lunes, 13 de mayo de 2024

Cristo y la política III: Cristo Rey

 


por Eck



Contestó Jesús: “Tú lo dices: Yo soy Rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo, a fin de dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. 

(Jn. XVIII, 37)


Introducción

Hay frases que definen toda una época, su manera de ver y sentir el mundo, afirmaciones que desvelan el alma mejor que miles de libros. En el año de gracia de 1099 fue elegido por sus pares un gran noble como nuevo rey de un reino nuevo, fundado con su sudor, esfuerzo y esperanza. Allí estaba la corona rutilante de oro y gemas sobre una almohada de seda y brocados, la brillante y acerada espada y el dorado orbe coronado por la cruz. “¡No, jamás!”, fue su respuesta. Godofredo de Bouillón, el gran cruzado, nunca llevaría sobre sus sienes una corona de oro donde Cristo la llevó de espinas. ¿Como iba a jugar a las diademas de margaritas, los mantos dorados y los chapines plateados por conquistar y liberar una ciudad, Jerusalén, donde el Señor conquistó a la humanidad y la redimió con una tiara de pinchos, un paludamento de sangre y descalzo en carne viva? Tomó el título de Guardián del Santo Sepulcro y con ello dio una lección de la verdadera concepción del gobernante cristiano: Son los que “esgrimen el bastón de mando y gobierno en nombre del verdadero Rey, hasta que Él vuelva” (J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos).

No le falló el instinto espiritual al cruzado. Como en el caso de la erección de la monarquía en Israel, al Altísimo le pirra tomar los planes humanos y superarlos a lo grande por nuevas vías para salvar a esta humanidad descarriada. Si el mundo llena de pompas, ceremonias y ornamentos a los mandantes, Él no iba a ser menos cuando se proclamase rey legítimo pero a su modo, a su personalísimo modo.


My Way: La Coronación única de Cristo como Rey


Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: “He aquí, Yo hago todo nuevo” 

(Apo. XXI, 5)


Desde hace milenios, los monarcas, faraones, emperadores y caciques se han considerado sagrados, los mediadores entre los hombres y los dioses, figuras sacerdotales y gubernativas de las que dependía la salud de la comunidad y que si venían malos tiempos, con avisos divinos más amenazantes que el fisco, respondían hasta con su persona de los descubiertos del reino pasando de victimario a víctima. Ni siquiera los recalcitrantes republicanos de los romanos, que rabiaban al oír la palabra rey, no se atrevieron a abolir el cargo de rex para gran alegría de etnólogos, pedantes y tradicionalistas, no fuera que los dioses no encontraran la dirección de las nuevas autoridad políticas y se cabrearan jupiterinamente al no poder pasar los recibos: así que tuvieron su rex sacrorum y mantuvieron esa cruel ironía andante que era el rex nemorensis...a pesar de tanta república republicana.

Dios es de la misma opinión, pues bien sabe el Eterno que volverse anti total, el agere contra absoluto, es seguir bailando al mismo son de los poderes de la tierra. Por lo que en su Sabiduría decidió escoger otro camino: “Así como el cielo es más alto que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos que vuestros pensamientos”. (Is. LV, 8-9) mostrando a los pueblos que Él es el único monarca legítimo pues llenó hasta rebosar la verdadera razón de toda potestad: el bien común de todos. Es decir, el amor y “nadie puede tener amor más grande que dar la vida por sus amigos”. (Jn XV, 13). Cristo dio su vida por todos redimiéndonos del pecado y la muerte con amor infinito. Por lo tanto, no hay más alta legitimidad para proclamarse verdadero Rey ya que ha dado el mayor bien de todos: su Vida y la Salvación. Es, pues, su Pasión la ceremonia de proclamación y coronación como Rey, y el Altísimo, como es su costumbre, toma los ritos humanos y les da un valor infinito, descubriendo la realidad que yace tras ellos, haciéndola nueva y asumiéndolos con un nuevo sentido: la lógica de la Encarnación.

Desde su Trono en la Cruz nuestro Señor hizo nueva a la humanidad con su Redención y abrió las puertas del Cielo restaurando a mayor perfección la Creación.


Entrée Joyeuse y la caballería


¡Levantad, oh puertas, vuestros dinteles; y alzaos, portones antiquísimos, 

para que entre el Rey de la gloria! 

Ps. XXIX, 9


Jesucristo, el hijo de David, entró pacíficamente en la Ciudad Santa para tomar posesión de su trono montando en pollino por la Puerta Dorada, entre las aclamaciones del pueblo que batía palmas y ramas de olivo a Su alrededor, símbolos de la paz, la victoria y la prosperidad. Estamos ante una Entrada Real en toda regla donde se respeta hasta el antiguo privilegio regio de que la cabalgadura no haya sido usada por otro y por la puerta regia que mira al Oriente, pues Cristo es como el Sol que ilumina a todos los hombres. Inmediatamente Cristo se puso a purificar su casa a escobazo limpio echando a la morralla dineraria y farisea, hermanas siamesas, en un gesto no solamente profético sino soberano, puesto que sus antepasados, los reyes de Judea, ya lo purgaron de la cochambre idolátrica. E inmediatamente se puso a enseñar y juzgar con la Ley Divina bajo los techos del Pórtico Real, donde estaban antiguamente los palacios de los reyes y sus tribunales, tal como hicieron sus ancestros.

Y como todo buen caballero se preparó para su prueba, la prueba del valor donde demostrará su merecimiento. La noche anterior a la redención del género humano cenó con sus más allegados la última comida donde repartió su don: su propia Vida, dada en favor de todos los hombres. Como un padre alimenta a sus hijos, así debe compararse un rey, padre de su pueblo, pater patriae. Desde la Última Cena, nuestro Señor da de comer al pueblo de Dios con su cuerpo, copartícipes de Su sacrificio, alejando al ángel de la muerte del pecado y la condenación con su sangre y haciéndonos comensales del Altísimo, compañeros del Creador, hijos del Eterno. Tras esta cena, el Salvador veló las armas en medio de los olivos. Allí fue prensado en la almazara de la obediencia del Padre y dio el aceite dorado de la Gracia. Arbol sagrado, con su aceite se consagraban altares y reyes, con sus hojas se coronaban a sabios y campeones, y con sus ramas se proclamaba la paz tanto entre los hombres como con Dios. La sangre que derramó el Salvador es el nuevo aceite de los reyes, de los sabios y de los vencedores, el que consagraba la Nueva y Eterna Alianza entre Dios y su pueblo, con el que se ungió a su verdadero rey. Los maderos de su cruz es la rama que porta el Heraldo de la Paz entre Dios y el Hombre, el ramo del Suplicante que ruega al Padre por sus hermanos y a sus hermanos en nombre del Padre.


Consagración y proclamación

Fue en Belén donde el Señor recibió el primer reconocimiento de su realeza, la primera epifanía de su reyecía. La tradición ha visto en los dones de los tres Reyes Magos —oro, incienso y mirra—, los símbolos de lo que es Cristo: Dios, Rey y Hombre. Pues bien, tienen otro aspecto profético, pues son también anuncios de su Pasión e instrumentos de su muerte. Con dinero se traicionó al Mesías, con incienso se negó al Dios vivo y verdadero y con mirra se crucificó y enterró al Hijo del Hombre. Como Dios ante el sanedrín, fue escupido por sus sacerdotes y escribas; como rey por el pueblo, fue negado por sus súbditos y compatriotas; como hombre por Pilatos, fue torturado y aplastado con injusticia manifiesta. Ya vio Platón que en un mundo caído el hombre más justo atraería a sí todo el mal y que el monarca más legítimo sería arrastrado a la condición de siervo y esclavitud total.

Cuando proclamó Pilatos delante del pueblo ¡Ecce Homo! a Jesus tras consagrarlo con la unción de su sangre, revestirlo con capa purpurada, darle el cetro de caña y coronar sus sienes con espinas, nunca fue más regio, nunca fue más rey Cristo. Ahí es el Señor de la Historia, Juez de todos los hombres y redentor de la humanidad, la Verdad encarnada de Dios, el Hombre y la Creación puesto que con su entrega rige todos los destinos humanos de principio a fin. Así fue testificado en el Titulo de la Cruz y pregonado por los heraldos en todas las puertas de la ciudad y notificado por los apóstoles a todos los confines de la Tierra.


Entronización

Jesús les habló, diciendo: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra”. 

(Mt. XXVIII, 18)


Finalmente fue llevado a su trono, suspendido entre el cielo y la tierra en la cruz, desde donde domina todo su imperio con su vista. Allí le fue entregado por el Padre todo el poder, el de salvar y el de condenar a los hombres según sus eternos juicios. Allí dio la sentencia definitiva sobre la humanidad; todo dependerá de si las personas de toda condición se acogen a ella o la deshechan, si aceptan el amor y la gracia o escogen el odio y la ira, Cielo o Infierno, con Dios o contra Dios. No hay término medio ni apelación posible: o Salvación o Condenación, pues según nuestras palabras y obras somos juzgados. El Redentor da la mayor libertad posible a cada ser humano de determinar su destino. Es la espada de doble filo y sobre la que juraban los caballeros militares pues tienen esa forma: una cruz. ¿Qué eliges ante la Cruz? Es la pregunta fundamental que cada hombre ha de hacerse y en el fin de la vida seremos juzgados por el Amor. 

Al final de los días, cuando llegue con todo poder y gloria recibirá el homenaje de la Ciudad Santa, jurará como señor y entrará en ella con toda pompa para asentarse en el trono de David, su padre para siempre. Será recibido por su pueblo como su rey y señor, y por todas las naciones de la tierra como liberador. Allí, delante de todos, ejecutará definitivamente los juicios y se leerá públicamente la sentencia. Dará su vere-dicto, la palabra de verdad, restaurará el Cosmos del daño de la muerte y el pecado y vendrá la Gloria eterna.

Entonces se proclamará por toda la Creación: Laus tibi, Christe, rex aeternae gloriae.


18 comentarios:

  1. Cristo es Rey del Cielo y de la tierra, no cabe duda, pero visto que ese Reino aún no llegó a este mundo, ¿llegará algún día?
    Mucho me llamó la atención que cuando rezamos el Padre Nuestro le pedimos al Padre "...venga a nosotros tu Reino, hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo..."
    Y digo que me llamó la atención porque si sabemos que fue el mismo Cristo quien nos enseñó a rezar el Padre Nuestro para pedirle eso al Padre, ¿podemos pensar que nos prometió algo que no piensa cumplir? ¿Es posible que Cristo nos haya engañado? No, sabemos que eso es imposible, El siempre cumple sus promesas.
    Siendo así, tengo grandes sospechas de que ese Reino que un día será realidad aquí en la tierra no puede ser otro que el Reino de los Mil Años del que nos habla el Apocalipsis, porque la relación entre el Padre Nuestro y el Apocalipsis es en ese aspecto más que sugestiva.
    Suponiendo que lo dicho fuera cierto, ¿cuándo llegaría entonces ese Reino de los Mil Años? El Apocalipsis dice bien clarito que será inmediatamente después que Cristo vuelva entre las nubes del cielo para derrotar al Anticristo.
    Lo único que restaría por saber entonces es cuándo vendrá el Anticristo, porque todo lo que venga después se dará por añadidura.
    Como están las cosas parece que eso tampoco sería difícil de calcular, porque viendo la crisis terminal de apostasía que sufre la Iglesia y la degeneración del mundo en manos de políticos corruptos y ladrones, todo indica que la aparición del Anticristo no puede tardar.
    Lo dicho no tiene vuelta atrás, porque por más que después de Francisco venga un Papa santo los alemanes herejes y todos los que están con ellos le harán pito catalán y seguirán adelante con sus herejías.
    En medio de este aquelarre del infierno que aquí en la tierra vemos sin entender, si alguien tiene una mejor opinión me gustaría conocerla.

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    1. Que cuestión espinosa. Nunca me cerró el milenarismo (aun el no condenado por la Iglesia). Me da esa sensación de que es una especie inmanentismo trascendente. Un querer ir al cielo (y resucitar y nuevos cielos y nueva tierra, etc), pero a la vez un querer que el tiempo y la creación se prolonguen por un tiempo más. Cómo un sí, pero no todavía.
      El Viajero

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    2. Estimado anónimo de las 23:36
      En realidad, todo el Apocalipsis es un asunto espinoso, por eso no existe una opinión unánime. Lo mismo ocurre con las Apariciones de la Virgen, algunas como Fátima o Lourdes han sido reconocidas como auténticas por la Iglesia y sin embargo muchos son escépticos, igual que Ud. con el milenarismo.
      Me gustaría saber también qué opina del Reino del Cielo aquí en la tierra que Nuestro Señor nos enseñó a pedirle a Dios Padre en el Padre Nuestro. ¿Vino alguna vez; no vino pero vendrá; o Jesús nos enseñó a pedir otra cosa que nada tiene que ver con lo que yo sospecho?

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    3. Esperamos ansiosos la respuesta iluminadora.

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    4. Fuenteovejuna, no recuerdo que Nuestro Señor haya enseñado a pedir al Padre "el Reino del Cielo aquí en la tierra".
      De hecho, el Paternoster en griego y latín no tiene ese añadido moderno de "venga a nosotros", sino simplemente dicen, como era antes en español, "venga tu Reino".

      De todas maneras, la incomodidad del Viajero con el milenismo proviene sin duda de la ignorancia acerca del mismo (no lo tome como insulto). El "sí, pero todavía no" es lo que estamos viviendo ahora.

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    5. Bien está, Viajero, que no le cierre el milenarismo, sin duda (entre ellos, el del padre L. Castellani).

      Dejo el enlace a un artículo sobre el mismo: https://www.academia.edu/76878794/El_Reino_de_mil_a%C3%B1os_Ap_20_1_10_Aportes_para_su_interpretaci%C3%B3n_Mons_M_A_Barriola_.

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    6. 677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
      Catecismo de la Iglesia Católica

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    7. Estimado Andreas
      Gracias por aclarar que en griego y latín la traducción es "venga tu Reino" y no "venga a nosotros tu Reino" como rezamos ahora. De todos modos y salvo mejor opinión, entiendo que ambas expresiones van por el mismo camino, porque pedirle al Padre "venga tu Reino", ¿adónde queremos que venga? Me parece que es acá, donde estamos nosotros. Por lo demás, yo no aseguro nada; al contrario, sólo trato de interpretar, y si hay una opinión mejor que ahora no veo, con gusto la aceptaría.

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  2. Toda la serie es genial, pero este post en particular se eleva a una meditación espiritual.
    Infinitamente mejor que la mayoría de las homilías de Cristo Rey que he escuchado, eso desde el vamos.

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  3. Ahora en la Iglesia se oyen puras vanidades, pero esto sí que es sensato.
    La gente ya no está preparada para decir verdades como esta.
    Y con respecto al comentarios de Vuenteovejuna, estoy de acuerdo con que el reino de mil años vendrá, y que no es en sentido figurado como muchos creen.
    Que se me corrija si estoy equivocado, pero me parece que los primeros cristianos como San Ireneo, creían en ese reino, que por supuesto, nada tiene que ver con el milenarismo de algunos trasnochados.
    Gracias, Ec, por su aporte.

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  4. Pareciera ser una profecía del reino de mil años, la bienaventuranza que dice: "Bienaventurados los mansos , porque ellos poseerán en herencia la tierra" (Mateo 5, 4).

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  5. El problema del milenarismo es que es medio incomprensible eso de que el diablo va a ser liberado por un breve tiempo después de los 1000 años. Por qué Dios haría eso?
    Siempre fue más aceptable creer que los 1000 años son la era de la Iglesia, y el breve tiempo con el Diablo liberado es la era calamitosa antes del fin de la historia con el anticristo.

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    1. "Siempre fue más aceptable creer que los 1000 años son la era de la Iglesia"...
      ¿Siempre cuándo?
      Los primeros cristianos eran todos milenistas hasta San Jerónimo, que por combatir el milenismo carnal, que es una perversión, combatió todo milenismo.
      E incluso después, el milenismo no fue desechado ni prohibido nunca por la Iglesia.
      No porque tenga dificultades interpretativas hay que decir que es "más aceptable" la otra opción, el alegorismo, que también las tiene y bastante grandes por cierto.

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    2. Eso que dice no es correcto. Vea ese artículo citado antes.

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  6. Sí. Verdaderamente, nunca fue Jesús más Rey de reyes, que cuando fue alzado en la Cruz por sobre todos los hombres. Porque entregándose del modo que se entregó, al tiempo que pagó con su Sangre por los pecados del mundo, se ganó el corazón de todos los hombres que aman a Dios. La proclamación de Jesús como Rey y Señor del universo, no es el fruto de la Justicia de los hombres, que siempre se queda corta y no deja de ser injusta, sino de la Justicia Dios, cuyos designios están por encima de toda razón humana. ¡Viva Cristo Rey! ¡Dios guarde a la Iglesia!
    ¡Alabado sea Jesucristo!

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  7. Pues que le digan al Salmista, que dice de mil años, un ayer que pasó o san Pedro que dice algo parecido.

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