jueves, 28 de febrero de 2013

Ex femina

Una luminosa reflexión de Juana sobre el último post y la Iglesia:


Estimado Wanderer:
lo cierto es que Vargas Llosa me exaspera un poco, así que debo decir que me interesa lo que Ud. rescata en su post, acerca de lo cual quisiera comentar dos cosas.
La primera es que considero necesario no confundir la búsqueda de la multitud, que parecía ser el público privilegiado de JP II, la proliferación de viajes y la mostración permanente de actividad, con un oficio en el que el sucesor de Pedro ha de ser el primero: el anuncio universal de la salvación.

Ese es un mandato primario del Señor, y una de las razones de ser de la Iglesia. Creo entonces que la equivocación de JP II y adláteres respecto de este tema fue mayúscula, pues ante la crisis -sangría permanente de fieles, precarización de la vida de la fe, etc., etc.-, optaron por dar respuestas artificiosas y no buscar primero las causas profundas para procurar los remedios adecuados. 
Benedicto XVI ha sido más lúcido ante estos problemas, pero si bien entiendo que es acertado el reconocer que el cristianismo católico romano es, en su sentido cabal, una realidad cada vez más minoritaria, también creo que sigue en pie el mandato de la predicación universal.
No me parece que la cuestión consista en esperar a que el mundo se dé cuenta de que "no da para más" y debe retornar a la Iglesia. Eso no va a pasar. Esa idea implica ver al cristianismo desde una perspectiva crepuscular, desde una especie de clima de Untergang.
San Agustín, que miraba caer un imperio, supo pensar, desde el interior de su propia epocalidad, al cristianismo como una religión auroral, aún en un contexto de la decadencia. Se me dirá que vivimos en un era postcristiana, es cierto, pero eso no afecta al núcleo de la verdad cristiana, nos afecta a los cristianos que hoy somos para ver cómo serlo en este momento. Si somos pocos, entonces es la hora de la fidelidad a lo esencial, para poder comunicar con las formas de la gracia lo que hemos recibido como un don. El peligro es confundir a una cuestión de hecho, la condición minoritaria, con la condición sectaria. Hijos de ese error son tantos grupos, grupitos y demás de la era JP II, con los males subsiguientes.
Ciertamente, si hay algo que los cristianos antiguos supieron hacer, fue vencer la tentación sectaria.

Lo cual me lleva a la segunda cosa que quería comentar, la cual, siendo algo casual en los comentarios anteriores, no lo es tanto.
Se habla de la intelligentzia católica inexistente, de la pobreza de los centros de estudio, universidades, institutos, etc. Se dice que, por ej., la Universidad Austral o semejantes constituyen una cierta excepción.
No puedo sino discutir esa idea. Primero, porque fácticamente no es así, la universidad Austral, para continuar con el ejemplo, destaca en las llamadas "ciencias empresariales" -expresión sobre la que no me voy a expedir, por pudor-, quizás en algunas áreas médicas, pero ciertamente no en las Humanidades, de hecho no tiene carrera de Filosofía y el intento de mantener un doctorado en Filosofía no ha logrado consolidarse. Si usara como contra ejemplo a la universidad de Navarra, podría decir que lo más meritorio que encuentro es un cierto esfuerzo por invertir en la edición de textos filosóficos, no siempre afortunada en la calidad de las traducciones, y, si hay que ser rigurosos, ninguna de esas ediciones sale del plano de la divulgación medianamente culta.
Pero el punto central es otro, sean como sean las actuales universidades católicas, o las del Opus Dei, cuya identidad es siempre esquiva -como el Opus Dei mismo-, lo cierto es que no hay intelligentzia porque hace tiempo que buena parte de las instituciones superiores católicas y los individuos que las constituyen se han entregado o bien a un espíritu de ghetto, o al mercantilismo más feroz, o al vergonzante abandono de los estudios y la investigación, con seriedad, amplitud de miras, y capacidad de debate.
Mientras no se ensanche la mirada, para leer con más inteligencia y profundidad lo propio, y para comprender con seriedad lo "ajeno", será muy complicado que se supere la actual mediocridad. La llamada a la predicación universal, ha de estar acompañada de una claridad intelectual que también pueda pensarse en clave de universalidad.
En definitiva, estoy convencida que no son tiempos de retracción, sino de avance, pero no hacia la multitud, los poderes, las presencias mundanas, sino hacia la aquello que Juan de la Cruz llamaba "anchura de corazón", no mera magnanimidad, me refiero al dilatato corde de la Regla de San Benito, en el que la caridad ha hecho su labor.

Lamento las molestias si me he alargado, y me disculpo de antemano si he sido confusa.
Ex corde,

Juana

martes, 26 de febrero de 2013

Las razones del marqués


Ayer apareció en La Nación una columna de Mario Vargas Llosa sobre la abdicación del Santo Padre. Uno de los mejores análisis, sino el mejor, que he leído en las últimas semanas acerca del hecho en sí, de la figura de Benedicto XVI y de la situación de la Iglesia.
Vargas Llosa, nos guste o no, conoce el oficio de escritor y, en este caso al menos, se ha mostrado agudo y respetuoso: se abstiene de juzgar aquello que corresponde ser juzgado por los católicos y da muestras de un penetrante poder de análisis no sólo de la Iglesia sino también del mundo.
Tiene razón cuando afirma que Benedicto XVI es un papa anacrónico, no porque sea conservador, sino porque es un intelectual, que rechazaba instintivamente los baños de multitud y, quizás también, el ejercicio mismo del poder añorando los días de biblioteca y oración reposada. El marqués de Vargas Llosa sostiene que la mediatización del pontífice y su continua exposición a viajes y a multitudes aclamadoras son una necesidad del papado actual. Sin duda, luego de más de veinticinco años de histrionismo polaco, es un lastre difícil de quitar y que, en todo caso, llevará un buen tiempo hacerlo. Pero yo no creo que necesariamente el papa deba tener una exposición mediática permanente y mucho menos, paseos de multitudes. ¿Por qué, digo yo, son necesarias las audiencias generales de los miércoles o los ángelus dominicales? No sé cuándo comenzaron, pero no creo que esta práctica sea anterior a Pablo VI. Es verdad que Benedicto XVI limitó sus viajes al exterior y a la misma Italia, eliminó las visitas semanales a las parroquias romanas y delegó muchas de las ceremonias litúrgicas, ocasiones de show que Juan Pablo II había acaparado para sí. Pero, ¿no será que necesitamos un papa del silencio, de la oración y del estudio? ¿Un papa que cuando hable sea breve pero claro e iluminador? Acierta Vargas Llosa en su encomio a la producción escrita de Ratzinger y estoy en un todo de acuerdo con la calificación que le merece la encíclica Spe salvi. Me animo a decir que ese breve documento papal vale más que toda la parva de escritos ininteligibles que nos dejó el pontificado anterior.
Ya sé que Ludovicus dirá que me equivoco. Que se necesita un papa que sea también un político, y un político actual debe saber manejar los medios. Pero yo sigo sosteniendo que necesitamos un papa menos político, que se enfoque en los católicos reales y no en el mundo ateo o en los católicos de relleno. Página 12 del domingo pasado publicó un interesante estudio sobre el catolicismo actual en la Argentina, y la verdad es que somos muy poquitos. Casi diría un pusillus grex. ¿No será que necesitamos un papa para ese pequeño rebaño y no para la multitud ficticia?   
Pero hay dos afirmaciones de Vargas Llosa hacia el final de su artículo que me parecen las más importantes. En primer lugar, su juicio acerca del mundo. Afirma que “el mundo está devastado por el materialismo, la codicia y el relativismo moral”. No es nada nuevo. Lo venimos comentado en este blog desde hace años, pero es relevante que lo diga un premio Nobel, agnóstico y comprometido con todos los poderes de este mundo. Claro, él no menciona, ni vislumbra pienso yo, salida alguna, pero en este punto me viene a la memoria las palabras “proféticas” de Ratzinger en 1969, cuando decía que el mundo volvería a la Iglesia cuando se diera cuenta que no podía encontrar respuestas a lo que buscaba. Vargas se da cuenta que las expectativas del mundo se están agostando y que las respuestas que pretendía no aparecen. Por ahora no se le ocurre golpear en la única puerta donde las encontrará.
En segundo lugar, es contundente el juicio que hace el escritor peruano sobre el estado actual de la Iglesia: la considera decante y mediocre intelectualmente. No puedo más que refrendar y aplaudir esta afirmación. No es necesario abundar acerca de la decadencia de la Iglesia, mucho más evidente cuanto más proclamada fue la primavera conciliar. La decadencia en la liturgia, nos hemos cansado de discutirla en este foro. Sobre la decadencia en la fe, basta escuchar algunas homilías dominicales o hablar con algún cura o monja, o escudriñar los programas de estudios en los seminarios. Nos sorprendería ver en qué es lo que creen realmente y, mucho más, en lo que no creen. La decadencia moral salta a la vista cada día; ayer mismo con la renuncia del cardenal O’Brian, aceptada en el acto por el Vaticano, acusado de “comportamientos inapropiados” hacia sacerdotes y seminaristas, y nosotros tenemos a varios otros sin tartán: Bargalló, Maccarone, Storni… y mejor lo dejamos ahí, que si empezamos con los curas, no terminamos más.  
Uno de los post que más comentarios tuvo en este blog fue el titulado “Pucha con la UCA” y lo que quería mostrar era justamente la enorme mediocridad intelectual de la Iglesia y de las instituciones católicas. Las universidades pontificias romanas no tienen un nivel bajo sino paupérrimo. Imposible pensar que de ellas pueda salir la intelligentsia católica. Las universidades católicas más importantes del mundo, o ya dejaron de ser católicas –como Lovaina que está discutiendo quitar de su nombre el calificativo de “católica”- o, si pretenden seguir siéndolo, ya no piensan ni pueden ser contadas como tales, como es el caso de Georgetown. Otras, conservan pátinas del catolicismo hiperprogre de los ’70, como el Institut Catholique de Paris, y de ellas no se puede esperar más que componendas con el mundo. Las facultades de teología católica de las universidades alemanas son tan herejes como las luteranas. Y mucho más no queda. Las nuestras, por cierto, no cuentan ni sirven para nada.
¿Cómo se revierte la decadencia y la mediocridad intelectual de la Iglesia? Con décadas o siglos de trabajo en serio. Pero, ciertamente, no se resuelve con un papa político.

jueves, 21 de febrero de 2013

Es lo que hay


Aclaración previa: este post no es una respuesta airada a un comentarista del blog. Es una respuesta con la mayor de las buenas voluntades a un lector que, me consta, posee también buena voluntad.


Estimado Anónimo del 20 de febrero a las 14:42 hs.:
Es probable que yo sea un impío, o que tengamos opiniones diversas o que, simplemente, yo sea incapaz de ver lo que usted  sí ve con toda claridad.
La fuerza de su argumentación es que estamos frente a un hecho postrero, es decir, a las puertas de un profundo cambio de ciclo o, más aún, del mismo fin de los tiempos. Pero yo no veo eso. Lo que veo es que un papa renunció por los motivos que él mismo adujo: cansancio y agotamiento debido a su edad y, aunque no lo dijo, seguramente profundizados por las difíciles situaciones que le tocaron vivir en su pontificado, heredadas del anterior. Y porque él es un hombre transparente -creo yo que un hombre santo-  prefiere renunciar a permitir la ficción de poner la cara a un rol que no ejerce, y que ejercerán más mal que bien otros en su nombre. En pocas palabras, no me parece que haya mucho gato encerrado detrás. Lo que vemos es lo que hay.
Si usted cree, como dice De Mattei y otros muchos, que se trata de hecho revolucionario -usted diría postrero-, porque los papas no renuncian, yo digo que los papas no renuncian hasta que renuncian. Mucho más revolucionario, y postrero y trágico me parece a mí fue la promulgación del Novus Ordo, y aquí todavía estamos sufriéndolo. Al fin y al cabo, es una persona que se va y viene otra. Cristo, que es el único importante, sigue.
Y no se trata de que yo esté en contra de los hechos postreros. Al contrario. Mucho me gustaría que lo fuera. Qué más quisiera yo que estuviéramos a las puertas de un cambio o de un fin, y que todo se acabara. Como hace pocos días escribía un fraile amigo: “Hoy crece un deseo inmenso de que se termine ya de una buena vez este insólito mundo sublunar”. Creo que a lo largo de seis años de blog ha quedado bien claro que no tengo ninguna esperanza en la restauración de patrias terrenales y tampoco en reinados sociales de Cristo ni en papas con tiara con los reyes denla tierra postrados a sus pies. Pero no veo que la renuncia de un papa sea el anuncio del fin.
En el fondo, me parece que todos estamos buscando -y algunos con desesperación como Radaelli- signos que nos indiquen que el triunfo prometido está cerca y de que el fracaso que tenemos ante nuestros ojos –De Mattei lo llama “pérdida de prestigio y autoridad de la Iglesia” pero usted puede llamarlo como le parezca- se acaba en cuestión de días. Es decir, seguimos buscando seguridades, nuevos escapularios verdes que ayuden a la fe a sostenerse en la espera.
Pero, mal que me pese, creo que tendremos que esperar bastante todavía. Las palabras de Ratzinger pronunciadas en 1969, y que el Ex Luterano nos recordaba, me parecen iluminadoras al respecto y las suscribo una por una:
“De la crisis de hoy (se refería a la desatada por el Vaticano II), saldrá una Iglesia que habrá perdido mucho poder.
Será pequeña y tendrá que comenzar del principio nuevamente. Ya no tendrá el uso de las estructuras que construyó en sus años de prosperidad. La reducción del número de fieles provocará que pierda una parte importante de sus privilegios sociales. Será una Iglesia más espiritual y no reclamará mandatos políticos coqueteando con la derecha ahora, y con la izquierda más tarde. Será pobre y se convertirá en la Iglesia de los destituidos.
Pero cuando todo este sufrimiento haya pasado, surgirá de este Iglesia más espiritual y simple un gran poder. (Los hombres se darán cuenta que viven en un mundo) de indescriptible soledad y, habiendo perdido el rostro de Dios, percibirán el horror de su pobreza.
Entonces, y solamente entonces, el mundo verá al pequeño rebaño de fieles como algo completamente nuevo. Lo verá como la fuente de esperanza para ellos mismos y como la respuesta que siempre, y en secreto, estuvieron buscando”.  


sábado, 16 de febrero de 2013

Milanesas con curry


No fue ese el menú. Ayer fue viernes de cuaresma por lo que nos contentamos con un plato de pescado grillé. El encuentro fue con un sacerdote amigo -de los nuestros-, y oficial en la Curia Romana. Sus conjeturas tienen un poco más de peso de las que puedo hacer yo o algún otro ubicado en el lejano puerto de Buenos Aires.
En cuanto a la renuncia del Santo Padre, mi amigo sostiene que la decisión fue tomado por lo que él mismo dijo: su edad y sus falta de fuerzas. No quiere que se vuelva a repetir el triste espectáculo, y la toma de decisiones por parte de camarillas, ocurridas durante los últimos tiempos de Juan Pablo II. El problema es que no solamente los papas en los siglos anteriores se morían más jóvenes sino que, en esas épocas, nadie los veía. Apenas tenían una o dos misas públicas al año, y el resto del tiempo, trabajando en el Palacio Apostólico. Hoy en día, tiene varias apariciones semanales y es visto por miles de millones de personas en todo el mundo. Y este es un factor que Benedicto XVI ha tenido en cuenta.
Por cierto, el tema de la Curia y el ambiente que allí se cocina ha tenido su peso en la decisión. Algunos sitios católicos han levantado esta nota que me parece atinada y bastante realista, mal que nos pese, pero no parecería que haya sido ese el motivo determinante.
En cuanto al próximo papa, decir algo es hiperconjeturar y nada más que eso. Pero si nos animamos, probemos a hacerlo. El curial del que les hablo, como el autor de este blog, consideramos que ha llegado la hora de un papa del Tercer Mundo; de un papa asiático para más datos. Es decir, el deseo más profundo es que el sucesor de Benedicto huela curry, y me refiero al ceilandés cardenal Ranjith. Más allá de que algún sitio con buenos conocimientos de política pero con poco olfato, asegura que es el candidato que reúne todas las condiciones, me parece más que improbable. El Espíritu Santo debería tomar una ración doble de vitaminas para insuflar su elección en el Sacro Colegio.   
La tarea urgente e impostergable que deberá afrontar el próximo papa es la reforma de la Curia Romana, y esta faena puede hacerla solamente un italiano, conocedor por connaturalidad de las cordatas y demás matufias propias de los curiales de esa nacionalidad. Y, de entre los italianos, el elegido vendría de la sede milanesa, es decir, el cardenal Angelo Scola. Es eso mismo lo que rumorean la mayoría de los medios de comunicación, y creo que están acertados.
Habrá que ver qué nombre elige, lo cual será indicativo de su programa de gobierno, tal como analiza el sitio Messa in latino.
Me juego por Scola y que se llamará Clemente.

jueves, 14 de febrero de 2013

Cuestión de estilos y de rayos, by Tollers



¿Enjuagues, cálculos, componendas y trucos?
No es su estilo.
¿Sombrerazos, arranques de ira, amargas recriminaciones?
No es su estilo.
Su estilo es pacífico, manso, razonable, sensato y paciente.
Así lo fue siempre, antes de ser Papa y ahora también.
No sirve para gobernar, dicen por ahí.
¿Ah no?
Fíjense si quieren (escribo esto para consuelo de los desconsolados, que si no, ni me molestaría). Sus enemigos (de adentro, de afuera de la Iglesia) sí que usan de todo eso, cuando no de extorsión, manejos financieros, trampas varias y aún, si me apuran, negocios diabólicos (y con esto último no me refiero a cuestiones de dinero). Cualquiera que haya leído a Malachi Martin sabe bien a qué me refiero.
Pero él, Benedicto XVI, no es así.
Él es cristiano, piensa en cristiano, obra como hijo de la luz, no sabe nada de todo eso. Consulta y sigue la voz de su conciencia, como quiere Newman, como quiere Castellani. Lo demás lo tiene sin cuidado.
Por eso abdica, no renuncia (no tiene ante quién presentar una renuncia).
Saca una cuenta sencilla: yo, a mi edad, con todo esto no puedo, o, por lo menos, estimo que muy pronto ya no podré.
"Esto" se me ha vuelto ingobernable, inmanejable… (quizás insoportable, eso no sé).
Mi autoridad llega hasta la puerta.
Abdica, pues, se va.
Yo pensé que el rayo ése (que profetizó la burra de Balaam, nuestro querido Sodano) procedía de Dios, enojado con los lobos de adentro, con los de afuera.
Enojado con Sodano.
Pero tampoco es su estilo, Dios no suele hacer cosas como ésa: enviar un rayo que reviste la basílica de San Pedro de un azul eléctrico que dura sólo unos pocos segundos.
Y que nadie sabe qué significa.
No es el estilo de Dios, me parece.
Mejor, me parece el estilo del demonio, que descarga su ira al comprobar que, una vez más, sus planes le salieron mal.
Porque al abdicar, el Papa asegura que en el futuro los lobos de adentro y los lobos de afuera no la tengan tan fácil.
Al diablo se le acaba el tiempo, y lo sabe.
A José Ratzinger también, y él también lo sabe.
Pero el Dueño del tiempo es Dios.
Y entonces, inspirándolo suavemente ("disponit omnia suaviter", Sap. VIII:1), le revela lo que tiene que hacer. Como un remedio homeopático, que cuanta menor la dosis, más poderoso el efecto.
Me voy porque estoy viejito y cansadito. Permiso.
Y no hay un solo cardenal, un solo obispo, un solo sacerdote, un solo fiel fiel que no sepa lo que eso quiere decir.
Con su humilde abdicación Benedicto XVI ha dicho la palabra más vigorosa, más fuerte, más potente—como amplificada por diez mil altavoces—, de todo su pontificado.
No doy más, para mí esto es inmanejable.
Quizás otro pueda, yo no.
Y así, sin enjuagues, sin planes maquiavélicos, cálculos mundanos o secretas conjuras, influye sobre el (poco o mucho, no sabemos) tiempo por venir.
No sólo con lo que dijo, con lo que escribió, con lo que hizo.
No sólo nombrando a la mayoría de los cardenales que decidirán quién es su sucesor.
Mucho más, con su abdicación.  
De manera que cuando se reúna el cónclave no habrá ni un solo cardenal que no sepa lo que le espera al que acepte su elección.
Intentar gobernar lo que su antecesor tachó de ingobernable; manejar lo que, al final, a su antecesor le resultó inmanejable.
Eso sí, esto es recoger todas las cartas y dar de nuevo.
¿La beatificación de Paulo VI, la canonización del Magno? Sí, bueno, esperáte un poco.
No digo que al abdicar Benedicto XVI haya pensado así.
No es su estilo.
Pero el resultado se verá.
Y el diablo ya lo vio.
Otra vez le ganaron de mano.
Con armas blandas, humildad, espíritu de contrición y esa coraza indestructible que es la Fe.
Supongo que a él, al demonio, todo esto le debe traer a la memoria aquel episodio que rememoramos todas las semanas santas: cómo quiso suprimir al Gran Profeta (el que se había negado, como recordamos hoy, a convertir las piedras en pan, a tirarse del pináculo del tiempo, a conquistar toda la tierra adorando al Tentador).
Y Él, en el tiempo  oportuno, le ganó de mano al que lo quería matar entregando su espíritu diciendo con grande voz: "consummatum est".
Y luego, chau.
Resucitó.
Como para no descargar un rayo furibundo sobre la basílica de San Pedro.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Arrabbiati


Se han enojado. Muchos comentadores tradicionalistas por quienes guardo profundo respeto, como Roberto De Mattei, están enfurecidos y desolados. Y algunos blogs, como el de Ex Orbe o Infocaótica, francamente sobrepasados por la ira.
Yo en cambio, luego de dos días de abatimiento e insomnio, he recuperado la paz. Paradójicamente, la lectura de esas páginas me ayudó a despuntar el hilo de algunos pensamientos que me rondaban desde que conocí la noticia de la renuncia y que no terminaba de darle forma.
¿Cuál es el problema, el único problema, que plantean esos comentaristas? Dice De Mattei: “L’immagine dell’istituzione pontificia, agli occhi dell’opinione pubblica di tutto il mondo, viene infatti spogliata della sua sacralità per essere consegnata ai criteri di giudizio della modernità.” Y Ex Orbe: “Es un acto que daña gravemente a la Iglesia, dejándola tan debilitada como se confiesa estar débil el sorprendente Benedicto XVI”, y un día después añade: “la renuncia de Benedicto XVI me ha recordado la escena de la deposición de la tiara de Pablo VI”.
El núcleo de la decepción y bronca de ambos comentaristas es que cambia el rostro de la Iglesia frente al mundo. “¿Qué va a decir ahora la opinión pública?”, se pregunta De Mattei. “¿Qué va a pensar el vulgo pagano?”, inquiere Ex Orbe. Y yo digo, y creo que el Santo Padre también lo dijo: “Y a mí qué me importa”. El mundo, y los criterios del mundo, no pueden ser nunca los criterios de la Iglesia, porque no son los criterios de Dios. Esto ya lo sabemos de sobra, pero las adherencias históricas de la Iglesia provocan que sean esos los criterios que rigen muchas de las decisiones y de las percepciones que nosotros tenemos sobre ellas, a punto tal que nuestro tradicionalismo corre el riesgo de ser un tradicionalismo de trapos o de decorados. Los papas de los primeros siglos no tenían oportunidad de renunciar porque los mataban antes y, luego de la constantinización de la Iglesia, los papas no renunciaron porque los reyes seculares no renunciaban, y el papa, por necesidad y conveniencia, era también un príncipe secular, como también lo eran los obispos.
Por eso, creo que es acertada la imagen que propone Ex Orbe al comparar la renuncia de Benedicto XVI con la deposición de la tiara por parte de Pablo VI, y que es acompañada del lamento de De Mattei porque los papas ya no son coronados. El reino del papa, como el reino de Cristo, no es de este mundo, y todas las adherencias de otro tipo –convenientes y necesarias en un cierto periodo histórico-, son lastres que, en ciertas circunstancias, es necesario abandonar sin ningún temor o tristeza. La adherencia del cristiano es a Cristo, y no a la tiara y ni siquiera al papa que la usa.
Estos respetados comentaristas se aterran porque la renuncia traerá aparejada la desacralización del papado. Y yo digo: “Bienvenida sea”, porque el papado nunca debió ser sagrado. Y si llamamos Santo Padre al Papa, es por mero título y no porque sea santo, y si no, pregúntenle a Alejandro VI o a Julio II en qué grado de santidad se encontraban. El papa es el vicario de Cristo, pero sólo su vicario, y no su re-encarnación, como se lo ha presentado en los últimos siglos (recuerdo los “tres amores blancos” de Don Bosco, en los que asimila al papa a la Eucaristía y a la Santísima Virgen…). A diferencia de lo que opina el respetado profesor Di Mattei, creo que el papa es un hombre más –no un semidios al estilo Dalai Lama- que ocupa, momentáneamente, una función fundamental, pero lo importe es la función, y no la persona que la ejerce. O, en todo caso, lo importe es Jesucristo, no quien lo representa en la tierra.  
De Mattei se horroriza porque, como efecto de la renuncia, el papa se terminará convirtiendo en “un primero entre pares” con una función meramente arbitral dentro de la Iglesia y del colegio episcopal, y lo que más lo enerva es que es eso justamente lo que propone Hans Küng. Pero la cosa es que, antes que el herético teólogo suizo, fue eso lo que enseñó y practicó la Iglesia hasta el siglo XII, es decir, hasta que Gregorio VII y Bonifacio VIII, a raíz de las luchas por las investiduras con los príncipes seculares, terminaron imponiendo un poder y preeminencia que los romanos pontífices nunca había tenido hasta ese momento. (Tengo un buen amigo que está estudiando este tema desde hace años y que, si no fuera un procrastinator incurable, escribiría algo para el post).
Ludovico comentaba ayer la paradoja de que Benedicto XVI, el mejor papa del último siglo, haya sido el peor político. Y yo me pregunto si no sería conveniente que tuviéramos un papa peor político aún. Es decir, ¿no será llegada la hora de Juan XXIII (XXIV)? Al mundo no se lo va a convertir con sus medios y con sus criterios. Desde hace décadas que las estructuras de poder del Vaticano, necesarias en algún momento, causan más daño que bien. Y esto me lo ha dicho gente de la Curia romana que conoce sus entresijos. “No hay esperanzas de renovación del episcopado mientras en la nominación de los obispos tengan parte los nuncios”, me aseguraban.  ¿No será acaso que la temible revolución que aterroriza a De Mattei sea necesaria? Y entonces, por ejemplo, que el próximo papa decida disolver el Estado Vaticano y, con él, todas las nunciaturas y representaciones pontificias ante los gobiernos del mundo (y del Príncipe de este mundo), liquidar el IOR y dar su dinero a los pobres, renunciar a las tiaras, caudas magnas y demás boatos y vivir, "expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi".
Sería, creo yo, un importante baño de realidad, de ese realismo que Benedicto XVI nos ha enseñado a lo largo de su pontificado y, sobre todo, con su renuncia.

Recomiendo la lectura de este artículo de Andrea Tornielli.

martes, 12 de febrero de 2013

La renuncia


            No sé si se puede decir algo que valga realmente la pena con respecto a la renuncia del Santo Padre sin caer en lugares comunes. Por eso mismo, este post no tiene más que una intención catártica y, en todo caso, abrir un espacio para que podamos opinar entre todos al respecto.
1. En cuanto a la decisión en sí, debo decir que me parece propia de un hombre virtuoso. Ha tenido clarividencia para juzgar, valentía para decidir y, seguramente, fortaleza para soportar las consecuencias de su decisión. Es decir, un acto de prudencia en grado eminente.
2. Si es verdad lo que dice L’Osservatore y la decisión fue tomada luego de su viaje a México, es decir, hace casi un año, habrá que leer con ese dato presente los últimos nombramientos y designaciones. Pienso, por ejemplo, en la extraña y extemporánea creación de seis nuevos cardenales en noviembre último, cuando hacía pocos meses había creado otros veintidós. Es verdad que el motivo pudo haber sido, simplemente, completar el colegio cardenalicio, pero puede haber algo más detrás. U, otro caso, ¿qué sentido tuvieron los cambios introducidos en la Casa Pontifica hace poco más de un mes? ¿Y el episcopado de su secretario privado? En fin, puede que no sea nada, pero puede que sí lo sea. Algún vaticanista, que no sea Elizabetta Piqué, podría leer con mayor profundidad estos hechos.
3. Benedicto XVI es un hombre inteligente y de fe, con décadas de experiencia en la curia romana. El suyo no es un caso de huida y mucho menos de traición. Por eso, nunca dejaría el rebaño a merced de cualquier mercenario que pudiera salir del cónclave. Es decir, debe tener una estrategia. Una cosa es un cónclave con un papa muerto, y otra cuando el papa, o expapa, está vivo. Es que Ratzinger tendrá un manejo más que importante en la elección del nuevo pontífice. Más de la mitad del Sacro Colegio le debe a él la púrpura y, a su llegada a Roma, los cardenales se acercarán a saludarlo y, estimo, a recibir directivas en muchos casos.
4. Algunos dicen que tiene un as bajo la manga. No me sorprendería.
             

Noblesse oblige


Luego de algunas oportunas reflexiones recibidas de parte de buenos amigos mendocinos, debo rectificar mis dichos sobre el nuevo arzobispo, Mons. Carlos Franzini o, en todo caso, darle los cien días de gracia acostumbrados a cualquier gestión sin precipitar juicios tomados de los medios de prensa.
A nadie se le oculta que la situación de la “iglesia que peregrina” o que pena en Mendoza, es pésima. Y esto no lo dicen solamente los afectados. Lo dice la gente de afuera, y de Roma. Para peor, el progresismo más virulento ha aprovechado los últimos meses para reposicionarse y atrincherarse con más y mejores municiones. Según algunos comentarios, la demora en nombrar al sucesor del deletéreo Arancibia se habría extendido debido a que ningún otro candidato aceptó el cargo. Las papas calientes siempre queman.
Que Franzini haya aceptado sabiendo que difícilmente podrá mostrar resultados medianamente aceptables en el mediano plazo, ya habla bien de él. Por supuesto, se trata de un típico obispo “línea media” que, pareciera, se está recostando sobre la derecha, como lo demuestran algunos hechos concretos tomados en estas primeras horas de mandato: se ha rodeado de lo poco rescatable del clero local para frenar la avanzada de estos grupos insurrectos y poner un poco de orden. Además, ayer lunes, primer día de gestión, fueron expulsados del seminario 7 seminaristas por estar metidos hasta los tuétanos en la acción social sin vida de Fe. Se procuró mostrar como que la medida “ya estaba tomada de antes” y debía ejecutarse hoy, pero dicen los que saben que no es así.
Y son ellos mismos los que hablan de un cambio de aire que evidencian en los siguientes hechos:

a.  La liturgia en que asumió implicó grandes pulseadas previas, pero a nadie atento se le escapó la desaparición de dos o tres tics típicos de la liturgia arancibezca. No hubo guitarras, no hubo una sola canción movida, folklórica o pop. Casi todo fue Marco Frisina, que no es gregoriano ni Bartolucci pero, para Mendoza, es como una misa de Machaut interpretada por Marcel Peres. Se cantó en latín, tanto el Ánima Christi luego de la Comunión y un himno a la Virgen al salir, impensable para el ethos del anterior arzobispo. Franzini no se sentó hasta que no terminaron de comulgar todos, en franco y evidente contrapunto con casi todo un presbiterio sentado y con la costumbre de Arancibia. Se inclinó profundamente en el Incarnatus del Credo y algunos detalles más. Parecerán insignificancias, y quizás lo sean, pero para Mendoza son cambios notables y hasta esperanzadores.
b. A diferencia de lo que muchos dicen, incluidos algunos obispos, otros sostienen que no pertenece a la línea Casaretto. Parece que Franzini terminó muy mal con aquel, si bien fue su Vicario General. Fue hasta un tanto escandaloso el ninguneo en su ordenación episcopal: no tuvo ni la más ínfima mención a él, aunque el viejo viajó y estaba presente.
c. Tengo algunos amigos curas que dicen que, para ser cura, se debe ser noble. Creo que exageran un poco, pero estoy de acuerdo que un cura, y mucho más un obispo, debe tener cierta cuna. Lo que natura non da, el sacramento del orden non presta, y un prelado grasa es empeora bastante la situación. El origen social de Franzini, en ese sentido, inevitablemente lo desmarca de la merza, aunque más no sea, en el buen gusto por ornamentos hechos en Santa Escolástica y no por La Cámpora.
d. Las palabras de Franzini no han sido malas, más allá de la desafortunada frase que originó el post anterior. No es San Ambrosio, ni Ranjith y ni siquiera Cañizares, pero zafa bien para un obispo argentino. Destaco un párrafo: “(Para la nueva evangelización nos parece crucial) el don y la experiencia de la contemplación. Sólo desde una mirada adorante al misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo. Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la Salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden...”. Reconozco que el lenguaje me causa cierta molestia, pero lo que está diciendo tiene peso: reivindica la contemplación como elemento imprescindible de la acción.

En fin, esperemos que los cien días de rigor sean tan sorpresivos como ayer lo fue la triste renuncia.