jueves, 10 de diciembre de 2015

Santa nostalgia

Vórtice acaba de publicar un nuevo libro: Santa nostalgia, de José Ferrari. 
Se trata de un libro breve -lo cual es dos veces bueno-, y que se destaca por el particular cuidado con el que fue escrito y editado. Y comienzo por su apariencia: la tapa reproduce, en buen papel, un bellísimo acrílico pintado para la ocasión por un monje. Detrás de matas de yuyos y hierbas silvestres se dibuja apenas la silueta del campanario de una iglesia y, más atrás aún, se divisan altas montañas cubiertas de nieve, en medio de las cuales se adivina la luz radiante y blanca del sol. La vista del lector se detiene, en un primer momento, en la torre pero, cuando observa con más detalle, advierte que para llegar a ella, debe atravesar los matorrales secos y espinosos. Y mucho trecho le quedará aún para caminar si quiere alcanzar el valle por donde se cuela el sol. Y es la nostalgia de ese esplendor que alguna vez conoció la que lo empuja a emprender el camino. 
El libro se abre con un “Prólogo a modo de armario”, escrito por el P. Diego de Jesús, y que, como es fácil adivinar, invita a atravesar si no el yuyal, sí los tapados, abrigos y franelas colgados en sus perchas para alcanzar el fondo del ropero que se abre al maravilloso mundo de lo plenamente real por el que, los que vivimos de este lado del guardarropas, sentimos una santa nostalgia. Como indica el P. Diego, el libro de José Ferrari es la ampolla de cristal llena de luz que Galadriel le entregó a Frodo para que “sea lumbre en los parajes oscuros, cuando se apague toda otra luz”, y por eso nos conmina: “Rompan ya la ampolla para que mane luz; ábranse paso ente los pesados tapados del armario y pisen sin temor la impoluta nieve de Narnia” (p. 14).
Sigue luego una “Introducción” escrita por el autor del libro. Y me quiero detener en un breve párrafo iluminador de este texto: 
“Es cierto que nadie ama lo que no conoce. Sin embargo, no es menos cierto que nadie puede conocer la intimidad de la realidad si no ama, puesto que el amor sincero nos desanubla la vista del alma. Ubi amor ibi oculus, enseñaba Ricardo de San Víctor. Sin amas, de veras entenderás” (p. 19).
La profundidad de estas palabras fácilmente podría escapársenos, o porque las leemos rápidamente, o porque las consideramos demasiado cercanas a la poesía, género poco serio y dulzón, impropio de la claridad y distinción de ideas, y de la consecuente certeza tranqulizadora que provee la prosa silogística a los hombres sensatos y respetables. 
Ferrari, con esta afirmación, se inscribe en la más noble y profunda tradición cristiana que se remonta no solamente a la Escuela de San Víctor, sino a los más antiguos y venerables Padres de la Iglesia. Conocer la “intimidad de la realidad”, es conocer la realidad en su plenitud. Es lograr atravesar la niebla de las apariencias sensibles -desanublar la vista del alma, dice el autor- que nos impide ver el “mundo invisible” de Newman y tocar la esencia de las cosas que no es más que el reflejo lejano de los prototypos que habitan en la mente del Logos divino. Es lo que los Padres llamaban “contemplación de las naturalezas segundas”. Y son el poeta y el místico quienes, cuando comienzan a vislumbrar los destellos de los logoi divinos encerrados en el mundo material, los únicos que pueden anunciarnos ese mundo.
Pero si son ellos los que lo anuncian, todo estamos llamados a vivirlo, aunque con una condición: quererlo. Se trata de un conocimiento que exige una anábasis, es decir, un ascenso que es la vez progreso del alma hacia Dios al que encontrar, como afirmaba San Agustín, en lo más íntimo de su misma intimidad. Y el sendero de ese ascenso es, como dice el autor del libro, el amor.
Y luego de la introducción, se abre el libro con 13 poemas. Robo el último de ellos para dar gusto a los lectores del blog:

Estampa monacal
Al monasterio del Cristo Orante

El cielo, la montaña penitente,
un aire azul, el nardo florecido;
el Espíritu Santo que, escondido,
vivifica tu encanto prominente.

Un dintel invisible por el frente,
umbral de ese jardín desconocido
donde duermen las hadas; y el gemido
de un secreto de Dios se hace presente.

En la cima del yermo: mi semblante,
un surco mineral y el nenufario
reposan a los pies del Monasterio…


Los monjes semejando al Cristo Orante,
descubirendo en los pliegues de un breviario:
el mito, la plegaria y el misterio.

5 comentarios:

  1. Querido Wanderer, muchas gracias por dar a conocer estos versos míos, que son también los de un caminante desterrado, en viaje de regreso.
    Me alegro en ser de los primeros en comentar, pues quisiera decir dos cosas: primero, por ser éste un lugar común de muchos amigos, aprovechar para agradecer públicamente -es un deber y así lo siento- la generosidad y paciencia de los que me animaron y aconsejaron, de los que revisaron y corrigieron este breve pero brioso poemario: Antonio Caponnetto, Eduardo Allegri, Jorge Ferro y el monje Diego de Jesús. A ellos, amigos perseguidores de la Belleza, toda mi gratitud y respeto.
    ...

    Lo segundo, es corroborar enérgicamente sus preclaras palabras sobre el modo de conocer la intimidad de la realidad; y el necesario auxilio de la poesía para decir lo indecible, para expresar destellos de ese vasto mundo invisible que jamás podrá ser prisionero de un concepto ni encontrará asilo en la mera razón discursiva. La realidad es inasible y lo que vemos no es más que un trazo imperceptible en su amplio seno, como dijo Pascal. O lo de Chesterton, que sólo vemos las espaldas del mundo. O lo de Newman, o lo de... En fin, sólo quería decir que sin las intuiciones que nos comprometen el ser, nos quedamos a mitad de camino.
    Y todo esto viene a cuento para justificar el poema central y vital del libro, "santa nostalgia". Porque ese paraíso vislumbrado, ese destierro merecido y esa nostalgia santa -mientras se demora la Promesa y dura nuestra peregrinación- no puede compartirse de otra forma que no sea la poesía... Y aquí corto el hilo, mi amigo, para agradecerle de nuevo.
    Lo abraza cordialmente,

    J.A.F.

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  2. Excelente, que buena noticia... Poesía y Nostalgia.

    De este tema tan interesante (y connatural al hombre religioso), dijo algo hace mucho y aquí mismo Jack Tollers: http://caminante-wanderer.blogspot.com.ar/2013/12/volver-o-llegar-una-respuesta-sem-antico.html

    El encuentro con la belleza, nos hiere...y deviene en nostalgia.

    Mario Santos

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  3. Qué título y qué autor tan prometedores!
    Con arrebato y no sin cierta glotonería fui a conseguir mi ejemplar.
    Y con esta disposición empecé a fagocitar destempladamente este librillo; hasta que algo en el introito del Autor me invitó a un silencio, si se quiere, musical. Como el repiqueteo de la batuta del director antes de comenzar con la ejecución de la obra, o como la forma de acercarse al Evangelio luego de reconocerse indigno y dejarse arrastrar en una Lectio Divina...
    El poeta ve, y lo que ve es Bello, y el alma conmovida por esta Calofanía no puede hacer otra cosa que cantar.
    Eso es la Poesía - Salmodia. Comprometer en la visión, las potencias cordiales del hombre. Así, es una persona más íntegra la que canta-reza, previniendo de ciertas desviaciones modernosas que escinden la sensibilidad de la inteligencia.
    En algo tal vez no esté tan de acuerdo con lo antedicho arriba; y es que la Poesía no es que llega a lugares que la mente no, en definitiva quien lleva es Dios. Lo que pasa es que la poesía se toma ciertos atajos y previene de divorcios interiores en el hombre.
    A quienes ven con mente y corazón (o corazón diría sólo un padre de la Iglesia) y no pueden cantar, esos, que "recen dos veces", pues su única manifestación no puede ser otra que el Silencio.

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  4. Shhhhh... pocos comentarios, porque estos versos se disfrutan mejor en silencio.

    El linyera errante

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  5. Hola! En la introducción, además de dar razones por la cual resulta necesario hablar de la nostalgia, el autor hace una justificación de la poesía para nombrarla... Es una verdad grande a la que convendría volver para seguir rumiando. Esto de la palabra poética que es la epifanía del pensamiento y del Ser. La mejor forma de llamar al Ser, digamos.

    Gracias!

    Ernesto

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