lunes, 7 de octubre de 2024

Los sacerdotes sin defensas frente a las tiranías

 


Recordaba Ludovicus en uno de los comentarios del post anterior que el fin de los tiranos es quedarse cada vez más solos, rodeados de un hato de matones sin ley, que usan el poder para liquidar facciosamente a los que consideran enemigos. Si repasamos la historia, veremos que todos terminaron así: desde Nerón a Stalin. Y del mismo modo está terminando Bergoglio, aunque quiera disfrazar su tiranía de sinodalidad, en la que nadie cree.

A Bergoglio lo dejaron solo los progresistas: basta ver lo ocurrido con los alemanes y su camino sinodal y la grotesca actitud del progresista gobierno belga que convoca al nuncio en Bruselas para que dé explicaciones sobre la inaceptable oposición del Papa al aborto. Y lo han dejado solo también los neocones que ya sin tapujos le dicen en la cara lo que hasta hace poco solamente le decíamos unos pocos. Una reciente y patética excepción es la de la Fraternidad San Pedro, que un par de días después de anunciada la visita apostólica durante la que temen el fraternal abrazo pontificio, su superior general sacó un comunicado con una crítica encarnizada a los sitios y blogs tradicionalistas, en especial Paix Liturgique, porque critican a los obispos e, incluso, al Papa. Llama la atención la cortedad de esta gente: han sido incapaces de entender la psicología de Bergoglio luego de más de diez años de pontificado y ni siquiera les ha dado el seso para aprender de la experiencia ajena. Aún después de lo ocurrido con el Opus Dei y el Sodalicio de Vida Cristiana, creen que adulando al Papa y tirando piedras a los que hasta hace cinco minutos eran sus amigos, conseguirán algo. Y sí, sólo conseguirán el merecido desprecio del pontífice tiránicamente reinante.

        La ubicación del Papa Francisco en el género de los tiranos no es fruto de la ira de algunos; basta simplemente con observar su comportamiento. Veamos algo recientísimo: la nominación de los nuevos cardenales. Una lectura con alguna agudeza descubrirá la maldades y mezquindades con las que se goza cualquier tiranuelo de aldea. Nombra a un solo cardenal subsahariano -al de Costa de Marfil-, siendo que África es la zona de mayor crecimiento del catolicismo, y nombra también al arzobispo de Argel, un dominico francés que, aunque en África, fue de los poquísimos obispos del continente que se negaron a firmar el documento contrario a Fiducia supplicans. El África subsahariana tendrá la menor cantidad de cardenales desde el Vaticano II; no sea cosa que estos atrasados culturales le arruinen los planes del próximo cónclave. Nombra cardenales insólitos como a su agente de viajes, el sacerdote indio George Jacob Koovakad, o al arzobispo de Belgrado, o a un oficial menor de la Curia romana (P. Fabian Baggio), y no nombra al patriarca de Venecia o al arzobispo de Milán, profundizando así su fría venganza a los italianos. Nombra cardenal al eparca ucraniano de Melbourne Mykola Bychok, siendo que no lo es al arzobispo major y "patriarca" católico de la iglesia ucraniana Sviatoslav Shevchuk. Algunos sabrán seguramente qué deudas se está cobrando con estos purpurados caprichos. Reconozcamos dos buenas: nombra al arzobispo primado de Argentina y no nombra a Mons. García Cuerva, de lo peorcito del episcopado mundial. Y nombra a Mons. Rolandas Makrikas, arcipreste de Santa María Mayor y no nombra a Mons. Piero Marini, de tristísima memoria, que habita en esa misma basílica y morirá sin la púrpura tan deseada. 

Cuando se analiza el pontificado de Francisco surge, entre otras muchas, una curiosidad muy particular. Él se ha presentado como frontal opositor al liberalismo y promotor de políticas cercanas al socialismo. Sin embargo, ad intra, ha aplicado en el gobierno de la Iglesia principios del liberalismo más extremo. En efecto, uno de los pilares doctrinales del liberalismo más rancio consiste en el desconocimiento de los cuerpos intermedios y en el único reconocimiento del individuo. Es decir, el individuo se encuentra expuesto y sin protección frente al poder del Estado. La organización política clásica o, si se prefiere, católica, ubicaba entre el individuo y el Estado una serie de cuerpos intermedios que amortiguaban los caprichos u ocurrencias despóticas que podían tener los gobernantes. En España y América hispana eso se materializó, entre otros cosas, en los fueros. Y así, por ejemplo, los reyes de Aragón, debían jurar ante las Cortes que le aclaraban: “Nos, que somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos, os hacemos rey de Aragón, si juráis los fueros y si no, no”. Sería rey siempre y cuando jurara los fueros, y si no, no. 

En la Iglesia, aunque los papas y obispos no hicieran un juramento de este tipo, sin embargo estaban obligados a respetar los “fueros”. Y ejemplos hay a montones. Cuando en el siglo IX a un papa se le ocurrió nombrar al obispo de Soisons sin tener el cuenta a Hincmaro, arzobispo de Reims, que era el metropolitano, se armó un batalla legal que casi llega a las armas. Y en este blog hablamos hace algunos años de la indefención de los curas que quedaron completamente desprotegidos antes el poder pontificio y episcopal con la desaparición de los cabildos eclesiásticos.

Lo ocurrido hace algunos días con la expulsión por parte del Papa Francisco de diez miembros del Sodalicio es un ejemplo clarísimo de ello. ¿Con que derecho puede el Papa hacer eso? En todo caso, la expulsión debería haberla decretado el superior general del Sodalicio, pero no directamente el pontífice romano. Es decir, Francisco desconoció completamente a la institución y se enfrentó directamente con los individuos. Y aquí no se trata de discutir cuán bueno o cuán malos son los sodálites; se trata de una cuestión de justicia y de derechos, es decir, de fueros. Se trata de un monarca absoluto, que puede hacer lo que se le ocurra, sin respetar ni tener mínimamente en cuenta lo que indican las leyes y la tradición jurídica de la Iglesia, y tampoco la básica caridad cristiana. 

    Por supuesto, los ultramontanos de estricta observancia nos dirán que el Papa, de acuerdo al canon 331, tiene potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia y que siempre puede ejercer libremente. Y es así: el Concilio Vaticano I, con el desacuerdo de más de la tercera parte de los obispos del mundo, creó un monstruo que permaneció dormido durante un siglo y medio, y que ahora despertó. 

Los sacerdotes (e incluso los laicos si nos fijamos en el ejemplo de Alejandro Bermúdez), entonces, están completamente desprotegidos frente a cualquier ocurrencia que salga de la boca de su obispo o del Papa, cuya autoridad no tiene límite alguno. Del obispo ya no los protegen los cabildos, y del Papa ya no los protegen ni su orden religiosa ni su obispo. Están solos, completamente solos, frente al poder del tirano del turno, use mitra o use tiara. Y esto tiene consecuencias, y algunas de ellas son trágicas. Un lector habitual del blog me comentaba hace poco sobre una suerte de “epidemia de cáncer” que está matando a sacerdotes jóvenes que son perseguidos por los obispos. Los casos son muy numerosos. Otras, si no tan trágicas, no son menos tristes: y me refiero a sacerdotes que deben “pasar a la clandestinidad”. Es decir, deben renunciar a estar oficialmente trabajando en una diócesis y pasar a vivir en casas particulares, viviendo de la caridad de los fieles y siendo tratados como apestados por sus “hermanos” en el sacerdocio. Y no lo hacen por rebeldía sino porque es el único modo que tienen de sobrevivir. 

Sin embargo, hay una excepción —y esta es otra de las curiosidades del pontificado de Bergoglio—, pues en la actualidad goza de plenos derechos un cuerpo intermedio dentro de la Iglesia. Y me refiero al lobby gay, del que han hablado desde Sandro Magister y el comandante de la Guardia Suiza hasta el mismo Papa Francisco con el cinismo que lo caracteriza. Parecería que los clérigos que pertenecen a este gremio o a esta guilda, gozan de protecciones especiales de las que el común de curas y obispos están privados. La semana pasado hablamos del escandaloso caso del P. Ariel Principi, condenado por dos tribunales eclesiásticos por abuso sexual de menores, y cuya pena fue anulada y conmutada por el dicasterio de Defensa de la Fe, presidido por el cardenal Tucho Fernández, amigo íntimo del reo. Mons. Gustavo Zanchetta, condenado por tribunales civiles por abuso sexual de seminaristas, fue protegido durante años por Bergoglio, quien llegó a inventarle un alto puesto en el Vaticano para mantenerlo a salvo de la prisión. Mons. Battista Ricca, cuyo prontuario incluye amoríos con un militar suizo, un accidente en el ascensor de la nunciatura en el que quedó atrapado con dos jovenzuelos y una gresca en un bar gay de Montevideo, sigue teniendo un puesto de gestión en el Vaticano. El sacerdote Luis Ducastella, cuyo prontuario es más que frondoso, se pasea tranquilamente por su diócesis de origen en oficios eclesiásticos como si nada, el p. Fabián Pedacchio sigue en su puesto romano y el cardenal Coccopalmiero sigue vistiendo la púrpura. Y los casos se multiplican.

Aventuro que los sacerdotes perseguidos o en peligro de persecución preferirán continuar en este angustiante estado antes que pedir su afiliación a tan particular gremio.

2 comentarios:

  1. Gracias estimado. Se han suprimido los derechos. Solo tienen derechos los tibios, que le tienen miedo a la hojarasca revuelta por el viento. Es un estado de indefensión absoluto. Es la iniquidad misma. Dios es nuestro único valedor.

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  2. El problema de la supresión de los cuerpos intermedios es el problema de la humanidad desde el Renacimiento. Muy acertado apunte.

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