros cuando vemos bajar a un amigo nuestro. Y, por consiguiente, aquel que muestra al santo una hostilidad cerrada, que habla mal de él, que le hace objeto de persecución, es para el santo sencillamente un amigo que se está poniendo pesado... Yo dudo que sea posible para un ser humano amar a todos de una manera comple-tamente imparcial. El propio Señor amaba especialmente a San Juan, y sin duda Nuestra Señora ocupaba un lugar único en los afectos de su Sagrado Corazón. Lo malo que nos ocurre a nosotros, principalmente, no es que pongamos demasiado amor en nuestros parientes y amigos, sino que no hemos empezado en absoluto a amar a la humanidad en general. Y esto es lo que tenemos que pedir, y esperar, como resultado de tratar de imitar a Nuestro Señor; no una indiferencia sin ánimo ante el odio y el mal comportamiento de nuestros semejantes, sino un amor total por ellos tan intrépido, tan clamoroso, que ni el mayor número de insultos, ni la abundancia de ingratitud, pueda vencer su irresistible optimismo”. Y unas páginas después: “La tragedia del mundo son los corazones duros, no los corazones dolientes” (Ronald Knox, “Sermones pastorales”, Patmos, 1963).

    En cuanto al Gallo, cuyo belicoso disenso no puedo ignorar, creo haber dicho con claridad que acá abajo, sobre todo en las encrucijadas de la historia, es inevitable que se constituyan bandos antagónicos, pero que, insisto, no hay relación de paridad en el orden de lo creado. Son los pocos muy malos los que logran cautivar, seducir, engañar y oprimir para obtener el "número". Ahora, si cree que por atender a los fariseos desatiendo a los filisteos, está equivocado. Digo que ninguno en forma separada, tal como los conocemos hasta hoy, será la contrapartida final. Habrá, en todo caso, una combinación de ambos, más una adecuada dosis de otras viejas y nuevas malicias. Sin embargo, la lacra interior, letal por su cercanía y disimulo, emulará de algún -por ahora- indescriptible modo a aquel parásito. Estamos en el territorio de lo todavía velado y todavía develándose, de modo que, situados allí, tiene pareja importancia señalar la realidad actual y, a la vez, las líneas que de dicha realidad se extienden hacia el futuro.

    No voy a ser tan iluso de pensar que el tema quedó resuelto, ni mucho menos. Se presenta de continuo en estas páginas. Para aclarar debidamente mi posición, sobre todo en cuanto a los amigos en pugna, quizás convenga preparar, inspirándome en este día de la asunción patagónica, un “Elogio guerrero con bando, bandera, banda y bastón”, si es que me siguen soportando y si, por supuesto, Wanderer y los demás lo permiten. Bastará un poco de paciencia.

    Lupus

    ResponderEliminar
  14. Estimado Childerico: hace muy bien en aclarar los parecidos y diferencias entre cucús y kukús. Yo me los confundo un poco por que que no he visto muchos cucús, salvo ésos pajaritos de madera que indican el tiempo con tono de maestra ciruela, que al principio parecen simpáticos y luego incordian. Descripción que, en términos generales, también se aplica a los kukús, vendrá de allí la confusión. Cordialmente, el Gallo

    ResponderEliminar
  15. Breve y apurado para verla a Cristi asumiendo.

    Estimado Lupus:

    Con respecto a su esfuerzo por mantenerse alejado de toda semejanza al error maniqueo, le recuerdo que cuando se separen las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda va a encontrar una clara división (mejor no hablemos de bandos). Más o menos, "el que no está conmigo, está contra Mí; el que no junta conmigo, desparrama."
    Cierto que en la Historia uno no tiene por qué "asociarse" sí o sí a uno de los bandos que se confrontan, como que uno sea el "bueno" y otro el "malo".
    Pero tengo contra tí algo que es claro. Tanto la Primera como -más explícitamente- la Segunda Guerra Mundial fueron piedra de toque. Del lado de los aliados no hubo ninguna oveja. Sólo se encontraron cabritos. Del lado del Eje, había mezcla, pero no se puede dudar que hubo de lo bueno. A las virtudes que señaló Tollers (las referidas al arte, la estética, la jerarquía, la familia, el predominio de lo rural, etc., etc.) y también las duras habría que agregar, le recuerdo, las virtudes blandas. Los prisioneros tomados por Alemania fueron tratados con respeto. Los habitantes de las ciudades conquistadas, también. Sólo los traidores fronteras adentro fueron tratados con la dureza que exigían las circunstancias y tal vez más. Las iglesias de Rusia volvieron a abrirse al paso de los nazis. Se colocaron nuevamente los íconos que tenían escondidas algunas familias. ¿Algo más? Tengo material pero no el tiempo.
    Ahora bien, estoy de acuerdo que se trata solamente de limitarnos a decidir si podemos darle la mano al Eje o no, omitiendo consideraciones de bandos que sean necesariamente "buenos" y "malos". Creo que sí, que puedo darle la mano al Eje, si se me permite tomar la diestra de alguien a quien le conozco muy bien algunos defectos que no hacen sombra a sus virtudes.
    Cuando uno juzga a alquien, parte de asumir que va a encontrar virtudes y defectos. El tema es si, por su entidad, arraigo, etc., se destaca la virtud o el vicio, y a partir de eso uno concluirá que Fulano es un santo varón o un diablo, con todos los matices que puede haber entre uno y otro veredicto. Algo análogo ocurre -o debe ocurrir- cuando uno juzga al Eje. Lo cierto es que lo que había de bueno y verdadero en el mundo estaba de este lado. Explíqueme cómo todo esto pudo haber sido convocado indefectiblemente por una horda de voluntaristas, modernos, materialistas, salvajes, y siga el baile, si no es por otras virtudes mucho más fuerte que todo esto último. Sus virtudes superaron largamente sus defectos y por eso hoy el Eje es sinónimo de testimonio contra el mundo.

    El lince.

    ResponderEliminar
  16. Lince,

    Lo que la gente quiere es que sus gobernantes se saquen la foto comulgando. Si no, no le ven la veta religiosa. Es medio kukú, qué vamos a hacerle.

    ResponderEliminar
  17. Se impone, de mi parte, una aclaración: he "colgado" un comentario que se aplicaba (si se aplicaba) al “post” (¿así se dice, no?) de Tollers, y que mandé antes de haber leído con atención el siguiente de Lupus, el cual, ciertamente, lleva el tema a otra cuestión, y respecto del cual mi comentario queda como “descolgado”. (y la aclaración llega tarde porque recién hoy pude entrar nuevamente al blogg)
    Hecha la aclaración, encuentro a ambos excelentes. Tanto el de Tollers, más vehemente y visceral, como el de Lupus, más sosegado.

    Y creo que ambos son verdaderos y no hay confrontación entre ellos. ¿Será una cuestión de planos? Porque el “Fin de juego”, me parece, se aplica más a la historia en general, mientras que la réplica de “Lupus” va más a la cuestión de qué nos hacemos, o de qué hacemos cuando ya parece haber caído el katejon, para lo cual arremete contra la conformación de bandos que dejarían afuera a los demás, a quienes no forman parte de los “bandos” que nosotros nos inventamos, a los desarrapados, los inconsistentes, los desorientados, etc., respecto de quienes no podemos desentendernos.
    Tengo para ambos una observación o, mejor dicho, una pregunta.
    A Tollers: me parece que habría que explicar la cuestión del triunfo de las virtudes blandas, porque no existen tales virtudes blandas en la modernidad. Son las virtudes “vueltas locas”, que no son virtudes, y que no pueden subsistir separadas de lo que él llama las virtudes duras, aparentemente contrarias, pero que se sostienen mutuamente, en aquello que tan bien describiera Chesterton al referirse a las paradojas del Cristianismo.

    A Lupus: veo bandos por todos lados. Desde la primera de las batallas, que es descripta en el Apocalipsis: “Hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón, y peleó el dragón y sus ángeles”. El bando de Mikael respondiendo “Quien cómo Dios” al bando del Demonio y sus ángeles, a su soberbia y a su “Non serviam”. Desde esa primera batalla, digo, hasta la que trae el propio Lupus, la de Harmagedón, en la que el profeta ve “a la bestia, y a los reyes de la tierra, y a sus ejércitos reunidos para hacer la guerra al que montaba el caballo (Cristo) y a su ejército), pasando por todas las batallas intra-históricas, hasta el ‘45 (¿se habrán acabado allí, intra-históricamente hablando, los bandos? En algún sentido, y sólo en algún sentido, creo que sí, y en esto le doy razón a Tollers).

    En cuanto a nuestro apuro, impaciencia y presunción a la hora de definir los “bandos” y meter a los demás (y a nosotros mismos) en alguno de ellos, a “los demás” en uno y a “nosotros” en otro (ya sabemos cada quien en cuál) es otro cantar, y esta parte de la crítica de Lupus me parece acertadísima.
    Por eso, yo tampoco creo en los bandos, pero que los hay, los hay. Por qué, si no, dice San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios (y cosas semejantes en tantos otros lugares): “no os juntéis bajo un yugo desigual con los que no creen. Pues, ¿qué tienen en común la justicia y la iniquidad? ¿O en qué coinciden la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿O qué comunión puede tener el que cree con el que no cree?, etc.”. Insisto, creo que hay bandos.

    Y también, que hacia el final de la historia, esos bandos irán diferenciándose más y más, hasta que sea Satanás soltado de su prisión, para “extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra.... Y cercarán el campamento de los santos y la ciudad amada... Pero descenderá fuego del cielo y los devorará”.

    “Dios nos pille confesados”, como dijera Castellani.

    P.S. Me parece que se aplica lo de Castellani en el comentario a la Parábola del Trigo y la Cizaña. Allí compara esta parábola con la del Sembrador. Y refiriéndose a la primera, dice que es la actividad de Dios en la entera sociedad o colectividad humana. Mientras que la otra representa la actividad de Dios en las almas individuales. Un poco lo que pasa entre Tollers y Lupus.
    Aunque no lo parezca, es una pregunta. Ustedes dirán.

    El Emboscado.

    ResponderEliminar
  18. Estimado Lince: traté de seguirlo, pero no sé cómo fue a parar ahí; del nazismo me limité a criticar su fatalismo, para mí evidente en la división preestablecida entre inferiores y superiores; decir que esto no se puede ignorar no equivale a ser aliadófilo o liberal, salvo que Ud. necesite que yo lo sea para decir algo pour la gallerie.

    Lupus

    ResponderEliminar
  19. Estimados: Muy interesante el intercambio. Gracias a ambos (Toller y Lupus). Debo leerlo nuevamente despacio.
    Ahora me limito a recomendarles una libro, puesto que alguien (creo que Tollers) pidió que alguien ponga esta historia en una novela.
    Me imagino que la conocerán, pero me vino a la cabeza en cuanto terminé de leer los posts.
    Se trata del libro de Eugenio Corti "El caballo Rojo", y es la zaga de unas familias italianas antes durante y después del conflicto mundial. La subido del Duce, el papel de la guerra, y las posiciones de los distintos personajes, uno de los cuales puede identificarse con el propio autor. Lo mas interesante es la construcción italiana de la posguerra.
    El autor el católico, y esta novela puede ponerse al lado, y sin rubores, de las mejores novelas católicas hasta la médula, al nivel de Zienkiewikz y su trilogía sobre la historia polaca.
    Se los recoiendo mucho, aunque e smuy difícil de consehuir en castellano y la versión en inglés está pesimamente traducida.
    Saludos y nuevamente gracias por el interesantísimo post.

    ResponderEliminar
  20. Una sola cosa más voy a decir, dada la saludable intervención del Emboscado. Incluso podría agregar a su argumento eso de los "invisibles aceros" que se cruzan a lo largo de nuestras vidas. Los ángeles también siguen combatiendo.

    No hay bando que se le pueda oponer a Dios mano a mano. El problema está en nosotros. Por eso doy en llamar "banda" a los rebeldes y a los "sin Dios". En el final, la sola presencia de Cristo los fulminará, manifestando la disparidad sustancial y reduciéndolos a sus categorías específicas: banda, bandido y bandidaje.

    Va de vuelta: es inexorable que en la historia se constituyan "bandos". Referido a lo que es de Cristo y lo que no surge el punto que provoca controversia: ocurra lo que ocurra, más allá de las victorias o derrotas visibles, siguen y seguirán siendo "bandos" desparejos. Uno es el defensor de lo que no tiene mengua y otro el usurpador, el aspirante a sustituto, la "banda" (más precisamente "bandas"), el contrincante del que ya conocemos destino si es contumaz, nos pase lo que nos pase a nosotros en el combate.

    Como ya conocemos nosotros el destino que se nos ofrece, SÓLO Y SI conservamos la caridad y el amor, antes, durante y después del combate, que es lo que el verdadero enemigo (repito: hay que discernirlo en su contumacia) no conoce ni puede empuñar. Esta diferencia esencial es lo que hace que los hombres se rindan a Cristo con armas y bagajes. Cuando esto se retira, lo que queda es el odio interminable de los "bandos" y el desprecio de los "demás".

    De lo que hablo es de la caridad de la verdad, de la belleza que le corresponde a la verdad, que es lo que la hace apetecible. De su sobrenatural unidad con el bien.

    Lupus

    ResponderEliminar
  21. Y tiene Ud. razón, Emboscado: tratar de interpretar la acción de Dios en el conjunto y la acción de Dios en la persona, y aun distinguirlas, no tiene por qué derivar en confrontación.

    Lupus

    ResponderEliminar
  22. Estimado Lupus: tiene ud. razón en muchas cosas. Me parece que en realidad, en rigor, no discrepamos. En cualquier caso, es muy grato y provechoso discrepar con Usted. Cordialmente, El Gallo

    ResponderEliminar