martes, 28 de septiembre de 2010

Respuesta al P. Álvaro, otra vez


El P. Álvaro nos ha dejado ayer una nueva vuelta de tuerca a su argumento. Escribía:

“Estimado Wanderer, retomo una idea: Dios no es argentino, pero sí es hebreo (la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, al encarnarse, asumió una naturaleza humana de raza hebrea: el Hombre-Dios Jesucristo era de raza hebrea); por lo tanto, es lícito, desde el punto de vista hebreo, tomar a Dios como parte de su causa. Y si nuestra Patria nació a la sombra de la cruz del Hombre-Dios, entonces también es lícito identificar a nuestro Señor con la causa nacionalista, y más todavía cuando se trata de una flagrante usurpación como el de Malvinas. No quiero con esto invocar a una "guerra santa" ni nada por el estilo pero, desde este punto de vista, es lícito entonces argumentar por medio de su Iglesia: pretender y exigir, como garantía de una supuesta conversión nacional inglesa, la devolución de lo que no les pertenece. Es lo que enseña el Catecismo: "No robarás". "Y si robas, devuelve lo que robaste", podemos agregar. Sólo el buen ladrón, el ladrón arrepentido, entró en el cielo.”

Me parece un argumento muy débil, y peligroso. Nuestro amigo Teseo acertaba hoy en una de las patas flojas cuando comentaba:

“Padre Álvaro: sigo sin comprender su argumentación. Traer a colación el acto de elección libre de Dios sobre el pueblo de Israel no fuerza de ninguna manera a pensar que sus mismas prerrogativas deban trasladarse a la patria Argentina. Identificar las magnalia Dei en favor del pueblo elegido con las gesta saecularia de los gentiles injertados en el tronco es demasiado.
En el pueblo de Israel fueron preparativas a la revelación del Verbo, en la gentilidad el trasunto misterioso y consecuencial de la riqueza divina.

Aun cuando en el pueblo de Israel la promesa no ha alcanzado su pleno cumplimiento, aguardando la mirada sobre el "Traspasado", sin embargo la elección es indeclinable. El Apóstol "antisemita" nos recuerda, en el diálogo de Jesús con la samaritana, que la salvación viene de los judíos. O sea que el tronco, mediando la sequedad de la corteza, mantiene su carácter único de mediador para con el orbe entero que recibe la Buena Nueva.
No así con Argentina, ni con nación alguna. Sus gestas son cristianas en la medida que guarden orden directo con la voluntad salvífica de Dios. Pero de un Dios que salva individualmente, no por etnia ni sangre, ni por gestas humanas rociadas de agua bendita.
La única promesa de sangre fue dada a Israel, NO A LA ARGENTINA. Las gestas propiciadas por Yahvé, directa y manifiestamente, fueron en favor Israel. Todo el A.T. son su relato. Con la gentilidad, las gestas no guardan la misma formalidad: es que la revelación fue completada, y confiada al oficio profético, jerárquico y discente, no a las armas ni al sudor.”

Por mi parte, me permitiré agregar algunas objeciones más:

1. Toda la fuerza de la argumentación sostenida por el P. Álvaro se apoya en la premisa: “Y si nuestra Patria nació a la sombra de la cruz del Hombre-Dios”. Se trata, como bien lo formula el autor, de una hipótesis que, en todo caso, habrá que probar con argumentos historiográficos y no con apologías. Sobre esto ya hemos hablado en el blog y no insistiré pero, si nos atenemos a lo estrictamente científico-argumental, estamos jugando con hipótesis, como gusta decirse hoy, y si es por jugar, podemos construir grandes edificios argumentales sobre el endeble fundamento de las hipótesis, sin más sentido que el lúdico.

2. Aceptada que fuera la hipótesis del P. Álvaro, planteo yo otra. ¿Qué ocurre con los reclamos territoriales chilenos? En buena ley podemos decir que nos robaron una buena tajada de tierra, y Chile tiene los mismos derechos que Argentina para decir que nació al pie de la cruz. ¿Con cuál de las dos naciones estará Dios?

3. En ningún momento se me ha ocurrido dudar de los derechos que posee nuestro país sobre las Malvinas. Sin embargo, reconozco que los ingleses tampoco dudan de los suyos. Entiendo que la posesión de derechos no es materia de fe y se trata, en todo caso, de un caso de derecho positivo.Yo no conozco ninguna revelación divina acerca de la argentinidad de las islas. ¿De dónde viene, entonces, tamaña certeza en defensa de la cual se invocan las razones divinas?

Más que estas cuestiones menores, me llaman la atención los principios que invoca el P. Álvaro, y no quisiera yo estar en los zapatos de sus penitentes. En efecto,

4. Exige como garantía de conversión la devolución de lo robado. Es decir, exige como garantía de conversión la impecabilidad o el ya ser santo. Es medio mucho, ¿no? La santidad es el término ad quem; la conversión es el término a quo. Y entre ambos hay bastante distancia.

5. Podría decirse que, en el caso del robo, el verdadero arrepentimiento implica la devolución de lo robado, lo cual es fácil de exigir cuando es claro que se ha robado. Pero, ¿qué pasa en el caso de Inglaterra? Si se diera una improbable conversión nacional (no sé bien qué sería eso), alguna autoridad competente debería determinar si esa nación efectivamente “robó” las Malvinas y, sinceramente, no me parece que la Penitenciaría Apostólica, que sería la autoridad indicada, se expidiera al respecto. Sería un verdadero disparate.

6. Si se continúa la línea argumental del P. Álvaro, se termina en una recategorización del 7º mandamiento que pasaría a ocupar el primer puesto del decálogo. Pareciera que la condición última e impostergable de la conversión es el no robar y no el amar a Dios sobre todas las cosas. Ahora que me acuerdo, cuando era niño le robé un chocolatín a mi hermano, y cuando era joven robé un par de libros de una biblioteca frailuna. ¿Seré realmente cristiano con estos antecedentes?

8. El P. Álvaro dice que no llama a una guerra santa, pero tiene el megáfono en la mano. Si como él mismo afirma taxativamente, Dios es parte de la causa de Malvinas, podemos decir que Malvinas es la causa de Dios. Y si los ingleses son los usurpadores de Malvinas, los ingleses son los usurpadores y enemigos de Dios. De ahí, al Sea católico, mate a un inglés, hay un trecho bastante corto.

Casi casi un talibán cristiano.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Respuesta al P. Álvaro: una vieja práctica judía


Dos aclaraciones previas:

1) Aquí estamos hablando de cuestiones opinables y, por tanto, es lícito y saludable disentir y discutir. Para eso está el blog.

2) Conozco por referencias al P. Álvaro Sánchez Rueda que, a pesar de lo que dice Juan Cuyano, existe, y tengo la mejor de las impresiones de él, de su valentía y su coherencia.


Vayamos, entonces, al post. Me resultó llamativo el argumento que aporta el P. Álvaro para definir a una nación católica. Él dice refiriéndose a los ingleses: Que devuelvan las Islas Malvinas, que pidan perdón por tantos años de ilegítima usurpación; que pidan perdón por los soldados argentinos muertos; que además de pedir perdón, paguen la deuda material que por la usurpación han adquirido con el pueblo argentino; que pidan perdón por los miles y miles de crímenes que cometió el imperio inglés -y la nación inglesa- a lo largo de siglos y siglos de historia. Recién entonces comenzaremos a pensar en una Inglaterra católica, y no en lo que es ahora.

Yo propongo dos respuestas. En primer lugar, un argumento ad hominem: si es lícito razonar como lo hace el P. Álvaro, entonces sería lícito este argumento hecho por un español: “Argentina será una nación católica cuando pida perdón por todos los soldados españoles muertos durante la guerra de sedición que llevó a cabo contra su legítimo soberano después de 1810, por…, etc.”. Y también este otro hecho por un argentino, o por un colombiano, o por un mexicano, o por un cubano, o por un filipino: “España será una nación católica cuando pida perdón por los soldados que mató durante las guerras de la independencia en la que nosotros, pueblos soberanos, nos levantamos contra la injusta opresión del monarca español. Y cuando pida perdón por los crímenes que cometió el imperio español en América, en África y en Asia; y durante el saqueo de Roma, cuando se atrevió a profanar la ciudad del papa y sus iglesias, pillando, incendiando y violando, y cuando… etc.”. Algunos dirán que algunas guerras fueron legítimas, y por tanto lícito la muerte del enemigo, y que otras no lo fueron. Pero, admitámoslo, todo depende del cristal con el que se lo mire. Cualquier teólogo “del palo”, es decir, tomista y tradicionalista, de comienzos del siglo pasado habría dicho que los españoles peleaban por una causa justa, como era conservar la unidad de su territorio, y los teólogos “progres” vernáculos, en cambios, defendían la justicia de la guerra de las colonias. Sobre esto, me parece, no hay nada definitivo.

Pero me interesa profundizar un poco más en el fondo del argumento del P. Álvaro que considero bastante peligroso, aunque no por eso menos manido por el nacionalismo argentino, y que consiste, sencillamente, en una vieja práctica judía: la utilización de Dios para los fines personales o comunitarios. Bouyer tiene una reflexión interesante: el segundo libro de Samuel (c. 7) narra que, cuando David termina de edificar su palacio, pretende comenzar a construir un templo para Dios. Pero Yavé, por boca del profeta Natán, se lo prohíbe: Él es un Dios que ha vivido siempre en tabernáculos, errante con el pueblo por el desierto. Su templo no será edificado por David.

¿Qué hay detrás de este enojo de Yavé ante una iniciativa aparentemente bienintencionada de David? Es que el Señor sabe con qué facilidad el hombre se embarcaría en la desorbitada pretensión de ligarse a Él y captarlo para encerrarlo en su sistema político, para hacer de Él un engranaje obediente dentro de la máquina de dominio del mundo, del cual el hombre quedaría como único dueño. Es precisamente lo que implica para las religiones cananeas la presencia del baal en su templo. Guardado de la vista como un rehén de categoría, y por otra parte cebado con los sacrificios, se le tiene a disposición propia como un todopoderoso, pero como dócil instrumento para fecundar la tierra y asustar a los competidores. David, en definitiva, quería usar a Dios para sus fines políticos, más allá de la legitimidad de ellos. Pero Yavé no habita en templo hecho por mano de hombre, sino que habita en el cielo.

Creo que el P. Álvaro nos propone retornar a esta práctica. Instrumentalizar a Dios para nuestra causa; identificar a Dios, en este caso, con la causa argentina y convertir, de ese modo, lo que es no más que una legítima reivindicación humana y terrenal, en la guerra de Dios, Deus lo vult!

No sé si Inglaterra es católica o no lo es; podremos discutirlo, pero ciertamente no ha dejado de ser católica porque haya matado en una acción bélica a soldados argentinos en Malvinas. ¿O es que, acaso, los soldados argentinos morían en defensa de la verdadera fe? ¿Es que fueron ellos mártires de la religión? ¿Es que los ingleses los mataban porque eran católicos? No estoy poniendo en duda, por cierto, la legitimidad de los reclamos argentinos, aunque podría discutir la oportunidad de la guerra, pero es importante tener en claro que no se trató de una cruzada emprendida por Galtieri en defensa de la Santísima Trinidad y de la religión católica, sino en una guerra más de reivindicación territorial.

Mal que nos pese, Dios no es argentino, y tampoco es inglés. Dios es.

martes, 21 de septiembre de 2010

Just a gap


Damian Thompson, columnista de temas religiosos en el Telegraph de Londres ha escrito una interesante columna sobre la visita del Papa a la abadía de Westminster y su discurso allí y, también en Westminster Hall.
La idea, en el fondo, es que la Inglaterra protestante ha sido solo un gap, o una brecha de quinientos años en la historia de ese país. En efecto, él ve en esta visita un cierto "retorno" de Inglaterra a Roma. Destaca, por ejemplo, el modo en el que fue recibido por el arzobispo de Cantorbery: como quien reconoce en Benedicto XVI el primado de los obispos.
Además, el Papa sin ningún tipo de corrección política, recordó que esa abadía fue católica, que estaba dedicada a San Pedro. En dos oportunidad afirmó con claridad que él es el sucesor de Pedro y le corresponde de un modo particular el cuidado del rebaño de Cristo. Y se fue con aplausos.
Finalmente, la visita derrumba el mito según el cual la identidad de Inglaterra se construye como reformada, y esa habría sido la causa de su poderío. Se trata de un mito que creyeron los ingleses, y los no ingleses también: la guerra contra los ingleses, era una guerra en defensa de la fe católica, nos enseñaban algunos apologistas... incluso la de Juana de Arco!!!
Inglaterra, en el fondo, sigue siendo católica.
Para discutir, e ilusionarse.

sábado, 18 de septiembre de 2010

El arcón gnóstico


Un perspicaz comentador del blog me descubrió: No soy luterano; soy gnóstico y, como tal, el pecador más grande de la Iglesia, según San Agustín.
Perdido por perdido, entonces, he hecho algunas actualizaciones gnósticas en el Arcón:
1. Los libros de iniciación gnóstica más preciados por quienes nos ocultamos bajo el peligroso pseudónimo de Wanderer: las obras de J.R.R. Tolkien. La novedad es que están como audio libros, leídos con voz humana. Pueden ser útiles para escuchar cuando viajamos, cuando corremos, cuando no tenemos ganas de leer. Están los vínculos para bajar "El Hobbit" y las tres partes de "El Señor de los Anillos".
2. Un fiel y crítico lector me envío unas interesantes notas sobre el Magisterio de la Iglesia. Está en formato PDF.
3. Gracias a Theseus y Odysseus, está subido nuevamente el libro de Bouyer sobre Iglesia y Sacramentos, al que le faltaba una página.

Pido disculpas por el diseño del Arcón, pero Blogger no es la mejor plataforma para los neófitos en HTML.

jueves, 16 de septiembre de 2010

¿Soy luterano?


Gracias, Anónimo de las 9:46, por su comentario. Hasta ahora no se me había ocurrido la posibilidad de que yo fuera un luterano práctico pero, quién le dice, todo es posible.

Lo que dijo me dejó pensando, y ensayaré una respuesta que no pasa de ser un ensayo por lo que aceptaré de buen grado cualquier sugerencia y modificación:

1. Mi fe católica me exige una adhesión firme a Cristo -a quien confieso como el Logos Eterno encarnado que redimió al género humano con su muerte en la cruz- y a todo lo que Él nos reveló.

2. Confieso que Cristo hizo depositaria y custodia de sus enseñanzas a la Iglesia Católica que estableció sobre el fundamento de los apóstoles presididos por Pedro y sus sucesores, los romanos pontífices.

3. La Iglesia católica, uno de cuyos hijos soy, me exige adherir a los artículos de la fe tal como fueron definidos en los concilios ecuménicos de Nicea y Constantinopla y confirmados por el concilio de Éfeso, como así también a las disposiciones dogmáticas que ella misma ha proclamado en los siglos siguientes (y que se son muy pocas).

4. La Iglesia católica me exige eso, y nada más que eso, para que yo mantenga la integridad de la verdadera fe en Cristo, y me da libertad para aceptar, cuestionar, dudar o rechazar las otras opiniones y afirmaciones magisteriales que no estén explícitamente incluidas en el depósito de la fe.

5. Defiendo, entonces, esta suerte de minimalismo en los objetos de fe -como diría Newman- y lo prefiero al inflacionismo, y esto puedo hacerlo porque la misma Iglesia me lo permite.

¿SERÉ LUTERANO?

martes, 14 de septiembre de 2010

Transversalidad religiosa


La Buhardilla de Jerónimo ha publicado la noticia de la visita del número de dos del patriarcado de Moscú a Inglaterra quien, entre otras cosas, se dio el lujo de hacerle al malandra de Rowan Williams, arzobispo de Cantorbery, declaraciones como las siguientes:

“Todas las versiones actuales del cristianismo pueden ser divididas en dos grandes grupos principales: tradicional y liberal. Hoy la distancia no es tanto entre los ortodoxos y los católicos, o entre los católicos y los protestantes, sino, más bien, entre los tradicionalistas y los liberales.

Algunos líderes cristianos, por ejemplo, nos dicen que el matrimonio entre un hombre y una mujer no es más el único modo para construir una familia cristiana: existen otros modelos y la Iglesia debería volverse adecuadamente «inclusiva» reconociendo modelos de comportamiento alternativos y dándoles su bendición oficial. Algunos tratan de persuadirnos de que la vida humana ya no es un valor absoluto, que se puede poner fin a ella en el seno materno y según la propia voluntad. En pocas palabras, a los tradicionalistas cristianos se le está pidiendo reconsiderar el propio punto de vista con la pretensión de mantenerse al paso con la modernidad”.

Son pensamientos –digamos- muy “benedictinos” y que, kirchneristicamente, podríamos calificar de transversalidad religiosa. Me parece que, en el fondo, es lo que piensa el Santo Padre acerca de quiénes son los aliados, y quiénes los enemigos en las actuales circunstancias del mundo.

Frente a esta situación surgen los oponentes, por izquierda y por derecha. Por izquierda, ponen el grito en el cielo los que siguen la línea de Juan Pablo II y del cardenal Kaspers: los enemigos son los representantes de cualquier denominación cristiana que adoptan una posición dura que se cierra al diálogo con el mundo y la cultura contemporánea, y los primeros entre ellos son los ortodoxos rusos. Y, para dejar en claro su postura, el papa eslavo no tuve mejor idea que crear diócesis latinas dentro de las jurisdicciones ortodoxas, una decisión que los ingenuos interpretaron como fruto del empeño misionero de Wojtyla pero que, en el fondo, encerraba el desconocimiento liso y llano de la jerarquía ortodoxa, no para afirmar la posición católica latina, sino para ignorar la postura dura y cerrada del difunto Alexis.

Por derecha, se oponen los digamos “tradicionalistas decimonónicos” que, en la Buhardilla, están representados por la comentarista Seneka. Su razonamiento, simple como corresponde, reza: “La posición transversal no es aceptable porque implica la negación del primado romano. El primado romano es parte de la Tradición, por lo tanto, la posición transversal se opone a la Tradición”. Frente a este silogismo todos -yo el primero- adherimos. Nunca aceptaría un posicionamiento que implicara una oposición con la Tradición que, en el fondo, es la misma Palabra de Dios.

Sin embargo, es un razonamiento falaz porque atenta contra una de las reglas del silogismo, según nos enseñaran los maestros hace muchos siglos, y que dice que el silogismo debe tener solamente tres términos. En este caso, estamos frente a un silogismo que posee cuatro términos, porque el término medio está tomado de modo distinto en la cada una de las premisas. Nos quieren hacer pasar gato por liebre, como se dice.

Ocurre que uno es el primado al que se opone la posición transversal y otro le primado que forma parte de la Tradición. Me remito al post que escribiera hace algunos meses el Ignotus Inceptor en este mismo blog llamado Magisterio. Y yo me permitiré el siguiente comentario:

No cabe duda que el primado del obispo de Roma es parte de la Tradición unánime de la Iglesia. Y, por tal, se debe entender la capitalidad del papa con respecto a los otros obispos en tanto sucesor de Pedro y obispo de Roma, caput mundi y que, en los hechos concretos, significa una última apelación o tribunal de última instancia frente a los casos divergencia o conflictos doctrinales o jurisdiccionales. Como tal se entendió y se ejerció el primado hasta bien entrado el primer milenio.

Si, en cambio, por primado se entiende el poder de jurisdicción inmediata que tendría el papa sobre todos y cada uno de los bautizados que pueblan el universo mundo y el poder directo de nombramiento y deposición de la totalidad del colegio episcopal, occidental y oriental, eso es un disparate y no pertenece a la Tradición. Remito a las obras de historia de la Iglesia de Yves Congar (¡A la hoguera, Nouvelle théologie!) y solamente destaco algunos aspectos históricos:

- La necesidad de fortalecimiento político y temporal de la Iglesia frente a los poderes seculares durante la Edad Media, lleva a que los papas acrecienten paralelamente sus instancias y prerrogativas de poder doctrinal y jurisdiccional en detrimento de los otros obispos. El quiebre se da en 1075 con Gregorio VII y su célebre Dictatus papae en la que, por poco, reclama para sí y sus sucesores un lugar dentro de la Santísima Trinidad. Este documento papal, fruto de las circunstancias y de la necesidad de “crear poder” de Gregorio debido a su cuestionada, y cuestionable elección, y su lucha contra el Sacro Emperador, no está, ciertamente, en consonancia con la Tradición.

- El encumbramiento magisterial del pontífice de Roma se acrecienta con Trento y el movimiento Contrareformista que necesita de una figura fuerte e incontrovertible como punto de apoyo de todo su accionar. Se trató de una opción que se tomó en ese momento concreto y difícil de la vida de la Iglesia y que a mí, enano desde la distancia, me parece equivocada, pero había que estar en los pantalones, y en las sotanas, de esos santos.

- La situación de extrema debilidad política y aislamiento internacional de Pío IX lo lleva, como manotazo de ahogado, a afirmar hasta el extremo el poder espiritual del obispo de Roma, mientras ve que se le diluye el poder político, que quedará limitado a los estrechos muros del Vaticano. Se le ocurre, entre otras medidas, convocar al concilio Vaticano I y presionar para que se defina la infalibilidad, algo innecesario y que creó fracturas y heridas que aún hoy sufrimos; lanza el famoso Syllabus, otro disparate sin precedentes, y se complacerá de allí en más, tanto él como algunos de sus sucesores, y con vehemencia creciente, en empapelar el mundo con encíclicas, cartas y discursos a fin de enrostrar su primado sobre el resto de los obispos. Como olvidar, por ejemplo, el imparable frenesí verbal de JPII.

Este primado, sobre todo tal como queda establecido en la segunda mitad del siglo XIX, no es el primado que forma parte de la Tradición, y con toda la razón del mundo los ortodoxos se niegan a aceptarlo.

No se trata de que ellos tengan que obedecer, como simplísticamente advierte Seneka; se trata de repensar el primado. Y en esto está, creo yo, Benedicto XVI, a quien Dios nos lo guarde muchos años.

martes, 7 de septiembre de 2010

¿Pocos o muchos?


Me parece que no tiene mucho sentido embarcarnos en una discusión acerca de qué o quién es el katejon. Particularmente, creo que es el Imperio, no entendido solamente como unidad política, sino como orden, y es por eso que ha sido ya quitado. Pero más allá de lo que a mí pueda parecerme, que no tiene demasiada importancia, es la opinión más sostenida de los Padres y Doctores, y eso me parece argumentación suficiente.

Sin embargo, reconozco que no es definitivo: el katejon podría ser la fe - como asegura un amigo-, la Eucaristía, la Santísima Virgen, la Misa o los lefebvristas. En todo caso, creo que la mayoría estamos más o menos de acuerdo en que el Obstaculizante ha sido quitado. Y llegamos a esa conclusión no porque hayamos recibido alguna revelación especial sino porque, tal como nos admonesta el Evangelio, tratamos de ver con cierta inteligencia los signos de los tiempos. Y lo que vemos es el triunfo de la iniquidad y el rebaño del pueblo de Dios diezmado, muchas veces por sus propios pastores. Es así, cada vez somos menos y, me temo, quizás seamos menos de lo que aún creemos.

Pero me viene a la mente una reflexión: ¿alguna vez fuimos muchos? O, en otras palabras, ¿no es ínsito al cristianismo verdadero el ser pocos? O bien, ¿qué efectividad tiene el cristianismo cuando son muchos?

Decía el cardenal Newman en uno de sus sermones en St. Mary: “Pareciera que a medida que el cristianismo se expande, produce menos frutos, y que, cuanto más se extiende, más se empobrece”. Son palabras duras, y que dan qué pensar. Y pienso, por ejemplo, en el cristianismo nacionalmente expandido de la España franquista: junto a algunos pocos frutos buenos, como la BAC, produjo y cobijó al Opus Dei. Más allá de la chanza, como alguna vez lo comentamos en este blog, la España nacionalcatolicista de Franco no sirvió, y las pruebas están a la vista. En cambio, en las sociedades donde el cristianismo ha sido estrecha minoría y, aún más, perseguido, es donde más florece y donde más frutos da.

¿Por qué sucede así? Es un misterio. Pero a mí me parece que, cuando le religión es minoritaria y ardua de seguir, impide el mayor de sus males: el fariseísmo. En efecto, siempre existe el riesgo de ser traicionados por nuestro propio corazón y de tomar por la realidad de la religión aquello que no es más que su sombra: sus ceremonias, sus jerarquías, sus postulados codificados en summas y tratados o su moral transformada materia de confesión, es decir, su exterioridad. Ese riesgo se aleja cuando la religión exige cada día el apego renovado a su más profunda realidad: la aprehensión, por la fe, del misterio de Cristo. Es que la fe, en definitiva, no es más que sostener con nuestra propia existencia que el sentido de la vida humana se orienta solamente al encuentro personal con Dios.

No se trata, entonces, de una visión pesimista creer que ya no hay obstáculo que detenga al Malvado, y no es para llorar cuando contemplamos al mundo cada vez más descristianizado. Casi, diría yo, es lo contrario. Es para temblar, sin embargo, que siempre es posible que nosotros estemos fuera del grupo de los elegidos. Voca me cum benedictis!

sábado, 4 de septiembre de 2010

Renovación del Arcón


El Arcón de los Archivos que, sus comienzos estaba alojado en Wordpress, ha sido trasladado a este mismo blog. Podrán encontrarlo en la parte superior de esta página.
Allí encontrarán algunas obras de Bouyer (la idea es ir subiendo de a poco todo lo que se consigue de él), clásicos cristianos, otros libros varios de espiritualidad, teología, diccionarios y he agragado también una incipiente sección de películas.
En todos los casos, los archivos están alojados en servidores externos, y podrán bajarlos fácilmente, y de forma gratuita, de ellos.
Cualquier aporte, será bienvenido.

jueves, 2 de septiembre de 2010

El Katejon verde


Abel Posse, sin fe pero con sentido común, propone una nueva interpretación del katejon. En el penúltimo párrafo vuelca, pero el resto del texto es para pensarlo y discutirlo.

El peligro del progresismo

Por Abel Posse | Perfil - 28.08.2010

El filósofo Alain Finkielkraut, en diálogo con su colega Peter Sloterdijk, considera el concepto o la teoría del katechon (o katejón) como una de las figuras más extrañas del pensamiento. Esta palabra griega, usada ya por San Pablo, se refería a la fuerza que retarda el fin de los tiempos. Es un espíritu más bien débil, de reacción contra lo que nos precipita hacia el fin. Podría ser entendido, según Finkielkraut, hasta como una ética de preservación, lo que empieza a estar desplazado por un entusiasta, y a veces ciego, progresismo.

Esta teoría o movimiento callado del espíritu recorre la Historia con altibajos. Curiosamente, San Pablo, que llegaría al martirio por Cristo, le escribe a su grey de Tesalonia: “Hermanos, estad firmes! Que no se engañe nadie, Cristo no vendrá sin que impere antes la apostasía, la inquietud manifestada a través del hombre de la perdición!” Algunos dicen que estos breves párrafos de Pablo equivalen a otro Apocalipsis. San Pablo no duda de que la idiotez de lo inicuo ganará el primer round de la batalla. (¿Por qué el Reino de Salvación necesitará esa derrota o esa previa supuración?).

Marx algo supo de la reacción aparentemente inútil cuando reconoció que rescatar lo bueno del pasado era también revolucionario. Esto incluiría como tarea principal del político diferir el precipitado fin de las cosas y aceptar prudentemente un progreso que bien podría ser destructivo. La palabra progreso tiene todos los prestigios: progreso nuclear, progreso social, tecnológico, dominio de la naturaleza, liberación de la mujer. En la sombra quedan otras palabras: Hiroshima, cambio climático, destrucción del equilibrio ecológico, estupidización subcultural masiva, envejecimiento poblacional. El lenguaje político empieza a imponer “lo correcto” para sentirse cómodo, como una simpática dictadura que nos amordazase con vendas de seda. La nueva dictadura se prefiere permisiva.

Pero en toda la cultura de Occidente se descubre una nostalgia del pasado (no lejano, a veces, de los cercanos pero idos años de la infancia). Hay casi una nostalgia transclasista para no despedirse hacia un futuro que se teme, sobre todo espiritualmente. Pregunta el filósofo francés a Sloterdijk: “¿Qué hacer ahora ante el crecimiento sin fin de nuestro poder de hacer?” ¿Cómo frenarnos, cómo reencontrar la naturaleza, la austeridad? Tendríamos que haber salido del laberinto con el hilo de Ariadna, pero no.

Esta nostalgia que flota por el arte, el cine, el culto de Elvis Presley o de los autos de los 50, no es tontería; conlleva el inexpresado katejón de rescatar lo ya vivido y bueno (esencia de la palabra tradición) y exponerlo en medio del tsunami progresista indiscriminado, donde lo viejo que se repudia, se confunde con valores no sustituidos.

Para algunos, nuestros hijos entran en un mundo que tememos, donde los caminos están envueltos en la niebla. Muchos cantan y aceptan el progresismo como aquél amigo un poco fascista al que Borges comunica la noticia de la caída de París en 1940, y que hace un gesto de triunfo que no puede anular la expresión del íntimo miedo.

El progresismo se presenta como lo juvenil. Tiene buena prensa y buena paga. Peter Sloterdijk expresa que llegamos a un punto oculto en la política de hoy, en el que la lucha de clases fue sustituida por la guerra de los adultos y los jóvenes. Sostiene que el progresismo juvenil, modal, medíático, debe ser remplazado por el progresismo adulto (que no quiere decir viejo o anciano).

El movimiento verde internacional que los jóvenes apoyan podría ser el instrumento de conciliación, el nuevo katejón que pueda fundar los pasos hacia un equilibrio existencial y de la existencia humana con la Tierra y el cosmos. Hay que repensar nuestra vida en el mundo, aunque tal vez ya estemos muy cerca de la catástrofe.

El genial San Augustín dedujo que después de los crímenes masivos y del saqueo de Roma, el katejón, la resistencia a la iniquidad y la no-vida, estaba en el Imperio romano, ya cristianizado desde Constantino. Hoy el Imperio es la iniquidad mercantilizada de lo que fue un extraordinario orden, hoy en aparente derrota.