lunes, 1 de julio de 2024

Sobre cismas y rumores de cismas

Goya, El tío Paquete, museo Thyssen-Bornsemisza

 

Y oiréis de guerras y rumores de guerras;…

Mt. 24,6.



Una de las evidencias más indiscutibles —como de hecho son todas las evidencias—, del fracaso estrepitoso del pontificado del Papa Francisco, es la pasmosas situación de estrés y división a la que ha llevado a la Iglesia. Pocas veces en la historia de la iglesia romana se han suscitado tantos cismas más o menos expuestos, y más o menos encubiertos. En las últimas semanas hemos tenido la exposición de uno de ellos, claro, abierto y diminuto: el de las clarisas de Belorado, al que la prensa, incluso la más conservadora, y los mismos obispos le han dado una relevancia que no tiene. Creo que todos estaremos de acuerdo que, en última instancia, se trata de unas pobres monjas desorientadas y engatusadas, y los responsables no son ellas sino quienes han llevado a la Iglesia a tales niveles de confusión.

Otro caso que también surgió en los últimos días es el juicio y posterior excomunión que quieren ejecutar contra Mons. Carlo María Viganò. Personalmente lamento que Mons. Viganò, que podría haber sido un referente de peso y con liderazgo para los sectores de la resistencia al bergoglianismo, haya entrado hace ya algunos años en una deriva discursiva que cuesta comprender en una persona de su capacidad e inteligencia. En mi opinión, malogró la oportunidad que se abrió no sólo para él sino también para toda la Iglesia luego de su valiente denuncia de 2018. Sin embargo, constituirlo en cabeza de un grupo cismático, convocarlo al Santo Oficio de la Inquisición y amenazarlo con la excomunión es una torpeza que sólo puede ser cometida por personajes incapaces como el cardenal Tucho Fernández. Se trata de una reacción que quizás no puede ser calificada de desproporcionada, como sí lo es el caso de las clarisas, pero ciertamente muestra la ineptitud táctica, y de toda índole, que sufre el pornógrafo cardenal prefecto.

    Otro de los cismas que se avizoran es el de la FSSPX, que era “cismática”, después entró en una suerte de limbo con el levantamiento de las excomuniones y ahora no sabemos qué es o en qué se convertirá, aunque todos estaremos de acuerdo en que es católica. Desde hace un tiempo viene preparando a sus fieles para un próximo anuncio de nuevas consagraciones episcopales. Se comenta que el superior general de la Fraternidad, P. Davide Pagliariani,  hace un tiempo tuvo una entrevista con el Papa Francisco a quien le planteó el caso, y el pontífice le habría respondido que hicieran lo que les parezca mejor. Tendrían, entonces, una suerte de visto bueno tácito y, probablemente, si las ordenaciones se dieran, en Roma se harían los distraídos. No me parece probable que volvieron a la carga con excomuniones a los nuevos obispos y consagrantes. Y esto por varios motivos, entre otros, porque todos sabemos las inexplicables simpatías de Bergoglio hacia la FSSPX y porque, además, han demostrado que con las primeras consagraciones de manos de Mons. Lefebvre hace ya cuarenta años, hicieron lo que dijeron: asegurar los sacramentos celebrados según el rito tradicional. Salvo el incidente con Mons. Williamson, que manejaron muy bien, a la Fraternidad nunca se le ocurrió andar ordenando obispillos, ni creando jurisdicciones ni haciendo el tipo de disparates típicos que suelen hacer muchos personajes que entran en esa variante. Sin embargo, aún en el caso que no se produjera una nueva declaración de excomunión, las hipotéticas nuevas ordenaciones profundizarían y consolidarían el “cisma lefebvrista”, para espanto de los conservadores.

Mucho más grave, aunque de otro signo, es el cisma de la iglesia alemana. Ellos no han proclamado la invalidez de la elección de Bergoglio ni tampoco la vacancia de la sede apostólica a partir de Juan XXIII. Ellos simplemente ignoran a la sede apostólica, a la Tradición y al magisterio de la Iglesia. Mucho más astutos, y mucho más ricos, no necesitan hacer ninguna declaración de guerra. Simplemente, siguen en lo suyo, recorriendo sus caminos sinodales. Quién sí debería actuar en este caso, con mucha firmeza y claridad, o al menos con la firmeza y claridad con la que se actuó con Mons. Viganò y que el arzobispo de Burgos aplicó a las monjas de Belorado, es el cardenal Fernández, que para eso está: defender la doctrina de la fe. Y sin embargo, él y su valedor callan y dejan hacer. La mayor parte de la iglesia alemana está, de hecho, en cisma, y lo está en connivencia con la sede apostólica. El viernes pasado, luego de una reunión conjunta, afirmaron que «Se comparte el deseo y el compromiso de fortalecer la sinodalidad en la vida de la Iglesia, con miras a una evangelización más eficaz». Un caso rarísimo, ser cismático con la anuencia del Papa, es sólo posible en un pontificado jesuítico como el de Francisco: la voluntad está por encima aún del principio de no contradicción. 

¿Qué ocurriría si, tal como se amenaza desde hace algunos días, el Vaticano lanza un nuevo documento autorizando la misa tradicional sola y exclusivamente a los sacerdotes de los institutos ex-Ecclesia Dei? Creo que sería la ocasión, probablemente buscada, de visibilizar un cisma que ya existe en los hechos. No soy adivino para decir qué ocurriría en el ámbito  de la política eclesial. En Hispanoamérica no ocurriría nada, porque en nuestras tierras, lamentablemente, casi la única que ha defendido la tradición litúrgica romana es la FSSPX, con la excepción de algunas pocas casas de institutos ED y valientes sacerdotes diocesanos. En todo caso, lo que veríamos es que muchos de estos sacerdotes se apartarían con o sin la anuencia de sus ordinarios de las actividades pastorales de la diócesis, pasando a vivir en sus propias casas y mantenidos por sus propios fieles. Eso ya está sucediendo desde hace varios años en Argentina y el fenómeno podría extenderse.

Otra sería la situación en Europa y Estados Unidos, donde los fieles y sacerdotes de misa tradicional son mucho más numerosos y poderosos. No habría un levantamiento episcopal como el sucedido luego de Fiducia supplicans, pero probablemente habría un levantamiento más o menos visible de fieles y sacerdotes. Los modernistas que se han asentado en Roma cometerían un error gravísimo si tomaran la decisión con la que amenazan. Es verdad que para sus planes, lo mejor es que la masa tumoral de los tradicionalistas sea finalmente extirpada de la Iglesia: la experiencia les ha enseñado el poder metastásico que tiene es enorme. Pero, justamente, es allí donde deberían darse cuenta que es tarde ya para pretender tal ablación. En mi opinión, la mayor parte de los fieles que desde hace años que asisten a misa tradicional, resistirán cualquier tipo de mandato despótico del poder romano. 

Los motivos de la resistencia los conocemos todos y sobre ellos se han escritos infinidad de páginas desde los ’60 a esta parte. Resumámoslo: lo que siempre fue santo, no puede desaparecer; el Papa no es dueño de la Tradición; es sólo su custodio y, por tanto, no puede abrogar ni prohibir los libros litúrgicos con los que la Iglesia celebró el culto durante más de mil quinientos años. Es decir, el Papa no puede prohibir la Tradición. Fin. Y si ilegítimamente pretende hacerlo, resistiremos. Pero todos sabemos que el litúrgico, si sucediera, no sería el único motivo de visibilización del cisma oculto que ya existe. Aunque no siempre seamos capaces de decirlo, y no sea prudente hacerlo, todos sabemos que en el fondo es una cuestión de fe: el Papa Francisco mantiene una adhesión al menos ambigua hacia la fe de los apóstoles, y muchos de sus obispos más cercanos la han abandonado. Y si aún no lo han hecho expresamente, lo hacen cotidianamente en los hechos. Se relativizó el sacramento del matrimonio con Amoris letitiae, se relativizó la salvación universal en Jesucristo con el documento de Abu Dhabi, se cayó en la repugnancia de bendecir la sodomía, contradiciendo no solamente el magisterio inmemorial de la Iglesia sino la misma palabra de Dios y se pretende refundar una novedosa "iglesia sinodal", alejada de cualquier concepción tradicional. 

   La fotografía de la situación de la Iglesia presentada rápidamente en este artículo es muy rara: la Sede Romana, que en épocas de crisis siempre defendía la doctrina católica frente a los cismáticos, está ahora con quienes niegan la doctrina católica, y ella misma la pone en duda. Los “cismáticos” actuales, en cambio, insisten y afirman la enseñanza tradicional mientras son ridiculizados, desplazados y perseguidos por los obispos mientras el custodio de la fe apostólica, el sucesor del apóstol Pedro, permanece en una actitud hacia ellos que, en el mejor de los casos, podría definirse como ambigua. 

“Y oiréis de guerras y de rumores de guerras; pero no os turbéis, porque es menester que todo esto acontezca; mas aún no es el fin”. (Mt. 24, 6).