por Eck
El camino era largo, seco, caluroso. Sin una sombra ni una brisa. Al bochorno se le sumaba un polvo pegajoso y el hedor de las bestias y hombres que le acompañaban. A pesar de su ímpetu, sus prisas y de su enfebrecido celo, la modorra se iba asentando en su ánimo, la somnolencia se iba adueñando de su cuerpo y su desfallecimiento le iba conquistando. De repente, todo se volvió negro, negrísimo.
No, no era el sueño. El golpazo dolía, y dolía mucho en sus huesos. Y, sobre todo, esa voz que hace despertar a los muertos resonaba con infinitos ecos en su cabeza y la pregunta que le hizo era demasiado real:
“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”Respondió él: “¿Quién eres, Señor?”
Díjole Éste:“Yo soy la Revelación y el Magisterio eclesiástico a quien tú persigues. (Hch IX, 4-5)
Claro que Nuestro Señor no contestó esto sino: “Yo soy Jesus, a quien tu persigues”, a pesar de lo les hubiese gustado a muchos. Y es que desde sus definiciones, San Pablo era un modernista. Y de los peores. Ya era sospechoso por su uso casi monomaníaco por los protestantes y otras malas hierbas hereticonas, ¿qué decir de su enfrentamiento con el Papa? O, mucho peor, su denuncia en la Carta a los Gálatas de las tradiciones humanas opresivas y su canto a las libertades espirituales del cristiano...
San Pablo basa toda su predicación en su experiencia religiosa, en su encuentro personal con el Otro, en la teofanía de Jesucristo resucitado y glorificado. Sólo después de tres años de meditación en Arabia acudió a San Pedro (Gal. I, 17 y 18). Y aún más, luego de 14 años, acudió a los Apóstoles para con-firmar su Fe y su predicación por si corría en vano (Gal. II, 1-4). Para más Inri esto último lo hizo por una revelación divina personal y con el cuajo de una década y media después de empezar a evangelizar a medio mundo conocido...
Et tradimodernismo: definición
Sé que a muchos les ofende hasta el tuétano el concepto de tradimodernista. No me extraña; lo suelo usar con ánimo polémico, pero, sobre todo, para describir una verdad controvertida que muchos vemos pero pocos asumimos: la asunción de conceptos y concepciones modernistas por parte del tradicionalismo, y antes por la teología ultramontana del siglo XIX, y cuyas consecuencias las estamos sufriendo hoy. Claro está que esta asimilación no fue voluntaria y ni siquiera consciente, pero no por ello menos real. Al revés, fue más efectiva y sus consecuencias más duraderas y profundas. De hecho, podemos afirmar que el triunfo casi universal de esta cosmovisión religiosa después del Vaticano II entre el clero y el pueblo se debió en gran parte a la labor de zapa oculta del tradimodernismo, en especial del ultramontanismo, trocado en ultramontinismo en los sesenta. Mientras la crisis modernista de 1890-1910 no afectó a casi nadie del clero y del pueblo, pues todavía vivían la mayoría en un cristianismo prerrevolucionario y preultramontano, cincuenta años después arrastró a casi toda la Iglesia sin casi resistencia.
La principal fuente y ocasión de entrada es el agere contra o “¿Qué dicen los modernistas, que me opongo?” Pero y acaso, ¿no es el modernismo como Proteo, según sus detractores, que cambia de forma en cada momento?¿Cómo uno puede oponerse sistemáticamente a lo amorfo sino convirtiéndose en roca? Pero esto es como mirar a la Medusa y con los mismos efectos. Es convertir el Pan de Vida que es y está en la Iglesia en piedra inerte y muerta. O peor aún, volviéndose igual a lo combatido en una reacción en espejo, que cambia según lo hacen los gustos pontificales. Es el peligro de la identidad negativa de la que habló hace ya un tiempo Wanderer: “Se observará que la ortodoxia no pretende ser lo opuesto a la herejía. Si la herejía es lo opuesto a la ortodoxia, lo contrario es falso”.
Y he aquí el nacimiento de las otras dos ramas del árbol modernista: el ultramontanismo y el ultramontinismo.
Breve análisis de un texto ejemplar
“Precisamente el P. Cornelio Fabro sostiene que la contaminación más esencial de la doctrina católica por parte de los modernistas «ha sido la tentativa de interpretar la experiencia íntima del individuo (autoconciencia) en continuidad directa con la vida religiosa y la toma de conciencia o experiencia religiosa como esencia de la Divina Revelación y la vida de la Gracia. Por el contrario, toda experiencia religiosa en el ámbito de la vida de la Gracia y de la Fe sólo puede tener un valor secundario, supeditado a la Revelación y al Magisterio eclesiástico»” (voz Modernismo, en la Enciclopedia Cattolica, Ciudad del Vaticano, 1952, vol. VIII, col. 1196).
Dejando aparte de que toda experiencia es, de por sí, íntima, hagamos caso al sacerdote filósofo y vayamos a la Revelación. ¿Y qué nos dice la Revelación? Esto: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y lo que nuestras manos tocaron, acerca del Verbo de vida, porque la vida ha aparecido, y nosotros hemos visto, y testificamos, y os anunciamos esta vida eterna que estaba con el Padre y se nos apareció”(I Juan 1:1-2)
¿Qué mas experiencia personal que ésta? Pero vayamos con otro testimonio de la Tradición:
“Noli foras ire, in teipsum redi, in interiore homine habitat veritas. Et si tuam naturam mutabilem inveneris, trascende et teipsum. Illuc ergo tende, unde ipsum lumen rationis accenditur”. (“No vayas afuera, vuélvete a ti mismo, en el hombre interior habita la verdad. Y si encontraras a tu naturaleza mudable, trasciéndete a ti mismo. Tiende, pues, allí a donde la misma luz de la razón está encendida”. (San Agustín, De vera rel. 39, 72)
Ahora resulta que San Agustín es el archimodernista, aunque pensándolo bien, tiene su lógica. ¿No era Lutero augustino...? Y es que en el ámbito de la Gracia, la Fe sin experiencia religiosa propia, personal, sencillamente no existe. Y por eso, no puede tener un valor secundario frente a la Revelación y la autoridad de la Iglesia sino que es su fin: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn. XVII, 3). Esta confusión entre medios y fines tiene su raíz en la asunción de presupuestos modernistas. Se opusieron tanto al modernismo que acabaron comprando su mercancía averiada, atacaron tanto a esta herejía que aceptaron de matute sus conceptos. En este caso y como una página afirma: “La experiencia religiosa o emocionalismo inmanentista”. Toda experiencia y autoconciencia es un sentimiento o emoción, cambiante, mudable.
Aceptan sin darse cuenta ni dudarlo lo siguiente
-Individuo frente a persona, es decir, como entidad totalmente autónoma frente a la criatural y comunitaria.
-Experiencia religiosa aceptada en su concepción modernista (emocionalismo inmanentista) frente a la total de la tradición (“Y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza” Mc. XII, 30 )
Es decir, se aceptan sus corolarios: no hay experiencia religiosa racional puesto que la hemos definido como emoción, por lo que, si la experiencia es real, no puede ser racional. Además imanente, no transcendente, por lo que ataca la base de la Revelación histórica que es la experiencia personal de los Apóstoles. Tras el susto de las condenas de Gregorio XVI y Pio IX por ir directamente contra la autoridad de la Iglesia y viendo que sus enemigos asumían sus presupuestos, bien sabían los modernistas donde atacar a principios del siglo XX, en el punto más débil de sus contrincantes: el método histórico-crítico de las Escrituras y de los testimonios de la Iglesia primitiva.
Si la experiencia es irracional e inmanente, con afirmar que el cristianismo nació de una experiencia Dios, como lo fue pues nadie lo puede negar, se sigue que los contenidos de la Fe son irracionales e inmanentes. Todo el edificio teológico católico se hunde en su base y paradójicamente los defensores del tradimodernismo, obnubilados en la defensa acérrima de la jerarquía, su potestad y autoridad, que essu verdadero interés, proclaman inconscientemente una fe fiduciaria, más bien luterana, en el Magisterio de la Iglesia, cuya base está... en el testimonio apostólico hasta el martirio. En cuanto flojee esta fe, adiós. Y así sucedió en el Vaticano II.
Se asumen tantos principios modernistas, aunque en oposición: eadem est scientia oppositorum y el principal es el ontológico de que la cosas, objetivas, están por encima de las personas, subjetivas, dando la vuelta a toda la metafísica y teología tradicional. Esto lo vieron preclaramente Newman, Kierkegord y Castellani, y la actual ciencia cada vez los respalda más. Cuando se abandona el prototipo metafísico de la persona, y que son las de la Santísima Trinidad, es imposible reflexionar adecuadamente sobre este concepto cayendo en la cosificación o en salidas fallidas de ella como es casi toda la filosofía moderna.
Ni siquiera piensan en la etimología de revelación, de descorrer un velo, es decir, mostrar a alguien ¿A quién? A Dios encarnado, a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, Verbo eterno del Eterno Padre, redentor y salvador, vencedor del pecado y la muerte, Vida de los vivientes, que viven en Él, de Él y por Él. Normas y dogmas, a esto reducen la religión; eso es lo importante, el poder. ¿Dónde está aquí la Zarza ardiente ante la que descalzó Moises, dónde está aquí la suave brisa del profeta Elías, dónde está aquí la terrible visión de Ezequiel, dónde la magnifica epifanía de Isaias, dónde está la Luz del Tabor, dónde la oscuridad del Calvario, dónde el fuego abrasador de Pentecostés? ¿Es esta la Fe de la samaritana, la hemorroísa y la viuda de Naím; la esperanza de Marta y María ante el sepulcro de Lázaro?
Para más Inri esta posición echa en brazos del modernismo a todos aquellos que han pasado a la fe por una experiencia religiosa, una conversión, y que no pueden soportar los constructos religiosos decimonónicos que les imponen para mantener la fachada de iglesia aseada, burguesa y deseada y que no son para nada tradicionales sino fariseos. Dan por su fanatismo el premio a los enemigos y las prendas de la victoria a sus contrincantes, aceptan su marco y sus concepciones con alegría y despilfarro. Y luego lloran amargados que se quedan solos y derrotados.
Conclusión
La da el propio San Agustín en la frase que citamos, que es transcender la experiencia personal hacia donde reside la Verdad y la Razón, a Dios encarnado. Y que la Iglesia con-firma, hace firme, con su autoridad divina la veracidad de toda esta experiencia religiosa de sus componentes por ser ella “columna y fundamento de la Verdad” (I Timoteo, III, 15), siendo ella misma el Cuerpo Místico de Jesucristo (Col. I, 18), estando sus miembros injertados en la Vid (Jn. XV, 5), de la cual reciben su savia, la gracia, por los sacramentos. Es, pues, evidente que la Iglesia participa místicamente de la Verdad pues su vida es Áquel que dijo: “Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida” (Jn. XIV, 6) y que es infalible en la Fe que profesa y que establece como Regla. Todo, es decir, TODO en la Iglesia está hecho y en servicio de que cada persona se pueda encontrar en persona con Cristo pues sólo en ella se le puede encontrar puesto que ella es Cristo difundido y comunicado. ¿Normas y leyes? Para facilitar y quitar impedimentos al encuentro, ¿Dogmas? Para saber que le encontramos a Él y no a otro, para no confundirnos ¿Liturgia? Preparación del encuentro a través de los Sacramentos en la participación de su Cuerpo y Sangre aquí, y para el encuentro definitivo en el Más Allá y el completo y glorioso en el Último Día.
La asunción indirecta del marco modernista por una oposición más maniquea que racional ha provocado innumerables desastres en la Iglesia. El Antimodernismo es un modernismo pero invertido, dado la vuelta; no es una defensa de la Fe, compra su marco, sus conceptos y su visión, se vuelve su gemelo, su caricatura de forma inconsciente, el mejor homenaje a un enemigo: un simia modernistarum aunque no lo quieran reconocer. En este sentido es revelador el siguiente pasaje del artículo referenciado: “Por el contrario, toda experiencia religiosa en el ámbito de la vida de la Gracia y de la Fe sólo puede tener un valor secundario, supeditado a la Revelación y al Magisterio eclesiástico”. Tras aceptar los presupuestos y como no pueden negar la experiencia cristiana, creen salvaguardar la Fe supeditando la experiencia “a la modernista” a la Revelación y su verdadero ídolo, el magisterio, es decir, la jerarquía. Vana esperanza: Et in Arcadia ultramontana ego.
Santa Teresa define oración mental como: tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.
ResponderEliminarHay que hacer oración mucho más que tildar diariamente la lista de devociones. Reducir la religión a una ideología es modernismo.
Simplemente magistral. Me dejó sin palabras.
ResponderEliminarEl artículo está bueno, pero me pregunto si el autor no cae en aquello mismo que critica pero haciendo un hombre de paja de lo que él denominada "ultramontanismo". Hace falta matizar mucho más.
ResponderEliminarMuy necesario este artículo. Recuerdo una humilde definición que di a que es la Religión, en la asignatura de Fenomenología religiosa: el ser humano religa a un ser superior su dimensión trascendente e inmanente. No se agota el Misterio. El Dogma como penúltima verdad y junto a lo que ha citado nos ayuda para tratar de contemplar la última y definitiva Verdad: Jesucristo y agradecer que tengamos Fe católica por la Gracia de Dios
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