lunes, 28 de octubre de 2024

El sacerdocio de los laicos

 


por Eck


En cierta ocasión le preguntaron al cardenal Gasquet cuál era la posición de los laicos en la Iglesia Católica de su tiempo. Y respondió: “¿Los laicos?¿Su posición? De ordinario deben permanecer de rodillas; pero pueden ponerse en pie para el Evangelio. Sin embargo, es necesario que conserven su mano junto al portamonedas”

Louis Bouyer, Tomás Moro, Humanista y mártir, de. Ediciones Encuentro,  Madrid, 1984, pg. 89.



Narra en su Historia de la Iglesia Eusebio de Cesarea que todos los días, al salir de casa, el mártir San Leonidas de Alejandría se inclinaba respetuosamente ante su hijo pequeño recién bautizado para besarle el pecho, adorando así a la Santísima Trinidad que moraba en su corazón por el bautismo. Ese niño llegaría a ser el gran Orígenes, padre de la teología. Compare el lector esta actitud del mártir con la respuesta del cardenal Gasquet a la pregunta sobre el papel de los laicos en la Iglesia. Hemos pasado de la visión sobrenatural y sagrada de los primeros cristianos a la pedestre de los tiempos modernos donde el laico es un quidam, un don Nadie, un siervo cuyo papel es ocupar con su trasero un asiento en la iglesia, decir amén a todo lo que digan los clérigos, rezar devociones privadas a troche y moche, obedecer perinde ac cadaver y, por supuesto, dar limonas y tiempo sin pedir ninguna cuenta de ellas ni en qué se gastan pues otros saben más que él y tienen más gracias de estado que él. Nolite tangere christos meos! (Salmo CIV, 15)

Pero no quiero —por sabido— dejar de recordarles a los sacerdotes otra vez que los laicos son «otros ungidos». —Y que el Espíritu Santo ha dicho: nolite tangere Christos meos —no queráis tocar a «mis ungidos»”.

Esta reflexión esta tomada de un autor moderno, aunque maliciosamente manipulada por nuestra parte, como algún inteligente lector habrá averiguado. Todavía me acuerdo de que esta frase latina y esta visión fue la única defensa que tuvo un sacerdote, canónigo catedralicio para más señas, ante las muchas criticas laicales por el vergonzoso papel del clero moderno en los problemas de la Iglesia. “Callaos y cerrad el pico, untermenschen, como os atrevéis, sólo los consagrados podemos opinar en la Iglesia” vino a decir, olvidándose que todos los bautizados somos miembros de la Iglesia y ungidos como sacerdotes, profetas y reyes y, por ende, sagrados y dignos de respeto religioso...


Una paradoja post-conciliar tradi a su pesar

Una de las mayores paradojas de los tiempos posconciliares está en que los mayores enemigos del Concilio Vaticano II, o de su archifamoso espíritu, son los que mejor cumplen con el deseo y mandato del Concilio sobre el pueblo cristiano y su papel dentro de la Iglesia. Pero la paradoja aumenta cuando la pretensión conciliar, aunque fallida, fue recuperar la gran Tradición que procede de los Apóstoles y los Padres y que quedó oscurecida a partir de la Edad Media y, sobre todo, tras la Protesta por su pretensión de acabar con el sacerdocio sacramental. Y aún hay más ironía en el asunto, pues se oponen en teoría a esta verdad que cumplen en la práctica  usando concepciones mundanas o, Dios nos libre, conceptos filosóficos modernos en lo que, a veces, pareciera un modernismo tradicionalista o tradimodernismo. 

Esto lo podemos ver en el siguiente texto sacado de muchos que corren por ahí:

El rechazo de la Iglesia como modelo de sociedad perfecta (…) supone abandonar el concepto de Iglesia como entidad jerárquica y orgánicamente estructurada según las normas jurídicas y basándose en valores claramente definidos de origen sobrenatural. Por eso, la Iglesia se ha convertido en una entidad fluida e indefinible(“comunión, sinodalidad, pueblo de Dios”),en estado de cambio perpetuo, y susceptible por tanto de toda clase de transformaciones e hibridaciones.

https://adelantelafe.com/de-pio-al-cardenal-roche-pasando-por-pablo-vi-la-diferencia-que-puede-hacer-una-palabra/

Durante tres siglos, hasta los Concilios de Elvira y el de Nicea, en la práctica no hubo derecho formal en la Iglesia como tal (ni cánones, ni códigos, ni procedimientos, ni tribunales constituidos) y hablar de valores suena más a Scheler y Hartmann que a San Agustín y Santo Tomás por no hablar del uso de palabras como estructura, orgánica y demás quincallería intelectual hodierna. Por supuesto, nada de su carácter sacramental, su verdadera esencia, lo jerárquico se entiende solo como poder y clase y no como origen sagrado de la autoridad y se despacha con desprecio conceptos nucleares y tan tradicionales como Comunión y Pueblo de Dios. Sólo pensar que para los antiguos la comunicatio in sacris era el fundamento de la unidad de Iglesia siendo la excomunión la pena mayor y terrible más que una relación legal de jurisdicción, y que el concepto de Pueblo de Dios está revelado en la misma Sagrada Escritura (I Pedro, II, 10) nos hace ver que las transformaciones e hibridaciones no sólo están en un lado como muchos creen ingenuamente.

Por todo esto decimos que a su pesar pues lo que les gustarían a muchos es volver a los paradisíacos días en que los sacerdotes y obispos decidían todo sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, los laicos eran siervos de la gleba, eclesiásticos sin voz ni opinión pero si con obligaciones y los dirigentes podían dedicarse a sus leombloiyianas devociones privadas burguesas, sin incomodidades ni luchas mientras tomaban te y pastas y mangoneaban con sus capellanes. 

Pero Pablo VI et ses amies y ya con Francisco y sus compañías, junto con el hundimiento de la casta clerical por cobardía, mediocridad e incompareciencia les han obligado a mover el trasero y, a pesar del sueño de restauración decimononica que tantos tienen en la cabeza y el corazón, ya las cosas no podrán volver a lo de antes pues se ha revelado falso y por ello Dios lo ha derribado con su providencia. El papel de los laicos vuelve a escena y su punta de lanza se encuentra en el sitio donde menos podía esperarse por ideología y deseo: el tradimundo, revolucionario, o más bien, tradicional a su pesar


La gran paradoja litúrgica

Esta polémica se suele encarnar en las discusiones sobre el sacerdocio real de los laicos y su papel en la liturgia, verdadero archetypos de la Iglesia. El debate suele darse entre los que quieren la confusión, muy liberal y moderna sea todo dicho, de estados y los que separan tanto el sacerdocio del laicado que, gracias a Dios, el celibato clerical a marchamartillo latino impide la constitución de una casta hereditaria sacerdotal al modo hebraico.

Lo malo es que ambas partes están equivocadas. Ni los dos sacerdocios son el mismo aunque sí participan del único de Cristo, ni el laicado tiene un sacerdocio tan simbólico y honorífico que en la práctica es irreal e irrelevante. La paradoja litúrgica está en que se sustituyó el Rito Romano por el Vaticano de la manera más castuzamente clericalista que se pudiera concebir, nada de oír al Pueblo de Dios ni ver qué quería, y, por otro lado, se defiende un rito cuyas afirmaciones superan con creces a ésta del Concilio Vaticano II (SC, 48): “Aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él”. Pero como las afirmaciones de la Misa las hemos convertido en fórmulas mágicas para la producción del Sacramento, no las hacemos ningún caso. Así tenemos el “Orate fratres” con la siguiente afirmación: Ut meum ac vestrum sacrificium acceptabile fiat apud Deum Patrem. O en el “Memento”: et omnium circundantium quorum tibi fides cognita est, et nota devotio, pro quibus tibi offérimus: vel qui tibi offerunt hoc sacrifium laudis. Por no hablar del “Unde et memores” más claro aún pues se dice después de la consagración: nos servi tui, sed et plebs tua sancta (…) offerimus (…) hostiam puram...

¿Será modernista el Canon Romano? ¿San Gregorio era un Bugnini avant lettre?¿No es esto afirmar que concelebran con el sacerdote sin paños calientes ni mandangas ambiguas?¿No contiene la misa nueva una teología más tradicional que la vieja en el fondo? Horreur! Por cierto, casi todas estas afirmaciones, tan radicales si se las toma en serio, fueron eliminadas en la misa nueva para.... dar más papel a los laicos leyendo libracos infumables, dando palmas y besos o haciendo en ganso con las peticiones y ofrendas. Si por lo menos les hubieran dejado predicar... pero el micro es sacrosanto, bromas las justas.

La clave a esta paradoja está en ese bamboleo continuo entre el mío y el vuestro del Canon, que a la vez une y afirma y a la vez separa y distingue. Lo usó el mismo Cristo el día de su resurrección cuando le dio el gran encargo que la convirtió en apóstola de los apóstoles a María Magdalena: “ve a encontrar a mis hermanos y diles: voy a subir a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn. XX, 17) Por supuesto que la relación de Paternidad entre el Padre y el Hijo no es la misma que la que tenemos, pero nuestra adopción por parte del Padre es más real que la natural pues somos hijos en el Hijo. 

Solo hay un sacerdote, Cristo, ante Dios Padre, los consagrados lo hace in persona Christi pero esto no niega que consagren ellos el pan y el vino y el pueblo participa de la ofrenda in persona sacerdotis, pero esto tampoco significa que sus sacrificios sean simbólicos o de mero deseo sino que son reales y más cuando todos, laicos y sacerdotes, se unen en oblación total de sí mismos a la oblación de Jesucristo, nuestro Señor en su santa Cruz para participar de su gloriosa resurrección.


Conclusión

En este artículo solamente hemos intentado dar una pincelada del problema de las relaciones entre el laicado y el sacerdocio en la Iglesia. Tampoco hemos pretendido meternos demasiado en cuestiones de teología del tema porque no somos competentes sobre el tema ni tenemos apenas conocimiento de ello. Tampoco, como podrá comprobar el lector, hemos dado ninguna solución ni esbozo de ella. Sencillamente, no la tenemos. Nuestra intención ha sido señalar que el problema venía de lejos y que el Vaticano II por lo menos vio la gravedad del asunto e intentó solucionarlo aunque, para nuestra desgracia, falló como en tantas cosas de forma clamorosa agravando sus males al provocar la confusión de estados aprovechada por los enemigos de la Iglesia. 

Pero este fracaso no nos debe cegar ni negar que muchas de las concepciones decimonónicas y de los siglos anteriores, tan ardientemente defendidas por tantos como la Tradición, no son verdaderamente tradicionales sino modernas y contaminadas por su influjo, en otra palabra, son tradimodernistas. Su mera sinopsis con las Escrituras o las oraciones del Canon Romano, sin meternos en la patrística, nos hace ver que chocan radicalmente, a menos que creamos que cuando Dios habla a través de la Biblia o de las oraciones públicas de la Iglesia no lo hace en serio o hace juego de manos con su revelación.

Así que el papel de los laicos no se trata ante todo de una participación limitada al ceremonial mismo, como intentan persuadirse los neoliturgistas, ni tampoco una mera participación simbólica u honorífica, es decir, irreal o de deseo, de devoción privada, de recepción mecánica de sacramentos o meramente de sostenimiento del culto, como quieren los muchos, sino una participación activa, es decir, in actu, a la acción litúrgica, a la obra maestra de la Redención, que se hace presente ante nosotros cada vez que se celebra una misa, mediante el ejercicio del sacerdocio espiritual de la oblación de nosotros mismos y nuestras obras a la hostia que ofrece el sacerdote in persona Christi al Padre, para ser transformados en hijos en el Hijo y así participar de su muerte y su resurrección a fin de tener vida eterna.

Si nos hemos centrado en la liturgia, se debe a nuestra concepción como archetypos de la Iglesia, es decir, como regla de la cual se derivan todas las demás realidades porque se podrían hablar de muchos otros asuntos importantes como dice la propia cita inaugural de este artículo y del libro donde la hemos tomado, la biografía de Santo Tomás Moro, ejemplar en este asunto por la grandeza de su testimonio y de su vida, tan en contradicción con la afirmación del cardenal Gasquet.

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