por Jack Tollers
Cinco años después de su primer intento, Javier Anzoátegui nos presenta su segunda novela, Las hojas de la higuera, que publica la editorial Vórtice y que nos ha tomado por sorpresa por más de un motivo.
Y en primer lugar porque demuestra que aún sobreviven cosas que el mundo moderno detesta, cosas como la tauromaquia, un condensado de lo políticamente incorrecto que para la modernidad debe ser equivalente a una patada en el hígado y que no parecen posibles en el año del Señor de 2023.
Esta novela constituye algo así.
Está bien, está muy bien. Antes que nada, habría que encomiarla porque la trama atrapa y porque está bien escrita, con un castellano argentino que fluye sabrosamente, incluyendo palabras y frases pertenecientes a los años ’60 (¡patrañas!), a los ’70 (flechazo) y a las décadas que siguieron (¡dale máquina!), aunque no enteramente carente de sempiternos españolismos (¿zarandajas? ¡zarandajas!). Pero sí, está muy bien escrita (y el texto tiene muy pocas erratas, fáciles de corregir).
Ahora, a pesar de sus más de 500 páginas que intimidarán a más de uno, capta la atención del lector que queda intrigado de entrada y que, seducido por una prosa fina y un argumento harto original, ya no podrá soltarla hasta el final—o, por lo menos, fue lo que me pasó a mí, que me la devoré en cinco días. Porque, entre otras cosas es actualísima, en línea con aquello de Léon Bloy, que cuando quería enterarse de las últimas noticias, leía el Apocalipsis. Y es que versa sobre cosas que nos conciernen directamente. Y aquí, en esta novela, está el Apocalipsis, como si dijéramos, desplegado hic et nunc.
Está muy bien. No, algo más. Es genial. Stephen King ha dicho alguna vez que las cosas más importantes son las más difíciles de contar y ciertamente, no habrá cosas más importantes (ni difíciles de contar) que las que aquí aborda Javier: los signos del fin de los tiempos, la colusión de la Iglesia con los poderes del mundo, la conversión de los judíos, el gobierno mundial y su manipulación de la inteligencia artificial, cuentos chinos de pandemias y barbijos obligatorios y no sé cuántas cosas más para dominarnos a todos, el horror que viven los del “colectivo” LGBTQ+, la fidelidad de los “Anawim” (los preferidos de Cristo), esos pocos pobres, perplejos, descastados, lunáticos cristianos de los últimos tiempos que si aquellos días (y estas páginas) no se acortaran, desesperarían, hasta el desenlace de la historia, hasta lo que los italianos dan en llamar el finimondo. Hay más, pero aquí no puedo decirlo sin arruinar (“espoilear” dicen ahora, bruta parola) la lectura de este increíble novelón, con trazas de Dostoievsky, de Solovieff, de Benson, claro está, pero también con resonancias de Huxley y Orwell, cómo no y, señaladamente, con ecos de C.S. Lewis (especialmente Esa horrible fortaleza y La última batalla) y, claro está, de los estudios exegéticos de Leonardo Castellani, sin olvidar el magnífico epílogo a su traducción de El Señor del Mundo.
Pero si de Castellani hablamos y muy en particular de su gran novela Su Majestad Dulcinea (de 1957), hay que recordar que nosotros los argentinos tenemos bastantes precedentes literarios de considerable enjundia en esto de acometer la difícilísima tarea de retratar distopías con buena literatura, a veces en forma ensayística como La historia del Anticristo de Alberto Ezcurra Medrano o Los tres pueblos bíblicos en su lucha por la dominación del mundo de Julio Meinvielle, además de unas cuantas originales incursiones de Federico Mihura Seeber. Y con todo, las más de las veces es mediante la narrativa que se pueden decir más cosas, de manera mejor. Y también las tenemos, con consistentes argumentos y estilo elegante: allí están las novelas de Hugo Wast (especialmente Juana Tabor, 666 y El Sexto Sello) y las de Juan Luis Gallardo, sobre todo Los ombuses de Falucho que constituye, me parece, como una suerte de abuelo de esta, de Javier.
Pero ¿dije que esta novela de Javier es genial? Me quedé corto. Es mejor, mejor que todos sus precedentes argentinos (y aquí incluyo a la Dulcinea de Castellani) y de otras partes, (pienso por ejemplo en El último Papa, de Malachi Martin) y está a la altura de los mejores autores europeos, sean los que ya nombré, como Hilaire Belloc o el olvidado suizo Charles-Ferdinand Ramuz cuya logradísima novela (Joie dans le ciel) reclama urgente traducción y que versa sobre los mismísimos temas que trata Javier.
Parecerá andaluzada de mi parte, pero a mi juicio, Las hojas de la higuera no es “más de lo mismo” como reza el modesto descargo de su autor, sino que está a la altura de El Señor del mundo y del Breve relato sobre Anticristo.
Como fuere, aquí me quiero detener en algunas cosas incluidas en estas numerosísimas páginas. Hay mucho detalle porteño, los barrios de Tribunales y Avellaneda bien retratados, los espantosos alrededores de Buenos Aires (que los urbanistas dieron en llamar horriblemente “conurbano” y que otros con más picardía rebautizaron como el “congo-urbano”, a ver si nos entendemos de una buena vez). Pero sí, hay un cruce del hediondo Riachuelo que… pues dejémoslo ahí. Y luego la salida hacia el campo argentino, primero en dirección hacia el sudoeste, hacia los límpidos cielos pampeanos y sus inmensos horizontes, contemplados desde un pequeño fogón, con mate y cigarrillo y poco más. Esa evocación me trajo a la memoria un tropel de recuerdos, desde nuestro famoso Patoruzú, ecos del Martín Fierro, de las yerras en nuestras estancias, de galletas marineras y bombachas camperas, de El país que se busca a sí mismo, esa gema olvidada de Rubén Franklin Mayer. Pero luego, al acompañar con la lectura esta parte de la gran peregrinación, recordé al gaucho descastado que tan bien retratan incontables milongas, cifras, estilos y lágrimas, las recopilaciones de Fleury y las memorables payadas de Gabino Ezeiza y Nemesio Trejo. Porque a medida que iba leyendo, me sonaban en la cabeza todas estas cosas, al principio mucho tango consonante con los barrios porteños y luego muchas milongas relacionadas con el campo (y busquen si quieren el “Domingo Pampeano” esa huella del recientemente fallecido Atilio Reynoso). Y luego, cuando los protagonistas de esta dramática epopeya pegan un giro hacia el Norte, hacia la argentina “tucumanesa” de la que tanto nos habló Daniel Larriqueta (lejos, muy lejos de la bárbara Patagonia de los Kirchner y no sé cuántos más), ahí también aparecen temas musicales, Javier postulando explícitamente una chacarera por cuenta y orden de unos changuitos santiagueños. Aunque podría, a mi parecer, haber incluido la zamba “Criollita santiagueña” por lo que sucede en este relato:
Cuando vas a traer agua
de la represa,
endulzas con tu canto
toda la siesta santiagueña.
Qué sé yo. Todo no se puede.
Pero aquí, Javier pudo con casi todo, incluyendo las profecías canónicas y mucha revelación privada, como las de Ana Catalina Emmerich o los escritos de Lacunza, aparte de las apariciones de Fátima, Garabandal y Akita, sin descartar las raras profecías que anticiparon tres noches de completa oscuridad en el mundo entero… Y no quiero olvidarme de la magnífica exégesis del capítulo XII del Apocalipsis que es materia difícil de tratar y que, tengo para mí, Javier ha resuelto espléndidamente. También quería mencionar, aunque más no fuera de paso, que me encantan sus devociones, elegantes y modestas, distinguidas y muy sentidas, especialmente su paráfrasis de la oración de San Patricio (y otra de Santo Tomás).
En otro orden de cosas, le pregunté al autor si lo de la nulidad de la elección del penúltimo Papa procedía de su convicción o si nacía por la necesidad de la trama. Me tranquilizó diciendo que no, que era esto último, menos mal.
Hay mucho más, pero el Wanderer no me va a publicar esto si me extiendo más. Digamos para terminar que aletea en la novela un muy delicado equilibrio entre el temor y la esperanza, entre las historias pequeñas, particulares (hay una propuesta matrimonial que me arrancó un par de lagrimones) y la historia grande del mundo entero, la conversión de los judíos y finalmente, todo lo referente a esa porquería de Vaticano II, la reforma litúrgica y el medio siglo de progresismo, barridos todos de un plumazo parusíaco, de un plumazo definitivo (como si dijéramos, que se fueron al carajo o sino, por las dudas, que se vayan al carajo).
Para nosotros, los argentinos bien sufridos, el papado de Jorge Bergoglio ha sido una verdadera vergüenza que ni siquiera Scaloni, que ni siquiera Messi, ha podido revertir. Pero aquí, en esta novela, Javier muestra que al Papa anticrístico, al Papa peronista, al Papa Piola, le hemos picado el boleto.
Y que para eso había que ser argentino también.
Pues bien, y para no extenderme más (para que lean la novela y no pierdan el tiempo con estos vulgares comentarios), como protesta don Atahualpa Yupanqui en una de sus milongas, que
si de algo me he olvidao,
vayan sacando la cuenta.
¡Qué buena forma de iniciar la semana! Anoche busqué un nuevo post y me tuve q dormir sin nada. Y he aquí uno literario para el café matutino. Gracias a ambos!!! Ahora, a comprar la novela. Y espero no aburrirme con lo q parece la parte extra porteña. Si está tan bien escrita, no me pasará eso. Gracias de nuevo
ResponderEliminarEl Wanderer postea regularmente los lunes... Con algún q otro "extra" cada tanto. Buena semana Marta!
EliminarJuancho
Es q soy andiosa!
EliminarMuy buena la recensión y muy prometedor libro.
ResponderEliminarAcoto un detalle: "si de algo me olvidao, vayan sacando la cuenta" es de Carlos "Cacho" Castello Luro, autor de los versos de la milonga y no de Yupanqui, quien fue el autor de la música.
Me me pareció fenomenal cómo en la novela los pecadores, los "cacho de carne" o los "brutos de siempre" se entrelazan en los planes de Dios. La "Guardia Imperial", los obispos putañeros, los crotos, los fumadores y otras cosas que el mundo moderno detesta, están presentes como en ningún otro lugar. También están los otros olvidados como Sacheri y el Mago Capria.
ResponderEliminarLa verguenza expuesta por el Papa malo que no puede ser cubierta por los "muchaaaaaaachos" de Scaloni, bien podríamos los argentinos cubrila parcialemente con estas "Hojas de la Higuera". Vale la pena comprarla y leerla.
Excelente descripción de la novela, la leí y tiene todo eso. Faltó alguna alusión a los monjes y sus aventuras.. jaja. Geniales todos los personajes.
ResponderEliminarZarandaja es argentinismo, no españolismo!
ResponderEliminar4. f. Ar. Desperdicio de las reses.
https://dle.rae.es/zarandajo
y en el campo argentino no se comen galletas marineras , pero está buena la apresurada recención de JT
Eliminaren el campo del "litoral" argentino se comían y mucho....(Castellani).
EliminarNo sé, pero pienso que si Anzoátegui quiso publicar este libro justamente ahora no habrá sido casualidad. No sería de extrañar que su decisión haya tenido mucho que ver con los acontecimientos que por estos días ocurren en la Iglesia y en el mundo, algo que, desgraciadamente, confirma todo lo que volcó en sus páginas.
ResponderEliminarYo no leí el libro, pero por lo que nos adelanta Jack Tollers, coincido plenamente con sus dichos. Es más, creo que sería de necios negar los indicios vehementes que abundan por doquier y que revelan que la entrada del Anticristo en escena ya no puede tardar, habida cuenta que la apostasía generalizada que vemos en la Iglesia en todos sus niveles es más que evidente.
Y eso sin olvidar la rebelión del mundo que se alza contra Dios y su Iglesia a través de las grandes potencias que nos quieren imponer el aborto y la ideología de género a sopapo limpio como un gigantesco Leviatán que arrolla todo lo que encuentra a su paso, mientras a todo aquel que se opone le cuelga el sambenito de homofóbico serial ante la mirada indiferente de un Papa para el olvido y su cohorte de obispos y cardenales chantapufis que no escatiman esfuerzos para agradar al mundo que ya paladea su victoria sin imaginar lo que le espera al salir de la primera curva.
Si alguno se lo toma con soda convencido que siempre que llovió paró, le aviso que está más confundido que el capitán del Titanic.
Es cierto que un día vamos a salir de este infierno, de eso no cabe duda, pero no será gratis, antes se tiene que cumplir la Escritura. Primero habrá que pagar la cuenta de la farra, y si otra vez aparece el Tula tocando el bombo, esta vez será para recibir al Anticristo que trae la persecución como antesala del final.
Por fin, lo que muchos esperamos desde no sé cuándo: la Segunda Venida de Cristo en Gloria para barrer con el Anticristo y poner las cosas en su lugar. Porque de Dios no se burla nadie. Será Justicia. Dichosos los ojos que lo vean.
Fuenteovejuna
Don Fuenteovejuna...Vengo pronto, dice NSJC. Dios nos dé la gracia de verlo.
EliminarGracias, don Jack Tollers, por esta extraordinaria reseña. Aunque no alcance la "biyuya", este mes habrá que ahorrar en tabaco y gastar los cobres en esta novela. Y la culpa es suya y de don Javier Anzoátegui, en cuyo prontuario ya figura - a la par de gozosos delitos de incorrección política- la joya "Jazmín del país". Un abrazo.
ResponderEliminarSantiago Vazquez
Donde comprarlo
ResponderEliminarEditorial Vórtice
EliminarVea, Anónimo de las 15:25, la "zarandaja" a que Ud. refiere es eso... en su cuarta acepción. Pero el vocablo es antiquísimo, muy anterior a la conformación de este pobre país: https://etimologias.dechile.net/?zarandaja
ResponderEliminarCapítulo 24 de la segunda parte del Quijote: "Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento desta grande historia"
EliminarAroldo, Editorial Vórtice, entre los enlaces de la derecha.
ResponderEliminarSeria interesante que se pudiera comprar en amazon para que a los espa;oles nos fuera mas facil disfrutarla...
ResponderEliminarPronto estará el libro en Mendoza, librería "El Ángel".
ResponderEliminar"TIEMPO del Ángel" (calle Rioja 369, Ciudad).
EliminarUn servidor.
Gracias por corregir, no recordaba bien el nombre.
EliminarTras leer a Castellani, Benson y Soloviev, no veo el momento de adquirir el libro de Anzoátegui, pero si lo compro directamente a La Argentina pagaré más por gastos de importación que por el mismo libro.
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