Hablábamos, al inicio de esta semana, de la aceleración de la maldad de Francisco. Sandro Magister, en su blog, hace una síntesis y análisis de eso mismo.
La muerte de su predecesor Benedicto XVI, a finales de 2022, fue para el papa Francisco como la desaparición del “katéchon”, del dique que le impedía mostrarse plenamente.
De esto dan testimonio los actos de gobierno que ha anillado en los últimos meses, a un ritmo apremiante.
El último es el anuncio de 21 nuevos cardenales, 18 de los cuales están en edad de cónclave. No aparecen en la lista ni el arzobispo de París ni el de Milán, este último con seis años en el cargo. Pero, sobre todo, no está el arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica de Ucrania, Sviatoslav Shevchuk, también culpable de haber dicho abiertamente todo lo que juzga que está mal en el trabajo de Francisco con respecto a la guerra en curso.
En la lista aparecen dos jesuitas, el obispo de Hong Kong, Stephen Chow Sau-Yan -de regreso de un viaje oficial a Pekín que para el Papa vale más que las humillaciones sufridas a manos del régimen con las recientes incardinaciones de dos obispos sin el debido consentimiento previo de Roma- y el arzobispo de Córdoba, en Argentina, Ángel Sixto Rossi, muy leal a Jorge Mario Bergoglio desde los años en que el futuro Papa fue provincial de la Compañía de Jesús, en marcado contraste con la mayoría de sus cofrades.
Luego está el arzobispo de Juba en Sudán del Sur, Stephen Ameyu Martin Mulla, indemnizado con la púrpura por el ataque que sufrió cuando se instaló en la diócesis en 2019, por parte de opositores de diferentes tribus, quienes también lo acusaron de actos inmorales.
Y hay también dos nombramientos deliberadamente contrarios a las orientaciones conservadoras de los respectivos episcopados nacionales: en Sudáfrica, el arzobispo de Ciudad del Cabo, Stephen Brislin, de piel blanca e ideas similares a las del “Camino sinodal” alemán; y en Polonia, Grzegorz Rys, arzobispo de Lodz, la misma diócesis de la que es originario el cardenal limosnero del Papa, Konrad Krajewski, su amigo íntimo. Rys es una de las raras voces progresistas del episcopado polaco, mientras que Cracovia se queda sin la púrpura, gobernada por un sucesor de Karol Wojtyla de orientación opuesta.
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Pero el nombramiento que más impresionó no es el del argentino Víctor Manuel Fernández como cardenal, muy previsible, sino la previa asignación a él del cargo de prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
De hecho, aquí Francisco logró lo que nunca se había atrevido a hacer en vida de Joseph Ratzinger. Es decir, el nombramiento en el rol clave que fue el del gran teólogo alemán y posterior Papa de un personaje que es todo lo contrario.
Es suficiente decir que su penúltimo antecesor en el mismo cargo, el cardenal Gerhard Ludwig Müller, acusó hace años a Fernández de nada más y nada menos que de “herejía”, por las tesis poco concluyentes que defendía. Pero el papa Francisco no se molestó en lo más mínimo. En efecto, había nombrado prefecto para la Doctrina de la Fe primero a Müller y luego a Luis Francisco Ladaria Ferrer, ambos de impecable ortodoxia, pero para él esto era sólo un tributo obligado a Benedicto XVI que aún vivía. Poco le importaba lo que ellos decían y hacían, incluso, en ocasiones, contradiciendo descaradamente sus sentencias, como, por ejemplo, el veto puesto por Ladaria a la bendición de las parejas homosexuales. Siempre fue Fernández quien le escribió los documentos clave del pontificado, “Evangelii gaudium” o “Amoris laetitia”, incluso copiando pasajes enteros de sus ensayos anteriores.
Y ahora le toca a él, Fernández, hacer “algo muy diferente” respecto a sus antecesores, según la insólita carta con la que el Papa acompañó su nombramiento: concluir con “los tiempos en los que más que promover el saber teológico se buscaban posibles errores doctrinales”, dejar que el Espíritu Santo produzca la “armonía” de las más distintas líneas de pensamiento, “más eficazmente que cualquier mecanismo de control”. En definitiva, el triunfo de ese relativismo que fue el enemigo número uno del teólogo y Papa Ratzinger.
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Otros nombramientos significativos: los de los participantes en el próximo sínodo sobre la sinodalidad. Entre los obispos elegidos por las conferencias episcopales se destacan los cinco de Estados Unidos, todos de carácter conservador, lo que sin embargo Francisco ha remediado añadiendo de su elección a los cardenales mucho más cercanos a él -Blase Cupich, Wilton Gregory, Robert McElroy, Joseph Tobin y Sean O’ Malley-, más el arzobispo Paul Etienne y el muy activo jesuita James Martin, el poeta, este último, de esa nueva moral homosexual que también figura entre los objetivos declarados del verdadero director del sínodo junto al Papa, el cardenal Jean-Claude Hollerich, relator general de la asamblea.
Entre los “testigos” sin derecho a voto, Francisco incluyó también a Luca Casarini, el activista no global al que ha elogiado repetidamente como héroe del rescate de los migrantes en el Mediterráneo, más recientemente en el Ángelus del domingo 9 de julio.
Pero además de los elegidos, también ocupan titulares aquellos a quienes Francisco excluyó de participar en el sínodo, incluidos los titulares de todos los cargos vaticanos que se ocupan del Derecho.
El primero de los excluidos es el cardenal Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y hasta hace poco, por estatuto, también presidente del Tribunal de Casación del Estado de la Ciudad del Vaticano, junto con otros dos cardenales miembros del Tribunal supremo, todos juristas y canonistas de probada competencia.
Pero en la primavera de este año, Francisco promulgó una nueva ley fundamental del Estado de la Ciudad del Vaticano y cambió por completo los criterios para nombrar a los miembros del Tribunal de Casación, reservándose la elección de cada uno.
¿Y quiénes son los cuatro cardenales nombrados por él? Como presidente de la nueva corte el estadounidense Kevin J. Farrell y como integrantes los italianos Matteo Zuppi, Augusto Lojodice y Mauro Gambetti, ninguno de los cuales tiene la más mínima competencia jurídica. Gambetti, por ejemplo, ha brillado recientemente, más bien, por el clamoroso fiasco de un espectáculo presuntuoso con cantantes y una treintena de premios Nobel traídos de todo el mundo en nombre de la fraternidad, en una Plaza San Pedro desoladamente vacía.
Entre los estudiosos del Derecho Canónico, la nueva ley fundamental promulgada por el Papa fue recibida de inmediato con severas críticas. Pero se sabe que Francisco no tiene el más mínimo respeto por el estado de derecho, dado que hasta ahora ha manipulado, por ejemplo, el juicio en curso en el Vaticano por la malversación del edificio de Londres. O como ridiculizó al cardenal Giovanni Angelo Becciu, mucho antes de ser legalmente juzgado y sin siquiera decir por qué.
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Volviendo al nombramiento de Fernández, cabe añadir que este último declaró de inmediato que no era competente para tratar casos de abusos sexuales que se encuentran entre las principales tareas del Dicasterio que se le encomendó, y que había advertido al Papa al respecto en su momento, pero que le habría dispensado de ocuparse de tales casos en el futuro, dejando esta tarea a los especialistas del mismo Dicasterio.
No solo eso, Fernández también admitió que había actuado en forma deficiente, siempre por falta de preparación, al tratar un caso de abuso como obispo de la arquidiócesis de La Plata.
¿Pero los abusos sexuales no han sido declarados muchas veces por el papa Francisco como un tema capital para la Iglesia? Entonces, ¿por qué confiarlos a la responsabilidad de un incompetente?
Está constatado que sobre el caso más espinoso y aún sin resolver, el del jesuita Marko Ivan Rupnik, fue el mismo Francisco en persona quien extendió una cubierta protectora, revocando primero en el espacio de unas horas la excomunión que la Congregación para la Doctrina de la Fe había impuesto al jesuita, y provocando luego que la misma Congregación archivara por prescripción un proceso posterior.
Después le tocó a la Compañía de Jesús abrir una nueva investigación contra Rupnik, corroborada por numerosas denuncias nuevas, todas juzgadas creíbles en el primer examen. Sin embargo, el jesuita evitó siempre esta investigación, hasta que fue expulsado de la Compañía y entonces se encontró aún más libre que antes, a la espera de ser incardinado en la diócesis de un obispo amigo, y siempre bajo el escudo del Papa.
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Considerando también las decisiones menores tomadas por Francisco en los últimos meses, se encuentran allí algunas reveladoras.
Por ejemplo, la creación de una Comisión de nuevos mártires y testigos de la fe, católicos y de otras confesiones cristianas, prácticamente cedida por el Papa a la ya omnipresente -en el Vaticano- Comunidad de San Egidio, con el fundador Andrea Riccardi como vicepresidente, con el secretario Marco Gnavi, párroco de la basílica de Santa María en el Trastevere, y entre los miembros Angelo Romano, rector de la basílica de San Bartolomeo all’Isola, epicentro de la recién formada comisión, y el profesor Gianni La Bella, todos pertenecientes a la Comunidad.
O el inesperado nombramiento de Michele Di Tolve como rector del romano Pontificio Seminario mayor y obispo auxiliar de Roma, hasta ayer párroco en Rho y antes, desde 2014 a 2020, rector del Seminario Mayor arzobispal de Milán.
Curiosamente, las credenciales de Di Tolve como rector del seminario están lejos de ser brillantes. Durante su rectorado en la arquidiócesis ambrosiana el número de seminaristas se desplomó y sus métodos de gestión fueron muy criticados. Una erudita investigación estadística sobre el futuro del clero milanés produjo predicciones desastrosas.
Pese a ello, Francisco lo quiere en Roma como rector y obispo. Y explicó el por qué el pasado 25 de marzo, en una audiencia en el Vaticano a los fieles de las parroquias de Rho. Con estas textuales palabras:
“Os saludo a todos y en particular a monseñor Michele Di Tolve, vuestro párroco, a quien conozco desde hace muchos años y a quien agradezco sus palabras. Lo conocí apenas fui nombrado cardenal: había ido a visitar a una prima mía y ella me habló de un vice párroco excepcional que tenían allí, ‘¡Mira, ese cura trabaja!’. – ‘¿Ah, sí? Preséntamelo, pero no le digas que soy cardenal’ – ‘No, no se lo diré’. Me quité el anillo, llegamos al oratorio y él iba de un lado a otro, moviéndose como un bailarín con todo el mundo. Así fue como le conocí. Y así ha permanecido toda su vida: uno que sabe moverse, no espera a que las ovejas vayan a buscarle. Y como rector del seminario hizo mucho bien, a los chicos que se preparaban para el sacerdocio, mucho bien, y por eso quiero dar testimonio ante todos vosotros y agradecer lo que está haciendo: ¡gracias, gracias!”.
En Milán nadie lloró porque Di Tolve ha sido llamado a Roma. Pero muchos nombramientos de Francisco se hacen así.