jueves, 16 de enero de 2025

Mons. Carlos Ponce de León, nuevo beato argentino en perspectiva

 


Pasó desapercibido. Una de las primeras resoluciones tomadas por Mons. Marcelo Colombo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, pocos días después de asumido su cargo, fue nombrar una Comisión encargada de estudiar la vida, obra y muerte de Mons. Carlos Ponce de León, obispo de San Nicolás. Se trata, con toda certeza, de los primeros pasos para elevar a los altares a este obispo de izquierdas tal como se hizo hace algunos años con Mons. Enrique Angelleli.

Veamos el estado de la cuestión.


¿Quién fue Mons. Carlos Ponce de León?

Nació el 17 de marzo de 1914 en Navarro, provincia de Buenos Aires. Fue ordenado sacerdote en 1938. En 1966, fue designado obispo de San Nicolás de los Arroyos. Asumió el cargo en un contexto histórico complicado para la Argentina, caracterizado por gobiernos militares y una creciente polarización política. Desde su llegada, Ponce de León se destacó por adoptar una postura pastoral que priorizaba el diálogo con los sectores populares y la denuncia de las injusticias sociales; es decir, un obispo con olor a oveja.

Sin embargo, Mons. Ponce de León no fue solo un pastor preocupado por las injusticias sociales, sino también una figura polémica debido a su estrecha relación con movimientos políticos de izquierda, activistas radicales y figuras ligadas al terrorismo que asoló el país en aquellos años. Su vida y ministerio estuvieron profundamente marcados por su “defensa de los derechos humanos”, pero también por una clara inclinación hacia causas políticas asociadas al progresismo y, en algunos casos, a sectores radicales.

Manifestó abiertamente y en muchas ocasiones su simpatía por los postulados de la izquierda política. Este compromiso no se limitó a declaraciones teológicas o pastorales, sino que se tradujo en acciones concretas, como su respaldo a sacerdotes del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) y su cercanía con militantes de organizaciones como Montoneros. Ponce de León no dudó en utilizar recursos de la Iglesia para apoyar a estos grupos. Por ejemplo, permitió que parroquias de su diócesis fueran utilizadas como refugio para activistas políticos perseguidos por las fuerzas de seguridad. Además, facilitó encuentros entre líderes sindicales y miembros de la Iglesia en busca de apoyo logístico y protección frente a las amenazas del gobierno militar.

Se le acusó de intermediar en operaciones para proteger a militantes montoneros, ayudándolos a escapar del país o a esconderse dentro de su jurisdicción. Un caso documentado es su participación en la entrega de documentación falsa a militantes de izquierda que buscaban evadir la persecución estatal. Estas acciones, aunque presentadas como humanitarias, fueron interpretadas por muchos como una muestra de su alineación con los objetivos de la guerrilla. Este tipo de hechos fueron documentados y presentados en la nunciatura, entre otros, por el Dr. Héctor Hernández, uno de los maestro del pensamiento católico argentino.

Por otro lado, Mons. Ponce de León no ocultó su respaldo a sacerdotes progresistas que desafiaban abiertamente las políticas del régimen militar y las estructuras conservadoras de la Iglesia. Entre ellos, se destacaron figuras como el padre Carlos Mugica, a quien Ponce de León defendió públicamente incluso cuando su activismo en favor de la lucha armada contra el gobierno constituido fue clara. En su diócesis, promovió el trabajo de sacerdotes comprometidos con la teología de la liberación, entre ellos una banda de salesianos altamente politizados.

Murió en un accidente automovilístico el 11 de julio de 1977 mientras se dirigía a Buenos Aires acompañado de un soldado conscripto.


El accidente

Ese día, Mons. Ponce de León viajaba desde San Nicolás a Buenos Aires conduciendo su automóvil, un pequeño Renault 4. Irónicamente, iba a visitar al hospital a un grupo de seminaristas que habían sufrido un accidente de tráfico y a entrevistarse con el Nuncio. Era un día de lluvia y una densa niebla cubría la ruta. A poco de salir, el automóvil fue envestido por una camioneta que venía detrás de un colectivo que, al intentar sobrepasarlo, provocó el accidente que le costó la vida al obispo. 

La camioneta, una Ford F100 último modelo, era conducida por Luis Antonio Martínez, acompañado por Carlos Bottini, ambos productores agropecuarios y empresarios de Entre Ríos. Bottini tenía su empresa, llamada Agripolo, ubicada a pocas cuadras de un batallón militar y, para peor, su hermano mayor era personal civil del Ejército. Estos hechos fueron suficiente para que la izquierda argentina, y algunos eclesiásticos, afirmarán que el accidente de Mons. Ponce de León había sido un atentado.

Pero esta postura deja al descubierto muchas debilidades. Veamos:

1. Si el Ejército había planificado un atentado contra el obispo, ¿por qué permitió que un soldado lo acompañara, poniendo en riesgo la vida de alguien de su propia tropa?

2. ¿Es creíble que los militares hayan convencido a dos empresarios para que provocaran un accidente de esa naturaleza, poniendo en riesgo sus propias vidas? Y, en todo caso, ¿por qué dos personas a bordo de la camioneta? ¿Tiene sentido incrementar inútilmente el número de autores del crimen?

3. ¿Los militares reclutaron también al conductor del colectivo de modo tal que en el lugar apropiado y cuando la niebla era más densa, mantuviera su marcha lenta a fin de permitir el accidente?

4. ¿Habrían sido tan osados los militares en provocar un atentado sobre el que podrían testimoniar numerosos testigos: el soldado, los pasajeros de la camioneta, el chofer y los pasajeros del colectivo?  Nada de esto parece verosímil. El accidente en el que murió Mons. Enrique Angelelli, al menos, no tuvo más que un lejano testigo.

Horacio Verbitsky, un asesino devenido periodista, dedica varias páginas al caso en el tomo IV de su Historia de la Iglesia Católica, y saca de la galera comentarios y dimes y diretes que nunca fueron probados porque era simplemente imposible hacerlo. Y, de paso, acusa del Dr. Héctor Hernández, que era defensor oficial, de haber ocultado el expediente ¡hasta 2004!


¿Qué pretende Mons. Marcelo Colombo?

Recordemos, en primer lugar, que fue Mons. Colombo durante su pontificado en La Rioja, quien llevó adelante la causa de beatificación de Mons. Enrique Angelleli. Tiene experiencia en pesquisar accidente de tránsito episcopales, siempre y cuando los epískopos sean de izquierdas. Al iniciar subrepticiamente los preliminares para una nueva causa de beatificación —la de Mons. Carlos Ponce de León— podemos proponer varias posibilidades, no excluyentes entre sí:

1. Mons. Colombo ha sido contratado por Luchemos por la vida. Asociación civil sin fines de lucro, a fin de concientizar sobre los peligros de manejar en las rutas argentinas y, en vez de pintar estrellas amarillas en el lugar de los accidentes fatales, elevar a los altares a las víctimas del clero muertos en esas trágicas circunstancias. Si así fuera, yo tengo una lista, bastante larga -lamentablemente-, de amigos sacerdotes que han muerto en tales dolorosas circunstancias. Y aprovecho la oportunidad para nombrar sólo a algunos de ellos y pedir a los lectores una oración por el descanso eterno de sus almas: P. Alejandro Laudadio (+1990), P. José Luis Ruani (+1993), y P. David Specchiale (+2024).

2. La intención es, sin más, beatificar a Mons. Ponce de León pero como será mucho más que imposible probar la heroicidad de las virtudes de este obispo, el presidente de la CEA ha optado por la vía rápida de declarar su martirio, dictaminando contra toda evidencia y contra a la doble investigación judicial realizada en 1977 y en 2004.

3. Mons. Marcelo Colombo está empeñado en proponer ejemplos de obispos virtuosos y buenos pastores a fin de edificar al clero y a los fieles. Sería éste un noble propósito, pero no veo el motivo de hacerlo con una figura tan controvertida como Mons. Ponce de León, habiendo en la historia episcopal argentina muchos y mejores ejemplos, varios de los cuales tienen abierta ya su causa de beatificación. Y recuerdo a Mons. José Américo Orzali (1863-1939), primer arzobispo de San Juan de Cuyo; Mons. Jorge Gottau (1917-1994), primer obispo de Añatuya y Mons. Pablo Cabrera (1848-1921), obispo auxiliar de Córdoba. Y, si las condiciones impuestas por Mons. Colombo exigen que el obispo haya muerto en accidente de tránsito, propongo comenzar por Mons. León Kruk (1926-1991), obispo de San Rafael, aunque sospecho que esta última idea no será de su agrado.

Me temo, sin embargo, que el afán beatificador de Colombo no terminará aquí sino que, una vez declarado el martirio de Ponce León, como hizo ya con Angelleli, le siga el de Mons. Alberto Devoto (1920-1984), obispo de Goya, tan de izquierdas como los anteriores y muerto también en un accidente de tránsito, aunque este caso le resultará más difícil porque su deceso se produjo cuando el país ya estaba felizmente en democracia. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario