Estimado Wanderer: Ahí le mando traducción de un breve artículo escrito por un protestante americano de origen presbiteriano como botón de muestra de la lucidez y agudo caletre en tantos de nuestros “hermanos separados”—por la religión y por la lengua (¿y cuándo los católicos de lengua castellana aprenderemos a pensar y escribir así?). Cordialmente, J. T.
Nuestra frustrante finitud
por Peter J. Leithart
El escritor Raymond Tallis comienza su libro Of Time and Lamentation (que quizá se podría traducir como Lamentaciones sobre el tiempo) con una conmovedora descripción de cómo él experimenta el tiempo. Despertando a la mañana, dice que se encuentra “menos inclinado a reflexionar sobre el hecho de que un nuevo día ha llegado que al hecho de que todavía otro día más se ha ido”. ¿Y bien? Esa es una de las utilidades de la edad. Tallis promedia los setenta años y, colocado “en algún lugar entre la hora de la cena y medianoche, en el día de mi vida”, sabe que “el período durante el cual todavía permaneceré en control de mis capacidades, especialmente la capacidad de pensar, probablemente será mucho más breve que la cantidad de tiempo que me queda”. El ayer brillaba con sus promesas porque poseía “más del futuro que lo que hace al presente”. En momentos de lucidez, caemos en la cuenta de que además de ser seres temporales, también somos seres contingentes. Aquí no hacíamos falta. El universo habría quedado perfectamente contento y permanecido prácticamente igual si nunca hubiésemos existido. Y además somos dependientes—del oxígeno que respiramos, del agua que tomamos, de la comida que comemos, de la inimaginable y compleja trama de procesos corporales que operan enteramente fuera de nuestra conciencia, de la amistad y del amor. No sabemos todo lo que hay por saberse. Algunas cosas no podemos saber, algunas otras todavía no las sabemos; otras son sabidas por otros, pero no por nosotros. Nuestras debilidades e ignorancia nos fastidia. Nuestra finitud nos frustra.
Y Tallis vuelve todo esto más melancólico al fusionar realidades que el cristiano distingue. Para Tallis, vivir en el tiempo es vivir camino a la muerte. En cambio, los cristianos, creen que la muerte entró al mundo sobre los talones del pecado (Rom. 5:12-21). Pero también es cierto que a veces consideramos la finitud del hombre como una condición trágica. Damos de mano con las cosas que nos irritan y concluimos que seguramente han de ser resultado de la Caída. Estamos tentados de creer que si no fuésemos seres caídos, no estaríamos atados al tiempo, no seríamos así de ignorantes, de dependientes. Que si no fuésemos seres caídos, no seríamos seres finitos. A menudo los cristianos resbalamos hacia una especie de inconsciente “gnosticismo” por el que creatureidad y caída se nos hacen equivalentes.
Pero desde sus primeras páginas, la Escritura trata a la finitud como parte de la creación que Dios llamó “muy buena”. Cuando el primer día de la semana de la Creación, Dios trae la luz a la existencia. La luz dispersa la oscuridad original, pero Dios no elimina la oscuridad—al menos, no todavía. En lugar de eso, pone a la luz y a la oscuridad a danzar rítmicamente al compás del día y de la noche, baile que forma los atardeceres y los amaneceres de cada día desde entonces. Aquel ritmo temporal es bueno, y cuando Dios delega el gobierno del día y de la noche en las lumbreras celestiales, dice que eso es “bueno” también (Gén. 1:14-16).
Tallis dice que el tiempo es “inflacionario”. A medida que los años pasan el tiempo parece acelerarse a raíz de “la significación cada vez menor de las novedades y los acontecimientos diarios que llenan nuestras horas”. A medida que se acumulan los momentos, el valor de cada momento disminuye. Pero el tiempo también contaría con esta calidad inflacionaria aun para una persona inmortal. Indudablemente Matusalén lo había visto todo, y habría visto aun más si hubiera vivido durante milenios en lugar de los escasos 969 años que le tocaron en suerte.
Incluso sin la muerte, los momentos se acumularían y el tiempo padecería de inflación. La inflación del tiempo está inextricablemente unida a la existencia finita. Y con todo, Dios dice, “esto es todo muy bueno”.
Para vivir, hemos de alimentarnos, convirtiendo al mundo en parte nuestra. De acuerdo a Génesis I, siempre fue así. Antes de que Eva y Adán comieran del fruto prohibido, Dios les ofreció toda clase de plantas y frutas como comida (Gén. 1:29-30). Adán y Eva no hubieran podido cumplir con su cometido de crecer y multiplicarse individualmente, sin la participación del otro. La diferencia sexual y la recíproca dependencia constituyen rasgos del diseño mismo, no es un error. Los seres humanos no nos convertimos en seres dependientes después de la Caída. Fuimos creados seres dependientes. Y Dios dice, “todo es muy bueno”.
La condición original del hombre es una condición de temporalidad, de contingencia, de dependencia, de ignorancia. Constituiría una condición trágica sólo si diésemos por supuesto que estábamos destinados a ser eternos, independientes, omniscientes y omnipotentes como el mismo Dios. No es así. Somos creaturas, y nuestras limitaciones son parte “muy buena” de la creación. Si la finitud resulta frustrante, es porque constituye una frustración original, una frustración concomitante con la creación. Y eso significa que en realidad no puede ser una verdadera frustración. La verdad es que nuestra finitud es más bien una gloria, un don del Dios que declara que todo es muy bueno.
Tradujo Jack Tollers.
Estimado Wanderer: Después de traducir el artículo y enviarlo me he quedado pensando que hay una causa de verdadera frustración ante nuestra finitud, y que eso reside en el hecho de que con la Caída perdimos el don preternatural de la inmortalidad... y eso añoramos.
ResponderEliminar¿O estoy pensando mal?
Valeas,
J.T.
La finitud es frustrante, la contingencia es gozosa. La primera apunta a la nada, la segunda a la Fuente del Ser.
ResponderEliminarEscribe bonito el inglés y en eso me recuerda a Borges, pero no dice nada demasiado profundo.
ResponderEliminar¿El sereis como dioses no significa la tentancion a la inmortalidad, talvez lo unico que Dios no concedio al hombre?
ResponderEliminarDisculpen la ignorancia.
En el post anterior, escribí sólo un botón de muestra de la realidad que vivimos en los colegios Católicos; no sólo en los colegios, sinó que es un fiel reflejo de la Sociedad, la familia, las entidades e instituciones que la conforman (por lo menos en esta parte del globo).
ResponderEliminarPor supuesto, que no esperé su publicación; pero no ignoro, que el comentario no muere en la papelera de reciclaje, poco me importa, al contrario, sé que llega a destino, por eso fui claro.
Con respecto al comentario del estimado Jack.
Considero que todos somos instruidos por Dios, Él es nuestra buena conciencia, cada uno a su tiempo; no es un tema de capacidades, pensamientos, edades ó ancianitud; más creo, que es un tema de pruebas, acontecimientos y revelaciones personales que nos encaminan a la FE y a la Verdad.
Luego, la Palabra Dios que nos sembraron comienza a germinar a vivir; por Gracia, entrega y Sacrificio hay que regarla, y crece.
En los Evangelio, única Revelación de Dios, conformamos nuestra vida con Jesucristo.
Dios vió y dijo que todo era "muy bueno" antes de la caída de nuestros primeros Padres, San Adán y Eva.
Luego prometió un Salvador, lo envió, derrotó la muerte, pagó por nosotros y sigue haciéndolo en cada Santa Misa, y continúa derramando Su GRACIA a través de Su Iglesia, a través de sus Santos que blanquean Sus Vestiduras en la Sangre del Cordero, sin preferir la Vida a la Muerte.
Jesús N.S. esta Vivo, y sigue amándonos y corrigiéndonos, "cada uno a su tiempo". Debemos anunciarlo.
También, cuando cantamos "Feliz culpa que nos mereció al Redentor", es porque por Su misma Gracia y nuestra entrega, el Adversario está por lo menos acorralado; y no porque naufragamos en el lodo.
Al Final, la Oscuridad, las tinieblas, los enemigos serán derrotados y puestos bajo los Pies del Rey con Cetro de Hierro.
A mi entender, al libro, al comentario le falta caminar en la Revelación. Me suena a "démonos buena vida, disfrutemos y esperemos en Dios, Él proveerá".
La ilusoria infinitud ("La filosofía de las islas", de Chesterton) de la criatura es frustrante; es el deseo de la criatura humana de ser como Dios pero sin andariveles.
ResponderEliminarTenía entendido que la muerte fue el pago por la caída; por el pecado original. Creo que el autor del texto va un poco desencaminado.
ResponderEliminarNo puedo estar de acuerdo con JT en que no haya católicos de lengua española escribiendo en prosa y poesía eximia. Desafortunada opinión.
ResponderEliminarMe pareció acertado el final al decir que la finitud no puede ser una verdadera frustración sino más bien una gloria, porque es un don de Dios que declara que todo es muy bueno.
ResponderEliminarPero si las cosas son así, ¿por qué la finitud es para nosotros una carga frustrante que nos angustia y nos aliena? Tal vez porque nos atemoriza pensar en la muerte, tanto nos aferramos a esta vida y a las pocas o muchas cosas que poseemos y disfrutamos, que nos resistimos a pensar que un día nos tendremos que ir desnudos como vinimos.
Y sospecho que ese temor a la muerte es indirectamente proporcional a nuestra fe, a mayor fe, menor temor a la muerte; a menor fe, mayor temor.
De modo que así como gracias a la fe sabemos que la muerte no es el fin de nada sino el principio de todo, si no tenemos fe la muerte es el fin de todo porque más allá de ella no hay nada de nada.
Así las cosas, sin fe la muerte nos iguala a un perro o a un cerdo porque nuestros huesos y los de ellos tendrán el mismo destino: pudrirse y desaparecer.
Tal vez por eso en tiempos de la Cristiandad el hombre era más feliz, entonces el mundo era teocéntrico, todo giraba alrededor de Dios y morir era nacer a la vida eterna.
Hoy, en cambio, el hombre es cada vez más infeliz, la felicidad sólo la encuentra en los bienes materiales y detesta pensar en la muerte porque desprenderse de lo que posee lo siente como una tortura. Es el tiempo en que la noche de la apostasía lo invade todo.
Me imagino que esa debe ser la forma de pensar de un buen comunista en la China comunista. Y a nadie mejor que a él le sentaría como traje a medida la regla inversamente proporcional: cuanto mejor comunista, más grande la frustración por la finitud de esta vida terrenal.
En el extremo opuesto, los grandes santos han sido los más felices en esta vida, ellos se tuteaban con la muerte y la trataban como a su mejor amiga.
Nadie lo ha sintetizado mejor que Santa Teresa de Jesús: "vivo sin vivir en mi y tan alta vida espero, que muero porque no muero".
El anónimo de las 14:53 dice que el artículo este no es "profundo". Pero a mi juicio lo de "profundo" me parece un adjetivación... ¿qué diré yo?, superficial. Por ejemplo, ¿San Juan de la Cruz es "profundo"? ¿El Evangelio lo es?
ResponderEliminarY no vaya a creer, en Borges también se pueden encontrar cosas inteligentes, sapienciales y no enteramente frívolas.
23:29 terminado el curso de sus días Adán pasaría del paraíso al cielo sin morir, Dios no hizo la muerte, sino que por el pecado entró la muerte.
ResponderEliminarLa muerte natural no es consecuencia del pecado. En el Génesis Dios les dice: "el dia en que coman, morirán ". Pero resulta ser que comieron, pero no murieron.
EliminarLo que es consecuencia del pecado es la "muerte segunda " o la muerte eterna.
El tópico de la conciencia de la finitud en el paganismo es también todo un tema hoy día: la amargura llegados los 40 o 50 años, el divorcio, las cirugías, tatuajes a toda edad, perpetua adolescensia, pretensiones de reinventarse, el "aprovechar para hacer viajes", y otras tonterías que llenan a la pobre gente por 5 minutos, tienen que ver con esto, con el saberse mortales y que 20 años pasan volando.
ResponderEliminarUna "disconformidad" inevitable y perpetua, para el que no acepta y vive la idea y realidad de la Providencia.
Pobre gente.
Probablemente no entienda el artículo. Pero no creo que la finitud sea una gloria, más bien la gloria seria poder vencerla. Vencer a la muerte. Salvarse o mejor dicho que El nos salve.
ResponderEliminarEs un bello artículo. Gracias Sr. Tollers.
Frustrante que no amen a Cristo.
ResponderEliminarDe acuerdo con Tollers respecto de Borges y del asunto de la "profundidad", o no, del articulo y de cualquier escrito. Hay "profundidades" que no son tales... o que si lo son, pero por mediocres o perversas. No es el caso evidentemente. Por el contrario, exquisitamente escrito, bello, y SUSTANCIAL, que esto es lo que cuenta.
ResponderEliminar22:03 si murieron no inmediatamente pero para ir al cielo antes sufrieron la muerte.
ResponderEliminar8:31
ResponderEliminar¿El Evangelio lo es?
Me pierdo...me es imposible entender la replica ....
Es infinitamente profundo, por más superficial que sea la adjetivación.
Y estoy seguro que lo de la inexistencia de eximios católicos de lengua española ...ha sido sólo un descuido.
Cito: La muerte natural no es consecuencia del pecado. En el Génesis Dios les dice: "el dia en que coman, morirán ". Pero resulta ser que comieron, pero no murieron. Lo que es consecuencia del pecado es la "muerte segunda " o la muerte eterna.
ResponderEliminarSegún la Teología católica con el auxilio inestimable de San Pablo, la muerte es el pago del pecado; la muerte física, se entiende, no la condenación eterna, de la cual podemos librarnos pese a la muerte física y gracias a la Resurrección de Cristo, que es la primicia de la nuestra. Adán y Eva murieron, efectivamente y este punto es indiscutible.
Santo Tomás, aún aceptando que la materia del hombre es por principio corruptible (mortal si Ud. quiere) indica que la forma substancial, que es espiritual -que adecua la materia a su propio fin, que es eterno- no lo es, de modo que el hombre, que es un compuesto, no es naturalmente mortal, a pesar de que la materia lo fuera (S.Th.I-IIæ, q. 85-6). El desorden del pecado introdujo una inversión: prevaleció la materia corruptible sobre la forma incorruptible y así entró la muerte al mundo.
«Dios, a quien está sujeta toda la naturaleza, en la creación del hombre suplió el defecto de la naturaleza y con el don de la justicia original dio al cuerpo cierta incorruptibilidad, como hemos dicho en la primera parte (q.97 a.1). Y en este sentido se dice que Dios no hizo la muerte y que la muerte es castigo del pecado.»
Por eso San Pablo afirma sin lugar a dudas que la última en ser vencida, será la muerte. No la muerte segunda, es decir la condenación eterna, sino la muerte corporal, efecto del desastre del pecado. Sino, deberíamos afirmar con ciertos escritores modernos y modernistas que el infierno está vacío. Porque si la muerte fuese solamente la condenación, al ser cosa cierta que será vencida, no habría lugar para la condenación eterna.
Espero que esto le ayude con su duda.
Martín Silva
Estimado Wanderer. Tal vez sirva para un articulo que a su vez origine un debate respecto de los hechos protagonizados por unos jovenes austriacos que protagonizaron (a mi juicio) mucho mas que una aventurilla o travesura.
ResponderEliminarhttp://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=36189
Usted vea.