sábado, 20 de marzo de 2021

Elogio del fracaso (el problema de Dios)

 

por Jack Tollers


Estimado Wanderer, ya sé, ya sé que Dios no puede tener problemas, en ningún sentido, bajo ningún aspecto, de ninguna manera. Pero, en fin, esto para los que quieran y puedan entender.   


¿Cuál sería el “problema” de un Dios que no tiene problemas? Se los diré rápidamente: nosotros somos “su” problema, porque nos quiere y “se hace problema” por nosotros, no vayan a creer, como cualquier buen padre por sus hijos. Pero aquí me quiero referir específicamente, a uno de los problemas de Dios con nosotros: y es que con muchísimo gusto nos daría lo que nosotros le pedimos. Pero no puede o no quiere, como señala San Agustín, porque no sabemos pedir lo que nos conviene (Rom. VIII:26), o porque no nos conviene en este momento o porque nos conviene otra cosa. Y por eso Santa Teresa dice que hay que pensar bien qué pide uno, no vaya a ser que se nos conceda y… ¡arripoa!, sea para peor.

Ahora, si nos adherimos al Evangelio vemos que a Jesucristo se le pide más que nada cosas relativas a la salud, curar cegueras, parálisis, hemorragias… muertes. Y muy a menudo Él se aviene y hace ver a los ciegos, andar a los paralíticos y resucitar a los muertos. También está lo que la gente no pide (porque es buena gente y discreta) pero que necesita: pan, por ejemplo. Y Jesucristo condesciende y multiplica la comida. Pero, si a mano viene, incluso concede disparates, como caminar sobre las aguas.

Y uno tiene experiencia de eso: de un Dios que se ocupa de nuestras necesidades materiales, que te regala una casa (¡si lo sabré yo!), a veces un buen trabajo (¡si lo sabré yo!) e incluso unas buenas vacaciones (¡eso nunca!), no diré que no. Pero, que yo sepa, nunca (o casi nunca) te da plata, por mucho que reces, supliques y pidas, incluso para otros que la pueden andar necesitando y mucho. Por lo general, plata no (será que no nos conviene, che, por mucho que pensemos otra cosa). Y si a Pedro le dio una moneda milagrosamente obtenida… ¡fue sólo para pagar impuestos!  

Pero aquí me quiero detener en cosas buenas para pedir, como cuando a Dios le pedimos cosas excelentes, espirituales, buenas para nosotros, para los demás, para la sociedad: no sé, un poco más de paciencia, por ejemplo (claro que para eso hay que pedir paciencia antes, paciencia para pedir paciencia, no sé si me siguen), espíritu alegre, generosidad con el tiempo de uno, don de gentes, pedir el ser agradecido, pedir espíritu celebratorio de las cosas buenas (que son tantas), espíritu hospitalario, pedir por el bien de los hijos (que sean buenos), pureza de corazón, confianza en la providencia o humildad (una virtud tan difícil de adquirir, dice Chesterton, que el que piensa haberla obtenido, acaba de perderla). A veces podemos pedir cosas pequeñísimas (y tan importantes) como ser corteses, atentos, receptivos (y este asunto que dice Tolkien de los hobbits de su pasión por los regalos, que se complacían en hacer regalos y resultar regalados, me ha dado que pensar mucho, muchísimo también). Qué sé yo, pedir el aprender a jugar con los nietos (Pieper decía que la astrofísica es juego de niños, comparado con los juegos de niños), soportar a los pelmazos, visitar a los enfermos, alegrarse con la alegría de los chicos, cantar en la mesa, hacer buenas bromas, divertir a los compañeros de trabajo… 

Pero muchas, muchísimas veces (quizás las más de las veces) Dios no concede los bienes que uno pide, se niega rotundamente, por excelentes que sean (y a veces en eso hay un gran misterio: pienso en Chesterton y Frances, por ejemplo, cómo habrán pedido tener hijos y no hubo caso, cómo no habrán sufrido por eso, aunque ahora sus “hijos” se cuentan por millares).

Pero aquí quiero formular sencillamente la cuestión a tratar: por qué las más de las veces Dios no nos concede lo que le pedimos, por bueno y oportuno que sea. Pongamos, por caso: la santidad. Quiero ser santo (como Él dice que debemos ser… tan santos como Él). ¿Y? ¡Nada! Ni parecido, che. (Más sobre esto, al final del post).

El problema de Dios reside en nuestra vanidad, tan raigal, tan enraizada en nuestras almas, como enervando  nuestros corazones. El problema de Dios es que si nos concede lo que le pedimos, nos la vamos a creer, nos vamos a envanecer, la jactancia nos va a ahogar, la presunción nos va a doblegar: casi inevitablemente nos convertiremos en más fatuos, pomposos y altaneros de lo que ya somos. Seremos peores de lo que ahora somos (lo cual es bastante decir), seremos más engreídos que nunca. Como lo dice Castellani en el post de hace unos días: ¡se saborea la victoria! (¡Ahora soy humilde, qué se han creído ustedes, je!).

Si me han acompañado hasta aquí y han entendido cuál es el “problema” de un Dios que nos quiere dar lo que nosotros queremos obtener, quizá estemos listos para formularlo con más precisión: Dios no nos dará los que le pedimos, por excelente que sea, hasta que se convenza plenamente de que nosotros estamos perfectamente convencidos de que es im-po-si-ble obtener eso que pedimos por las nuestras, con la fuerza de nuestra voluntad. De manera tal que cuando (y si acaso) nos concede algo, antes tiene que estar seguro de que nosotros estamos perfectament persuadidos de que eso es pura gracia, puro don y que si hubo parte nuestra en eso, sólo fue el mendigarlo (y que el mendigarlo fue pura gracia también). 


Así que, ¡oh felicidad!, en algunos casos Dios nos regala un gran don porque sabe que nosotros sabemos, sin la menor duda, que si llegamos a poseer esa virtud, no será por mérito nuestro sino que fue un regalo del Padre de las Luces de quien desciende todo don celeste. Y que entonces podemos rezar también (y tan bien) como nuestros mayores: Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam.

Pero se me alarga este post y todavía no llegué a la médula de lo que quiero decir: y es que hay una sola manera de convencernos, persuadirnos, asegurarnos completamente de que así como para Dios no hay nada imposible, es imposible granjearnos, obtener los bienes que pedimos por las nuestras, ex voluntate viri.

Y así es el negocio: si Dios se convence de que estamos convencidos de que es imposible obtener lo que le pedimos por las nuestras, nos lo otorgará buenamente, no tengan ustedes dudas. 

Pues aquí la cuestión central: ¿cómo alcanzar esa persuasión perfecta, ese convencimiento pleno y genuino de que “sin Mí nada podéis hacer”, que decía Nuestro Señor?

Respuesta: hay una sola manera (y para esto se nos dio la voluntad) que consiste en esforzarse con toda el alma, intentarlo con una obstinación loca, insistiendo con tenacidad perfecta… para fracasar una y otra vez. No se puede fracasar si no se empeña uno. 

Y cuanto más grande el empeño, mayor será el fracaso. Bendito fracaso.

¿Hasta cuándo? Hasta que Dios se convenza de que nosotros estamos convencidos de que “no podemos nada en nada” como decía Teresa la Grande. 

Aquí la clave, aquí la explicación de la frase críptica de su hija, Santa Teresita, en su lecho de muerte: “Yo tampoco puedo ser santa; pero hagan como yo: un gran esfuerzo”.

21 comentarios:

  1. Excelente reflexión, me ha hecho mucho bien. Últimamente no paro de fracasar! Gracias.

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    1. Casi que soy especialista en fracasar con todo éxito.
      Gracias, JT, por alumbrar los corazones en medio de la tormentosa noche. Abrazo desde cierta comarca mediterránea.

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  2. "Dios mío,
    te lo entre todo del mejor modo!
    Claro que no se dar.
    Doy las cosas como me las quitaran.
    Lo mejor es estarme quieto.
    Más, si yo no se dar,
    en cambio tu sabes tomar ...
    Y sin embargo, me habría gustado ser,
    por una vez, tan solo por una vez,
    generoso y magnífico contigo". Oración de Georges Bernanos.
    Atte.,
    Costia

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  3. ¿Que Dios a veces concede "disparates"? Bueno, ¿y qué me dicen cuando convierte el agua en vino? (Lindo, lindísimo disparate).

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  4. Luminoso Tollers! Es feo hablar de la propia experiencia. Yo me di cuenta de que cuando a uno le va muy bien, todo le sale bien, etc., se le endurece el corazón. Y Dios entonces manda un palo para despertarnos.

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    1. Excelente conclusión Don Anónimo. Si me permite creo haber leído por ahí de alguien que no recuerdo algo así como que: "cuando tuve todo lo que quería, me faltó Dios..." Sin contar que poco tiempo, después perdió hasta aquello mismo de lo que se ufanaba.
      Lo que Don Tollers propone no es otra cosa que entrenarse en el arte de pedir. Y sus ejemplos son muy edificantes. Y como me gustan las reuniones de amigos, traigo a cuenta el festejo de Caná. El primer milagro del Señor fue de esos que todos nos gusta.
      Y sin la cuota de dramatismo de los paralíticos y endemoniados. Cristo nos dice, en la ocasión, empecemos por lo cotidiano (donde anida lo profundo).
      Por más piadoso que hubiese sido el padre de la novia, jamás se le hubiese ocurrido pedir el vino sublime que le regaló el Señor.
      Es así, D Tollers, muchas veces no sabemos pedir porque no sabemos que queremos o debemos desear.
      Y vuelvo a serruchar el aserrín, tanto cura y tanta monja hablándonos de la religión y jamás, por lo menos en mi caso, nos enseñaron a desear el Cielo o a imaginarlo...
      Por lo demás vaya mi felicitación por la reflexión inicial y mi recomendación de compartir unos tragos y mates con el mentado Anónimo.
      Con mi respeto de siempre

      Puestero del Oeste

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  5. Anonimo
    Haré mi meditación ante el Santísimo estos días con su lectura.
    Gracias

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  6. Hay otra distinción importante a considerar:
    Una cosa es formular en palabras algo que se quiere y otra el desearlo verdaderamente.
    San Agustín dice bellamente que Dios se demora en los dones para dilatar nuestro deseo de ellos, pues la latitud de nuestros deseos es la capacidad de recibir los dones.

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  7. Yo vine a esperar acá en última fila la admonición de Severino. Que no defraude.

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  8. Contra el vicio de pedir esta la virtud de no dar

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  9. Buenísimo. Ahora si que quedó claro. Lo del Anónimo Normando también lo he experimentado. Es que el cristiano tiende a pararse en la loma cuando le va bien...y Dios tiene a bien recordarle con un porrazo que le va bien porque Él quiere, y también lo sé por experiencia. Hubo un tiempo en que llegué a creer que no tenía que pedir nada a Dios, a no ser perdón y darle gracias. Que pedir bienes para uno, o para los demás era algo como redundante, pues Dios, dador de todo bien, conoce perfectamente nuestras necesidades. Pero claro, Èl también se complace en que hagamos el esfuerzo de pedirle lo que Él sabe que necesitamos y está dispuesto a darnos...cuando nos convenga, ya que puede ser que incluso lo que creemos que necesitamos, no nos resulte conveniente ahora y tal vez no nos convenga nunca. Por eso nada nos garantiza que Él nos lo dé, porque lo que Èl realmente quiere es que nos abandonemos en Èl, y que estemos tan dispuestos a amarlo recibamos o no lo que le pedimos. Es como el caso del que pide la virtud de la humildad. ¿Qué mejor modo de enseñarsela que negándosela y así tenerlo humildemente pidiendo siempre la humildad? Lo que seguro nunca nos va a faltar de su parte es su Gracia, pero tenemos que pedir la gracia de no rechazarla.
    Hilbert

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  10. En San Lucas 18,1-8, creo que podemos encontrar una parábola justa para esta excelente reflexión de Jack Tollers.
    Había una vez un juez inicuo que no le quería hacer justicia a una pobre viuda. Pero si a raíz de la insistencia de esa mujer que lo acosaba finalmente el juez corrupto le hizo justicia para sacársela de encima, ¿Dios no les hará justicia a sus elegidos que tanto le claman a El noche y día?
    Por eso Jesús finaliza diciendo: "Os digo que (Dios) les hará justicia pronto. Pero cuando el Hijo del Hombre vuelva, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
    Creo que en nuestros días esta parábola viene muy a cuento porque la Iglesia parece vivir una crisis terminal que la llevará a la ruina.
    ¿Qué le pedimos a Dios entonces? Porque mientras muchos católicos le piden que acorte esta pesadilla enviando su merecido castigo para acabar con todos sus enemigos, también vemos que muchos otros católicos se anotan para recibir la vacuna rogando que sea la solución para la pandemia a pesar de saber que si todo volviera a ser como antes, el aborto, la ideología de género y la apostasía reinarán más que nunca.
    Lo dicho es una realidad innegable y desnuda las dos posiciones que hoy vemos en la Iglesia, la de los que piensan que esto no va más y sólo podrá revertirse por una intervención divina, y la de los que piensan que esta crisis pasará como tantas otras que la Iglesia superó en su largo peregrinar de 2.000 años.
    De modo que como sabemos que siempre que llovió paró, en estos días cruciales igual que siempre vemos a un padre que suele pedirle a Dios por un hijo enfermo o alejado de la fe. Y es justo que así sea.
    Pero mirando lo que pasa en la Iglesia y en el mundo muchas veces me pregunto, ¿no habrá llegado la hora de recapacitar un poco y darnos cuenta de que si la Iglesia se hunde no habrá salvación ni para el hijo enfermo ni para nosotros tampoco?
    Si así fuera, ¿no habrá llegado la hora de pedir con inteligencia para que nos salvemos todos?

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  11. Bella y cristiana reflexión, Jack Tollers.
    En Cristo Rey.

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  12. En la misma línea que las últimas predicas de Fray Patricio.
    Ahí está toda la Ley y los profetas.

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  13. Muy luminoso. Gracias Tollers. Supongo que tambien juega la Fe con la que uno pide lo que pide...eso de "pedir como si ya lo tuvieramos"... Esa no la estoy teniendo.

    Flecha

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  14. Excelente reflexión sobre la Gracia. Presenta una visión del problema de nuestra salvación muy distinto del recetario de los sacerdotes infectados de voluntarismo (es decir, de soberbia), que piden llenar grillas de devociones y jalean con eso de "querer es poder".

    Saludos.

    Alonso

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  15. Hola, Mr. Tollers! Es verdad -tal vez porque nos conoce a fondo -que es raro recibir "cash" de la Providencia aunque nos hace llegar bienes materiales que suelen adquirirse con -a veces- gruesas sumas.
    ¡Si lo sabré yo!
    Pero lo que en realidad importa es que nos hace llegar lo que de ninguna manera se puede adquirir con dinero.
    Opino que deberíamos pedir al estilo Salomónico la Sabiduría, para poder pedir entonces lo que nos resulte conveniente.
    Al efecto comparto con Ud. esta oracioncita invocando al Espíritu Santo:

    "Deus, qui corda fideliumSancti Spiritus illustratione docuisti: da nobis in eodem Spiritu recta sapere, et de ejus semper consolatione gaudere. Per Christum Dominum nostrum. Amen"

    Y como somos agradecidos, agradecemos:

    "Agimus tibi gratias, omnipotens Deus, pro universis brneficiis tuis, qui vivis et regnas in secula seculorum. Amen"

    B.W. Wooster

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  16. Excelente, JT! Gratias tibi ago

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