miércoles, 31 de octubre de 2007

In festo omnium sanctorum


Placare, Christe, servulis

Quibus Patris clementiam

Tuae ad tribunal gratiae

Patrona Virgo postulat.



Et vos, beata per novem

Distincta gyros agmina

Antiqua cum praesentibus,

Futura damna pellite.



Apostoli cum Vatibus,

Apud serverum Judicem

Veris reorum fletibus

Exposcite indulgentiam.



Vos, purpurati Martyres,

Vos, candidati praemio

Confessionis, exsules

Vocate nos in patriam.



Chorea casta Virginum,

Et quos eremus incolas

Transmisit astris, caelitum

Locate nos in sedibus.



Auferte gentem perfidam

Credetium de finibus,

Ut unus omnes unicum

Ovile nos Pastor regat.



Deo Patri sit gloria,

Natoque Patris unico,

Sancto simul Paraclito,

In sempiterna saecula. Amen.





Que así sea, para todos los lectores del blog, y para este servidor.






martes, 30 de octubre de 2007

¿Quiénes son éstos?


Nuestro apreciado Jack Tollers ya nos había desacostumbrados a sus magníficos comentarios. Pero ha reaparecido. Su comentario merece la categoría de post:


Estimado Wanderer,

A ver si me explico con claridad: estos tipos no tienen nada que ver con el país, con lo nuestro, con nosotros. Fíjese si quieren, pero desde que tengo memoria, no tengo recuerdo de que hayamos tenido un buen gobierno, maldita sea nuestra suerte.

Ahora, en algún registro, de alguna manera, siempre tuvieron que ver con nosotros. Si es verdad que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, no está enteramente mal que quién lo representa, represente también algo de lo nuestro. Y así, Menem era un riojano piola, un chanta y un vivo del año cero. Y eso es cosa nuestra, es inútil negarlo, qué le vamo’ a hacer. Y Alfonsín representaba la solemnidad democrática e institucional de la educación normalista, con lenguaje minusválido que nos retrotraía a las épocas de la maestra sarmientina y al mismísimo Peludo, mezcla de filosofía Krausista con una insólita dosis de populismo que procede de, de... de vaya uno a saber cuándo. Rosas era muy argentino en muchísimas cosas, con hábitos y estética campera, con un donaire un poco fanfarrón y triunfalista si se quiere. Pero Urquiza no lo era menos. Sarmiento exageró hasta el infinito y en sus bombásticos discursos y febriles cartas, campanean los ecos de cien mil apasionadas discusiones políticas entre nuestros compatriotas. Desordenados, sí. Pero, bueno, qué sé yo, argentinos también.

Para qué vamos a hablar de Perón, que parecía representar a una todos los defectos argentinos y que, por eso mismo, resultaba (él y sus defectos) perfectamente digerible para la mayoría de nuestros connacionales. Su humor, su castellano, su porte, pioladas y arranques de ira eran tan, pero tan, nuestros, que se cansó de ganar elecciones, y después de la primera, sin hacer demasiada fuerza tampoco. Porque lo que decía y hacía se correspondía con un aire, con un ambiente, con una “onda” se diría hoy, nacional. Y popular, cómo no.

Y hasta me atrevo a decir que incluso De la Rúa representaba algo de lo nuestro, con sus atildados y mohínos discursos--donde invariablemente hablaba de “política”, como si eso no tuviera que ver con el país real. Pero qué sé yo, eso también es típico de por aquí, ¿o no? , que en eso nos recuerda a Justo, a Ortiz y a Videla, por nombrar sólo a algunos utopistas que parecen no haber hablado jamás con un taxista, un portero o un lavacopas sino de “política”--pero jamás de lo que realmente les pasa, les sucede, les ocurre. ¿Gobernantes esenciarios? ¿Mandatarios anti-existencialistas? Pónganle el nombre que quieran, pero puestos a hablar de política, se encuentra mucho de eso entre innumerables connacionales.

Podríamos seguir y seguir, pero para qué. Ya sabe usted a lo que me refiero: tuvimos gobiernos de toda laya, pero todos representaban, más o menos, virtudes y defectos nacionales. Como querer la chancha y los veinte, como hacerse el burro cuando la mano viene pesada, como mantener una continua inconstancia entre lo que se dice, se piensa y se hace (en materia impositiva, moral, política, lo mismo da).

De todos modos, "éstos"... "éstos" son otra cosa. Permítame anotar aquí que estos tipos no tienen nada que ver con nosotros. Ni con nuestro arte ni con nuestras costumbres, ni con nuestra estética, ni con nuestro castellano. Estos tipos no conocen el humor argentino (entre otras cosas porque carecen de humor), no saben de mate y truco, tango y carreras, fútbol y chacareras. El que tiene plata hace lo que quiere; y entonces han contratado a un par de fascinerosos que hablan--un poco--de eso; pero ellos, estos tipos, no saben ni mú del asunto. No conocen al país y ciertamente (en esto, justo es reconocerlo, comparten el podio con innumerables gobernantes del pasado) no les interesa.

No sé quiénes son estos tipos: estos Kirchner, Ulloa, De Vido, Varizat, ¿quiénes son, de dónde vienen, qué representan? Hay una enorme cantidad de argentinos que no me caen del todo: Bergoglio, por ejemplo, o Moyano si me apuran. Pero reconozco en ellos fallas o modismos, inclinaciones o furcios definitivamente nuestros. Y si no me gusta que me representen, o si niego que me representan, al menos debo confesar que en algún registro, representan cosas del país.

¿Pero éstos? Estos que proceden de las desoladas regiones del Sur, vienen sin tradición que se conozca, sin historia, sin antecedentes. No tienen biografía, o si la tienen, la han escondido con todo cuidado. No sé cómo se pueda conjugar a éstos con Los Pumas o Di Nóbili, con Molina Campos y Borges, con el Martín Fierro o Les Luthiers. Por eso me lo pregunto una y otra vez: ¿qué tendrán que ver con nosotros? Digo, ¿no? ¿Qué tienen que ver con el tractorista de Tapalqué, el obrero de la fábrica en Pacheco, la maestra de Reconquista o el taxista de Nueva Pompeya? No se me ocurre por dónde vincular a éstos con Mitre o con Illía. No puedo, por más empeño que le ponga a la cosa, conjugarlos con Maradona, con Gardel o con Alejandro Dolina. Y menos que menos, con los cartoneros, los sin techo, los miserables de siempre (los marginados son menos argentinos puesto que también quedaron al margen del país, por pura pobreza, claro está).

No lo entiendo, pero entiendo que no los entiendo. ¿Quiénes son estos tipos, qué tienen que ver con el país, por qué y en qué términos nos representan?

¿Nos representan?, ¿en serio? No sé cómo podría asociarlos con Niní Marshall o, qué sé yo, con el postre vigilante. Ni siquieran tienen que ver con Villa Freud ni Palermo Hollywood. Por lo que se ve en sus películas, diría que Pino Solanas sabe más, mucho más, del país. Y cómo no será la cosa que hasta se me ocurre que algunos periodistas saben más, mucho más, sobre la Argentina, por caso, Lanata o, incluso, (me parece, a veces), Morales Solá. Ni hablar de Carrizo o de un uruguayo como Víctor Hugo Morales.

Pero éstos, no creo que se rían con Landriscina ni que se emocionen con un gol de Tévez (para la selección, se entiende). No creo que hayan leído a Abel Posse, a Félix Luna, a Larriqueta, o, si me apuran, a nadie. No deben saber quién fue Fader, no deben saber jugar a la taba, ni deben tener idea de quién fue Castellani (Daniel, sí, el del vóleibol, pero del otro, de don Leonardo, menos).

Y éstos son los que nos representan. Estos son los que llegaron para quedarse, para hacer del país lo que les venga en gana, para hablar en nombre nuestro en los foros internacionales, para denostar a quién se les ocurra y para perpetuarse durante el tiempo que puedan.

Debemos esta herencia, recordémoslo de paso, a la fina elección, al ojo avisor y a los experimentados años de Eduardo Duhalde. Pero por bronca que me dé el recordarlo, reconozco que Duhalde era bastante argentino (en sus utopías, en su lenguage abstracto, en sus enjuagues de politiquero viejo--y en legarnos semejante calamidad).

¿Pero éstos? ¿Quiénes son, de dónde vinieron, adónde nos llevan?

Bueno, está bien. Reconozco que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen.

Pero no merecíamos tanto, señor, no tanto como esto.

Como éstos.

Saludos,


Jack Tollers.

domingo, 28 de octubre de 2007

Adagio lamentoso




De este modo titula Tchaikovsky el último movimiento de su sexta sinfonía, llamada “Heróica”. Me resulta extraña que el último movimiento de una sinfonía termine con un adagio. Pero sus razones habrá tenido el magnífico ruso para hacerlo y a mí, en este caso, me viene de perlas para este post. Me parece que ya no sólo una composición orquestal debe llevar el sugerente nombre de adagio lamentoso sino también mi país, Argentina. No hay expresión mejor que un lamento en forma de adagio para llorar el destino de esta porción de tierra sudamericana.
No me interesa mucho la política. Logré curarme a tiempo del maurrasianismo con el que crecí desde mi adolescencia debido a las reuniones y adoctrinamiento que recibía en casa de viejos y meritorios representantes del nacionalismo católico. Me tranquiliza saber que, por ejemplo, a Santo Tomás tampoco le interesó demasiado la política: apenas si le dedica al tema un tratadito que dejó inconcluso.
No hablaré aquí de los males de la democracia que ya son conocidos por la mayoría de los lectores del blog. Sólo vendría bien recordar que el gobierno de todas las sociedades siempre ha estado en manos de una elite. Nadie sensato puede creer aún el cuento de un pueblo que se autogobierna. Por cierto que esa elite no siempre será la mejor o la más capacitada. Puede suceder, como sucede en Argentina, que sea la elite de la vulgaridad la encargada de gobernarnos. Esto no ocurre en otros países democráticos de América. Chile y Estados Unidos, por ejemplo, están gobernados por elites que, a veces serán más de derecha y a veces más de izquierda, pero siempre sus gobernantes pertenecen a una clase dirigente claramente definida, cuyo oficio casi les viene en la sangre, o casi es un hábito en ellos. Una especie de privilegio de clase. Porque, en estos casos, las elites gobernantes pertenecen a las upper classes.
En Argentina también ocurría lo mismo. El poder se transmitían a través de elecciones más o menos limpias o fraudulentas, a miembros de una clase dirigente que, con ideas relativamente diversas, conocían el oficio de gobernar, y lo hacían bien. Fueron ellos los que colocaron a nuestro país entre los primeros del mundo en las décadas iniciales del siglo XX.
“Eran masones, anticlericales y liberales”, dirán algunos. Y tienen razón, pero pertenecían a una clase que conocía el oficio de gobernar, y muchas cosas de la res publica se manejaban bien. Luego de ellos, los gobernantes siguieron siendo masones, más o menos liberale o más o menos progresistas, y más o menos anticlericales, pero ya nada funcionó bien.
Lo que vino después del gobierno del gobierno en manos de las clases altas argentinas fue peor. Lo que vino después se llamó Perón, y él ha sido, a mi entender, el mal más grande que le pudo tocar en suerte a Argentina, y del que difícilmente se recuperará. Perón llevó al poder a las masas, a quienes la naturaleza había preparado para ser súbditos, a los “cabecitas negras”, a los incapaces, a los oportunistas, a los zafios y los incultos. Perón entregó el poder a la vulgaridad. Y eso nunca cambió. Y, como dice un amigo, Never underestimate the power of vulgarity.
Por eso, YO ACUSO a la clase dirigente argentina que, frente a la llegada de Perón, se retiró del gobierno de la cosa pública, desinteresándose del bien común y dedicándose egoístamente a acrecentar sus negocios y sus fortunas. Ellos eran los patricios que la nación precisaba, por su formación, por su capacidad, por su inteligencia y por su sangre, pero ellos abdicaron de su deber dejando a todo un país a merced de los idiotas y resentidos. Muchas veces he hablado estos temas con amigos pertenecientes a esa clase, y son ellos conscientes de su culpa pero, sin embargo, persisten en su egoísmo, escudándose en que ya nada puede hacerse. Últimamente han sonado algunos de sus apellidos en las listas electorales pero aún así, por lo bajo, desprecian a Macri, por ejemplo, que los ha llamado, por considerarlo un new rich, un parvenu a las upperclasses.
¿Podrá nuestro país recuperarse del mal del peronismo? No lo creo. Ya no hay tiempo.

gibelino@hotmail.com

miércoles, 24 de octubre de 2007

Intellectus et ratio

La discusión sobre el intellectus y la ratio en Tomás de Aquino ha provocado la aparición de interesantísmos comentarios que prefiero poner en forma de post para que puedan ser leídos con más facilidad. Aquí van por orden cronológico:
P.L. DIJO:
Estimados Wanderer y Juan:
He meditado el post como se aconseja en el mismo y no se me aclararon mucho las ideas.
En primer lugar, si bien acuerdo que las citas críticas (cuando no se trata de fuentes) suelen no ser muy provechosas de por sí, en defensa de quienes las han usado hay que decir, como lo hace Cruz y Fierro, que una cosa es lo que se dice desde el anonimato o nombres que no identifican (lo cual no sirve en tanto no se conoce ni la autoridad ni el pensamiento del que critica) y otra es usar autores conocidos en general, que demarcan el ángulo y el objeto de la crítica. En caso contrario cada uno debería escribir un libro para justificar cada calificativo.
Por otra parte se funda todo el comentario sobre el concepto (perdón por la mala palabra) de "intuición" sin aclarar qué cosa sea esa. Es decir, y dado que la palabra ha sido usada en múltiples contextos, no sabemos de qué intuición estamos hablando; ¿divina? ¿de la intuición de las ideas divinas? ¿del nous griego? ¿de la intuición de la esencia de las cosas? ¿de la idea de las cosas? ¿de la intuición sensible? ¿de un pálpito extrasensorial?, etc. Referir todo a la intuición sin aclarar suena a un método que ha sido llevado al extremo por el mencionado Freud, es decir, explicar lo conocido por lo desconocido o lo claro por lo oscuro.
Pero lo más llamativo es que debemos partir de la intuición, llevarla con la razón para llegar de nuevo a la intuición. Entonces ¿a qué salimos? ¿a pasear al perro (perdón, a la razón)? Si el suelo y el cielo es la misma intuición ¿para qué sirve la razón? "Intuyo" que para nada.
Saludos.P.L.
WANDERER DIJO:
Estimado P.L.: Si bien la respuesta a su comentario corresponde al mendocino Juan, no puedo vencer la tentación de recodarle la multitud de veces en las que Santo Tomás afirma que la intuición es el principio y el fin de la ratio, en una especie de movimiento circular. Por ejemplo, escribe en De veritate (10, 8 ad 10): "Haec autem circulatio attenditur in hoc quod ratio ex principiis secundum viam inveniendi in conclusiones pervenit et conclusiones inventas in principia resolvendo examinat secundum viam judicandi”. Se parte de los principios que se intuyen y se culmina nuevamente en los mismos principios objetos de la intuición. Hay libros enteros dedicados al tema. Le puedo pasar las referencias, si Ud. lo desea.

Juan mendocino dijo:
Amigo P.L: respecto de lo que entiendo por intuición, por supuesto, hay una respuesta corta y una larga. Aquí se impone la corta: entiendo por conocimiento intuitivo el que aprehende el ser actual, presente, por oposición al conocimiento abstractivo.
Dorotea: veo que haciéndole preguntas he logrado de su parte un aporte útil para los que frecuentamos este blog. ¡Vaya! He leído de Chenu su "Introduction a l'etude de Saint Thomas d'Aquin" y su "St Thomas d'Aquin et la théologie"; de V. Balthasar su "La verdad es sinfónica" y su "La oración contemplativa"; de de Lubac parte de su "Exégesis medieval". (a propósito y muy en serio: quien, corrido por la pertenencia de de Lubac a la Nouvelle Théologie y poseyendo esa obra quiera desprenderse de ella, ¡la compro!) Cometí tal vez el error de no haberlos etiquetado de Nueva Teología para lanzarlos lejos de mí, con terror y espanto.
En cuanto a Pio XII, no creo que en su encíclica haya negado la posibilidad de una lectura conceptualista de Santo Tomás. Tampoco creo que nos haya ordenado repetir a Santo Tomás como loros, descuidando la realidad a la que el Aquinate remite. Y algo más: sí, creo que hay que actualizar a Santo Tomás de Aquino. No modernizarlo. Pero su obra, como cualquier otra, está en potencia de ser entendida, meditada, "intus-lecta". ¿Le parece?

P.L. DIJO:
Estimado Wanderer:
En su respuesta y en la de Juan con relación a mi objeción, se ve con claridad (como imaginaba) que hablan de cosas distintas cuando se refieren a la intuición. Con ud. estoy de acuerdo con Juan no.
Ud. hace referencia a lo Sto. Tomás llama intellectus, el cual es una especie de conocimiento inutitivo. Si se quiere traducir como intuición está perfecto (aunque yo prefiero no hacerlo en general por el significado que se le ha atribuido a esa palabra en otras corrientes). Ahora, esa intuición sólo se da respecto de los principios (intellectus en el orden del ser, sinderesis en el orden moral). En este sentido, la verificación de la via iudicii sólo verifica la correspondencia con dichos principios. Es decir, con la intuición no se accede a verdades particulares sino máximamente universales, que necesitan de la razón para avanzar. El juicio o revisión posterior de las verdades halladas (por la razón) sólo comprende su adecuación o no con los principios, por lo que la verdad hallada (íntegramente considerada) no es objeto de la intución sino de la razón.
En cambio Juan, hace referencia a un conocimiento directo mediante la intuición. En el pensamiento de Santo Tomás dicho conocimiento, en el hombre, es siempre imperfecto, sólo puede darse en espíritus puros (ángeles). Aclaro, no digo que esté equivocado por no pensar como el Santo, sólo digo que sus referencias al santo en su comentario son equívocas. Aclarado eso digo que no estoy de acuerdo porque de ese modo no se explican muchas cosas (entre ellas, el error).
Por último, otro cantar es el de la intuición mística que recae sobre un campo muy acotado del conocimiento y requiere condiciones personales de santidad muy específicas.
Saludos.P.L.

SSS DIJO:
Estimado P.L
Quisiera aclarar algo con respecto al tema del intellectus en Santo Tomás. Tal como Vd, dice, el intellectus en el hombre no es puro como en el caso del ángel, y por ello necesita del discurso de la ratio. Ahora bien, aún así, tal como Wanderer afirma en una entrada anterior, el intellectus es principio y fin de la ratio. No es cierto que la verdad hallada por la ratio sea objeto de la misma: Santo Tomás dice explícitamente lo contrario:
Ut ad principium quidem, quia non posset mens humana ex uno in aliud discurrere, nisi eius discursus ab aliqua simplici acceptione veritatis inciperet, quae quidem acceptio est intellectus principiorum. Similiter etiam nec rationis discursus ad aliquid certum perveniret, nisi fieret examinatio eius quod per discursum invenitur, ad principia prima, in quae ratio resolvit. Ut sic intellectus inveniatur rationis principium quantum ad viam inveniendi, terminus vero quantum ad viam iudicandi.
Unde, quamvis cognitio humanae animae proprie sit per viam rationis, est tamen in ea aliqua participatio illius simplicis cognitionis quae in superioribus substantiis invenitur, ex quo etiam intellectivam vim habere dicuntur; et hoc secundum illum modum quem dionysius, VII cap. De divin. Nomin., assignat dicens, quod divina sapientia semper fines priorum coniungit principiis secundorum; hoc est dictu: quod inferior natura in sui summo attingit ad aliquid infimum superioris naturae. De Ver, q 15, art 1, c. Sólo he citado una de las decenas de afirmaciones de este tenor que hay en las obras del Santo.
La ratio es instrumental al intellectus, que es el que propiamente permite conocer. Instrumental pero obviamente imprescindible por la condición corpórea del hombre: “nihil est in intellectu quod non fuerit primo in sensu”.
Y tan es así que cuando el Angélico se pregunta acerca del don de intellectus y en una objeción argumenta que el hombre no es intelectual como los ángeles sino racional, responde aplicando el muy mal entendido – incluso en entradas anteriores de esta sección comentarios, “gratia perficit naturam”:
Ad secundum dicendum quod discursus rationis semper incipit ab intellectu et terminatur ad intellectum, ratiocinamur enim procedendo ex quibusdam intellectis, et tunc rationis discursus perficitur quando ad hoc pervenimus ut intelligamus illud quod prius erat ignotum. Quod ergo ratiocinamur ex aliquo praecedenti intellectu procedit. Donum autem gratiae non procedit ex lumine naturae, sed superadditur ei, quasi perficiens ipsum.
Et ideo ista superadditio non dicitur ratio, sed magis intellectus, quia ita se habet lumen superadditum ad ea quae nobis supernaturaliter innotescunt sicut se habet lumen naturale ad ea quae primordialiter cognoscimus. S Th II-II, q 8. art. 1, ad 2.
Por fin, para terciar un poco en la cuestión del racionalismo en la teología, incluso la fe sobrenatural asienta en el intellectus
“Credere autem est immediate actus intellectus, quia obiectum huius actus est verum, quod proprie pertinet ad intellectum. Et ideo necesse est quod fides, quae est proprium principium huius actus, sit in intellectu sicut in subiecto”. S Th II-II, q 4. art. 2, c. Y en comentario al De Trinitate de Boecio, Santo Tomás dice que lo propio de la ciencia divina es proceder intellectualiter. A fortiori, aclaremos que en esta obra, ciencia divina es para el Aquinate tanto la teología como la metafísica:
“CO21Ad tertiam quaestionem dicendum quod sicut rationabiliter procedere attribuitur naturali philosophiae, eo quod in ipsa maxime observatur modus rationis, ita intellectualiter procedere attribuitur divinae scientiae, eo quod in ipsa maxime observatur modus intellectus. Differt autem ratio ab intellectu, sicut multitudo ab unitate. Unde dicit boethius in IV de consolatione quod similiter se habent ratio ad intelligentiam et tempus ad aeternitatem et circulus ad centrum. Est enim rationis proprium circa multa diffundi et ex eis unam simplicem cognitionem colligere.
CO 22 Sic ergo patet quod rationalis consideratio ad intellectualem terminatur secundum viam resolutionis, in quantum ratio ex multis colligit unam et simplicem veritatem. Et rursum intellectualis consideratio est principium rationalis secundum viam compositionis vel inventionis, in quantum intellectus in uno multitudinem comprehendit. Illa ergo consideratio, quae est terminus totius humanae ratiocinationis, maxime est intellectualis consideratio. Tota autem consideratio rationis resolventis in omnibus scientiis ad considerationem divinae scientiae terminatur.” In Boethii De Trinitate, Pars 3, q 6, art 1.
Esta es la verdadera doctrina del Angélico tomada directamente de sus textos, sorprendentemente claros.
SSS

JUAN MEDOCINONO DIJO:
Mi estimado P.L: Atento a la amabilísima atención que me ha dispensado, me siento animado a pedirle hagamos mutuamente el esfuerzo de entendernos cabalmente.
En principio: conozco la distinción tomista intellectus-ratio. Si dije intuición y no intellectus o intuición intelectual, es porque tomé la precaución de no entrar en terreno tan cenagoso. Recorra mi escrito y revise la definición que le he dado de intuición y verá que en ningún momento hablo de intuición intelectual. Ud. sabe, seguramente mejor que yo, cuánto ha discutido la escuela sobre el asunto de la intuición intelectual, sus posibilidades, alcances, etc. Además le confieso: el tema, con Santo Tomás o sin él, me trae muchísimas dudas aún.
Ahora bien. Concedo por un momento que una lectura acertada de Santo Tomás nos dice que, en ámbito gnoseológico, no hay en el hombre intuición intelectual sino de los primeros principios. No puedo entender la génesis de la concepción y formulación de esos principios sin una intuición anterior (con anterioridad gnoseológica, no temporal), por vía de percepción sensitivo-intelectual. Estudiar la gnoseología humana abstrayendo la inteligencia y creyendo que es ella la que conoce, y no el hombre el que conoce por ella, es un error de falsa abstracción y su destino inevitable es el dualismo antropológico (y en esto tengo la certeza de ser discípulo de Tomás). Y cuando digo que es el hombre el que conoce, estoy haciendo referencia a sus sentidos externos (propiamente intuitivos), sus sentidos internos (propiamente intuitivos respecto de sus objetos propios, impropiamente intuitivos respecto del ente extramental), y a la disposición de su afectividad. Y he aquí lo que he llamado el suelo de la intuición.
Por último, cuando hablo del cielo de la intuición. Con Santo Tomás, afirmo que ratio es a intellectus como lo imperfecto a lo perfecto y que el razonamiento es un defecto de la criatura humana, en virtud de la imperfección de la materia a la que el alma racional informa: quod defectus quidam intellectus est ratiotinatio. No niego en absoluto su utilidad, pero como lo propio de lo imperfecto es estar en movimiento, digo: el fin del movimiento discursivo, racional, es una intuición. El cielo del hombre es la visión facial de Dios, contemplación a la que Santo Tomás llama: simplex INTUITUS veritatis. Y como toda causa final, determina y especifica todo el movimiento que a ella tiende.
He aquí una explicación de lo que he meditado. Si logro hacerme entender, a partir de allí nuestros disensos serán más fructíferos aún. Discúlpeme mi amigo, pero con todo respeto, a veces siento que dispara contra mi posición, pero dirigiéndose a un lugar en el que yo no me encuentro.
Por último y cumpliendo con mi parte, digo, la de entenderlo a Ud., quisiera saber qué entiende Ud. por racionalismo.

P.L. DIJO:
Estimado amigo Juan:
Antes de adentrarme en las cuestiones planteadas en respuesta, tanto a ud. como a SSS quiero hacerle un par de aclaraciones previas.
Es muy posible que mis comentarios apunten a lugares donde ud. no está. De hecho, si se fija, nunca hago comentarios descalificantes que impliquen directamente al autor (no hablo de divague, de más lectura de otro autor ni pretendo enclaustrarlo en tal o cual corriente histórica de pensamiento), justamente porque entiendo que el ámbito de discusión no permite ahondar y explicar todo debidamente. En este sentido, sólo me desagradan las descalificaciones rotundas o faltas de respeto a personas, instituciones, etc. que no es el caso de este diálogo. Por ello no lo apunto a ud. sino a ideas que me parecen erradas o que pueden conducir al error. En cuanto al tema, me pareció que la mención general de la intuición podía conducir a dos vertientes siempre actuales de pensamiento: por un lado un ontologismo exagerado que termina en una especie de panteismo y por otro un relativismo individual. Por eso, como ud. prefiere no hablar de intellectus yo prefiero no hablar de intuición.
En cuanto a lo que entiendo por racionalismo debo aclararle, como lo hice con el amigo Wanderer en mi primera comunicación, que no soy muy afecto a los "ismos" porque, en general y aplicado a autores, me parece que simplifican demasiado y de modo poco provechoso pensamientos de las más variadas índoles. No obstante, a mi juicio el racionalismo y el voluntarismo son dos caras de la misma moneda, es decir, son en el fondo la misma cosa. En este sentido cualquier separación radical entre las potencias del alma o la preminencia absoluta de una sobre la otra me parece que responden a ese parámetro y termina errando en las conclusiones. El origen del problema (aunque en sus conclusiones esté presente ya desde los sofistas) lo ubico (en cuanto a su desarrollo orgánico) en el nominalismo con la negación existencial de los universales.
Entrando en el tema de la intuición, intellectus y Santo Tomás, entiendo por intuición cualquier tipo de patencia directa entre un objeto y un sujeto. En este sentido acuerdo con ud. casi por completo respecto al "suelo de la intuición". Respecto de los primeros principios hay verdadera intuición por la autoevidencia de los mismos y por su imposibilidad de discurso reflexivo respecto de ellos. En cuanto a los sentidos, también acuerdo en que se trata de verdadera intuición, en el mismo sentido del término, aunque en ese caso ya se necesita su verificabilidad orgánica por medio de la razón (o de otro de los sentidos integradores como el sentido común).
Respecto del "cielo de la intuición" también acuerdo que esa es la finalidad del hombre. Pero dicha finalidad (ya lo dice Aristóteles en el libro Landa) implica un grado superior de lo que se podría llamar (en la terminología aristotélica) de "divinización del hombre". Ahora, ese grado superior sólo está dado al hombre de dos modos: uno total que es la visión beatífica (al que sólo se accede en el cielo y no en la tierra) y otro parcial que es el caso de la intuición mística (por eso lo separé en el comentario anterior). En cualquiera de los dos casos la intuición directa con Dios, ya no procede del camino habitual de la razón sino de otras cuestiones. Por ello, si bien es cierto que dicha intuición es causa final especifica en cuanto al movimiento pero no en cuanto a su formalidad. Creo que no estamos tan en desacuerdo.
Con respecto a SSS los textos citados se corresponden con el citado por Wanderer en el comentario anterior. Es por ello que en mi respuesta a dicho comentario y en el actual está mi opinión al respecto. No obstante, hay una aclaración. Cuando dije que la verdad era objeto de la razón me refería a que en el hombre (por su imperfección como señalan Juan y el texto) se llega mediante la razón, pero, en rigor, la verdad no es objeto ni de una ni de otra sino de las dos. Esto porque para Santo Tomás ambas son la misma potencia. De hecho, cuando explica que son lo mismo y no distintas (cito de memoria porque no lo tengo acá puede ser una artículo adelante o uno después S.T. 1, q.79a.8) usa como argumento, justamente, que tienen el mismo objeto.
Perdón a Wanderer y a todos por lo extenso.
P.L.

Y esto es todo, por ahora.

jueves, 18 de octubre de 2007

Otra vez el Mendocino. Sobre el racionalismo


Publico como forma de post un extenso y profundo comentario de Juan el Mendocino sobre el tema que tratáramos hace algunas semanas sobre el racionalismo y la teología católica. Acuerdo con él de cabo a rabo. Es para leerlo dos veces. Y pensarlo. Despacio. Vale la pena.

Dos aclaraciones previas:

1) Amigo mendocino: seguramente hay mucho de racionalismo flotando en el ambiente, pero también es cierto que yo no he sabido expresar bien mis pensamientos. Esto de la literatura del blog exige rapidez en la composición de cada una de las entradas. Escribir algo bien llevaría quizás, un mes, y publicando con esa frecuencia, no hay blog que aguante. Fíjese lo que pasó con Ud. que, cuando tuvo listo el comentario, llegó bastante atrasado.

2) Una vez más: nunca dije que Santo Tomás fuera racionalista, sino que su obra y su método fue excusa del racionalismo de muchos de sus seguidores.


Estimado Wanderer:

he escrito este comentario a sus reflexiones sobre el racionalismo en la Iglesia. Dudé, por mi inexperiencia en esto de los blogs, respecto del lugar en el que tenía que pasárselo, toda vez que aquel post ya es pasado, y su último post no tiene que ver con el tema.

Veamos:

“Yo que soy montañés sé lo que valeLa amistad de la piedra para el alma.”Leopoldo Lugones.

Entonces, en cuanto al racionalismo en la Iglesia.Sus objetantes tienen razones, Ud. tiene razón.

Quienes lo impugnan, no ven el fondo de su reflexión. Tal vez no lo ven, porque Ud. no ha acertado en el modo de expresarlo. Tal vez no lo ven porque quizá estén afectados por ese virus tenaz hoy día y que oscurece la vista, que es el racionalismo, fruto del conceptualismo. Porque un artículo, un ensayo, una clase, una tesis, no son otra cosa que un conjunto de signos que pretenden conducir a una intuición. Ahora, por esfuerzos que haga por guiar a un ciego hacia aquella rosa que Ud. ha contemplado, el ciego no podrá verla. No han fallado necesariamente ni su esfuerzo ni su camino (método): simplemente falla la vista de su amigo. A mi no me convenció su método, pero al reflexionar detenidamente en sus palabras me pareció ver el lugar al que quiere ir, qué quiere mostrarnos.

La razón depende de la intución de la cosa. Entonces, a las cosas: que Cayetano es racionalista porque así lo afirman Gilson y Fabro, pero que no lo es porque eso sostiene de Lubac. Al Señor Sacristán le parece “delubaciano” afirmar que Cayetano es racionalista y con esto se pone del lado de Cayetano; pero al Señor Cruz y Fierro el racionalismo cayetanista le parece afirmación “gilsoniana” y “fabriana”. Que Duns Escoto está en la línea de Agustín, que Tomás en la de Aristóteles, que Agustín en la de Platón, que Platón en la de vaya uno a saber. Todo esto es legítimo, abre un camino, pone marcos de referencia, nos acerca a los maestros, pero ¿y las cosas? A mí me parece que Cayetano es racionalista, pero no me parece que lo sea desde el momento en que se le ocurrió a tal o cual afirmar eso. Fabro me parece oficialista, artificioso y propagandista en muchos de sus escritos; también me parece nominalista en su resolución del problema de la libertad; me parece acertado en sus intereses por los aspectos platónicos en Santo Tomás y desacertado en su concepción del lugar gnoseológico que ocupa el esse. Pero el asunto es: aquí, acá y más acá, Fabro me parece artificioso. Acá creo ver un error nominalista que lleva a esto y a esto otro. Acá disiento y acá concuerdo. Y así, a las cosas.

La razón depende de la intuición, comienza en ella y a ella conduce. Está dominada por ella, y en tanto que de ella carece, yerra. Un razonamiento que, además de ser correcto es verdadero, es el desarrollo de una intuición. Asimismo, Santo Tomás está dominado por las intuciones bíblicas y patrísticas, sustentadas ellas en su propia intuición mística (actus credentis non terminatur ad enuntiabile sed ad rem, dice Santo Tomás) y en una intuición del esse, intuiciones ambas que hacen de fundamento de todo su edificio intelectual. Y advierto, para ser lo más claro posible: en la medida en que no está dominado por esas intuiciones –si es que no lo está en algún momento- se equivoca. Pero el hombre no es sólo inteligencia, así que una apostilla más: Santo Tomás está favorecido por un ambiente cultural, litúrgico y monástico que le permite una connaturalidad con las grandes adquisiciones del pasado: el humus espiritual (permítaseme la metáfora) de los medievales del S. XIII y el de los Padres del S. IV son semejantes. Las semillas de racionalismo que precedieron al Doctor de Aquino no se habían aún plasmado como mentalidad preponderante -aunque quizá en esto discrepemos Ud. y yo.

Ud., frente a esto, podría preguntarme: ¿dónde y dónde más Santo Tomás declara sus intuiciones? Y haría bien en preguntarme. Allí podríamos ir cuando Ud. quiera y si a Ud. le parece.

Sin el suelo y el cielo de la intuición, la verdad entendida como adecuación del intelecto a la cosa puede devenir adecuación de la razón a una obra filosófica o teológica, por ejemplo, a la tomista. Viene a darse el alarmante caso de que encontramos un conjunto no pequeño de hombres que, todos afectos a santo Tomás de Aquino, confesos tomistas, dissimilia autem sentientes, similia tamen verba loquuntur, utilizan las mismas palabras, pero ven de modo distinto. Por eso me atrevo a afirmar lo siguiente: quien no es capaz de apreciar el carácter intuitivo y poético de la obra tomista careciendo por esto de cierta connaturalidad con sus intuiciones o quien no hace sino acotarse a la lectura de Santo Tomás en desmedro de la meditación bíblica y patrística y en desmedro de una observación amorosa, serena, detenida, de las cosas que tiene delante, mejor no se acerque al aquinate: terminará dañado y poco y nada agregará a sus conocimientos.

Y de lo que vengo diciendo infiero que, in actu excercito, las categorías tomistas, no bañadas por la experiencia vital, terminan identificándose con muchas de las kantianas. Santo Tomás ha sido frecuentemente acusado de racionalismo. Confieso que no me parece racionalista. Pero sí advierto que, en razón de su método racionalizante y por tanto, categorizante, puede propiciar la ilusión de que si uno logra memorizar sus fórmulas y puede dar de ellas una mínima cuenta lógica, ha alcanzado la sabiduría. ¡Dichosa facilidad! La materia y la forma, la substancia y los accidentes, la unión personal de dos naturalezas, la causa de las causas..., etc. Ya sabemos filosofía y teología. Me contaron que en una clase en un seminario de cuyo nombre no quiero acordarme, que funciona en un lugar andino de la Mancha, un sacerdote recorría frente a sus alumnos las distintas heterodoxias antropológicas del pasado y del presente: “Platón piensa esto, Descartes piensa esto otro, Kant piensa así y Hegel piensa asá, y Freud piensa de este modo y...” cuando fue interrumpido por la mano en alto de un seminarista que, preocupado y sediento de verdad, preguntó: “¿Y nosotros qué pensamos?”. ¡Y el sacerdote respondió!

Es que se puede intentar una ciencia teológica sin mística. Se pueden elaborar monumentales síntesis filosóficas sin realidad. Filosóficamente, se abandona la existencia, teológicamente se abandona el camino apofático hacia Dios, único posible en el ascenso de la inteligencia al Ipsum Esse Subsistens. En la expresión, se abandona la poética teológica, toda vez que ésta es la única expresión nacida de la conciencia de que Dios supera las posibilidades proferentes de la criatura humana. Decae la liturgia y decaen los estímulos para vivir a Dios en el enclaustramiento monástico. La moral natural deviene imperativo categórico. Declina, por fin, toda posibilidad de acción común.

Porque fíjese Ud., mi estimado Wanderer, que el racionalismo es un pecado de la carne (ruego que nadie crea que acuso de pecadores a los racionalistas: cuando digo pecado, señalo lo material del mismo). Los ángeles no son racionalistas –si es que los ángeles son inmateriales. No hay razón sin inteligencia encarnada. Y todo pecado de la carne mata la carne a la que sirve. Y dado entonces que la liturgia, la vida monástica, la vida moral, la teología poética, la literatura mística y mitológica, son el fruto de la carne vivificada por el espíritu, a nadie debería extrañar que en ambientes de tomismo conceptualista, todas estas altísimas obras que tanta gloria han dado a la Iglesia tiendan a morir o no existan.

Termino con los siguiente: ¿de dónde extrae el racionalismo su tremenda fuerza disgregadora? La inteligencia tiene su principio en lo real, el racionalismo en el concepto. Tengo para mí que el conceptualismo es el germen que con mayor poder de descomposición corroe la fe en nuestros tiempos. ¿Cuál es el ídolo que, pareciéndose más a Dios, más aleja de Él, más lo traiciona en Su Verdad, en Su Bondad, en Su Belleza? ¿El dinero? ¿Acaso está prohibido procurárselo? ¿El mundo, la carne? Pero ambos tienen un lado positivo: el Verbo se hizo carne, y Dios amó tanto al mundo que le envió a su Unigénito. El hombre, al adorar la idea, el concepto de Dios, y no a Dios, se adora a sí mismo. Y lo hace, casi diría, de modo inconsciente. Cree poder adorar a Dios sin consagrar, sacrificar, ofrecer su inteligencia. En definitiva, sin inmolarse. “No adorarás la obra de tus manos”. Ninguna obra humana más pulcra (ahora que pienso en la pulcritud del conceptualismo, recuerdo, no sé por qué, que el P. Escurra imaginaba el infierno como un lugar helado. Creo que tenía razón), más sutil, más espiritual, que el concepto. Por acá debe venir, si no estoy muy errado, que Nuestra Señora aplaste la cabeza de la serpiente... y la nuestra, en cuanto tenemos de serpentinos.

Lo saluda con mucho afecto y agradecimiento por sus generosas, inteligentes y edificantes publicaciones


Juan (mendocino).

miércoles, 17 de octubre de 2007

Cardinal Manning


Jack Tollers, un estimado amigo y comentarista del blog, posee su propia página web destinada a “colgar” material bibliográfico de sumo interés, muchas veces traducido por él mismo y siempre con maestría y calidad literaria. Lo último que leí fue la traducción de la biografía del cardenal Manning escrita por Lytton Strachey. Como Tollers dice: “Se trata de un incisivo, irreverente, irónico, sutil, hilarante y mordaz retrato de un cierto tipo de cristiano”. Y, claro, “posiblemente sólo un inglés agnóstico y reconocidamente homosexual podía calarlo como a osadas otros jamás pudimos”.
Tollers, además, sugiere que Manning sería el super Kukú o, si quieren, el tipo de Karloncho, quien siempre será un anti-tipo. Admito que lo es, siempre y cuando tengamos en claro que la distancia que los separa es sideral, y eso en todos los sentidos.
Por ejemplo, dice Strachey: “De su vida tenemos vislumbres en el que lo vemos como un joven buen mozo, jugando al cricket, o pavonéandose con sus elegantes botas altas alemanas... participaba de alegres excursiones de caza como cualquier caballero que se precie y no se acostaba sin antes despachar sus dos botellas, como corresponde”. Yo, al Karnicero, lo vislumbro a lo sumo jugando al fóbal en un potrero terroso, con zapatillas negras, medias grises, traje de baño azul y anaranjado y remera de boca obsequiada por mercadito “Don Pedro”. Concedo sin embargo lo de las dos botellas que, por cierto, no serían de gin o whiskey, sino de vino “Toro” rosado.
Hay similitudes también en el ofídico modo con el cual se movían ambos en los círculos vaticanos. Manning se había agenciado la amistad del secretario privado de Pio IX, Mons. Talbot, quien logró su extraordinaria promoción a la sede de Westminster y posterior cardenalato, del mismo modo en el que Karloncho logró de Sodano la aprobación de su Instituto en contra de todo el episcopado argentino, afirmando con convencimiento a todo el mundo que esa era la voluntad de Dios. Se lee en Strachey:
“De todos modos” concluía Talbot, “no deje de creer que su elevación a la dignidad episcopal es especial obra del Espíritu Santo”.
Todo parece indicar que Manning pensaba igual.
“Mi querida hija” le escribió a una de sus penitentes, “he sentido durante estas últimas tres semanas como si Nuestro Señor me hubiese llamado por mi nombre. Todo lo demás, lo he olvidado. La vieja y firme convicción que tengo de que el Santo Padre es la persona más sobrenatural que jamás haya conocido se ha acentuado aún más. Siento que he sido traído por la Voluntad Divina, y contra todas las voluntades humanas, a una relación inmediata con Nuestro Señor.”
Y a la Señora Herbert: “En verdad, si ésta fuere la Voluntad de Nuestro Señor, la de cargarme con semejante responsabilidad, no podría haberlo hecho de manera más fortalecedora y consoladora para mí. Recibir el cargo de manos de Su Vicario, y de Pío IX tan luego, quien tomó esta decisión después de largas invocaciones al Espíritu Santo, sin influencia humana alguna y contra el parecer de muchos poderosos, me fortalece para asumir semejante cruz”.

Apostaría a que en la correspondencia de Kukudrilo encontraríamos párrafos semejantes.
Otra de las coincidencias entre los dos personajes es su condición de parvenu. Manning lo fue no tanto en lo social cuanto en los círculos de poder del catolicismo. Convertido a la fe cuando era archidiácono anglicano de Chichester, doce años más tarde es nombrado arzobispo de Westminster, para lo cual Pio IX tuvo que “liberar” al obispo Errington de su cargo de coadjutor con derecho a sucesión del cardenal Wiseman. Pero no fue esta desprolijidad lo más grave: Manning pasó por arriba de los “viejos católicos” ingleses. Tengamos en cuenta que en Inglaterra se había mantenido un grupo importante de católicos, muchos de ellos nobles, que llevaban sangre de mártires de le época isabelina, y que habían sido postergados y excluidos de todos los círculos sociales a los que pertenecían por nacimiento. Una casi perfecta presentación de esta clase es la familia Marchmain, protagonista de la novela más importante de Evelyn Waugh, Brideshead revisited. Ellos esperaban y en cierto modo les correspondía por gratitud, reconocimiento y ¿derecho?, el gobierno del catolicismo restaurado en la Inglaterra victoriana. Manning, un recién llegado, con zancadas de avestruz, pasó por encima de todos ellos.
En Argentina no hay nobleza; apenas si encontramos alguna burguesía ennoblecida por las décadas y, en muchos casos, por la fidelidad a una memoria familiar más o menos ilustre. Hacia ellos se dirigió Karloncho, rondando por la geografía de Bella Vista y de Recoleta, convenciendo a jovencitos con apellidos prestigiosos y, en lo posible, de buen aspecto. Siempre fue una buena estrategia de marketing. Alguno podrá decir: “Todos hacen lo mismo”, y recordar que, por ejemplo, Miles Christi presenta siempre en toda su folletería propagandística, según comentan, la fotografía de un mismo rubito carilindo de legendario abolengo. Puede ser, pero la diferencia es que los Ianuzzi boys son genuinos y se mantienen en lo que son. Los del Karnicero se degradan y regodean con la vuelta a las costumbres plebeyas, y si no lo hacen, son maricas y se tienen que ir.
El libro de Strachey tiene la virtud, además, de retratar la figura del cardenal Newman, y las relaciones que mantuvo con Manning. Ahora que se anuncia su próxima beatificación, será ocasión de rever, por ejemplo, los manejos que hizo Manning para impedirle fundar el Oratorio en Oxford, cuando ya estaba la aprobación de Roma, con todo lo que eso hubiese significado para el catolicismo inglés. Y para rever, también, la actitud de Roma frente al mismo Newman. Escribe Strechey refiriéndose John Henry Newman :
“Ni bien ingresó a la Iglesia de Roma se encontró con que de ahí en más no sería sino alguien de poca importancia, sistemáticamente relegado. Fue recibido en la Corte Papal con una cortesía que apenas si escondía el más absoluto desinterés e incomprensión. Su sutil inteligencia, con sus refinamientos, dudas y perplejidades¾¾su blando y anteojado porte oxfordiano con su quasi-femenina timidez¾¾tales cosas estaban mal calculadas para impresionar a la muchedumbre de los ocupados Cardenales y Obispos, cuyos días transcurrían empleados en resolver detalles prácticos de la organización eclesiástica, absorbidos por las intrincadas y dilatadas cuestiones de diplomacia papal y los deliciosos picoteos de la intriga personal. Y cuando por fin logró algún éxito en impresionar a los que tenía al alcance, la cosa no mejoró; empeoró. Gradualmente surgió una cierta inquietud; las autoridades de Roma comenzaron a caer en la cuenta de que el Dr. Newman era un hombre de ideas. ¿Sería posible que el Dr. Newman no entendía que las ideas en Roma, por decir lo menos, no resultaban apropiadas¾¾que no tenían nada que hacer allí? Aparentemente no se daba cuenta; y eso no era todo: no contento con tener ideas, se lo vio empeñado en divulgarlas.”
Y así nos fue.
Un libro que vale la pena leer.
Y es gratis.

gibelino@hotmail.com

lunes, 15 de octubre de 2007

La espiritualidad cristiana


Ayer, como todos los domingo, fui a misa. A pesar de mis insistentes ruegos, me tocó un cura bobo, cosa que me ocurre semanalmente desde hace dos décadas, es decir, desde que comencé a prestar atención a lo que los curas dicen en las homilías. Esta vez, la cosa no comenzó muy bien, pero tampoco era un desastre: el presbítero predicaría sobre el rezo del rosario. Yo siempre prefiero escuchar un sermón sobre la palabra de Dios, pero mal no vendría escuchar algunos conceptos y consejos acerca de una devoción tan venerable como lo es la santa corona de Nuestra Señora. De origen claramente medieval, fue propagada por Santo Domingo de Guzmán y los fraile de la orden de Predicadores a comienzos del siglo XIII, y luego enaltecida como una importantísima fiesta de la cristiandad por el papa San Pio V en acción de gracias por el triunfo de Lepanto. Y se mantuvo esta devoción inalterada a los largo de ocho siglos hasta que el Gran Toquetón Polaco tuvo que meter sus grasientas manos y modificarla.
Pero volvamos al curita bobo. Después de desarrollar las clásicas consideraciones sobre el rosario, comenzó a derrapar, es decir, comenzó a enloquecer una verdad que, en su justa medida, es saludable, pero díscola, se convierte en carga insoportable. La conclusión de su sermón podría ser sintetizada, palabra más, palabra menos, en estos términos: “Quien no reza el rosario diariamente, peligra su salvación”. Con lo cual los feligreses salieron cargados con un pesado fardo que, sin duda, servirá para aumentar los escrúpulos y problemas de conciencias que los curas bobos gustan poner sobre las espaldas de sus fieles, o de sus víctimas: para muchos de ellos, no rezar el rosario un día puede ser visto como un pecado y como una muestra de irreverente desagradecimiento a la Madre de Dios.
Me daban ganas de subirme al ambón y poner las cosas en su lugar, como hizo una amiga mía en su parroquia de la Suiza alemana, y no le fue muy bien: la echaron de la comunidad. Pero opté por la prudencia, y expresar mi malestar en el blog, a sabiendas de que ninguno de mis co-parroquianos lo leerá porque tienen prohibido mencionar siquiera la palabra Internet so pena de ser considerados merengosos jóvenes contaminados con el mundo moderno, sostenedores inconscientes del poder judío e ingenuos crédulos de los atentados del 11 de septiembre, entre otras disparatadas acusaciones.
Si seguimos con rigurosidad lógica el razonamiento del cura bobo, y tomamos su afirmación como la premisa mayor de un nuevo silogismo y proponemos como menor a la siguiente: “Los cristianos anteriores al siglo XIII no rezaban el rosario”, concluiremos que, durante doce siglos, los cristianos peligraron su salvación. Y si proponemos esta otra menor: “Los católicos de rito oriental no rezan el rosario”, concluiremos que este importante grupo de contemporáneos hermanos nuestros difícilmente se irán al cielo.
Estas conclusiones claramente insensatas, no lo son para todos ya que muchos las aceptan a rajatabla. Pienso, por ejemplo, en aquellos “misioneros” occidentales que invadieron las llanuras ucranianas luego de la Perestroika e impusieron las devociones occidentales, Sagrado Corazón y Rosario entre ellas, en las parroquias de rito oriental, lo que con justicia fue denunciado como “imperialismo latino”, y estimo que varios lectores de este blog, autodefinidos como católicoscontrareformistas, acordarán que a aquellos antiguos fieles de siglos pretéritos se les hacía muy difícil alcanzar el cielo privados como estaban de tantas devociones benéficas que nos trajo la modernidad. Esto es insensato y propio de mentecatos y obtusos.
No me meteré a hablar de la fascinante espiritualidad oriental. A mano tienen todos obras como la Filocalia de los Padres népticos, o los Apotegmas de los Padres del Desierto, o hasta el Diario de un peregrino ruso. Quiero decir, sin embargo, un par de palabras sobre la espiritualidad occidental anterior al siglo XII.
Trashumante como soy de libros y papeles viejos, encontré dos documentos interesantes que hablan explícitamente de este tema. El primero es una regla monástica escrita hacia finales del siglo VI para un monasterio conocido como Tarnant que habría estado ubicado en el sur de la Galia. Pueden encontrarla en el tomo 66 de la Patrología Latina. El autor, desarrollando todos los aspectos reglamentarios de la vida de los monjes, en el capítulo dedicado al rezo del oficio divino, deja por un momento el lenguaje legal y, como arrebatado por la poesía y la belleza del salmodia, se dirige no ya sólo a los monjes, sino también a todos los cristianos, con estas palabras: “Orationibus vacate horis et temporibus institutis, psalmis et hymnis cum Dominus exoratur, ea plantentur in corde, quae proferuntur in voce. Arator stivam tenens Alleluia cantet; sudans messor psalmis se avocet, et dum palmitem curvum tondet vinitor falce, aliquid Davidicum canat. Haec sint vestra carmina; haec, ut vulgo aiunt, amatoriae cantiones; haec pastorum sibilus; haec instrumenta culturae”. Se podría traducir de este modo: “Vacad en la oración en las horas fijadas. Orad al Señor con salmos e himnos, y plantad en vuestro corazón lo que expresan vuestras voces. Que el labrador cante Alleluia mientras sostiene la esteva; que el cosechador, bañado de sudor, se recree con el canto de los salmos; y que el viñador, mientras corta con la hoz el sarmiento curvo, entone los cánticos de David. Es así como deben ser vuestros cantos y, como se dice vulgarmente, vuestras canciones de amor. Estos son los silbidos de los pastores; estas las herramientas del agricultor”.
La espiritualidad cristiana primitiva era una espiritualidad sálmica. Dicho de otro modo, el ejercicio de piedad y la devoción por antonomasia era el rezo del oficio. Y esto es claro e indiscutible, y se mantuvo incluso hasta fines del siglo XIX. La absolutización del rosario, novenas, via crucis y demás actos piadosos, todos buenos y legítimos, como las únicas expresiones de la espiritualidad seglar es propia del siglo XX. Y pongo un ejemplo: Marcel Proust, en Por el camino de Swann, cuando describe la vida del joven protagonista a fines del siglo XIX en Combray, pueblo de la campaña francesa, dice que a la tarde iban a la iglesia a vísperas. No iban a rezar el rosario. Aún en las pequeñas iglesitas de campaña, se tenía misa a la mañana y vísperas a la tarde.
Otro ejemplo. A lo largo de los años logré “agenciarme” o “rescatar” de la destrucción, dos Liber usualis, donde se contienen los textos y melodías para los oficios litúrgicos (misa y oficio) de todo el año destinado al uso parroquial. En los dos casos, los libros se usaban en pequeñas iglesitas provincianas por curas del clero y, en ambos casos también, los libros están ajados, re-encuadernados y con algunas hojas perdidas, no por efecto de roedores, sino por el uso constante que se hacía de ellos. Con una elemental metodología de la investigación histórica, podemos lícitamente suponer que los libros se usaban habitualmente para todos los oficios litúrgicos (misa y vísperas) en esas iglesias.
Propongo otro texto. Se trata del De psalmorum usu liber, que era ya conocido hacia fines del siglo VIII, y puede leerse en el tomo 101 de la Patrología Latina. En el prólogo se hace referencia a los nueve usos de los salmos según sean los estados psicológicos del hombre y a los efectos que la recitación de los mismo provocará en su alma. Por ejemplo, el quinto uso es para cuando el cristiano encuentra que su vida presente es fastidiosa, podríamos decir, cuando la acedia o la depresión asalta su vida. En ese caso se aconseja recitar mentalmente los salmos Quemadmodum, Quam dilecta y Deus, Deus meus. Esta acción provocará que rápidamente el Dios clemente consuele el alma. Estos salmos, que son el 41, el 83 y el 62 según la numeración de la Vulgata, son un canto provocado por las añoranzas del alma que vive el destierro del Paraíso perdido. El fastidio de la vida terrena podrá superarse cuando el hombre renueve el objetivo de su vida terrenal que es alcanzar las moradas celestiales, y será este objetivo el que renovará el sentido de su existencia. Es la meta que espera al cristiano al finalizar su instancia terrena, la que ilumina todo obrar y que, iluminándolo, le otorga significación. Casi pareciera que la búsqueda de sentido como instancia de superación de los estados depresivos propuesta en nuestro días por Viktor Frankl está ya presente en la primera psicología cristiana.
El texto se inicia con una doble invocación al Dios liberador: “Liberator animarum et mundi Redemptor, Jesu Christe”. Es Jesucristo el liberador de las almas y el redentor del mundo. Ambos modos verbales refieren a la idea de un rescate que es obrado por la intervención del Hijo de Dios. Es decir, la referencia es a una necesaria intervención divina y sobrenatural como única posibilidad de superación del estado de cautiverio. La esperanza de liberación no está puesta en las fuerzas propias sino que implica una irrupción dentro de la propia existencia de una fuerza externa y superior que salva. Pero, ¿de qué modo ocurre tal intervención divina? No se trata de un proceso milagroso o portentoso, que comporta la intervención directa de las personas divinas, sino que se produce a través de una actividad plenamente humana. Se trata de la pronunciación de las palabras de los salmos: “per modulationem psalmorum”, dice el texto de la plegaria. Es la modulación de las palabras de los salmos, es decir, su variación rítmica y armónica, la que permite el proceso de liberación interior. Se modula la palabra para modular el alma. El sonido del verbo inspirado, tallado por el ritmo, la armonía y el silencio, talla, a su vez, el alma embrutecida y aprisionada en sus propias tinieblas.
La modulación sálmica posee la característica de un ritmo particular. Es la acción y reacción del espíritu y la palabra, del pensamiento y del verbo. Y así, se trata de un ritmo no sólo exterior, sino más bien interior, constituido en el movimiento de los labios y, sobre todo, del alma. Es este fluir y refluir el que, paulatinamente, permite al hombre medieval alcanzar su propia liberación.
Muy lejos de mí está el menospreciar el rezo del Santo Rosario. No sólo sería una impiedad de parte mía, sino también una insensatez. Simplemente quiero ubicar las cosas en su justo lugar y medida: el rosario es una recomendable devoción privada, querida por la Iglesia y por la Santísima Virgen. El rezo del oficio es la devoción pública de la Iglesia, originada con el mismo cristianismo, vigente en la práctica y en la espiritualidad católica hasta hace un siglo y hoy, lamentablemente, silenciada y negada.


miércoles, 10 de octubre de 2007

La objeción de don Diego (de nuevo)




Don Diego propuso una interesante objeción a mi último post y en el mismo sentido escribió Ludovicus. El argumento podría ser expresado del siguiente modo: “El Espíritu Santo siempre ha inspirado a la Iglesia, y resulta ilógico pensar que, luego de su fundación, se haya alejado dejándola sin su asistencia”. Por tanto, el creciente proceso de racionalización que yo señalaba es, sin más, un movimiento provocado por el Paráclito.
Sin embargo, creo que la objeción puede responderse con argumentaciones de distinto tipo. Veamos:
1) La inspiración del Espíritu Santo de la que goza la Iglesia por promesa divina sólo puede darse en las personas concretas que la integran: al papa Tal, a Mons. Cual, al P. Mengano y a los fieles, y no la Iglesia que, aunque entidad real, no es sustancial sino accidental. Los que son inspirados son seres humanos, reales y concretos, en orden a la ejecución de sus acciones libres.
Los actos libres del hombre, según la doctrina de Tomás de Aquino, son sujetos de la inspiración divina a modo de impulsio y nunca como compulsio. Es decir, los hombres son “estimulados” o “incentivados” por el Espíritu pero nunca “empujados” u “obligados” porque, en este caso, el principio del acto sería externo y se perdería la condición de libertad.
Es así, entonces, que no se puede plantear la necesariedad de que todas las acciones de la Iglesia hayan sido o sean inspiradas porque esto conllevaría a eliminar la libertad de los agentes concretos de tales acciones.
2) Si el Espíritu Santo inspiró el proceso de racionalización no pudo haber inspirado el proceso contradictorio por una simple cuestión de oposición: no pueden ser los dos verdaderos. Estaríamos en presencia de una suerte de “esquizofrenia divina”. Y, por cierto, que en la historia de la Iglesia la postura contraria a la racionalización fue siempre la mayoritaria e, incluso, la “oficial”. La teología especulativa de corte escolástico se oficializó en Trento. Durante los mil quinientos años anteriores, la opinión era otra. Una elemental síntesis histórica nos marca lo siguiente:
a. La postura anti-racionalista inicial del cristianismo tiene raíces platónicas que luego pasarán a su corpus a través de Plotino y los neo-platónicos, como Proclo y Dionisio Areopagita. Además de los Padres Orientales, mencionamos en esta línea a San Agustín y a los primeros medievales como Scoto Eriúgena. Pasará luego a la escuela franciscana con San Buenaventura fundamentalmente, y Duns Scott, y se expresará también en Maister Eckardt, los místicos renanos y Nicolás de Cusa. Las zonas heterodoxas de esta línea fructificará en el protestantismo luterano y en mucha de la teología progresista contemporánea.
b. La postura racionalizante puede ser considera de orígenes aristotélicos. Pasará a la cristiandad a través de las obras lógicas del Estagirita mal traducidas y peor aprendidas en la Escuela Palatina de Aquisgrán y en la Escuela de Auxerres, y se desarrollará plenamente con el arribo de todo el corpus aristotélico en la escolástica de los siglos XII y XIII. La expresión mayor es, por cierto, Santo Tomás de Aquino. Pronto comenzará su lento proceso de degeneración con Cayetano y los comentadores y, sobre todo, con Suárez cuyas enseñanzas serán expandidas a través del orbe por la Compañía llegando, por ejemplo, al colegio de La Flèche, pueblo de la turena francesa, donde estudiará Descartes dando comienzo así a la debacle filosófica de la modernidad.
Por cierto que el Espíritu Santo inspiró tanto a San Buenaventura como a Santo Tomás, ambos doctores de la Iglesia, pero no me parece que haya privilegiado a uno sobre otro porque su doctrina era más “ortodoxa”. Si así hubiese sido, no habría inspirado al otro.
3) Si el Espíritu Santo estaba interesado en la racionalización del cuerpo doctrinal católico, ¿por qué permitió que, durante doce siglos, se conociera una lógica mínima y distorsionada? ¿Por qué permitió que las obras de Aristóteles fueran desconocidas durante los primeros mil doscientos años del cristianismo? ¿Es que los católicos anteriores no merecían esa nueva luz?
4) Finalmente, al afirmar que el Espíritu Santo inspira todos los cambios de la Iglesia se afirma implícitamente una suerte de progreso indefinido. La Iglesia se encaminaría hacia la consecución de una perfección que bien podría identificarse con el punto Omega o el Cristo Total de Theilard de Chardin y, por tanto, con la postura progresista.
Por otro lado, esta misma postura haría de imposible cumplimiento las profecías bíblicas según las cuales la Parusía encontrará apenas un pequeño grupo de creyentes (pusillus grex) y muy poca fe sobre la tierra.

Por eso, no descalifico la escolástica tal como la encarnó Santo Tomás, de quien soy humilde discípulo, pero tampoco descalifico a la otra vía. En la casa del padre hay muchas moradas, y el Viento sopla donde quiere.




(Pido disculpas a Ludovico, P.L., Pablo de Rosario, Cruz y Fierro y algún otro lector que dejaron sus interesantes comentarios en el post que fue eliminado. El mecanismo del blogger elimina los post y también sus comentarios).




martes, 9 de octubre de 2007

Respuesta demorada

Un par de lectores atentos me hicieron una juiciosa observación acerca de una afirmación vertida en la última entrada que daba lugar a graves equívocos. La urgencia del medio y la informalidad que promueve un blog, dan pie a que se escapen imprecisiones y se descuide la exactitud de los términos.
Concretamente, cuando dije que la Iglesia no es una entidad real concreta, lo hice en referencia a la primera afirmación: que el Espíritu Santo inspira a los hombres de la Iglesia, y no a la Iglesia como tal. Acuerdo que, dicha sin más, es una afirmación nominalista y, por cierto, muy alejada del neoplatonismo que despierta mis moderadas simpatías.
Pero la respuesta a la objeción de don Diego, y los extensos e interesantes comentarios de Ludovico y de P.L. exigen de mi parte, un post más elaborado y no un mero remiendo. Es por eso que suprimí el publicado y, pronto vendrá el definitivo.

martes, 2 de octubre de 2007

Tierra húmeda


Si la tierra no está húmeda, la semilla no crece. Esta afirmación bucólica, con reminiscencias evangélicas, es verdadera en ambos sentidos, o para ambas clases de semillas: para las buenas y para las malas, para el trigo y para la cizaña. Si la tierra no hubiese estado húmeda, los dos mil quinientos obispos participantes del Vaticano II no habrían votado lo que votaron y ejecutado el mayor descalabro de la Iglesia a lo largo de toda su historia. Pensadores como Newman y Castellani preveían varias décadas antes que el regadío se estaba ya produciendo.
En varias oportunidades se ha comentado en este blog que la Contrareforma y Trento significaron la introducción de la modernidad en la Iglesia, y se calificó a sus adalides como los “modernistas del siglo XVI”. Si esto fue así, necesariamente la tierra debió estar húmeda para que semejante fermento se produjera. ¿Cuál fue el origen de esa humedad? Sobre ese tema quiero reflexionar en este post a partiri de dos hipótesis: (a) El problema de la Contrareforma católica tiene sus orígenes en los procesos de racionalización de la religión operados en el siglo IX y, (b) Siempre ha acarreado grandes males a la Iglesia la implementación de medidas con efectos permanentes para remediar situaciones coyunturales. Veamos:
Toynbee dice que, lo que él llama la “explosión medieval” del siglo XI, fue similar en cuanto a sus efectos a la explosión de la modernidad del siglo XVI. Seguramente el historiador británico tiene razón en lo que hace a la historia global de Occidente, pero yo creo que, en lo que hace a la historia de la Iglesia, el cambio debe ser situado dos siglos antes, es decir, en los albores del siglo IX. En ese momento se producen hechos altamente significativos desde varios puntos de vistas. Señalo tres de ellos y desarrollaré en este post sólo dos. Ellos son: la unificación litúrgica, la unificación monástica y la incorporación de la lógica aristotélica al discurso exegético. Este último elemento da para varios posts, y espero hacerlo de a poco: para los teólogos significó el comienzo de la teología especulativa, para los filósofos de matriz hegeliana y neopositivista, el comienzo de la filosofía y para unos pocos locos como yo, el primer comienzo del fin. Pero dejo esta discusión para otro momento.
La unificación litúrgica: Es a fines del siglo VIII y principios del IX cuando el emperador Carlomagno emprende la tarea de la unificación litúrgica de su imperio. Para él no se trataba sólo de una medida tendiente a mejorar el culto, sino de una medida también política. Europa salía de una existencia tribal, con un cristianismo rural, tosco y primitivo, mezclado todavía en muchos casos con creencias y prácticas paganas, y se dirigía hacia la gloriosa reedición del imperio romano. Debían construir la nueva Atenas, pero esta vez en París. Esa deseada y buscada unanimitas no podía limitarse a lo político sino también debía manifestarse en el elemento religioso. Era necesario entonces vencer las incipientes herejías de la época, como el adopcionismo español, y unificar el culto, dado que por todo el territorio imperial existía una gran variedad de ritos, luego llamados galicanos, cuyas variaciones eran notables incluso de una diócesis a otra.
La situación de debilidad política del pontífice romano frente a los lombardos que lo amenazaban seriamente en el norte de Italia, había provocado que el papa Esteban II buscara protección en Pipino el Breve, padre de Carlomagno e, incluso, viajará hasta París para ungirlo rey de los francos en Saint-Denis en 754. Este compromiso sellado entre los soberanos francos y el papado romano provocó que el mismo Pipino impulsara una primera reforma litúrgica buscando imponer en todos sus dominios el ritual en uso en las iglesias de Roma. Pero no tuvo éxito; le faltó fuerza política para hacerlo. Su hijo y sucesor, sin embargo, emprenderá la tarea que, aunque exitosa desde lo político fue un fracaso, según me parece, desde los litúrgico. El emperador manda a pedir al papa Adriano el libro litúrgico usado en las ceremonias litúrgicas de la Urbe para imponerlo en sus dominios. El pontífice y sus cortesanos, ante semejante requisitoria imperial, consideraron que lo más apropiada era enviarle el “misal” (aún no tenía ese nombre) en uso en la corte papal. Pero este libro era imposible de usar en la vida parroquial porque describía sólo las ceremonias que celebraba exclusivamente el papa. Cuando el volumen llega a la corte de Aquisgrán, el entorno del rey se da cuenta de la situación y será tarea entonces de Alcuino, un cercano colaborador de Carlomagno, de “suplementar” el misal pontificio con las misas y ceremonias que faltaban y que tomará, como es lógico, de la liturgia corriente en las Galias. Así nace el sacramentario gregoriano que se impondrá en todo el imperio carolingio y que, con el paso de los años, llegará a ser adoptado en Roma. Con lo cual nuestro rito romano tiene mucho más de galicano de lo que creemos.
Más allá de la anécdota histórica, lo importante para destacar es el significado profundo de esta acción unificadora. En la coyuntura histórica concreta fue una medida acertada porque contribuyó a la fugaz unanimitas carolingia pero, desde la perspectiva de los siglos, significó también la introducción de un elemento racionalizante en la liturgia viva del pueblo cristiano, según la cual una autoridad, legítima por cierto, ahoga con su mandato las expresiones particulares e impone, en razón de la uniformidad, un rito universal.
La unificación monástica: Análoga a la diversidad litúrgica era la diversidad monástica. Esos primeros siglos del Medioevo estaban poblados de monasterios que seguían reglas particular, redactadas por obispos, abadas o simples monjes, en dependencia siempre de las grandes reglas de la cristiandad: las de Agustín, Basilio, Pacomio y Casiano. Con la irrupción del monasticismo celta surgirán también los monasterios de observancia columbaniana y, con los primeros éxitos de la regla de Benito de Nursia, los de observancia benedictina. Ya en épocas de Pipino el Breve, el obispo Crodegango de Metz había redactado una regla, que hoy llamaríamos “canonical”, a fin de unificar los usos y la vida común de los clérigos de su diócesis. Es que en tanta diversidad no faltaban las comunidades con observancias bastantes relajadas o abiertamente escandalosas.
Será en la época de Carlomagno cuando surge el San Benito de Anianne quien comienza una reforma con rasgos similares a la que dos siglo más tarde llevará a cabo Cluny, y que consistió fundamentalmente, en imponer en todos los monasterios a los que se extendía su jurisdicción e influencia, la observancia de la regla benedictina.
Una vez más observamos que, para la coyuntura histórica, fue una medida acertada: de hecho, gracias a la acción de Benito de Anianne, el monacato occidental es benedictino. Pero, desde la perspectiva histórica, se perdió la enorme diversidad y riqueza, y hasta la espontaneidad, que poseían las otras reglas vigentes en esa época. Se trata también, y siempre desde esta perspectiva, de una medida racionalizante: uniformar y sofocar indirectamente los carismas propios de cada comunidad cristiana. [Soy consciente de que esta última expresión suena muy progre, pero recordemos que originariamente es paulina, y que puede tener una correcta interpretación].

Ambos casos tienen una notable característica en común que yo considero que ha sido siempre uno de los mayores problemas de la Iglesia como acotaba al comienzo: remediar situaciones coyunturales con medidas que tienen efectos permanentes. Dicho de otro modo, universalizar temporalmente lo particular. Y me animo a aplicar este principio, aunque con cierto temor a equivocarme, a un caso más reciente: la definición de la infalibilidad papal. Por cierto que era una medida necesaria desde la coyuntura: se produce dos meses antes de la caída de Roma en manos de Garibaldi y la pérdida definitiva de los Estados Pontificios, con un papa rey dejando en soledad por todos los gobiernos del mundo (sólo era apoyado por el presidente García Moreno de Ecuador y, tímidamente, por el emperador austro-húngaro). Era necesario reforzar la autoridad espiritual del papa dado que perdía para siempre la autoridad política y el mundo que avizoraban los cardenales del Vaticano I era muy oscuro y presagiaba desastres. Pero, desde el punto de vista histórico, ¿era necesaria la definición? No lo creo. Nadie en el mundo católico dudaba de ella e, incluso, el Concilio de Florencia había sido bastante claro al respecto. Por otro lado, veamos las consecuencias que tal medida provocó: el endiosamiento del papa, algo completamente nuevo en la cultura católica, su culto casi latréutico, su absolutismo casi despótico y, también, justificó el festival histriónico al que nos acostumbró el mediático papa polaco. Creo que se podrían encontrar aún otras consecuencias negativas.
Y en este tema soy newmaniano.


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