[La publicación de Traditionis custodes ha traído un efecto colateral es volver a cuestionarnos acerca de concepto de obediencia que inundó a la Iglesia a partir de la Contrarreforma como consecuencia de la espiritualidad jesuita. El hecho de considerar una virtud —y una gran virtud— la obediencia ciega a los superiores se enseñó en los conventos y en los seminarios y se impuso a los laicos, que deben obedecer ciegamente lo que dice su director espiritual. Y los resultados han sido catastróficos.
Publico a continuación una síntesis de un imprescindible ensayo de John Lamont sobre el tema, que recomiendo vivamente leer en tu totalidad, y que fue publicado en 2018 por Rorate Coeli].
[…]
Se trata de la influencia dentro de la Iglesia de una concepción de la autoridad como una forma de tiranía, en lugar de estar basada y constituida por la ley. Este ensayo presentará la naturaleza de esta concepción, describirá cómo llegó a ser influyente y explorará algunos de sus resultados más significativos.
Los orígenes intelectuales de esta concepción de la autoridad y la obediencia se encuentran en gran medida en la teología y la filosofía nominalistas. Guillermo de Ockham se posicionó notoriamente con respecto al dilema de Eutifrón al afirmar que las acciones buenas son buenas simplemente porque son ordenadas por Dios, y que Dios podría hacer que la idolatría, el asesinato y la sodomía fueran buenas, y que la abstención de estas acciones fuera mala, si ordenara que se realizaran. Esta concepción de la autoridad divina incentiva una concepción tiránica de la autoridad en general —, aquella basada en la voluntad arbitraria de quien posee el poder—, y no en la ley.
Una concepción de la autoridad basada en la ley, por el contrario, sostiene que la ley derivada de la naturaleza del bien proporciona la fuente de la autoridad de un gobernante, y delimita la esfera en la que un gobernante puede dar órdenes. Los estudiosos saben desde hace tiempo que el predominio del pensamiento nominalista en el siglo XIV dejó su huella en el pensamiento católico durante siglos, y que las tesis nominalistas claves permanecieron arraigadas incluso en estudiosos que creían defender tradiciones antinominalistas. La naturaleza de la autoridad fue una de estas tesis. Todos los teólogos y filósofos católicos de la Contrarreforma sostenían que la ley y la obligación moral debían entenderse como el resultado de la orden de un superior; Suárez dio una descripción característica de la ley en este sentido como “el acto por el que un superior quiere obligar a un inferior a la realización de un determinado acto”.
El restablecimiento de la disciplina del clero y los religiosos fue uno de los principales objetivos de la Contrarreforma. Aunque las teorías de la ley y la autoridad que guiaron esta restauración diferían de una posición nominalista pura, lo cierto es que estas diferencias se perdieron cuando se idearon los principios prácticos para la formación de la obediencia. Estos principios encarnaban una comprensión tiránica de la autoridad, y una comprensión servil de la obediencia legítima que consistía en la sumisión total a la voluntad del superior. La formulación más influyente de estos principios se dio en los escritos de San Ignacio de Loyola sobre la obediencia. Los elementos clave de la noción ignaciana de autoridad son los siguientes:
- La mera ejecución de la orden de un superior es el grado más bajo de obediencia, y no merece el nombre de obediencia ni constituye un ejercicio de la virtud de la obediencia. […]
- Para merecer el nombre de virtud, el ejercicio de la obediencia debe alcanzar el segundo grado de obediencia, que consiste no sólo en hacer lo que el superior ordena, sino en conformar la propia voluntad a la del superior, de modo que no sólo se quiere obedecer una orden, sino que se quiere que esa orden concreta se haya dado, simplemente porque el superior lo ha querido. […]
- El tercer y más alto grado de obediencia consiste en conformar no sólo la propia voluntad, sino también el intelecto, a la orden del superior, de modo que uno no sólo quiere que se dé una orden, sino que realmente cree que esa orden era la correcta, simplemente porque el superior la dio. […]
- En el grado más alto y meritorio de la obediencia, el seguidor no tiene más voluntad propia para obedecer que un objeto inanimado, [perinde ac cadever, como si fuera un cadáver].
[…]
El desarrollo completo de una concepción tiránica de la autoridad religiosa y de una concepción servil de la obediencia se encuentra en la obra de Alfonso Rodríguez S.J. Práctica de la perfección y de las virtudes cristianas. Esta obra, el manual de teología ascética más leído de la Contrarreforma, se publicó en 1609. Fue de lectura obligatoria para los novicios jesuitas hasta el Concilio Vaticano II. Su contenido fue aceptado como la interpretación correcta de la enseñanza de San Ignacio sobre la obediencia. En su propuesta de examen de conciencia, el P. Rodríguez exige al penitente, entre otras cosas, “Seguir la obediencia ciega, es decir, la obediencia sin indagación ni examen, ni búsqueda de razones del por qué y del para qué, siendo para mí razón suficiente que sea obediencia y mandato del Superior”.
Al igual que otros autores, Rodríguez hace la habitual excepción de la obediencia a mandatos manifiestamente contrarios a la ley divina. Sin embargo, se ha observado que la doctrina jesuita del probabilismo tiende a anular esta excepción. Según esta doctrina, no hay pecado en hacer cualquier acción que una autoridad reputada sostiene que es permisible; y el superior religioso de uno normalmente cuenta como una autoridad reputada. También hay un hecho psicológico que tiende a hacer ilusoria esta excepción. Interiorizar y practicar esta noción de obediencia es difícil y requiere tiempo, motivación y esfuerzo. Cuando se ha hecho con éxito, tiene un efecto duradero. Una vez que se ha destruido la capacidad de criticar las acciones de los superiores, no se puede revivir esta capacidad y su ejercicio a voluntad. Seguir la directriz de rechazar la obediencia a los superiores cuando sus órdenes son manifiestamente pecaminosas se vuelve entonces psicológicamente difícil o incluso imposible.
Esta concepción de la obediencia no quedó como una peculiaridad de la Compañía de Jesús, sino que llegó a ser adoptada por la Iglesia de la Contrarreforma en su conjunto, imponiéndose en los seminarios nacidos de la Contrarreforma. […]
El enfoque jesuita de la manifestación de la conciencia contribuyó a inculcar una comprensión totalitaria de la autoridad. San Ignacio no sólo alentaba sino que exigía la manifestación de la conciencia, y exigía que la manifestación se hiciera al superior religioso. La manifestación de conciencia incluía “las disposiciones y deseos para la realización del bien, los obstáculos y dificultades que se encuentran, las pasiones y tentaciones que mueven o acosan al alma, las faltas que se cometen con más frecuencia... el modelo habitual de conducta, afectos, inclinaciones, propensiones, tentaciones y debilidades”. Exigió que tal manifestación se hiciera cada seis meses, y ordenó que todos los superiores e incluso sus delegados estuvieran capacitados para recibir estas manifestaciones. En lugar de restringir el propósito de la manifestación de conciencia al bienestar espiritual del manifestante, no sólo permitió sino que exigió al superior que utilizara el conocimiento de sus subordinados obtenido a través de la manifestación de conciencia para los propósitos del gobierno.
La novedad de esta forma de entender la obediencia puede verse contrastándola con la posición de Santo Tomás de Aquino, quien considera que el objeto propio de la obediencia es el precepto del superior (Summa theologiae, 2a2ae q. 104 a. 2 co., a. 2 ad 3). El grado más bajo de obediencia de San Ignacio, al que éste no considera virtuoso, es considerado por Santo Tomás como la única forma de obediencia posible. Sostiene que las supuestas formas superiores de obediencia de San Ignacio no caen bajo la virtud de la obediencia en absoluto:
Séneca dice (De Beneficiis III): "Es erróneo suponer que la esclavitud recae sobre todo el hombre: porque la mejor parte de él está exceptuada". Su cuerpo está sometido y asignado a su amo, pero su alma es suya. Por consiguiente, en lo que se refiere al movimiento interno de la voluntad, el hombre no está obligado a obedecer a sus semejantes, sino sólo a Dios. (2a2ae q. 104 a. 5 co.)
Santo Tomás considera que la virtud de la obediencia sólo implica el sacrificio de la propia voluntad. Por el contrario, Rodríguez aclara que no es la voluntad propia, sino toda la facultad humana de la voluntad en sí misma la que debe ser sacrificada. Se trata de un sacrificio en el sentido de un abandono y una destrucción, ya que implica eliminar la operación de la propia voluntad y entregarla a la voluntad de otro ser humano. Santo Tomás tampoco piensa en la obediencia como una forma virtuosa de ascesis personal. No sostiene que obedecer un mandato que nos disgusta sea mejor como tal que obedecer un mandato que nos alegra cumplir.
[…]
La concepción de la autoridad religiosa y de la obediencia religiosa que se impuso en la Iglesia a partir del siglo XVI fue, pues, una innovación fundamental que se apartó de las posiciones católicas anteriores. Llegó a influir en la Iglesia a través de la formación impartida en los seminarios para los sacerdotes diocesanos y el enfoque de la disciplina en las congregaciones religiosas. La vida cotidiana de los seminaristas y los religiosos estaba estructurada por una multitud de normas que regulaban las minucias del comportamiento, y las actividades que se salían de esta rutina generalmente sólo podían realizarse con el permiso del superior. Este permiso se denegaba arbitrariamente de vez en cuando para fomentar la sumisión de los subordinados. No se motivaban las órdenes y no se respondía a las preguntas sobre los motivos de las mismas.
Este enfoque de la autoridad tuvo efectos perjudiciales para el clero y los religiosos. La prestación de la obediencia servil de los subordinados destruía la fuerza de carácter y la capacidad de pensamiento independiente. El ejercicio de la autoridad tiránica por parte de los superiores produjo un orgullo desmesurado y una incapacidad de autocrítica. El hecho de que todos los superiores comenzaran en una posición subordinada significaba que el ascenso se facilitaba para aquellos que dominaban las artes del esclavo: la adulación, el disimulo y la manipulación.
En cuanto a los laicos, por lo que el efecto de la promoción de una concepción servil de la obediencia, fueron infantilizarlos en la esfera religiosa. Esta infantilización puede observarse en el arte y la devoción religiosa, especialmente a partir del siglo XIX, y en la disposición a prestar obediencia ciega al clero. La disociación resultante entre la madurez adulta y la creencia religiosa socavó la fe y el compromiso religioso entre los laicos, y contribuyó a la constante secularización de las sociedades católicas.
Esta exposición de la historia y la naturaleza de una concepción tiránica de la autoridad en la Iglesia explica muchos rasgos de la crisis de los abusos sexuales. La madurez psicológica es necesaria para resistir con éxito la tentación sexual. Al atacar esta madurez, la inculcación de una concepción servil de la autoridad hace muy difícil la castidad. Las personalidades deformadas e inadecuadas de quienes se sienten atraídos por la actividad sexual perversa no se descubrirán en un sistema de formación que se basa en inculcar la obediencia servil. Estas personas suelen ser buenas en el servilismo y el disimulo. Prosperarán en un sistema basado en la obediencia servil, mientras que los hombres de inteligencia y carácter lucharán bajo él. [N. del T.: Para quienes se animen, recomiendo la lectura del terrible libro de Marco Marzano, La casta dei Casti (Bompiani, Milano, 2021) que demuestra, con casos concretos y actuales, la aplicación de esta política de “institución total”].
Los superiores no pensarán que su propia autoridad está ligada a la autoridad de la ley, y no estarán inclinados a respetar y obedecer la ley como tal. Tendrán un fuerte incentivo para ocultar los abusos sexuales, porque la autoridad del clero sobre los laicos se basará en una concepción infantilizada en la que los clérigos son considerados figuras paternas casi divinas que no pueden hacer nada malo. Pero esta concepción se destruye si se hacen públicas las infracciones graves cometidas por el clero. Los laicos serán fácilmente persuadidos o intimidados para que guarden silencio sobre los casos de abuso sexual que encuentren. […]
La infantilización producida por esta forma de entender la autoridad contribuyó al abuso sexual de varias maneras. Una persona infantilizada no puede ejercer un juicio independiente y no es capaz de defenderse a sí misma ni a los demás. […]
La brutal verdad es que gran parte de los abusos sexuales de niños por parte de los sacerdotes se produjeron con la connivencia de los padres de estos niños. Testigo de ello es esta declaración de “James”, un niño que sufrió repetidos abusos sexuales por parte del cardenal McCarrick:
James afirmó que había tratado de decirle a su padre que estaba siendo abusado cuando tenía 15 o 16 años. Pero el padre McCarrick era tan querido por su familia, y se le consideraba tan santo, que la idea era incomprensible. ... James dice que, de niño, no tenía ningún lugar seguro para hablar de lo que le ocurría. “Ningún lugar. Ningún lugar. Mi padre no iba a escucharlo”. ... “Lo intenté un par de veces con mi madre, pero me decía ‘creo que te equivocas’. Mi padre nació en 1918 y mi madre en 1920. Fueron educados de forma que la Iglesia católica lo era todo. Mi padre era un hombre santo. Andaba con un rosario en la mano todo el día. Mis padres eran muy santos, y sus padres eran muy santos.”
[…] Esta concepción errónea de la santidad no fue el resultado de la estupidez de los padres de este hombre. Era lo que les había enseñado el clero, siguiendo una concepción tiránica de la autoridad. Significaba que eran incapaces de comprender que los sacerdotes podían ser malos, y que pensaban que esta incapacidad era virtuosa y un deber religioso. […]
[…] Pero sería un error pensar que el progresismo como tal es responsable de esta crisis, y que su derrota resolvería el problema. Las raíces de la crisis se remontan más atrás, y requieren una reforma de las actitudes ante la ley y la autoridad en cada parte de la Iglesia.
Excelente artículo. Me hizo acordar a lo que decía Castellani en Psicología Humana:
ResponderEliminar"El voluntarismo domina la época, empapa toda la Filosofía moderna y desde allí reina en toda la práctica, desde la técnica hasta la religión: los que mandan hoy día no son los contemplativos sino los prácticos; no los sabios, sino los expertos y astutos; no los más inteligentes, sino los más briosos y dominadores. “Dichosos los mansos porque ellos poseerán la tierra” —dijo Cristo. La tierra la poseen hoy día no los mansos sino los violentos. “Voy a destruir la tierra; porque la veo llena de violencia” —dice Dios a Noé. La herejía voluntarista nació en la Cristiandad Occidental en los siglos XVI y XVII, aunque la tendencia a esa desordenación existió siempre, naturalmente. Lutero es voluntarista. En el ámbito de nuestra raza, el voluntarismo está representado por Francisco Suárez, del siglo XVII, que en sus “Disputationes Metaphysícae” hizo una especie de compendio de la Filosofía Cristiana, pero introduciendo en ella el voluntarismo de Duns Scoto y de William Occam. Un jesuita y dos franciscanos: la herejía voluntarista (herejía filosófica, desde luego) comenzó en la Iglesia y después se propagó al Estado. Russell cree que los jesuitas introdujeron el voluntarismo; no los primeros jesuitas ciertamente, puesto que San Ignacio fue un contemplativo, Diego Laínez un especulativo aunque mediocre, Francisco de Borja un místico; pero después vino un práctico, Claudio Acquaviva, “el segundo fundador de nuestra Compañía”, como lo llama el P. Astrain, y comenzó el dominio de los prácticos, de los “briosos sin letras”, como dice el P. Mariana. Pero eso ya no era privativo de los jesuitas sino característica de una época naciente que había de reflejar Descartes. Descartes es tan voluntarista que sostiene que “toda afirmación proviene de la voluntad y no del intelecto”, es decir que toda afirmación no es ciencia sino creencia. Si el P. Mariana hubiese sido General de la Compañía de Jesús en vez del P. Acquaviva, es probable que la Compañía de Jesús hubiese seguido la línea de San Ignacio; pero al P. Mariana lo hubiesen muerto."
Estimado anónimo, comparto su opinión sobre este excelente artículo, pero resulta curioso que ese fragmento de Castellani que usted cita, al menos en parte dice todo lo contrario, porque afirma que San Ignacio fue un "contemplativo" que nada tuvo que ver con ese "voluntarismo", algo que después sí encarnaron el Padre Acquaviva y otros. Y lo ratifica con palabras terribles cuando revela que "si el P. Mariana hubiese sido General de la Compañía de Jesús en vez del P. Acquaviva, es probable que la Compañía de Jesús hubiese seguido la línea de San Ignacio, pero al P. Mariana lo hubiesen muerto."
EliminarEs muy interesante su observación sobre Castellani, Anónimo de 10:57, pero no estoy de acuerdo en disculpar a san Ignacio del desastre. Lo del blanco y el negro, y la carta de la obediencia dice lo que dice; como era lógico Pío XII elogió bastante la carta en cuestión...No sé si esa manera nefasta de ver la obediencia se debería a la ideosincrasia militar de san Ignacio, a su formación nominalista en París o a su carácter, pero los resultados han sido nefastos para la Iglesia.
EliminarEfectivamente, nadie escribió tanto ni tan bien sobre este asunto como Castellani. Y así le fue... es por esto, principalmente, que lo echaron de la Compañía (véase la biografía de Randle). Y es por esto, que al día de hoy, todavía lo tachan de "desobediente".
EliminarPor otra parte, el artículo todo de Lamont no parece sino un comentario de las andanzas de los kukués (¿o kukuses?) y del P. Buela que tan enérgicamente recomendaba las obras del P. Alonso Rodríguez, no sé si se acuerdan...
Hay un detalle que se suele pasar por alto: S. Ignacio fue un contemplativo sin maestros que lo guiaran ni una tradición que lo iluminara. Sta. Teresa tuvo a S. Pedro de Alcántara como starets, a la tradiciones carmelita, franciscana y dominica, S. Juan de la Cruz a Sta. Teresa, etc.
EliminarSan Ignacio a nadie, era autodidacta, sin guía de carne y hueso, sólo libros y mala teología (la santa de Ávila tuvo a lo mejores como Báñez) además de las facultades podridas de París. ¿Cómo no iba a dar frutos amargos fuera de las manos del fundador y sus colaboradores sus expresiones?
Melchor Cano intuyó el peligro inmediatamente con su mala leche habitual (de la que temían hasta los Papas). Lease sus escritos y ya aparecerán algunas opiniones muy parecidas a las del blog.
Bueno, la obediencia es una virtud. Y para el que la haya vivido aporta algo a su personalidad (y seguramente también a la vida espiritual)
ResponderEliminarSin embargo no es una excusa para sacudirse las responsabilidades y echar la culpa a otro ("solo soy un mandado")
Aquí no estamos hablando de los votos de un religioso, que vive encerrado en su monasterio)
Un sacerdote con cura de almas, que no hace votos, no puede hacer lo que quiera.
Depende del obispo de la diócesis, que es el que le incardinara o no y le autorizará a decir misa, predicar, confesar...(para controlar la doctrina y la calidad de su transmisión )
Y esto obliga a preguntarse a qué está obligado un obispo.
Cuando el Papa no puede quitar un obispo de su diócesis sin causa justa y cuando son los obispos los que tienen que presentar su dimisión al Papa ya indica algo.
Todo esto viene del motu propio de Francisco y de la legalidad de los Papas de cambiar la liturgia a capricho. Parece que es legal (porque como Rey Absoluto controla personalmente los medios para hacer leyes a los católicos)
?pero es legítimo ?
Mal puede ser legitimo cuando ha sido la liturgia de la Iglesia Latina durante la mayoría de los 2000años de su historia.
Es más:
Si lo que hay detrás, como es evidente para muchos, por la abundancia de pruebas, es una protestantizacion de la liturgia con el único fin escondido nacionalista de "unificarse" con los "hermanos separados" (los protestantes), esto es un cambio de religión encubierto, por lo que es completamente ilegítimo.
Además es contrario al derecho humano de libertad religiosa, por lo que cabría estudiar una demanda ante el Tribunal de los Derechos Humanos de la Haya.
Como la liturgia transmite verdades teológicas y las consecuencias de 70 años de misa heresiarca es el hundimiento del catolicismo y la negación en los sacerdotes y fieles a la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía (justamente como los protestantes, que no creen)...
...La consecuencia es evidente y cae por su propio peso:
Esa orden de Bergoglio es ilegítima y heresiarca.
Por tanto es obligación grave de todo fiel, ya sea laico, ya sea clérigo; ya sacerdote, ya obispo de NO obedecerla y de seguir en este punto su conciencia.
Por mucho que este porteño resentr s.j. intente convencernos, como los protestantes, de que la fe sin obras "salva" (?que Padre y Madre bueno condenaria por toda la eternidad a uno solo de sus hijos", dice, negando las palabras de Cristo)...
...Tarde o temprano habremos que morir y seremos llevados ante el Tribunal de Dios, donde tendremos que dar cuenta de lo que hemos hecho y de lo que no hemos hecho.
Seguir las ocurrencias del s.j., aunque sea en nombre de la "obediencia" debida es un pecado del que hay que dar cuenta y por el que seremos castigados.
Y no precisamente por la Pachamama de madera.
"...para el que la haya vivido aporta algo a su personalidad"...
EliminarBásicamente quita el "querer tener razon" y todo lo que trae detrás (soberbia, orgullo, dar a las cosas una importancia que no tienen...). Casualmente una epidemia en el mundo moderno.
Una de las funciones de un coach es precisamente ayudar a vencer este vicio de la personalidad para, superando eso que impide avanzar, llegue a otro nivel simplemente haciendo eso que se negaba a hacer.
naturalmente esto no es para cometer asesinatos y echar la culpa al coach.
Pareciera estar leyendo a Castellani, especialmente aquellas famosas cartas remitidas al superior de los Jesuitas sobre la formación en los seminarios, la obediencia enceguecida y la castidad como mera represión voluntarista de la libido. Creo que son de 1946. Decía que esa clase de obediencia servil es inmoral, porque quien se rinde de tal manera no merece, no hace méritos propios sino que entrega su salvación personal a su superior. Afirmaba que eso, sumado a otras condiciones que se dieron tras la Reforma, fosilizó la religión y se convirtió en "religión exterior", pariente pobre del fariseísmo y causa cierta de la ruina de la Iglesia. Ahi veo que hay un comentario anterior que recuerda también a Castellani, comentario que comparto totalmente. Gracias.
ResponderEliminarLa religión es siempre "religión exterior", porque es el comportamiento (público y libre) el que informa e influye en la psicología y, por tanto, en la "religión interior". Esto es Ciencia (psicológica), no una opinión.
EliminarRespecto a "fosilizar" la religión, la religión siempre es vivida por cada generación de una manera distinta. Y eso centrándose en los ritos, que han de ser inmutables.
Recuerde también que la religión católica es universal (?3.000 millones?)y que las normas han de ser validas para todos, lo cual es difícil, porque la sensibilidad a la religión, a los ritos y a lo que cada uno espera de ella depende de cada persona y de su cultura nacional.
Cualquier atleta sigue ciegamente las ordenes de su entrenador. No es una opción.
Pero únicamente en el entrenamiento, en la dieta y en el descanso-recuperación. Y esto es porque funciona.
La única manera de saber si algo es bueno (en este caso la obediencia al superior del seminario) es en los resultados. Si produce buenos sacerdotes o no.
Y recuerde que del sacerdote dependen los fieles de su parroquia.
Desde el Concilio las cosas no funcionan.
Apreciado amigo:
EliminarLa exteriorización de lo religioso parte del alma, de lo interior, de la "relación con Dios" que es la religión. Y le cito a Castellani:
«La vida devota no es un conjunto de prácticas y reglas fastidiosas, que fraccionan la vida, pero son ineludibles; una lucha contra los deseos permitidos que es necesario trabar para vencerse; en fin, la ejecución de lo más molesto para salir victorioso de sí mismo (Y, sin confesarlo, ¡se saborea la victoria!). Pues bien, ¡no, no y no! Todo esto es estar en el abecé de la vida espiritual; es no haber comprendido el esplendor de Dios y del hombre. La verdadera piedad, el amor verdadero, es una vida: una vida transformada, una vida apacible, llena de confianza en Dios; una vida gozosa, porque es libre, una vida amante, porque se ha dado, una vida de maravillosa dilatación del alma… ¡una novedad de vida! Una de las cosas más sorprendentes del Cristianismo, para el que lo mirase como una mera regla moral, sin espiritualidad, es ver cuántas veces los reprobados por Dios son precisamente los que quieren multiplicar los preceptos, como los fariseos de austera y honorable apariencia; mientras en la Epístola a los Gálatas San Pablo lucha por quitar preceptos en vez de ponerlos, con gran escándalos del beaterío de su época.
Es esto un ejemplo notable para comprender que lo esencial, para el Evangelio, está en nuestra espiritualidad; es decir, en la disposición de nuestro corazón para con Dios. Lo que Él quiere, como todo padre, es vernos en un estado de espíritu amistoso y filial para con Él, y de ese estado de confianza y de amor hace depender, como lo dice Jesús, nuestra capacidad (que sólo de Él viene) para cumplir la parte preceptiva de nuestra conducta."»
No hay duda que la obediencia ciega puede provocar lo contrario del bien que se persigue. Pero si San Ignacio fuera el responsable de haber convertido esa obediencia en todo lo contrario del bien que perseguía, habría que discutir si no estamos ante un caso de responsabilidad involuntaria o atenuada fruto de su pasado militar, puesto que es evidente que en medio del incendio que en esos días la Reforma estaba provocando en Europa creyó que el remedio ideal para su naciente Orden estaba en aplicar la obediencia ciega al Papa como un voto adicional.
ResponderEliminarNo en vano bautizó a su Orden como Compañía, una subunidad militar de infantería integrada por entre 70 y 250 soldados dentro de un batallón o regimiento.
¿De dónde sacó San Ignacio los tres grados de obediencia que le aplicó a sus jesuitas sino de su pasada experiencia como Capitán de una Compañía del Ejército de Castilla?
¿A quién se le ocurre que en medio del fragor de la batalla un Sargento se ponga a examinar la orden de ataque o repliegue que le acaba de dar su Capitán si de eso depende la vida o la muerte de sus hombres?
En todo caso, si la obediencia debida ha sido catastrófica para la Iglesia, habría que preguntarse si no lo es también para los ejércitos, porque a pesar de tener a la vista las desgraciadas consecuencias que provocó en la Iglesia -algo indiscutible- sería absurdo llegar a la conclusión de que si bien es mala para la Iglesia podría ser buena para las Fuerzas Armadas. Eso sería una locura, o es buena para todos o para ninguno.
Y la respuesta no es fácil, al menos en el caso de los militares. En la Argentina todavía sangra la herida por la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, pretexto que se aprovechó ladinamente para encarcelar a los vencedores del terrorismo marxista.
Desgraciadamente, 40 años después sus catastróficas consecuencias también están a la vista y constituyen una asignatura pendiente que tarde o temprano se habrá de saldar, esperemos que no sea de la peor manera.
¿Que tendrá que ver la Iglesia con el Ejercito? Ni en sus fines ni en sus métodos
EliminarLe sugiero que lea la respuesta que le escribí al anónimo del 9 de agosto a las 19:12, también vale para usted.
EliminarAdmirado Fuenteovejuna.
EliminarDesconozco casi todo sobre el Ejército Argentino, específicamente su legislación y sus orígenes, más allá de la Cruz de Borgoña de Patricios. La Ordenanza en España decía, en el Art. 5º del Oficial que: El Oficial cuyo propio honor y espíritu no le estimule a obrar siempre bien vale muy poco para el servicio... Esperaba el rey Carlos III al promulgar este artículo que sus oficiales, y sólo ellos, obrasen siempre bien. Siempre, cuando tenían orden de obrar bien, cuando no tenían orden de obrar bien e, incluso, cuanto tenían orden de no obrar bien.
Los oficiales son siempre responsables de sus actos, sin que puedan excusarse en el cumplimiento de órdenes que sean contrarias al honor militar. El concepto de honor militar se suele establecer en forma de consenso. Un comportamiento será honorable cuando lo sea para los pares de su autor. Esto trae consecuencia de reservarse a la hidalguía la carrera de las armas. Ya venían enseñados al respecto de casa, o al menos se podía presumir ello. Tengo entendido que en Argentina han existido tribunales de honor hasta hace unas décadas. No sé si le sirve.
Saludos.
Estimado Al Chivani
EliminarComo usted bien dice, hasta hace unas décadas en la Argentina las FF.AA. tenían tribunales militares para juzgar el honor de sus integrantes. Hoy eso ya no existe más, los militares son juzgados por jueces civiles y desde ayer tienen un flamante ministro de Defensa montonero, algo así como la ETA que operaba en España. Así que este tema de la obediencia que comentamos parece escrito justo para ellos. Me imagino lo que debe estar pensando...
Que pase bien el día.
Muy interesante el artículo. Siempre me ha llamado la atención el esquema de "obediencia al director espiritual" en los laicos que incluso se propone actualmente (por ejemplo, se lo encuentra en las propuestas de la espiritualidad del P. Iraburu).
ResponderEliminarPor la naturaleza de la vida laical, más aún hoy día, tener a alguien que vaya dictaminando acerca de todo tipo de nimiedades es algo más bien paralizante y enfermizo, fruto de personalidades inmaduras.
Es interesante ver como en la cristología de Santo Tomás de Aquino, fuertemente apoyada en la patrística, la plenitud de la humanidad de Cristo requiere el ejercicio de todas sus facultades. Así, por ejemplo, si Cristo no hubiera desarrollado un conocimiento experiencial, sería menos hombre por no usar su intelecto agente. En cambio, para estos esquemas ignacianos, pareciera ser que la plenitud del hombre está en apagar su inteligencia y voluntad, siendo una mera marioneta en manos de Dios (o de su ejecutor en la tierra, el director). Si se apaga al hombre, ¿puede haber verdadera santidad?
A la última pregunta (y no estoy en desacuerdo con el comentario): Sí, pero sólo si se apaga en el sentido de Juan el Bautista: "Es necesario que yo disminuya y que Él crezca".
EliminarEs el Fiat Voluntas Tua, pero no del Superior, claro.
"que yo disminuya" y fiat voluntas tua entiendo que debe tomarse no como una anulación de la propia voluntad libre e inteligencia, sino como una conformación de ambas potencias a la Voluntad e Inteligencia de Dios, que no siempre coincide necesariamente con la del superior.
EliminarEl asunto de la obediencia es de los más espinosos que existen y son muchos los matices que merece. Es curioso, por otra parte, que a tantos que se consideran partidarios del preconcilio en cuanto forma de vida de la iglesia les haya llegado el sentido de la des-obediencia de manos de Francisco, cuando antes se desesperaban, precisamente de la falta de sentido de la obediencia de los "progresistas". Independientemente de lo justificados que puedan ser los motivos, eso solo ya da motivo de reflexión. Es a partir del concilio (ya sabemos cual) cuando se pone más en tela de juicio la "obediencia ciega", solo que, con el famoso "espíritu del concilio" se pasan tres pueblos en dirección contraria. Es evidente que la obediencia ciega solo puede funcionar positivamente en ámbitos extremadamente restringidos (véanse por ejemplo las "absurdas" disciplinas que los padres del desierto imponían a sus discípulos y que lograban, de hecho, cambios positivos en sus almas), pero como no todo el mundo tiene la suerte de depender de un santo capaz de lo que los orientales llaman "cardiognosia" (conocimiento carismático de los corazones), nos encontramos con que es irrealista pretender que la obediencia ciega sea realmente una virtud (en ese sentido seríamos "sencillos como palomas" pero olvidaríamos ser "astutos como serpientes" y el Señor no recomendó solo una de las dos cosas). Es fatal la inocencia que permanece ignorante de que el mal existe y puede manifestarse en cualquier nivel e incluso "disfrazarse de ángel de luz". Sin embargo (es una percepción personal) no tengo muy claro que el hombre actual, incluido el hombre todavía creyente, necesite una exhortación a la obediencia crítica... lo de la crítica me parece como recomendar una tonificante copa de vino a un alcohólico. No es una valoración sobre el valor de la obediencia en sí, ni de la crítica en sí, sino sobre la actitud general que se observa en nuestros contemporáneos que, si en algo no creen, es en que alguien sepa nada mejor que ellos.
ResponderEliminar¡Contagiosíma tragedia, sí, señor! Desde la Compañía de Jesús, ese error doctrinal y práctico se ha transmitido a infinidad de instituciones, y lejos de perder virulencia con los siglos, en el XX se volvió mucho más nocivo e infeccioso. El texto de Lamont que tan oportunamente nos allega don Guánder, a ustedes los argentinos les hace pensar en seguida en el IVE, congregación religiosa nacida en su país y que ahí llegó a tener enorme influencia en la formación de las últimas generaciones de católicos. Pero lo que le trae a las mientes a un español es, por supuesto, el Opus Dei: instituto que se proclama «laical» pero que paradójicamente es la fuente de inspiración donde el P. Buela se infectó de esa herejía y heteropraxis, y no directamente en los jesuitas.
ResponderEliminarHombre, y el fundador del Opus Iudei de dónde cree que sacó sus brillantes ideas de gobierno... y de todo... pues de los jesuitas, claro está (y también pervirtió las ideas del fundador de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey, si no me equivoco, que también había salido de los jesuitas).
EliminarEscribá es el summum de lo que estaba mal antes del Concilio, y por eso se lo considera un precursor del Concilio (llegan hasta poner eso como causa de canonización).
Con razón se dijo que si Castellani fuera canonizado, habría que descanonizar antes a Escribá.
El fundador del Opus Dei sacó sus ideas de lo que en su época estaba de moda o era conocimiento común de un sacerdote informado.
EliminarNo era necesariamente de los jesuitas.
Aunque es normal que por las experiencias evangelizadoras de estos (ej. el P. Angel Ayala s.j. "Formación de Selectos" ) copie o adapte lo que crea que le conviene.
Y luego fue la propia experiencia de crear, buscar socios, mantener su organización y gobernarla lo que de verdad le da los conocimientos que necesita.
Si se refiere a su autoritarismo, recuerde que eso es una orden religiosa y que los primeros miembros están repartidos por toda España, no viven en una sola ciudad (de los consejos que manda en sus cartas sale "Camino" y ellas como éste sirven para que funcione solo)
Luego, lo que se olvida es que su organización nace durante el anticatolicismo de la masonería y del genocidio católico durante la Segunda República Española Bananera...y el clima de fervor católico después de la Guerra Civil española, porque todos los españoles quedaron hartos de tanta guerra.
Es natural que eso informe su organización, por lo menos mientras que los que hayan vivido esas experiencias sean sus dirigentes.
Parece que las expresiones y el concepto general no fue invento de San Ignacio ni exclusivamente a su pasado militar. En todo caso, seria más sensato atribuírselo a sus raíces vascas.
ResponderEliminar(Al respecto, hay civiles que son peores que los militares en el ejercicio del mando y la autoridad, porque nunca la sufrieron realmente. Existe un prejuicio en este sentido que imagina que una unidad militar es fácil de conducir porque son todos robots. No tienen ni idea de lo que es es mantener la cohesión en un grupo de hombres para cumplir la misión. Se imaginan que basta la amenaza y la coerción y sanseacabó. Por eso muchos civiles que de golpe se ven en un puesto jefatural lo primero que hacen es ejercer esta forma corrompida y mistificada del mando. Lo de la mentalidad anárquica que prolifera en nuestros medios, contracara de la obediencia servil, es otro capítulo)
“Nuestro Padre Ignacio recogió de los antiguos Padres dos expresiones metafóricas que si se tomaran literalmente engendrarían una monstruosidad. Como bastón de hombre viejo hay que obedecer y a manera de cadáver hay que obedecer: sí señor, pero no antes que la conciencia moral haya asimilado el mandato, colocándolo en la línea de su conocimiento de Dios y haciéndolo escalón de fe y de caridad divina. Es evidente que esto no se puede hacer con una cosa torpe, absurda o ridícula. El "ir a tomar la leona y traerla al superior suyo" podrá haber sucedido en la prehistoria del Cristianismo, aunque por cierto a mí no me consta; pero ningún teólogo sensato lo tendrá por lícito en casos normales” (P. Castellani)
Es significativo cómo en este ambiente todos se dicen (nos decimos) castellanianos, pero cuando se citan ciertos textos incómodos de Castellani, muchos kukuses (y sus amigos, incluso con Institutos y "derechos de autor"), saltan como leche hervida.
ResponderEliminarEso explica quizá porque ciertos textos de L.C. hace varias décadas que no se publican (El ruiseñor fusilado) y si se publican, tienen mutilaciones (Cristo y los fariseos) o se los llena de notas y exégesis (Psicología humana) que a veces impiden distinguir los agregados de lo verdaderamente escrito por el Padre.
hay una edición de "El ruiseñor fusilado" por Athanasius Editor, Córdoba (tel 0351 424 0578)
EliminarEsa concepción de la obediencia ciega, basada en la autoridad por sí misma, está muy marcada entre los miembros del Opus Dei y, en términos generales, en los denominados grupos de tendencia "conservadora". Los progresistas sólo lo usan a conveniencia, sin creen en esto, pero sabiendo que por este lado pueden mantener a raya a sus detractores de la línea media.
ResponderEliminarVoy a intentar responder a dos cuestiones planteadas en los comentarios precedentes:
ResponderEliminar1) Fuenteovejuna sugiere que podría cuestionarse la obediencia ciega tanto para los ejércitos cuanto para la Iglesia. Respondo: De principios diferentes se siguen consecuencias distintas. El fin de una fuerza armada es la victoria en la batalla; el de la Iglesia, la salvación de las almas. Son distintos principios, luego las consecuencias son distintas e, inclusive, contradictorias, aunque se presenten muchas veces casos de analogías de atribución.
2) Por ahí se desmarca la des-obediencia como algo más característico de los modernistas y la obediencia "perinde ac cadaver" más asociada a sus opuestos. Pues diré que el cuestionamiento de la obediencia que prescinde del examen propio de la conciencia proviene más de sectores tradicionalistas que de cualesquier otros, como prueba la ejecutoria de Mons. Marcel Lefebvre, cuya desobediencia a las instituciones jurídicas de la Iglesia estuvo fundada en la obediencia a Dios y al mandato de la Tradición. Y como prueba esta misma página que, sin ser tradicionalista 100%, de todas maneras es bastante conservadora.
Estimado anónimo, no pierdo de vista que la Iglesia y el Ejército son dos cosas distintas, pero más allá de que el tema de la obediencia ciega sea un asunto por demás espinoso, es difícil aceptar que pueda ser inmoral para la Iglesia y moral para el Ejército, si es eso a lo que usted apunta.
EliminarDigo esto porque usted distingue que "el fin de una fuerza armada es la victoria en la batalla y el de la Iglesia la salvación de las almas".
¿Acaso significa eso que la victoria en la batalla es más importante que la salvación de las almas y por eso en el Ejército vale o se tolera la obediencia ciega y en la Iglesia no?
Si miramos bien, creo que la cosa sería al revés, porque con todo lo importante que es alcanzar la victoria en la batalla, no hay duda alguna que mucho más importante es la salvación de las almas. Y eso es así porque si la victoria militar puede salvar vidas por algunos años, la salvación de las almas es por toda la eternidad.
En todo caso, el abordaje del tema yo lo veo por otro lado, me refiero a la diferencia que existe entre el poder y la autoridad.
El poder nace de la fuerza, en tanto que la autoridad nace del prestigio.
El superior que se impone por la fuerza puede ser obedecido una o más veces, pero en algún momento el subalterno no soportará la presión y todo se desbordará de la peor manera. Si es en la Iglesia, pasando al estado laical y si es en el Ejército, pidiendo la baja.
Eso nunca ocurriría si el superior ejerce el principio de autoridad virtuosamente, dado que la admiración que despierta motiva al subalterno a cumplir prestamente la orden recibida en la inteligencia de que eso es lo más conveniente para su crecimiento personal y profesional.
Y lo dicho creo que vale tanto para la Iglesia como para el Ejército.
Estimado Fuenteovejuna:
EliminarLa obediencia en orden civil no precisa ser virtuosa, es decir, que exista como correspondencia exterior al acatamiento interior. La disciplina militar extrema este mismo argumento: no interesa el acatamiento interior, el mandato de la razón (actus dice Tomás de Aquino) previo al obsequio de la voluntad externa, sino que basta con el acto externo, la acción; pues se puede mandar a todo el hombre, pero no en todo. Pero la obediencia de la fe es distinta y en ese renglón, se manda a todo el hombre y en todo, puesto que es de parte de Dios. Pero no en cualquier cosa. No se pueden obedecer aberraciones o cosas irrazonables, como afirmar una tontera o una falsedad porque el superior lo manda. Allí creo que radica la gran diferencia entre una obediencia "perinde ac cadaver" o como bastón, de la obediencia de la fe. Que no creo fuera la intención de San Ignacio exigir una obediencia ciega y tonta, pues los jesuitas han dado al mundo hombres de una libertad espiritual encomiable en otros tiempos y también en este; y eso no se da en un ambiente donde la represión y el orden puramente formal imperan sino todo lo contrario.
Una pequeña disgresión: la dicotomía entre poder y autoridad se me hace falsa y peligrosa; manifiesta uno de los síntomas del idealismo que corrompe desde hace tiempo el pensamiento y la praxis católica. Al punto que a muchos les produce pruritos puritanos hablar en términos de “poder”, siendo como es parte constitutiva de todo el quehacer social, cultural y político. No les parece “católico”. Quizás por ello todos estos campos fueron abandonados vergonzosamente por los “mejores”
EliminarLa autoridad en sí misma es una fuerza (moral) y como tal, puede constituir la base del poder al igual que cualquier otra fuerza (física, económica, política, tecnológica, etc). Es la especificación de esas fuerzas hacia una causa final, determinada por una voluntad libre lo que constituye el poder. Dios es causa y fin de todo poder.
Contraponer dicho conceptos origina interpretaciones maniqueas de la praxis, donde la “autoridad” se la asocia tácitamente a la esfera del espiritualismo descarnado y el “poder”, a todas las trapisondas maquiavélicas en el orden de lo concreto.
Cuando se habla de “poder” se lo tiende a circunscribir erróneamente a la idea de “coerción” y “violencia”.
La autoridad que no se concreta en poder es irrelevante.
Santo Tomas, por ejemplo, ejerció poder a través de su autoridad moral e intelectual; de hecho transformó toda la fisonomía intelectual de occidente y aún hoy sigue resonando sus efectos: “contemplata alis tradere” (II-II q 188,a6); y esto mismo implica cierto “dominio”, aplicación de “poder”.
El obrar humano exige el “poder” en sus diversas formas , y de su empleo acertado o no surge la dimensión moral del acto: “imperium” se le dice a la consumación de la prudencia.
El“dominio” del orden creado no es una opción; es un mandato bíblico. Y el “poder”, el don que Dios participa al hombre para llevarlo a cabo
Estimado anónimo de las 12:12
EliminarAprecio su interesante punto de vista, especialmente el repudio de la obediencia ciega a una orden injusta que seguramente nunca fue la intención de San Ignacio.
Sin embargo, creo que en ese punto es preciso hacer una distinción, dado que cuando decimos que la obediencia ciega sólo puede dar malos frutos damos por sentado que la orden es injusta.
Pero si todo es según el color del cristal con que se mira, ¿que pasaría si la orden fuera justa y cumplirla ciegamente diera el mejor de los resultados?
¿Acaso puede un teniente examinar la orden de ataque de su coronel o un sacerdote la de su obispo si ninguno de los dos tiene la información necesaria para saber en consciencia si dichas órdenes son justas o injustas? Evidentemente no, de modo que si la obediencia ciega diera buenos resultados, todo indica que para saber si la orden es buena o mala, moral o inmoral, lo que habría que analizar no es su origen sino sus consecuencias.
Visto desde una perspectiva cristiana, creo que entonces vale la pena insistir en que el ejercicio de la autoridad, tanto por parte de un obispo como de un general cristiano, están -o deberían estar- íntimamente ligadas porque el objetivo a alcanzar debería ser siempre para la mayor gloria de Dios.
En una ciudad cristiana la Espada debe estar siempre al servicio de la Cruz, no imagino otra cosa en los tiempos luminosos de la Cristiandad cuando el mundo conocido era teocéntrico y nada se hacía sin pensar antes en el juicio de Dios. Y no sólo la Espada ponía alma y vida en esa empresa cristiana, también la Corona que mandaba a la Espada.
Si las órdenes de Isabel la Católica no hubieran sido virtuosas porque su poder era civil y no eclesiástico, nunca se hubiera podido llevar a cabo una epopeya tan grandiosa como fue la conquista y evangelización de América.
Hoy vivimos tiempos difíciles, la crisis es terminal, pero ya sabemos que Dios nunca necesitó del número, así que cuando todo parezca perdido no debemos dudar que el Cielo suscitará los obispos y hombres de armas santos para que las cosas vuelvan a su quicio.
¿Significa eso que mientras tanto debemos seguir perseverando hasta el fin sin entender en qué consiste el Plan de Dios?
Creo que si uno responde sí, estaría aceptando que a veces la obediencia ciega vale la pena. ¿Será tan así, o no?
Anónimo de las 12:28
EliminarQue el poder y la autoridad pudieran coincidir en la misma persona sería ideal, si así fuera nunca habría problemas.
La cuestión que aquí tratamos es cuando ambas cosas están disociadas y el superior que ejerce el poder actúa despóticamente porque no tiene autoridad sobre sus subalternos.
Anónimo de las 12:28
EliminarLa autoridad es reconocida, y la potestad elegida.
La autoridad no es un acto, sino una cualidad. La autoridad proviene del consenso de la comunidad sobre la capacidad, mérito o sabiduría superior de una persona en un campo. Por eso Santo Tomás fue autoridad mientras vivió, y lo sigue siendo hoy en día. Dios es la suprema autoridad, y toda autoridad terrena proviene de Él (Jn 9, 11).
La potestad, en cambio, es la capacidad o fuerza para hacer cumplir unos mandatos. La potestad es acto o acción. Y la potestad es necesaria porque ninguna comunidad política (incluyendo las autoridades civiles o las asociaciones privadas) pervive sin estructura, jerarquía y división del trabajo. O sea, sin orden (que también es atributo divino). o sea, sin que la ley se pueda imponer por la fuerza si se hace preciso (recordemos el pecado original, que entre otros males puede provocar la destrucción de la sociedad, de no ser contenido cuando aparece).
Dios es la suprema potestad, pero se manifiesta de forma extraordinaria. En el actuar humano ordinario, son las sociedades las que se dotan de potestades, por muchos tipos diversos de vías (asamblearia, delegada, elegida, designada, cooptada, por sorteo) y con todo tipo de limitaciones legales. Hay potestades tan débiles que apenas merecen el nombre, y otras tan fuertes que son tiránicas o incluso totalitarias.
Toda potestad debería estar respaldada por una autoridad para ser legítima (al revés que la mayoría, yo no soy muy partidario de que ambas idealmente tengan que coincidir en la misma persona o institución). Dado que toda autoridad deriva su autoridad de Dios, sobre el papel toda potestad legítima, en última instancia, proviene también de Dios, y si lo contradice, es ilegítima de derecho.
Se han escrito en los últimos siglos infinidad de tratados sobre la potestad, el modo de designarla y la forma de ejercerla, pero muy pocos sobre la autoridad y su importancia, porque la mayoría de los hombres aspiran a la potestad, pero pocos comprenden la importancia de la autoridad. La potestad se disfruta cuando se ejerce y se padece cuando es ejercida sobre uno. La autoridad, en cambio (como el honor) es otorgado por los demás. La autoridad pura no es buscada ni lograda, sino reconocida.
Sin caer en agustinismos, es tal la condición del hombre caído que resulta difícil concebir un poder sin abusos. La autoridad es la "forma" del poder y si no lo informa plenamente con facilidad se convierte en servidumbre. Lo constata Nuestro Señor cuando dice que "Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve".
EliminarSan Ignacio de Loyola utilizaba una lógica de la obediencia militar, es decir tiene una lógica dentro de la estructura jerárquica de un ejército. Y la lucha religiosa era contra el protestante imbuido de la misma lógica.
ResponderEliminarSi un comandante de la orden de atacar o resistir hasta el último hombre, se asume así porque el superior tiene un saber, carisma o unción que se supone que tiene por el grado militar a que ha llegado, y que se obedece porque se favorece a un bien común superior:
- En el grado más alto y meritorio de la obediencia, el seguidor no tiene más voluntad propia para obedecer que un objeto inanimado, [perinde ac cadaver, como si fuera un cadáver].
Y hoy en día también se da esta lógica de la obediencia "como si fuera uno un cadáver", sólo que hay que entender que el superior es una computadora cuántica, que tiene inteligencia artificial estructura bajo algoritmos de decisión casi divinamente perfectos... así lo creen...
Acción y reacción. Uno nunca es libre cuando reacciona. Queda limitado por la agresión que repele.
EliminarLa obediencia de San Ignacio de Loyola es la obediencia lógica y natural de la obediencia militar, derivado del mandato del Señor: quién no está conmigo esta contra mí. Presupone confiar en tu general, que no es un incompetente, un corrupto, un estúpido, un ignorante, un enfermo.
EliminarQue dice el anonimo 9 de agosto 21.53?..uno nunca es libre cuando reacciona? Falso. Uno no es libre cuando no puede decidir propiamente lo mas adecuado según la circunstancia...limitado por la agresión que repele? Es inadecuado introducir el adejtivo "limitado" respecto a una agresión pues lo mas libre y lógico es reaccionar frente a una agresión. Lo absurdo sería recibir una agresión y no reaccionar...reaccionar es parte de la libertad humana ya que el hombre se encuentra en constante toma de decisiones que son consecuencias de la relación y reacción con su entorno.
EliminarUno de los dogmas neocón es
ResponderEliminar"Prefiero equivocarme con el Papa que estar en la verdad contra él"
Exacto. Y la deriva termina en el apañamiento del "Superior".
EliminarExcelente post. Don Wanderer, pregunta: Igual ¿tan difícil puede ser darse cuenta de una orden injusta? Digo, fui cadete del colegio militar hace muchísimos años y me volvía loco, no ya con las ordenes injustas, sino desatinadas en la práctica de la vida cotidiana. Y jamás les entregué a esos superiores mi juicio personal.
ResponderEliminarA lo que voy es que me parece que hay que ser carne de cañón (léase, si se quiere, débil de carácter) para ser "obediente" en el mal sentido.
El Aislado.
Wanderer, esta mancha de fétido aceite de cadaver se extiende entre tradicionalistas y progresistas, izquierdistas y conservadores... es un vicio, una herejía, que debe extirparse de raíz o convertir la Iglesia Católica en un culto neopagano. Porque esa obediencia absoluta y el entregar los propios hijos al clero, eran signos de la religión pre-cristiana, de los repugnantes sacerdotes de afrodita exigiendo niñas vírgenes y los cultores de moloch-saturno inmolando sus hijos en el infernal fuego del ídolo-toro.
ResponderEliminarLa Sede Romana fue durante siglos como un sello que evitó el retorno del pontificado pagano y la restauración de la Roma pagana. Ahora ese "catejón" se corrió, lo esperable es que la bestia salga del abismo.
Focio
"Porque esa obediencia absoluta y el entregar los propios hijos al clero, eran signos de la religión pre-cristiana"...
EliminarNunca ha habido obediencia absoluta.
Entre otras cosas porque entonces había bastante más cultura teológica y todo el mundo sabía los derechos y los límites del Papa y de los obispos.
Sin contar con que la Iglesia estaba bastante dividida con cabezas celosas de su autoridad.
Un ejemplo es una catedral:
Quien manda en una catedral no es el obispo (que sí manda en la diócesis), sino los canónigos y de estos, el Deán, elegido democraticamente por ellos.
Otro: era muy normal que la autoridad del obispo no fuese total, porque los territorios de un monasterio solían depender de éste, donde había órdenes militares, de su propia jurisdicción. Ídem de los territorios adscritos a la Casa Real, que solían tener jurisdicción palatina.
Las desamortizaciones y el caos creado por la revolución francesa y las invasiones napoleónicas obligan a organizarse de una manera más efectiva.
"...entregar los propios hijos al clero, eran signos de la religión pre-cristiana, de los repugnantes sacerdotes de afrodita exigiendo niñas vírgenes"...
EliminarEso es totalmente ridículo.
La realidad es que el clero era altamente estimado y una situación respetada.
El problema estaba en que el poder (en ultima instancia el "poder" es siempre económico) de una familia estaba en las tierras que tenía.
Las tierras están contadas. Si en un sitio hay X hectáreas de tierra agrícola, solo hay X, no X+1.
Y los hijos obligan a dividir las tierras, por lo que el poder de la familia disminuye.
Una solución totalmente aceptada era que uno de los hijos entrase en religión (que en el caso de las mujeres no era gratis: había que aportar una dote que de alguna manera asegurase su manutención )
Es lo mismo que casarse:
La gente NO se casaba "por amor", sino para asegurar su estado. En el caso de personas con dinero o nobles, para conservar o aumentar su hacienda (de ahí la nulidad por rapto, esto es, por casarse sin consentimiento de los padres)
Simplemente era otro mundo que nosotros, clases medias, no podemos comprender porque no es el nuestro.
Sin embargo ese mundo no era tan malo como pudiera parecer. Era una manera de sobrevivir y, para la Iglesia, de tener una fuerte influencia en toda la sociedad.
La obediencia ciega, el fideísmo, la hipertrofia del papado son movimientos defensivos de una Institución que ve que, a partir del fin de la Edad Media, empieza a perder la batalla de las ideas en la filosofía y en la ciencia, simultáneamente pierde influencia material ya que se le sublevan naciones enteras con la reforma etc. Ya la misma fundación de la Inquisición fue un movimiento defensivo en 1184. El Concilio Vaticano II, fue un gran movimiento pragmático de supervivencia "si no puedes con ellos (el mundo) uneteles" y salvemos lo que podamos, visto está que no van a poder salvar nada "señor que nos hundimos"...
ResponderEliminarLo de los grados de obediencia es un disparate, lo haya escrito San Ignacio o Polanco. Parvus error... pero aquí no es parvus el error. De allí a decir que hay que obedecer los mandatos de la ONU no hay tanto trecho. Hay que repetirlo: Bergoglio es esencialmente jesuita, relleno de modernidad, pero jesuita.
ResponderEliminarLa obediencia ciega es lo propio de un grupo mafioso o de una secta, no hay mucho que razonar al respecto, sin importar en absoluto lo que haya dicho quien sea, en el año que sea, porque el Señor nos ha dado el don de la inteligencia y no creo que su voluntad sea que nos manejemos como idiotas que dependen de otro para decidir y obrar en consecuencia. De que hubiera valido, por ejemplo, que San Maximiliano Kolbe diera su vida, si hubiese sido obligado a ello. Siempre el Señor apela a nuestra capacidad de decidir, a nuestra libertad para adherir al bien. Esto no es menor, ya que hace a la dignidad humana, pues a Su imagen y semejanza hemos sido creados. No hay manera de verlo de otro modo, salvo que uno sea ateo.
ResponderEliminarLa obediencia ciega es en católico lo que la razón es la prostituta del Diablo para Lutero: una aberración. Entonces ¿Para qué nos Dio el juicio y la voluntad sino para usarlas?
ResponderEliminarDe hecho el propio Cristo la desautorizó cuando dijo a sus discípulos que eran amigos y no siervos. Al siervo la única razón que le da es el látigo, al amigo se le da todas las razones por la confianza que le tiene.
Siendo Él Dios encarnado, ¿No se pasó media vida explicando a los zoquetes de sus apóstoles las razones de todos sus hechos aun a sabiendas de que no Le entenderían? y Él si que podía mandar de verdad..
Para los Padres y los antiguos la obediencia era tan inferior que ni siquiera está entre las 7 virtudes, ni teologales (Fe, Esperanza y Caridad) ni en las cardinales (Prudencia, Templanza, Justicia y Fortaleza). El cristiano que las siguiera no necesitaba una obediencia exterior coactiva porque ya la tenía en el alma por la gracia divina y las cumplía a la perfección libremente por amor a Dios que se sacrificó por el. De aquí el dicho de S. Agustín de Ama y haz lo que quieras.
Cristo obedeció al Padre sabiéndolo todo y aceptándolo todo por amor a ÉL y a los hombres en diálogo continuo con las Otras dos personas de la Sma. Trinidad. No fue una obediencia ciega sino iluminada por la misión salvadora de su encarnación, muerte y resurrección, por eso fue meritorísima. Honró así a la razón y la voluntad humana al hacerles partícipes de su misión divina.
En cambio, una obediencia ciega no tiene mérito alguno precisamente porque no ve, ni oye ni hace su voluntad sino es un títere de otro que la manípula, se vuelve cosa y las cosas no tienen mérito alguno. En verdad Melchor Cano vio más claro que nadie cuando denunciaba lo que los jesuitan tenían de alumbrados y gnósticos porque en el fondo de tanta actividad late el puro quietismo.
Estimado Eck, ¿tendría la amabilidad de escribirle a gibelino1@gmail.com? Le agradezco anticipadamente su atención.
EliminarHay una vieja anécdota de un general prusiano, que en medio de la batalla recibió una orden del rey Federico Guillermo que juzgaba errónea. Así se lo hizo saber, pero el rey insistió y le mandó obedecer, de resultas de lo cual se perdió la batalla. Acto seguido Federico Guillermo reprocho al general, este le recordó que había protestado y obedecido solo bajo obediencia, y el rey le contestó que cuando nombraba mariscal era para que supieran cuando desobedecer al rey y sostener su desobediencia.
ResponderEliminarDon Wander:
ResponderEliminarA propósito del post: “La obediencia y los abusos: una contagiosa tragedia jesuita”
“En el grado más alto y meritorio de la obediencia, el seguidor no tiene más voluntad propia para obedecer que un objeto inanimado, [perinde ac cadauer, como si fuera un cadáver” (San Ignacio de Loyola).
Obviamente, Don Wander pone en evidencia el principio rector de esta suerte de desvirtuada obediencia entendida en el sentido de obediencia “ciega”. La cual, en rigor, nunca podría ser tal, porque, en ese caso, no contaría con la condición sine qua non de la luz de la razón, y, por lo mismo, se desvirtuaría necesariamente.
Una vez dicho esto, habría que reconocer dos cosas:
por una parte, que la obediencia, en el marco de la espiritualidad cristiana, tiene un enorme peso sobre la conducta humana. Basta recordar el testimonio de Jesús en su oración en el huerto de los Olivos: “… pero no se cumpla mi voluntad sino la Tuya” (Lc 22, 41); y su dura exhortación: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt, 15, 24);
por otra parte, que el obrar del hombre, depende de la intervención de las facultades racionales de la inteligencia y la voluntad, respectivamente ordenadas a la verdad y al bien, sin cuya participación el acto humano pierde su condición de tal. Y, esto también, para el mayor bien del acto moral, supone el ejercicio de la libertad. Algo que está implícito en esta reflexión del Aquinate: “Por lo tanto, no es mejor una Orden por el hecho de tener observancias más rigurosas, sino por el hecho de que sus observancias se ordenan más moderadamente al fin de la religión misma” (II-II, 188, 6, 3m).
Como bien apunta Don Wander, y la historia del hombre lo refrenda, las consecuencias de la obediencia ciega, no podrían ser más perniciosas para la conducta moral del hombre: “Una vez que se ha destruido la capacidad de criticar las acciones de los superiores, no se puede revivir esta capacidad y su ejercicio a voluntad. Seguir la directriz de rechazar la obediencia a los superiores cuando sus órdenes son manifiestamente pecaminosas se vuelve entonces psicológicamente difícil o incluso imposible” (The Wanderer).
¡Dios salve a la Iglesia! ¡Alabado sea Jesucristo!
Wanderer tengo una noticia que te puede interesar mucho. Francisco ha interrumpido su audiencia de hoy por una llamada. Esa llamada la hizo Peña Parra. Lo que aún no se sabe es por qué llamaría al Papa entonces.
ResponderEliminarEl activismo como actitud vital ciega la inteligencia. La voluntad es arrastrada por la inteligencia. San Ignacio de Loyola fue un activista, no un contemplativo, mas alla de su buena intencion.
ResponderEliminarSr. Wanderer, muy interesante el comentario.
ResponderEliminarDéjeme hacer un agregado, hace ya muchos años estuve unos años en el seminario de V. Devoto (por si hace falta, el seminario diocesano de Buenos Aires), felizmente salí, lo digo sin ningún despecho, me trataron muy bien y luego formé mi familia.
Aún conservo pocos buenos amigos de allí que obviamente no comulgarían con prácticamente nada de lo que aquí se comenta y adscriben en gran medida al concepto de obediencia que aquí se describe y critica.
Lo único que quisiera mencionar es que por la vida tan solitaria y casi taciturna que llevan
(Lefebvre decía que los sacerdotes no deben vivir solos para evitar los estragos de soledad), en algunos casos la obediencia es una suerte de refugio y, (¿por qué no?) un consuelo para no enfrentar la situación en la que viven.
La obediencia reñida, y aún a costa, a la verdad es la respuesta a una opción que en su estado de solitariedad (antes que soledad) se les presenta entre dos extremos dialécticos que se imponen (o se les imponen) alineación o alienación.
Disiento con ellos pero trato de guardarme de un juicio severo, la responsabilidad es del chancho antes que quien les da de comer pero el problema es que quienes les dan de comer salen de los chanchos.
Lo saludo atentamente,
Konstantin Dimitrievich Levin ("Kostia")
"Según esta doctrina, no hay pecado en hacer cualquier acción que una autoridad reputada sostiene que es permisible"...
ResponderEliminarSerá como dice, pero para pecar es necesario querer; y para querer hay que saber.
No hay pecado si no sabe que es pecado (lo que no quita reparar el mal causado)
Lo de la "autoridad reputada" solo sirve si, no sabiendo o teniendo duda grave, acude a una "autoridad reputada" que le resuelve la duda.
Naturalmente tiene que haber buena fe.
Por tanto, la "autoridad reputada" no es una eximente válida, salvo excepciones concretas y puntuales.