Inesperadamente, mientras el mundo dormía su sueño plácido de bienestar y prosperidad, como un ladrón en medio de la noche (Mt. 24, 43), apareció un invisible virus que en cuestión de días cambió todo lo que parecía sólidamente establecido. Las seguridades del hombre contemporáneo, la soberbia con la que se complacía en sus avances científicos y tecnológicos y la imbecilidad con la que gastaba su tiempo en devaneos ideológicos, quedaron en silencio, aterradas frente a un espectáculo que jamás imaginaron.
Mientras tanto, los gobiernos han decidido que el remedio más eficaz para evitar o minimizar los contagios es la cuarentena social, es decir, que ciudades, países y el mundo entero permanezca en sus casas sin salir. Se trata, a todos los efectos, de una reclusión, del encierro comunitario en celdas más o menos cómodas, pero encarcelamiento al fin.
Pero, ¿cómo vivir encerrados? ¿Es eso posible? Sí, lo es para el hombre virtuoso, para quien es capaz de resistir porque posee la virtud de la fortaleza que se manifiesta, entre otras aspectos, en la paciencia, una virtud relegada y casi olvidada, que ahora pone de manifiesto la importancia que posee, o debiera poseer, en la vida de todo cristiano. Los griegos la llamaban hipomoné, que significa resistencia o aguante, o lo que los contemporáneos llaman “resiliencia”, creyendo haber hecho en ella un descubrimiento. Y es resiliente y tiene aguante quien es paciente. Por eso, hipomoné es también y sobre todo, paciencia.
En este breve libro se han reunido lo que algunos de los grandes maestros del pensamiento cristiano enseñaron sobre la virtud de la paciencia. En primer lugar, se la enmarca con su definición y sus distinciones, siguiendo a Santo Tomás de Aquino. Y luego, se incluye los tratados sobre la paciencia escritos por tres autores que jalonan la historia de la espiritualidad cristiana: Tertuliano (s.II), San Cipriano de Cartago (s. III) y San Agustín de Hipona (s. V).
Disponible en formato Kindle en Amazon.
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