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jueves, 11 de abril de 2024

Dignitas infinita. Eminencia, de lo que ya no puede hablar, mejor es callar

 




Pregunté en estos días a varios amigos su primera opinión sobre Dignitas infinita, la última emanación del cardenal Fernández. Todos sin excepción, me dijeron que no la habían leído y que no lo leería, pues carecía de todo interés. Me pregunté entonces si valía la pena dedicar mi tiempo a escribir sobre el documento y distraer la atención de los lectores sobre estas cuestiones. El cuestionamiento es sincero, aunque hace algunos años hubiese parecido disparatado, y lo es porque estamos frente a un hecho indiscutible: el pontificado de Francisco está acabado, perimido; lo único que podrá hacer hasta que llegue el momento de su partida a la Casa del Padre es durar y, mejor aun, mantenerse en silencio. Ya sabemos lo que sucede cuando actúa: basta ver el caos que ha provocado en los últimos días en el vicariato de Roma. 

Siendo honestos, hay que decir que el documento es menos malo de lo que podría haber sido. Dice unas cuantas verdades de sentido común católico —ningún católico jamás pensó que estaba bien la maternidad por subrogación, por ejemplo—, aunque las dice de un modo superficial, a lo Tucho. Un elenco de estos aspectos positivos del documento fueron comentados por el Prof. Roberto de Mattei en un artículo aparecido ayer en Rorate Coeli.

    Pero por más bueno que pudiera ser el documento, lo cierto es que la figura del cardenal Víctor Fernández perdió toda autoridad desde el momento en que emitió Fiducia supplicans con la necesaria explicación posterior, y que provocó levantamientos episcopales de dimensiones continentales, y luego que se conoció su libro oculto en el que se revelaba su gusto por el erotismo y su placer por desgranar relatos escabrosos. Un cardenal pornógrafo y que provoca divisiones en la Iglesia pocas veces vistas, no puede estar al frente del dicasterio que defiende la ortodoxia de la fe. Debería renunciar y conseguir ubicación como capellán de un convento de monjas (no de frailes, para evitar confusiones). Si no lo hace, es simplemente porque no tiene dignidad —ni finita ni infinita—, y porque se sostiene en su puesto exclusivamente por la voluntad tiránica y omnímoda de su valedor. En estas circunstancias, aunque Tucho escribiera una nueva Pascendi no sería tomado seriamente ni por tradis ni por progres. Por eso, lo mejor que puede hacer es permanecer en silencio; sin hablar ni escribir, porque todo acerca de lo cual hable y escriba quedará manchado y perderá cualquier tipo de eficacia. Permanezca callado, Eminencia; es el mejor obsequio que puede hacerle a la Iglesia luego del enorme daño que le propició

Lo primero que hace ruido en el documento es el nombre. ¿Es que puede atribuirse al hombre alguna calificación infinita? ¿Puede el hombre, sin caer en contradicción, siendo ser finito tener un atributo ontológico infinito? No soy teólogo, pero suena raro, muy raro.

Un segundo elemento que más que ruido, provoca un estruendo, es la insistencia en relacionar la dignidad del hombre con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. De hecho, este documento de las Naciones Unidas se menciona en 11 ocasiones a lo largo de todo el escrito de Tucho. La argumentación del cardenal Fernández es que si bien la cuestión de la dignidad humana siempre fue defendida por el Iglesia, es en realidad con la Declaración de los Derechos Humanos cuando llega a su esplendor. Dice que se trata de un “nuevo principio de la historia humana, por el que el ser humano es más ‘digno’ de respeto y amor cuanto más débil, miserable y sufriente, hasta el punto de perder la propia ‘figura’ humana, que ha cambiado la faz del mundo” (n. 19). Es notable que Su Eminencia omita referirse a todo lo que hizo la Iglesia en favor de los más débiles, miserables y sufrientes desde sus mismo inicios. ¿Es que habrá que recordarle los Hechos de los Apóstoles en los que se trata la necesidad de los diáconos, o a San Vicente de Paul, por poner sólo dos ejemplos de entre los cientos que podríamos mencionar? Resulta entonces que una declaración constitucionalmente atea, como es la Declaración de los Derechos Humanos que nunca menciona a Dios, y que fue resistida oficialmente por la Iglesia, con el nuevo pontificado de Francisco se convierte en piedra angular de una parte relevante de su magisterio.

Y creo no exagerar cuando hablo de la concepción que subyace del pontificado de Francisco como fundacional de una nueva Iglesia, concubina del mundo. Dice el documento: “En este horizonte, su encíclica Fratelli tutti constituye ya una especie de Carta Magna de las tareas actuales para salvaguardar y promover la dignidad humana” (n. 6). Olvidémonos del De hominis opificio de San Gregorio de Nisa, y olvidémonos del “Agnosce, o christiane, dignitatem tuam” del Sermón 21 de San León Magno, cuya fiesta celebramos hoy. La carta magna sobre la dignidad del hombre no viene dada por los Padres y la Tradición de la Iglesia, sino por… Fratelli tutti de Bergoglio! Parece un chiste.

El documento, decíamos más arriba, es muy superficial, con una inexplicable abundancia de palabras y expresiones entrecomilladas, y comete errores groseros, siendo el más notable de ellos la referencia a la pena de muerte. Dice en el n. 34 que ésta “viola la dignidad inalienable de toda persona humana más allá de cualquier circunstancia”. Es decir, la pena de muerte es condenada por Fernández porque la considera intrínsecamente inmoral, con lo cual estamos ante un serio problema puesto que la enseñanza milenaria de la Iglesia, hasta el Papa Francisco, siempre consideró lícita la aplicación de la pena de muerte en casos extremos. Más aún, en los mismos Estados Pontificios se aplicó hasta el año 1870, con una decapitación en Palestrina, y muy conocida es la figura de Mastro Titta y sus labores en Piazza del Popolo. ¿Qué hacemos entonces con los papas y santos que sentenciaron a reos a la pena de muerte? ¿Los des-canonizamos? Me recuerda el grotesco kirchnerista de querer cambiar la historia según los gustos políticamente correctos de la época. La pena de muerte, en todo caso, puede ser inoportuna en la actualidad, pero el rabioso canibalismo institucional de Francisco y los suyos no puede llegar al extremo de condenar a todos los Papas y doctores que lo precedieron. 

Algo análogo sucede cuando habla de la guerra. Transpirando un emotivismo completamente inapropiado para un documento de la Santa Sede, se afirma: “Ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo mutilado o muerto; ninguna guerra vale la pérdida de la vida, aunque sea de una sola persona humana, ser sagrado, creado a imagen y semejanza del Creador; ninguna guerra vale el envenenamiento de nuestra Casa Común; y ninguna guerra vale la desesperación de los que están obligados a dejar su patria y son privados, de un momento a otro, de su casa y de todos los vínculos familiares, de amistad, sociales y culturales que se han construido, a veces a través de generaciones. […] Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”» (n. 39). En pocas palabras, el Papa Fransico, a través de Tucho, se carga la doctrina secular no sólo de la Iglesia sino del mismo ordenamiento jurídico, negando y condenando el derecho a la legítima defensa que tienen las naciones y negando también el concepto de “guerra justa”. Sería, según ellos, una nueva equivocación de Santo Tomás y de tantos otros santos y doctores, que el brillante intelecto de Tucho Fernández, basado en Fratelli tutti, ha venido a esclarecer. Parece un chiste…

Finalmente, el documento tiene también algunas curiosidades. Por ejemplo, afirma con acierto en el n. 57 que la consistencia científica de la teoría de género es discutida en la comunidad de expertos. Pero ¿por qué en todos los documentos de Francisco, y este mismo documento, no se pone en duda ni se alude a la fortísima discusión que hay en la comunidad científica sobre las causas antrópicas del cambio climático? Misteriosas preferencias pontificias. 

En conclusión, no diría yo que Dignitas infinita sea un documento malo. Es un documento superficial y mediocre; una oportunidad perdida de haber dicho las buenas cosas que dice en un lenguaje claro y contundente, alejado del emotivismo como anclaje ético y desprendido de las circunstancias pasajeras de un pontificado que será caracterizado por la confusión y el caos.


P.S.: En ocasión de la presentación de Dignitas infinita en conferencia de prensa, al cardenal Tucho Fernández se le volaron algunas plumas. Un periodista le preguntó si no era ya tiempo de que el dicasterio de Doctrina de la Fe cambiara la enseñanza según la cual todos los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados”.

Fernández no respondió inicialmente a la pregunta con una simple afirmación o negación, sino que contestó que la frase en cuestión es una “expresión fuerte que habría que explicar, sería bueno que encontráramos una expresión aún más clara”. ¿Más clara aún? ¿Es que, acaso, es una expresión confusa?

Y continuó: “Lo que queremos decir es que la belleza del encuentro entre el hombre y la mujer, que es la mayor diferencia, es la más bella”. […] “El hecho de que puedan encontrarse, estar juntos, y que de este encuentro pueda nacer una nueva vida, esto es algo que no se puede comparar con ninguna otra cosa. Entonces, ante esto, los actos homosexuales tienen esta característica de que no pueden igualar de ninguna manera esta gran belleza”.

En pocas palabras, el problema de la homosexualidad es un problema estético; ¡y nosotros que creíamos que era antropológico y teológico! Rogamos a Su Eminencia que nos ahorre un nuevo libro con descripciones de estas bellezas disminuidas. 

lunes, 3 de julio de 2023

Francisco y Mons. Tucho. Análisis de un nombramiento

 




Cuando hace unas pocas semanas conocimos el nombramiento de Mons. García Cuerva como nuevo arzobispo de Buenos Aires, comenté en este blog que el papa Francisco había soltado ya la mano a Mons. Tucho Fernández. Un lector envió un comentario diciendo que, en realidad, el Sumo Pontífice se reservaba a Tucho para prefecto de la Doctrina de la Fe. No publiqué el comentario porque no publico disparates. Y vista la noticia con la que nos despertamos el sábado pasado, debo decir que el lector no se equivocó pero tampoco me equivoqué yo, puesto que ese nombramiento es un disparate o, mejor aún, una catástrofe. 

El hecho merece un análisis desde varias perspectivas. Si enfocamos al personaje en cuestión, y a partir de sus antecedentes públicos que resumí en la entrada anterior, queda claro que es el personaje más inadecuado para el puesto al que fue elevado. Mons. Fernández no tiene doctrina y su fe católica es más que dudosa. La primera afirmación se prueba si uno se acerca a cualquiera de los ejemplares de su profusa producción bibliográfica. No hablamos aquí de su best-known El arte de besar. Elijan ustedes cualquiera de sus otros libros y verán que se trata siempre de folletines abultados y apropiados para la lectura de monjas mayores y desencantadas; una especie de autoayuda liviana con colorantes cristianos. Y en cuanto a su fe, escuchando lo que dice en sus homilías o escribe en medios de prensa, no resulta temerario dudar del carácter católico de lo que cree. El mismo cardenal Müller, en 2016, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo calificó de hereje (sogar häretisch). Es decir, será un hereje —según el calificativo cardenalicio— quien estará encargado de cuidar la ortodoxia de la fe católica. Difícilmente podría alguien haber pensando una situación más absurda; ni Mons. Robert Benson, ni Hugo Wast, ni Soloviev, ni Castellani. La realidad, una vez más, supera a la ficción.

        Hace pocas horas, se conoció una carta de Mons. Fernández en la que se despide de su feligresía. Pocos serán los que crean en sus palabras, pero hay que reconocer que dice algunas verdades. Sus íntimos sabían que, efectivamente, hace un mes el papa Francisco le había hecho el ofrecimiento, probablemente al mismo tiempo que el nombramiento de Mons. García Cuerva en Buenos Aires, a fin de evitarle una decepción. Y se sabía también que comenzaría su nueva función en septiembre. Pero la toma de posesión del puesto se adelantó a agosto, algo rarísimo porque es un mes donde Roma y el Vaticano están desiertos. Algunos sospechan que se debe a que Francisco no llegará al mes de la primavera, o del otoño. Resulta curioso por otro lado, que Mons. Tucho, el regalón pontificio, haya confesado con pasmosa ingenuidad en su carta que el papa le ha preparado para vivir un casita dentro del Vaticano, con terraza y vista a los jardines. Probablemente sea una de las casitas en las que los papas renacentistas alojaban a sus amantes, lo cual no es un buen antecedente. 

Pero quien merece un análisis más detallado y cuidadoso es el papa Francisco, los motivos de estas decisión y las perspectivas que se abren para la Iglesia. 

1) Con esta decisión el pontífice trata de perfilar de un modo ya definitivo una nueva iglesia cuyo núcleo consiste en la negación de la Iglesia anterior. Es decir, la nueva iglesia es la no-Iglesia. Y el hecho queda claro no solamente por el nombramiento de Mons. Fernández en sí sino por la inusual carta que lo acompaña. Allí, el papa dice con claridad: “El Dicasterio que presidirás en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente”. Un eco de lo que el mismo Tucho había dicho hace poco en su catedral platense y que comentamos en este blog. Lo que nuestro amigo Ludovicus definió tan acertadamente como “canibalismo institucional” y que siempre pensamos que era una herramienta de sostenimiento de la popularidad mediática de Bergoglio, se ha convertido en el instrumento doctrinal multiuso que da pie a la constitución de una nueva iglesia. Michel Foucault diría que el canibalismo institucional es el dispositivo de subjetivación de la iglesia nacida del pontificado francisquista: la nueva iglesia se reconoce a sí misma como tal en tanto rechaza la Iglesia anterior. Yo soy yo en tanto no soy el que era. Es el canibalismo institucional su condición de sujeto. ¿Y esto por qué? Porque esta nueva iglesia necesita ser la iglesia del mundo moderno, como acaba de decir el biógrafo y amigo pontificio Sergio Rubin, para lo cual necesita negar la doctrina anti-moderna propia de la Iglesia de siempre (adulterios consentidos; homosexualidad permitida; en resumen, abrogación del sexto mandamiento) y el único modo de hacerlo con cierta legitimidad es desprestigiarla y mostrar la ineludible necesidad de esos cambios. 

2) Habría otra interpretación más básica pero igualmente posible. El papa Francisco es un hombre de corazón mezquino, lleno de rencores y resentimientos, en base a los cuales toma muchas de sus decisiones. Es cuestión de repasar los obispos desposeídos de sus sedes y veremos que, en el caso de los argentinos al menos, siempre puede encontrarse una venganza personal detrás. O en los nombramientos, o no nombramientos; el caso de crear cardenal al obispo de San Diego, por ejemplo, no fue más que una muestra de su rencor hacia Mons. Cordileone, arzobispo de San Francisco. En el caso de Tucho, pasa lo mismo. Recordemos que siempre fue, inexplicablemente, el regalón del cardenal Bergoglio quien se empeñó en nombrarlo rector de la Universidad Católica Argentina. En Roma le negaron el nombramiento en repetidas ocasiones pues no daba el pinet y su ortodoxia era dudosa. Costó dos años de idas y venidas, hasta que finalmente logró encaramarlo en ese cargo. Esa es la razón por la que una de las primeras medidas que tomó apenas llegado al pontificado fue nombrar al P. Tucho arzobispo in partibus. Era el modo de cobrarle a la Curia los sinsabores que le había hecho pasar. Luego, lo trasladó a la sede de La Plata a fin de reemplazar a Mons. Héctor Aguer, enemigo declarado y público de Tucho y del mismo Bergoglio, a los que aventajaba con creces en capacidad teológica. Eran los rencores papales los que se satisfacían con estas promociones del todo inmerecidas. Finalmente, lo nombra en Doctrina de la Fe, hasta hace poco ocupada por el cardenal Müller que había acusado públicamente a Mons. Fernández de hereje y se había enfrentado duramente en repetidas ocasiones con Francisco. Es probable que el Sumo Pontífice haya actuado no en vistas a constituir una nueva iglesia, un objetivo muy malvado pero a la vez muy elevado para un espíritu pequeño como el suyo, sino simplemente para satisfacer, antes de morir, otro de sus resentimientos. Y, de paso, se cobraba el golpazo que le propinó el cardenal Re hace pocos meses cuando quiso nombrar a Mons. Wilmer en Doctrina de la Fe y fue impedido de hacerlo por el decano del colegio cardenalicio. 

3) La Iglesia ha sufrido a lo largo de los siglos muchos malos papas. Alguno, en los Años de Hierro, podía arrojar al vacío a algún cardenal díscolo desde la azotea de Castel Sant’Angelo; otro, en el Renacimiento, podía envenenar a su amante; y otro, en el siglo XIX, podía aliarse con Napoleón. Bergoglio ha seguido todos estos pasos con mayor elegancia: a los cardenales díscolos (Burke y Müller, por ejemplo), los desposeyó de sus puestos y los dejó flotando en el vacío, y se ha aliado con los peores personajes actuales, desde Fidel Castro a Hillary Clinton. Pero la maldad totalmente nueva de este pontificado es que ha constituido a la Iglesia en su principal enemiga. Ya no se trata solamente de perseguir obispos, encarcelar cardenales o envenenar amantes; se trata de su intento desembozado de poner fin a dos mil años de Iglesia católica; o bien, renovarla de tal modo que no se parezca en nada a su antecesora. Ya no se trata de vengarse de sus fieles porteños nominando a Mons. García Cuerva, o del cardenal Cipriani nombrando a Mons. Castillo Mattasoglio. Se trata de volverse contra la misma Iglesia. Una suerte de enfermedad autoinmune; una especie de HIV que se empeña en destruir todo el sistema inmune del cuerpo eclesial a través de la confusión, a fin de que cualquier enfermedad pueda ingresar y matar al organismo.

4) En las últimas semanas hemos tenido una tormenta de nombramientos catastróficos: Buenos Aires, Madrid, Bruselas y ahora Doctrina de la Fe. Y no sería para nada extraño que dentro de pocos días se anuncie un consistorio en el que estos personajes, y otros más de su calaña, sean creados cardenales. Esto es la manifestación de lo que se comenta cada vez con más fuerza: el papa Francisco está viviendo sus últimos días, y está buscando que todo lo que hizo en su pontificado quede “atado y bien atado”. Pero sabemos cuánto duraron los nudos que había armado el pobre Francisco Franco cuando dijo esta frase en 1969.

5) Mons. Tucho Fernández en Doctrina de la Fe es un “regalito” que deja Francisco a su sucesor, sobre todo cuando deba enfrentarse a los debates y resultados del sínodo sobre la sinodalidad. Recordemos que en sínodos anteriores, como el que se hizo sobre la familia, Bergoglio tuvo que vérselas con la oposición cerrada de muchos cardenales. Ahora, ha limpiado el camino de opositores y todo correrá sobre seda. Vistas las opiniones públicas de Mons. Fernández, no sería extraño que sea él mismo el adalid de las propuestas de cambios más radicales a fin de lograr una iglesia para todos, todas y todes; sobre todo para todes.

6) And yet… este nombramiento podría ser un error garrafal del papa Francisco. Se sabe que en política, cuando se extreman las posiciones, tienden a triunfar los centros. Radicalizar a este nivel la postura ultraprogresista en este momento final de su pontificado puede causar temor, o activar el instinto de conservación institucional aún en cardenales que no tengan simpatías por el ala conservadora pero conserven algo de fe y de sensatez. Los nombramientos agresivos de los últimos tiempos y las políticas del mismo tenor que se supone los deberían acompañar, sólo serían existosas si al papa Francisco le quedaran muchos años de pontificado o si todo el aparato eclesial estuviera “atado y bien atado”. Es el modo en que sobrevivió el régimen soviético tanto tiempo: hasta en el último pueblo de la URSS había comisarios políticos totalmente alineados con el Kremlin que vigilaban por el cumplimiento de las órdenes del politburó. No es el caso de la Iglesia católica donde hay un enorme fastidio con el papa Francisco tanto entre obispos y como entre sacerdotes, y buena parte de ellos están a la espera del surgimiento del algún liderazgo que les permita ejercer la oposición. Por eso mismo, y quizás ingenuamente, yo sigo manteniendo cierto moderado optimismo con respecto al próximo cónclave; no espero grandes cambios, pero tampoco espero que sea elegido una réplica de Bergoglio.

7) El nombramiento podría ser también un fracaso. Mons. Fernández no es poseedor de un intelecto privilegiado y ni siquiera de la astucia política que caracteriza a su protector. Es cuestión de dejarlo hablar, y sus palabras no serán ya reproducidas solamente en algunos medios de un país marginal como Argentina, sino que se escucharán y leerán en los círculos católicos más elevados. No sería extraño que tenga un par de escandalosos tropezones y que el sucesor de Francisco encuentre en ellos la excusa limpia y elegante para relevarlo de su cargo sin tener que esperar al plazo de cinco años. Y no sería extraño tampoco que en los próximos días apareciera algún carpetazo, para lo que los argentinos somos buenos (si hasta creamos la expresión).

8) En su comentario de la semana pasada, el P. Santiago Martín hablaba de los “católicos desarraigados” al comentar un libro reciente que lleva este nombre de Aldo Maria Valli y Aurelio Porfiri. Y se refería a todos nosotros, a quienes ya no nos sentimos en casa en esta nueva iglesia bergogliana, los que nos sentimos “desarraigados”, los que todos los días tenemos que enfrentar noticias lacerantes para la fe de los apóstoles que profesamos. Vemos que hay misericordias para todos, menos para nosotros. “Sufran, o váyanse”, eso es lo que nos dice Francisco, Tucho y los suyos. ¿Serán estos los sufrimientos que fueron profetizados?

9) Finalmente, algo bueno puede sacarse de todo esto. En primer lugar,  Bergoglio ha asesinado definitivamente al neoconismo, o a la “línea media”. Ya no es un desliz, ya no es una cuestión de interpretación de los hechos. ¡Si el nombramiento de Mons. Fernández hasta se acompañó de una carta para despejar cualquier duda al respecto! Ya no es posible permanecer en el medio y seguir defendiendo lo indefendible. Y, en segundo lugar, Bergoglio también asesinó al papalismo, al magisterialismo tan caro a algunos y a la delirante idea de un pontífice concebido como una hipóstasis del Espíritu Santo, tan del gusto del ultramontanismo. 

miércoles, 12 de abril de 2023

“Amén. Francisco responde”. Disney TV y el síndrome del viejito piola


 


por Ludovicus


Se sabe, la captatio benevolentiae, convertida en la captivitas obsequentiae, es la marca registrada del emporio jesuita. La reciente charla de Bergoglio con un grupo de jóvenes ordinarios, normales (una ex monja lesbiana, una mujer de género fluido, una catequista abortera, una pornógrafa o prostituta digital, entre otros) no puede dejar mas que una sensación de bochorno y vergüenza ajena, llevada a su paroxismo cuando al fin de la conversación, plagada de elogios de la mayoría de los jovenes al aborto, a la masturbacion,a la pornografia, a la homosexualidad, etc, Bergoglio termina diciendo que aprendió mucho de los jóvenes y que lo importante es la fraternidad, porque las ideas se pueden discutir. 

Al igual que a Perón, le salen bien los saludos y las ocurrencias chabacanas, un poco pueriles; a una chica que le da dos besos, le dice que son 50 pesos. Al que lo saluda con un “Cómo le va”, le contesta con un “Como se puede”. Más captatio benevolentiae. Perón era un virtuoso en estas técnicas. Cuando llegaba una visita vestida con sobretodo, la ayudaba solícito a sacárselo al par que le decía que entre la eterna lucha entre hombre y sobretodo, el siempre estaba del lado del hombre.

Bergoglio está viejo. Esto, que no debería ser un demérito, adquiere características de patético complejo cuando él mismo dice que es anticuado y anacrónico, que no tiene celular, que no sabe lo que es Tinder o una nómina, que los secretarios le manejan el Twitter; mientras desesperadamente trata de hacerse el superado diciendo que Tinder le parece normal y pretende hablar con jóvenes ignorando su cultura y evitar cuidadosamente cualquier juicio moral categórico ante las aberraciones que le describen y elogian. En un momento, una joven catecumenal, la única con fe católica del grupo, tiene que tomar la defensa de la moral cristiana ante la indefensión en la que la ha dejado el Papa. Al que no lo salva alguna salida destemplada y agresiva, que debe mas a su carácter e incluso ignorancia que a la verdad, como cuando compara el aborto con el sicariato o dice que el ADN propio se constituye al mes de la concepción. La pereza intelectual, siempre, para qué averiguar, si en vez de Lejeune lo tenemos a Paglia.

Y tantas condenas al moralismo para terminar dedicándose en exclusiva a temas (in) morales: ni una palabra sobre el destino eterno del hombre, sobre la naturaleza de Dios, o su Encarnación o su Santa Madre, o sobre el kerygma. Ni sobre la gracia o el pecado. Para qué, si eso no da de comer. Y los “jóvenes” quieren comer, sí, quieren canibalismo institucional.

Por momentos Bergoglio pierde el control de la reunión, simplemente porque ningún renuncio es suficiente, porque la precariedad intelectual del personaje, su horror a las distinciones, la incapacidad de desagradar, pasa factura. Aquí no alcanza el canibalismo institucional, llamar “infiltrados” a los sacerdotes que con base en el Evangelio pronuncian “discursos de odio”, como le dice la chica lesbiana inventando muñecos de paja. El desprecio juvenil sobrevuela la reunión, a pesar de los cortes y ediciones que lo intentan ocultar. Algún interlocutor lo comienza a tutear, otra le entrega un pañuelo verde de la campaña por el aborto que el agradece y recibe, otro le objeta su proceder legal con los abusos. Otra lo retará a pensar a una mujer sentada donde está el. Nos recuerda la intervención de Sartre en el mayo francés, cuando, al hablar ante una asamblea universitaria, el presidente le dijo, con desdén, “Sartre, sea claro, sea breve; la juventud no tiene tiemp”. La familiaridad engendra desprecio y con un par de reuniones más podrían terminar jugando al poker o tomándose unas cervezas. Alguna vez el Papa fue llamado Santísimo, alguna vez no salía de su morada sin el propio Santísimo en su pecho. Aquí se mechan los diálogos con escenas de alcoba de lesbianismo. Disney no falla.

Es el síndrome del viejito piola, es decir, del progresista envejecido que busca desesperadamente la preciada vigencia, la que, ¡ay!, se escurre mas rápido que la vida. Tratando de ganar a la juventud con adulación y demagogia, mostrándose  “avanzado”, permisivo y adaptado al tiempo presente —que, otra vez, hélas, no es el suyo—. Es la habitual forma en que coronan su carrera los políticos mediocres y los maestros sofistas desde antes de Platón, ávidos de una limosna de atención comprada con permisividad. No suele salir bien.

Queda una sensación de vacío y desasosiego. En toda la charla —casi una hora y media—, el Vicario de Cristo casi no ha invocado el nombre de Cristo. De hecho, no ha hablado de Él. Ha hecho una apologética de baja ralea, que alguna vez describimos en este blog..  El cristianismo ha sido reducido a la irrelevancia, reemplazado por una vaga fraternidad entre monstruos modernos llenos de contradicciones irreductibles, confirmados en sus vicios y costumbres por el silencio o la confusión. La Iglesia es universal, porque entran todos, buenos, malos, ateos, transexuales, genero fluido, musulmanes, ateos, etc.,como el Congreso del cuento de Borges abarcaba todo el Universo. Hasta el Diablo, pienso, debería ser convocado, e incluso los simios mayores, porque “todos somos hijos de Dios, todos”.

La vida es linda”,concluye,  proponiendo como modelo para la Iglesia el dudoso convivio que han protagonizado. Para hacer tal viaje no se necesitan tantas alforjas y tanta sotana blanca: bastaría con un gurú de autoayuda. Sería más barato. 

La sal, definitivamente, ha perdido su sabor.


lunes, 27 de marzo de 2023

Partes segunda de la Superstición Vaticana: Realidad del Concilio Vaticano II

 


por Eck



Parturient patres, nascetur ridiculus synodus.

Horacio, Epístola a los Pisones,v. 139


Introducción


El que esto escribe se crió en un ambiente totalmente conciliar: misas infantiles los domingos, catequesis en la parroquia, alcancía del Domund y fotos del Papa reinante por todos lados. Nada de abusos o sacrilegios gordos en los cultos. Nada de  horrores morales o de fe desde el púlpito. Después fui miembro de un movimiento de origen jesuítico en el que la figura de Juan Pablo II era (casi) semejante a la de Dios. Todo era conciliar, sus citas innumerables como las arenas del mar y  como las estrellas del cielo aunque fueran siempre las mismas y despachadas a mogollón. Nunca me había asomado por sus líneas ¿Para qué? ¿No estaba omnipresente?¿Para qué perder el tiempo en lo archiconocido? Pues bien, hubo un día en que me decidí a comenzar al leer, casi de rodillas por el fervor, los sacratísimos, los venerandísimos textos del sacrosantísimo Concilio de los Concilios. Esperaba que se rompieran los cielos y la luz de lo alto me inundase en cuanto mis ojos posasen en sus tan elevadísimas enseñanzas y mi corazón se llenase plenísimo de gozo al meditar sobre sus tan sublimes misterios. ¡Quia!

Se me cayó el alma a los pies. Como Adán y Eva al morder la dichosa manzanita, sentí vergüenza de mí mismo y de los demás y no había hoja de parra a mano para cubrirlas sino de libro...tras pasar el primer párrafo. Me asaltó la incredulidad, increíble, inconcebible. No me lo podía creer, no me podía creer que miles de obispos y cardenales se habían reunido para componer semejante tomadura de pelo. Una mezcla empachante de citas bíblicas, patrísticas y pontificales y verdades sin orden ni concierto junto a chorradas a la moda, absurdos, frases sin sentido que volverían demente al más cuerdo; por no hablar de lo reiterativo de sus textos, de lo atorrante y tostonazo de sus afirmaciones, repetidas machaconamente de manera obsesiva sin venir a cuento. Todo ello en un lenguaje cursi, relamido, alambicado, bombonero, preciosista que pondría espanto en un petimetre del setecientos curtido en mil églogas pastoriles de salón pompierista.  Y lo peor era que unos decían que era la suma de las verdades de la Iglesia, otros la suma de las herejías del infierno y yo, mientras tanto, la suma del delirio de la imbecilidad. Ni los dadaístas y surrealistas más alucinados con absenta hubiesen conseguido semejante hazaña epatante.


Una (breve) muestra de los disparates del Vaticano II

Pondremos de ejemplo los dos documentos más importantes, pomposamente llamados dogmáticos aunque no sabemos por qué, pues no definen nada. Sólo se pondrán unos pocos, no queremos torturar a los lectores a la manera de la KGB con su lectura, que ya lo hacen en los seminarios... 

La Lumen gentium. He aquí un gran documento sobre la Iglesia, el cual tras mil explicaciones infinitas necesita a su vez de una poco esclarecedora Aclaración adicional sobre su cualificación dogmática y de una Nota Previa Explicativa, que con mucha lógica está al final, rarezas del Espíritu, y esta nota aún necesita de otra Nota Bene enrevesadísima ¡para explicar la dichosa Nota Previa Explicativa! Es el nacimiento del Magisterio Matriuska en todo su esplendor, y no hablemos del papel de los obispos en la deposición, donde se meten en unos charcos ontológicos, jurídicos y canónicos de antología. Menos mal que el Concilio deseabaardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia” que si no....aviado estaría el pueblo cristiano.

Mitico es el pasaje de cuño aristótelico digno de “Una noche en la Ópera” del LG, 13, 3: “En virtud de esta catolicidad, cada una de las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes aumentan a causa de todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad”. Ya tenemos a Marx metido en la teología pero no era el que pensaban muchos...total, ambos son absurdos.

Otro verdadero galimatías ad usum dementium theologorum es el pasaje: LG, 22, 2 sobre la Suprema y Plena Potestad de la Iglesia:Porque el Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo (...) plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente. En cambio, el Cuerpo episcopal, que sucede al Colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el régimen pastoral, más aún, en el que perdura continuamente el Cuerpo apostólico, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal, si bien no puede ejercer dicha potestad sin el consentimiento del Romano Pontífice”. Supremas potestades para todos, que hay muchas. Tanto hablar de cabezas uno piensa que la perdieron al redactar semejante desatino o no hubo diccionarios que explicasen a los Padres que significa supremo...

Otra de las especialidades de la casa es decir obviedades de Perogrullo de este calibre: 23, 2 “Cada uno de los Obispos que es puesto al frente de una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios a él encomendada, no sobre las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal”. Gracias, oh Concilio, que haríamos sin ti y tus sabias y profundas explicaciones...

Más breve es la Dei Verbum ya que tuvieron piedad del pobre Pueblo de Dios. Se denomina dogmático pero desde el principio nos sorprende con esto: DV1 “(...) Por tanto siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión…” ¿Cómo todo un Concilio Ecuménico puede decir que “se propone/intenta exponer” cuando su labor es definir la verdadera doctrina de la Iglesia? Muy dogmático no parece eso...y mucha incompetencia en lo suyo para meterse después en donde no les llaman. ¿Habrá que diferenciar entre dogmas o intentos de dogmas en el magisterio? Nuevas vías veo para la teología y no digamos el magisterio...

Pasemos a los otros dos documentos de interés. ¿Qué diremos del Nostra Aetate o el discurso de la estrella Conciliar sobre la Paz Mundial y su Tó er mundo é güeno religioso tras milenios de zurrarnos por el tema? Qué gracias a Dios que ya no existían las religiones mesoamericanas de Huichilobos y el culto hindú a Kali. Así nos ahorraron la vergüenza de que los padres estampasen las bondades religiosas y litúrgicas sobre los sacrificios humanos, las orgías y el canibalismo en un concilio católico aunque ya tuvieron precursores de fuste con fray Bartolomé de las Casas.... 

La constitución Sacrosanctum Concilium también es ejemplar en sus planteamientos. Cheque en blanco para hacer de la liturgia mangas y capirotes o funciones de circo a mayor gloria o vergüenza del presidente con sus “revísese”, ocho, “revisión”, trece, y “reforma”, dieciocho, tan generales de presuntas oscuridades, inutilidades y repeticiones del rito tradicional, nunca indicadas ni demostradas, que parecen una ley habilitante política. También contiene perlas de gran precio sobre la inteligencia e inspiración de sus tan sabios redactores mitrados. Así en el apéndice calendárico, tras la genial ideita de fijar la Pascua un domingo de abril con tal que den su asentamiento los hermanos separados ortodoxos, que por otra parte todavía andan a la gresca con el calendario juliano entre los veterocalendaristas y los novuscalendaristas (en todas las casas cuecen habas), nos encontramos con esta genialidad sobre el Calendario Perpetuo: “S.S., ap. 2: La Iglesia no se opone a los diversos proyectos que se están elaborando para establecer el calendario perpetuo e introducirlo en la sociedad civil, con tal que conserven y garanticen la semana de siete días con el domingo, sin añadir ningún día que quede al margen de la semana, de modo que la sucesión de las semanas se mantenga intacta, a no ser que se presenten razones gravísimas, de las que juzgará la Sede Apostólica”.

Hay una, cráneos privilegiados, una razón gravísima para no mantener intacta la sucesión de las semanas en este tipo de calendarios: Que es imposible. Matemáticamente imposible porque los días del año, tanto normales como bisiestos, no dan números enteros al dividirse entre siete. O se deja un día fuera del ciclo o a la porra el calendario perpetuo anual. ¿Se creyeron más listos que los creadores del calendario juliano y gregoriano? Seamos realistas, pidamos lo imposible. Se ve que no hubo alguno que hiciera una simple división antes de soltar semejante chorrada monumental muy de Mayo del 68. Siguiendo las tesis de Sousa S.J., en el Concilio no había calculadoras y no pudieron estar finos en sus cálculos...


El fracaso de los Textos, el fracaso del Concilio, el fracaso de la iglesia moderna

Como se puede ver, los documentos del Concilio, más que inspirados por el Espíritu Santo, lo parecen por el espíritu del vino de misa o por fumarse el incienso en medio de ese mítico Woodstock católico en que se convirtió. Fruto del pasteleo, de la coyunda de contrarios cuya cópula solo podría producir monstruitos y quimeras que, unido a la moda happy flower de Coca-Cola, al ritmo de “Juntos como hermanos” con soniquete del Imagine en la guitarra de sor Dominique, ique, ique, han convertido la Iglesia en un vertedero de todas las inmundicias como acabó el famoso concierto. Basar la fe sobre esos textos es como edificar sobre arena según el símil evangélico y es lo que ha ocurrido porque no se hizo lo que se cuenta del califa Omar al encontrarse con la Biblioteca de Alejandría: “Los documentos del Vaticano II, tan irrisorios y ambiguos, o bien no son de Fe, y entonces son inútiles e inservibles, o bien intentan explicar la Fe, y entonces son ridículos y redundantes”. Ergo, al basurero de la historia, que es su verdadero sitio. 

Pero era imposible que se aceptase que tan magno Concilio concluyese así, los montes habían temblado tan grandemente para que ahora apareciese un ratón; no se aceptó y se forjó el mito del Concilio, su verdadero Espíritu. Así que la siguiente oración es mucho más verdadera de lo que parece: “Para que tengamos el valor de ser fieles al concilio Vaticano II y nos convirtamos a su espíritu, roguemos al Señor”. El Concilio en vez del Espíritu Santo, y ya es valentía convertirse a ese engendro. Así vamos. Se volvió una superstición, como la fe al protestante modo contra la evidencia y se necesita mucho valor para sostenerlo. Tanto los progresistas que esperaban un 1789 con la cabeza de Ottaviani en la cima del obelisco hasta los tradicionalista que veían al falso Profeta en la figura hamletiana de Pablo VI, pasando por todo el espectro medio, adorador de las pantuflas pontificias a lo Monty Python, no podían aceptar nunca la más terrible verdad: “El Concilio Vaticano II constituye uno de los mayores ridículos de la historia universal y el más grande en las religiones. Negarse a ver esto nos ha conducido al desastre actual. Hora es de hacer luz y ver las cosas tal y como son, comienzo de toda solución real: Tomar los textos y, en vez de quemarlos en la pira, llevarlos al cubo del reciclaje, cosa que además es muy ecológica y muy limpia.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Sobre la posibilidad de un papa hereje

 


La particular psicología del papa Francisco se mueve en torno a ciertos núcleos delirantes que tienen una duración limitada (uno o dos años) y son causa de desconcierto y divisiones dentro de la iglesia. Recordemos, por ejemplo, su manía contra las monjas (“solteronas”), contra los párrocos, contra los obispos viajeros, contra los fieles piadosos (“semipelagianos”), contra los indietristas, etc. Curiosamente, estos núcleos delirantes se encarnizan siempre con miembros de la propia iglesia; nunca con los externos y mucho menos con los enemigos declarados de la fe. Es lo que hemos llamado aquí el “canibalismo institucional” que, si en los primeros años del pontificado le rindió algunos frutos, en la actualidad es motivo de acumulación de broncas y confusiones.

El último de los caprichos pontificios  es la “criminalidad” de los sacerdotes que niegan la absolución de los penitentes, aún cuando sea por motivos válidos. Durante la alocución a los rectores y formadores de seminarios latinoamericanos, el Papa llamó “criminal” al sacerdote que niega la absolución. Y el 10 de diciembre fue aún más explícito en la audiencia concedida a los seminaristas de la arquidiócesis de Barcelona. 

Se trata de una situación típica de la irresponsabilidad papal, incapaz de asumir el papel de maestro de la cristiandad. Apenas llegar, dijo a los jóvenes clérigos que el discurso que tenía preparado era muy aburrido y que, por tanto, podían hablar de lo que quisieran. El caso que ese discurso que nunca se pronunció, pero sin embargo se publicó en el sitio oficial del Vaticano, es excelente, como podrán leer. El sitio Germinans Germinabit relata con bastante fidelidad lo que ocurrió en ese encuentro y las enseñanzas que los seminaristas catalanes se llevaron a sus casas. Para los que respecta a nuestro tema, el papa Francisco “hizo especial hincapié en que hay que perdonar todo, que, aunque se vea que no hay propósito de enmienda, siempre se ha de perdonar y que en ningún caso se puede negar la absolución”.

No hay que apelar a grandes tratados teológicos, sino simplemente al catecismo más básico: es condición esencial para recibir el sacramento de la penitencia tener propósito de enmienda. Si éste falta, la absolución es inválida. Y si el sacerdote, siendo consciente que el penitente no tiene propósito de enmienda e igualmente le da la absolución podría cometer -y eso lo sabrán los canonistas-, una simulación de sacramento, lo cual la misma sede apostólica considera uno de los “delitos más graves contra la santidad del Sacramento de la Penitencia reservados al juicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe”. Estamos, entonces, en presencia clara e irrefutable de una directiva pontificia que atenta contra la enseñanza de la iglesia. Y no es la única, por supuesto; es tan sólo la última. 

Ante esta situación vuelve a plantearse, entonces, la cuestión de la posibilidad del “papa hereje”. El tema se ha discutido bastante en los últimos tiempos, y no siempre en los medios anti-bergoglianos. Aquí pueden leer una síntesis bastante objetiva sobre la cuestión. Sin embargo, la perspectiva desde la cual se la aborda es exclusivamente occidental y está “contaminada” con las querellas entre el poder espiritual y el poder temporal que surgieron a partir del pontificado de Gregorio VII. Es interesante considerar la opinión de los ortodoxos pues su teología de raigambre patrística, enriquece el panorama. El excelente libro de François Dvornik, Byzance et la primauté romaine (Cerf: París, 1964) trae un interesante texto de Simeón de Tesalónica, obispo y teólogo de la primera mitad del siglo XV (puede verse también en PG 155, 120-121). Siguiendo a buena parte de la tradición oriental, interpreta la sucesión de Pedro como una sucesión en la verdadera fe. Simplificando: el papa es sucesor de Pedro en tanto conserva la fe; si la pierde, su sucesión desaparece. Y escribe: “Cuando los latinos dicen que el obispo de Roma es el primero, no debemos contradecirles. Esto no puede perjudicar a la iglesia. Que sólo nos muestren que persiste en la fe de Pedro y sus sucesores y que y que posea todo lo que procede de Pedro, y entonces será el primero, el jefe y la cabeza de todos, el Sumo Pontífice. Pues todo esto se ha dicho de los patriarcas de Roma en el pasado. Su trono es apostólico, y el pontífice que se sienta en él, mientras profese la verdadera fe, es llamado sucesor de Pedro. No hay nadie que piense y hable bien que pueda negarlo”. Y continúa: “Con los papas Pedro, Lino, Clemente, Esteban, Hipólito, Silvestre, Inocencio, León, Agapet, Martín, Agatón, y otros papas y patriarcas semejantes, estamos en comunión en Cristo, y no tenemos por qué separarnos de ellos. Esto está claro, ya que celebramos su memoria, llamándoles maestros y padres... Si llega otro que se parezca a éstos en el símbolo de la fe, en su vida, en la moral de la ortodoxia, será nuestro padre común. Le sostendremos como a Pedro, y las cadenas de la unión continuarán por mucho tiempo y para siempre”. Y finaliza diciendo que, desgraciadamente, el papa actual (se refiere a Martín V) no profesa la fe de Pedro, ya que añade el Filioque al Símbolo, y por eso ha perdido el primado.

No se trata de discutir aquí la compleja cuestión del Filioque. Se trata de analizar la perspectiva que plantea Simeón y una parte de la tradición: el primado, es decir, la sucesión del apóstol Pedro se asienta en la fe del apóstol Pedro. No es suficiente con ser obispo de Roma para ser papa. Además de eso, hay que profesar la fe apostólica. 

La cuestión es, claro, quién le pone el cascabel al gato.






martes, 14 de junio de 2022

Psicopatía e ¿inminencia del fin?

 


En las ultimas semanas se viene hablando con insistencia sobre la proximidad de un cónclave pues el papa Francisco renunciaría a su cargo, o bien su fin natural estaría mucho más cerca de lo que el Vaticano estaría dispuesto a admitir. No lo sabemos. Sin embargo, la publicación del diálogo que mantuvo con los directores de las revistas culturales europeas de los jesuitas hace casi un mes, y que fue publicado ayer por La civiltà cattolica, muestra que el mayor problema del Sumo Pontífice no es su rodilla maltrecha ni sus divertículos intestinales; es algo mucho más serio y afecta al equilibrio de su juicio. En pocas palabras, y la pregunta no responde a ninguna saña antifrancisquista: ¿Bergoglio está en sus cabales? Por más progresista que alguien sea, no podrá negar que algunos párrafos de la conversación muestran a una persona que, o bien muestra signos evidentes de demencia senil, perfectamente comprensible dada su edad, o bien el guión de sus palabras fue escrito por un enemigo de peso de él mismo o de la Iglesia, o por algún cómico. Lo cierto es que una persona cuerda y que conserva la sensatez y prudencia que requiere su función —y en este caso nada menos que el sumo pontificado—, no puede decir lo que dice. 

No tiene sentido perder el tiempo en refutar sus afirmaciones. Eso lo habríamos hecho quienes nos dedicamos a esta tarea hace algunos años; ahora, cuando ha pasado ya tanta agua bajo el puente, las cosas se toman como de quien vienen. Sin embargo, vale la pena señalar algunos puntos:

1. La frivolidad y superficialidad con los que se refiere al conflicto entre Rusia y Ucrania. Los compara con Caperucita Roja y el Lobo, y da entender, como lo han entendido varios medios de prensa (aquellos que aún le hacen algún caso), que la OTAN provocó a Rusia para que desencadenara la guerra. Más allá de que esto sea más o menos cierto, el papa, como jefe de un estado y pontífice máximo de la Iglesia, no puede permitirse ese tipo de expresiones. Estarían bien, en todo caso, para comentar en la sobremesa en un hogar de sacerdotes ancianos, pero no para darlos a conocer al mundo entero. Este solo hecho debería llevar a que los cardenales se pusieran a pensar seriamente qué harán con este personaje que pueden meter a la Iglesia en un aprieto de proporciones. 

2. Particular interés tiene para nosotros la respuesta a la tercera pregunta, acerca de los signos que el papa ve de renovación espiritual de la Iglesia. Y lo primero que hay que decir es que estamos frente a uno de los ejemplos más refinados que podemos encontrar de canibalismo institucional, esa especialidad de Bergoglio que nuestro amigo Ludovicus tan bien describió y puede leerse aquí. Devora a los católicos “restauracionistas” con la ferocidad de una hiena y también se ceba con la Curia romana, enemigo clásico de cualquier populista.

Por otro lado, los rasgos de su desequilibrio psíquico aparecen cada vez más pronunciados. Ya hablamos en otra ocasión que Francisco presenta los rasgos propios de un psicópata, lo que habían notado sus superiores mucho antes de ser nombrado obispo. En este caso, además, vemos de un modo evidente y difícilmente cuestionable, síntomas de una personalidad disociada. Habla de obispos que aparecen en Europa o en América, como si no fuera él quien los hace aparecer; como si no fuera él mismo el protagonista y responsable directo de esos nombramientos episcopales. Por ejemplo, leamos este párrafo: “Un obispo argentino me dijo que le habían pedido que administrara una diócesis que había caído en manos de estos «restauradores»”. Se está refiriendo claramente a Mons. Carlos Domínguez y a la diócesis de San Rafael, la única que cuenta con un administrador apostólico y que tiene un perfil “restauracionista”. Pero Francisco dice que a este obispo “le habían pedido”. ¿Quién le había pedido? Pues él mismo, pues no hay otro que pueda nominar obispos o administradores apostólicos sino el papa de Roma, y mucho más en el caso de Argentina, cuyo manejo se ha reservado con exclusividad. 

Estamos frente a un trastorno psicológico grave, y serán los profesionales quienes deberán diagnosticar si se trata de un caso de identidad disociativa o bien, de despersonalización. 

3. En el mismo párrafo aparece ya de un modo patente el desprecio que tiene por los obispos americanos. Dice: “El número de grupos de «restauradores» – hay muchos en Estados Unidos, por ejemplo – es asombroso”. Esto no hace más que confirmar lo que varias veces dijimos en este blog: una hermenéutica adecuada para leer las decisiones de Bergoglio es tener en cuenta su antiamericanismo. 

Y acentúa mi diagnóstico amateur de disociación de la personalidad: el mismo pontífice que está llamando a una iglesia sinodal, en la que todos deben ser escuchados, se lanza contra un grupo de miembros de la Iglesia, que él mismo reconoce que es asombrosamente numeroso, y que llama a que no sólo no sean escuchados, sino a que sean cancelados. 

4. Es el mismo desorden psicopático el que lo lleva a enredarse en una larga elegía al P. Pedro Arrupe, s.j., con menciones floridas a Pablo VI, sin darse cuenta (o sí), que con eso no hace más que ensuciar la memoria de Juan Pablo II, que despojó a Arrupe de su cargo de prepósito general de la Compañía en 1981, debido a la deriva ya no solo progresista sino atea a la cual la había conducido el admirado “profeta” de Bergoglio.

5. Para terminar este espigueo de frases célebres, dice Francisco: “Al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, monseñor Bätzing, le dije: «Hay una muy buena Iglesia evangélica en Alemania»”. ¿Es posible que el pontífice máximo de la Iglesia católica considere que hay una “muy buena” iglesia evangélica? Si la iglesia evangélica es muy buena, y mucho más laxa, compresiva y acogedora de la diversidad que la Iglesia católica, la que todavía se envuelve en puntillas y bonetes, ¿por qué, entonces, no hacerse evangélico en vez de católico? ¿Por qué un joven va a ofrendar su vida y su celibato perpetuo a Dios como sacerdote católico si lo mismo da ser un buen pastor evangélico, sin tener que llevar ninguna de esas cargas? 

Lo que me llama la atención es que el P. Spadaro, s.j., director de la revista, haya decidido publicar esta “conversación”. El capítulo 9 del libro del Génesis narra lo siguiente: Noé “bebió del vino, y se embriagó, y estaba desnudo en medio de su tienda. Y Cam [su hijo más joven], padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos hermanos que estaban afuera. Entonces Sem y Jafet tomaron la ropa, y la pusieron sobre sus propios hombros, y andando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre, teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre. Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven”, y lo maldijo. 

Spadaro se ha comportado como Cam. Más le hubiese valido cubrir la desnudez de su padre, o co-hermano en San Ignacio de Loyola, como piadosamente hicieron Sem y Jafet con su padre Noé. No espero que sea maldecido por Bergoglio; espero que sea juzgado con justicia por el Justo y Terrible Juez; él y aquél que vive en Santa Marta.


Escolio a la conversación pontificia: Decíamos hace poco que el que gobierna la Iglesia es el mismo Hijo de Dios, y sabe mucho mejor que nosotros cómo hacerlo.

El grotesco de este pontificado se ha acelerado tanto en los últimos meses que está provocando que todo lo que toca Bergoglio, lo ensucia. El sínodo, por ejemplo, que es una venerable institución de la Iglesia universal, se ha convertido en una mascarada que los obispos hacen en sus diócesis pour la gallerie, y de hecho, son pocos los católicos que saben que dentro de tres meses comienza la fase continental del sínodo sobre los sínodos. No es extraño  tampoco que, cuando Francisco habló contra las puntillas, muchos párrocos hayan abierto los arcones de sus sacristías para desempolvar viejas albas apuntilladas. 

Por eso, mientras más hable Francisco sobre el Vaticano II y más insista en él, más tirria se le tomará a tan nefasto acontecimiento, porque se lo asociará con él y con el patético devenir de su pontificado. Por eso, quizás sea conveniente tener aún más paciencia y rogar a Dios para que conserve en la tierra al Siervo de sus siervos por algún tiempo más para que, con su torpeza, termine de embadurnar todo lo que debe ser embadurnado y su sucesor tenga más fácil la tarea de volver todo a su justo carril; de “restaurar” a la Iglesia en su verdadero rostro que tanto ha sido afeado.  

sábado, 2 de octubre de 2021

El canibalismo del Papa Francisco

 


La semana pasada amplios sectores de la opinión pública española e hispanoamericana expresaron de un modo muy marcado sus críticas a la actitud del Papa Francisco que, en ocasión del segundo centenario de la independencia de México, pidió perdón por los crímenes cometidos por la Iglesia durante el periodo de la conquista y evangelización del Nuevo Mundo. 

En numerosas ocasiones hemos hablado de lo absurdo de pedir perdón por supuestos pecados que cometieron otros y, además, por supuestos “pecados sociales”, que no se sabe qué son. Y es justo recordar que quien comenzó con esta moda que trae tantos aplausos fue Juan Pablo II. Lo cierto es que España llevó la fe y la civilización a América, a costa de enormes sacrificios, rescatando del dominio de las Tinieblas a millones de personas que se encontraban sumidas en la esclavitud, en los cultos idolátricos que exigían sacrificios humanos y en la barbarie. Sobre esta realidad, el Pontífice no dijo una sola palabra. Solamente hizo referencia a los abusos y excesos que ciertamente existieron, como existen en toda obra humana.

Una vez más nos encontramos con una repetida actitud de Francisco que en este blog definió con certeza nuestro siempre amigo Ludovicus como “canibalismo institucional”. Bergoglio es un caníbal que cree acrecentar su poder y prestigio fagocitando a su propia institución. Y es verdad que fue esta una de las cosas que más festejó el mundo a través de los medios masivos de comunicación en los primeros meses de su pontificado. Recordemos algunos hechos: afirmó que los párrocos “arrojaban piedras” a los pobres pecadores y que los seminarios formaban “pequeños monstruos”; diagnosticó a los oficiales de la curia romana de Alzheimer espiritual; apostrofó a las monjas de “solteronas”; retó a los cristianos practicantes por tener cara de “pepinillos en vinagre”; consideró que muchos miembros de la Iglesia sufren una “obsesión” con el tema del aborto y de los gays; y se refirió a los fieles que muestran “religiosidad e incluso amor a la Iglesia”, es decir, los que van a misa, se confiesan con frecuencia y rezan muchos rosarios, como gnósticos o neopelagianos autorreferenciales y prometeicos.

Esta política pontificia puede definirse como canibalismo institucional, cuyas notas son las siguientes:

1. El canibalismo institucional consiste en alimentarse de la mala fama de la institución a la que se pertenece, aceptando las versiones peyorativas, los prejuicios y las calumnias, oponiéndose a ellos y en consecuencia salvar la cara en forma personal. Cuando lo ejerce la persona que ostenta la representación suprema de la institución, puede alcanzar el rango de traición. Frecuentemente, ese salvar la cara individual suele justificarse como un medio para, a su vez, salvar lo salvable de la institución denigrada, que es rescatada, en teoría, por el triunfo del caníbal: “esta organización no puede ser tan mala si soporta a un presidente tan bueno”.

2. Se distingue de una sana autocrítica por la óptica de quien la ejerce, que suele ser exógena y próxima al pensamiento políticamente correcto o vigente. La crítica del caníbal institucional, explícita o tácita, no se diferencia, básicamente, de la del enemigo. O va acompañada del silencio respecto de la interpretación del enemigo. O, en todo caso, a la autocrítica no sigue el señalamiento de los errores del enemigo o la exaltación de los principios que molestan al enemigo de la institución. 

3. El caníbal institucional luce como alienado respecto de la institución. Es como si hubiera llegado a la misma por casualidad, y se distancia de ella permanentemente. La critica como la podría criticar un recién llegado, un parvenue. Cuando representa a la institución, lo hace como actor, como quien ejerce un papel impostado del que se despoja con alegría al terminar la función, agotado por la representación. La institución, sus bases y su historia están bajo su entero juicio y examen, no la asume como un axioma sino como un problema. Nunca más lejos de este canibalismo Napoleón, cuando profirió, “desde Clodoveo hasta la Convención, me hago cargo de todo”.

4. Lo paradójico es que esa alienación con la institución suele coexistir con una actitud de apoderamiento nunca antes vista. El caníbal la considera como propia, y al mismo tiempo la rechaza. Es un amo, no un representante. Como tal dueño, se considera en perfecto derecho para devorarla y rehacerla. Es un heredero con perpetuo beneficio de inventario.

5. El caníbal institucional no es la contracara del triunfalista, sino solo su contrario. Mientras que el triunfalista pretende adueñarse de la fama de la institución, exaltándola y exaltándose en una fusión idolátrica que le hace perder el alma, los principios y la causa final a la propia institución -lo que se justificará, naturalmente, en el intento antrópico de querer darle brillo y gloria-, el caníbal institucional, con la misma actitud e intención,  con el mismo ímpetu antrópico y pelagiano, privatiza el triunfalismo, exaltándose. Pedirá perdón por los crímenes y errores de la institución, pero rara vez por los propios.

6. El caníbal institucional pretende sustituir con su fama el prestigio de siglos; con las malezas de la aprobación popular, el humus de la historia; con los libros antiguos, los muebles centenarios, las vestes venerables, levanta una hoguera que brilla con un fulgor nunca antes visto. A la mañana siguiente encontrará cenizas. Como un Cronos invertido, será devorado por su hijo.