jueves, 13 de marzo de 2025

Los obispos argentinos y el cardenal Roche

 


Reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina

Tal como estaba previsto, se reunió el grupo selecto de obispos argentinos. Son las más piadosos, sabios y observantes y es por eso que sus hermanos en el episcopado los han elegido para tan alta misión.

Por supuesto, su declaración no fue más que un batiburrillo de lugares comunes, vacuidades, e intrascendencias incluso en temas que exigían la referencia a lo sobrenatural (las triste situación provocada por las inundaciones en Bahía Blanca). En ningún momento mencionan a Nuestro Señor y ni siquiera hablan de Dios. Sólo al final hacen la remanida referencia a la Santísima Virgen, a la que privan de cualquier significado real.

Pero llamo la atención sobre un detalle: en uno de los párrafos de la carta, los prelados dicen: “Nos referimos a las actitudes y expresiones que lastiman, a esos lenguajes despreciativos, por momentos no exentos de crueldad…”. Se lamentan de las situaciones de violencia y crueldad que asuman en los discursos políticos, lo cual es cierto. Pero, me parece a mí, que mucho más urgente que mirar hacia los discursos externos, es que miren hacia las conductas internas del cuerpo episcopal argentino. Así como en 2023 pidieron perdón por el rol que tuvieron los obispos del momento durante el gobierno militar de 1976-1983, creo que hubiese sido el momento de pedir perdón por la “crueldad” que “lastimó” y “despreció” a los tres jóvenes que fueron abusados sexualmente por el ex-obispo de San Rafael, Carlos Domínguez hace pocos meses Y, más aún, a los sufridos fieles de esa diócesis que han sido gravemente escandalizados por uno de los suyos, que huyó cobardemente a Roma. 




Declaraciones del cardenal Arthur Roche

El cardenal Roche, prefecto del dicasterio del Culto Divino y perseguidor acérrimo de la liturgia tradicional, oliendo a cónclave, está intentando cambiar de bote. Y ha dado entonces una larga entrevista a un medio inglés en el que da entender que ahora la liturgia que él prohibió ya no tiene nada de malo… en fin, han sido muchos los medios que se han hecho eco del cambio. Pero también afirmó que “en términos numéricos, quienes asisten a la Misa tradicional son una minoría en la Iglesia, aunque sus defensores sean particularmente ruidosos”. Es la cháchara de siempre, pero es importante demostrar su falsedad.

Acierta el cardenal Roche si comparamos el número de católicos fieles a la misa tradicional con la población mundial; es insignificante su número también si los comparamos con el número de bautizados y sigue siendo insignificante si tenemos en cuenta a aquellos bautizados que se autoperciben y proclaman católicos. Sin embargo, si los comparamos con aquellos que se preocupan por formarse seriamente en la fe y que no se conforman con leer a las apuradas las nimiedades con las que pretenden alimentarlos los obispos y los párrocos, la proporción cambia notablemente. No diré que son mayoría por supuesto; más aún estamos muy lejos de ella, sin embargo, ese grupo de católicos “seriamente comprometidos” no es contrario a la misa tradicional; no asisten y quizás ni siquiera estén interesados en asistir, pero no la combaten. 

Se trata de un sofisma del cardenal Roche: en términos numéricos, es ciertamente un minoría insignificante, pero no lo es si se lo compara con los católicos seriamente practicantes. Y si así no fuera, no se entiende por qué el dicasterio que él preside se dedicó a redactar un motu proprio, al que burlonamente titularon Traditiones custodes, dirigido a aniquilar precisamente a esas “minorías ruidosas”. Nadie sensato se tomaría tanto trabajo por ellas si esas minorías fueran tan minoritarias.

Pero profundicemos en la cuestión. Se espera que este año la peregrinación París - Chartres sea la más grande de toda su historia: más de viente mil personas caminarán durante tres días y la misa, contrariamente a lo que se decía, se celebrará dentro de la milenaria catedral. Este hecho, que se replica en varios países del mundo, muestra que el paisaje diocesano está cambiando en mayor o menor medida en todas las diócesis, mutando de lo que había sido el modelo estandarizado a partir de los años ’70. En primer lugar, porque el catolicismo se ha convertido en minoritario dentro de la sociedad. Por otro lado, los fieles que aún asisten regularmente a los oficios religiosos esperan un alimento mucho más sólido y vigoroso de lo que esperaba la generación anterior, que se contentaba con el “Toma mi mano hermano”. Poco a poco se dieron cuenta de la insustancialidad del discurso horizontalista y sociológico del post-concilio (los que aún no se dan cuenta, ¡alás!, son los obispos). 

Las generaciones más jóvenes de católicos practicantes están comprometidos claramente en una postura mucho más testimonial de su ser católicos y los pocos jóvenes que aún golpean las puertas de los seminarios son, en su mayoría, católicos clásicos. 

El académico francés Vicent Herbinet sostiene la tesis que tanto en las comunidades tradicionalistas como en las carismáticas (se refiere al carismatismo francés, por supuesto, bien distinto al criollo), se da una suerte de porosidad entre católicos “ordinarios” y “extraordinarios” que podría ser un elemento posible de la reorganización del tejido eclesial y territorial. Globalmente, la generación de sacerdotes jóvenes, volviendo a poner en valor la adoración al Santísimo, la confesión, la liturgia cuidada, la predicación sobre los temas clásicos de la fe, la enseñanza doctrinal en la catequesis, podrían propiciar de hecho una itinerancia de los católicos más jóvenes (los menores de 45 años), entre las pasarelas del rito conciliar y el rito tradicional. 

Veremos si la hipótesis se confirma, pero lo cierto es que el peso de las “minorías ruidosas” de las que habla el cardenal Roche es mucho menos monoritarias de lo que él quiere admitir. 


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