miércoles, 31 de agosto de 2022

Shia LaBeouf encuentra la perla de gran precio

 



por John A. Monaco

Hasta el momento la mayoría de los católicos conectados a internet han tenido noticias del actor Shia LaBeouf y su itinerario hacia el catolicismo, que provino de su preparación para filmar Padre Pio (2022) en su papel protagónico. El rincón católico de internet se inflamó con un discurso apasionado acerca de su entrevista con el Obispo Robert Barron, en la que LaBeouf menciona por qué la Misa Latina Tradicional lo afecta profundamente.

Los adeptos a la Misa Latina se alegraron de que LaBeouf dijera verdades de a puño, mientras él, en lenguaje sorprendentemente técnico aunque no pulido, describía lo que la mayoría de nosotros hemos estado tratando de transmitir a los jerarcas de la Iglesia durante años – la Misa Latina Tradicional es una perla de gran precio, y debiera ser conocida, amada y abrazada por la Iglesia. Por supuesto, esta entrevista –y en particular su analogía del Novus Ordo como si con él se estuviera tratando de venderle un auto- activó un incendio en la blogósfera católica, con los habituales sospechosos reprendiendo a LaBeouf por su “caricatura desdeñosa” del usus recentior  y aquellos en los más altos niveles de la Iglesia expresando desconcierto en torno a sus comentarios.

¿Qué es lo que subyace detrás de la atracción de LaBeouf por la Misa Latina Tradicional? Ciertamente, él ha sido tan ajeno como cualquiera, en tanto una celebridad agnóstica, completamente sumergida en su propia fama, sus escándalos, y vida desordenada. Así, desde el comienzo, podemos advertir que su aprecio por el Rito Romano Tradicional no está enraizado en un debate ideologizado por una interna eclesiástica. Su llegada a la Misa Latina fue, en parte, una exigencia de su personificación del Padre Pío.

En cambio, pareciera que se topó con el usus antiquor, una interrupción en su rutina diaria que le exigió detener sus pasos, pausar y reflexionar acerca de cosas más elevadas. Uno asumiría que, a pesar de su crianza no católica, LaBeouf habrá sido testigo -o al menos tendría una vaga familiaridad- con la Misa Católica, aunque más no sea por haber asistido a algún casamiento o funeral de sus amigos. Vale la pena preguntarse por qué un hombre tan hondamente impregnado en el estilo de vida secular de Hollywood podría encontrar atractiva la Misa Latina. Después de todo, ¿no reclamaban acaso los reformistas que la Misa Latina necesitaba ser desmantelada para que la Iglesia llegase al “hombre moderno”?

Pues bien, el hombre moderno ha hablado. Libre de los compromisos intelectuales y profesionales exigidos por los “expertos” liturgistas, LaBeouf puede hablar como un simple observador, uno que no siente la necesidad de mostrar lealtad al partido. Ha reconocido sus pecados pasados, su quiebre, y su necesidad de arrepentimiento. Y sin embargo, en la oscuridad, fue capaz de atestiguar la luz; en su fealdad, fue capaz de reconocer la belleza.

Aquí la analogía con el vendedor de autos de LaBeouf se vuelve importante. “(La) Misa Latina me afecta profundamente”, le dice al Obispo Barron. Cuando Barron le pregunta por qué, LaBeouf responde, “porque no se siente como si me estuvieran queriendo vender un auto…Cuando alguien me quiere vender algo, mata mi capacidad para ello, y la suspensión de mi incredulidad, y mi anhelo de arraigarme en ello. Hay una inmediata rebelión en mi”.

No importa cuántas veces el experto vendedor de autos intente encajar su producto, el hombre moderno instintivamente se retrae. Lo forzado de las explicaciones repetidas de por qué es necesario poco hacen para regar el jardín del alma. La verdad, la bondad y la belleza hablan por sí mismas y no necesitan largos razonamientos y mucho menos campos de re-educación.

En otra parte del reportaje, LaBeouf menciona momentos importantes en su giro hacia el catolicismo, incluyendo el haber sido recibido por los frailes capuchinos mientras se preparaba para meterse en el papel del Padre Pio, leyendo el Evangelio de San Mateo, rezando el Rosario, siendo catequizado por sacerdotes y monjas, asistiendo a Misa, rezando en silencio delante del Santísimo Sacramento, e incluso, compartiendo comidas con ellos. A su favor, Barron es un excelente entrevistador, haciendo preguntas precisas y dando a LaBeouf todo el tiempo para que expusiera sus nuevas experiencias.

LaBeouf menciona incluso haber leído acerca de la vida del hermano Capuchino Jim Townsend, quien de joven vivió una vida de crimen, llegando a matar a su propia esposa, embarazada de su hijo por nacer. Mientras estuvo en prisión, Townsend conoció a un sacerdote católico que lo alentó a confesarse. Townsend se hizo luego terciario franciscano, antes de unirse a los capuchinos luego de su liberación de la cárcel. LaBeouf nombra a Townsend varias veces durante la entrevista, y ve claramente el mensaje de misericordia y arrepentimiento ofrecido por el catolicismo.

Vale la pena notar que la atracción de LaBeouf al catolicismo vino de su inmersión en la vida de la Iglesia. Ningún programa pastoral, ninguna iniciativa de la Conferencia Episcopal, ninguna monografía académica le “vendió” la Fe. Entró no sólo en la “materia” de la Iglesia (convirtiéndose en miembro del Cuerpo de Cristo) sino también en su “forma” (comunidad, devociones tradicionales, catequesis ortodoxa). La Liturgia habla por si misma y forma la personalidad de quien a ella se adhiere por virtud de su propia esencia, no puede ser entendida adecuadamente si se la separa de su forma encarnada. Según LaBeouf, luego de asistir a la Misa Tradicional en Oakland, California, sintió como si alguien le estuviese permitiendo penetrar un “profundo secreto”. En una época en que el Vaticano exige que las Misas Latinas no se publiquen en el boletín parroquial, la Misa Latina es, ciertamente, un secreto. Al igual que el Santo al que está representando en el cine, LaBeouf conocerá la realidad de que, incluso cuando uno posea la verdad -tal como los milagrosos estigmas del Padre Pío- la jerarquía eclesiástica no cesará de negarlo y suprimirlo. Incluso enfrentados a una belleza innegable, los superiores eclesiásticos pueden todavía sufrir de envidia.

Pareciera que LaBeouf encontró la perla de gran precio, aquella que, una vez hallada, lo inspira a uno a vender todo lo que posee para comprarla (Mateo 13:45-46). Mientras que Barron tuvo una recepción educada de sus comentarios, podemos imaginar el modo en que el amor de LaBeouf por el catolicismo tradicional habría sido recibido por prelados menos favorables, algunos de los cuales comparan el amor por la Misa Latina Tradicional con un giro al Protestantismo.

Verdaderamente, este famoso actor se parece a los niños que proclamaban “Hosanna!” a Nuestro Señor cuando él entraba al Templo de Jerusalén, y los liturgistas institucionales parecen aquellos rígidos Sumos Sacerdotes. Cuando le preguntaron a Jesús si Él oía lo que decían esos niños, Nuestro Señor les contestó afirmativamente, citando el Salmo 8:2: “De la boca de los pequeñitos y de los lactantes, me prepararé alabanza” (Mateo 21:12-16). Pareciera que el Padre Pío ha adoptado a Shia LaBeouf como su hijo espiritual, guiándolo para hacer del resto de su vida un acto de oblación, reparación y alabanza del Señor.

Por supuesto, los Católicos no deberían exagerar la entrevista de LaBeouf con Mons. Barron, como si el fuera ahora nuestro representante icónico. La conversión de LaBeouf demostrará su sinceridad sólo con el tiempo, y no hay necesidad de ponerlo en un privilegiado sitial de honor, lo que puede ser peligroso para los nuevos conversos. Pero dicho esto, no hay nada malo en sentir alegría y entusiasmo por que un pecador público y antiguo integrante de la elite de Hollywood haya expresado su deseo de hacerse Católico. Es una reacción natural y esperable. Pero ahora que la perla ha sido hallada, vale la pena preguntarse, ¿Qué sigue?

Más aún, si la jerarquía eclesiástica es verdaderamente sincera en su deseo de una “Iglesia en escucha”, una Iglesia del “acompañamiento”, del “caminar juntos” y de “leer los signos de los tiempos”, ¿cómo pueden permitirse ignorar al pecador arrepentido que está dispuesto a venderlo todo por la Misa que ama?


Traducción: Beltrán María Fos

Fuente: Crisis Magazine

sábado, 27 de agosto de 2022

No ver lo evidente

 


La Iglesia ha pasado por situaciones difíciles varias veces en su historia, y como tal eran percibidas por muchos católicos de esas épocas. Para no irnos tan lejos en los tiempos, traigo a colación un párrafo que escribía Joris-Karl Huysmans a fines del siglo XIX: “La buena nueva debe realizarse, ha dicho San Mateo, cuando ‘en el lugar santo se compruebe que llegó al colmo la abominación’. ¡Y ya ha llegado! Observen ese papa miedoso y escéptico, franco y retorcido [se refiere a León XIII], ese episcopado de simoníacos y de cobardes, ese clero jovial y muelle. Observen hasta qué punto están roídos por el satanismo, y díganme si puede caer más bajo la Iglesia” (La bas, c. XX). Han pasado casi ciento cincuenta años desde que fueron escritas esas líneas ¡y vaya si la Iglesia no ha caído más bajo! Hasta el mismo Huysmans se escandalizaría, y eso que no era hombre fácil de escandalizar.

Y reflexionando sobre esta cuestión, surge un punto interesante para analizar en la situación que nos toca vivir: ¿por qué son tan pocos los que ven lo evidente? ¿Por qué son tantos los que no ven la profundidad de la crisis y colaboran, con mayor o menor empeño, en continuar cavando el hoyo? No se trata de entrar en argumentos autocomplacientes que hacen referencia a los “pocos elegidos” o al “pequeño rebaño”. Dios sabrá quiénes y cuántos serán; no es tarea nuestra escudriñar esos misterios. Veamos más bien cómo es posible que obispos y sacerdotes que conservan la fe pueden aún seguir embarcados en la deriva demencial en la que hoy se encuentra la Iglesia.

Una primera respuesta creo que tiene que ver con algo que hemos hablado en varias ocasiones en este blog: la abdicación del pensamiento. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el dicho popular, y en este caso podríamos agregar: “y posición que no se pierde”. Porque lo cierto es que muchos conocemos a un buen número de sacerdotes que por alertar sobre lo que ven, y consecuentemente, juzgar, son perseguidos por sus obispos y terminan privados de cualquier carga pastoral, inducidos a abandonar el ministerio y arrojados a la pobreza. Obispos con estas valentías son poquísimos, y todos arrinconados y lógicamente temerosos de recibir las misericordias pontificias. 

La opción de no ver, entonces, parecería que no es más que la manifestación de una  cobardía más o menos inconsciente. Pero no siempre es así. Creo yo que la inmensa mayoría no ve simplemente porque no está capacitado para ver. Tienen el ojo enfermo, y quien tiene el órgano de la vista enfermo, o no ve, o ve mal. Pero, ¿cuál es la enfermedad que puede afectar de tal modo la vista de la mayor parte de los católicos?

Probablemente no sea la única, pero ciertamente la más relevante creo que es la ideología del progreso, que ha calado hasta el último rincón de los huesos del hombre contemporáneo. Que todo debe progresar y que, necesariamente, el fruto de ese progreso, que es lo nuevo, es mejor que lo viejo, es una verdad indiscutible y campea en todos los ámbitos, desde la política a la educación, y desde la literatura hasta la música. Pareciera, entonces, que ese criterio también debe adoptarse en la teología y, en última instancia, en la fe. Desde el nacimiento de ese movimiento informe al que se llamó modernismo a fines del siglo XIX hasta nuestros días, fueron muchos los que buscaron atar a la Iglesia a esta dinámica. Y fueron exitosos.

En las verdades de la fe católica hay ciertamente un desarrollo. En el cenáculo de Jerusalén o en la casa de Priscila en Atenas, los apóstoles no discutían sobre las hipóstasis trinitarias, sobre las dos naturalezas de Cristo o sobre la concepción inmaculada de María. Todas estas son verdades que fueron floreciendo con el tiempo, desarrollándose en el seno de la Iglesia, merced a la dynamis o potencia del Espíritu Santo. Y fueron los concilios ecuménicos y, en los últimos tiempos, las definiciones dogmáticas las que las esclarecieron, más allá de que ya se encontraban in nuce en las primeras enseñanzas apostólicas. Es esto a lo que Newman llama el “desarrollo armónico de la doctrina cristiana”.

A partir del Vaticano II y del espíritu posterior que lo interpretó, la Iglesia se ató no ya a un desarrollo de la doctrina, sino a un progreso de la doctrina, cuya dynamis la proporciona no el Espíritu Santo, sino el espíritu del mundo. Y si alguien piensa que exagero, es cuestión de ver los intereses de los teólogos de más relumbrón que parlotean en el universo bergogliano: el sacerdocio a las mujeres y el cambio de la moral sexual en relación al matrimonio —lo cual ya se logró— y a la homosexualidad. Si la Iglesia cambiara su doctrina en estos asuntos, ¿podríamos hablar acaso de “desarrollo”? ¿Surgirían estas novedades movidas por el Espíritu de Dios? ¿Se encuentran escondidas en el Depósito de la fe? Evidentemente, no es el caso. Por eso mismo, la potencia o dynamis que impulsa estos cambios es la ideología del progreso que impuso el feminismo y el homosexualismo en el mundo y la Iglesia, atada a esa ideología, que es el nuevo espíritu que la mueve, corre a adaptarse a él. Aquí no hay desarrollo armónico; hay progreso suicida. 

Volviendo a la pregunta inicial, creo que la gran mayoría de católicos son incapaces de ver el abismo al que nos están conduciendo nuestros pastores desde hace varias décadas, aun cuando el deterioro sea evidente, sencillamente porque la ideología del progreso inevitable y superador los ha atrapado, como atrapó a toda la cultura occidental. Y todos aquellos que se resisten a dejarse a atrapar por ella, son calificados de reaccionarios, o tradicionalistas, o fundamentalistas. Con eso es suficiente para confutarlos, silenciarlos e invisibilizarlos. No existen; son un puñado de locos. 

La iglesia se ató al carro triunfal del espíritu del mundo. Y creo que el único Alejandro capaz de desatar ese nudo es Dios. Habrá que ver si utiliza el mismo método drástico que utilizó el Macedonio en Gordias.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Conversos por la liturgia


 


Las historias de conversiones han sido siempre una parte importante de la literatura católica, y esto desde los primeros siglos de la fe. El “camino de Damasco” de San Pablo es relatado por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, San Atanasio relata la conversión de San Antonio y San Agustín relata su propia conversión en las Confesiones, uno de los libros más importantes no solamente de la literatura cristiana sino también de toda la literatura occidental.

Y aunque no todos los conversos tengan la pluma del Hiponense ni todas las conversiones puedan ser relatadas con el detalle y calidez con que él lo hizo, todos ellos tienen una historia para compartir: la historia de un corazón al que Dios se le revela y que ellos, humildemente, aceptan cambiar —convertirlo— y dejar entrar a Jesús en sus vidas. Y así transformarse poco a poco, con los defectos y las dificultades que asolan a todos los hijos de Eva, en otros Cristos.

Este libro recopila el relato de la conversión de ocho personas muy diversas. Algunos vienen del protestantismo, otros del judaísmo y otros del ateísmo; algunos son europeos y otros americanos; algunos artistas y otros hombres de negocios. Sin embargo, hay un factor que los une: en todos los casos, la liturgia significó el elemento decisivo o indispensable para descubrir la verdad de la fe. Junto a los relatos conocidos de Paul Claudel y de André Frossard, se incluyen aquellos más breves y discretos de Einar Berrum o de John Moody.

Lo importante, sin embargo, es descubrir el poder de curación del corazón —es decir, de conversión—, que posee la liturgia. Claudel se convierte durante el canto de vísperas, sentarse al fondo del Sacré-Coeur mientras estaba expuesto Santísimo Sacramento movió el corazón de Jacob y Berrum descubrió la verdad al asistir a una misa católica mientras era un encumbrado masón. Dios, que se hace presente en medio de su pueblo a través de la acción litúrgica, es capaz, con la belleza que acompaña su Presencia, de lograr aquello que el discurso de los eruditos o que los libros de los teólogos no siempre pueden: mover el corazón del hombre.

Disponible en Amazon en formato Kindle y soporte papel.


lunes, 22 de agosto de 2022

La mano del Cardenal Ouellet

 


La última semana se conoció la noticia que, entre 2008 y 2010, el cardenal Marc Ouellet, entonces arzobispo de Quebec y primado de Canadá, habría tenido comportamientos inapropiados. Parece que su mano, mientras cumplía con su deber pastoral de dar consuelo al afligido, cometió algunas travesuras en la topografía de una joven mujer. Cosas que pasan.

El papa Francisco, poco días después, descartó iniciar una investigación al respecto pues no habían, a su juicio, suficientes pruebas. Una oportunidad perdida para el padre Javier Belda Iniesta, detective de cabecera de Bergoglio, especializado en delitos de índole sexual. Fue abogado defensor del obispo condenado por abuso sexual de sus seminaristas Gustavo Zanchetta, y, posteriormente, investigador de las víctimas depredadas por el obispo (que dieron hace pocos días una entrevista). Curiosamente, hace pocos días se supo que don Javier había sido echado hace pocos años de su cargo de decano de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Católica de Murcia (España) por fraguar su curriculum vitae en el que se adjudicaba falsamente títulos de grado universitario en filosofía, teología y filología. Un nuevo ejemplo del acierto del Sumo Pontífice en elegir a sus amigos y gente de confianza.

Vale la pena releer, mientras asistimos a la comedia de la manipulaciones de Ouellet, un artículo publicado en el mes de mayo por el p. Claude Barthe que retrata muy bien quién es el purpurado, digno representante del conservadurismo inservible.




El centro fofo. Las redes del cardenal Ouellet


por el abbé Claude Barthe

Las fuerzas del “progreso” católico siempre han tenido una capacidad asombrosa para suscitar, en el seno de las fuerzas de la “reacción” que se les oponen, el desarrollo de medios intermedios, centristas, que hacen todo lo posible por suavizar y esterilizar el peligro de esta reacción, contrarrestándola en nombre de la moderación, la responsabilidad y la transacción con vistas a la eficacia.

De hecho, este fenómeno del centro blando forma parte de la psicología catoliberal, caracterizada por la mala conciencia respecto al progresismo: los catocentristas siempre quieren distanciarse de los “fundamentalistas”, cuyos “excesos” excusan e incluso explican, según ellos, los excesos de los progresistas; y, por otro lado, hacen suyo el pensamiento de estos últimos, creyendo que poniéndose de su lado podrán influir en ellos.


El cónclave de 2013, o el suicidio de los ratzingerianos

El cardenal Marc Ouellet, quebequense de 77 años de la Compañía de San Sulpicio, ex arzobispo de Quebec y primado de Canadá, fue llamado a Roma en 2010 para los cargos de prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Comisión para América Latina (Marc Ouellet había enseñado como sulpiciano en un seminario colombiano), ya que Benedicto XVI siempre había hecho de la lucha contra la teología de la liberación una prioridad. Los vínculos del nuevo prefecto con el cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, cuya carrera se había visto impulsada por su reputación de perseguidor del padre Arrupe, el muy progresista superior general de la Compañía de Jesús, se reforzaron.

Marc Ouellet, valiente defensor de la vida en un Canadá que se secularizaba enormemente, y que había pronunciado numerosos discursos sobre la reconstrucción de la catequesis y el respeto de las tradiciones, se consideraba un ratzingeriano puro.

A Marc Ouellet le costó mucho soportar a Angelo Scola, sucesor de Benedicto XVI, que había ocupado sucesivamente las dos sedes más prestigiosas de Italia, Venecia y Milán, y que era sobre todo la cabeza moral del movimiento demócrata-cristiano de tendencia identitaria, Comunione e Liberazione, fundado por Don Luigi Giussani. Durante el cónclave de 2013, el cardenal Ouellet creyó encarnar una continuidad blanda, por no decir fofa, de Ratzinger contra el arzobispo de Milán. No hay pruebas de que Scola hubiera encarnado una continuidad más “dura”, aunque el Papa Scola —Benedicto XVII, se predijo— hubiera llevado a cabo una verdadera reforma de racionalización y modernización de la maquinaria curial para dotarla de mayor eficacia.

De hecho, las maniobras orquestadas durante las Congregaciones Generales a favor de Jorge Bergoglio resultaron muy exitosas para quienes querían pasar la página de Ratzinger. Después del cónclave que eligió al cardenal Bergoglio, hubo rumores sobre el escenario que se produjo allí. Los ratzingerianos se habrían demolido a sí mismos con el duelo Scola/Ouellet: Scola habría tenido sólo 33 votos en la primera vuelta, seguido de Ouellet, cuyos votos fueron invitados a ir a Jorge Bergoglio y no a Angelo Scola. De hecho, el cardenal Ouellet —un rumor confirmado por algunas declaraciones sibilinas de su parte— creyó que sería nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Esta promesa no se cumplió: sin caer nunca en desgracia, el cardenal Ouellet siempre ha sido una figura secundaria en el pontificado bergogliano, incluso para los nombramientos episcopales importantes en los que el secretario de la Congregación, monseñor Ilson de Jesús Montanari, tiene ciertamente un peso más considerable. Aunque es cierto que los nombramientos del cardenal, desde que está al frente de la Congregación, han sido siempre del tipo: “sobre todo, sin ruido, sobre todo, sin olas”.


El balthasariano

Si Marc Ouellet fue descrito alguna vez como un teólogo favorable a una hermenéutica de la “reforma en la continuidad” y no de “ruptura”, siempre ha sido todo lo contrario de un tomista: es un discípulo entusiasta de Hans Urs Von Balthasar, de quien el obispo de Friburgo-Ginebra dijo en broma: “Puede que fuera cristiano, pero ciertamente no era católico”. Está, pues, muy cerca de los prelados balthasarianos franceses, entre los que destaca el cardenal Philippe Barbarin que, cuando era párroco de Boissy-Saint-Léger, dirigió un activo y discreto laboratorio de ideas teológico-reformadoras. Del mismo perfil, conservador ma non troppo, es Pascal Roland, que sucedió a su amigo Philippe Barbarin en la sede de Moulins, y luego fue trasladado a la sede de Bellay-Ars, para suceder a Mons. Guy Bagnard, fundador de un seminario y de una sociedad de estricto clergyman. Y Georges Colomb, antiguo superior general de las Misiones Extranjeras de París, que reactivó el seminario MEP antes de ser obispo de La Rochelle. Y también, una generación más joven, Dom Jean-Charles Nault, abad benedictino de Saint-Wandrille, la más “clásica” de las abadías de rito nuevo de la Congregación de Solesmes, donde el cardenal Ouellet se encuentra como en casa, y que ahora alberga el círculo teológico de Barbarin que venera a Hans Urs von Balthasar.

En 2012, antes de Amoris Letitia, bajo el mandato de Benedicto XVI, el cardenal Ouellet, en un libro de entrevistas que coincidía ampliamente con las reflexiones del grupo Barbarin, había abierto significativamente el camino a la búsqueda de un compromiso en la cuestión de la recepción sacramental de los divorciados “vueltos a casar”: “Las personas pueden recuperar el estado de gracia ante Dios, incluso en el caso de una limitación objetiva de un matrimonio que fue un fracaso, cuando se forma una nueva unión que puede ser la correcta, pero para la que no es posible establecer que el primer matrimonio es nulo”.

La influencia, en cierto modo secundaria, del prefecto de la Congregación para los Obispos, se ha manifestado en tres casos recientes.

Una, de la que no podemos sino alegrarnos, es el nombramiento, el pasado 9 de marzo, de monseñor Jean-Philippe Nault, hermano del abad de Saint-Wandrille, para el obispado de Niza, una persona muy buena, de mentalidad clásica, que ha sabido dirigir una cierta recuperación de las vocaciones en Digne, de la que era antes obispo.

Por otro lado, sus intervenciones durante las reuniones interdicasteriales en las que se discutió lo que se convirtió en el motu proprio Traditionis custodes fueron sorprendentemente hostiles a la liturgia tradicional.

Y luego está su intervención en la crisis de una congregación tradicional de religiosas educadoras, las Hermanas Dominicas del Espíritu Santo, cuya casa madre está en Pontcallec, en la diócesis de Vannes, en Bretaña. Sin entrar en los detalles de un complejo asunto, el cardenal Ouellet, emparentado con una de las monjas de la comunidad, la madre Marie de l'Assomption d'Arvieu, fue nombrado por el papa Francisco visitador canónico, asistido por Dom Jean-Charles Nault, y la Madre Emmanuelle Desjobert, abadesa cisterciense de Sainte-Marie de Boulaur, convento de la misma temperatura que Saint-Wandrille (liturgia Pablo VI en latín, y no la tradicional como en Pontcallec). La visita canónica arrasó con los resultados de una visita canónica anterior realizada bajo el mandato del Papa Benedicto XVI, y juzgada por Marc Ouellet como demasiado favorable a la parte más tradicional de la comunidad: concretamente, el cardenal, de forma bastante violenta, expulsó definitivamente a la madre Marie-Ferréol del estado religioso, empujó a otras a marcharse, silenció a sus compañeras de la misma tendencia, e hizo nombrar como asistente de la congregación al P. Henry Donneaud, dominico de la provincia de Toulouse, que, con la Madre d'Arvieu, es miembro del comité de redacción de la Revue thomiste.

Hay que añadir que la madre d'Arvieu, profesora de filosofía, ha publicado su tesis doctoral sobre Naturaleza y Gracia en Santo Tomás de Aquino. El hombre capaz de Dios, con un prefacio del cardenal Ouellet, que se propone rehabilitar las tesis de Henri de Lubac, contra la tendencia a retomar, sobre la relación entre la naturaleza y la gracia, la posición del comentarista mayor de Santo Tomás, Cayetano, considerada por la Madre Marie de l'Assomption como estructurante del pensamiento tradicionalista.


Un conservadurismo termostático

En noviembre de 2020, el cardenal Ouellet fundó el Centro de Investigación de Antropología y Vocaciones, con, entre otros, la Madre d'Arvieu y el padre Vincent Siret, sacerdote de la Sociedad Jean-Marie Vianney y rector del Seminario Pontificio Francés de Roma. El 17 de febrero de 2022 organizó un simposio en el Salón de Audiencias del Vaticano sobre el tema de las vocaciones sacerdotales (“Por una teología fundamental del sacerdocio”), que, según los burlones, pretendía sobre todo fomentar las vocaciones episcopales entre los miembros de la Sociedad Jean-Marie Vianney. El simposio fue inaugurado por un largo discurso del Papa Francisco, en el que dijo, sin más: “El celibato es un don que la Iglesia latina conserva”.

Decíamos al comienzo que el cardenal Ouellet es un partidario de una hermenéutica “de la reforma en la continuidad”, lo que puede extenderse a todas sus redes. De reforma ciertamente, pero sin exagerar en la continuidad... Es decir, haciendo sistemáticamente el papel de apagafuegos con respecto a todo y a todos los que pudieran impulsar un cuestionamiento serio de la primavera conciliar. Están preparados para la crítica del progresismo (tomamos prestada sin pudor la parábola del difunto teólogo ultraprogresista español José María González Ruiz) como los calefactores que se programan de antemano para que su temperatura no supere un determinado límite. Así, pueden dar la ilusión de una voluntad decidida de involución. Pero pronto se oye el “clic” del termostato, que indica que han llegado al final del programa conservador y no lo superarán.


Fuente: Res novae


miércoles, 17 de agosto de 2022

Descorbatismo

 




En 2016, nuestro añorado columnista Ludovicus escribió en este blog un artículo titulado Elogio a la corbata, que tuvo la nada desdeñable respuesta de casi 80 comentarios. Y hace pocos días, Juan Manuel de Prada insistía sobre el tema en el ABC de Madrid. 

Un detalle, una pequeñez, si se quiere, pero que es manifestación de algo más profundo. 



Observa Pemán que, en las jornadas de abril del 31, el pueblo adoptó de repente un repertorio de gestos provocadores de los que hasta entonces había abominado: besarse en público, pisotear los jardines, desanudarse la corbata, etcétera. Pemán concluía que aquellos gestos desinhibidos o groseros eran «una ebullición turbia que buscaba las grietas de la civilización para desbordarse». Frente a los frenos civilizatorios de la Monarquía, la Republica mostraba, a los ojos de Pemán, «ese tono de salto de tapón, de rotura de presa, de apertura de toril» para los instintos más bajos.

Esto lo han sabido siempre los revolucionarios, que en cuanto han tenido oportunidad han hecho con el inocente nudo de la corbata lo mismo que Alejandro hizo con el nudo gordiano. Por supuesto, la aversión a la corbata (que oculta un anhelo de liberar los instintos más turbios) siempre trata de emboscarse detrás de coartadas superferolíticas. Hace un siglo, cuando lo progresista era intensificar la productividad, Julio Camba nos cuenta el caso de un arbitrista llamado Rokeby, que realizó una estadística sobre el tiempo que pierden los hombres en hacerse un nudo de corbata, llegando a la conclusión de que –si por término medio pierden tan sólo un minuto–, en España se perdían al día veinticinco mil jornadas de ocho horas. «¿Es que puede uno por pura coquetería y sólo en aras del bien parecer –escribía Camba con sorna– sabotear así como así la construcción de una obra de interés general? Por mi parte, declaro que antes preferiría renunciar a todo prurito o veleidad de elegancia y entregarme de lleno en los rudos brazos del sincorbatismo».

El arbitrio que ahora se saca de la manga el doctor Sánchez –pretender que por no llevar corbata podremos vivir sin aire acondicionado– no es menos rocambolesco que el de Rokeby, pues la mejor manera de protegerse, tanto del calor como del frío, es cubrirse de ropa (y cuanto menos nos cubrimos más aumenta la impresión térmica). Pero detrás de la incitación a descorbatarse del doctor Sánchez hay «ese tono de salto de tapón, de rotura de presa, de apertura de toril» para los instintos más bajos al que se refería Pemán. La corbata se ha convertido en el símbolo subconsciente del orden, de la aceptación de unos códigos sociales que rigen y obligan. Al decir 'nudo de la corbata', estamos anudándonos a un orden preexistente que nos aleja de la selva y que, hasta hace bien poco, el común de los hombres aceptaba gustosamente; la corbata es como una elegante pleitesía que se rinde a la civilización.

La barbarie siempre es prefigurada por los gestos del pueblo. Aquellos descorbatamientos que tanto perturbaron a Pemán llevaron a la quema de conventos. Hoy Madrid, como escribíamos el otro día, hace que Caracas parezca por comparación una cena de los Cavia. Los códigos de urbanidad son símbolos que actúan como barreras; y despojados de esos símbolos, los pueblos vuelven a hacerse fieras, vuelven a acudir, solícitos y rugientes, a la llamada de la selva.

lunes, 15 de agosto de 2022

La vía anglicana

 





Volver la mirada a los hechos históricos siempre ayuda a comprender el presente y, aunque los paralelismos nunca sean exactos, pueden ser indicativos del decurso que pueden tomar los acontecimientos. 

En base a esta premisa, me animo a señalar algunos hechos sucedidos hace más de un siglo, en la iglesia de Inglaterra.

1. En 1841, el gobierno inglés y al arzobispo de Canterbury, acordaron con el rey de Prusia y las autoridades de las iglesias luterana y calvinista, establecer un obispado en Jerusalén que tuviera jurisdicción sobre los fieles de las tres comuniones, alternándose obispos anglicanos y luteranos. Esto despertó un gran escándalo y fue una de las causas que terminaron de definir a John Henry Newman en su conversión a Roma. Escribía al respecto: “Al parecer nos encontramos en un camino donde debemos fraternizar con todo tipo de protestantes, monofisitas, judíos medios conversos, drusos. Si un evento así llegara a suceder, no podré impedir que ningún hombre se vaya a Roma. Todos comenzarán a irse, tarde o temprano”. (Carta a J.W. Bowden, del 10 de octubre de 1841).


2. Pocos años después, en 1847, se produjo el “caso Gorham”. El obispo Phillpotts, de Exeter, decidió no concederle al reverendo Gorham la parroquia de Brampford Speke, aunque había sido nominado para tal cargo por la Corona, debido a que el clérigo sostenía que la administración del bautismo no implicaba la regeneración espiritual ni la gracia santificante. La situación creó un conflicto que debió ser resuelto por el Consejo Privado de la reina que, dos años y medio más tarde, ordenó al obispo instalar a Gorham en el cargo que le negaba, basándose en que los candidatos no debían ser forzados a firmar aquellos puntos doctrinales sobre los que la iglesia anglicana no tenía doctrina clara. Esta situación, como es de suponer, despertó un gran malestar puesto que según muchos obispos y clérigos anglicanos, su iglesia tenía una doctrina definida con respecto a la gracia bautismal. Se elevó un protesta formal firmada en la que sus firmantes aseguraban que la iglesia de Inglaterra, con el juicio a Gorham, “se separaba formalmente del cuerpo católico, y ya no podría asegurar a sus miembros la gracia de los sacramentos y la remisión de los pecados”. Algún tiempo después, los arzobispos de Canterbury y York declararon su apoyo a la sentencia del juicio. Fue esto lo que definió que los archidiáconos Henry Manning y Robert Wilberforce, y James Hope, un prominente miembro de la Cámara de los Lores, siguieran el camino de Newman y fueron admitidos en la Iglesia de Roma.


3. En 1913 tuvo lugar la “controversia de Kikuyo”. Todo había comenzado cuando dos diócesis anglicanas de África —Mombasa y Uganda— habían participado de un congreso de iglesias protestantes que había tenido lugar en Kikuyo (Kenia) y en el que se había tratado el tema de la colaboración entre las distintas denominaciones cristianas. La reunión terminó con una celebración litúrgica ecuménica, celebrada por un obispo anglicano, y “concelebrada” por pastores protestantes. Este hecho produjo un gran escándalo y división en Inglaterra. Los obispos participantes fueron denunciados como herejes, aunque finalmente se rehabilitó su gesto. ¿Era correcta esa postura aperturista de algunos sectores de la iglesia establecida? Ronald Knox, sacerdote anglicano, estaba en profundo desacuerdo y, para exponer su posición escribió en cuatro días un pequeño libro cuyo argumento era una simple reducción al absurdo. Lo tituló Reunion All Round y pueden leerlo, en inglés, aquí. Fue este uno de los hechos determinantes para que 1917 Knox se convirtiera a la Iglesia católica.


4. En 1947, el obispo anglicano de Birmingham Ernest Barnes, publicó un libro titulado The Rise of Christianity en el que ponía en duda la virginidad de María y la resurrección física de Jesús. Además, defendía públicamente la necesidad y conveniencia del control de la natalidad. Estos hechos provocaron una gran protesta en muchos ámbitos británicos, y se presionó para que Barnes fuera apartado de su sede, lo cual nunca sucedió. Sin embargo, muchos anglicanos —clérigos y fieles— vieron en esta situación una deriva inaceptable en su iglesia, y decidieron convertirse al catolicismo. Entre ellos estaba el sacerdote escocés Onich MacFarlene-Barrow, quien escribía: “Continuamente me hacía yo esta pregunta : ¿Es posible permanecer en comunión con un obispo que, a pesar de sus blasfemos discursos, no es privado de su cargo? Es cierto que los errores sostenidos por el obispo Barnes no podían considerarse precisamente como cosa rara, pues, desde la fundación de la Iglesia, en todos los tiempos se habían dado dignatarios eclesiásticos que decían y hacían cosas por las cuales se escandalizaban los fieles; sin embargo, nada me había preocupado nunca tanto como las manifestaciones del obispo de Birmingham y estaba convencido de que no me sería posible permanecer en la iglesia anglicana.”.


Seguramente podrían citarse otros casos similares, como la conversión de Graham Leonard, obispo de Londres en 1989, debido a la decisión de la iglesia de Inglaterra de conferir a mujeres el orden del presbiterado. Y en todos ellos se observa un patrón común: un hecho concreto de tendencia modernista tomada por la iglesia de Inglaterra en su conjunto o por obispos individuales pero con el apoyo de la jerarquía, que provoca una o varias conversiones a la iglesia romana. 

Saquemos ahora algunas conclusiones:

1. Buena parte de las afirmaciones o hechos que provocaron las crisis podrían ser hoy protagonizados por sacerdotes u obispos católicos, y tendrían el apoyo de la jerarquía vaticana. Pongamos un caso reciente: el cardenal Hollerich, S.J., la semana pasada defendió el “amor” homosexual, actitud bastante más osada que el control de la natalidad propiciado por el obispo Barnes. En cualquier seminario o universidad católica se enseña abiertamente la no virginidad de María y resurrección simbólica de Nuestro Señor (¿Hay que recordar, por ejemplo, al finado biblista argentino Luis Rivas?). En Alemania, las ceremonias con intercomunión entre católicos y luteranos es cosas corriente, y el mismo papa Francisco dio públicamente la comunión a una mujer protestante. A ningún obispo católico se le ocurriría suspender a alguno de sus sacerdotes si éste pusiera en duda la doctrina sobre la justificación de las aguas bautismales, y las fraternizaciones con protestantes, judíos y budistas son cosa corriente desde el lamentable episodio de Asís. 

La Iglesia católica está, con toda evidencia, en el mismo lugar en que estaba la iglesia de Inglaterra hace un siglo.

2. La iglesia anglicana hoy ha desaparecido. Sólo queda una estructura oficial, mantenida por el Estado, que cumple una función social y decorativa, pero en ella cada uno cree lo que quiere, sus templos están vacíos y cerrados, y muy pocos son los que encuentran en ella algún vestigio de vida propiamente espiritual. Es decir, ha dejado de ser una religión.

¿Anunciará esta situación el futuro cercano de la Iglesia católica, dada la similitud de trayectorias? 

3. Los anglicanos que fueron testigos de los casos relatados tenían un lugar donde refugiarse: Roma. Y muchos de ellos lo hicieron. Nosotros, los católicos del siglo XXI, no lo tenemos, pues afirmamos que la iglesia fundada por Nuestro Señor es la iglesia romana. Y los que propone un escape a la ortodoxia, mucho me temo que también los ortodoxos estén en el mismo derrotero. Basta ver esta noticia muy reciente.

Si la iglesia católica continúa, entonces, el camino de defección que emprendió a partir de los ’60 y que aceleró con el papa Francisco, mucho me temo que para permanecer fieles a la fe de los apóstoles debamos pensar, en algún momento más o menos cercano, en soluciones que no serán nada fáciles de tomar. 

“Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? (Lc. 18,8).


jueves, 11 de agosto de 2022

La Biblia y el Evangelio, de Louis Bouyer

 

La espiritualidad católica, sobre todo a partir de la Contrarreforma, se nutrió fundamentalmente de  grandes maestros como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, alejándose poco a poco de la espiritualidad bíblica a la que, en muchos casos, se veía como un modo protestante de vivir la fe. Sin embargo, la Sagrada Escritura es la fuente primaria de la espiritualidad cristiana, pues ella contiene la Palabra siempre viva de un Dios amoroso que se revela a su pueblo.

En este libro, que es el resultado de una serie de conferencias sobre teología espiritual que Louis Bouyer dictara en el Instituto Católico de París durante la década de 1940, se expone para un público de cultura media, la fuente y el sentido de la espiritualidad bíblica. No se trata de un texto con la historia del pueblo de Israel ni tampoco es un tratado de exégesis o de crítica bíblica. Es, fundamentalmente, un libro de espiritualidad que, teniendo en cuenta los avances de la ciencia en el estudio de la Escritura, y sin por eso renegar de la fe como muchas veces sucede, nos expone las maravillas y el gozo enorme y profundo que para todo cristiano implica el saber que tenemos un Padre amantísimo que se nos dio a conocer a través de su Hijo, el Verbo, que es Palabra viva y que actúa en nosotros a través del Espíritu que nos explica la Revelación en el texto de las Escrituras.

Un gran libro, en definitiva, que, en mi caso particular fue fundamental para alcanzar una mayor compresión de la fe y profundizar en el conocimiento espiritual de Dios.

El libro puede comprarse en Amazon en soporte papel y en Kindle.

lunes, 8 de agosto de 2022

Francisco y el tradicionalismo

 


por Eck


Introducción

Negras tormentas agitan los aires para los tradicionalistas. Corren rumores de que el cardenal Cupich, alias “Cupido”, una creatura e instrumento del infecto cardenal Mccarrick y aliado del papa Francisco en esa nación, pretende expulsar al Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote de su archidiócesis y echar el cierre definitivo a la misa tradicional en su territorio. Por otro lado, hemos conocido informaciones procedentes de otra ciudad norteamericana, Savannah, donde su obispo anunció que las misas en Rito Romano han de acabarse velis nolis para mayo del 2023 por mandato del dicasterio de Roma. 

De todos es sabido que a Bergoglio no le importa una higa la liturgia, sea la nueva o la vieja, como ya se ha podido ver en todo su pontificado, haciendo lo que le da la gana y saltándose hasta sus propias normas cuando le parece oportuno. Por lo que poco caso le podemos hacer a sus lagrimones de cocodrilo de su Desiderio desideravi sobre los abusos: si el abad juega a naipes, ¿qué harán los frailes?. Así, ¿Qué mayor prueba tenemos que haya en ese documento multitud de párrafos imposibles de ser escritos por él? Prueba de que fue un encargo a miembros muy bajos y segundones de la Curia, que tiraron de archivos, que fue compuesto con disgusto, que tuvieron que meter algún parrafito del pontífice y, porque no, se ve un poco de mala intención contra el pontífice haciéndole decir cosas que ni en una sesión psicodélica hubiese sido posible ni imaginable.

No, el problema no está en la Liturgia ni siquiera en el tradicionalismo en sí aunque Francisco le tuviera siempre prevención o menosprecio. Hombre práctico y político hasta el exceso, sabe muy bien que “enemigos, los menos”, por lo que no hay que creárselos innecesariamente y menos por algo de tan poco valor para él como son cuatro gorgoritos gregorianos y las puntillas de la abuela...


El pecado original del tradicionalismo

Repetimos, a Bergoglio le importa un comino la liturgia y, por ende, el tradicionalismo, grupo mínimo, sin  influencia ni poder real dentro de la Iglesia Universal ni grandes apoyos en el mundo profano, más bien lo contrario. Entonces, ¿Por qué está actuando de esta manera en un ámbito que ni le va ni le viene? ¿Qué gana con ello? Por un pequeño detalle que se nos está olvidando pero que en Santa Marta ven claro: el tradicionalismo se ha convertido, por una serie de errores garrafales del obispo de Roma, en el principal símbolo de oposición a su pontificado. Que el tirano Banderas vaticano haya sido capaz de transformar las puntillas de la vieja en un bandera contestataria y las pusiera de moda vendiéndose como rosquillas en el mundo clerical, tiene su mérito. Este hecho es el que me hace pensar que sus ataques traicioneros y arteros continuarán aunque no se diga nada ni se haga nada en su contra porque es nuestra mera existencia, después de decretar nuestra gradual extinción y de no llevarse a cabo, una bofetada continua contra su poder, su prestigio; un ataque directo a su persona. Este es nuestro pecado original y no hay bautizo que lo limpie.


No es nada personal, sólo son negocios

¿Cómo hemos llegado a esto? En mi opinión se debe a un fallo de cálculo de Francisco que se metió solito en un carajal sin darse cuenta. Acorralado como estaba por los que le auparon al solio petrino, en medio de una rebeldía teutónica y cercado por muchos escándalos sexuales, económicos, doctrinales y de mal gusto de sus criaturas, aliados y amigos, Bergoglio se negaba panza arriba a acometer unas “reformas” y a cortar por lo sano los problemas porque le restarían poder y perdería prestigio, sus tesoros. Podrá hacer capirotes con la tiara pontificia pero ni rozará con una pluma la base de su potestad. Se imponía tomar una medida contundente y que cumpliese con estos fines:

1º) Contentar al progresismo echado al monte y que no lo indispusiese con el conservadurismo mayoritario.

2º) Mostrar su poder absoluto en la Iglesia para aviso de amigos y enemigos.

3º) Montar lío que generase polémicas y ríos de papel, pasto de periodistas y opinólogos pero que, en fondo, no tocase el status quo real ni los equilibrios de poder eclesiásticos.

En resumen: contentar a los suyos, no indisponerse con la mayoría, meter miedo a todos, avisar a los contrarios (no es indiferente que después del TC haya metido en vereda al Opus Dei; demasiado obsequiosos para fiarse de ellos...) y arrojar tinta de calamar con la cuestión litúrgica. Salió la bola negra al tradicionalismo porque reúne todas esas características, además de ser caza mayor preferida para muchos altos curiales pedantescos y ser visto por la parte más radical del conservadurismo como un peligroso adversario. La víctima perfecta, pues. Y como un regodeado Nerón en Quo vadis? decretó su extinción diciendo que la historia no recordaría ni sus nombres para tapar al culpable del incendio dentro de la Urbe.


El chivo expiatorio contrataca

La víctima perfecta: pocos, débiles, mal avenidos entre sí, sin apoyos eclesiásticos ni simpatía del mundo secular, envidiados por el oficialismo, lleno de frikismos y tronados, muy sospechosos de no ser fieles y no aceptar el ultramegahipersupermagisterial Vaticano II y siempre con la sombra del cisma sobre la cabeza. ¿Quién se iba a oponer en serio a su destrucción?¿Quién iba a salir en su defensa? Además se oponían a los amores francisquitas. Pocos amigos, muchos enemigos y pocas simpatías de la mayoría. Creó un símbolo terrible y dio un arma formidable a sus adversarios: una víctima inocente. 

Pero no contó con varios hechos que cambiaron el rumbo de su Diktat hacia el desastre:

1º) Que no estamos en sus primeros años de pontificado. Jorge Mario, con sus formas de gobernar tiránicas, insultantes y cutres, ha creado un rencor y un resentimiento tal a su alrededor que cualquier víctima suya se ve con simpatía y reconocimiento. Otros han visto debilidad en la medida debido a sus golpes bajos y la mayoría ha olido el fin del pontificado y no quieren mancharse con un crimen reciente que les hace solidarios con este papado descalificado. Apoyar al tradicionalismo pasivamente, aunque sea con la nariz tapada, es apoyar la oposición a este papa y prepararse bien para el siguiente. Muy pocos lo han hecho por amor a la justicia y a la verdad. Sólo los más fanáticos y los que están bajo la mirada directa de Sauron han cumplido con las medidas a gusto del líder. 

2º) Que el tradicionalismo está muy curtido en mil batallas, al revés que un oficialismo tan acostumbrado a los mimos del poder por su lacayismo y cuya mayor desgracia concebible es perder el favor de la jerarquía. Sólo hay que ver la reacción al TC de los institutos Ecclesia Dei y compararlos con el del Opus Dei “Ad charisma tu(ll)endum”. Acostumbrados a la desgracia y al sufrimiento, a los baculazos y mitrazos, despreciados por defender lo que aman hasta con los dientes y  convencidos contra viento y marea de la justicia de su causa, escarmentados de los errores pasados, no cayeron esta vez en la trampa de una sublevación general ni pidieron árnica servilmente ante las pantuflas pontificias. Se mantuvieron de pie, dieron sus razones, prepararon las catacumbas y organizaron la resistencia en todos los ámbitos. Ahora todos los golpes se le vuelven a Francisco, quien rabea porque va perdiendo poder y prestigio. Ha creado un símbolo de oposición a su tiranía y encima procedente de la Tradición. Se ha encontrado con la resistencia pasiva pública del episcopado, ha chocado contra la dura realidad de un grupo pequeño de fieles convencidos, dado munición a los críticos de la iglesia contemporánea incluyendo al Concilio y su espíritu, y, sobre todo, corroído su poder. Esto NO se lo esperaba. Esto NO lo va a consentir. Esto NO lo va a perdonar nunca.  Ahora sabe que hay una bandera poderosa contra él y que cualquier medida de pacificación, de transacción, se verá como una derrota, como una victoria, como una rendición ante sus oponentes. Habrá guerra y hay que prepararse porque usará todas las triquiñiuelas, ardides y trampas.


¿Qué hacer?

Resistir, unir, ayudar y prepararse. El lema de S. Agustín debe ser el nuestro: In necessitate, unitas; in dubiis libertas; in omnibus, caritas. Fue un motivo de esperanza en medio de las tinieblas del TC que se reunieran todos los superiores de Ecclesia Dei en París para acordar medidas en común porque Bergoglio jugará a la división, como creo que son sus acercamientos a la FSSPX y su decreto manuscrito a Fraternidad San Pedro pero no a los demás, para que cayesen en la tentación non sancta de ser sus aliados a cambio de quedarse con el campo tradicional en exclusiva. Para ser los últimos en ser devorados, vamos. Debe quedar claro que un ataque a cualquier miembro es un ataque a todos.

Pero la unidad no debe ser solo entre sí sino con otras partes de la Iglesia y no por mero interés. Se debe formar un frente común con todos los que tengan la fe católica, quieran la santidad y le honren con culto digno. Es hora de enterrar el exclusivismo y paternalismo romano para siempre. No estamos luchando para volver al siglo XIX y sus polvos tóxicos sino por toda la Tradición y por la fe de nuestros Padres, desde los apóstoles, mártires, santos e, incluso, lo mejor de la esperanza pagana y la herencia de Israel. Se deben forjar lazos de amor, afecto y reconocimiento con el Oriente y sus iglesias católicas, que mucho bueno y experiencia nos pueden dar. También con otros grupos católicos, incluidos a los carismáticos y kikos decentes, porque responden a una necesidad, a pesar de algunas necedades suyas. Los pueblos libres de Tolkien se unieron a pesar de sus diferencias contra el enemigo y con la esperanza de un mundo mejor. Sigamos su ejemplo.

Prepararse para devolver la belleza y el resplandor a la Santa Iglesia para que pase de la pobreza y los harapos de hoy a los vestidos regios del Bien, Verdad y Belleza, para ser luz para todas las gentes hasta el confín del mundo y refugio seguro para todos los pecadores. Esto se hace amando a Dios con toda el alma, con toda la mente, con todo el cuerpo. El amor a Dios en todas las cosas es la vara con la que hace el Señor sus maravillas. Hay pues que honrar a Dios con el estudio de la fe, el cultivo de la verdad tanto en lo sobrenatural y en lo natural, con obras de caridad corporales y espirituales, creando belleza humana que se una a la divina de la Creación, dando frutos de santidad y salvación. De nada nos sirve defender la Tradición sin la savia, sin el fuego que da vida: Jesucristo. Sólo Él tiene palabras de vida eterna y sin Él nada podemos. Nunca lo olvidemos.


jueves, 4 de agosto de 2022

Sobre la buena prédica



Fides ex auditu (Rm. 10:17)



Cristo mandó a sus discípulos a predicar “a toda la creación” (Mc. 16:15), pero se olvidó quizás de agregar que la prédica debía ser buena, conforme a las reglas de la oratoria, elegante, poética, interesante, oportuna (e inoportuna si a mano viene), sencilla, elocuente, didáctica, original, ortodoxa, pegada a la Escritura, sugerente, evocativa, consistente, graciosa y conmovedora... por lo menos. 

Y breve, que lo bueno si breve, dos veces bueno (y si gravis, brevis, como mandaban los Romanos).

Pero, además, si no es pedir demasiado, parecida a la de Cristo, tan llena de parábolas, imágenes poéticas, comparaciones y metáforas. 

Y carente de moralina, como se lo reprochan los fariseos de su tiempo. Con todo acierto, Castellani les hizo decir lo que pensaban, indignados como estaban porque “Jesucristo no fulminaba con indignación a las pecadoras”:

¡Hubiese sido tan fácil y era de tan buen tono! ¿Y por ventura era mentira? ¿No podía tronar una vez al menos, como todos los predicadores, contra la disolución de las costumbres, la corrupción que lo invade todo, las porquerías de la carne, y esas mallas de baño venidas de Grecia y cada vez más cortas? Pero ¡ni una sola palabra acerca de «las playas»! 

¡Puras parábolas luminosas, comparaciones poéticas y preceptos generales, es decir, poesía, poesía y poesía! (Cristo y los fariseos, p. 48). 

 ¡Y qué gozo se produce en el alma cuando uno oye predicar bien! ¡Y qué eficacia tiene, como lo reconocen incluso los satélites del templo que fueron a apresarlo!

Nadie nunca habló como este hombre (Jn. 7:46)

Ya no hace falta obtener licencia para predicar, cualquiera lo hace y eso, de cualquier manera, lo que no quita que los que no saben deberían abstenerse, conforme al viejo adagio árabe que impone callar “si tu palabra no es mejor que tu silencio”. 

No, ya sé que no es fácil, pero, caray, razón de más para que los curas se callen. Y si no, si todavía quieren predicar, que se preparen con extremo cuidado y siempre siguiendo las reglas de la homilética (que no estudiaron en el seminario, ya sé, ya sé). 

Y, digámoslo una vez más, por amor de Dios y de sus fieles (que hace frío, que hace calor, que los chicos no se aguantan más, que se me pasa el asado), que sean breves.

En fin y como fuere, aquí dejo un ejemplo de prédica excelente, de parte de Malcolm Guite, capellán de la universidad de Cambridge y cura anglicano.

Y se preguntarán ustedes por qué tiene que ser un cura anglicano el que nos venga a enseñar alguna que otra cosa. Señores, no tengo yo la culpa, encontré este ejemplo y ningún otro, qué le voy a hacer (no hay traducción posible de a humbling experience, que algunos bestias vierten como “experiencia humillante”, pero mejor sería, quizás, “aleccionadora”. Pues de eso se trata, oír a este cura es aleccionador y constituye a humbling experience).

En fin, ojalá que Dios nos mande sacerdotes capaces, inteligentes, dotados, divertidos y, si a mano viene, santos. 

Pero, sobre todo, que sepan predicar 

Jack Tollers 

lunes, 1 de agosto de 2022

¡Loba! El amor hermoso y Mons. Tucho Fernández

Eugene de Leastar, The Arte of Kissing, óleo sobre tela, detalle.
Colección privada



 

En la estela de los grandes comentadores del Cantar de los Cantares, tales como Orígenes, Gregorio de Elvira o Guillermo de Saint-Thierry, Mons. Víctor “Tucho” Fernández continúa instruyendo al pueblo fiel acerca del amor hermoso. ¡Oh Mater Pulchrae Dilectionis!

Como un eco del Cantar (1,2) Osculetur me osculo oris sui! (“Bésame con los besos de tu boca”), siendo aun joven sacerdote, Tucho comenzó su magisterio con su obra primogénita Sáname con tu boca. El arte de besar, publicada en la colección "Vida Feliz" de editorial Lumen (Buenos Aires, 1995), rápidamente agotada y que lamentablemente no puede ser encontrada en ninguna librería. Los lectores del blog, sin embargo, podrán descargarla gratuitamente desde aquí. Y me parece oportuno ofrecer algunos párrafos escogidos.

El p. Tucho se preocupa de ilustrar a los fieles acerca de la taxonomía de los besos

“De acuerdo con la forma cómo se haga, se lo suele llamar también “piquito”, “chupón”, “taladro”, etc. (p. 13). 

Pero, más allá de los nombres, lo verdaderamente importante son las instrucciones para besar adecuadamente. ¿De qué nos valdría a los fieles saber el nombre de los besos si no sabemos cómo llevarlos a la práctica? Porque pueden ocurrir incidentes: 

“Cuando las cosas no funcionan entre los dos, más que pretender arreglarlo en la cama, hay que seguir los caminos que llevan al beso. (p. 21)”. 

Pero, como la virtud, los arrumacos oscularios deben conservar su justa medida, puesto que 

“…cuando el sexo se descontrola, y queremos más, más placer, más intensidad, el otro se transforma en una esponja que queremos exprimir totalmente, hasta la última gota. (p. 15)”. 

Evitaremos preguntar acerca de la naturaleza de esa última gota para centrarnos en los higiénicos consejos que también aparecen en el libro. Por ejemplo, 

“Puede ser que uno de los dos esté teniendo mal aliento, lo cual puede resultar profundamente desagradable y quitarle al beso todo su encanto. Pero se soluciona tomando la precaución de lavarse los dientes y mascando unos granitos de café, o enjuagándose con bicarbonato” (p. 26). 

O bien, pueden aparecer desagradables incomodidades al momento de oscular: 

“Puede tratarse también de la posición del cuerpo, y entre los dos podrían descubrir cuál es la posición más cómoda para ambos”. (p. 26).

Mons. Víctor Fernández siempre tuvo un oído puesto en el pueblo. Y así, nos trae el testimonio de algunos de sus fieles, no sabemos si de su Río Cuarto natal o de Buenos Aires, que detallan a los lectores del libro sobre los secretos del beso. Uno de ellos, particularmente fogoso, dice: 

“Me parece que cuando empezás a besar con la lengua es muy posible que pierdas el control, y ya querés adueñarte de la mina…”(p. 61). 

Una señorita, digna heredera de santa Inés y de santa Cecilia, explica: 

“Es hermoso ir girando por la mejilla y por la pera, y luego volverse a encontrar en la boca. Es un paseo maravilloso”. (p. 63). 

Finalmente, un novel profesor de colegio secundario, instruye: 

“El beso centrípeto es cuando chupás y absorbés con los labios. El beso centrífugo es cuando entrás con la lengua. Cuidado con los dientes” (p. 63).

No queremos cerrar este florilegio sin incluir algunos de los versos de autoría del mismo arzobispo de La Plata que aparecen en el libro y que esperamos ver algún día publicados en la antología poética de la cultura occidental:

Me preguntás

qué le pasa a mi piel

cuando te miro,

y a mis labios

que tiemblan como locos.

[…]

Por eso, no preguntes

qué le pasa a mi boca.

Matame de una vez

con el próximo beso,

desangráme del todo,

LOBA,

devolvéme la paz

sin piedad. (p. 44).


El motivo que nos ha llevado a recordar el magisterio oscular de Mons. Víctor Fernández ha sido la homilía que pronunció el 26 de julio pasado en una misa para conmemorar los 70 años de la muerte de Evita Perón, acerca de la cual pueden leer aquí. Llama la atención que, siendo una misa de difuntos, haya usados ornamentos blancos, aunque siempre existe la posibilidad de que Su Excelencia haya autorizado el culto a Santa Evita en su arquidiócesis. En la kermesse de santos inaugurada por Juan Pablo II y llevada al paroxismo por Francisco, bien puede la Abanderada de los Trabajadores recibir culto público. 

La misa se celebró en la misma iglesia donde, en 1945, Eva Duarte contrajo matrimonio con Juan Domingo Perón. Y ¡qué oportuno era ese lugar para celebrar el recuerdo de su tránsito a la gloria celestial! Como dijo Mons. Fernández, “Evita trasciende un movimiento político y es patrimonio de la humanidad”. Y cómo no serlo… ella, a los quince años escapó de su hogar materno en un oscuro pueblecito de las pampas para llegar a Buenos Aires donde se dedicó a la noble y decente tarea de actriz. Se esforzó en todos los méritos necesarios para complacer a los exigentes productores artísticos y a los severos miembros de la farándula a fin de alcanzar, finalmente, un módico estrellato radiofónico. ¡Qué ejemplo para las jóvenes argentinas: entregarse por enteras a fin de conseguir el alto ideal de vida que se han propuesto!

Y, finalmente, llegó el amor. Un flechazo desinteresado con el coronel Juan Domingo Perón, viudo y estrella en ascenso en el ámbito político argentino. El resto de la historia ya lo conocemos, pero lo importante es destacar lo que Mons. Tucho Fernández señaló en su homilía: el amor de Perón y Evita “no dejará de ser uno de los grandes amores de la historia”. Y razón tiene para tal aseveración. En la historia hubo amores míticos, como Tristán e Isolda; históricos, como Marco Antonio y Cleopatra; literarios, como Romeo y Julieta. En todos ellos, los amantes prefieren la muerte a vivir separados, y así terminan siempre sus historias: muriendo juntos. En el caso de nuestros amantes criollos, cuando Evita murió en 1952, Juan Perón también creyó morir, pero pocos meses después encontró consuelo en Nelly Rivas, una estudiante de 14 años con la que convivió en la quinta presidencial durante dos años, hasta su exilio. La soledad del Perón exiliado no duró mucho: en enero de 1956 conoció en Panamá a Estela Martínez, riojana y bailarina de una compañía itinerante de variette y de un cabaret de Caracas. Sería la Isabelita que gobernaría durante algunos años la República Argentina. 

Sí, efectivamente Mons. Víctor Fernández tiene razón. El amor entre Perón y Evita es uno de los más grandes, y permanentes, de la historia.


Más allá de la ironía, que es casi el único modo de posible de tratar este tema, lo cierto es que el autor de ese libro lascivo e infame en 1995 y de esta homilía grotesca en 2022, es un importante arzobispo, firme candidato a la sede primada argentina y al cardenalato, teólogo de confianza del papa Francisco y autor de buena parte de sus encíclicas. Este es el estado de postración absoluta en el que se encuentra la Iglesia católica en nuestros días.