martes, 20 de agosto de 2024

¿Es Jorge Bergoglio un estratega? Una respuesta a Caminante-Wanderer (II)

 



La fe sobrenatural

El término “cuerpo místico de Cristo” significa que mediante la muerte y resurrección de Cristo y el envío del Espíritu Santo hecho posible por ello, una verdadera nueva creación es constituida por Dios, no simplemente destruyendo el viejo mundo, como pretende en última instancia la teología luterana, sino transformando la primera creación en la gracia de Cristo en “el cielo nuevo y la tierra nueva”. Por eso, el acontecimiento de Pentecostés es la reproducción de la efusión del Espíritu creador en un nivel superior, sobrenatural. Este proceso tiene una profunda dimensión teológica trinitaria: mientras que el Creador del mundo no es el Hijo, sino el Padre, que engendra el mundo “en Cristo”, la nueva creación se debe al acto del propio Hijo. Él, en quien las cosas son, se convierte ahora en su nuevo fundador bajo una consideración específica. Por amor a su Hijo, el Padre, que es el fundamento infundado de todas las cosas, abre al Hijo divino, que surge eternamente de él, la posibilidad de que el Hijo mismo se convierta ahora en el Dios creador cara al hombre que, con su sacrificio, salva al hombre de la separación pecaminosa del Padre y de la nulidad inminente del infierno, acogiéndonos en su propia relación personal con el Padre. Este es el fin a priori del mismo acto creador del Padre. El mundo fue creado para y en favor del Hijo.

La incorporación de los seres humanos a la relación propia de Cristo con el Padre constituye la existencia misma de la Iglesia; es la comunión, fundada en y por Cristo, de los que han sido dotados de Gracia en ella con el Hijo eterno. El don de sí mismo del Hijo al Padre nos ha integrado en Él mismo, de modo que llegamos a ser “hijos en el Hijo”. Así como el Padre entrega el mundo al Hijo como don suyo, el Hijo pone el mundo redimido por Él y transformado en Él a los pies del Padre para su glorificación. La nueva criatura se convierte en el nuevo-don del Hijo dentro de su propio don al Padre, que a su vez nombra al Hijo juez del mundo y le da poder como principio vital eterno de la nueva creación: Toda autoridad le ha sido dada a Él, a Cristo, en el cielo, en la tierra y bajo la tierra. No es casualidad que, a partir del capítulo 21, el Apocalipsis describa el nuevo cielo y la nueva tierra, aludiéndolos significativamente como la “nueva Jerusalén”, como un gran contexto litúrgico en el que “el Cordero”, es decir, Cristo sacrificado, es la dimensión central de referencia para nosotros. El fundamento infundado de toda vida se nos comunica únicamente en Cristo. Así, todo el movimiento de la creación y la salvación es un acontecimiento unificado pero diferenciado dentro de la relación eterna del Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.

En relación a nuestro debate sobre los problemas de la Iglesia moderna, me gustaría subrayar dos aspectos importantes del proceso de salvación descrito anteriormente. En primer lugar, la nueva creación sobrenatural es una creación sustancialmente nueva. A pesar de toda continuidad con la primera creación, forma ésta ontológicamente una nueva realidad hacia la que la naturaleza del hombre se ordena interiormente para su propia realización, pero que sólo es llevada a cabo por Dios en un segundo acto nuevo y completamente libre. La relación entre la primera y la nueva creación, entre la naturaleza y la sobrenaturaleza, es particularmente compleja. De ningún modo debe describirse en el paradigma de una ruptura, aunque se reconozca una auténtica cesura, un nuevo comienzo creativo: “Si alguno está en Cristo, es una nueva creación: lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo”. (2 Co 5,17) El inicio de la nueva creación puede localizarse en la línea del tiempo: comienza fundamentalmente con la constitución de la unio hypostatica por el Espíritu Santo en el cuerpo de la Virgen. En Dios mismo, por supuesto, no hay extensiones temporales; todos los acontecimientos en la línea del tiempo están igualmente presentes en Él. Por tanto, estos actos sólo son distinguibles lógicamente en él, pero esta distinción es, no obstante, de una importancia teológica capital.

El segundo aspecto está internamente relacionado con éste. De la encarnación de Dios no se deduce en absoluto que Cristo, que asumió como propia la naturaleza humana y la unió con la naturaleza divina y la elevó sobrenaturalmente, esté ya unido de este modo con cada persona humana. Este punto es también de incalculable relevancia. Considero muy peligroso que el documento Gaudium et Spes afirme en el n. 22: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”. No es exagerado afirmar que todo el pontificado de Wojtyla, incluido el furor ecuménico que culminó en el acontecimiento de Asís, pende de esta frase. Incluso en la primera encíclica de Wojtyla, Redemptor hominis, esta declaración del Concilio tiene el carácter de un testigo clave.

El “hasta cierto punto” insertado en el texto del Concilio indica, por supuesto, una cierta conciencia del problema. Y, en efecto, la redacción sugiere que la relación del Hijo encarnado con todos los demás seres humanos puede describirse en el paradigma de la relación que Cristo, como persona eterna del Logos, tiene necesariamente con las otras dos personas del único y mismo Ser Divino. Pero esto confunde los niveles. La frase del texto del Concilio es demasiado burda, es casi engañosa. Sin poder profundizar ahora en esta complicada temática, sólo nombraré el resultado de las necesarias distinciones: Cristo une su humanidad al resto de los hombres formando así una comunidad mística sólo en un acto completamente libre que es lógicamente segundo a la encarnación. Se une a aquellos a los que ha “elegido del mundo” (Jn 15,19), y que por ello, según la frase de San Juan completa, son odiados por el mundo, es decir, odiados por los no elegidos. Esta unión tiene lugar por mediación del Espíritu Santo, cuyo envío es un acto de salvación en sí mismo, en el que se constituye la Iglesia, que es a la vez el instrumento del Espíritu de Dios para la unión de los hombres con Cristo y es ella misma la comunión mística con Cristo. En esta unión se derrama la riqueza de la naturaleza divina, que realiza la santa humanidad de Cristo, en los fieles. Por esta razón, la tradición puede describir la humanidad de Cristo como el verdadero sacramento, cuyos modos concretos de consagración para nosotros son los actos corporales-sacramentales de la Iglesia, que Cristo mismo nos da en la mediación del oficio de ordenación que ontológicamente lo representa a Él.

A esto corresponde directamente el aspecto antropológico. En efecto, por analogía con la libre autodonación del Logos encarnado y con el acto de la Santísima Madre, que dispone de su naturaleza humana de tal modo que el Logos divino puede apropiarse de la naturaleza humana mediante el acto mariano de la autodonación, también nosotros debemos poner a disposición del Logos nuestra naturaleza humana singularmente poseída, para que Él pueda colmarla con su gracia. En otras palabras, que el Dios encarnado pueda unirse a nosotros depende esencialmente de nuestra libre autodisposición. El hecho de que nuestra autodonación al Logos no esté al mismo nivel que Su libre autodonación a nosotros se desprende del hecho de que nuestro acto de libertad es a su vez expresión de Su gracia electiva. La gracia divina de la elección precede a nuestra libertad y es insondablemente capaz de realizar el consentimiento de nuestra libertad sin destruirla. El sacramento es, pues, la respuesta de Dios a nuestro acto endeudado de fe libre, en el que nos abrimos a la “sombra del Espíritu Santo” para que pueda unir nuestra naturaleza a la humanidad transfigurada de Cristo y transformarla así en una nueva creación en Cristo. En sí misma, la encarnación es ante todo la condición habilitadora para la conexión real del Logos encarnado con los seres humanos individuales. La famosa frase de Angelus Silesius se aplica precisamente aquí: “Y si Cristo hubiera nacido mil veces en Belén, pero no en ti, estarías eternamente perdido”.

17 comentarios:

  1. Todo muy profundo y admirablemente expuesto, pero...¿no es mucho como para dilucidar si Bergoglio es un estratega o no? Me parece que el tema es mucho mas sencillo. Probablemente yo sea el equivocado.

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    1. Si, coincido. No hay que desperdiciar lo valioso, en cuanto a lo teológico y espiritual , de esta entrada. Es genial!
      Pero volviendo al tema, y en aras de simplificar, me pareció execelente y a modo de resumen, el último comentario a la entrada anterior, hecho por alesolap.

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    2. Le agradezco su comentario elogioso. Un cordial saludo en Cristo y María.

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    3. Creo que la tesis que se quiere mostrar, sí requiere este desarrollo previo. Sobre todo porque es una refutación a un planteamiento repetitivo de don Wanderer. Yo, habiendo leído el artículo de Rorate Cæli sobre el que se desarrolla esta disquisición, estoy dispuesto a aceptar este análisis, porque nunca me ha parecido que lo de Berg sea solo de fintas y amagues, y alguien con más luces que las mías (que son pocas) lo ha desmenuzado bien, a mi entender.

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  2. Este fragmento de la publicación es excelente!
    Chapeau!

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  3. Los méritos de Virgilius son incuestionables. El sólo hecho de poner a nuestra disposición el sagrado tema de la Santísima Trinidad, esto es de las relaciones de las personas divinas entre sí y con el mundo ya es suficiente para agradecerle de modo encomiástico.
    Desde luego, la profundad de la temática me supera, de modo que sólo me limitaré a comentar algunos fragmentos:

    “La incorporación de los seres humanos a la relación propia de Cristo con el Padre constituye la existencia misma de la Iglesia; es la comunión, fundada en y por Cristo, de los que han sido dotados de Gracia en ella con el Hijo eterno. El don de sí mismo del Hijo al Padre nos ha integrado en Él mismo, de modo que llegamos a ser “hijos en el Hijo”. En este pasaje Virgilius remite la existencia misma de la Iglesia fundada en la relación del Hijo encarnado con el Padre. De donde la religiosidad no se debe entender en sentido horizontal sino esencialmente vertical o trascendente, porque no se funda en una decisión humana sino divina.
    “El segundo aspecto está internamente relacionado con éste. De la encarnación de Dios no se deduce en absoluto que Cristo, que asumió como propia la naturaleza humana y la unión con la naturaleza divina y la elevó sobrenaturalmente, esté ya unido de este modo con cada persona humana”. Vale decir, la unión hipostática, aunque es la condición para que los hombres puedan unirse a Dios, sin embargo todavía no implica la unión de hecho de todos los hombres con Dios. Con lo cual se cierran las puertas a una suerte de religiosidad inconsciente o anónima.
    “Esta unión tiene lugar por mediación del Espíritu Santo, cuyo envío es un acto de salvación en sí mismo, en el que se constituye la Iglesia, que es a la vez el instrumento del Espíritu de Dios para la unión de los hombres con Cristo y es ella misma la comunión mística con Cristo”. Maravilloso pasaje donde, por contraposición a los excesos de un falso ecumenismo, se le adjudica a la Iglesia todo el valor que ella tiene en la economía de la salvación.
    “Que el Dios encarnado pueda unirse a nosotros depende esencialmente de nuestra libre autodisposición”. En respuesta a la pregunta de por qué hay que ponerle freno al espíritu complaciente del “todos todos, todos”, Virgilus nos responde inmediatamente, porque, a pesar de todos los esfuerzos que Dios haga para vincularse con todos los hombres, es necesario que los hombres hagan un esfuerzo de aceptación que supone conocimiento, aceptación, arrepentimiento, alabanza y gratitud por parte del hombre, pasos esenciales, que el espíritu autosuficiente e inmanentista de muchos hombres no están dispuestos a dar. Vale decir, el hecho de que Dios panga todo de sí para salvar al hombre, no quita el que nada pueda hacer si este hombre, que somos todos nosotros, no está dispuesto a colaborar en la fundamental tarea de su propia salvación.
    Gracias Virgilius. ¡Dios lo bendiga a usted a y toda la Iglesia! ¡Alabado sea Jesucristo!

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    1. "[...] Los méritos de Virgilius son incuestionables ... [...]"

      Creo que es Vigilius no Virgilius.

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  4. Me parece una reflexión muy profunda. En el Misterio central de la fe católica, la Santísima Trinidad, es muy frecuente tener que hacer muchas matizaciones. En este caso concreto, me parece que habría que hacerla en esta frase : "Este proceso tiene una profunda dimensión teológica trinitaria: mientras que el Creador del mundo no es el Hijo, sino el Padre, que engendra el mundo “en Cristo”, la nueva creación se debe al acto del propio Hijo".
    El Hijo es también Creador del mundo. La Creación es solo una atribución que se hace al Padre, pero tanto el Hijo como el Espíritu Santo son creadores. La Creación es obra de la Trinidad, pues es una acción "ad extra". San Ireneo la atribuye al Padre con la bella imagen de que la realiza con sus dos "manos", la del Hijo y la del Espíritu Santo.

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  5. Hay tercera parte?
    Aún no explica en qué puntos Bergolio destruye teológicamente la Tradición

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    1. Habrá más que una tercera entrega, pues es una exposición muy completa y muy precisa, que implica un considerable esfuerzo de traducción que lleva su tiempo. Virgilius demuestra una envidiable capacidad de observación, de análisis y de síntesis.

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    2. Supongo que habrá más que una tercera entrega, pues se trata de una exposición muy amplia y muy profunda, que conlleva un considerable esfuerzo de traducción.

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  6. Están hackeando la página? Hoy no se pudo entrar en todo el día

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  7. Si en lo humano natural que es previo a la gracia no quedase fundamentalmente nada que pudiera "conectarse" con el "otro lado" en el ámbito sobrenatural, entonces nada de lo humano sería adecuado para ser salvado, por tanto Dios no salvaría nada. De ahí que la afirmación conciliar de que "el Verbo encarnado se ha unido en cierto modo a todo hombre" es crucial para explicar que Dios ha venido a salvar algo del hombre, al hombre mismo en definitiva, por mucho que en un tercer paso, el hombre deba responder. Primero, Dios considera al hombre natural como adecuado (no digo digno, sino adecuado) para ser salvado, en segundo lugar le ofrece la salvación, y en tercer lugar el hombre puede responder. Los tradis os olvidáis del primer paso.

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    1. Nadie se olvida del primer paso. Considerarlo adecuado no significa que el hijo se encarne en cada hombre como erróneamente refiere el modernismo.

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  8. El sentido del pasaje tan denostado de Gaudium et Spes 22 “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” queda claro a partir del texto que le sigue inmediatamente:

    “Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.”

    Es claro que la unión entre el Verbo y los seres humanos obrada por la sola Encarnación es la que existe entre los individuos de una misma especie y que, post pecado original, esa unión no es salvífica en acto sino solamente en potencia. Mas aún, post pecado original la Encarnación es salvífica en potencia solamente porque fue seguida por la Pasión, Muerte y Resurrección.

    Todavía más: si uno busca afirmaciones potencialmente heterodoxas, el texto que precede al pasaje famoso es una veta mucho más rica:

    “El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual.”

    Para interpretar ortodoxamente la afirmación "ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina" se necesita calificar "a la descendencia de Adán" con "(potencialmente a toda ella, de hecho solamente a quienes respondan positivamente a la gracia)".

    Para interpretar ortodoxamente la afirmación "En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual" se necesita calificar "en nosotros" con "(potencialmente en todos, de hecho solamente en quienes respondan positivamente a la gracia)".

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  9. Creo que la interpretación correcta sería que todos los hombres están unidos a Cristo porque están unidos por el Bautismo, la Eucaristía y la Gracia, y quienes no están en esa situación también están "en cierto modo" unidos a Cristo porque están llamados a unirse a Él, salvo los condenados.

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