The
sweetest thing in all my life has been the longing...
Do
you think it all meant nothing, all the longing?
C.S. Lewis, Till We Have Faces.
No estoy en condiciones de discutir con
Jesucristo. Si Él dijo que son más bienaventurados los que creen sin haberlo
visto que los que efectivamente lo vieron, así será. Pero nadie (¡ni
Jesucristo!) puede dejar de advertir que si uno cree en Él, querrá verlo
también, qué se creen ustedes.
Afortunadamente tenemos lo de San Juan,
que lo veremos y seremos como Él.
Es que las cosas espirituales primero se
gustan y luego se ven, dijo Santo Tomás, comentando el salmo ese que invita a
gustar y ver cuán bueno es el Señor.
Ahora bien, hay que saber que habitualmente
la cosa sigue este orden: primero se gustan… cosas que no se ven. Y luego le
nace a uno el deseo de ver. Y después le duele no ver.
Se llama añoranza. Nostalgia de Dios.
Esperanza. Pónganle el nombre que quieran, qué más da, que el que sabe lo que
digo, lo sabe por experiencia y esa experiencia es un compuesto dulce-amargo,
diría Castellani, como el whisky. Dulce por lo que promete, amargo por el
"aún no" que nos contaba Pieper.
Y entra al ruedo Kierkegaard y nos dice
que esa añoranza es un don de Dios, que no hay por qué echarla a los perros,
que bien puede cultivarse y agradecerse a Dios, como que es un don celeste que procede
del Padre de las luces (en quien no hay sombra de mudanza ni variación).
Claro, es muy útil el don este (y no
sólo para componer versos, o zambas, o sinfonías, obras de teatro, novelas,
cuadros y para todo el arte que quieran). El don de la añoranza nos protege
contra la solicitación terrena, el inmanentismo, de todo aquello que nos aferra
al terreno, de todo los que distrae de nuestra vera vocación, de todo lo que
nos tiene encarcelados aquí abajo.
(También protege de toda forma de
voluntarismo, pelagianismo, exitismo o resultadismo, lo mismo da).
La añoranza nos hace mirar para arriba,
nos hace buscar trazas de la Trascendencia de Dios, nos obliga a recordar a
Jesucristo, como lo pedía el bueno de San Pablo: "Acuérdate de
Jesucristo". Nos lleva a rezar, lo querramos o no.
Y nos fortalece a la hora de la muerte.
Pero Dios, en su Sabiduría Eterna, ha
resuelto dosificar esta añoranza de los hombres buenos (o que, por lo menos, querrían
serlo). Porque el efecto "tan alta vida espero, que muero porque no
muero" podría inducir, créase o no, a la desesperación: un caso de
excesiva nostalgia de Dios que incrementaría desmesuradamente el "tedium
vitae", que nos haría demasiado pesado esto de seguir chapoteando en el
barro de la vida, que nos induciría a un quietismo estéril, que nos haría
despreciar las cosas que tenemos y que tenemos que guardar aunque algún día
tengan que desaparecer. Que nos haría olvidar lo de Chesterton, aquello de que
una cosa es necesaria, todo, y que el resto es vanidad de vanidades.
De manera que Dios dosifica este don de
la añoranza y no le permite a nadie volver del otro lado del río a contarnos
algo más sobre lo que tiene preparado el Señor para aquellos que le aman, cosas
que ni ojo vio, ni oído oyó (aunque Pablo algo oyó, no vayan a creer: audivit
arcana verba).
Cosas que no entran en cabeza de hombre.
Como que es más bienaventurado el que
cree sin haber visto que el que vio.
Jack Tollers
Muy estimado Jack, muchas gracias le sean concedidas por su aporte al foro. Comprendo que aunque habla explícitamente de la Esperanza, lo que empapa y da sentido al texto, es la Caridad. Sin Ella, no existe Fe ni Esperanza, y fue Profetizado que las sobrevivirá.
ResponderEliminarCrux Australis
Siempre creí que quien presenció un milagro, aunque se lo haya mandado Dios a su pedido, es un desgraciado.
ResponderEliminarPorque ya no tiene fe. El vio, no necesita creer ni luchar contra las dudas propias de la fe.
Y porque si por creer hay que portarse bien, haber visto supone por lo menos portarse como un santo, o aun más, como un místico.
Por suerte no ví.
Ciego.
"Una mala noche en una mala posada..."
ResponderEliminar... saudade ...
ResponderEliminarand yet... los apóstoles vieron, Juan el Bautista vio, la Virgen vio, y no me animaría a decir que alguien que no vio fuera a ser más bienaventurados que ellos.
ResponderEliminarClaro que bienaventurados. Cómo no. Algunos hablan de ver y yo a gatas que creo, como el Cura Loco de la novela que decía que todos los días pedía para seguir creyendo.
ResponderEliminarNo es faena sencilla: que mares que se abren, hombres que resucitan, la Virgen Madre y baritas mágicas.
Nada fácil, o tal vez por demasiado fácil.
El Carlista.
La clave está en el famoso "ser como niños", que es una papa decirlo, pero de ahí a serlo... no conozco ni a uno.
ResponderEliminarEs más, una varita es aun más increible si es con b. Ahora que lo pienso.
ResponderEliminarEl Carlista.
El apostol Tomás vio al hombre y creyó en el Dios (Tomás de Aquino)
ResponderEliminarUn cura
El discípulo contemporáneo tiene una ventaja, que la posteridad envidiará: verlo personalmente. En realidad no tiene esa ventaja, pues Dios no se deja conocer de manera inmediata. Claro, para el discípulo no es indiferente la forma externa del Maestro. Lo que el discípulo vio con sus ojos y tocó con sus manos. Pero es Dios quien le ha dado la condición al discípulo para que vea, y le ha abierto los ojos de la fe. Debió haber sido terrible ver esa forma exterior: convivir con él, y en cada eclipse de la fe, no ver sino un servidor [un siervo]. Entonces, la fe es tan paradójica como la paradoja. Si no, no tendría su objeto en la paradoja ni podría ser feliz en su relación con ella. El verdadero contemporáneo lo es entonces no en virtud de la contemporaneidad inmediata sino de otra cosa. Esto es, el contemporáneo, a pesar de su contemporaneidad, puede ser el no-contemporáneo, mientras que el hombre de la posteridad puede ser el verdadero contemporáneo. El creyente es el contemporáneo en la autopsia de la fe. Podemos recordar a quienes dirán "Nosotros comimos y bebimos con él; él enseñó en nuestras calles..." que se oirán decir "No los conozco". También habrá hombres posteriores que pretendan ser contemporáneos (en el sentido inmediato), y quieran ponerse en camino. Puede verse que aunque pongan un nombre sagrado a su peregrinación y exhorten a otros a reunirse con ellos, no van propiamente hacia la paradoja, aunque descubran Tierra Santa (en el sentido inmediato). No son los verdaderos contemporáneos, los verdaderos discípulos.
ResponderEliminarClimacus
No es Siervo sino Ciervo. Lo que va entre paréntesis lo acomode o mal acomode, pues de donde lo saque dice [un joven trabajador pobre]. En realidad Climacus habla de la figura del Ciervo, sino recuerdo mal.
ResponderEliminarSaludos
El que ve también cree. Lo que ve es signo para creer lo que no ve. Porque los apóstoles, si creyeron, es porque habían visto durante 3 años a Jesús. Los que estuvieron con Él luego de que el Bautista lo señalara algo le habrán visto, los que estuvieron en Caná algo vieron (el evangelio dice explícitamente que creyeron luego de ver el milagro). Tomás no vió la divinidad de Cristo, vio sus llagas. Es cosa bien distinta. Y, por otro lado, con ver no alcanza para creer: después de la resurrección de Lázaro, los jefes judíos lo querían liquidar a Jesús ¡porque si seguía haciendo milagros iba a armar quilombo con los romanos!. Si Dios no da la Fe, uno no va a entender "aunque los muertos resuciten", como le dice Abrahám al rico de la parábola. Creo que ver algo es necesario para creer, si no, nuestra Fe es estúpida. No obstante, es verdad que Cristo alaba a los que creen sin haber visto. Desde ya, no a los que no vieron nada de nada.
ResponderEliminarEl Juglar
Falso, ya que el Apostol Tomás vio a un hombre resucitado que se decía el Hijo de Dios y creyó en Dios. No es igualito a tan solo "ver al hombre", que si no es papita para el loro.
ResponderEliminarMinucioso.
Para los temas tan simples como profundos, más recomendable que los teólogos standard es ir a la mejor teología.
ResponderEliminarFíjense que el Gran Inquisidor no era bobina y para garantizar su éxito argumental mechaba de camunina algunas verdades como quien no quiere la cosa; como todo auténtico mal tipo.
Y así es que en un tiro, tira: "No bajaste de la Cruz cuando se burlaban de Ti y te gritaban para reirse: baja de la Cruz y creeremos en Ti. No lo hiciste y otra vez rechazaste humillar al hombre con un milagro. Tu deseabas una fe libre y no inspirada en lo maravilloso. Necesitabas un amor libre y no los transportes serviles de un esclavo aterrorizado".
Estaremos viviendo tiempos de cambios radicales? Miren esta charla:
ResponderEliminarhttp://www.volveralatierra.com.ar/videos/naturaleza-ruralidad-civilizacion-felix-rodrigo-mora/
Campesino
A mi me hubiera gustado que el Evangelio dijera algo más en materia de fe sobre el contenido de nuestra esperanza. Me hubiera gustado un poco más de ese "cómo va a ser". Se podría así, creo, fijar la voluntad más directamente, con menos distracciones, en forma más adecuada a al fin.
ResponderEliminarSin embargo, en el Evangelio no hay mucho. Incluso, se dice que son bienaventurados los que creen sin ver, siendo que la visión es un conocimiento más perfecto que el de la fe.
Pero todo acá es por una razón: es mejor para la salvación (es decir en este momento) no ver a Jesús que verlo; y saber casi nada sobre la vida después de la muerte que saber más. Las cosas son como son para nuestro mayor bien. De manera tal, si nos falta algo es porque es bueno que nos falte.
Y entonces habría que preguntarse porqué no convenía que no se dijera aquéllo que a todas luces parece muy conveniente (quizás de la misma manera en que se dice que preferible es no ver a ver).
Quizás esto se puede desentrañar por lo que sí se dice. Se dice que cuando esto pase, habrá restauración. ¿De qué? De lo de que conocemos acá: nosotros, nuestro prójimo, la creación.
Y si lo que habrá es restauración de lo de abajo, creo que Dios quiso que gustáramos primero de lo de abajo, como camino para conocer lo de arriba. Gustar de lo espiritual sería, gustar de lo de aquí abajo; pero viéndolo tal cual es, es decir con ojos de la fe: como participación de Dios invisible. Algo así como descorrer el velo que no nos deja ver la divinidad que hay en las cosas (y en el prójimo). En las especies de la eucaristía me parece que hay algo de esto (y también ese pasaje misterioso del espejo en San Pablo)
Primero lo espiritual. Sí, pero ¿cómo? Con lo de acá abajo, como participación de lo de arriba; es decir, gustar de lo de arriba, a como nos lo revela la creación.
La añoranza será ese todavía no, ese “no soy yo tu Dios”, que nos responderán las cosas cuando interrogadas a la luz de la fe.
Este creo es la razón para que el amor al prójimo haya sido puesta como condición del amor a Dios.
En esto hay cruz...
Estimado Wanderer, mire el siguiente video, publicado en el facebook del periodico ecclesia, de la celebracion del ultimo Corpus en Lomas de Zamora: http://www.facebook.com/photo.php?v=405548746151146&set=vb.100000880725550&type=2&theater
ResponderEliminarEs literalmente un PIQUETE!!!
saludos!