Don Tollers volvió con un nuevo Comentario que merece, sin más, la categoría de Post:
Estimado Wanderer, tiene Ud. razón, igual que el Anónimo Normando: sobró voluntad, faltó inteligencia. Y no sólo en España, sino en toda la Cristiandad. Y no sólo en 1950, también en 1590. Claro que la inteligencia que faltó no se compra en el almacén de la esquina, ni se alquila al mejor postor, ni se obtiene, justamente, a fuerza de brazos (aunque algo de eso hay).
Pero a lo nuestro, Wanderer, ganaron los maricones. ¿Cuándo? En 1945. Ese año no sólo significa la derrota del Tercer Reich y del Eje o el triunfo de los Aliados, de los comunistas y de los liberales. Significa considerablemente más. Porque si con la derrota de Alemania pierde el racismo estúpidamente materialista y la locura de una ambición fáustica sin límite ninguno (y que hacía tiempo que había perdido su razón de fin), también se pierde mucho, muchísimo más. Yo, qué quiere que le diga, soy “medianamente anti-nazi”, pero no se me escapa que en la guerra (y quizá en las dos guerras mundiales) estaba en juego, mucho, muchísimo más que el nazismo.
Es que el Eje, lo querramos o no, encarnó una cantidad de banderas que en Occidente, y por tanto, en el mundo entero, después de 1945 ya no se podrían enarbolar sin que a uno lo acusen de “nazi”. Al nazismo quedaron asociadas una estética, una cosmovisión, una enorme cantidad de ideas, de ideales, de valores. Y entonces, caído el nazismo, cayó con él todo eso que le estaba -bien o mal, es irrelevante- asociado.
Me refiero a las virtudes “duras” de la Cristiandad. Del Evangelio desciende la benevolencia y la compasión, cómo no. Pero también el coraje y la disciplina. Nos viene de Cristo la mansedumbre y la paciencia, pero también la ascesis y la indignación ante la injusticia o la impiedad. El Cristo acariciando la cabeza de los niños es tan nuestro como el que expulsa a los mercaderes del Templo a latigazos limpios (y eso con fría deliberación, como que Él mismo se hizo un mozo de cordel con el que fustigó a los profanadores y blasfemos tenderos).
Una concepción sacra del cosmos, el patriotismo, la lealtad, la constancia, un cierto estoicismo, una estética de la austeridad, un humor levemente irreverente para con las cosas de este mundo, la primacía del campo sobre la ciudad, familias fuertes, la patria potestad ejercida con firmeza, la cosas todas cristianísimas, sí señor. Pues la valorización del “ethos” campesino quedaron asociadas al nazismo. La fidelidad, contra viento y marea, una esperanza alegre contra toda tentativa psico-no-sé-qué de “fortalecimiento del hombre viejo”. Una caridad de la verdad, por encima del amor sentimentaloide y voluble del cachafaz que, como dice Chesterton, “llama con el pomposo nombre de imparcialidad a lo que en realidad es una gran ignorancia; y llama con el elegante nombre de ignorancia a lo que no es sino una enorme indiferencia”.
Ganaron las virtudes blandas, asociadas a los Aliados (y eso pese a que tenían a Stalin consigo). Pero más que a los Aliados, las virtudes blandas venían de la mano de los Dos Grandes Bárbaros, que a izquierdas estaba el comunismo y a derechas el liberalismo extra-europea, desconectados de la herencia romana, desconocedores del latín, de la filosofía griega, de regiones lejanas y eccéntricas que nada sabían de la Gran Herencia que venía de las playas del “mare nostrum”, del Mediterráneo. A Berlín llegó un negro de Minnesota mazcando chicle y un mongol de Siberia, violando rubias. Se sentaron juntos a tomar vino del Rin y celebrar la victoria del Poder Internacional del Dinero.
Pero tenía razón Castellani, “avant la lèttre”, cuando casi ni se ocupó del comunismo. No valía la pena, no tenía andadura, y si se cargó no menos de 66.000.000 de almas inocentes en menos de 70 (así se admite en el Libro Negro del Partido Comunista Francés) era menos, infinitamente menos, nocivo, deletéreo, que el liberalismo. Solzhenitzyn tenía autoridad para decirlo, y lo dijo en Harvard.
Ganó el liberalismo, esto es, ganaron los maricones (¿será casual que el gran héroe de las películas de Hollywood sobre la heroica actuación de los yanquis durante la guerra se reveló con los años como maricón?). Los que sostienen a rajatabla las virtudes blandas. Tolerancia, relativismo, confort, auto-indulgencia, “calidad de vida”, egoísmo, hedonismo. En treinta años, más o menos, (eso nos coloca en 1975), los “valores” blandos reinaban supremos en el mundo entero. Hubo, sí, una pequeña inercia que dio lugar a los centuriones que nos contó Lartéguy (y que Coppola puso, de paso, en su “Apocalipsis Redux”), pero ellos también fueron barridos del mapa para principios de los años sesenta. Y llegaron las virtudes blandas, la buena noticia que predica Monseñor Panchampla, “Paz, dulzura y prosperidad”. Son, claro está, los “valores” de un adolescente, que adolece, precisamente de una buena vida, de una buena crianza, de una buena educación. Y entonces todos, curas y amas de casa, gerentes y soldados, profesores y poetas, comenzaron a portarse como si tuvieran quince o dieciséis años. A vestirse, a hablar, a reflexionar y a reaccionar como cuando uno tenía la edad del pavo. La mamá se fue a hacer gimnasia, el papá se fue a un recital de Queen, el hijo se fue a hacerse un tatuaje y la nena... la nena anda buscando médico para matar al nene que lleva en el seno.
A los Aliados no se les movió ni un pelo si se trataba de incendiar a Dresde, a Hamburgo, o de borrar del mapa a Hiroshima y Nagasaki, si a mano venía (y en Roma estaban tan ocupados de condenar el Holocausto que de estos pequeños “holocaustos” no dijeron ni mú). Pero los vencedores representaban las virtudes blandas, las de los maricones. Y a las verdaderas, las virtudes de los “vir”, les cambiaron el rostro (véase “La Moral en Confronto” de Castellani, está en la antología “Castellani por Castellani”).
A lo largo de la Historia, dice San Agustín, parece que la cristiandad se fuera desplazando hacia occidente. Nació en Jerusalén y luego, por misteriosas razones que el de Hipona no sabría explicar, se fue desplazando hacia el occidente. Y sí, el cristianismo de Carlomagno, por ejemplo, tiene notas y características harto diferentes que el cristianismo de Bizancio, por ejemplo. O el de Rusia. Aquellos, los de Oriente, bien podían ser cristianos, y los hubo, muchos, ejemplares. Pero allí nunca pudo establecerse lo que llamamos la Cristiandad. Y eso que llamamos Cristiandad es, precisamente lo que Belloc llama Europa con la fe: una rara mezcla de virtudes duras y blandas encarnadas política, socialmente, en las costumbres y en todo. Pero cuando el cristianismo “se mudó de domicilio” a dejó de ser la Cristiandad y quedó asociado a los centros financieros de California, a la comida rápida, al chicle, a la coca-cola, a los automóviles suntuosos, al blues y al rock & roll. Quedó asociado al relativismo moral, a la democracia y a la “psico-charlatanería” que domina el lenguaje de nuestro tiempo. Hacía falta que ganaran los Aliados para que se impusieran el pelo largo con Los Beatles, la falopa con los hippies, el amor libre con la pildorita y el aborto con el relativismo moral (¿es mi vida, viste?). Y luego, ¿cómo sorprendernos si después llegaron, en masa, los maricones?
Los Aliados tardaron unos treinta años en imponerse por completo. El 20-N de 1975 murió Franco y sanseacabó. De chaqueta vieja a camisa nueva. España no pudo resistir todo esto. Más que nada porque el katejón estaba en la Iglesia y la Iglesia jugó que sólo puede calificarse de papelón. Fíjese un poco, si me aguantó hasta acá, estimado Wanderer: sólo quince años después de 1945, se eligió a un “Papa bueno”, l.p.q.l.p. Y ése (que Dios lo tenga en su gloria y nunca lo suelte) convocó a un Concilio “bueno”, que nos trajo un lenguaje “bueno” (que suprimió al “malo”, claro está, el maldito latín), una liturgia acorde con los tiempos de la bondad, una moral conciliadora con el mundo, devociones bobas para consumo de adolescentes, música blanda para acompañar los ritos (terminamos con el judío Bob Dylan cantándonos estupideces mientras zapateaba sobre los huesos de San Pedro). Y luego llegó, no podía faltar, la “Juvenilia”, como la llamó excelentemente Romano Amerio, ese demagógico culto a la juventud. Llegó el ecumenismo en términos relativistas, y luego empezamos a pedir perdón. Y así Pablo VI intercedió por los etarras que Franco quería fusilar, y habló en Naciones Unidas sobre la discriminación y los derechos humanos y... ¿para qué seguir?
Y todo eso acompañado de la continua, incansable, permanente letanía de loas al progreso, a la tecnología, a la evolución. San Televisión, ruega por nosotros, Santa Radio, ruega por nosotros, San Darwin, ruega por nosotros, Santo Apolo XI, ruega por nosotros, Santa Computadora, ruega por!¾¾nosotros, Santo Progreso ¡Santo cielo!Sobró voluntad, faltó inteligencia. Pero, ¡hombre! juntáramos a José Antonio, a Codreanu, a Brasillach, a Salazar, a Mussolini si quieren, y todos juntos, con inteligencia y un solo corazón... tampoco creo que hubiesen podido detener la gran ola democratizadora que todo lo nivela, que arrasa con cualquier contrafuerte, financiada como está por el Poder Internacional del Dinero que, como vaticinó Platón hace cosa de veinticinco siglos atrás, una vez que se instala, agarráte Catalina. Y si tienen dudas, vuelvan a la “Autopsia de Creso”, de nuestro Marechal.
“Primero debe venir la Apostasía”. Al revés también. El dinero no puede ganarle al espíritu de servicio, con tal de que los cristianos sirvan, dendeveras. El confort no puede ganarle a la ascesis, con tal de que los cristianos sean austeros, en serio. El relativismo no se puede imponer, con tal de que los cristianos vivan de acuerdo a sus convicciones genuinas. No se podría destruir una liturgia digna, piadosa y tradicional menos que fuera huera, farisaica y de poca sustancia interior. El psicólogo no le puede ganar al confesor, con tal de que el confesor confiese en serio y siguiendo la moral viva (e inteligente, ¡ay!) de Jesucristo Nuestro Señor. El empresario no podría contra el obrero católico, si éste cuenta con respaldo genuino de un apostolado que sabe, porque así lo dijo El Jefe, que pobres tendríamos siempre con nosotros. Ahora, lo que pasó: el Obispo era del Opus Dei, y comía con los fariseos, lo cual estaba bien. Lo malo era que no les dijo nada (probablemente porque ya era uno de ellos). El cura se hizo socialista primero y después cura obrero. Se fue a laburar a las fábricas. Después perdió la fe y si no colgó los hábitos se hizo hippie burgués. Terminó comiendo en el Jockey Club y últimamente es un tarado-bueno-para-nada. ¿Quién no los conoce? Y son legión y su nombre es “legión”.
Pero nombremos a uno, por lo menos. Me contaron que cuando vino Thomas Molnar a Buenos Aires para pronunciar una conferencia (1982) sobre la vida en USA, se paró un cura que estaba la primera fila y lo apostrofó con que cómo podía hablar así de un país que lo acogía, que el protestantismo había promovido muchas libertades individuales que había hecho progresar mucho a esa sociedad y que si a Molnar no le gustaba, por qué no se iba a su país.
-No puedo volver a mi país por razones obvias, está bajo dominio de los comunistas. Pero lo que no entiendo es por qué Ud. no deja su país…-¿Pero qué dice? Mi país es la Argentina y no pienso dejarlo.-No, bueno, me refería al Catolicismo.
El cura era Rafi Braun.
Y los laicos dejaron que curas como éste hicieran lo que les venía en gana. De clericales que eran “compraron” cualquier basura: la pildorita, las confesiones colectivas, la abolición de las devociones marianas, intercomunión con los protestantes, misas “show” con guitarra eléctrica, batería y pandereta. Y todo el tiempo la miasma democretina de la modernidad que avanzaba aquí y acullá, a lo bruto, sin encontrar, casi, resistencia alguna.
El papelón de la Iglesia en estos últimos tiempos. La Gran Apostasía. No le podemos echar culpas al pobre Franco que sólo contaba con su Fe, su voluntad y un poco de viveza para el aquí y el ahora. Mas no tan vivo como para impedir que los del Opus se lo comieran crudo. No porque no fueran de diferente color político. Sino que compartían una común colusión con el mundo. El ni se enteró. Y el brazo de Teresa Caudillo la Grande que tenía sobre su escritorio no alcanzó para ponerlo a él, y a España, a salvo.
Pero aun con inteligencia... no sé. Fíjese, si quiere, estimado Wanderer, en mi carta sobre Acción Francesa (la colgué en mi página www.voila.tz.com): los franceses eran más cultos, más inteligentes y más críticos que los españoles, y sin embargo... ni la izquierda de Maritain, Bernanos y Mounier, ni la derecha de Brasillach, Bardeche y Thibon pudieron con la ola. En cualquier caso, bastó con una pequeña comunicación del Obispo de Grenoble excomulgándolos y chau picho. Y eso en 1926. Ni Maurras pudo con este jueguito de defender a quien te va a hacer pelota.
Es el juego nuestro, ¿no? El de Castellani, el de Bruckberger, el de Newman y el de Bouyer. Es el de Cristo, defendiendo la vera religión contra los “religiosos” que echan espuma por la boca: “Si lo dejamos continuar todo el mundo va a creer en él”. Y siempre hay un traidor en el campamento y la historia se repite una y otra hasta que llegue el Día que todos, marán athá, esperamos con gozo, unos¾¾vez vinos y, de vez en cuando, una buena carcajada.
De modo que a no entristecerse, como bien recuerda en su excelentísima encíclica sobre la Esperanza el Papa reinante. Y donde cita a San Pablo: “no os afligéis como otros que no tienen esperanza” (I Th. IV:13).
Ahora, con la esperanza a cuestas, con la seguridad de un Gran Triunfo Final de Cristo Rey, mientras tanto, mientras Lo aguardamos, fíjese si quiere, ganaron los maricones qué le vamo’ a hacer. Cuando me enteré de los primeros casos de curas pedófilos en New Jersey allá por los años ’80, no lo podía creer. Nadie lo podía creer. Ahora ya nos acostumbramos y lo creemos, que los hay, los hay. Y son muchos.
Pero pensándolo bien, tiene lógica, ¿no?.
Porque ganaron los maricones.
Jack Tollers.