Estimado Sr. Anónimo:
Me ha solicitado Ud., con manifiesta temeridad, mi opinión acerca del mejor seminario de Argentina. Yo puedo opinar pero no sé qué valor puede tener la opinión de un simple seglar que observa e intenta pensar en lo que observa, y de ese modo evitar que su vida se reduzca a examinar códigos e interpretar leyes.
Creo que el mejor seminario es el seminario que no existe. Es decir, en absoluto, ningún seminario es bueno, ni puede ser bueno pues todos los seminarios son un mal, quizás necesario o quizás el menor de todos, pero un mal al fin. Reconozco que es una afirmación osada, pero basta repasar el origen y evolución de los seminarios para entenderla y, eventualmente, justificarla.
Los seminarios son una invención reciente de la iglesia católica. Surgen como uno de los frutos del Concilio de Trento en la segunda mitad del siglo XVI. Como Ud. verá, la institución como tal tiene poco más de cuatrocientos años lo que, para la doblemente milenaria historia de la iglesia, no es mucho tiempo. Establecidos definitivamente por voluntad del papa San Pío V, fueron creados en muchas diócesis europeas, y luego también americanas, con la ayuda de algunas congregaciones religiosas, entre ellas, y como no podía de ser de otro modo, por los jesuitas, siempre prestos a colaborar con la introducción de la modernidad en la Iglesia.
No es un dato menor que los seminarios hayan sido creados por Trento. Es una acción que responde con claridad al espíritu cristalizador de ese concilio que es visto por muchos como la cumbre del tradicionalismo y que, sin embargo, fue la oficialización del espíritu moderno en el seno de la Esposa de Cristo. Los padres conciliares, ante la tremenda amenaza protestante, optaron por la solución que creyeron más adecuada: cristalizar lo que la Iglesia poseía en ese momento, con toda la carga de racionalismo que esa situación estática implicaba. Y así entonces, surge el Catecismo Romano, donde se cristaliza la doctrina; surge la así llamada Misa Tridentina, donde se cristaliza la liturgia latina según el rito romano, aboliendo definitivamente muchísimos ritos particulares que poblaban las diversas diócesis de Occidente, perdiéndose de ese modo enormes riquezas que habían sido, ciertamente, expresión del Espíritu a lo largo de los siglos; y surgen también los seminarios con el fin de cristalizar la formación de los clérigos según normas doctrinales únicas y, justo es decirlo, para garantizar un cierto nivel de conocimientos y de moralidad que el antiguo sistema no siempre era capaz.
Hasta el concilio tridentino no existían seminarios. El joven, terminado sus estudios iniciales, asistía a la universidad donde cursaba las artes liberales, es decir, estudios filosóficos en sentido amplio, y luego hacía sus estudios teológicos. Si en algún momento consideraba que el estado clerical podía ser una elección de vida, buscaba un obispo quien, luego de conocerlo durante algún tiempo, le confería las ordenes menores y, cuando lo consideraba apto, lo ordenaba sacerdote. Es por esto que la mayor parte de los estudiantes de las universidades medievales eran clérigos, pero no seminaristas. Este modo mucho más natural y libre de acceder a la clericatura comportaba también algunos problemas. Por ejemplo, no era fácil conocer las condiciones morales del candidato, pero lo medievales estaban lejos de ser donatistas y, por otro lado, los pobres difícilmente podían acceder al sacerdocio puesto que sus escasos medios no les permitían acceder a los estudios universitarios.
La evolución de los seminarios no fue, según me parece, adecuada. Poco a poco fueron cayendo en una incurable infantilización. Infantiles eran sus lecciones, consistentes en muchos casos en poco más que un catecismo. Infantil su disciplina: recuerdo que un sacerdote anciano que se había formado en los años ´30 en el seminario de Devoto, regenteado por los jesuitas, me contaba que tenían prohibido, entre otras cosas escuchar tango y que hasta que eran ordenados diáconos, es decir, hasta los 24 o 25 años, los hacían formar en filas en los pasillos y así dirigirse a las aulas. Infantiles en la vida moral y afectiva, con una espiritualidad mostrenca basada en el cumplimiento de ejercicios piadosos que culminaba en una aproximación exclusivamente voluntarista de la vida de perfección. Infantil era el método de estricto encierro durante más de siete años a que sometían a los estudiantes, quienes sufrían además una estrecha vigilancia y continua sospecha, y que, luego de la ordenación, y de un día para otro, los soltaban en medio del salvaje mundo real. (Nunca entendí bien por qué ese empeño de que el cura secular se forme en tal apartamiento del mundo cuando su vida transcurrirá inmersa en el mundo). Como esto, tantas otras cosas provocaron que, con el tiempo, la institución seminaril fuera degenerando hasta llegar a la decadencia de la que nos hablaba el Padre Castellani
Si me pregunta cuál es la solución, sinceramente no sabría qué decirle. Estaría tentado en sugerir que se cerrarán todos los seminarios y mandar a los que quieran ser curas a la universidad como cualquier hijo de vecino, mientras vive con su familia, o con quien quiera, pero la experiencia holandesa al respecto significó la desaparición total de los candidatos al sacerdocio en ese país.
En mi humilde opinión, sin embargo, me atrevería a sugerir dos medidas:
1) Recibir candidatos al sacerdocio que hayan completado ya una carrera universitaria. Con eso se aseguraría una cierta madurez que un adolescente de 18 años hoy no posee. Al pobre muchachito se lo embarca en una carrera no exenta de presiones que finaliza a los 24 años con la imposición de manos sin que muchas veces el joven haya podido tomar una decisión completamente libre, y sin saber con claridad a lo que renuncia y a lo que se compromete. Hace cincuenta años un joven de 18 años podía ser un buen padre de familia; hoy apenas si tienen madurez para elegir el color del buzo que lo identifica a él y a sus compañeros como egresados, y esto sucede aún en los mejores y más católicos colegios.
2) Poner como formadores a personas idóneas. Y ser idóneo para formar jóvenes en un compromiso existencial como el del sacerdocio no significa solamente ser un curita piadoso. Se necesitan condiciones intelectuales, morales y de equilibrio psicológico y afectivo que no siempre se tienen en cuenta. Conozco un seminario, que pasa por ser el más conservador del país, pero que, desde sus inicios fue regenteado por improvisados. Hoy, todos sus superiores son muy buenitos, rezan el rosario todos los días, hablan de Santo Tomás y hasta se animan a decir algún latinazgo en las Misas, pero como formadores, ¡Dios nos libre y guarde!, el daño que hicieron y siguen haciendo en las almas de los jóvenes que allí buscan formarse.
Una medida que sí tomaría sin dudar un instante, si eso estuviera en mi poder, sería la de abolir definitivamente los seminarios menores. Se trata, sin más, de una aberración. Y esto por muchos motivos. Veamos:
1) Los adolescentes que allí viven durante todo el año son, en su gran mayoría, hijos de buenas familias católicas. ¿Qué sentido tiene entonces sacarlos de ese ámbito, que es el suyo natural, para llevarlos a vivir todos amuchados, durante años, con la enorme fragilidad afectiva y psicológica propia de cualquier chico de esa edad? Ud. me dirá que se los aparta de los peligros del mundo, de la televisión, de Internet, de las amiguitas descocadas, y de muchos más. Pero ¿pensó Ud. en los peligros a los que los expone?
2) Si en los seminarios mayores los formadores difícilmente son aptos, en los menores lo son muchos menos. En general, se busca para esos puestos al curita joven y muchachero, recién salido del seminario, a fin de que entienda la problemática del adolescente. ¡Terrible error! Ese curita es apenas un poco menos adolescentes que sus alumnos. ¿Qué experiencia tiene en el trato con almas? ¿Qué conocimientos de psicología humana? Es enorme el daño que puede hacer metiéndose en las profundidades del alma inmadura de esa criatura en las largas sesiones de dirección espiritual. Ud. me dirá: “Ese curita posee la gracias de estado”. Y yo le respondo: “!Un cuerno!” La gracia supone la naturaleza (y no la crea, como pretendía un cura que conozco) y un pibe de 25 años, por más cura que sea, sigue siendo un pibe de 25 años del siglo XXI, un poco más maduro y estable, en el mejor de los casos, que sus pares del mundo. Y, muchas veces, con tortuosidades afectivas y psicológicas, fruto de la malformación que soportó durante sus siete u ocho años de formación, que lo hacen el menos idóneo para aventurarse en tamaña empresa. Ya nos advertía el Señor acerca de lo ocurre cuando un ciego guía a otro ciego.
3) Ud. me dirá que si ese adolescente no va al seminario corre el peligro de perder su vocación. Y yo le respondo, estimado lector, que el tema de la vocación es un macaneo de los curas. La única vocatio o llamada que existe es la que hace la Iglesia, a través del obispo, el día de la ordenación: “Acérquense el que va a ser ordenado presbítero: Juan Pérez”. Ese el llamado o vocación, y no hay otra. Lo que hay, en todo caso, es un acto de la voluntad plenamente libre de la persona que decide consagrarse por entero al servicio del altar y, como consecuencia de esa decisión, el Buen Dios le da las gracias que necesitará para llevar a cabo ese proyecto de vida. Me preguntará Ud., quizás con escándalo, de dónde saco yo tamaña herejía. En primer lugar, la saco de los Padres de la Iglesia. Concretamente, San Benito es muy claro en su regla cuando dice que la llamada a la vida de perfección evangélica es universal, es decir, es para todos. “Todos pueden ser monjes”, asegura. Sólo es necesario tomar la decisión y ser recibidos por el abad y aceptados luego por la comunidad monástica. En ningún lugar de la Regla aparece ese supuesto “llamado” que Dios haría a algunas almas privilegiadas. Dios nos llama a todos a ser perfectos como es perfecto su Padre, y cada uno decide de qué modo llevará a cabo esa perfección: como seglar, como religioso o como sacerdote.
En segundo lugar, por una cuestión histórica. La idea de “vocación” o de “discernimiento vocacional” es muy reciente. El lenguaje católico habló durante siglos de “elección de estado”. Y la diferencia es fundamental: la elección es la proairesis de la que hablaba Aristóteles (como bien sabrá cualquier abogado egresado de la UCA), es decir, la elección de los medios que llevarán a la consecución del fin último. Esta elección surge esencialmente de un acto voluntario, esto es, aquel que es originado por mí y en el que yo estoy envuelto; un acto del que yo tengo el principio y del que yo soy señor. Se trata de “elegir estado”, de un actuar voluntario y concreto, y no de “descubrir la vocación”, lo cual implica más bien un passio, en tanto que la vocación estaría allí y yo no tendría más que develarla. El que elige soy yo, porque Dios me hizo libre, y en virtud de tal elección seré merecedor del premio o del castigo.
Terminaré proustianamente con el relato de una anécdota personal absolutamente cierta e ilustrativa. Hace ya varios años me enteré de que el hermano adolescente de un amigo, de no más de catorce años, había ingresado al seminario menor del IVE. Lo recuerdo aún, delgado y rubiecito, buen chico, educado, simpático y piadoso. La suya era una familia católica practicante que educaba a sus hijos en el temor de Dios, cuidando de que no se contagiaran con la tilinguería de zona norte y haciendo todo lo que estaba a su alcance para que se convirtieran en hombres y mujeres de bien. Me pareció inconcebible que esa familia hubiera permitido que uno de sus hijos se alejara de ellos para ingresa al menor, y me enfureció mucho más el hecho de que un sacerdote pudiera permitirse influenciar de tal modo el alma del muchacho, con las dosis de terror con las que habitualmente se manejan (“Temo al Dios que pasa y no vuelve”, le dicen a los chicos).
Mi abuela, debo admitirlo, es una fiel devota del IVE. Las hermanitas grisazuladas merodean por su casa cada vez que deben viajar a Islandia, Tayikistán o Papúa y necesitan algunos pesos para solventar el pasaje. Además, contribuye desde hace años con un abono mensual que, estamos seguros, sufre un ajuste acorde al ritmo de la inflación real. Se trata, claro, de una devoción a distancia. Hace cinco años nos anunció que se iría por un mes al monasterio que las matarazas tienen en San Rafael. Sus futuros herederos nos aterrorizamos previendo que los campos y las vaquitas que algún día aliviarán nuestras economías domésticas se convertirían en donaciones al IVE quienes, a cambio, le otorgarían graciosamente un lugar en su cementerio del Chañaral y hasta la enterrarían con el hábito grisazulado para asegurarle la salvación eterna. Respiramos aliviados cuando, a los cuatro días de su partida, nos anunció su regreso anticipado debido a cuestiones de salud. Yo estoy seguro que el motivo fue bastante más frívolo que sanitario: las hermanitas le habrán servido té “La Virginia” medio frío en tazas de lata, y yo conozco a mi abuelita y su apego por la porcelana de Brother´s y por el Ceylan tea.
El año pasado mi abuela nos invito a una comida a su casa, “Sin niños”, claro está. Entre otros, había una buena señora cuyana, vecina de las matarazas, a quien mi abuelita estaba alojando debido a un tratamiento médico que la mujer se realizaba en Buenos Aires. En un momento, y para darle alguna participación en la conversación, se me ocurrió preguntarle por el muchachito hermano de mi amigo, quien, a esas alturas, sería ya sacerdote. “Ah, el Padre Tal -me dijo-, estaba en la parroquia de San ......, pero hace unos meses dejó el sacerdocio”. Todos nos quedamos asombrados y yo no tuve mejor idea que preguntar qué había pasado. La señora, eludiendo las normas de urbanidad y mostrando su falta de roce, como después me informó mi abuelita, respondió: “No sabemos. Nunca dicen por qué dejan los padres. Pero el Padre Tal se notaba que iba a dejar. Ud. no sabe cómo miraba a las chicas!”.
Imáginese Sr. Anónimo, al pobre curita de 25 años, que desde los 14 estaba encerrado con muchachitos como él, escuchando a sus (de)formadores diciéndoles que con rosario y cilicio se vencen las tentaciones, expuesto ahora, de un momento para otro, a escuchar diariamente las confesiones de sus bellas y sugerentes feligresas que le contarían los refocilos que tendrían con sus novios y amigos... Hace un mes me crucé con mi amigo y le pregunté por su hermano el ex cura: “Y ahí anda, más o menos. Ahora consiguió un trabajito sacando fotos en casamientos y cumpleaños”. Otra vida arruinada por K. y sus muchachos, y van... ¿cuántas? El que lo sepa, que cante. Dicen que muchas más de cincuenta, pero es el secreto mejor guardado de IVE.
Como Ud. verá, Sr. Anónimo, no he respondido su pregunta. No creo que haya algún seminario bueno en Argentina. Desde las cartas de Castellani las cosas cambiaron, para peor.
Me ha solicitado Ud., con manifiesta temeridad, mi opinión acerca del mejor seminario de Argentina. Yo puedo opinar pero no sé qué valor puede tener la opinión de un simple seglar que observa e intenta pensar en lo que observa, y de ese modo evitar que su vida se reduzca a examinar códigos e interpretar leyes.
Creo que el mejor seminario es el seminario que no existe. Es decir, en absoluto, ningún seminario es bueno, ni puede ser bueno pues todos los seminarios son un mal, quizás necesario o quizás el menor de todos, pero un mal al fin. Reconozco que es una afirmación osada, pero basta repasar el origen y evolución de los seminarios para entenderla y, eventualmente, justificarla.
Los seminarios son una invención reciente de la iglesia católica. Surgen como uno de los frutos del Concilio de Trento en la segunda mitad del siglo XVI. Como Ud. verá, la institución como tal tiene poco más de cuatrocientos años lo que, para la doblemente milenaria historia de la iglesia, no es mucho tiempo. Establecidos definitivamente por voluntad del papa San Pío V, fueron creados en muchas diócesis europeas, y luego también americanas, con la ayuda de algunas congregaciones religiosas, entre ellas, y como no podía de ser de otro modo, por los jesuitas, siempre prestos a colaborar con la introducción de la modernidad en la Iglesia.
No es un dato menor que los seminarios hayan sido creados por Trento. Es una acción que responde con claridad al espíritu cristalizador de ese concilio que es visto por muchos como la cumbre del tradicionalismo y que, sin embargo, fue la oficialización del espíritu moderno en el seno de la Esposa de Cristo. Los padres conciliares, ante la tremenda amenaza protestante, optaron por la solución que creyeron más adecuada: cristalizar lo que la Iglesia poseía en ese momento, con toda la carga de racionalismo que esa situación estática implicaba. Y así entonces, surge el Catecismo Romano, donde se cristaliza la doctrina; surge la así llamada Misa Tridentina, donde se cristaliza la liturgia latina según el rito romano, aboliendo definitivamente muchísimos ritos particulares que poblaban las diversas diócesis de Occidente, perdiéndose de ese modo enormes riquezas que habían sido, ciertamente, expresión del Espíritu a lo largo de los siglos; y surgen también los seminarios con el fin de cristalizar la formación de los clérigos según normas doctrinales únicas y, justo es decirlo, para garantizar un cierto nivel de conocimientos y de moralidad que el antiguo sistema no siempre era capaz.
Hasta el concilio tridentino no existían seminarios. El joven, terminado sus estudios iniciales, asistía a la universidad donde cursaba las artes liberales, es decir, estudios filosóficos en sentido amplio, y luego hacía sus estudios teológicos. Si en algún momento consideraba que el estado clerical podía ser una elección de vida, buscaba un obispo quien, luego de conocerlo durante algún tiempo, le confería las ordenes menores y, cuando lo consideraba apto, lo ordenaba sacerdote. Es por esto que la mayor parte de los estudiantes de las universidades medievales eran clérigos, pero no seminaristas. Este modo mucho más natural y libre de acceder a la clericatura comportaba también algunos problemas. Por ejemplo, no era fácil conocer las condiciones morales del candidato, pero lo medievales estaban lejos de ser donatistas y, por otro lado, los pobres difícilmente podían acceder al sacerdocio puesto que sus escasos medios no les permitían acceder a los estudios universitarios.
La evolución de los seminarios no fue, según me parece, adecuada. Poco a poco fueron cayendo en una incurable infantilización. Infantiles eran sus lecciones, consistentes en muchos casos en poco más que un catecismo. Infantil su disciplina: recuerdo que un sacerdote anciano que se había formado en los años ´30 en el seminario de Devoto, regenteado por los jesuitas, me contaba que tenían prohibido, entre otras cosas escuchar tango y que hasta que eran ordenados diáconos, es decir, hasta los 24 o 25 años, los hacían formar en filas en los pasillos y así dirigirse a las aulas. Infantiles en la vida moral y afectiva, con una espiritualidad mostrenca basada en el cumplimiento de ejercicios piadosos que culminaba en una aproximación exclusivamente voluntarista de la vida de perfección. Infantil era el método de estricto encierro durante más de siete años a que sometían a los estudiantes, quienes sufrían además una estrecha vigilancia y continua sospecha, y que, luego de la ordenación, y de un día para otro, los soltaban en medio del salvaje mundo real. (Nunca entendí bien por qué ese empeño de que el cura secular se forme en tal apartamiento del mundo cuando su vida transcurrirá inmersa en el mundo). Como esto, tantas otras cosas provocaron que, con el tiempo, la institución seminaril fuera degenerando hasta llegar a la decadencia de la que nos hablaba el Padre Castellani
Si me pregunta cuál es la solución, sinceramente no sabría qué decirle. Estaría tentado en sugerir que se cerrarán todos los seminarios y mandar a los que quieran ser curas a la universidad como cualquier hijo de vecino, mientras vive con su familia, o con quien quiera, pero la experiencia holandesa al respecto significó la desaparición total de los candidatos al sacerdocio en ese país.
En mi humilde opinión, sin embargo, me atrevería a sugerir dos medidas:
1) Recibir candidatos al sacerdocio que hayan completado ya una carrera universitaria. Con eso se aseguraría una cierta madurez que un adolescente de 18 años hoy no posee. Al pobre muchachito se lo embarca en una carrera no exenta de presiones que finaliza a los 24 años con la imposición de manos sin que muchas veces el joven haya podido tomar una decisión completamente libre, y sin saber con claridad a lo que renuncia y a lo que se compromete. Hace cincuenta años un joven de 18 años podía ser un buen padre de familia; hoy apenas si tienen madurez para elegir el color del buzo que lo identifica a él y a sus compañeros como egresados, y esto sucede aún en los mejores y más católicos colegios.
2) Poner como formadores a personas idóneas. Y ser idóneo para formar jóvenes en un compromiso existencial como el del sacerdocio no significa solamente ser un curita piadoso. Se necesitan condiciones intelectuales, morales y de equilibrio psicológico y afectivo que no siempre se tienen en cuenta. Conozco un seminario, que pasa por ser el más conservador del país, pero que, desde sus inicios fue regenteado por improvisados. Hoy, todos sus superiores son muy buenitos, rezan el rosario todos los días, hablan de Santo Tomás y hasta se animan a decir algún latinazgo en las Misas, pero como formadores, ¡Dios nos libre y guarde!, el daño que hicieron y siguen haciendo en las almas de los jóvenes que allí buscan formarse.
Una medida que sí tomaría sin dudar un instante, si eso estuviera en mi poder, sería la de abolir definitivamente los seminarios menores. Se trata, sin más, de una aberración. Y esto por muchos motivos. Veamos:
1) Los adolescentes que allí viven durante todo el año son, en su gran mayoría, hijos de buenas familias católicas. ¿Qué sentido tiene entonces sacarlos de ese ámbito, que es el suyo natural, para llevarlos a vivir todos amuchados, durante años, con la enorme fragilidad afectiva y psicológica propia de cualquier chico de esa edad? Ud. me dirá que se los aparta de los peligros del mundo, de la televisión, de Internet, de las amiguitas descocadas, y de muchos más. Pero ¿pensó Ud. en los peligros a los que los expone?
2) Si en los seminarios mayores los formadores difícilmente son aptos, en los menores lo son muchos menos. En general, se busca para esos puestos al curita joven y muchachero, recién salido del seminario, a fin de que entienda la problemática del adolescente. ¡Terrible error! Ese curita es apenas un poco menos adolescentes que sus alumnos. ¿Qué experiencia tiene en el trato con almas? ¿Qué conocimientos de psicología humana? Es enorme el daño que puede hacer metiéndose en las profundidades del alma inmadura de esa criatura en las largas sesiones de dirección espiritual. Ud. me dirá: “Ese curita posee la gracias de estado”. Y yo le respondo: “!Un cuerno!” La gracia supone la naturaleza (y no la crea, como pretendía un cura que conozco) y un pibe de 25 años, por más cura que sea, sigue siendo un pibe de 25 años del siglo XXI, un poco más maduro y estable, en el mejor de los casos, que sus pares del mundo. Y, muchas veces, con tortuosidades afectivas y psicológicas, fruto de la malformación que soportó durante sus siete u ocho años de formación, que lo hacen el menos idóneo para aventurarse en tamaña empresa. Ya nos advertía el Señor acerca de lo ocurre cuando un ciego guía a otro ciego.
3) Ud. me dirá que si ese adolescente no va al seminario corre el peligro de perder su vocación. Y yo le respondo, estimado lector, que el tema de la vocación es un macaneo de los curas. La única vocatio o llamada que existe es la que hace la Iglesia, a través del obispo, el día de la ordenación: “Acérquense el que va a ser ordenado presbítero: Juan Pérez”. Ese el llamado o vocación, y no hay otra. Lo que hay, en todo caso, es un acto de la voluntad plenamente libre de la persona que decide consagrarse por entero al servicio del altar y, como consecuencia de esa decisión, el Buen Dios le da las gracias que necesitará para llevar a cabo ese proyecto de vida. Me preguntará Ud., quizás con escándalo, de dónde saco yo tamaña herejía. En primer lugar, la saco de los Padres de la Iglesia. Concretamente, San Benito es muy claro en su regla cuando dice que la llamada a la vida de perfección evangélica es universal, es decir, es para todos. “Todos pueden ser monjes”, asegura. Sólo es necesario tomar la decisión y ser recibidos por el abad y aceptados luego por la comunidad monástica. En ningún lugar de la Regla aparece ese supuesto “llamado” que Dios haría a algunas almas privilegiadas. Dios nos llama a todos a ser perfectos como es perfecto su Padre, y cada uno decide de qué modo llevará a cabo esa perfección: como seglar, como religioso o como sacerdote.
En segundo lugar, por una cuestión histórica. La idea de “vocación” o de “discernimiento vocacional” es muy reciente. El lenguaje católico habló durante siglos de “elección de estado”. Y la diferencia es fundamental: la elección es la proairesis de la que hablaba Aristóteles (como bien sabrá cualquier abogado egresado de la UCA), es decir, la elección de los medios que llevarán a la consecución del fin último. Esta elección surge esencialmente de un acto voluntario, esto es, aquel que es originado por mí y en el que yo estoy envuelto; un acto del que yo tengo el principio y del que yo soy señor. Se trata de “elegir estado”, de un actuar voluntario y concreto, y no de “descubrir la vocación”, lo cual implica más bien un passio, en tanto que la vocación estaría allí y yo no tendría más que develarla. El que elige soy yo, porque Dios me hizo libre, y en virtud de tal elección seré merecedor del premio o del castigo.
Terminaré proustianamente con el relato de una anécdota personal absolutamente cierta e ilustrativa. Hace ya varios años me enteré de que el hermano adolescente de un amigo, de no más de catorce años, había ingresado al seminario menor del IVE. Lo recuerdo aún, delgado y rubiecito, buen chico, educado, simpático y piadoso. La suya era una familia católica practicante que educaba a sus hijos en el temor de Dios, cuidando de que no se contagiaran con la tilinguería de zona norte y haciendo todo lo que estaba a su alcance para que se convirtieran en hombres y mujeres de bien. Me pareció inconcebible que esa familia hubiera permitido que uno de sus hijos se alejara de ellos para ingresa al menor, y me enfureció mucho más el hecho de que un sacerdote pudiera permitirse influenciar de tal modo el alma del muchacho, con las dosis de terror con las que habitualmente se manejan (“Temo al Dios que pasa y no vuelve”, le dicen a los chicos).
Mi abuela, debo admitirlo, es una fiel devota del IVE. Las hermanitas grisazuladas merodean por su casa cada vez que deben viajar a Islandia, Tayikistán o Papúa y necesitan algunos pesos para solventar el pasaje. Además, contribuye desde hace años con un abono mensual que, estamos seguros, sufre un ajuste acorde al ritmo de la inflación real. Se trata, claro, de una devoción a distancia. Hace cinco años nos anunció que se iría por un mes al monasterio que las matarazas tienen en San Rafael. Sus futuros herederos nos aterrorizamos previendo que los campos y las vaquitas que algún día aliviarán nuestras economías domésticas se convertirían en donaciones al IVE quienes, a cambio, le otorgarían graciosamente un lugar en su cementerio del Chañaral y hasta la enterrarían con el hábito grisazulado para asegurarle la salvación eterna. Respiramos aliviados cuando, a los cuatro días de su partida, nos anunció su regreso anticipado debido a cuestiones de salud. Yo estoy seguro que el motivo fue bastante más frívolo que sanitario: las hermanitas le habrán servido té “La Virginia” medio frío en tazas de lata, y yo conozco a mi abuelita y su apego por la porcelana de Brother´s y por el Ceylan tea.
El año pasado mi abuela nos invito a una comida a su casa, “Sin niños”, claro está. Entre otros, había una buena señora cuyana, vecina de las matarazas, a quien mi abuelita estaba alojando debido a un tratamiento médico que la mujer se realizaba en Buenos Aires. En un momento, y para darle alguna participación en la conversación, se me ocurrió preguntarle por el muchachito hermano de mi amigo, quien, a esas alturas, sería ya sacerdote. “Ah, el Padre Tal -me dijo-, estaba en la parroquia de San ......, pero hace unos meses dejó el sacerdocio”. Todos nos quedamos asombrados y yo no tuve mejor idea que preguntar qué había pasado. La señora, eludiendo las normas de urbanidad y mostrando su falta de roce, como después me informó mi abuelita, respondió: “No sabemos. Nunca dicen por qué dejan los padres. Pero el Padre Tal se notaba que iba a dejar. Ud. no sabe cómo miraba a las chicas!”.
Imáginese Sr. Anónimo, al pobre curita de 25 años, que desde los 14 estaba encerrado con muchachitos como él, escuchando a sus (de)formadores diciéndoles que con rosario y cilicio se vencen las tentaciones, expuesto ahora, de un momento para otro, a escuchar diariamente las confesiones de sus bellas y sugerentes feligresas que le contarían los refocilos que tendrían con sus novios y amigos... Hace un mes me crucé con mi amigo y le pregunté por su hermano el ex cura: “Y ahí anda, más o menos. Ahora consiguió un trabajito sacando fotos en casamientos y cumpleaños”. Otra vida arruinada por K. y sus muchachos, y van... ¿cuántas? El que lo sepa, que cante. Dicen que muchas más de cincuenta, pero es el secreto mejor guardado de IVE.
Como Ud. verá, Sr. Anónimo, no he respondido su pregunta. No creo que haya algún seminario bueno en Argentina. Desde las cartas de Castellani las cosas cambiaron, para peor.
Si, es un tema que da para mucho... Siempre recuerdo a cierta familia bellavistense muy numerosa que tiene a casi la totalidad de hijos e hijas en el IVE... Sigo sin entender cómo se puede llegar a tanto...
ResponderEliminar¿Quizás usted pueda explicarnos...?
Un post sobre "Miles Christi", otro sobre "Cristo Rey" (del P. Torres Pardo),¿quizás para más adelante...?
Parecería que todos están cortados por la misma tijera...
Perdón, oeri me equivoqué y mandé en el semnario de san Luis un comentario para el mejor seminario.
ResponderEliminarSepa Ud. corregir mi error.
Amigo Invisible
Estimado Caminante:
ResponderEliminarA pesar de algunas disidencias parciales, debo decirle APLAUDO DE PIE lo que ha escrito.
Cordiales saludos.
Pablo (Rosario)
Muy interesante, brillante analisis. ¿algun post sobre el Seminario de Rosario? Tambien esperamos algo sobre Cristo Rey y Miles Christi...
ResponderEliminarJosé
Estimado Caminante:
ResponderEliminarMuy bueno y audaz su análisis. No creo haber leido algo parecido. Coincido casi plenamente con Ud. y me permito acotar algunas consideraciones.
Esté atento a que el árbol no le tape el bosque. Me parece que Ud. muchas preguntas las responde a la luz de los cucús. No lo son todo en Argentina, aunque ellos así lo crean.
Es verdad que los seminarios como hoy los conocemos nacieron con Trento, por eso se llamaban conciliares. Pero es también verdad que la vida canonical era tradicional en el clero secular. Según algunos chistosos tiene un fundamento bíblico en la agonía del Señor en el huerto cuando los Apóstoles dormían.
La misma vida que llevó N. Señor con los Apóstoles no era que cada uno vivía con su familia o con quien quería y se anotaba a cursar en la universidad.
Es también verdad que en los seminarios conciliares (de Trento) se fomentaban devociones más que el breviario. Es más había libros en latín con oraciones piadosas para que los seminaristas rezaran durante la Misa.
Sin embargo le recuerdo: Trento no abolió ningún rito que superara los 200 años, o sea que fuera verdaderamente tradicional. La mayoría de los capítulos canonicales españoles habían adoptado el reformadísimo breviario de Quiñones y por eso luego adoptaron el rito romano. Pero eso fue mezquindad de los canónigos y no de Trento.
Coincido % en lo que dice respecto de la vocación. Por eso me parece apropiado lo que ud. cita de San Benito, pero cuidado que no se le vaya en contra el argumento, porque en la misma regla el Patriarca habla de los niños en el monasterio. Me parece que respetar el ámbito natural de formación de los jóvenes es lo adecuado, especialmente en el caso de buenas familias. Pero no niego la posiblilidad del menor para casos en los que el joven no pueda en su casa vivir una vida de fe.
De todos modos aunque Santo Tomás de Aquino vivió de niño en Motecasino no se fue con la mujer que mandaron sus hermanos a la torre ni se turbó demasiado confesando a bellas doncellas ni escribiéndole a la duquesa.
Considero que no sería absurdo tomar en cuenta cómo se formó el cura de Ars. Estuvo en el seminario y no le fue muy bien. Verdaderamente se formó viviendo al lado de un sacerdote prudente.
Me parece que podría darse una solución salomónica entre su propuesta y la del Cura de Ars: no sería mala idea de que el joven candidato pudiera formarse cerca de un sacerdote prudente y santo que luego dé fe al Obispo sobre su idoneidad, cumpliendo su curriculum de estudios en la unviersidad. Retomando el hilo, con el debido respeto y analogía, de la vida de los Apóstoles junto a N. Señor.
Ahora bien, al lado de qué cura y en qué universidad estudiar lo dejo a su criterio.
Tome estas ideas como de quien vienen.
Cordialmente
Amigo Invisible
PD: conozco algunas cualidades medicinales de té, pero no sabía que podía ayudar a salvarse de los cucús. Gracias por el dato.
100% de acuerdo con respecto a "la vocación", que no existe a no ser como un conjunto de circunstancias que en la vida llevan para un lado u otro. Y es muy cierto -y lamentable- que los curas y religiososos(casi todos y de todo pelaje y marca)suelen extorsionar un poco a los muchachos bajo argumentos que conducen al dilema "o te hacés cura (y de los míos) o arderás en el infierno por toda la eternidad". Cierto. Pero no obstante; se puede ender que, en alguna medida, el cura apure a los inexpertos jóvenes a ver si hay vocaciones; lo que pasma es que la familia, los adultos, dejen hacer y aún batan palmas cuando en un rapto de emoción o una apurada le llevan a uno de los suyos. Con relación a los seminarios: sospecho que son imprescindibles, aún con los problemas y reservas que planteás. Ello así por que casi todos estamos estragados, llenos de ideas absurdas y de mañas, sin hábitos y con poco y nada de voluntad. Así que hace falta un poco de separación y desamariconamiento, de inmersión en la cultura católica. En fin. Como casi nadie firma, a efectos de comentar éste y otros blogs adopto como seudónimo "El Gallo" con el que suscribo y saludo cordialmente, en Jesús y María.
ResponderEliminarEstimado Caminante:
ResponderEliminarleyó http://www.padrebuela.com.ar/sermones/vocaciones.htm
Allçi está el mejor seminario.
Atte.
Amigo Invisible
Estimado Amigo Invisible: Cuando Ud. habla de los "cucús" se refiere al IVE? Alguna vez escuché ese apelativo pero desconozco el origen.
ResponderEliminarEstaré atento a su advertencia; es posible que tenga una fijación freudiana con el IVE pero, por el momento, no la platearé a mi analista: vaya a saber con qué me sale.
De acuerdo con lo que Ud. dice al respecto de la vida canonical. Yo no diría que su origen es apostólico pero ciertamente ya tenemos una primera regla con San Crodegango de Metz en el siglo VIII, si no tenemos en cuenta la redactada por San Agustín. Pero no termino de entender por qué lo trae a colación: si es para justificar que los seminaristas no vivan con su familia sino comunitariamente sin ser religiosos, estoy de acuerdo. Si es para compararla a la vida seminaril, no lo estoy tanto.
Es verdad que la Regla de San Benito habla de los "donados" o niños en el monasterio, pero considero que no es una cuestión doctrinal sino más bien cultural y, por otro lado, tenga en cuenta que esa práctica tenía una fuerte resistencia: recuerde la dura discusión que sostienen sobre el tema Godescalc de Orbais e Hincmaro de Reims a mediados del siglo IX.
No todos los clérigos son Santo Tomás, no me lo compare con el ex-cucú. Además, no creo que Tomás haya sido de confesar mucho porque la suya no era una orden pastoral y porque, además, la práctica de la confesión en el Medioevo no estaba tan extendida. Por otro lado, recuerde que cuando echó a la mujer con el tizón encendido descendió un ángel y le colocó el "Cinturón de Castidad" por el cuál nunca más tuvo tentaciones contra el 6º mandamiento: así cualquiera!
Sacerdotes prudentes... medio difícil conseguir, no?
Finalmente, no había caído en la cuenta yo tampoco en las propiedades curativas del té. Propongo comprar un cargamento de "La Virginia" y servirlo medio frío en la plaza de Bella Vista.
Estimado Gallo: Me parece también a mí incomprensible el entusiasmo familiar cuando, después de un retiro, el nene deja a la novia y se va al seminario. Pero más incomprensible aún es que cuando el nene pierde el entusiasmo los curas se lo alimenten artificialmente durante siete años, hasta que se ordene, y después lo larguen solito a... Ucrania.
Amigo Invisible: Leí la homilía de K. ¿Es verdad? En realismo mágico, le gana a García Márquez.
ResponderEliminarEstimado Caminante:
ResponderEliminarCreía que conocía el término cucú para designar a un miembro del IVE. Es una abreviación argentinizada de ku kux klan. Se originó creo que en San Luis. Se discutió un tiempo si el plural debía ser cucús o cucúes, aunque se generalizó el uso de cucús.
Vida canonical: Disculpe porque no fui claro. Me refería a lo primero que Ud. dice. La vida de los seminarios como hoy los conocemos lleva a lo que hoy vemos en el clero. Eso no se discute. No quiero repetir lo que Ud. ya escribió magníficamente. Adhiero a todos los argumentos que Ud. desarrolló.
Canonical tampoco significa vivir como frailes. Se puede tener la propia celda tipo las abadías austríacas de Heiligenkreuz o klosterneuburg, o sea propios departamentos con renta, etc. Sé que estas abadías son regulares (la preimera incluso monástica) y josefinistas pero hay otros capítulos seculares en esa zona. Y sé de uno en Roncesvalles, por ejemplo, que es secular.
Para el cura de misa y olla sería más adecuada la formación tipo cura de Ars. Son ideas, nada más. Cura prudente: desconozco. De todos modos le aclaro que no estoy en contra por principio que los posibles sacerdotes vivan donde les plazca. No quise que se dejaran de lado esas instituciones.
Mañana es San Norberto. Tal vez él pueda iluminarnos en esto.
La polémica que Ud. cita no la conozco. Buscaré.
Homilía cucú: debe ser verdad visto que figura en el site del P. Buela. Yo tampoco lo puedo creer. Lo que fumó Buela es opio, no sé si de los pueblos, pero al menos a opio huele. No creo que se pueda exorcizar ni con té La Virginia medio frío. Hay demonios que sólo se combaten con ayuno y oración. Y el predicador seguro que no practica lo primero.
Amigo Invisible
Estimado Wanderer: Creo que se hace perentorio exponer con argumentos y hechos suficientemente fundados la realidad del IVE. Esta gente ha hecho mucho daño... A pesar de que algunos "bien intencionados" hayan caído en sus garras..., en calidad de "idiotas útiles" -que los hay en todos lados y aportan a la confusión y el engaño general con una eficacia notable...-, me parece sumamente preocupante que usted haya afirmado -corríjame si me equivoco- que casi 50 sacerdotes ordenados han colgado la sotana desde la fundación de este "instituto religioso".
ResponderEliminarUsted discernirá -mucho mejor que yo, de eso no tengo duda-, qué se debe decir, y de qué modo...
Pero creo que ya es tiempo...
Copio un texto que puede servir para reflexionar sobre los elementos de índole natural que deben estar presentes en toda auténtica vocación. Va contra planteos voluntaristas, sobrenaturalismos ingénuos y otros errores y abusos que se cometen a veces.
ResponderEliminarCordiales saludos.
Pablo (Rosario).
En el caso de la entrada a formar parte de una "institución vocacional", la naturaleza individual de la persona ha de ser tenida en cuenta como factor decisivo. Si no se da a la naturaleza de la persona la importancia que tiene, se incurre fácilmente en perplejidades peligrosas y en contradicciones insolubles. En efecto, si se considerase que la entrega a Dios en "la institución vocacional", es como la respuesta a una llamada explícita y personal al modo de las llamadas explícitas que Dios dirige en la historia de la salvación a personas muy singulares, no se podría hablar de "tiempo de prueba", ni se podría admitir que la autoridad declarase que una persona no es idónea, después de haberle asegurado que el hecho de haber recibido la vocación garantiza la posibilidad de superar todos los posibles obstáculos. Cuando se dice que "por tener vocación" se pueden superar todas las dificultades, se argumenta como si Dios o Jesucristo mismo hubiera llamado de manera explícita. En cambio, cuando se dice que alguien no es idóneo para el camino que había comenzado, se argumenta desde la consideración de la naturaleza individual como elemento determinante. Es decisivo reconocer que el propósito de entrar a formar parte de una institución vocacional, no puede identificarse sin más con la respuesta a una llamada explícita por parte de Dios. Esto no quiere decir que la vocación institucional deba ser considerada un mero proyecto humano: en ese propósito la persona no se confía exclusivamente a sus fuerzas naturales y, en ese sentido, espera que Dios se comprometa con ella, al modo de la relación dialógica aludida anteriormente.
La realidad es que la entrega a Dios en una "vocación institucional" no constituye un fenómeno que deba entenderse solamente en la perspectiva de la respuesta a una llamada al modo de los llamados explícitamente por Dios, sino más bien al modo de algo que se expresa en la misma naturaleza individual de la persona concreta: son las inclinaciones, la generosidad de corazón o capacidad de entusiasmo de cada persona, guiadas por la razón iluminada por la gracia, lo que determina el camino que deba seguir. Pero la persona no es nunca una capacidad de amar o una razón independientes. Para determinar el camino que se debe emprender hay que contar con que la razón y la capacidad de amar o de entusiasmarse con ideales grandes, son esencialmente parte de una naturaleza individual. Esto es muy importante, porque es posible que, a la hora de decidir el propio proyecto de vida, la voluntad considere solamente sus entusiasmos y no cuente suficientemente con las propias condiciones naturales. En ese caso pueden aparecer tensiones peligrosas, porque la naturaleza de las personas no es indefinidamente flexible.
Estimado Caminante:
ResponderEliminarHace tiempo que vengo leyendo su blog con interés y detenimiento. He coincidido con casi todas sus apreciaciones, pero debo confesarle que su última entrada sobre los seminarios me ha parecido un capolaboro. Apreciación que me parece confirmada por el unánime juicio de sus exigentes y entusiastas lectores. Como simple aporte al interesante debate quiero compartir con Vd. y con todos ellos el siguiente y poco conocido juicio del teólogo francés Louis Bouyer sobre el tema. El texto está tomado de un libro cuya publicación alejó de su testa el capelo cardenalicio, por pedido de los obispos franceses a Paulo VI, tal como éste refirió al mismo Bouyer. Se trata de La descomposición del Catolicismo, escrito en 1968.
“Nada me parece más urgente que disponer hoy día de sacerdotes formados directamente para su ministerio con estudios sólidos y una piedad alimentada en la fuente. Pero para esto hace falta todavía que sean primero hombres, y hombres de su tiempo (no borregos con la boca abierta, balando a todas las novedades, sino hombres maduros por la experiencia de la vida). En este sentido, ordanar hoy a mozuelos de veinticinco años, que se apresuren a hacerse llamar “¡Padre!” por hombres que habrían podido traerlos al mundo, es una absurdidad que no tiene nombre. No debería permitirse que se confirieran órdenes mayores a hombres de menos de treinta años, y nadie debería ser admitido en el seminario sin haber hecho estudio superiores completos y ejercido la respectiva profesión por lo menos un año, o haber recibido una formación laboral igualmente completa, en la industria o en el campo, y haberse ganado el pan algún tiempo en esos menesteres. Mientras no se llegue a esto, mucho me temo que no haya en el sacerdocio más que eunucos o, lo que es casi lo mismo, adolescentes perpetuos, incapaces de salir nunca de un estado esquizofrénico. Huelga añadir que muchachos que tuvieran tal formación no soportarían ni siquiera ocho días la vida de los seminaristas actuales, de charlas sin contenido y de “experiencias” sin objeto . . .”
Sin más, y exhortándolo vivamente a continuar brindándonos material de esta calidad, lo saluda atentamente
N.N.
Estimado: aunque hace muy poco llegué a su blog (vía Cruz y Fierro) me ha hecho sentir hasta "comprendido" en varias de sus apreciaciones (no todas) respecto a la vida de la Iglesia.
ResponderEliminarEn particular, y después de haber vivido unos pocos años de vida religiosa, este post sobre la formación de los futuros candidatos al sacerdocio me ha hecho confirmar muchas intuiciones que tenía al respecto hace ya algún tiempo.
Quiero aclarar (suspicacias aparte) que yo salí muy bien de la orden donde estuve como profeso de votos temporarios(Carmelitas descalzos); y le debo y le agradezco a esta orden los años que estuve ahí. Años que atesoro como riquísimos en enseñanzas y experiencias. Mucho de lo que soy, se lo debo al Carmelo.
Pero es precisamente este agradecimiento y este cariño el que hace que me duela tanta divagación inútil y tanta vuelta en torno a la quinta pata del gato, que se da en ámbitos formativos tanto de seminarios como de conventos. Divagaciones que la vida real sigue tachando de irrelevantes, más cuando los gatos siguen empeñados en tener sólo cuatro patas.
Y de nuestros pobres curitas de clero no puedo más que compadecerme, enviados con dialéctica de maestra jardinera a una Iglesia de ghente adulta que necesita curas adultos.
El Señor nos dijo ya que había que ser "mansos como palomas y astutos como serpientes". No sé por qué a veces, me parece que nuestros curitas lo entendieron al revés.
¡Brillante! Es un consuelo enorme saber que no estamos solos en la percepción de que con el cuento de las vocaciones nos quieren pasar para el cuarto--y, en particular, a nuestros hijos. En el libro de Randle, "La Gran Conversación", hay una cita de Newman acerca de las "Vocaciones peligrosas" que coincide sustancialmente con lo dicho por Ud. No, no estamos solos en lo que pensamos.
ResponderEliminarY, lo peor de todo, es que tenemos razón.
Tollers
Hermanos en Cristo:
ResponderEliminarCiertamente el tema del estado de los seminarios es otra del causas de la actual crisis d ela Iglesia. Tengo un amigo que está en una comunidad conservadora con estas mismas visiones sobre el tema.
Como todavía no ha sido mencionado creo conveniente no olvidar al Seminario de observancia tradicional de La Reja (Pcia de Bs. As), uno de los 6 seminarios y 2 preseminarios, que la FSSPX tiene en el mundo, así como otras comunidades y ordenes religiosas (OSB, OFM, OP, CSJ, del rito oriental, etc.) fieles a la tradición católica.
Aqui van los links para quien le interese.
1)SEMINARIOS
http://www.fsspx-sudamerica.org/pseminarios.html
2)ORDENES Y CONGREGACIONES
http://www.sspxasia.com/Documents/Society_of_Saint_Pius_X/Vocations/index.htm (web en inglés)
Benedictinos:
en Brasil: http://www.beneditinos.org/default01.php
en Francia: http://www.bellaigue.com/home.php
en USA:
http://www.sspx.org/Vocations/benedictines_in_the_usa.htm
Capuchinos:
en Francia: http://www.geocities.com/franciscanismo/ (website en castellano)
Redemtoristas
http://www.redemptorists.org.uk/
3) Sobre tema Vocaciones hay un reciente número especial de la revista IC
http://www.fsspx-sudamerica.org/piesus109.html
Sin denostar a nadie, me parece que aquí se había centrado el problema del progresismo del S XVI, aunque haya sido expuesto con ejemplos cucús que además de ser pogresistas del S XVI, lo son del XX, del XXI... La Reja y afines no está exenta de los problemas de ese progresismo del S XVI.
ResponderEliminarAmigo Invisible
Estimados lectores del blog:
ResponderEliminarMuchas gracias por los elogiosos y alentadores comentarios al último post. Me alegra saber que no estoy solo y que no esoy loco.
He notado en en la mayoría de los comentarios una mal disimulada furia anti-cucú; quieren sangre... Como había sugerido anteriormente, podría iniciarse una seria denominada "Reminiscencias no autorizadas", o bien "Reminiscencias heterodoxas"; o aún "Las reminiscencias de los Otros", e incluso "Reminiscencias integrales". Siempre llevará incluido el sustantivo "Reminiscencias"; muchos de Uds. sabrán por qué.
Pero, como bien me advirtió el Amigo Invisible, puedo tener una fijación cucú, por lo que sería conveniente diversificar momentaneamente el contenido del blog.
Querido Amigo Caminante:
ResponderEliminarQue no esté solo no implica que no esté loco, aunque creo come le dije anteriormente que el tema de seminarios como ud. lo planteó no admite discusión.
Si es para tratar el tema cucú específicamente retiro lo dicho sobre la fijación cucú.
Las "reminiscencias integrales" servirán. Me parece que la impunidad cucú hizo mucho daño a muchos y ésos y muchos otros tendrán algo que decir.
Dosifique como considere conveniente. De paso puede escribir sobre el Opus, Torres Pardo... Aunque no se lleven bien todos son progresistas del S XVI.
Si quiere volver al rito sarum o al misal nicolaíta: bienvenido.
Amigo Invisible
Estimado Caminate:
ResponderEliminarPienso que no hay una particular furia al criticar al "problema cucú". En mi opinión, la raíz del "problema cucú" es común a varias instituciones -pre y post CVII- de matriz voluntarista; a una espiritualidad, y a ciertos usos y costumbres que vienen de larga data; a una institucionalización post-tridentina de elementos culturales propios de la modernidad.
Al criticar esas prácticas institucionales no lo hacemos por fobia irracional, sino con la esperanza de que en algún momento las malas prácticas se reformen. Porque esas prácticas dejan un tendal de gente rota y dolida en el camino...
En fin, si nos preocupa el bien común eclesial, podemos señalar pecados y errores ajenos, sabiendo que nosotros somos capaces de caer en los mismos o en peores.
Al final de cuentas, todos somos pecadores y necesitados de conversión.
Pablo (Rosario).
Estimados:
ResponderEliminarSi sirve para algo.
Los años en el Centro de Estudios como numerario del Opus Dei tienen muy pocas diferencias a lo que cuentan de los seminarios. Son idénticos.
Si son vocaciones desde los 14 años el trauma psicológico de la salidad a los 30 y pico (sacerdote o no, pero con todos los estudios de un sacerdote) son imaginables.
Los resultados suelen ser de dos especies: 1.- Los más lucidos intelectualmente y fuertes físicamente, superan el tema y se reinsertan en la sociedad, sacando al Opus Dei de sus vidas (es lo más saludable) 2.-Odio al Opus Dei y resentimiento de por vida.
En ambos casos lo dicho puede venir con la conservación de la fe católica o acompañado de abandono o apostasía de la religión. Se dan todas las combinaciones.
Lo notorio es que la Obra (respetada o no, de forma explícita o implícita) es algo que se quiere dejar atrás, como una mala noche en una mala posada.
Estimado señor:
ResponderEliminarLe escribo desde Chile.
Sigo su blog desde hace algún tiempo y me parecen muy interesantes sus comentarios. Tengo varias preguntas que hacerle, pero ya habrá tiempo para ello.
Acerca de la organización a que se alude aquí como los cucús, al parecer no han podido remontar el vuelo por sobre Los Andes, salvo en alguna diósesis del norte del país.
En cuanto al tema de los seminarios y considerando el mensaje de un numerario, le recomiendo la página www.opuslibros.com donde encontrará cientos de testimonios de vocaciones forzadas y vidas destrozadas. Me interesan sus comentarios al respecto.
Saludos.
Que son los Cucús???
ResponderEliminar(ya sé lo del pajarito, y el reloj, así que omitamos el chiste)
Nestor K.
¿Cómo qué son los Cucús?
ResponderEliminarCon todo habría que hacer toda clases de distinciones: se ignora si son Cucús o Cucúes o Cucuses. Tampoco estamos seguros sin son Kukus (con acento, sin tilde, en la primera sílaba), o Kukús.
Se ignoran muchas cosas sobre el particular.
Pero lo que está claro es que son una secta que no llega a ser Ku-Klux-Klan.
Katólicos de Karloncho que no saben de distinciones.Papólatras, pertenecientes a "la inmensa parroquia de la ortodoxia infantil" (Castellani), autores de revistas "avant la lettre" (Delfina Bunge de Gálvez), voluntaristas, defensores de la comunión en la mano, maniqueos, misógenos y muy duchos en leva de vocaciones, pero sumamente cautelosos en conservar "el secreto mejor guardado de la Congregación": cuántas defecciones, apostasías, y bajas.
¿Qué son los Kukús? Eso, y mucho más. Pero, para enterarse, vean www.ive.org-y allí verán que es como el Opus, sólo que un poco más grasa.
Savonarola
En mi ignorancia pregunto: ¿por qué el palo a Delfina Bunge de Gálvez? Sólo conozco sus textos escolares y eran buenísimos.
ResponderEliminarNo tiene nada que ver, pero...
soy curioso también en esto
Rin tin tin