jueves, 28 de noviembre de 2024

El Sindrome del Ned Flanders. La curadependencia de los fieles

 



por Eck


Hace poco, en una entrega de este blog sobre los seminarios, El irresuelto y urgente problema de los seminarios, hubo el ya muy tradicional debate sobre el archimanido tema del celibato sacerdotal. Durante la civilizada discusión un hermano ortodoxo anónimo de España hizo unas aportaciones muy interesantes. 

Aquí están:

Disculpad, mas me parece que vosotros confundís el sacerdocio con la vida monástica. Vosotros tenéis una preferencia por el celibato sacerdotal y buscáis dogmatizarla a como dé lugar. Por otro lado, es lógico si lo miráis con ojos curadependientes. Pareciera que necesitáis del sacerdote para todo. Ponéis la causa de la falta de celo y distracción en la familia, pero podéis distraeros con cualquier cosa. Queréis hacer monjes de todos los sacerdotes, en lugar de ello tenéis una banda de castrados, en el mejor de los casos.

Sin entrar en el espinoso asunto de la concepción del sacerdocio entre Oriente y Occidente la frase subrayada me parece esencial para comprender uno de los principales problemas del laicado moderno. Este anónimo, de un hermano ortodoxo, al cual queremos dar las gracias, lo remacha con otro comentario aunque sea un poco anterior:

Sin duda que entre nosotros los ortodoxos habría que establecer ciertas distinciones, dado que no es lo mismo en España o Argentina que en Rusia o Grecia. Pero lo cierto es que gran parte de nuestros sacerdotes serán siempre sólo sacerdotes. Algunos de ellos reciben un salario (...) pero en gran parte tienen sus trabajos con los que alimentan a sus familias y muchas veces sostienen la iglesia también, y es que sólo cumplen la función para la que han sido ordenados: celebrar los santos misterios. Todo lo otro lo hacemos los laicos. Y es un gran servicio, un servicio oneroso y difícil; pero sin duda que quien lo lleva a buen término es de gran ejemplo para todos los demás. 

Otro comentador inteligente, Jardinero gris, en el post La vocación según Newman, nos trae el otro lado de la moneda:

Aveces me angustia cómo las señoras de edad — y algunos señores — rezan con angustia por las vocaciones. Ellos mismos no se dan cuenta de que seguidamente van y hacen el apostolado en un día que un sacerdote podría hacer en una semana. No hay Iglesia sin sacramentos ni sacramentos sin sacerdotes, ¿pero realmente es necesario tener tantos como para tratar de forzar al Espíritu Santo?( si ellos se dedican específicamente a la administración de los mismos). Creo que esa idea es prima de que toda acción apostólica debe realizarla un sacerdote, y ambas son amigas de dejarle todo el trabajo a los sacerdotes. Que o no se molestan por hacerlo o se desviven — y desgastan — a veces con un celo admirable a veces con un activismo desesperado.

Dos caras de una misma moneda que se resuelve en una misma afirmación: la Iglesia son principalmente los curas y los laicos sólo son convidados de piedra. Ora los fieles dependen del todo de los clérigos, ora todo el trabajo depende de los sacerdotes. Dependencia y desconexión cuando no indiferencia de la Iglesia como comunidad viva según el talante de cada fiel, consecuencia de la concepción (nula y lacayuna) del laicado que se tiene y del que ya hablamos en otra entrega anterior. 

En cambio, si se toma en serio el papel del laicado, es muy probable que se encuentre con acusaciones de sectarismo, cisma y algunas herejías. Es posible que digan que no se tiene derecho a reunirse ni a hacer nada sin la bendición de un sacerdote, que cualquier actividad cristiana que no esté sancionada por la parroquia o diócesis es ilegítima. Podemos descartar con seguridad estas afirmaciones porque no se basan ni en las Escrituras ni en la tradición de la Iglesia. Vivir según el Evangelio no requiere la bendición del clero pues Cristo mismo lo bendijo esto hace dos mil años. 

Esta búsqueda ante todo del sello sacerdotal y episcopal, de la venia pontificia para actividades que ni siquiera son de su competencia, es una lacra que lastra gran parte de los esfuerzos de restauración católica aunque se ha ido corrigiendo en la práctica pues a la fuerza ahorcan. En este sentido estamos peor que los que soportaron el yugo comunista, que buscaban cualquier resquicio de libertad mientras que nosotros buscamos un permiso hasta para recitar un Avemaría. Para evangelizar, rezar, formarse, organizarse no hace falta permiso de nadie. El resultado es la curadependencia de tantos fieles, la tiranía de tanto sacerdote metomentodo y totalitario, la quema de tanto sacerdote fiel y la dejación de tanto fiel epicureo de la vida de la Iglesia.


El Ned Flander Católico 

Hay un episodio de Los Simpson, valiente ejemplo pongo aquí, que me viene siempre a la memoria cuando reflexiono sobre esta materia. Es el episodio In Marge We Trust, de las primeras temporadas, las únicas dignas de ser vistas. En ella Lovejoy recuerda cuando era un joven reverendo en los 70 lleno de ilusiones e ideales hasta que se encontró con la horma de su zapato, con Ned Flanders... Éste no paró y paró de consultarle, comentarle, preguntarle, pedirle permiso, dictamen, opinión, mandato en cualquier hora, situación o momento, del día y de la noche, y sobre cualquier tema, decisión o movimiento que fue minando la moral y quemando la vocación al buen pastor hasta llegar al punto de no importarle nada sus feligreses y dedicarse a sus trenecitos.

¡Cuantas veces no habremos visto estas escenas de gente consultando al cura hasta la marca de ropa que deben ponerse! ¿Cómo se van a curtir en virtud quienes abdican de su propia voluntad hasta en detalles tan minios creyendo que es el summum de la religión? El ejercicio de la voluntad que enseña la obediencia monástica es para entrenar, para forjar esta potencia del alma para la elección del bien supremo y no una abdicación de la propia responsabilidad en la vida rodeados de gazmoñerías, mieditos y escrupulitos, un dolce far niente propio espiritual. Y en la hora de la prueba no va a estar el director a nuestro lado para luchar contra las tentaciones del Diablo, las seducciones del mundo y el tirón de la carne. Muchas veces esta dependencia se oculta bajo el ropaje de dirección espiritual, disfraz de una relación entre amo y esclavo voluntaria. Jaula de almas muy comodona dorada, a veces, si se cae en manos benévolas pero ¡Ay si se cae en manos locas, iluminadas o psicópatas¡ Tarde o temprano saldrá en la prensa la tragedia o el sainete.

A esta curadependencia la alimenta esa gran tentación del sacerdote moderno que la de convertirse en gurú de almas, demiurgo de vocaciones y caudillo de sus vidas, por la gracia de Dios, off course. ¿De quién si no...?


El sacerdote gurú y mandón

Como ya hablamos en una entrega anterior sobre el papel del laico, la imagen de los sacerdotes como únicos miembros verdaderos de la Iglesia frente a los fieles de la gleba, lacayos que deben obedecer a cualquier deseo y locura de la superioridad. Hipostasiado de todas las gracias por su sacerdocio, con carisma de discernimiento de espíritus de fábrica y formado por cuatro cursos y tres lecturas, nuestro flamante ordenado ya puede caminar firme por donde autores tan avezados como San Juan de la Cruz o los Santos Padres del desierto temblaban de solo pensarlo, y así le vemos  recién egresado del seminario formar su corte de dirigidos espirituales, que podrían ser sus padres o abuelos y con más experiencia de vida aunque no de entendereras, a los cuales pastorea y manda en sus vidas como si fuera el oráculo divino, hablando como si fuera la suprema sabiduría y dando razones, a veces, absurdas de sus edictos como una divinidad. 

Y ya cuando la vanidad y el orgullo se entrometen, tengan algunas prendas de labia y trato social y quieran compensar ciertas libidines con el mando se juntan con ciertos misticismos y espiritualidades.¡Guay de los dirigidos¡ Ciego que guía a ciegos, ¿cómo no han de ir al agujero? Ya no será hacer el mero Tartufo ensotanado para sacar plata con devociones, sino montar una secta con sus seguidores, idolatrías, Dios a imagen del gurú, supersticiones y, sobre todo, totalitarismo!

¡Qué seguridad da dejar la salvación propias en manos del gurú designado por Dios¡ !Quien obedece no se equivoca¡ !Qué mayor prueba, qué mayor señal de ser designado como elegido por Dios que todas esas almas obedientísimas al jefe, tan buenas ovejitas, tan buenitos borregos¡ Y claro, el lobo se la come hasta que el buen pastor le arrea con el cayado, harto del intruso.

En cambio, a los buenos sacerdotes les quema la vida y siembra de sal su labor esta dependencia insana de los laicos pero, educados en que en la Iglesia y el mundo espiritual el cura lo es todo y el laico nada, ahora recogen la cosecha amarga de semejante siembra alegre ad majorem gloriam pontentiorum. Tienen que ser el factotum puesto que, dado que Dios le ha dado las gracias de estado, son los padres de una prole siempre formada por niños pequeños necesitados de que vaya siempre corriendo detrás de ellos para que no metan el dedo en el enchufe, no pequen o para que hagan algo bueno. Como estos buenos curas sean simpáticos, caritativos o idealistas están fundidos, atraerán a estas gentes como la miel a las moscas, tomarán sus yugos en vez de enseñarles a tomar el de Cristo por sí mismos y acabaran reventados y amargados por ser semejantes jumentos de tamaña mole digna de Sísifo.


El fiel señorito epicureo y burgués

Otra consecuencia de esta curadependencia está en aquellas personas que no caen en las manos del cura gurú o que no son tan dependientes del sacerdote para vivir su vida, se desentienden de la vida de la Iglesia. No hay una finalidad común, no son colaboradores de la verdad, no hay solidaridad ni responsabilidad común. La Iglesia son los consagrados y sólo ellos tienen voz: Tú lo quisiste fraile mostén, tú lo quisiste, tú te lo ten. Pues, bien. Toda tuya, toda vuestra.

Además de que siempre actúa la pereza y esta es amiga de dejarle todo el trabajo a los sacerdotes. Sólo ellos tienen las gracias de estado, pues que arreen. ¿Solo podemos asistir, callar y aportar plata? Pues eso tendrá. Eso sí, que todo se lo den hecho, puesto que no participa en nada, no es responsable de nada y sólo le importa su propia alma y para eso paga con su limosna y asistencia. Está encerrado y solamente dedicado al cultivo de su propio jardín devotito. ¿Comunidad, parroquia? Palabras vanas pues no existen ni se le enseña a que existan. Son demarcaciones administrativas y solo para curas. Es un cliente exigente del servicio, así lo paga y así concibe su relación con la Iglesia. A esto conducen algunas concepciones tradicionales de la Iglesia como sociedad en las que tantos creen y que no son más que tradimodernistas, conceptos y visiones modernas vestidas de tradicionales, en este caso burguesas en el sentido de León Bloy y ¿por qué no decirlo? Fariseas.

Pero por este motivo es estéril, hojas al viento, llevados de modas a espirituales, tradis o modernos, tanto da, al socaire de apariciones, peleas por chupetes rubricistas o de dogmatizaciones de opiniones de almanaque, fanatismos de libros infumables con desconocimientos de la Escritura.Tiquismiquis de boberías y tragones de importancia. Si nada de la Iglesia les concierne menos la trilogía de oír, arrodillarse y llevarse la mano a la faltriquera, no esperéis otra cosa: o Ned Flanders o Fariseos.


Conclusión

Decía mi abuela, recia castellana, que el problema del mundo es que estamos descolocados, donde no debemos estar, y que cuando venga Dios, que ya viene, nos pondrá a cada uno en nuestro sitio. Esto lo decía con cierta retranca pues aludía al Juicio Divino y a que el Señor ya no nos va a aguantar más nuestras insolencias, tonterías y maldades. Un clero infatuado, hipostasiado frente a un laicado reducido a la nada, unos señores eclesiásticos frente a unos fieles siervos de la gleba producen semejante cosecha: Quien siembra vientos, recoge tempestades. Se ha sembrado ideas y concepciones de la Iglesia falsas pero útiles, secundarias pero interesadas, modernas pero disfrazadas de tradicionales, revolucionarias pero mandonas, devotas pero terrenales. El tiempo nos ha puesto a cada uno en su sitio.

Un clero quemado, cansado y hundido; un laicado desmoralizado, arisco y ausente, entre la secta y el abandono total. ¿Qué decir del episcopado y el papado? A la vista de todo el mundo está su degradación y abyección. Todo por soberbia y vanidad, por concebir el sacerdocio sólo como jerarquía y gobierno, como poder y mando y no como San Gregorio Magno, que recogía el gran legado de sus antepasados, tanto cristianos como paganos (el doble sentido de munus) al ponerse como título: Servus servorum Dei a imagen del Maestro que vino a servir y no ser servido. 

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