Don Gabino vivía en una calle
arbolada de un pueblo de provincia. Casi todos sus vecinos lo querían bien, algunos
no lo querían, como el cura y los empleados del ferrocarril, y otros lo
detestaban, como las tres monjas del pueblo. No sabían bien de dónde venía; sólo
sabían que se pasaba el día leyendo –desde libros de filosofía oriental hasta
los álbumes con las historietas del El
Tony- y que había viajado mucho.
Don Gabino era de poco hablar,
pero cuando le preguntaban, o algún vecino más avisado lo provocaba con algún
tema que le interesaba, era capaz de estar horas enteras hablando él solo –los
demás apenas si podían seguirlo en sus divagaciones-, pero esos extensos
monólogos eran espectáculos poco habituales pero muy festejados en la vida
pueblerina.
Más regulares, en cambio, eran
las glosas que don Gabino hacía los domingos por la tarde del sermón del cura.
Era ese el motivo de los sentimientos ambiguos del clérigo hacia don Gabino: si
bien solía dejarlo en ridículo por los errores y superficialidades que se le
escapaban en sus homilías dominicales, era también ocasión de que mucha la
gente del pueblo fuera a misa solamente para poder seguir, por la tarde, los
comentarios del viejo, siempre ácidos y mordaces. Y arrimar una decena de
fieles más a la misa dominical no le venía mal al cura preocupado como estaba
por conseguir si no un obispado, al menos una parroquia con mayor prestigio y alcancías
más grandes.
Pero los que más admiraban los
habitantes del poblado era la extraordinaria capacidad que Don Gabino tenía
para conocer a las personas. En pocas palabras, y a partir de un paradigma, era
capaz de destripar –psicológicamente, se entiende-, a la persona aludida. El
juez de paz, que había leído un poco más que el resto, afirmaba siempre con
certeza judicial, que don Gabino debía tener algún parentesco lejano con una señorita
inglesa llamada Juana Marple sobre la que él había escuchado hablar en sus años
de juventud, y explicaba que se trataba de una solterona inglesa que era capaz
de descubrir los más intricados casos policiales a través de la extraordinaria
capacidad que poseía de asimilar, o de encontrar semejanzas, entre un personaje
nuevo desconocido y otro que ella había conocido años, o décadas, atrás.
Y es así que la figura alta y un
poco encorvada de don Gabino se rodeaba año tras año de un cierto aurea que lo
convertía no solamente en el personaje más sabio del pueblo sino incluso, en
casi un profeta. Todos recordaban, por ejemplo, que el año anterior, un 29 de
mayo, en uno de sus arranques monológicos más celebrados, se le había dado por
hablar de los gobernantes, cuando en ese momento era intendente del pueblo el
apacible don Eduardo Siestero, un viejo y noble estanciero que había nacido y
crecido en el pueblo, como su padre y su abuelo, y al que todos apreciaban por su prudencia y
sabiduría. Y
don Gabino se había despachado con lo siguiente:
Habría que hacer la etiología del plebeyo gobernando, tanto en el
Estado como en la Iglesia.
Apunto un rasgo fundamental: la convicción de que el espectáculo comienza cuando él llega. De allí, los comienzos fundacionales. La idea de que él está en el centro de la historia. La manía de cambiar todo. El desprecio por los límites, los modales, las formas, las tradiciones, las leyes. La disposición a renegar del pasado. La constante "transgresión" como valor supremo. El nulo compromiso con la institución que representa. La exaltación de su persona, la autorreferencialidad, etcétera.
Apunto un rasgo fundamental: la convicción de que el espectáculo comienza cuando él llega. De allí, los comienzos fundacionales. La idea de que él está en el centro de la historia. La manía de cambiar todo. El desprecio por los límites, los modales, las formas, las tradiciones, las leyes. La disposición a renegar del pasado. La constante "transgresión" como valor supremo. El nulo compromiso con la institución que representa. La exaltación de su persona, la autorreferencialidad, etcétera.
Nadie, ni siquiera el juez,
habían entendido qué es lo que quería decir, aunque algunos meses más tarde -y
sin que nadie sabía bien el por qué, don Eduardo había regresado definitivamente
a su campo donde se dedicaba a hablar con sus gatos en una extraño lenguaje-, comenzaron
a recordar, por esas cosas misteriosas
que tiene la memoria, los dichos de don Gabino, cuando el gobierno comunal
vacante había sido asumido el hijo de un señalero del ferrocarril.
Los domingos a la tarde, los
personajes del pueblo, y otros entenados de la aristocracia cultural
pueblerina, se reunían en casa de don Gabino. Cada uno podía beber lo que
quisiera: grapa, anisado, lo que llamaban cognac
“Tres plumas” o incluso whiskey, si alguno lograba agenciarlo en algún viaje.
Solamente estaba prohibido con excomunión perpetua a tales reuniones beber Fernet
con Coca Cola, “la bebida más vulgar y representativa de la decadencia contemporánea,
sólo comparable a ir al Colón a escuchar un concierto de cumbia”, había
sentenciado el viejo en una oportunidad.
Un de primavera domingo el grupo
de amigos se apresuró a llegar a casa de don Gabino. Sabían que sus glosas a la
homilía del cura iban a ser sabrosas porque algo raro había pasado. El párroco
siempre hablaba con términos y expresiones muy sencillas, coloquiales y hasta chabacanas
para algunos, pero tenía la capacidad de hacerse entender y que la mayor parte
de su feligresía saliera feliz de la misa por tener como pastor de sus almas a
un hombre tan vulgar como ellos. Pero ese domingo el cura había hablado en
difícil y nadie había entendido nada. Más aún, a nadie le había pasado
desapercibido que en varios momentos, don Gabino, en vez de insinuar una
sonrisa socarrona como solía hacer, se había agarrado la cabeza con las manos.
Sentados en el jardín, porque ya
comenzaban los calores veraniegos y las flores amarillas del enorme aromo
doraban el ambiente, el juez le preguntó:
-
Don Gabino, ¿entendió lo que dijo el cura?
Nosotros no entendimos nada.
-
Yo creo que tampoco él lo entendió. Me parece
que copió todo de algún libro de fines de los ’60, cuando estudiaba en el
seminario… Mire que venir a hablar de utopías en esta época…
-
¿Pero usted lo entendió?, insistió el dueño del
corralón que era hábil no solamente para los negocios.
-
Y mire… lo que entendí es que dijo una
barbaridad. Se lo resumo. Opuso límite
a plenitud, hablando de ellos como de
dos polos opuestos, y eso es una burrada filosófica más grande que las que
podrían decir la burra de Balaam y toda su descendencia.
-
¿Usted cree? A mí me parece que es bastante
claro que lo que nos limita nos impide alcanzar la plenitud- opinó con
parsimonia el agente de seguros que sabía más de filosofía que de pólizas.
-
Y sin embargo no es así, dijo don Gabino. Si el
hombre no tiene límites, es decir, si no está “perimetrado” jamás va a poder
alcanzar la plenitud, y lo mismo pasa con cualquier otro ser de la naturaleza.
Piense usted en este aromo. Según el cura, el pobre arbolito vive en la
bipolaridad entre su límite de ser un aromo y su deseo de plenitud. Pero es
bien claro que la plenitud del aromo es ser un “buen aromo”, es decir,
frondoso, con hojas helechosas y suaves, con flores abundantes y perfumadas que
florecen en primavera, etc. Si no tuviera ese límite, o ese perímetro, no
sabría qué hacer y qué ser, y un año sus hojas serían como las del sauce y sus
flores como las del ciruelo. Y eso no sería plenitud. Eso sería fracaso
absoluto de su ser aromo. Lo que lo hace pleno es, justamente, su límite.
-
Es casi como la herejía de los versos de Antonio
Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, dijo el juez.
-
Así es, siguió el viejo. El camino es el límite de cualquier
caminante, pero es justamente ese límite el que lo hace llegar a su destino. Si
no hay camino, o si no hay límite, el caminante jamás va a llegar a ningún
lado, y su vida va a consistir en dar vueltas y vueltas sin llegar nunca a
nada.
-
¿Y cuál es el límite del hombre?, preguntó uno
de los entenados del grupo, curioso y amable personaje que solía limitarse a
asentir a las conversaciones con expresiones guturales.
-
La naturaleza, que es también el límite todo lo
natural. Es la naturaleza la que marca el límite o el perímetro dentro del cual
debe moverse el hombre, y dentro del cual alcanzará su plenitud. Por eso, si
Pedro se enamora de María, se casa con ella y forma una familia –y todo sale
bien-, alcanzará parte de su plenitud. En cambio, si Pedro se enamora de Juan,
dice que se casa con él y forma con él una “familia”, jamás alcanzará la
plenitud, porque traspasó el límite, se excedió del perímetro que la naturaleza
le fijaba.
-
Habrá que conocer entonces la naturaleza de cada
uno, para conocer los propios límites y así poder alcanzar la plenitud,
reflexionó el juez.
-
Usted lo ha dicho. Tenemos que conocer los
bueyes que nos tocaron en suerte y arar con ellos. Porque la naturaleza es para
todos iguales, pero las circunstancias en que esa naturaleza se desarrolla, la
accidentalidad digamos, es diversa. Cada uno tiene la suya propia, que es
distinta de la del otro. A cada uno la vida le dio bueyes diversos, y la
plenitud consiste en arar lo mejor posible, y hacer los surcos más derechos y
paralelos que podamos, con esos bueyes que nos tocaron, dóciles o ariscos,
viejos o jóvenes, y no andar quejándose porque el al vecino Dios le dio –eso nos
parece a nosotros- mejores animales.
-
Si no conocemos nuestros límites, jamás podremos
ser plenos, sentenció al final el asegurador.
Todos apuraron la última copita
de “Ocho Hermanos” y se fueron pensando en las nietas de la burra de Balaam.
Si hay algo increíble en el blog del Wanderer es la relación entre el Redactor y los Lectores: muchos tienen apodos recurrentes con los que firman acá y en otros lados, y algunos de ellos se conocen en persona.
ResponderEliminarPero miren cómo un anónimo planteó un argumento contrario a Francisco. Un comentarista regular dijo estar de acuerdo. Un tercero trajo una cita del segundo: un párrafo escrito hace un año y medio que vaya uno a saber cómo todavía le rondaba la mente.
Y el Wanderer, que suele prestar su tarima para que otro hable, nos regaló este relato brillante que aclara la cuestión para que pueda entenderla cualquiera, incluso doña Rosa y la Piqueta.
Gracias.
Lo que más me pegó fue lo del fernet. Los pibes de ahora en vez de vino toman ferné con coca. Así estamos... después pretenden que no haya saqueos.
ResponderEliminarErnesto
Hace pocos días el Anónimo Normando nos propinó una clase magistral sobre la "hybris" en la tragedia griega.
ResponderEliminarY luego lo ejemplificó gráficamente (más gráfico que esto, no hay): Ricardo Fort.
Que era argentino, también.
Buenísimo el cuento.
ResponderEliminarMuy bien explicado en este cuento lo de la plenitud y la necesidad del límite. Y uno se pregunta frente a esto ¿En cuántas materias habrá salido bochado JB en el seminario?
ResponderEliminarUna pregunta para J.T.
ResponderEliminar¿Dónde podemos leer lo que escribió el Anónimo Normando sobre la "hybris"?
Hay algo de eso que comenta el primer comentarista.
ResponderEliminarLa apoyatura en uno de los comentaristas es expresa, pero veo varios "tips" de otros.
Creo que Wanderer lo hace a propósito. No para jorobar, más bien para divertirse y de algún modo decir que él es el maestro de ceremonias y anfitrión, pero que del modo que maneja desde años atrás la moderación de este sitio todos le dimos mejor forma a nuestras ideas.
Cuando las ideas se cruzan del progresismo a la ultra, poner las cosas en su sitio (obediencia, santidad, gustos, cultura y otros) supone años de equivocarse, pensar y repensar la Iglesia.
Hay blogs y blogs. Y de los que invitan a pensar con cierto rigor, ironía y humor, Wanderer es el primero entre muy pocos. La mayoría, útiles también, tienen otro objeto.
Anónimo de las 21:41 hs.:
ResponderEliminarLe agradezco el elogio y la cosa es tal y como usted la describe. Algunas ideas que vierto en el blog son mías; otras, -la gran mayoría-, surgen de conversaciones con amigos. Yo me limito a darle una forma más o menos literaria y publicarlas. Y, en otros casos, no hago más que poner a disposición de otros que saben mucho más que yo, como Tollers y Ludovicus, el sitio.
Bueno, no le peguen así al Fernet que Alfred en la última de Batman se zampa uno en una copita principesca en un café repaquete de Florencia.
ResponderEliminarEl culiau cuartetero y saquiador.
EXCELENTE!!
ResponderEliminarOjala algún dia pueda participar de esas reuniones aunque mas no sea sirviendo las bebidas y escuchando.
Estimado cuartetero.
Alfred toma una copita de Fernet puro y solo no rebajado con coca cola.
A propósito de "¿En cuántas materias habrá salido bochado JB en el seminario?" les cuento una anécdota.. Cierta vez hará unos 7 años tomamos por equivocación un tren que en vez de ir a Devoto, donde en esa época vivíamos, iba para otro lado o no tenía parada en las estaciones, algo así, ya no recuerdo. Una señorita bastante joven,alarmada como nosotros al ver que no se detenía en las estaciones nos preguntó y hablando nos enterammos que iba para Devoto, también, al seminario teológico de allí, que había vivido en Italia y que había sentido el llamado de la fé, entonces quiso aprender mas..
ResponderEliminar"Que bueno!" habremosle dicho mi esposa y yo, que además le pregunté "Y que estás estudiando?" en el seminario de Devoto, recuerdese..."Los errores del Evangelio" fué la respuesta!
Yo decía Pero, como? agarrandome la cabeza.El tren se detuvo, nos bajamos y salimos a pié hasta algún lugar...
VERIDICO...
Ireneo
Nunca dije que el Anónimo Normando había escrito algo sobre la hybris.
ResponderEliminarConté, nomás, que había dado una charleta sobre el asunto.
(Lamentablemente, el Anónimo es bastante fiaca cuando de escribir se trata.)
En cuanto a lo que dice el Wanderer, ya querría yo saber la mitad de lo que él sabe.
Con Francis, hasta el Ferné se toman los gringos....
ResponderEliminarhttp://www.whiskeycatholic.com/2013/03/14/drinking-to-the-new-pope-argentinian-style/
Nick
Parece que al fernet o ferné, en Italia lo llaman amaro, es decir amargo.
ResponderEliminarTambién parece que Angel Cabrera se sirvió uno con Coca Cola, combinación llamada Fernando, después de ganar en Augusta. Con saco verde y todo.
No es una bebida espirituosa, según leo, aunque sí bastante iconoclasta, según infiero. Parece que se inventó en Checoslovaquia. Será por eso.
Eso sí, después de un par parece que misericordiás al mismo Satán.
J.
Ireneo, hace unos meses tuve la desgracia de conocer a una estudiante del profesorado de teología. Al principio no me quería contar qué cosas le enseñaban porque el primer día de la carrera le habían dicho "acá van a aprender muchas cosas, pero tengan cuidado con decírselas a otras personas, no sea que les arruinen la fe".
ResponderEliminarTras insistir me contó que, por ejemplo, aprendieron que María Magdalena nunca fue una prostituta. Porque el pasaje de la prostituta perdonada no dice el nombre de la mujer. Entonces no se puede deducir que sea María Magdalena.
Ya otros me habían contado cosas parecidas: una lectura materialista y sola-scripturista de la Biblia que, efectivamente, termina por arruinarle la fe a muchos.
UcB:
ResponderEliminarDe todos modos Santa María Magdalena no fue prostituta sino adúltera que es algo muy distinto.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarLo mismo da, UCB,ninguno de los dos es un pecado contra el Espíritu Santo.
ResponderEliminarN.
Nada que ver, pero completando el tema del "tucho":
ResponderEliminarhttp://www.san-pablo.com.ar/vidapastoral/?seccion=articulos&id=738
jdelr
PErdón Wanderer, pero en el pueblo de Gabino seguro que la propaladora pasaba avisos como estos.
ResponderEliminarjdelr ? Un abrazo. Lo lo vi en la procesión con flores a María.
Aprovecho la ocasión para Saludarlo
Brillante...
ResponderEliminarNo se bien el porqué, pero se me viene a la mente Herodes frente al Señor. No el loquito malo que mandó a matar inocentes, sino el pobre mediocre, el "piojo resucitado" que, como el pavo real, cuando quiere mostrar todas sus plumas termina mostrando sus menos nobles partes...
Muy buen post.
Nemo