lunes, 23 de diciembre de 2024

El fin del homo excitatus

 


Que un escritor gane el Nobel de literatura garantiza solamente que es afín a las políticas progresistas de Estocolmo. Pero de vez en cuando se les escapa alguno, justamente por su extremado afán de ser progresistas. Y uno de estos casos creo que el de la escritora bielorusa Svetlana Aleksiévich, Nobel en 2015. Su libro más conocido es El fin del homo sovieticus; un libro terrible, doloroso, despiadado, pero un libro que hay que leer, y por muchos motivos. Y uno de ellos es porque muestra, a través del relato de quienes vivieron el fin de la Unión Soviética, el misterio de la conducta humana que es capaz cambiar radicalmente de un día para otro. Literalmente, de un día para otro.

Los ejemplos que aparecen son varios. Me detengo sólo en uno: “Soy rusa. Nací en Abjasia y viví en Sujumi mucho tiempo. Hasta los veintidós años. Hasta el año 1992... Hasta que es­talló la guerra. Todos compartíamos los mismos autobuses, íbamos a los mismos colegios, leíamos los mismos libros y aprendía­mos el mismo idioma, el ruso. ¡Y ahora se matan unos a otros! Los vecinos a los vecinos, los escolares a sus compa­ñeros de clase. ¡El hermano a su hermana! Y luchan en sus propios barrios, en torno a sus casas... Hace, ¿qué se yo?, dos años vivían como hermanos, juntos eran miembros del Komsomol o del Partido Comunista. […] El primer cadáver... Era de un ruso. Un joven muy hermo­so... ¡ Bellísimo! De hombres así, en Abjasia decimos que es­tán hechos para fundar un linaje. Estaba tumbado en el sue­lo, medio cubierto de tierra. Calzaba zapatillas deportivas … A la mañana siguiente, alguien le había ro­bado las zapatillas. Lo habían matado…”.

Durante décadas habían vivido en Sujumi abjasios, georgianos y rusos; todos ellos considerándose hermanos, miembros de una misma nación soviética. Y en un momento, cae la URSS, Georgia se independiza y se apodera de Abjasia. Ese fue el inicio. Quienes habían vivido uno junto al otro, quienes habían jugado y estudiando juntos; quienes habían formado familias entre las distintas etnias, comenzaron a odiarse y a matarse. ¿Cómo es posible ese cambio tan abrupto en tan poco tiempo? 

Obviamente, no me interesa discutir el caso de Abjasia. Lo que me interesa es que nos hagamos conscientes de que la naturaleza humana, en el estado actual en la que se encuentra, es capaz en ciertas circunstancias, de cambios radicales y abruptos. Y me interesa discutirlo a raíz de la posibilidad —e insisto, posibilidad— que estemos asistiendo al fin del homo excitatus, es decir, del hombre despierto o vigilante, o bien, del hombre woke. En otras palabras, el fin de un largo ciclo de progresismo que se coronó, y se suicidó, con el wokismo. 

En las últimas semanas hemos hecho referencia a algunos hechos. Y en los últimos días se ha conocido otro que, curiosamente, ha sido muy poco comentado por los medios. En la asunción del presidente de los Estados Unidos, nunca asistían mandatarios extranjeros porque se consideraba que era un acto interno del país. El presidente Trump, sin embargo, ha decidido invitar a un grupo muy pequeño de jefes de Estado y de gobierno: Javier Milei de Argentina, Nayib Bukele de El Salvador, Giorgia Meloni de Italia y Viktor Orban de Hungría. Estaba invitado también Xi Jinping de China, que declinó el convite. El único factor que une al pequeño y extrañísimo grupo de gobernantes invitados, es que son los que integran aquello que los medios de comunicación llaman “la ultraderecha”. Las intenciones de Trump no pueden ser más evidentes: ha elegido a quienes serán sus aliados para la lucha que está dispuesto a dar, y esta consiste —resulta patente no solamente ya por sus palabras, que podrían ser meras intenciones, sino por este gesto tan significativo— en lo que se llama “la batalla cultural”. Y esto significa desarmar o herir de muerte al wokismo, al progresismo que durante décadas —diría yo desde el final de la Segunda Guerra Mundial— se hizo de un modo u otro con los gobiernos del mundo occidental y comenzó sin pausa y sin freno a imponer una agenda que llegó este año a la monstruosidad de incluir al aborto como derecho constitucional en Francia. 

¿Podrán hacer algo? Veremos. Se trata de la potencia más importante del mundo, y de países de cierto peso en sus regiones, como Argentina en Sudamérica e Italia en Europa. Lo que podrán hacer de un modo casi inmediato, es boicotear la Agenda 2030 y todas las iniciativas progresistas de las Naciones Unidas. No lo es lo mismo que sea un país en solitario el que se opone, a que sea un conjunto de países de peso. Por otro lado, todo parecería indicar que otros países podrían unirse en el mediano plazo a esta suerte de nueva liga hanseática que, en lugar de vincular ciudades dispersas con fines comerciales, vincula a países dispersos con fines culturales.

En este blog, que pronto cumplirá dieciocho años, siempre dimos por supuesto que el mundo se encamina a una época oscura, que entenebrecerá progresivamente la civilización occidental y terminará por destruirla. Y creo que esa es la opinión mayoritaria de quienes lo leen. Sin embargo, creo que es sensato y humilde dejar abierta la posibilidad de que estuviéramos equivocados. ¿No podría ser una “sorpresa” de la Providencia que se diera un apaciguamiento en el avance de las tinieblas? Por cierto, yo no estoy planteando que esta nueva liga hanseática, implique el renacimiento de la cristiandad. No; simplemente un regreso al sentido común occidental, que afirma cuestiones tan sencillas como el hecho de que las madres no tienen el derecho a asesinar a sus hijos, o que el matrimonio, y la familia, se constituye a partir de la unión de un varón y una mujer. Es decir, lo que planteo es que el surgimiento de este nuevo frente puede significar la muerte del homo excitatus, al que creemos invencible. A fines de los ’80, nadie pensaba que el homo sovieticus podía ser aniquilado, y sin embargo, lo fue. Y su muerte se produjo repentinamente; de un día para el otro, como demuestra el libro de Alexievich. 

Y demos una vuelta más. ¿Qué pasaría si el año próximo esta liga se pusiera en acción y tuviera resultados efectivos? ¿Qué pasaría se a ella se sumara Francia —lo cual es muy probable— y Alemania —si el partido Alternativa por Alemania ganara las próximas elecciones? Esta última posibilidad, que parecía lejana, ha tenido un buen envión con el atentado del último viernes en Magdeburgo [aunque los medios afirman que el autor, un inmigrante saudí, era de ultraderecha...]. Sería un terremoto en todo el mundo occidental, un terremoto que ocurriría en el mismo momento en que se reuniría el cónclave para elegir al sucesor de Francisco, porque la naturaleza es cruel y a Bergoglio se le está terminando la vida. ¿Serían capaces los cardenales de elegir a un bergogliano de pura sangre? Imposible, y no solamente por razones geopolíticas, sino porque esa especie de purpurado es escasa y patética, a pesar de las apariencias [publicaré en los próximos días la traducción de un excelente artículo al respecto].

No estoy profetizando. Estoy planteando una posibilidad que ha dejado de ser ya una ensoñación: los hechos, que son irrefutables, están a la vista. Y estoy planteando que siempre conviene tener un poco de humildad y, si fuera el caso, reconocer que durante décadas estuvimos equivocados esperando una distopía que se podría haber alejado considerablemente en el tiempo.

4 comentarios:

  1. Parece que 2025 será el jubileo de la Esperanza. Dios habló por la burra de Balaam....

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  2. Dios escribe derecho sobre renglones torcidos. Sólo Dios sabe el día y la hora de cuándo habrá de ocurrir el fin de los tiempos. Nosotros, sólo tenemos una misión en esta lucha desigual y absolutamente desproporcionada: Hacer lo que nuestro Maestro nos enseñó.
    Y dejar que Él se encargue del resto. Como se encargó del principio al crear todo de la nada misma por puro amor.
    Basta ver la historia del cristianismo para entender que ese pequeño grano de mostaza nació y creció en medio de un mundo hostil. Y a pesar de él, se esparció por todo el mundo.
    La cizaña también creció a la par. Quizás haya llegado la época de la cosecha y, con ella, la posibilidad de eliminar a la cizaña sin afectar a los frutos de la buena siembra.
    Como en el principio, ahora y siempre, Él tiene la primera palabra y tendrá la última.
    Vaya uno a saber que saldrá de esa conjunción de distintos, y hasta opuestos, convocada por Trump. Sólo podemos saber que no será peor que la suma los elitistas, globalistas y sectarios que ha gobernada despóticamente Occidente hasta hoy.
    Ojalá los perversos del compendio de todas las herejías, que es el modernismo y sus consecuencias (el progresismo y el "wokismo") se den cuenta del mal que han generado y se arrepientan antes de que sea muy tarde.

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  3. USA no es ya la mayor potencia del mundo.
    USA está en franca decadencia, social, económica y políticamente, y Trump poco podrá hacer para evitarlo, supuesto el caso que realmente quiera evitarlo. Ni hablar de los otros personajillos de "la ultraderecha", con los cuales en realidad no tiene muchas coincidencias políticas (por ejemplo, Milei es anarcoliberal, y Trump ganó en USA con un discurso proteccionista, diametralmente opuesto; Meloni es globalista y atlantista, y Trump ha dicho que quiere sacar a USA de la OTAN).

    El "homo excitatus" no está camino a perecer. Todo lo contrario. Recientemente han aparecido muchos estudios hablando de la "adicción al entretenimiento", lo cual se da por igual entre "progres" y "conservadores" y también "tradis" (y diría que el caso de los tradis es paradigmático). La paradoja es que el "wokismo" es en realidad el "sleepismo"... no son "hombres despiertos" sino dormidos, o hipnotizados... estúpidos en realidad.
    Más que nunca viene bien revisar la "teoría de la estupidez" de Dietrich Bonhoeffer e incluso las "5 leyes de la estupidez" de Carlo Maria Cipolla (en el cual hay que separar ciertos puntos darwinistas).

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    1. Sr. Battistella, es justamente esa actitud fanática, brutal y obcecada, incapaz de la humildad más elemental para admitir la posibilidad siquiera de estar equivocado. Eso se llama fanatismo, y se puede ser fanático kirchnerista, meileísta o católico.

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