Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, a quien sus hermanos en el episcopado llaman cariñosamente “la Chancha”, emitió hace algunos días un mensaje de adhesión de la Iglesia a la marcha LGTBQ que tuvo lugar en Buenos Aires y otras ciudades del país en rechazo a los dichos del presidente Javier Milei en el Foro de Davos. Por su parte, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, que ya no es primado y nunca será cardenal, expresó su rechazo porque el gobierno colocó una valla en torno a la Catedral para impedir que los manifestantes se acercaran a ella.
Este segundo hecho no es sorprendente. Conocemos la monserga pontificia de que, en vez de vallas, hay que construir puentes. Y conocemos la memez episcopal que confunde a manifestantes odiadores de la la Iglesia (su cántico habitual es: “Iglesia basura, vos sos la dictadura”) con peregrinos, y suponen que, antes o después de sus manifestaciones con ribetes satánicos y siempre pornográficos, querrán ingresar a la catedral a hacer una visita al Santísimo Sacramento. Repiten más torpemente aún la ingenuidad tan típica del posconcilio y que denunciaba Bouyer, según la cual los hombres de Iglesia suponían que, porque hacían sonrisitas al mundo y le aseguraban que ya no eran tan malos como antes, el mundo los recibiría con un fuerte abrazo. Mons. García Cuerva debería saber que el mundo lo seguirá rechazando y escupiendo como hizo siempre con los que sigen a Cristo, por más morisquetas que le prodigue.
Más grave, sin embargo, me han parecido las declaraciones de Mons. Colombo porque dan muestra de una seria confusión. Él habla de un acompañamiento -que todos sabemos que en el fondo se trata de concesiones-, a todas las personas que “viven en tensión su identidad sexual con su pertenencia a la iglesia”. Puntualicemos algunos aspectos centrales que se le escapan al arzobispo mendocino:
1. No existen “identidades sexuales”. O, mejor dicho, hay sólo dos identidades sexuales: varón y mujer. Y esto es así porque lo dice la Revelación: “Y los creó varón y hembra” (Gn. 1,27), y porque lo dice la antropología no ideologizada, entre otros, Michel Foucault, sobre el que no hay sospechas de que sea un católico tradicionalista y tampoco alguien con demasiados miramientos en cuestiones sexuales. El término “homosexual” —y por tanto, el surgimiento de esa categoría antropológica, o esa “identidad sexual”, según Colombo— apareció por primera vez en Austria en 1869, acuñado por un protoactivista de los derechos gays llamado Karl-Maria Kertbeny. Esto no quiere decir que antes no hubiesen personas que experimentaran atracción hacia otras de su mismo sexo —la naturaleza humana está caída desde Adán—, sino que tales personas no eran categorizadas en un estante específico o en una “identidad” distinta al resto. Eran varones o mujeres como cualquier otro hijo de vecino.
2. La Iglesia consideraba la cuestión del mismo modo. Los fieles que sentían atracción y que mantenían relaciones carnales con personas de su mismo sexo no eran “homosexuales” y, por tanto, no poseían una “identidad sexual en tensión”. Eran simplemente personas que sufrían tentaciones y caídas particularmente graves, tan graves que se las calificaba como “pecados que claman al cielo”. Y estas faltas eran tan repugnantes como negar el salario justo al trabajador u oprimir a los pobres, pues estos pecados integran también el mismo temible listado.
3. En buena lógica, entonces, Mons. Colombo debería considerar que quienes oprimen a los pobres, o a los migrantes, posee una “identidad laboral en tensión con la Iglesia”, o que quienes no pagan el justo salario poseen una “identidad tributaria en tensión con la Iglesia”. Sin embargo, por lo que sé, el arzobispo siempre trata con dureza a este tipo de pecadores, a los que no les asigna identidad alguna. Es que la cuestión es mucho más sencilla: se trata de pecar o no pecar; de obedecer el mandato divino o no hacerlo. No es cuestión de identidades; quien tiene, al decir de Colombo, una “identidad sexual en tensión con la Iglesia”, deberá guardar la castidad como la guarda el marido que comienza a sentirse atraído por su secretaria, y a quien nadie se le ocurriría categorizar como poseedor de una identidad matrimonial “en tensión”.
4. Mons. Marcelo Colombo, como la mayor parte de los obispos argentinos, actúa con criterios políticos. Desconozco la consistencia de su fe católica pero, a partir de sus dichos y hechos, me permito algunos reparos sobre ella. Si esto es a todas luces así, no termino de entender el motivo de hacer tales declaraciones viendo cómo está el ambiente político en Argentina y el mundo. La torpeza de esta gente es asombrosa pues se ubica voluntariamente a él mismo y con él a la Iglesia, en la zona de los grandes perdedores. La últimas encuestas indican que el 43% de los argentinos está de acuerdo con los dichos de Mieli en Davos sobre las identidades sexuales y el 36% coinciden en parte. Es decir, casi el 80% de la población apoya el discurso “discriminatorio y antiderechos” del presidente. Entiendo que los católicos “comprometidos” con la Iglesia integrarán en su inmensa mayoría ese porcentaje. ¿A quién representa entonces Colombo? ¿Es tan torpe para no darse cuenta que no está representando a nadie, o que sólo representa a los enemigos de la Iglesia?
5. Finalmente, la nula repercusión mediática de las declaraciones colombinas y del arzobispo porteño caído en desgracia, no hacen más que demostrar la más completa irrelevancia en la que ha caído la Iglesia. Y todo indica que esa irrelevancia caminará irremediablemente y a pasos agigantados hacia la inanidad. Sería aconsejable, si es que los seglares podemos dar algún consejo a los obispos, que traten de cambiar el rumbo y no tirar demasiado de la cuerda, no sea que le pase a la Conferencia Episcopal en su conjunto lo que le pasó hace pocas semanas al obispado de Mar del Plata. Allí, frente a un reclamo de este tipo, el intendente les respondió: “Me importa tres carajos lo que digan”. Y sabemos que Javier Milei no tendrá problema alguno en repetir esa frase u otras peores en cadena nacional.